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Mientras se desarrollaban estas negociaciones diplomáticas, Bismarck ponía las bases de un nuevo Estado "pequeñoalemán" que era un innegable avance en el camino de la unificación. Así lo entendieron algunos liberales nacionalistas que optaron por la política realista de apoyar la gestión de Bismarck que, en septiembre de 1866, consiguió la aprobación de una ley por la que se sanaba la exacción ilegal de impuestos que el Gobierno venía haciendo desde 1862. La Unión Nacional (Nationalverein) se disolvió en octubre de 1867, mientras que los liberales moderados, de dentro y fuera de Prusia, fundaron el Partido Nacional Liberal (J. Miquel, R. Bennigsen), comprometido con la política de Bismarck. La sesión constitutiva de la Dieta de la Confederación de la Alemania del Norte, elegida mediante sufragio universal, se celebró el 24 de febrero de 1867 y, a mediados de abril, existía ya un proyecto constitucional que fue sometido a la consideración de los príncipes y gobernantes de los 23 Estados que componían la Confederación.En dicha Constitución se contemplaba que los Estados que componían la Confederación serían soberanos en materia de finanzas, justicia, culto y enseñanza, mientras que correspondían a la Confederación el Ejército, la Marina, la política exterior, las aduanas, los correos, la moneda, y la legislación comercial, civil y criminal. El poder ejecutivo se concentraba en la presidencia, que sería desempeñada por el rey de Prusia con carácter hereditario, y que ejercía el poder a través de un canciller que sólo era responsable ante él. El presidente era el único responsable de la política exterior y comandante supremo del Ejército. Tenía también la iniciativa legal y la capacidad de convocar y disolver el Parlamento (Reichstag).El poder legislativo era ejercido en dos instancias. De una parte, existía una Cámara de representación de los Estados que componían la Confederación (Bundesrat), en proporción a la población de cada uno de ellos. Prusia, que contaba con 17 de los 43 miembros que componían la Cámara, tenía la capacidad de bloquear cualquier decisión que atentase a sus intereses. La otra Cámara (Reichstag) estaba compuesta por 2,97 diputados elegidos, mediante sufragio universal, por el conjunto de la población, aunque sus competencias eran muy limitadas, especialmente en materias presupuestarias. Bismarck supo utilizar esta Cámara para contrarrestar las actitudes particularistas que pudieran manifestar en el Bundesrat los representantes de los príncipes. Por otra parte, también se establecieron mecanismos para que los asuntos que concernían a la Unión Aduanera, renovada en estos años, fueran tratados en organismos parlamentarios (Zollparlament) en los que coincidían los Estados miembros de la Confederación con los que no lo eran. Suponía otra forma más de avanzar en el desarrollo de la conciencia unificadora.La nueva Constitución entró en vigor el primero de julio de 1867, después de ser aprobada por un amplio margen, y Bismarck se convirtió en canciller de la nueva Confederación. Los Estados del norte de Alemania vivían una situación de efervescencia política, en la que la meta de la unificación parecía al alcance de la mano. No había otra amenaza en el horizonte que los recelos franceses frente al súbito fortalecimiento prusiano y su afán de conseguir algún enriquecimiento territorial que fuese demostrativo de una hegemonía internacional que estaba en entredicho.
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Después de los éxitos alcanzados gracias a los desembarcos producidos en el norte de África, los aliados decidieron celebrar una conferencia entre sus líderes para abordar los nuevos rumbos que tomaría su política bélica en adelante. El lugar designado para su celebración fue la ciudad marroquí de Casablanca, llevándose a cabo la reunión finalmente entre el 12 y el 23 de enero de 1943. Con la ausencia de Stalin, Churchill y Roosevelt decidieron emprender en el futuro una acción de desembarco en Sicilia, en vez de la otra opción manejada, Francia, lo que supondría de hecho el primer gran asalto a la Fortaleza europea. Para llevarlo a cabo, acordaron repartir el esfuerzo de guerra en un 50% para el frente occidental y otro tanto para el teatro de operaciones del Pacífico. Otras decisiones que se tomaron fueron desarrollar una campaña aérea estratégica sobre Alemania y continuar con el programa secreto de investigación atómica, cuyas conversaciones habían dado comienzo en junio de 1942. Además, ambos líderes trabajaron para lograr unir a los dos líderes franceses, Giraud y De Gaulle. Durante el acto final, Roosevelt expuso su doctrina para el final de la guerra, en la que exigiría una capitulación sin condiciones por parte de los países del Eje.
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Decidida en la Conferencia de Washinton la invasión de la Fortaleza europea a partir de las playas de Francia, operación inicialmente prevista para el 1 de mayo de 1944, la cuestión a dilucidar por los Estados Mayores aliados era saber si la "Operación Overlord" -el desembarco en Francia- habría de tener prioridad sobre cualquier otro objetivo estratégico. Finalmente, se decidió que, para garantizar el éxito de la operación, debería producirse un segundo desembarco, esta vez en el sur de Francia, denominado en clave "operación Anvil", y más tarde llamado "Dragoon". En otro orden de cosas, se aceptó la propuesta de Churchill sobre la creación de un Comando Supremo en el sudeste asiático, así como su deseo de que un militar norteamericano dirigiera la "Operación Overlord". Ambos cargos recayeron, respectivamente, en Lord Mountbatten y Eisenhower. Por último, también se decidió coordinar las labores de investigación en materia nuclear.
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La Conferencia presentó problemas antes de convocarse y durante su desarrollo. El lugar elegido no parecía el más adecuado. Teherán había sido cuartel general del espionaje alemán y no se tenía la seguridad de que éste hubiera sido totalmente exterminado. Vyacheslav Molotov afirmó, incluso, que se había descubierto una conjura para asesinar a uno de los Tres Grandes durante su permanencia en la capital iraní. Pero Stalin se mostró inflexible. No quería alejarse demasiado de Moscú y había fijado, como límite, "cualquier punto desde el cual pudiese volver en veinticuatro horas a la capital soviética". Otro problema que agravaba la inseguridad de Teherán eran los desplazamientos dentro de la misma ciudad. La parálisis de Franklin D. Roosevelt hacía difíciles esos desplazamientos, porque la Embajada de la Unión Soviética, donde se alojaba Stalin, y la norteamericana, donde se habría alojado Roosevelt, estaban muy distantes entre sí. Por el contrario, la Embajada de la URSS y la del Reino Unido de Gran Bretaña estaban muy próximas. Stalin propuso que el presidente norteamericano fuese huésped de los soviéticos, y lo consiguió. De esta manera se consumó, de hecho, el acercamiento entre los representantes de la URSS y Estados Unidos y el distanciamiento de ambos respecto a Winston Churchill. Éste no era tan ciego el premier como para no darse cuenta de lo que esto significaba. Pero no tuvo argumentos válidos que oponer a las excusas que, sobre la seguridad y la comodidad de Roosevelt, se le dieron. "Los Tres Grandes -escribió Raymond Cartier- eran iguales sólo de cara al protocolo... Churchill, que no era querido, fue tratado como una entidad secundaria... Incluso sufrió un desplante de parte de Roosevelt cuando invitó a éste a cenar "a dos". Roosevelt le respondió que no quería dar a Stalin la impresión de que los ingleses y los americanos estaban de acuerdo contra él. Pero luego, todos los días, el presidente y Stalin tenían conversaciones de las que era excluido Churchill". Roosevelt, que presidió la primera reunión, dejó bien claro en su discurso cuál era el propósito de la convocatoria: felicitó a sus compañeros -y se felicitó a sí mismo- de actuar movidos por la cívica finalidad de ganar la guerra. No hubo en Teherán una metodología de trabajo. Sería característico en las reuniones de los Grandes, pero nunca de manera tan acusada como en ésta. Churchill, que se admiraba de ver la mayor concentración de poder mundial que se había conocido en la historia, escribió luego, francamente: "Cada uno podía plantear y discutir lo que quisiera". El presidente norteamericano, con menos rubor, se jactaba de que aquello fuese un comadreo político y prescindió por completo del consejo de los setenta y siete asesores que le acompañaban. Stalin no hizo comentario alguno sobre la evidente desorganización. Era él quien la provocaba, convencido de que le interesaba más sondear a sus aliados que comprometerse con ellos. La simplicidad de algunos momentos impresiona hoy al cotejarla con las consecuencias que produjeron aquéllas anécdotas. Como cuando Churchill manejaba tres cerillas para explicarle al dictador soviético la configuración de la frontera polaca de posguerra o cuando, cerrado el capítulo finlandés, preguntó Stalin: "¿Hay más cuestiones?" -"Sí, la cuestión de Alemania", -respondió Churchill. Era Alemania, por encima de todo, la que había convocado a la negociación a los Tres Grandes. Por eso, una vez introducida la materia, se manifestó la única unanimidad de la Conferencia: el exterminio de los alemanes. Aunque Anthony Eden, desde su posición de segundo en la delegación británica, quiso hacer un distingo: -"sería ridículo identificar la pandilla de Hitler con el pueblo alemán, con el Estado alemán. La historia muestra que los Hitler vienen y pasan, mientras que el pueblo alemán, el Estado alemán, permanece"-, su voz no fue escuchada. Era la repetición histórica de otro momento -el Congreso de Viena- en el que Talleyrand se esforzaba por separar a los franceses de Napoleón, sin éxito alguno después de que el emperador se escapase de la isla de Elba para iniciar la aventura de los Cien Días. Si acaso, Churchill y Roosevelt parecían admitir grados de culpabilidad. El británico creía que Prusia debía ser tratada con mucha más dureza. El norteamericano propuso un plan de división de Alemania, según este esquema: -Cinco regiones autónomas: Prusia; Hannover y el noroeste; Sajonia y la región de Leipzig; Hesse-Darmstadt, Hesse-Kassel y la zona sur del Rin, y Baviera y Baden Würtenberg. -Dos territorios bajo tutela de las Naciones Unidas: Kiel, su canal y Hamburgo, y el Sarre y el Ruhr. En esta división, la diferencia se mostraba, evidentemente, en las consideraciones de orden industrial. Stalin zanjó la cuestión: "los alemanes son todos iguales". A lo que se adhirió sin muchas vacilaciones Roosevelt, añadiendo que, tarde o temprano, volverían a unirse. Stalin insistió en el control de la industria alemana y no tardó en ganar su causa a sus aliados cuando se mencionó el tema de la Aviación y, por supuesto, el Ejército. Esta unanimidad en el exterminio llevó al dictador soviético a un exceso verbal que molestó a Churchill y se liquidó con un chiste de dudosa gracia. Stalin, en uno de los muy numerosos brindis -que se hacían siempre con vodka- levantó su copa "por el fusilamiento de 50.000 oficiales alemanes". Churchill calificó aquello de "indignidad", y Roosevelt intentó salir del paso diciendo: "¡Bueno! ¡Brindemos sólo por la muerte de 49.500... !" En las decisiones concretas para terminar la guerra con Alemania se suscitó el tema de la Operación Overlord, es decir, de la invasión de Europa tras el desembarco -que era el núcleo de la Operación-, ya suficientemente madurada. Pero la cuestión se estancó un tanto porque Stalin presentaba algunas reticencias al protagonismo de Estados Unidos. Sin embargo, Roosevelt seguiría adelante con su proyecto y con el nombre de su ejecutor, que poco después hizo público: el general Dwight D. Eisenhower. La Conferencia de Teherán terminó con un comunicado oficial en el que se decía: "La Conferencia: 1. Ha acordado que los guerrilleros de Yugoslavia deben ser apoyados con suministros y equipo en la mayor extensión posible, así como con operaciones de comandos. 2. Ha acordado que, desde el punto de vista militar, es deseable que Turquía entre en la guerra al lado de los aliados antes de fin de año. 3. Ha tomado nota de la afirmación del mariscal Stalin de que si Turquía entra en guerra con Alemania y, como consecuencia, Bulgaria declarase la guerra a Turquía o la atacara, los soviets inmediatamente declararían la guerra a Bulgaria. La Conferencia ha tomado, asimismo, nota de que este hecho debería ser explícitamente declarado en las inminentes negociaciones para hacer entrar a Turquía en la guerra. 4. Ha tomado nota de que la Operación Overlord sería desencadenada durante el mes de mayo de 1944 conjuntamente con una operación contra el sur de Francia. Esta última operación será emprendida con el máximo de potencial que permita la disponibilidad de lanchas de desembarco. La Conferencia ha tomado, asimismo, nota de la afirmación del mariscal Stalin de que las fuerzas soviéticas desencadenarían una ofensiva aproximadamente en el mismo momento, con el fin de impedir que las fuerzas alemanas puedan trasladarse del frente oriental al occidental. 5. Ha acordado que los Estados Mayores militares de las tres potencias se mantengan en estrecho contacto en lo sucesivo, con miras a las inminentes operaciones en Europa. Se ha acordado particularmente que los Estados Mayores interesados concierten un plan de cobertura destinado a desconcertar y engañar al enemigo por lo que respecta a las expresadas operaciones." En un anexo separado se hacía constar el agradecimiento de los reunidos al país que les había hospedado. Se esbozaba un plan de ayuda a los iraníes en el doble plano económico y militar, por si los alemanes decidiesen tomar represalias por haber albergado a los Tres Grandes. No figuraba en el comunicado, pero sí está en las notas de la Conferencia, un párrafo que es el que arroja mayor luz sobre el espíritu que animaba a los aliados: "Nuestros Estados Mayores militares se nos han reunido en torno a la mesa de nuestra Conferencia y hemos concertado planes para la destrucción de las fuerzas alemanas. Hemos llegado a un completo acuerdo respecto al alcance y sincronización de las operaciones que han de desarrollarse desde el Oeste, el Este y el Sur". Roosevelt abandonó Teherán convencido de haber conquistado para siempre a Stalin. Creía a pies juntillas en el brindis, el último brindis, del dictador georgiano: "Ahora es seguro que nuestros pueblos actuarán juntos y amigablemente, no sólo en la hora actual, sino también después de la guerra". La segunda conferencia de los Tres Grandes se celebró en febrero de 1945, en la península de Crimea, del mar Negro, es decir, en territorio de la URSS.
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La Conferencia de Teherán, en la que se reunían por primera vez Roosevelt, Stalin y Churchill, acabó por definir y perfilar el asalto a la Fortaleza europea mediante la invasión de Francia, continuando la labor de dirección estratégica iniciada en las conferencias de Washinton (mayo 1943) y Québec (agosto 1943). La discusión se centró en la cuestión del "segundo frente", suscitada vivamente por Stalin desde hacía tiempo para aflojar la presión alemana en el frente oriental. Previendo ya la victoria final de los aliados, Stalin expuso sus reivindicaciones territoriales en Polonia para cuando acabase el conflicto. Para apoyar la invasión de Francia por la costa de Normandía -"Operación Overlord"-, se aprobó finalmente un plan norteamericano, según el cual habría de producirse un segundo desembarco en el sur del país -"Operación Dragoon"-.
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El asalto a la Fortaleza europea, planteado por vez primera en la Conferencia de Casablanca de enero de 1943, fue perfilado en la siguiente Conferencia (Washington, mayo de 1943) y luego definido definitivamente en la de Québec (agosto 1943). A pesar de las quejas de MacArthur por la carencia de barcos de guerra en el Pacífico, Rossevelt y Churchill decidieron, en la Conferencia de Washington, concentrar el esfuerzo de guerra en Europa, donde, después de los exítos obtenidos en Sicilia, se esperaba desembarcar en Italia y formar un Ejército norteamericano en Gran Bretaña para afrontar la invasión de Francia, inicialmente fijada para el 1 de mayo de 1944. Además, en la Conferencia, se designaron los objetivos de los bombardeos estratégicos en suelo alemán. Por otro lado, se discutió en detalle la estrategia de la guerra en el Pacífico, según la cual los británicos habrían de emprender una ofensiva limitada en Birmania y los norteamericanos dieron un giro a su estrategia en China, aminorando su apoyo a Chian-Kai-Chek e intensificando las operaciones aéreas.