Cómo Cortés entró en la villa donde estaban poblados los de Gil González de Ávila, y de la gran alegría que todos los vecinos hubieron, y lo que Cortés ordenó Después que Cortés hubo pasado el gran río de Golfo-Dulce de la manera que dicho tengo, fue a la villa donde estaban poblados los españoles de Gil González de Ávila, que seria de allí dos leguas, que estaban junto a la mar, y no adonde solían estar primero poblados, que llamaron San Gil de Buena-Vista; y cuando vieron entre sus casas hombres a caballo y otros seis a pie, espantáronse en gran manera, y como supieron que era Cortés, que tan nombrado era en todas estas partes de las Indias y en Castilla, no sabían qué se hacer de placer; y después de venir todos a besarle las manos y darle el parabién-venido, Cortés les habló muy amorosamente, y mandó al teniente, que se decía Nieto, fuese donde daban carena al navío y trajesen dos bateles que tenían, y que si había canoas, que asimismo las trajesen atadas de dos en dos, y mandó que se buscase todo el cazabe que allí tenían y lo llevasen al capitán Sandoval, que otro pan de maíz no había para que comiesen, y repartiesen entre todos nosotros los de su ejército; y el teniente lo buscó luego y no se hallaron cincuenta libras dello, porque no comían sino zapotes asados y legumbres y algún marisco que pescaban; y aun aquel cazabe que dieron guardaron para el matalotaje para irse a Cuba cuando estuviese calafateado el navío; y con dos bateles y ocho marineros que luego vinieron, escribió Cortés a Sandoval que él mismo en persona y el capitán Luis Marín fuesen los postreros que pasasen aquel gran río, y que mirase que no se embarcasen más de los que él mandase; y los bateles pasaron sin mucha carga, por causa de la gran corriente del río, que venía muy crecido y recio, y con cada batel dos caballos, y en las canoas no pasase caballo ninguno, que se perderían y trastornarían, según la furia de la corriente; y sobre el pasar delante uno que se decía Saavedra, hermano de otro Abalos, parientes de Cortés, querían pasar primero, puesto que Sandoval decía que en la primera barca pasarían, porque pasaban en aquella sazón los religiosos franciscos, y que era justo tener primero cumplimiento con ellos; y como el Saavedra era pariente de Cortés, y esta envidia de mandar vino desde Lucifer, no quisiera que Sandoval le pusiera impedimento, sino que callara; y respondióle no tan bien mirado como convenía; el Sandoval, que no se las sufría, tuvieron palabras, de manera que el Saavedra echó mano a un puñal; y puesto que Sandoval, como estaba dentro en el río a más de la rodilla el agua deteniendo que los bateles no se cargasen demasiado, así como estaba arremetió al Saavedra, y le tenía tomada la mano donde tenía el puñal, y le derrocó en el agua, y si de presto no nos metiéramos entre ellos y los despartiéramos, ciertamente el Saavedra librara mal, porque todos los más soldados nos mostramos de la parte de Sandoval. Dejemos esta cuestión, y diré cómo estuvimos cuatro días en pasar aquel río; y de comer, ni por pensamiento, si no era de unas pacayas que nacen de unas palmillas chicas, y otras como nueces, que asábamos y las partíamos, y los meollos dellas comíamos; y en aquel río se ahogó un soldado con su caballo, el cual soldado se decía Tarifa, que pasaba en una canoa, y no pareció más él ni el caballo. También se ahogaron dos caballos, y el uno era de un soldado que se decía Solís Casquete, que hacía bramuras por él e maldecía a Cortés y a su viaje. Quiero decir de la grande hambre que allí en el pasar del río hubo, y aun del murmurar de Cortés y de su venida, y aun de todos nosotros que le seguíamos; pues cuando hubimos llegado al pueblo no había bocado de cazabe que comer, ni aun los vecinos lo tenían, ni sabían caminos, si no era de dos pueblos que allí cerca solían estar, que se habían ya despoblado, y luego Cortés mandó al capitán Luis Marín que con los vecinos de Guazacualco fuésemos a buscar maíz lo cual adelante diré.
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De lo que Cortés ordenó después que se volvió el factor y veedor a México y del trabajo que llevábamos en el largo camino y de las grandes puentes que hicimos, y hambre que pasamos en dos años y tres meses que tardamos en este viaje Después de despedidos el factor y el veedor, lo primero que mandó Cortés fue escribir a la Villa-Rica a un su mayordomo, que se decía Simón de Cuenca, que cargase dos navíos que fuesen de poco porte, de bizcocho de maíz, porque en aquella sazón no se cogía pan de trigo en México, y seis pipas de vino y aceite y vinagre y tocinos, herraje, y otras cosas de bastimentos, y mandó que se fuesen costa a costa del norte, y que le escribiría y haría saber dónde había de aportar, y que el mismo Simón de Cuenca viniese por capitán; y luego mandó que todos los vecinos de Guazacualco fuésemos con él, que no quedaron sino los dolientes. Ya he dicho otras veces que estaba poblada aquella villa de los conquistadores más antiguos de México (y todos los más hijosdalgo) que se habían hallado en las conquistas pasadas de México, y en el tiempo que habíamos de reposar de los grandes trabajos y procurar de haber algunos bienes y granjerías, nos mandó ir jornada de más de quinientas leguas, y toda la más tierra por donde íbamos de guerra, y dejamos perdido cuanto teníamos, y estuvimos en el viaje más de dos años y tres meses. Pues volviendo a nuestra plática, ya estábamos todos apercibidos con nuestras armas y caballos, que no le osábamos decir que no: e ya que alguno se lo decía, por fuerza le hacía ir; y éramos por todos, así los de Guazacualco como los de México, sobre doscientos y cincuenta soldados, y los ciento y treinta de a caballo, y los demás escopeteros y ballesteros, sin otros muchos soldados nuevamente venidos de Castilla. Y luego me mandó a mí que fuese por capitán de treinta españoles y de tres mil indios mexicanos, y fuese a unos pueblos que estaban de guerra, que se decían Cimatan, e que en aquellos pueblos mantuviese los tres mil indios mexicanos, y si los naturales de aquella provincia estuviesen de paz o se viniesen a someter al servicio de su majestad, que no les hiciese enojo ni fuerza ninguna, salvo mandar dar de comer a aquellas gentes; y si no quisiesen venir, que los enviase a llamar tres veces de paz, de manera que lo entendiesen muy bien, e por ante un escribano que iba conmigo e testigos; y si no quisiesen venir, que les diese guerra, y para ello me dio poder y sus instrucciones, las cuales tengo hoy día firmadas de su nombre y de su secretario Alonso Valiente; y así hice aquel viaje como lo mandó, quedando de paz aquellos pueblos; mas dende a pocos meses, como vieron que quedaban pocos españoles en Guazacualco, e íbamos los conquistadores con Cortés, se tornaron a alzar; y luego salí con mis soldados españoles e indios mexicanos al pueblo donde Cortés mandó que saliese, que se decía Iquinuapa. Volvamos a Cortés y a su viaje: que salió de Guazacualco y fue a Tonala, que hay ocho leguas, y luego pasó un río en canoas y fue a otro pueblo que se dice el Ayagualulco, y pasó otro río en canoas, y desde el Ayagualulco pasó siete leguas de allí un estero que entra en la mar, y le hicieron una Puente que había de largo cerca de me. dio cuarto de legua; cosa espantosa cómo la hicieron en el estero, porque siempre Cortés enviaba adelante dos capitanes de los vecinos de Guazacualco, y uno dellos se decía Francisco de Medina, hombre diligente, que sabía muy bien mandar a los naturales desta tierra. Pasada aquella gran puente, fue por unos pueblezuelos, hasta llegar a otro gran río que se dice Mazapa, que es el que viene de Chiapa, que los marineros llaman río de "Dos bocas"; allí tenían muchas canoas atadas de dos en dos; y pasado aquel gran río, fue por otros pueblos, adonde yo salí con mi compañía de soldados, que se dice, Iquinuapa, como dicho tengo, y desde allí pasó otro río en puentes que hicimos de maderos, y luego un estero, y llegó a otro gran pueblo que se dice Copilco, y dende allí comienza la provincia que llaman la Chontalpa, y estaba toda muy poblada y llena de huertas de cacao, y muy de paz; y desde Copilco pasamos por Nacaxuxuica, y llegamos a Zaguatan, y en el camino pasamos otro río por canoas. Aquí se le perdió a Cortés cierto herraje; y este pueblo cuando a él allegamos estaba de paz, y luego a la noche se fueron huyendo los moradores de él, y se pasaron de la parte de un gran río entre unas ciénagas y mandó Cortés que les fuésemos a buscar por los montes, que fue cosa bien inconsiderada e sin provecho aquello que mandó, y los soldados que los fuimos a buscar pasamos aquel gran río con harto trabajo, y trajimos siete principales y gente menuda; mas poco aprovecharon, que luego se volvieron a huir, y quedamos solos y sin guías. En aquella sazón vinieron allí los caciques de Tabasco con cincuenta canoas cargadas de maíz y bastimento; también vinieron unos indios de los pueblos de mi encomienda que en aquella sazón yo tenía, e trajeron cargadas ciertas canoas de bastimentos; los cuales pueblos se dicen Teapan y Tecomajayaca; e fuimos a Tepetitan e Iztapa, y en el camino había uno río muy caudaloso que se dice Chilapa, y estuvimos cuatro días en hacer balsas. Yo dije a Cortés que el río arriba, por relación que tenía, había un pueblo que se dice Chilapa, que es del nombre del mismo río, que sería bien enviar cinco indios de los que traíamos por guías en una canoa quebrada que allí hallamos, y les enviase a decir que trajesen canoas; y con los cinco indios fue un soldado, y como se lo dije a Cortés, así lo mandó; y fueron el río arriba e toparon dos caciques que traían seis grandes canoas y bastimento, y con aquellas canoas y barcas pasamos, y estuvimos cuatro días en el pasaje; y dende allí fuimos a Tepetitan, y hallámosle despoblado y quemadas las casas; y según supimos, habíanles dado guerra otros pueblos y llevado mucha gente cautiva, y quemado el pueblo de pocos días pasados, y en todos los tres días que anduvimos de camino, después de pasado el río de Chilapa, era muy cenagoso, y atollaban los caballos hasta las cinchas, y había muy grandes sapos; y desde allí fuimos a otro pueblo que se dice Iztapa, y de miedo se fueron los indios, y se pasaron de la parte de otro río muy caudaloso, y fuímoslos a buscar, y trajimos los caciques y muchos indios con sus mujeres e hijos, y Cortés les habló con halagos, y mandó que les volviésemos cuatro indias y tres indios que les habíamos tomado en los montes; y en pago dello, y de buena voluntad, trajeron presentados a Cortés ciertas piezas de oro de poca valía. Y estuvimos en este pueblo tres días, porque había buena yerba para los caballos y mucho maíz, y decía Cortés que era buena tierra para poblar allí una villa: porque tenía nueva que en los rededores había buenas poblaciones para servicio de la tal villa; y en este pueblo de Iztapa se informó Cortés de los caciques y mercaderes de los naturales del mismo pueblo, el camino que habíamos de llevar: y aun les mostró Cortés un paño de henequén que traía de Guazacualco, donde venían señalados todos los pueblos del camino por donde habíamos de ir hasta Güeyacala, que en su lengua se dice la Gran Acala, porque había otro pueblo que se decía Acala "la Chica"; y allí dijeron que en todo lo más de nuestro camino había muchos ríos y esteros, y para llegar a otro pueblo que se dice Tamaztepeque había otros tres ríos y un gran estero, y que habíamos de estar en el camino tres jornadas; y desque aquello entendió Cortés e supo de los ríos, les rogó que fuesen todos los caciques a hacer puentes y llevasen canoas, y no lo hicieron; y con maíz tostado y otras legumbres hicimos mochila para los tres días, creyendo que era como lo decían. Y por echarnos de sus casas dijeron que no había más jornada, y había siete jornadas, y hallamos. los ríos sin puentes ni canoas, y hubimos de hacer una puente de muy gruesos maderos, por donde pasaron los caballos: y todos nuestros soldados y capitanes fuimos en cortar la madera y acarrearla, y los mexicanos ayudando lo que podían; y estuvimos en hacerla tres días, que no teníamos que comer sino yerbas y unas raíces de unas que llaman en esta tierra quequexque, montesinas, las cuales nos abrasaron las lenguas y bocas. Pues ya pasado aquel estero, no hallábamos camino ninguno, y hubimos de abrirle con las espadas a manos, y anduvimos dos días por el camino que abrimos, creyendo que iba derecho al pueblo; y una mañana tornamos al mismo camino que abrimos, y desque Cortés lo vio, quería reventar de enojo, y como oyó el murmurar del mal que decían de él y aun de su viaje, con la gran hambre que había: y que no miraba más de su apetito, sin pensar bien lo que hacía, y que era mejor que nos volviésemos para México que no morir todos de hambre. Pues otra cosa había, que eran los montes muy altos en demasía y espesos, y a mala vez podíamos ver el cielo, pues ya que quisiesen subir en algunos árboles para atalayar la tierra, no veían cosa ninguna, según eran muy cerradas todas las montañas; y las guías que traíamos las dos huyeron, y la otra que quedaba estaba malo, que no sabía dar razón de camino ni de otra cosa. Y como Cortés en todo era diligente, y por falta de solicitud no se descuidaba, traíamos una aguja de marear, y a un piloto que se decía Pedro López, y con el dibujo del paño que traíamos de Guazacualco, donde venían señalados los pueblos, mandó Cortés que fuésemos con el aguja por los montes, y con las espadas abríamos caminos hacia el este, que era la señal del paño donde estaba el pueblo; y aun dijo Cortés que si otro día estábamos sin dar en pueblo, que no sabía qué hiciésemos; y muchos de nuestros soldados, y aun todos los más, deseábamos volvernos a la Nueva-España; y todavía seguíamos nuestra derrota por los montes. Y quiso Dios que vimos unos árboles antiguamente cortados, y luego una vereda chica, e yo y el Pedro López, que íbamos delante abriendo camino con otros soldados, volvimos a decir a Cortés que se alegrase, que había estancias; con lo cual todo nuestro ejército tomó mucho contento. Y antes de llegar a las estancias estaba un río y ciénagas, mas con harto trabajo lo pasamos de presto, y dimos en el pueblo, que aquel día se había despoblado, y hallamos muy bien de comer maíz y frisoles y otras legumbres; y como íbamos muertos de hambre, dímonos buena hartazga, y aun los caballos se reformaron, y por todo dimos muchas gracias a Dios. Y ya en el camino se había muerto el volteador que llevábamos, ya por mí nombrado, y otros tres españoles de los recién venidos de Castilla; pues indios de los de Michoacán y mexicanos morían muchos, e otros muchos caían malos y se quedaban en el camino como desesperados. Pues como estaba despoblado aquel pueblo, y no teníamos lengua ni quien nos guiase, mandó Cortés que fuésemos dos capitanes por los montes y estancias a los buscar, y en unas canoas que estaban en un gran río junto al pueblo fueron otros soldados y dieron con muchos indios de aquel pueblo, y con buenas palabras y halagos vinieron sobre treinta dellos, y todos los más caciques y papas; y Cortés les habló amorosamente con doña Marina, y trajeron mucho maíz y gallinas, y señalaron el camino que habíamos de llevar hasta otro pueblo que se dice Ciguatepecad, el cual estaba tres jornadas, que serían dieciséis leguas, y antes de llegar a él estaba otro pueblo, sujeto desde Tamaztepeque, donde salimos. Antes que pase más adelante, quiero decir que con la gran hambre que traíamos así españoles como mexicanos, pareció ser que ciertos caciques de México apañaron dos o tres indios de los pueblos que dejábamos atrás, y traíanlos escondidos con sus cargas, a manera y traje como ellos, y con la hambre, en el camino los mataron y los asaron en hornos que para ello hicieron debajo de tierra y con piedras, como en su tiempo lo solían hacer en México, y se los comieron; y asimismo habían apañado las dos guías que traíamos, que se habían huido, y se los comieron; y alcanzólo a saber Cortés, y mandó llamar los caciques mexicanos, y riñó malamente con ellos, que si otra tal hacían que los castigaría. Y predicó un fraile francisco de los que traíamos, cosas muy santas y buenas, y de que hubo acabado el sermón, mandó Cortés por justicia quemar a un indio mexicano por la muerte de los indios que comieron, puesto que supo que todos eran culpantes en ello, porque pareciese que hacía justicia y que él no sabía de otros culpantes sino el que quemó. Dejemos de contar muy por extenso otros muchos trabajos que pasábamos, y cómo las chirimías y sacabuches y dulzainas que Cortés traía, que otra vez he hecho memoria dellos, como en Castilla eran acostumbrados a regalos y no sabían de trabajos, y con la hambre habían adolecido y no le daban música, excepto uno, y renegábamos todos los soldados de lo oír, y decíamos que parecían zorros o adives que aullaban, que más valiera tener maíz que comer que música. Volvamos a nuestra relación, y diré cómo algunas personas me han preguntado que cómo habiendo tanta hambre como dicho tengo, por qué no comíamos la manada de los puercos que traían para Cortés, pues a la necesidad de hambre no hay ley; y viendo la hambre que había, que Cortés los había de mandar repartir por todos en tales tiempos. A esto digo que ya había echado fama uno que venía por despensero y mayordomo de Cortés, que se decía Guinea y era hombre doblado, y hacía en creyente que en los ríos al pasar dellos los habían comido tiburones y lagartos; y porque no los viésemos venían siempre cuatro jornadas atrás rezagados; y demás desto, para tantos soldados como éramos, para un día no había en todos ellos, y a esta causa no se comieron; y demás desto, para no enojar a Cortés. Dejemos esta plática, y diré que siempre por los pueblos y caminos por donde pasábamos dejábamos puestas cruces donde había buenos árboles para se labrar, en especial ceibas, y quedaban señaladas las cruces, y son más fijas hechas en aquellos árboles que no de maderos, porque crece la corteza y quedan más perfectas, y quedaban cartas en partes que las pudiesen leer, y decía en ellas: "Por aquí pasó Cortés en tal tiempo"; y esto se hacía porque si viniesen otras personas en nuestra busca supiesen cómo íbamos adelante. Volvamos a nuestro camino para ir a Ciguatepecad, que fueron con nosotros sobre veinte indios de aquel pueblo de Tamaztepeque, y nos ayudaron a pasar dos ríos en barcas y en canoas, y aun fueron por mensajeros a decir a los caciques del pueblo donde íbamos que no hubiesen miedo, que no los haríamos ningún enojo; y así, aguardaron en sus casas muchos dellos; y lo que allí pasó diré adelante.
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Como desque hubimos llegado al pueblo de Ciguatepecad envió Cortés por capitán a Francisco de Medina para que, topando a Simón de Cuenca, viniesen con los dos navíos ya otra vez por mí memorados al Triunfo de la Santa Cruz, al Golfo-Dulce, y de lo que más pasó Pues como hubimos llegado a este pueblo que dicho tengo, Cortés halagó mucho a los caciques y principales y les dio buenos chalchihuites de México, y se informó a qué parte salía un río muy caudaloso y recio que junto a aquel pueblo pasaba, y le dijeron que iba a dar en unos esteros donde había una población que se dice Güeyatasta, y que junto a él estaba otro gran pueblo que se dice Xicalango; parecióle a Cortés que sería bien luego enviar dos españoles en canoas para que saliesen a la costa del norte y supiesen del capitán Simón de Cuenca y sus dos navíos, que había mandado cargar de vituallas para el camino que dicho tengo, y escribióle haciéndole saber de nuestros trabajos y que saliese por la costa adelante; y después de bien informado cómo podría ir por aquel río hasta las poblaciones por mí dichas, envió dos españoles, y el más principal dellos, que ya le he nombrado otras veces, se decía Francisco de Medina, y diole poder para ser capitán, juntamente con el Simón de Cuenca, que este Medina era muy diligente y tenía lengua de toda la tierra; y este fue el soldado que hizo levantar el pueblo de Chamula cuando fuimos con el capitán Luis Marín a la conquista de Chiapa, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; y valiera más que tal poder nunca le diera Cortés, por lo que adelante acaeció, y es, que fue por el río abajo hasta que llegó adonde el Simón de Cuenca estaba con sus dos navíos en lo de Xicalango, esperando nuevas de Cortés, y después de dadas las cartas de Cortés, presentó sus provisiones para ser capitán, y sobre el mandar tuvieron palabras entrambos capitanes, de manera que vinieron a las armas, y de la parte del uno y del otro murieron todos los españoles que iban en el navío, que no quedaron sino seis o siete; y cuando vieron los indios de Xicalango e Güeyatasta aquella revuelta, dan en ellos y acabáronlos de matar a todos, e queman los navíos, que nunca supimos cosa ninguna dellos hasta de ahí a dos años y medio. Dejemos más de hablar en esto, y volvamos al pueblo donde estábamos, que se dice Ciguatepecad, y diré cómo los indios principales dijeron a Cortés que había desde allí a Gueyacalá tres jornadas y que en el camino había de pasar dos ríos, y el uno dellos era muy hondo y ancho, y luego había unos malos tremedales y grandes ciénagas, y que si no tenía canoas que no podría pasar caballos ni aun ninguno de su ejército; y luego Cortés envió a dos soldados con tres indios principales de aquel pueblo para que se lo mostrasen y tanteasen el río y ciénagas, y viesen de qué manera podríamos pasar, y que trajesen buena relación dellos; y llamábanse los soldados que envió, Martín García, y era valenciano y alguacil de nuestro ejército, y el otro se decía Pedro de Ribera; y el Martín García, que era a quien más se lo encomendó Cortés, vio los ríos, y con unas canoas chicas que tenían en el mismo río lo vio, y miró que con hacer puentes podría pasar, y no curó de ver las malas ciénagas que estaban una legua adelante; y volvió a Cortés y le dijo que con hacer puentes podrían pasar, creyendo que las ciénagas no eran trabajosas, como después las hallamos. Y luego Cortés me mandó a mí y a un Gonzalo Mejía, que por sobrenombre le llamamos "Rapapelo", porque era nieto de un capitán que decía andaba a robar juntamente con un Centeno, en el tiempo del rey don Juan; y mandó que fuésemos con ciertos principales de Ciguatepecad a los pueblos de Acalá, y que halagásemos a los caciques y con buenas palabras los atrajésemos para que no huyesen: porque aquella población de Acalá eran sobre veinte pueblezuelos, dellos en tierra firme y otros en unas como isletas y todo se andaba en canoas por ríos y esteros; y llevamos con nosotros los tres indios de los de Ciguatepecad por guías, y la primera noche que dormimos en el camino se nos huyeron, que no osaron ir con nosotros: porque, según después supimos, eran sus enemigos y tenían guerra unos con otros; y sin guías hubimos de ir, y con trabajos pasamos las ciénagas. Y llegados al primer pueblo de Acalá, puesto que estaban alborotados y parecían estar de guerra, con palabras amorosas y con darles unas cuentas les halagamos, y les rogamos que fuesen a Ciguatepecad a ver a Malinche y le llevasen de comer. Pareció ser que el día que llegamos a aquel pueblo no sabían nuevas ningunas de cómo había venido Cortés y que traía mucha gente, así de a caballo como mexicanos, y otro día tuvieron nueva de indios mercaderes del gran poder que traía, y los caciques mostraron más voluntad de enviar comida que cuando llegamos, y dijeron que cuando hubiese llegado a aquellos pueblos le servirían y harían lo que pudiesen en darle de comer; y en cuanto ir adonde estaba, que no querían ir, porque eran sus enemigos. Pues estando que estábamos en estas pláticas con los caciques, vinieron dos españoles con cartas de Cortés, en que me mandaba que con todo el bastimento que pudiese haber saliese de allí a tres días al camino con ello, por causa que ya le habían despoblado toda la gente de aquel pueblo donde le había dejado, y me hizo saber que venía ya camino de Acalá y que no había traído maíz ninguno ni lo hallaba, y que pusiese mucha diligencia en que los caciques no se ausentasen; y también los españoles que me trajeron las cartas me dijeron cómo Cortés había enviado el río arriba de Ciguatepecad cuatro españoles, y los tres dellos de los nuevamente venidos de Caltilla, en canoas a demandar bastimento a otros pueblos que decían que estaban allí cerca, y que no habían vuelto y que creían que los habían muerto, y saltó verdad. Volvamos a Cortés, que comenzó de caminar, y en dos días llegó al gran río que ya otras veces he dicho, y luego puso mucha diligencia en hacer una puente, y fue con tanto trabajo y con maderos gruesos y grandes, que, después de hecha, se admiraron los indios de Acalá del haber de tal manera puesto los maderos, y estúvose en hacer cuatro días; y como salió Cortés del pueblo ya otras veces por mí nombrado con todos sus soldados, no traían maíz ni bastimento, y con los cuatro días que estuvimos en aquel pueblo, y Cortés en hacer la puente, pasaron muy gran hambre e trabajo, e lo peor de todo, que no sabían si adelante tendrían maíz o si estaba de paz aquella provincia; aunque algunos soldados viejos se remediaban con cortar árboles muy altos que parecen palmas, que tienen por fruta unas al parecer de nueces muy encarceladas, y aquellas asaban y quebraban y comían. Dejemos de hablar en esta hambre, y diré cómo la misma noche que acabaron de hacer la puente llegué yo con mis tres compañeros y con ciento y treinta cargas de maíz y ochenta gallinas y miel y frisoles y sal, y otras frutas, y como llegué de noche ya que oscurecía, estaban todos los más soldados aguardando el bastimento, porque ya sabían que yo había ido a lo traer; y Cortés les decía a los capitanes y soldados que tenían esperanza en Dios que presto tendrían todos de comer, pues que yo había ido a Acalá para traerlo, si no me habían muerto los indios, como mataron a los otros cuatro españoles que envió a buscar comida. Y volviendo a nuestra materia: así como llegué con el maíz y bastimento a la puente, como era de noche, cargaron todos los soldados dello y lo tomaron todo, que no dejaron a Cortés ni a ningún capitán ni a Sandoval cosa ninguna, con dar voces: "Dejadlo, que es para el capitán Cortés"; y asimismo su mayordomo Carranza, que así se llamaba, y el despensero Guinea daban voces y se abrazaban con el maíz, que les dejasen siquiera una carga; y como era de noche, decíanle los soldados: "Buenos puercos habéis comido vosotros y Cortés, y nos habéis visto morir de hambre y no nos dabáis nada dellos"; y no curaban de cosa que les decían, sino que todo se lo apañaban. Pues como Cortés supo que se lo habían tomado y que no le dejaron cosa ninguna, renegaba de la paciencia y pateaba; y estaba tan enojado, que decía que quería hacer pesquisas y castigar a quien se lo tomó, y dijeron lo de los puercos que comió. Y como vio y consideró que el enojo era por demás y dar voces en desierto, me mandó llamar a mí, y muy enojado me dijo que cómo puse tal cobro en el bastimento. Yo le dije que procurara su merced de enviar adelante guardas para ello, y aunque él en persona estuviera guardándolo, se lo tomaran, porque le guarde Dios de la hambre, que no tiene ley; y como vio que no había remedio ninguno, y que tenía mucha necesidad, me halagó con palabras melosas, estando delante el capitán Gonzalo de Sandoval, y me dijo: "Oh señor hermano Bernal Díaz del Castillo, por amor de mí, que si dejasteis algo escondido en el camino, que partáis conmigo, que bien creído tengo de vuestra diligencia que traeríais para vos y para vuestro amigo Sandoval." Y como vi sus palabras y de la manera que lo dijo, hube lástima de él; y también Sandoval me dijo: "Pues yo, juro a tal, tampoco tengo un puño de maíz de que tostar y hacer zacalote"; y entonces concerté y dije que conviene que esta noche al cuarto de a modorra, después que esté reposado el real, vamos por doce cargas de maíz y veinte gallinas y tres jarros de miel, y frisoles y sal, y dos indias para hacer pan, que me dieron en aquellos pueblos para mí, y hemos de venir de noche, que nos lo arrebatarán en el camino los soldados, y esto hemos de partir entre vuestra merced y Sandoval y yo e mi gente; y el se holgó en el alma y me abrazó; y Sandoval dijo que quería ir aquella noche conmigo por el bastimento, y lo trajimos, con que pasaron aquella hambre, y también le di una de las dos indias a Sandoval. He traído aquí esto a la memoria para que vean en cuánto trabajo se ponen los capitanes en tierras nuevas; que a Cortés, que era muy temido, no le dejaron maíz que comer, y que el capitán Sandoval no quiso fiar de otro la parte que le había de caber, que él mismo fue conmigo por ello, teniendo muchos soldados que pudiera enviar. Dejemos de contar del gran trabajo del hacer de la puente y de la hambre pasada, y diré cómo obra de una legua adelante dimos en las ciénagas muy malas, y eran de tal manera, que no aprovechaba poner maderos ni ramos ni hacer otra manera de remedios para poder pasar los caballos, que atollaban todo el cuerpo sumido en las grandes ciénagas, que creímos no escapar ninguno dellos, sino que todos quedarían allí muertos; y todavía porfiamos de ir adelante, porque estaba obra de medio tiro de ballesta tierra firme y buen camino, y como iban los caballos con tanto trabajo y se hizo un callejón por la ciénaga de lodo y agua; que pasaron sin tanto riesgo de se quedar muertos, puesto que iban a veces medio a nado entre aquella ciénaga y el agua; pues ya llegados en tierra firme, dimos gracias a Dios por ello, y luego Cortés me mandó que con brevedad volviese a Acalá y que pusiese gran recaudo en los caciques que estuviesen de paz, y que luego enviase al camino bastimento; y así lo hice, que el mismo día que llegué a Acalá de noche envié tres españoles que iban conmigo con más de cien indios cargados de maíz e otras cosas; y cuando Cortés me envió por ello, dije que mirase que él en persona lo aguardase, no lo tomasen como la otra vez; y así lo hizo, que se adelantó con Sandoval y Luis Marín, y lo hubieron todo y lo repartieron; y otro día, a obra de mediodía llegaron a Acalá, y los caciques le fueron a dar el bien venido y le llevaron bastimento; y dejarlo he aquí, y diré lo que más pasó.
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De en lo que Cortés entendió después de llegado a Acalá, y cómo en otro pueblo más adelante, sujeto al mismo Acalá, mandó ahorcar a Guatemuz, que era gran cacique de México, y a otro cacique que era señor de Tacuba, y la causa por qué; y otras cosas que entonces pasaron Desque Cortés hubo llegado a Güeyacalá, que así se llamaba, y los caciques de aquel pueblo le vinieron de paz, y les habló con doña Marina, la lengua, de tal manera que al parecer se holgaban, y Cortés les daba cosas de Castilla, y trajeron maíz y bastimento, y luego mandó llamar todos los caciques, y se informó dellos del camino que habíamos de llevar, y les preguntó que si sabían de otros hombres como nosotros con barbas y caballos, y si habían visto navíos ir por la mar; y dijeron que ocho jornadas de allí había muchos hombres con barbas y mujeres de Castilla y caballos, y tres acales (que en su lengua acales llaman a los navíos); de la cual nueva se holgó Cortés de saber; y preguntando por los pueblos y camino por donde habíamos de ir, todo se lo trajeron figurando en unas mantas, y aun los ríos y ciénagas y atolladeros; y les rogó que en los ríos pusiesen puentes y llevasen canoas, pues tenía mucha gente y eran grandes poblaciones; y los caciques dijeron que, puesto que eran sobre veinte pueblos, que no les quería obedecer todos los más dellos, en especial unos que estaban entre unos ríos, y que era necesario que luego enviase de sus teules, que así nos llamaban a los soldados, a les hacer traer maíz y otras cosas, y que les mandase que los obedeciesen, pues que eran sus sujetos. Y como aquello entendió Cortés, luego mandó a un Diego de Mazariegos, primo del tesorero Alonso de Estrada, que quedaba por gobernador en México, que porque viese y conociese que Cortés tenía mucha cuenta de su persona, que le hacía honra de enviarle por capitán a aquellos pueblos y a otros comarcanos; cuando le envió secretamente le dijo que porque él no entendía muy bien las cosas de la tierra, por ser nuevamente venido de Castilla, y no tenía tanta experiencia por ser en cosa de indios, que me llevase a mí en su compañía, y lo que yo le aconsejase no saliese dello; y así lo hizo, y no quisiera escribir esto en esta relación, porque no pareciese que me jactanciaba dello; y no lo escribiera, sino porque fue público en todo el real, y aun después lo vi escrito de molde en unas cartas y relaciones que Cortés escribió a su majestad, haciéndole saber todo lo que pasaba y del viaje de Honduras, y por esta causa lo escribo. Volvamos a nuestra materia. Fuimos con el Mazariego hasta ochenta soldados en canoas que nos dieron los caciques, y cuando hubimos llegado a las poblaciones, todos de buena voluntad nos dieron de lo que tenían, y trajimos sobre cien canoas de maíz e bastimento y gallinas y miel y sal, y diez indias que tenían por esclavas, y vinieron los caciques a ver a Cortés; de manera que todo el real tuvo muy bien que comer, y dende a cuatro días se huyeron todos los más caciques, que no quedaron sino tres guías, con los cuales fuimos nuestro camino y pasamos dos ríos, y el uno en puentes, que luego se quebraron al pasar, y el otro en barcas, y fuimos a otro pueblo sujeto al mismo Acalá, y estaba ya despoblado, y allí buscamos comida y maíz que tenían escondido por los montes. Dejemos de contar nuestros trabajos y caminos, y digamos cómo Guatemuz, gran cacique de México, y otros principales mexicanos que iban con nosotros, habían puesto en plática, o lo ordenaban, de nos matar a todos y volverse a México, y llegados a su ciudad, juntar sus grandes poderes y dar guerra a los que en México quedaban, y tornarse a levantar; y quien lo descubrió a Cortés fueron dos grandes caciques mexicanos, que se decían Tapia y Juan Velázquez; este Juan Velázquez fue capitán general de Guatemuz cuando nos dieron guerra en México. Y como Cortés lo alcanzó a saber, hizo informaciones sobre ello, no solamente de los dos que lo descubrieron, sino de otros caciques que eran en ello; y lo que confesaron era que, como nos veían ir por el camino descuidados y descontentos, y que muchos soldados habían adolecido, y que siempre nos faltaba la comida, y que ya se habían muerto de hambre cuatro chirimías y el volteador y otros cinco soldados, y también se habían vuelto otros tres soldados camino de México, y se iban a su aventura por los caminos por donde habían venido, y que más querían morir que ir adelante; que sería bien que cuando pasásemos algún río o ciénaga dar en nosotros, porque eran los mexicanos sobre tres mil y traían sus armas y lanzas, y algunos con espadas. El Guatemuz confesó que así era como lo habían dicho los demás; empero que no salió de él aquel concierto, y que no sabía si todos fueron en ello o se efectuaría, y que nunca tuvo pensamiento de salir con ello, sino solamente la plática que sobre ello hubo; y el cacique de Tacuba dijo que entre él y Guatemuz habían dicho que valía más morir de una vez que morir cada día en el camino, viendo la gran hambre que pasaban sus macechuales y parientes. Y sin haber más probanzas, Cortés mandó ahorcar al Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo, y antes que los ahorcasen, los frailes franciscos fueron esforzandolos y encomendando a Dios con la lengua doña Marina; y cuando le ahorcaron dijo el Guatemuz: "¡Oh capitán Malinche! Días habla que yo tenía entendido e había conocido tus falsas palabras, que esta muerte me habías de dar, pues yo no me la di cuando te entregaste en mi ciudad de México; ¿por qué me matas sin justicia? Dios te lo demande." El señor de Tacuba dijo que daba por bien empleada su muerte por morir junto con su señor Guatemuz. Y antes que los ahorcasen los fueron confesando los frailes franciscos con la lengua de doña Marina; e yo tuve gran lástima del Guatemuz y de su primo, por haberles conocido tan grandes señores, y aun ellos me hacían honra en el camino en cosas que se me ofrecían, especial en darme algunos indios para traer yerba para mi caballo. Y fue esta muerte que les dieron muy injustamente dada, y pareció mal a todos los que íbamos aquella jornada. Volvamos a ir nuestro camino con gran concierto, por temor que los mexicanos, viendo ahorcar ;a su señor, no se alzasen; mas traían tanta mala ventura de hambre y dolencia, que no se les acordaba dello; y después que los hubieron ahorcado, según dicho tengo, luego fuimos camino de otro pueblezuelo, y antes de entrar en él pasamos un río bien hondable en barcas, y hallamos el pueblo sin gente, que aquel día se habían ido, e buscamos de comer por las estancias, e hallamos ocho indios que eran sacerdotes de ídolos, y de buena voluntad se vinieron a su pueblo con nosotros; e Cortés les habló con doña Marina para que llamasen sus vecinos, y que no hubiesen miedo y que trajesen de comer; y ellos dijeron a Cortés que le rogaban que mandase que no les llegasen a unos ídolos que estaban junto a la casa donde Cortés posaba, e que le traerían comida y harían lo que pudiesen; y Cortés dijo que él haría lo que decían, e que no llegarían a cosa ninguna; mas que para qué querían aquellas cosas de ídolos, que son de barro y de maderos viejos, y que eran cosas malas, que les engañaban; y tales cosas les predicó con los frailes y doña Marina, que respondieron a lo que les decían muy bien: que los dejarían; y trajeron veinte cargas de maíz y unas gallinas; y Cortés se informó dellos que si sabían qué tantos soles de allí había hombres con barbas como nosotros, y caballos; y dijeron que siete soles, que se decía el pueblo donde estaban los de a caballo Nito, y que ellos irían por guías hasta otro pueblo, y que habíamos de dormir una noche en despoblado antes de llegar a él; y Cortés les mandó hacer una cruz en un árbol muy grande, que se dice ceiba, que está junto a las casas adonde tenían los ídolos. También quiero decir que, como Cortés andaba mal dispuesto, y aun muy pensativo y descontento del trabajoso camino que llevábamos, e como había mandado ahorcar a Guatemuz e a su primo el señor Tacuba sin tener justicia para ello, e había cada día hambre, e que adolecían españoles e morían muchos mexicanos, pareció ser que de noche no reposaba de pensar en ello, y salíase de la cama donde dormía a pasear en una sala adonde había ídolos, que era aposento principal de aquel pueblezuelo, adonde tenía otros ídolos, y descuidóse y cayó más de dos estados abajo y se descalabró la cabeza, y calló, que no dijo cosa buena ni mala sobre ello, salvo curarse la descalabradura, y todo se lo pasaba y sufría. E otro día muy de mañana proseguimos a caminar con nuestras guías, y sin acontecer cosa que de contar sea, fuimos a dormir cabe un estero y cerca de unos montes muy altos; e otro día fuimos por nuestro camino, e a hora de misa mayor llegamos a un pueblo nuevo, y en aquel día se había despoblado y metido en unas ciénagas, y eran nuevamente hechas las casas y de pocos días, y tenían en el pueblo hechas albarradas de maderos gruesos, y todo cercado de otros maderos muy recios, y hechas cavas hondas antes de la entrada en él, y dentro dos cercas, la una como barbacana, y con sus cubos y troneras; y tenían a otra parte por cerca unas penas muy altas, llenas de piedras hechizas a mano, con grandes mamparos; y por otra parte una gran ciénaga, que era fortaleza. Pues desque hubimos entrado en las casas hallamos tantos gallos de papada y gallinas cocidas, como los indios las comen, con sus ajíes y pan de maíz, que se dice entre ellos tamales, que por una parte nos admirábamos de cosa tan nueva, y por otra nos alegrábamos con la mucha comida, y nos dio que pensar en tan nuevo caso; y también hallamos una gran casa llena de lanzas chicas y arcos y flechas, y buscamos por los rededores de aquel pueblo si había amizales y gente, y no había ninguna, ni aun grano de maíz. Estando desta manera, vinieron hasta quince indios que salieron de las ciénagas, que eran principales de aquel pueblo, y pusieron las manos en el suelo y besaron la tierra, y dicen a Cortés medio llorando que le piden por merced que aquel pueblo ni cosa alguna no se la quemen, porque son nuevamente venidos allí a hacerse fuertes por causa de sus enemigos, que me parece que dijeron que se decían lacandones, porque les han quemado y destruido dos pueblos en tierra llana, adonde vivían, y les han robado y muerto mucha gente; los cuales pueblos habíamos de ver abrasados adelante por el camino adonde habíamos de ir, que están en tierra muy llana; y allí dieron cuenta cómo y de qué manera les daban guerra, y la causa por qué eran sus enemistades; e Cortés les preguntó que cómo tenían tanto gallo y gallinas a, cocer; y dijeron que por horas aguardaban a sus enemigos, que les habían de venir a dar guerra, e que si les vencían, que les había de tomar sus haciendas y gallos y llevarles cautivos; que porque no lo hubiesen ni gozasen se lo querían antes comer; y que si ellos les desbarataban a los enemigos, que irían a sus pueblos y les tomarían sus haciendas; y Cortés dijo que le pesaba dello y de su guerra, y por ir de camino no lo podía remediar. Llamábase aquel pueblo, y otras grandes poblaciones por donde otro día pasamos, los mazatecas, que quiere decir en su lengua los pueblos o tierras de venados; y tuvieron razón de ponerles aquel nombre, por lo que adelante diré. Y desde allí fueron con nosotros dos indios dellos, y nos fueron mostrando sus poblaciones quemadas, y dieron relación a Cortés cómo estaban los españoles adelante. Y dejarlo he aquí, y diré cómo otro día salimos de aquel pueblo, y lo que más hubo en el camino.
contexto
Cómo seguimos nuestro viaje, y lo que en ello nos avino Como salimos del "pueblo cercado", que así le llamábamos de allí adelante, entramos en bueno y llano camino, y todo sabanas y sin árboles, y hacía un sol tan caluroso y recio, que otro mayor resestero no habíamos tenido en el camino. E yendo por aquellos campos rasos, había tantos de venados y corrían tan poco, que luego los alcanzábamos a caballo, por poco que corríamos tras ellos, y se mataron sobre veinte; y preguntando a las guías que llevábamos que cómo corrían tan poco aquellos venados, y no se espantaban de los caballos ni de otra cosa ninguna, dijeron que en aquellos pueblos, que ya he dicho que se decían los mazatecas, que los tienen por sus dioses: porque les ha aparecido en su figura, y que les mandó su ídolo que no les maten ni espanten, y que así lo han hecho, y que a esta causa no huyen, y en aquella caza, a un pariente de Cortés, que se decía Palacios Rubios, se le murió un caballo porque se le derritió la manteca en el cuerpo con el gran calor y corrió mucho. Dejemos la caza, y digamos que luego llegamos a las poblaciones quemadas, que era mancilla verlo todo destruido e quemado. E yendo por nuestras jornadas, como Cortés siempre enviaba adelante corredores del campo a caballo y sueltos peones, alcanzaron dos indios naturales de otro pueblo que estaba adelante, por donde habíamos de ir, que venían de caza y cargados de un gran león y muchas iguanas, que son de hechura de sierpes chicas: que en estas partes así las llaman, iguanas, que son muy buenas de comer; y les preguntaron que si estaba cerca su pueblo, y dijeron que sí y que ellos guiarían hasta el pueblo, y estaba en una isleta cercada de agua dulce, que no podíamos pasar por la parte que íbamos sino en canoas, y rodeamos poco más de media legua; y tenían paso, que daba el agua hasta la cinta, y hallámosle poblado con la mitad de los vecinos, porque los demás se habían dado buena prisa a esconder con sus haciendas entre unos carrizales, donde tenían cerca sus sementeras, donde durmieron muchos de nuestros soldados que se quedaron en los maizales, y tuvieron bien de cenar y se abastecieron para otros días; y llevamos guías hasta otro pueblo, que estuvimos en llegar a él dos días, y hallamos en el pueblo un gran lago de agua dulce, y tan lleno de pescados grandes, que parecían como sábalos, muy desabridos, que tienen muchas espinas, y con unas mantas viejas y con redes rotas que hallamos en aquel pueblo, porque ya estaba despoblado, se pescaron todos los peces que había en el agua, que eran más de mil; y allí buscamos guías, las cuales se tomaron en unas labranzas; y de que Cortés les hubo hablado con doña Marina que nos encaminasen a los pueblos adonde había hombres con barbas y caballos, se alegraron cómo no les hacíamos mal ninguno; y dijeron que ellos nos mostrarían el camino de buena voluntad, que de antes creían que los queríamos matar; y fueron cinco dellos con nosotros por un camino bien ancho, y mientras más adelante íbamos se iba enangostando, a causa de un gran río y estero que allí cerca estaba, que parece ser en él se embarcaban y desembarcaban en canoas, e iban por agua al pueblo donde habíamos de ir, que se dice Tayasal, el cual está en una isleta cercada de agua, e si no es en canoas, no pueden entrar en él por tierra, y blanqueaban las casas y adoratorios de más de dos leguas que se parecían, y era cabecera de otros pueblos chicos que allí cerca están. Volvamos a nuestra relación: que como vimos que el camino ancho que de antes traíamos se había vuelto en vereda muy angosta, bien entendimos que por el estero se mandaban, e así nos lo dijeron las guías que traíamos; acordamos de dormir cerca de unos altos montes, y aquella noche fueron cuatro capitanías de soldados por las veredas que salían al estero, a tomar gulas, y quiso Dios que se tomaron dos canoas con diez indios y dos mujeres, y traían las canoas cargadas con maíz y sal, y luego los llevaron a Cortés, y les halagó y habló muy amorosamente con la lengua doña Marina, y dijeron que eran naturales del pueblo que estaba en la isleta, y que estaría de allí, a lo que señalaban, obra de cuatro leguas; y luego Cortés mandó que se quedase con nosotros la mayor canoa y cuatro indios y las dos mujeres, y la otra canoa envió al pueblo con seis indios y dos españoles, a rogar al cacique que traiga canoas al pasar del río, y que no se le haría ningún enojo, y le envió unas cuentas de Castilla, y luego fuimos nuestro camino por tierra hasta el gran río, y la una canoa fue por el estero hasta llegar al río; e ya estaba el cacique con otros muchos principales aguardando al pasaje con cinco canoas, y trajeron cinco gallinas y maíz y Cortés les mostró gran voluntad; y después de muchos buenos razonamientos que hubo de los caciques a Cortés, acordó de ir con ellos a su pueblo en aquellas canoas, y llevó consigo treinta ballesteros; y llegado a las casas, le dieron de comer y poco oro bajo y de poca valía, y unas mantas, y le dijeron que había españoles así como nosotros en dos pueblos, que el un ya he dicho que se decía Nito, que es el San Gil de Buena-Vista, junto al Golfo-Dulce; y ahora le dan nuevas que hay otros muchos españoles en Naco, y que habrá del un pueblo al otro diez días de camino, y que el Nito es en la costa del norte y el Naco en la tierra adentro; y Cortés nos dijo que por ventura el Cristóbal de Olí había repartido su gente en dos villas; que entonces no sabíamos de los de Gil González de Ávila, que pobló a San Gil de Buena-Vista. Volvamos a nuestro viaje, que todos pasamos aquel gran río en canoas, y dormimos obra de dos leguas de allí, y no anduvimos más porque aguardamos a Cortés que viniese del pueblo, y como vino, mandó que dejásemos en aquel pueblo un caballo morcillo, que estaba malo de la caza de los venados, y se le había derretido el unto en el cuerpo y no se podía tener; y en este pueblo se huyó un negro y dos indias naborías, y se quedaron tres españoles, que no se echaron menos hasta de ahí a tres días; que más querían quedar entre enemigos que venir con tanto trabajo con nosotros. Este día estuve yo muy malo de calenturas y del gran sol que se me había entrado en la cabeza, porque ya he dicho otra vez que entonces hacía recio sol: y bien se pareció, porque luego comenzó a llover tan recias aguas que en tres días con sus noches no dejó de llover y no nos paramos en el camino, porque aunque quisiéramos aguardar que hiciera buen tiempo, no teníamos bastimento de, maíz, y por temor no faltase íbamos caminando. Volvamos a nuestra relación: que desde a dos días dimos en una sierrezuela de unas piedras que cortaban como navajas; y puesto que fueron nuestros soldados a buscar otros caminos (para dejar aquella sierra de los pedernales) más de una legua a una parte e a otra no hallaron otro camino, sino pasar por el que íbamos; e hicieron tanto daño aquellas piedras a los caballos, que como llovía resbalaban y caían, y cortábanse piernas y brazos y aun en los cuerpos, y mientras más abajábamos, peor era, porque ya era la bajada de la sierrezuela; allí se nos quedaron ocho caballos muertos, y los más que escaparon desjarretados; y se le quebró una pierna a un soldado que se decía Palacios Rubio, deudo de Cortés; y cuando nos vimos fuera de la sierra "de los Pedernales", que así la llamábamos desde allí adelante, dimos muchas gracias y loores a Dios. Pues ya que llegábamos cerca de un pueblo que se dice Taica, íbamos gozosos creyendo hallar bastimentos, y antes de llegar a él venía un río de una sierra entre grandes peñascos y derrumbaderos, y como había llovido tres días y tres noches, venía tan furioso y con tanto ruido, que bien se oía a dos leguas, por caer entre grandes peñas; y demás desto, venía muy hondo, y pasarle era por demás, y acordamos de hacer una puente desde unas peñas a otras, y tanta priesa nos dimos en tenerla hecha, con árboles muy gruesos, que en tres días comenzamos a pasar para ir al pueblo; y como estuvimos allí los tres días haciendo la puente, los indios naturales del pueblo tuvieron lugar de esconder el maíz y todo el bastimento y ponerse en cobro, que no los podíamos hallar en todos los rededores; y con la hambre, que ya nos aquejaba, estábamos todos como atónitos, pensando en la comida e trabajos. Yo digo que verdaderamente nunca había sentido tanto dolor en mi corazón como entonces, viendo que no tenía de comer ni qué dar a mi gente, y estar con calenturas, puesto que con diligencia lo buscábamos más de dos leguas del pueblo en todos los rededores; y esto era víspera de pascua de la resurrección de nuestro salvador Jesucristo. Miren los lectores qué pascua podíamos tener sin comer, que con maíz fuéramos muy contentos. Pues como aquesto vio Cortés, luego envió de sus criados y mozos de espuelas, con las guías, a buscar por los montes y barrancas maíz; el primer día de pascua trajeron obra de una hanega; y como vio la gran necesidad, mandó llamar a ciertos soldados, todos los más vecinos de Guazacualco, y entre ellos me nombró a mí, y nos dijo que nos rogaba mucho que trastornásemos toda la tierra y buscásemos de comer; que ya veíamos en qué estado estaba todo el real; y en aquella sazón estaba delante de Cortés, cuando nos los mandaba, Pedro de Ircio, que hablaba mucho, y dijo que le suplicaba que le enviase por nuestro capitán, y le dijo Cortés: "Id en buena hora"; y como aquello yo entendí, y sabía que Pedro de Ircio no podía andar a pie, y nos había de estorbar antes que ayudar, secretamente dije a Cortés y al capitán Sandoval que no fuese Pedro de Ircio, que no podía andar por los Iodos y ciénagas con nosotros, porque era paticorto y no era para ello, sino para mucho hablar, y que no era para ir a entradas; que se pararía o sentaría en el camino de rato en rato. Y luego mandó Cortés que se quedase, y fuimos cinco soldados con dos guías por unos ríos bien hondos, y después de pasados los ríos, dimos en unas ciénagas, y luego en unas estancias, donde estaba recogida toda la mayor parte de gente de aquel pueblo, y hallamos cuatro casas llenas de maíz y muchos frisoles y sobre treinta gallinas, y melones de la tierra, que se dicen en estas tierras ayotes, y apañamos cuatro indios y tres mujeres, y tuvimos buena pascua, y esa noche llegaron a aquellas estancias sobre mil mexicanos que mandó Cortés que fuesen tras nosotros y nos siguiesen porque tuviesen de comer; y todos muy alegres cargamos a los mexicanos todo el maíz que pudieron llevar, y que Cortés lo repartiese, y también le enviamos veinte gallinas para Cortés y Sandoval, y los indios y las indias, y quedamos aguardando dos casas de maíz, no las quemasen o llevasen de noche los naturales del pueblo; y luego otro día pasamos más adelante con otras guías, y topamos otras estancias, y había maíz y gallinas, y otras cosas de legumbres, y luego hice tinta, y en un cuero de atambor escribí a Cortés que enviase muchos indios, porque había hallado otras estancias con maíz; y como le envié las indias y los indios y lo por mí dicho, y lo supieron en todo el real, otro día vinieron sobre treinta soldados y más de quinientos indios, y todos llevaron recaudo, y desta manera, gracias a Dios, se proveyó el real; y estuvimos en aquel pueblo cinco días, y ya he dicho que se dice Taica. Dejemos desto, y quiero decir que, como hicimos esta puente, y en todos los caminos hicimos las grandes puentes, y después que aquellas tierras y provincias estuvieron de paz, los españoles que por aquellos caminos estaban y pasaban, y hallaban algunas de las puentes sin se haber deshecho al cabo de muchos años, y los grandes árboles que en ellas poníamos, se admiran dello, y suelen decir ahora. "Aquí son las puentes de Cortés"; como si dijesen, las columnas de Hércules. Dejémonos destas memorias, pues no hacen a nuestro caso, y digamos cómo fuimos por nuestro camino a otro pueblo que se dice Tania, y estuvimos en llegar a él dos días, y hallámosle despoblado y buscamos de comer, y hallamos maíz e otras legumbres, mas no muy abastado; y fuimos por los rededores de él a buscar camino, y no le hallábamos, sino todos ríos y arroyos, y las guías que habíamos traído del pueblo que dejamos atrás se huyeron una noche a ciertos soldados que las guardaban, que eran de los recién venidos de Castilla, que pareció ser se durmieron; y de que Cortés lo supo, quiso castigar a los soldados por ello, y por ruegos los dejó, y entonces envió a buscar guías y camino, y era por demás hallarlo por tierra enjuta, porque todo el pueblo estaba cercado de ríos y arroyos, y no se podían tomar ningunos indios ni indias; y demás desto, llovía a la continua, y no nos podíamos valer de tanta agua, y Cortés y todos nosotros estaban espantados y penosos de no saber ni hallar camino por donde ir, y entonces muy enojado dijo Cortés a Pedro de Ircio y a otros capitanes, que eran de los de México: "Ahora querría yo que hubiese quien dijese que quería ir a buscar guías o camino, y no dejarlo todo a los vecinos de Guazacualco"; y Pedro de Ircio, como oyó aquellas palabras, se apercibió con seis soldados, sus conocidos y amigos, y fue por una parte, y un Francisco Marmolejo, que era persona de calidad, con otros seis soldados, por otra parte, y un Santa Cruz, burgalés, regidor que fue de México, fue por otra con otros soldados; y anduvieron todos tres días, y puesto que fueron a una parte y a otra, no hallaron camino ni guías, sino todo agua y arroyos y ríos y cuando hubieron venido sin recaudo ninguno, quería reventar Cortés de enojo, y dijo al Sandoval que me dijese a mí el gran trabajo en que estábamos, y que me rogase de su parte que fuese a buscar guías y camino; y esto lo dijo con palabras amorosas y a manera de ruegos, por causa que supo cierto que yo estaba malo, como dicho tengo, que aún tenía calenturas, y aun me habían apercibido antes que a Sandoval, me hablase para ir con Francisco Marmolejo, que era mi amigo, y dije que no podía ir por estar malo y cansado, que siempre me daban a mí el trabajo, y que enviasen a otro; y luego vino Sandoval otra vez a mi rancho, y me dijo por ruegos que fuese con otros dos compañeros, los que yo escogiese, porque decía Cortés que, después de Dios, en mi tenía confianza que traería recaudo; y puesto que yo estaba malo, no le pude perder vergüenza, y demandé que fuese conmigo un Hernando de Aguilar y un Hinojosa, hombres que sabía que eran de sufrir trabajo; y salimos, y fuimos por unos arroyos abajo, y fuera de los arroyos, en el monte había unas señales de ramas cortadas, y seguimos aquel rastro más de una legua, y luego salimos del arroyo, y dimos en unos ranchos pequeños, despoblados de aquel día, y seguimos el mismo rastro, y desde lejos en una cuesta vimos unos maizales y una casa, y sentimos gente en ella; y como era ya puesta del sol, estuvimos en el monte hasta buen rato de la noche, que nos pareció que debían de dormir los moradores de aquellas milpas, y muy callando dimos presto en la casa y prendimos tres indios y dos mujeres mozas, y hermosas para ser indias, y una vieja, y tenían dos gallinas y un poco de maíz y trajimos el maíz y gallinas con los indios e indias, y muy alegres volvimos al real; y cuando Sandoval lo supo, que fue el primero, que estaba aguardando en el camino sobre tarde, de gozo no podía caber, y fuimos delante de Cortés, que lo tuvo en más que si le dieran otra buena cosa. Entonces dijo Sandoval a Pedro de Ircio: si tuvo Bernal Díaz del Castillo razón el otro día cuando fue a buscar maíz, en decir que no quería ir sino con hombres sueltos, y no con quien vaya todo el camino muy de espacio, contando lo que le acaeció al conde de Urueña y a don Pedro Girón, su hijo (porque estos cuentos decía el Pedro de Ircio muchas veces); no tenéis razón de decir que él os revolvía con el señor capitán e conmigo; e todos se rieron dello; y esto dijo el Sandoval porque el Pedro de Ircio estaba mal conmigo. Y luego Cortés me dio las gracias por ello y dijo: "Siempre tuve que había de traer recaudo e yo os empeño estas, y fueron sus barbas, que yo tenga cuenta con vuestra persona." Quiero dejar destas alabanzas, pues son vaciadizas, que no traen provecho ninguno; que otros las dijeron en México cuando contaban deste trabajoso viaje. Volvamos a decir que Cortés se informó de las guías y de las dos mujeres, y todos conformaron que por un río abajo habíamos de ir a un pueblo que está de allí dos días de camino: el nombre del pueblo se decía Ocolizte, que era de más de doscientas casas, y estaba despoblado de pocos días pasados; e yendo por nuestro río abajo, topamos unos grandes ranchos, que eran de indios mercaderes, donde hacían jornada, y allí dormimos; y otro día entramos en el mismo río y arroyo, y fuimos obra de media legua por él, y dimos en buen camino, y a aquel pueblo de Ocolizte llegamos aquel día, y había mucho maíz y legumbres, y en una casa de adoratorios de ídolos se halló un bonete viejo colorado y un alpargate ofrecido a los ídolos; y ciertos soldados que fueron por las barrancas trajeron a Cortés dos indios viejos y cuatro indias que se tomaron en los maizales de aquel pueblo, y Cortés les preguntó, con nuestra lengua doña Marina, por el camino, y qué tanto estaban de allí los españoles, y dijeron que dos días, y que no había poblado ninguno hasta allá, y que tenían las casas junto a la costa de la mar; y luego incontinenti mandó Cortés a Sandoval que fuese a pie con otros seis soldados, y que saliese a la mar, y que de una manera o de otra procurase saber e inquirir si eran muchos españoles los que allí estaban poblados con Cristóbal de Olí, porque en aquella sazón no creíamos que hubiese otro capitán en aquella tierra; y esto quería saber Cortés para que diésemos sobre Cristóbal de Olí de noche si allí estuviese, o prenderle a él o a sus soldados; y el Gonzalo de Sandoval fue con los seis soldados, y tres indios por guías, que para ello llevaba, de aquel pueblo de Ocolizte; e yendo por la costa del norte, vio que venía por la mar una canoa a remo y a la vela, y se escondió de día en un monte, porque vieron venir la canoa con los indios mercaderes, y venía costa a costa, y traían del Golfo-Dulce, y de noche la tomaron en un ancón que era puerto de canoas, y en la misma canoa se metió el Sandoval con dos compañeros y con los indios remeros que traía la misma canoa y con las tres guías, y se fue costa a costa, y los demás soldados se fueron por tierra, porque supo que estaba cerca el río grande, y llegados que hubieron cerca del río grande, quiso la ventura que habían venido aquella mañana cuatro vecinos de la villa, que estaba poblada, y un indio de Cuba, de los de Gil González de Ávila, en una canoa, y pasaron de la parte del río a buscar una fruta que llaman zapotes para comer asados, porque en la villa donde estaban, pasaban mucha hambre y estaban todos los más dolientes, y no osaban salir a buscar bastimentos a los pueblos, porque les habían dado guerra los indios cercanos y muertos diez soldados después que los dejó allí Gil González de Ávila. Pues estando derrocando los de Gil González los zapotes del árbol, y estaban encima del árbol los dos hombres, cuando vieron venir la canoa por la mar, en que venía el Gonzalo de Sandoval; y sus compañeros se espantaron y admiraron de cosa tan nueva, y no sabían si huir, si esperar; y como llegó Sandoval a ellos les dijo que no hubiesen miedo; y así, estuvieron quedos y muy espantados; y después de bien informados el Sandoval y sus compañeros de los españoles cómo y de qué manera estaban allí poblados los de Gil González de Ávila, y de mal suceso de la armada del de las Casas, que se perdió, y cómo el Cristóbal de Olí los tuvo presos al de las Casas y al Gil González de Ávila, y cómo degollaron en Naco a Cristóbal de Olí por sentencia que dieron contra él, y cómo eran partidos para México, y supieron quién y cuántos estaban en la villa, y la gran hambre que pasaban, y cómo había pocos días que habían ahorcado en aquella villa al teniente y capitán que les dejó allí el Gil González de Ávila, que se decía Armenta, y por qué causa le ahorcaron, que fue porque no les dejaba ir a Cuba; acordó Sandoval de llevar luego aquellos hombres a Cortés, y no hacer novedad ni ir a la villa sin él, para que de sus personas fuese informado; y entonces un soldado que se decía Alonso Ortiz, vecino que después fue de una villa que se dice San Pedro, suplicó a Sandoval que le hiciese merced de darle licencia para adelantarse una hora para llevar las nuevas a Cortés y a todos los que con él estábamos, porque le diésemos albricias, y así lo hizo; de las cuales nuevas se holgó Cortés y todo nuestro real, creyendo que allí acabáramos de pasar tantos trabajos como pasábamos, y se nos doblaron mucho más según adelante diré; e a Alonso Ortiz, que llevó estas nuevas a Cortés, le dio luego un caballo muy bueno rosillo, que llamaban "Cabeza de Moro", y todos le dimos de lo que entonces teníamos; Y luego llegó el capitán Sandoval con los soldados y el indio de Cuba, y dieron relación a Cortés de todo lo por mí dicho, y de otras muchas cosas que les preguntaba, y cómo tenían en aquella villa un navío que estaban calafateando en un puerto obra de media legua de allí, el cual tenían para se embarcar todos en él e irse a Cuba, y que porque no les había dejado embarcar el teniente Armenta le ahorcaron, y también porque mandaba dar garrote a un clérigo que revolvía la villa, y alzaron por teniente a un Antonio Nieto en lugar del Armenta, que ahorcaron. Dejemos de hablar de las nuevas de los dos españoles, y digamos los lloros que en su villa se hicieron viendo que no volvían aquella noche los vecinos y el indio de Cuba, que habían ido a buscar la fruta, que creyeron que indios los habían muerto, o tigres o leones, y el uno de los vecinos era casado, y su mujer lloraba por él, y todos los vecinos, y también el clérigo, que se llamaba el bachiller hulano Velázquez; se juntaron en la iglesia, y rogaron a Dios que les ayudase y que no viniesen más males sobre ellos, y no hacía la mujer sino rogar a Dios por el ánima del marido. Volvamos a nuestra relación: que luego Cortés nos mandó a todo nuestro ejército ir camino de la mar, que sería seis leguas, y aun en el camino había un estero muy crecido y hondo, que crecía y menguaba, y estuvimos aguardando que menguase medio día, y lo pasamos a vuelapié e a nado, y llegamos al gran río de Golfo-Dulce, y el primero que quiso ir a la villa, que estaba de allí dos leguas, fue el mismo Cortés con seis soldados, sus mozos de espuelas, y fue, a las dos canoas atadas, que una era en que habían venido los soldados de Gil González a buscar zapotes, y la otra que Sandoval había tomado en la costa a los indios; que para aquel menester las habían varado en tierra y escondido en el monte para pasar en ellas, y las tornaron a echar al agua, y se ataron una con otra de manera que estaban bien fijas, y en ellas pasó Cortés y sus criados, y luego en las mismas canoas mandó que se pasasen dos caballos, y es desta manera, en las canoas remando, y los caballos del cabestro nadando junto a las canoas y con maña y no dar mucho largo al caballo, porque no trastorne la canoa; mandó que hasta que viésemos su carta o mandato que no pasásemos ninguna en las mismas canoas, por el riesgo que había en el pasaje, que Cortés se vio arrepentido de haber ido en ellas, porque venía el río con gran furia. Y dejarlo e aquí, y diré lo que más nos pasó.
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Cómo otro día después de haber llegado a aquella villa, que yo no le sé otro nombre sino San Gil de Buena-Vista, fuimos con el capitán Luis Marín hasta ochenta soldados, todos a pie, a buscar maíz y a descubrir la tierra, y lo que más Rasó diré adelante Ya he dicho que como llegamos a aquella villa que Gil González de Ávila tenía poblada, no tenían qué comer, y eran hasta cuarenta hombres y cuatro mujeres de Castilla y las dos mulatas, y todos dolientes y las colores muy amarillas; y como no teníamos qué comer nosotros ni ellos, no veíamos la hora de irlo a buscar; y Cortés mandó que saliese el capitán Luis Marín con los de Guazacualco y buscásemos maíz; y fuimos con él sobre ochenta soldados a pie hasta ver si había caminos para caballos, y llevábamos con nosotros un indio de Cuba que nos fuese guiando a unas estancias y pueblos que estaban de allí ocho leguas, donde hallamos mucho maíz e infinitos cacaguatales y frisoles y otras legumbres, donde tuvimos bien que comer, y aun enviamos a decir a Cortés que enviase todos los indios mexicanos y llevarían maíz, y le socorrimos entonces con otros indios con diez hanegas de ello, y luego enviamos por nuestros caballos; y como Cortés supo que estábamos en buena tierra, y se informó de indios mercaderes que entonces se habían prendido en el río del Golfo-Dulce, que para ir a Naco, donde degollaron a Cristóbal de Olí, era camino derecho por donde estábamos, envió a Gonzalo de Sandoval con toda la mayor parte de su ejército que nos siguiese, y que nos estuviésemos en aquellas estancias hasta ver su mandado. Y como llegó el Sandoval adonde estábamos, y vio que había abastadamente que comer, e holgó mucho, y luego envió a Cortés sobre treinta hanegas de maíz con indios mexicanos, lo cual repartió a los vecinos que en aquella villa quedaban; como estaban hambrientos y no eran acostumbrados sino a comer zapotes asados y cazabe, y como se hartaron de tortillas, con maíz que le enviamos, se les hincharon las barrigas, e como estaban dolientes, se murieron siete dellos; y estando desta manera con tanta hambre, quiso Dios que aportó allí un navío que venía cargado de las islas de Cuba con siete caballos y cuarenta puercos y ocho pipas de tasajos salados, y pan cazabe, y venían hasta quince pasajeros y ocho marineros, y cuya era toda la más cargazón de aquel navío se decía Antón de Carmona, "el Borceguero", y Cortés compró fiado todo cuanto bastimento traía, y repartió dello a los vecinos; y como estaban de antes en tanta necesidad y debilitados, y se hartaron de la carne salada, dio a muchos dellos cámaras, de que murieron catorce. Pues como vino aquel navío con la gente y marineros, parecióle a Cortés que era bien ir a ver y calar y bojar aquel tan poderoso río, si había poblaciones arriba, y qué tierra era; y luego mandó calafatear un bergantín que estaba al través, que era de los del Gil González de Ávila, y adobar un batel y hacerle como barco del descargo, y con cuatro canoas, atadas unas con otras, y con treinta soldados y los ocho hombres de la mar de los nuevamente venidos en el navío, y Cortés por su capitán, y con veinte indios mexicanos, se fue por el río, y obra de diez leguas que hubo ido el río arriba, halló una laguna muy ancha, que tenía de bojo el largor y el anchor seis leguas, y no había población ninguna alrededor della, porque todo era anegadizo; y siguiendo el río arriba, venía ya muy corriente más que de antes, y había unos saltaderos, que no podían ir con el bergantín y los bateles y las canoas, acordó de las dejar allí en el río en un remanso con seis españoles en guarda dellas, y fue por tierra por un camino angosto, y llegó a unos pueblezuelos despoblados, y luego dio en unos maizales, y de allí tomó tres indios por guías, que le llevaron a unos pueblos chicos, donde tenían mucho maíz y gallinas, y aun tenían faisanes, que en estas tierras llaman sacachules, y perdices de la tierra y palomas; y esto de tener perdices desta manera, yo lo he visto y hallado en pueblos que están en comarca destos de Golfo-Dulce, cuando fui en busca de Cortés, como adelante diré. Volvamos a nuestra relación: que allí tomó Cortés guías y pasó adelante, y fue a otros pueblezuelos que se dicen Cinacantencintle, donde tenían grandes cacaguatales y maizales y algodón, y antes que a ellos llegasen oyeron tañer atabalejos y trompetillas, haciendo fiestas y borracheras; y por no ser sentido Cortés, estuvo escondido con sus soldados en un monte; y cuando vio que era tiempo de ir a ellos, arremeten todos a una, y prendieron hasta diez indios y quince mujeres, y todos los más indios de aquel pueblo de presto se fueron a tomar sus armas, y vuelven con arcos y flechas y lanzas, y comenzaron a flechar a los nuestros, y Cortés con los suyos fue contra ellos, y acuchillaron ocho indios que eran principales; y como vieron el pleito mal parado y las mujeres tomadas, enviaron cuatro hombres viejos, y los dos eran sacerdotes de ídolos, y vinieron muy mansos a rogar a Cortés que les diese los presos, y trajeron ciertas joyezuelas de oro de poca valía; y Cortés les habló con doña Marina, que allí iba con Juan Jaramillo, su marido, porque Cortés sin ella no podía entender los indios, y les dijo que llevasen el maíz y gallinas y sal y todo el bastimento que allí les señaló; e dio a entender adónde habían quedado los bergantines y el barco y las canoas, y luego les daría los presos; y les dieron a entender en qué parte del río quedaban, y dijeron que sí harían, y que cerca de allí estaba uno como estero que salía al río; y luego hicieron balsas, y medio nadando la llevaron hasta que dieron en fondo, que pudieron nadar bien. Pues como Cortés había quedado de les dar todos los presos, pareció ser mandó Cortés que se quedasen tres mujeres con sus maridos para hacer pan y servirse de los indios, y no se las dieron; y sobre ello apellídanse todos los indios de aquel pueblo, y sobre las barrancas del río dan una buena mano de vara, flecha y piedra a Cortés y a sus soldados, de manera que hirieron a Cortés en la cara y a otros doce soldados; allí se les desbarató una balsa y se perdió la mitad de lo que traía, y se ahogó un mexicano; y en aquel río hay tantos mosquitos, que no se podían valer, y Cortés todo lo sufría, y da vuelta para su villa, que no sé cómo se la nombró, y abastécela mucho más de lo que estaba. Ya he dicho que el pueblo do llegó Cortés se decía Cinacantencintle, y me han dicho ahora que estará de Guatemala setenta leguas, y tardó Cortés en este viaje y volver a la villa veinte y seis días; y como vio que no era bien poblar allí, por no haber pueblos de indios, y como tenía mucho bastimento, así de lo que antes estaba como de lo que al presente traía, acordó de escribir a Gonzalo de Sandoval que luego se fuese a Naco, y le hizo saber todo lo aquí por mí dicho de su viaje del Golfo-Dulce, según lo tengo aquí relatado, y cómo iba a poblar a Puerto de Caballos, y que le enviase diez soldados de los de Guazacualco, que sin ellos no se hallaba en las entradas.
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Cómo Cortés se embarcó con todos los soldados que había traído en su compañía y los que había en San Gil de Buena-Vista, y fue a poblar adonde ahora llaman Puerto de Caballos, y se le puso por nombre La Natividad, y lo que en él se hizo Pues como Cortés vio que en aquel asiento que halló poblando a los de Gil González de Ávila no era bueno, acordó de se embarcar en los dos navíos y bergantín con todos cuantos en aquella villa estaban, que no quedó ninguno, y en ocho días de navegación fue a desembarcar adonde ahora llaman Puerto de Caballos, y como vio aquella bahía buena para puerto, y supo de indios que había cerca poblaciones, acordó de poblar una villa que la nombró Natividad, y puso por su teniente a un Diego de Godoy, y desde allí hizo dos entradas en la tierra adentro a unos pueblos cercanos, que ahora están despoblados; tomó lengua dellos cómo había cerca otros pueblos, abasteció la villa de maíz, y supo que estaba el pueblo de Naco, donde degollaron a Cristóbal de Olí, cerca, y escribió a Gonzalo de Sandoval, creyendo que ya había llegado y estaba de asiento en Naco, que le enviase diez soldados de los de Guazacualco, y decía en la carta que sin ellos no se hallaba en hacer entradas; y le escribió cómo quería ir desde allí al puerto de Honduras, adonde estaba poblada la villa de Trujillo, y que el Sandoval con sus soldados pacificasen aquellas tierras y poblasen una villa; la cual carta vino a poder de Sandoval estando que estábamos en las estancias por mí ya dichas, que no habíamos llegado a Naco. Y dejemos de decir de Cortés y sus entradas que hacía desde Puerto de Caballos, y de los muchos mosquitos que en ellas le picaban, así de día como de noche; que a lo que después le ola decir, tenía con ellos tan malas noches, que estaba la cabeza sin sentido, de no dormir. Pues como Gonzalo de Sandoval vio las cartas de Cortés, luego se fue desde aquellas estancias que dicho tengo, a unos pueblezuelos que se dicen Cuyoacán, que estaban de allí siete leguas, y no se pudo ir luego a Naco, como Cortés le había mandado, por no dejar atrás en los caminos muchos soldados que se habían apartado a otras estancias por tener qué comer ellos y sus caballos, y por causa que al pasar de un río muy hondo que no se podía vadear, y era camino de las estancias, y por dejar recaudo de una canoa con que pasasen los españoles que quedaban rezagados y muchos indios mexicanos que venían dolientes; y esto fue también porque de unos pueblos cercanos de las estancias, que confinaban con el río y Golfo-Dulce, venían cada día allí de guerra muchos indios de los pueblos, y porque no hiciesen algún mal recaudo y muertes de españoles y de indios mexicanos, mandó Sandoval que quedásemos a aquel paso ocho soldados, y a mí me dejó por caudillo dellos, y que tuviésemos una canoa del pasaje siempre varada en tierra, y que estuviésemos alerta si daban voces pasajeros de los que estaban en las estancias, para luego les pasar; y una noche vinieron muchos indios guerreros de los pueblos cercanos y de las estancias, creyendo que no nos velábamos; y por tomarnos la canoa dan de repente en los ranchos en que estábamos y les pusieron fuego, y no vinieron tan secreto, que ya les habíamos sentido; y nos recogimos todos ocho soldados y cuatro mexicanos de los que estaban sanos, y arremetimos a los guerreros, y a cuchilladas les hicimos volver por donde habían venido, puesto que flecharon a dos soldados y a un indio, mas no fueron mucho las heridas; y como aquello vino, fuimos tres compañeros a las estancias adonde sentíamos que habían quedado indios y españoles dolientes, que sería una legua de allí, y trajimos a un Diego de Mazariegos, ya otras veces por mí nombrado, y a otros españoles que estaban en su compañía y a indios mexicanos que estaban dolientes, y luego les pasamos el río y fuimos adonde Sandoval estaba; e yendo que íbamos nuestro camino, como un español de los que habíamos recogido en las estancias iba muy malo, y era de los nuevamente venidos de Castilla, y medio isleño, hijo de genovés, y como iba malo, y sin tener qué le dar de comer, sino tortillas y pinol, ya que llegábamos obra de media legua de donde estaba Sandoval, se murió en el camino y no tuve gente para llevar el cuerpo muerto hasta el real; y llegado donde el Sandoval estaba, le dije de nuestro viaje y del hombre que se quedó muerto, y hubo enojo conmigo porque entre todos nosotros no le trajimos a cuestas o en un caballo, y le dijimos a Sandoval que traíamos dos dolientes en cada caballo y nos veníamos a pie, y que por esta causa no se pudo traer; y un soldado que se decía Bartolomé de Villanueva, que era mi compañero, respondió al Sandoval muy soberbio que harto teníamos que traer nuestras personas, sin traer muertos a cuestas, y que renegaba de tanto trabajo y pérdida como Cortés nos había causado; y luego mandó Sandoval a mí y al Villanueva, sin más parar le fuésemos a enterrar; y llevamos dos indios mexicanos y un azadón, e hicímosle su sepultura y lo enterramos y le pusimos una cruz, y hallamos en la faltriquera del muerto una taleguilla con muchos dados y un papel escrito, que era una memoria de dónde era natural y cuyo hijo era y qué bienes tenía en Tenerife; y después, el tiempo andando, se envió aquella memoria a Tenerife; ¡perdónele Dios, amén! Dejemos de contar cuentos, y quiero decir que luego Sandoval acordó que fuésemos a otros pueblos que ahora están cerca de unas minas que descubrieron desde ha tres años; y desde allí fuimos a otro pueblo que se dice Quimistan, y otro día a hora de misa fuimos a Naco, y en aquella sazón era buen pueblo y hallámosle despoblado de aquel mismo día; y después de nos aposentar en unos patios muy grandes, adonde habían degollado al maestre de campo Cristóbal de Olí, otras veces por mí nombrado, que estaba el pueblo bien abastecido de maíz y de frisoles y ají, y también hallamos un poco de sal, que era la cosa que más deseábamos, y allí asentamos nuestro fardaje, como si hubiéramos de estar en él para siempre. Hay en este pueblo la mejor agua que habíamos visto en toda la Nueva-España, y un árbol que en mitad de la siesta, por recio sol que hiciese, parecía que la sombra del árbol, refrescaba el corazón, y caía de él uno como rocío muy delgado que confortaba las cabezas; y aqueste pueblo en aquella sazón fue muy poblado y en buen asiento, y había fruta de los zapotes colorados y de los chicos, y estaba en comarca de otros pueblos chicos. Y dejarlo he aquí, y diré lo que allí nos avino.
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Cómo el capitán Gonzalo de Sandoval comenzó a pacificar aquella provincia de Naco, y de los grandes reencuentros que con los de aquella provincia tuvo, y lo que más se hizo Desque hubimos allegado al pueblo de Naco y recogido maíz, frisoles y ají, y con tres principales de aquel pueblo que allí en los maizales prendimos, a los cuales Gonzalo de Sandoval halagó y dio cuentas de Castilla, y les rogó que fuesen a llamar a los demás caciques, que no se les haría enojo ninguno, fueron así como se lo mandó, y vinieron dos caciques; mas no pudo acabar con ellos que se poblase el pueblo, salvo traer de cuando en cuando poca comida; ni nos hacían bien ni mal, ni nosotros a ellos; y así estuvimos los primeros días, y Cortés había escrito a Gonzalo de Sandoval, como de antes dicho tengo, que luego le enviase a Puerto de Caballos diez soldados de los de Guazacualco, y todos nombrados por sus nombres, y entre ellos era yo uno, y en aquella sazón estaba yo algo malo, y dije a Sandoval que me excusase, porque estaba mal dispuesto: y él, que lo había gana, y así quedé; y envió ocho soldados muy buenos varones para cualquiera afrenta, y aun fueron de tan mala voluntad, que renegaban de Cortés y aun de su viaje, y tenían mucha razón; porque no sabían cierto si la tierra por donde habían de ir estaba de paz. Acordó Sandoval de demandar a los caciques de Naco cinco principales indios, que fuesen con ellos hasta el Puerto de Caballos, y les puso temores que si algún enojo recibía de algunos de sus soldados, que les quemaría el pueblo y que les iría a buscar y dar guerra; y mandó que en todos los pueblos por donde pasasen les diesen muy bien de comer; y fueron su viaje hasta el Puerto de Caballos, donde hallaron a Cortés, que se quería embarcar para ir a Trujillo, y se holgó con ellos, y supo cómo quedábamos buenos, y los llevó consigo en los navíos, y luego se embarcó, y dejó en aquella villa de Puerto de Caballos a un Diego de Godoy por su capitán, con hasta cuarenta vecinos, que eran todos los más de los que solían ser de Gil González de Ávila y de los nuevamente venidos de las islas; y de que Cortés se hubo embarcado y su teniente Godoy quedó en la villa, con los soldados que más sanos tenía hacía entradas en los pueblos comarcanos, e trajo dos dellos de paz; mas como los indios vieron que los soldados que allí quedaban estaban todos los más dellos dolientes y se morían cada día, no hacían cuenta dellos, y a esta causa no les acudían con comida, ni ellos eran para irlo a buscar, y pasaban gran necesidad de hambre, y en pocos días se murieron la mitad dellos, y se despoblaron otros tres dellos, y que se vinieron huyendo donde estábamos con Sandoval. Y dejarlo he aquí en este estado, y volveré a Naco, que, como Sandoval había visto que no se querían venir a poblar el pueblo los indios vecinos y naturales de Naco, aunque los enviaba a llamar muchas veces, y a los demás pueblos comarcanos, no venían ni hacían cuenta de nosotros, acordó de ir en persona y hacer de manera que viniesen; y fuimos luego a unos pueblos que se decían Girimonga y Azula, y a otros tres pueblos que estaban cerca de Naco, y todos vinieron a dar la obediencia a su majestad, y luego fuimos a Quimistán y a otro pueblo de la sierra, y asimismo vinieron; por manera que todos los indios de aquella comarca venían de paz, y como no se les demandaba cosa ninguna más de lo que ellos querían dar, no tenían pesadumbre de venir, y desta manera estaba todo de paz hasta donde pobló Cortés la villa que ahora se dice Puerto de Caballos. Y dejémonos esta materia, porque por fuerza tengo de volver a decir de Cortés, que fue a desembarcar al puerto de Trujillo; y porque en una sazón acaecen dos o tres cosas, como otras veces he dicho en los capítulos pasados, y tengo de meter la pluma por los pasos contados, dónde y de qué manera nosotros conquistábamos y poblábamos, como muy claramente lo habrán visto los curiosos Lectores; y aunque se deje por ahora de decir de Sandoval y todo lo que en la provincia de Naco le avino, quiero decir lo que Cortés hizo en Trujillo.
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Cómo Cortés desembarcó en el puerto que llaman de Trujillo, y cómo todos los vecinos de aquella villa le salieron a recibir y se holgaron mucho con él; y de todo lo que allí se hizo Como Cortés se hubo embarcado en el puerto de Caballos, y llevó en su compañía muchos soldados de los que trajo de México y los que le envió Gonzalo de Sandoval, y con buen tiempo en seis días llegó al puerto de Trujillo; y cuando los vecinos que allí vivían, que dejó poblados Francisco de las Casas, supieron que era Cortés, todos fueron a la mar, que estaba cerca, a le recibir, y le besaron las manos, porque muchos vecinos de aquellos eran bandoleros de los que echaron de Panuco, y fueron en dar consejo a Cristóbal de Olí para que se alzase, y los habían desterrado de Panuco, según dicho tengo en el capítulo que dello habla; y como se hallaban culpantes, suplicaron a Cortés que les perdonase; y Cortés con muchas caricias y ofrecimientos los abrazó a todos y los perdonó, y luego se fue a la iglesia, y después de hecha oración, le aposentaron lo mejor que pudieron, y le dieron cuenta de todo lo acaecido del Francisco de las Casas y del Gil González de Ávila, y por qué causa degollaron a Cristóbal de Olí, y cómo se habían ido camino de México, y cómo habían pacificado algunos pueblos de aquella provincia; y cómo Cortés bien lo hubo entendido, a todos los honró de palabras y con dejarles los cargos según y de la manera que los tenían, excepto que hizo capitán general de aquellas provincias a su primo Saavedra, que así se llamaba, lo cual tuvieron por bien. Y luego envió a llamar a todos los pueblos comarcanos, y como tuvieron nueva que era el capitán Malinche, que así le llamaban, y sabían que había conquistado a México, luego vinieron a su llamada y le trajeron presentes de bastimentos y quando se hubieron juntado los caciques de cuatro pueblos más principales, Cortés les habló con doña Marina y les dijo las cosas tocantes a nuestra santa fe, y que todos éramos vasallos del gran emperador que se dice don Carlos de Austria, y que tiene muy grandes señores por vasallos y que nos envió a estas partes para quitar sodomías y robos e idolatrías, y para que no consienta comer carne humana, ni hubiese sacrificios ni robasen, ni se diesen guerra unos a otros, sino que fuesen hermanos y como tales se tratasen, y también venía para que diesen la obediencia a tan alto rey y señor como les había dicho que tenemos, y le contribuyan con servicios y de lo que tuvieren, como hacemos todos sus vasallos; y les dijo otras muchas cosas la doña Marina, que lo sabía bien decir; y los que no quisiesen venir a se someter al dominio de su majestad, que les castigaría, y aun los dos religiosos franciscanos que Cortés traía les predicaron cosas muy santas y buenas, y lo que decían los frailes franciscanos se lo declaraban dos indios mexicanos que sabían la lengua española, con otros intérpretes de aquella lengua: y más les dijo, que en todo les guardaría justicia, porque así lo mandaba nuestro rey y señor; y porque hubo otros muchos razonamientos y los entendieron muy bien los caciques, dijeron que se daban por vasallos de su majestad y que harían lo que Cortés les mandaba, y luego les dijo que trajesen bastimento a aquella villa; y también les mandó que viniesen muchos indios y trajesen hachas, y que talasen un monte que estaba dentro de la villa, para que desde allí se pudiese ver la mar y puerto; y también les mandó que fuesen en canoas a llamar tres o cuatro pueblos que están en unas isletas que se llaman las Guanajas, que en aquella sazón estaban pobladas, y que trajesen pescado, pues que tenían mucho, y así lo hicieron, que dentro de cinco días vinieron los pueblos de las isletas, y todos traían presentes de pescado y gallinas; y Cortés les mandó dar unas puercas y un verraco que se halló en Trujillo, y de los que traía de México, para que hiciesen casta, porque le dijo un español que era buena tierra para multiplicar con soltarles en las isletas sin ponerles guarda; y así fue cómo dijo, que dentro en dos años hubo muchos puercos y los iban a montear. Dejemos esto, pues no hace a nuestra relación, y no me lo tengan por prolijidad en contar cosas viejas; y diré que vinieron tantos indios a talar los montes de la villa que Cortés les mandó, que en dos días se vio claramente muy bien la mar, e hicieron quince casas, y una para Cortés muy buena; y esto hecho, se informó Cortés qué pueblos y tierras estaban rebeldes y no querían venir de paz; y unos caciques de un pueblo que se dice Papayeca, que era cabecera de otros pueblos, que en aquella sazón era grande pueblo, que ahora está con muy poca gente o casi ninguna, le dio a Cortés una memoria de muchos pueblos que no querían venir de paz, que estaban en grandes sierras y tenían fuerzas hechas; y luego Cortés envió al capitán Saavedra con los soldados que le pareció que convenían ir con él, y con los ocho de Guazacualco fue por su camino hasta que llegó a las poblaciones que solían estar de guerra, y salieron de paz los más dellos, excepto tres pueblos, que no se quisieron venir; y tan temido era Cortés de los naturales y tan nombrado, que hasta los pueblos de Olancho, donde fueron las minas ricas que después se descubrieron, era temido y acatado, y llamábanle en todas aquellas provincias el capitán "huehue" de Marina, que quiere decir el capitán "viejo" que trae a doña Marina. Dejemos a Saavedra, que está con su gente sobre los pueblos que no se querían dar, que me parece que se decían los acaltecas, y volvamos a Cortés, que estaba en Trujillo, y ya le habían adolescido los frailes franciscanos y un su primo que se decía Abalos, y el licenciado Pedro López, y Carranza el mayordomo y Guinea el despensero y un Juan flamenco, y otros muchos soldados, así de los que traía como de los que halló en Trujillo, y aun el Antón de Carmona, que trajo el navío con el bastimento; y acordó de los enviar a la isla de Cuba, a la Habana, o a Santo Domingo si viesen que el tiempo hacía bueno en la mar, y para ello les dio el un navío bien aderezado y calafateado, con el mejor matalotaje que se pudo haber; y escribió a la audiencia real de Santo Domingo y a los frailes jerónimos y a la Habana, dando cuenta cómo había salido de México en busca de Cristóbal de Olí, y como dejó sus poderes a los oficiales de su majestad, y del trabajoso camino que había traído, y cómo el Cristóbal de Olí hubo preso a un capitán que se decía Francisco de las Casas, que Cortés había enviado para tomar el armada al mismo Cristóbal de Olí, y que también había preso a un Gil González de Ávila, siendo gobernador del Golfo-Dulce; y que teniéndolos presos, los dos capitanes se concertaron y le dieron de cuchilladas, y por sentencia, después que lo tuvieron preso, le degollaron, y que al presente estaba poblando la tierra y pueblos sujetos a aquella villa de Trujillo, y que era tierra rica de minas, y que enviasen soldados; que en aquella tierra de Santo Domingo no tenían con qué se sustentar; y para dar crédito que había oro envió muchas joyas y piezas de las que traía en su recámara, y vajilla de lo que trajo de México, y aun de la vajilla de su aparador, y por su capitán de aquel navío a un su primo que se decía Abalos, y le mandó que de camino tomase veinte y cinco soldados que había dejado un capitán, que tuvo nueva que andaba a saltear indios en las isletas en lo de Cozumel. Y partido del puerto de Honduras, que así se llamaba,, unas veces con buen tiempo y otras con contrario, pasaron delante de la punta de Sant-Antón, que está junto a las sierras que llaman, de Guaniguanico, que será de la Habana sesenta o setenta leguas, y con temporal dieron con el navío en tierra, de manera que se ahogaron los frailes y el capitán Abalos y muchos soldados, y dellos se salvaron en el batel y en tablas, y con mucho trabajo aportaron a la Habana, y desde allí fue la fama volando por toda la isla de Cuba cómo Cortés y todos nosotros éramos vivos, y en pocos días fue la nueva a Santo Domingo; porque el licenciado Pedro López, médico que iba allí, que escapó en una tabla, escribió a la real audiencia de Santo Domingo en nombre de Cortés, y todo lo acaecido, y cómo estaba poblando en Trujillo, y que había menester bastimento y vino y caballos, y que para la comprar traían mucho oro, y que se perdió en la mar de la manera que ya dicho tengo. Y como aquella nueva se supo todos se alegraron, porque ya había fama, y lo tenían por cierto, que Cortés y todos nosotros sus compañeros éramos muertos; las cuales nuevas supieron en la Española de un navío que fue de la Nueva-España; y como en Santo Domingo se supo que estaba de asiento poblando Cortés las provincias que dicho tengo, luego los oidores y mercaderes comenzaron de cargar dos navíos viejos con caballos y potros, y camisas y bonetes y cosas de bujería, y no trajeron cosa de comer, sino una pipa de vino, ni fruta, salvo los caballos y todo lo demás de tarabusterías. Entretanto que se armaban los navíos para venir, que aún no habían llegado al puerto, quiero decir que como Cortés estaba en Trujillo, se le vinieron a quejar ciertos indios de las islas de las Guanajas, que sería de allí ocho leguas, y dijeron que estaba anclado un navío junto a su pueblo, y el batel del navío lleno de españoles con escopetas y ballestas, y que les querían tomar por fuerza sus maceguales, que se dice entre ellos vasallos, y que a lo que han entendido, son robadores, y que así les tomaron los años pasados muchos indios, y los llevaron presos en otro navío como aquel que estaba surto; y que enviase Cortés a poner cobro en ello; y como Cortés lo supo, luego mandó armar un bergantín con la mejor artillería que había y con veinte soldados y con buen capitán, y les mandó que en todo caso tomasen el navío que los indios decían, y se lo trajesen preso con todos los españoles que dentro andaban, pues que eran robadores de los vasallos de su majestad; y mandó a los indios que armasen sus canoas, y con varas y flechas que fuesen junto al bergantín, y que ayudasen a prender aquellos hombres, y para ello dio poder al capitán. Pues yendo con su bergantín armado y muchas canoas de los naturales de aquellas isletas, como los del navío que estaba surto los vieron ir a la vela, no aguardaron mucho, que alzaron velas y se fueron huyendo, porque bien entendieron que iban contra ellos, y no los pudo alcanzar el bergantín; y después se alcanzó a saber que era un bachiller Moreno, que había enviado la audiencia real de Santo Domingo a cierto negocio a Nombre de Dios, y parece ser descayeron del viaje, o vino de hecho sobre cosa pensada a robar los indios de las Guanajas. Y volvamos a Cortés, que se quedó en aquella provincia pacificándola, y volveré a decir lo que a Sandoval le acaeció en Naco.
contexto
Cómo el capitán Gonzalo de Sandoval, que estaba en Naco, prendió a cuarenta soldados españoles y a su capitán, que venían de la provincia de Nicaragua, y hacían muchos daños y robos a los indios de los pueblos por donde pasaban Estando Sandoval en el pueblo de Naco atrayendo de paz todos los más pueblos de aquella comarca, vinieron ante él cuatro caciques de dos pueblos que se decían Quequespan y Talchinalchapa, y dijeron que estaban en sus pueblos muchos españoles de la manera de los que con él estábamos, con armas y caballos, y que les tomaban sus haciendas e hijas y mujeres, y que las echaban en cadenas de hierro, de lo cual hubo gran enojo el Sandoval; y preguntando que qué tanto sería de allí donde estaban, dijeron que en un día llegaríamos; y luego nos mandó apercibir a los que habíamos de ir con él, lo mejor que podíamos, con nuestras armas y caballos y ballestas y escopetas, y fuimos con él setenta hombres; y llegados a los pueblos donde estaban los soldados, les hallamos muy de reposo, sin pensamiento que los habíamos de prender; y como nos vieron ir de aquella manera, se alborotaron y echaron mano a las armas, y de presto prendimos al capitán y a otros muchos dellos, sin que hubiese sangre ni de una parte ni de otra; y Sandoval les dijo con palabras algo desabridas, si les parecía bien andar robando a los vasallos de su majestad, y si sería buena conquista y pacificación aquella; y unos indios e indias que traían en colleras se los hizo sacar dellas y se los dio a los caciques de aquel pueblo, y a los demás mandó que se fuesen a sus tierras, que era cerca de allí. Pues como aquello fue hecho, mandó al capitán que allí venía, que se decía Pedro de Garro, que él y sus soldados fuesen presos y se fuesen con nosotros al pueblo de Naco, y caminamos con ellos; y traían los soldados muchas indias de Nicaragua, y algunas dellas hermosas, e indias naborías que tenían en su servicio, y todos los más dellos traían caballos; y como nosotros estábamos trillados y deshechos de los caminos pasados, y no teníamos indias que nos hiciesen pan, eran ellos unos condes en el servirse, según nuestra pobreza. Pues como llegamos con ellos a Naco, Sandoval les dio posadas en partes convenibles, porque venían entre ellos ciertos hidalgos y personas de calidad; y cuando hubieron reposado un día, y su capitán Garro vio que éramos de los de Cortés, hízose muy amigo de Sandoval y de nosotros y se holgaban con nuestra compañía. Y quiero decir cómo y de qué manera y por qué causa venía aquel capitán con aquellos soldados, y de esta manera que diré: pareció ser que Pedro Arias de Ávila, gobernador que fue en aquella sazón de Tierra-Firme, envió un su capitán que se decía Francisco Hernández, persona muy principal entre ellos, a conquistar y pacificar las tierras de Nicaragua y lo más que descubriese, y diole copia de soldados, así a caballo como ballesteros, y llegó a las provincias de Nicaragua y León, que así las llaman, las cuales pacificó y pobló; y como se vio con muchos soldados y próspero, y apartado del Pedro Arias de Ávila, y por consejeros que tuvo para ello, y también, según entendí, un bachiller Moreno, por mí ya nombrado, que la audiencia real de Santo Domingo y los frailes jerónimos que gobernaban en las islas le habían enviado a Tierra-Firme a cierto pleito, que tengo en mi pensamiento que era sobre la muerte de Balboa, yerno de Pedro Arias, al cual degolló sin justicia cuando le hubo casado con su hija doña Isabel Arias de Peñalosa, que así se llamaba; y el bachiller Moreno dijo al capitán Francisco Hernández que como conquistase cualquiera tierra, acudiese a nuestro rey y señor para que le hiciese gobernador della, que no hacía traición; y que el Balboa, que degolló Pedro Arias, siendo su yerno; que fue contra toda justicia, pues que el Balboa primero envió sus procuradores a su majestad para ser adelantado; y so color destas palabras que tomó del bachiller Moreno, envió el Francisco Hernández a su capitán Pedro de Garro para que por la banda del norte le buscase puerto para hacer sabidor a su majestad de las provincias que había pacificado y poblado, para que le hiciese merced que él fuese gobernador dellas, pues estaban tan apartadas de la gobernación de Pedro Arias. Y viniendo que venía el Pedro de Garro para aquel efecto, le prendimos, como dicho tengo. Y como el Sandoval entendió el intento a lo que venían, platicó con el Garro y el Garro con él secretamente, y diose orden que lo hiciésemos saber a Cortés, que estaba en Trujillo; y que el Sandoval tenía por cierto que Cortés le ayudaría para que quedase el Francisco Hernández por gobernador de Nicaragua. Pues ya esto concertado, envían Sandoval y el Garro diez hombres, los cinco de los nuestros y los otros cinco del Garro, para que costa a costa fuesen a Trujillo con las cartas, porque allí residía Cortés entonces, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; y llevaron sobre veinte indios de Nicaragua de los que trajo Garro para que les ayudasen a pasar los ríos, en yendo por sus jornadas, no pudieron pasar el río de Pechin ni otro que se decía Balama, porque venían muy crecidos, y a cabo de quince días vuelven los soldados a Naco sin hacer cosa ninguna de lo que les fue mandado; de lo cual hubo tanto enojo el Sandoval, que de palabras trató mal al que iba por caudillo; y luego sin más tardar ordena que vaya por la tierra adentro el capitán Luis Marín con diez soldados, los cinco de Garro y los demás de los nuestros, y yo fui con ellos, y fuimos todos a pie y atravesamos muchos pueblos que estaban de guerra; y si hubiese de escribir por extenso los grandes trabajos y reencuentros que con indios de guerra tuvimos, y los ríos y ancones que pasamos en barcas y a nado, y la hambre que algunos días tuvimos, era para no acabar tan presto, y cosas muy de notar; mas digo que había día que pasábamos tres ríos caudalosos en barcas y a nado; y como llegamos a la costa, hubo muchos esteros, donde había lagartos; y en un río que se dice Xagua, que está del Triunfo de la Cruz diez leguas, estuvimos dos días en le pasar en barcas, según venía de recio, y allí hallamos calaveras y huesos de siete caballos que se habían muerto de mala yerba que habían pacido, y fueron de los de Cristóbal de Olí; y de allí fuimos al Triunfo de la Cruz, y hallamos naos quebradas dadas al través, y de allí fuimos en cuatro días a un pueblo que es dice Quemara, y salieron muchos indios de guerra contra nosotros, y traían unas lanzas grandes y gordas, y con sus rodelas y las mandaban con la mano derecha y sobre el brazo izquierdo, y jugaban de la manera que nosotros peleamos con las picas, y se nos venían a juntar pie con pie, y con las ballestas que llevábamos y a cuchilladas nos dieron lugar que pasásemos adelante, y allí hirieron dos de nuestros soldados; y estos indios que he dicho que salieron de guerra no creyeron que éramos de los de Cortés, sino de otros capitanes, que les íbamos a robar sus indios. Dejemos de contar trabajos pasados, y digo que en otros dos días de camino llegamos a Trujillo, y antes de entrar en él, que sería hora de vísperas, vimos a cinco de a caballo, y era Cortés y otros caballeros, que se habían salido a pasear por la costa, y cuando nos vieron de lejos no sabían qué cosa nueva podía ser; y como nos conoció Cortés, se apeó del caballo y con las lágrimas en los ojos nos vino a abrazar, y nosotros a él, y nos dijo: "¡Oh hermanos y compañeros míos, qué deseo tenía de veros y saber qué tales estabais!" Y estaba tan flaco, que hubimos lástima de verle; porque, según supimos, había estado a punto de morir de calenturas y tristeza que en sí tenía, y aun en aquella sazón no sabía cosa buena ni mala de lo de México; y dijeron otras personas que estaba ya tan a punto de morir, que le tenían hechos unos hábitos de san Francisco para le enterrar con ellos; y luego a pie se fue con todos nosotros a la villa, y nos aposentó y cenamos con él; y tenía tanta pobreza, que aun de cazabe no nos hartamos; y como le hubimos dado relación a lo que veníamos, y leído las cartas sobre lo de Francisco Hernández para que le ayudase, dijo que haría cuanto pudiese por él. Y en aquella sazón que allegamos a Trujillo había tres días que habían venido los dos navíos chicos con las mercaderías que enviaban de Santo Domingo, que era caballos y potros y armas viejas, y unas camisas y bonetes colorados, y cosas de poca valía, y no trajeron sino una pipa de vino, ni fruta ni cosa de provecho; que valiera más que aquellos navíos no vinieran, según todos nos adeudamos en comprar de aquellas bujerías. Pues estando que estábamos con Cortés dando cuenta de nuestro trabajoso camino, vieron venir en alta mar un navío a la vela, y llegado al puerto, venía de la Habana, que enviaba el licenciado Zuazo, el cual licenciado había dejado Cortés en México por alcalde mayor, y enviaba un poco de refresco para Cortés con una carta, la cual es esta que se sigue; y si no dijere las palabras formales que en ella venían, a lo menos diré la substancia della.