Busqueda de contenidos

contexto
Cómo Cortés, y todos los oficiales del rey acordaron de enviar a su majestad todo el oro que le había cabido de su real quinto de todos los despojos de México, y cómo se envió de por sí la recámara del oro y todas las joyas que fueron de Montezuma y de Guatemuz, y lo que sobre ello acaeció Como Cortés volvió a México de la entrada de Pánuco, anduvo entendiendo en la población y edificación de aquella ciudad; y viendo que Alonso de Ávila, ya otra vez por mí nombrado en los capítulos pasados, había vuelto en aquella sazón de la isla de Santo Domingo, y trajo recaudo de lo que le habían enviado a negociar con la audiencia real e frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas: e los recaudos que entonces trajo fue, que nos daban licencia para poder conquistar toda la Nueva-España y herrar los esclavos, según y de la manera que llevaron en una relación, y repartir y encomendar los indios como en las islas Española e Cuba e Jamaica se tenía por costumbre; y esta licencia que dieron fue hasta en tanto que su majestad fuese sabidor dello o fuese servido mandar otra cosa; de lo cual luego le hicieron relación los mismos frailes jerónimos, y enviaron un navío por la posta a Castilla, y entonces su majestad estaba en Flandes, que era mancebo, y allá supo los recaudos que los frailes jerónimos le enviaban; porque al obispo de Burgos, puesto que estaba por presidente de Indias, como conocían de él que nos era muy contrario, no le daban cuenta dello ni trataban con él otras muchas cosas de importancia, porque estaban muy mal con sus cosas. Dejemos esto del obispo, y volvamos a decir que, como Cortés tenía a Alonso de Ávila por hombre atrevido y no estaba muy bien con él, siempre le quería tener muy lejos de sí, porque verdaderamente si cuando vino el Cristóbal de Tapia con las provisiones el Alonso de Ávila se hallara en México, porque entonces estaba en la isla de Santo Domingo, y como el Alonso de Ávila era servidor del obispo de Burgos e había sido su criado, y le traían cartas para él, fuera gran contradictor de Cortés y de sus cosas, y a esta causa siempre procuraba Cortés de tenerlo apartado de su persona; y cuando vino deste viaje que dicho tengo, por le contentar y agradar, le encomendó en aquella sazón el pueblo de Gualtitlán, y le dio ciertos pesos de oro, y con palabras y ofrecimientos y con el depósito del pueblo por mí nombrado, que es muy bueno y de mucha renta, le hizo tan su amigo y servidor, que le envió después a Castilla, y juntamente con él a su capitán de la guarda, que se decía Antonio de Quiñones, los cuales fueron por procuradores de Nueva-España y de Cortés, y llevaron dos navíos, y en ellos ochenta y ocho mil castellanos en barras de oro; y llevaron la recámara que llamábamos del Gran Montezuma, que tenía en su poder Guatemuz: y fue un gran presente, en fin para nuestro gran César, porque fueron muchas joyas muy ricas y perlas tamañas algunas dellas como avellanas, y muchos chalchiuites, que son piedras finas como esmeraldas, y aun una de ellas era tan ancha como la palma de la mano, y otras muchas joyas que por ser tantas y no me detener en escribirlas, lo dejaré de decir y traer a la memoria; y también enviamos unos pedazos de huesos de gigantes que se hallaron en un cu e adoratorio en Cuyoacan, que eran según y de la manera de otros grandes zancarrones que nos dieron en Tlascala, los cuales habíamos enviado la primera vez, y eran muy grandes en demasía; y le llevaron tres tigres, y otras cosas que ya no me acuerdo; y con estos procuradores escribió el cabildo de México a su majestad, y asimismo todos los más conquistadores escribimos juntamente con Cortés y fray Pedro Melgarejo y el tesorero Julián de Alderete; y todos a una decíamos de los muchos y buenos e leales servicios que Cortés y todos nosotros los conquistadores le habíamos hecho y a la continua hacíamos, y todo lo por nosotros sucedido desde que entramos a ganar la ciudad de México, y cómo estaba descubierta la mar del Sur y se tenía por cierto que era cosa muy rica; y suplicamos a su majestad que nos enviase obispos y religiosos de todas órdenes, que fuesen de buena vida y doctrina, para que nos ayudasen a plantar más por entero en estas partes nuestra santa fe católica; y le suplicamos todos a una que la gobernación desta Nueva-España que le hiciese merced della a Cortés, pues tan bueno y leal servidor le era, y a todos nosotros los conquistadores nos hiciese merced para nosotros y para nuestros hijos que todos los oficios reales, así de tesorero, contador y factor, y escribanías públicas e fíeles executores y alcaidías de fortalezas, que no hiciese merced dellas a otras personas, sino que entre nosotros se nos quedase; y le suplicamos que no enviase letrados, porque en entrando en la tierra la pondrían en revuelta con sus libros, e habría pleitos y disensiones; y se le hizo saber lo de Cristóbal de Tapia, cómo venía guiado por don Juan Rodríguez de Fonseca, Obispo de Burgos, y que no era suficiente para gobernar, y que se perdiera esta Nueva-España si él quedara por gobernador; y que tuviese por bien de saber claramente qué se habían hecho las cartas y relaciones que le habíamos escrito dando cuenta de todo lo que había acaecido en esta Nueva-España, porque teníamos por muy cierto que el mismo obispo no se las enviaba, y antes le escribía al contrario de lo que pasaba, en favor de Diego Velázquez, su amigo, y de Cristóbal de Tapia, por casarle con una parienta suya que se decía doña Petronila de Fonseca; y cómo presentó ciertas provisiones que venían firmadas e guiadas por el dicho obispo de Burgos, y que todos estábamos los pechos por tierra para las obedecer, como se obedecieron; mas viendo que el Tapia no era hombre para guerra, ni tenía aquel ser ni cordura para ser gobernador, que suplicaron de todas las provisiones hasta informar a su real persona de todo lo acaecido, como ahora le informamos y le hacíamos sabidor, como sus leales vasallos, que somos, obligados a nuestro rey y señor; y que ahora, que de lo que más fuere servido mandar, que aquí estamos los pechos por tierra para cumplir su real mando; y también le suplicamos que fuese servido de enviar a mandar al obispo de Burgos que no se entremetiese en cosas ningunas de Cortés ni de todos nosotros, porque sería quebrar el hilo a muchas cosas de conquistas que en esta Nueva-España nosotros entendíamos, y en pacificar provincias, porque había mandado el mismo obispo de Burgos a los oficiales que estaban en la casa de la contratación de Sevilla, que se decían Pedro de Isasaga y Juan López de Recalde, que no dejasen pasar ningún recaudo de armas ni soldados ni favor para Cortés ni para los soldados que con él estaban; y también se le hizo relación cómo Cortés había ido a pacificar la provincia de Pánuco y la dejó de paz, y las muy recias y fuertes batallas que con los naturales della tuvo, y cómo era gente muy belicosa y guerrera, y cómo habían muerto los de aquella provincia a los capitanes que había enviado Francisco de Garay, y a todos sus soldados, por no se saber dar maña en las guerras; y que había gastado Cortés en la entrada sobre sesenta mil pesos, y que los demandaba a los oficiales de su real hacienda y no se los quisieron pagar. También se le hizo sabidor cómo ahora hacía el Garay una armada en la isla de Jamaica, y que venían a poblar el río del Pánuco; y porque no le acaeciese como a sus capitanes, que se los mataron, que suplicábamos a su majestad que le enviase a mandar que no salga de la isla hasta que esté muy de paz aquella provincia, porque nosotros se la conquistaremos y se la entregaremos; porque si en aquella sazón viniese, viendo los naturales de aquestas tierras dos capitanes que manden, tendrán divisiones y levantamientos, especial los mexicanos; y escribiósele otras muchas cosas. Pues Cortés por su parte no se le quedó nada en el tintero, y aun de manera hizo relación en su carta de todo lo acaecido, que fueron veinte y una plana; e porque yo las leí todas, e lo entendí muy bien, lo declaro aquí como dicho tengo. Y demás desto, enviaba Cortés a suplicar a su majestad que le diese licencia para ir a la isla de Cuba a prender al gobernador della, que se decía Diego Velázquez, para enviársele a Castilla, para que allá su majestad le mandase castigar, porque no le desbaratase más ni revolviese la Nueva-España, porque enviaba desde la isla de Cuba a mandar que matasen a Cortés. Dejémonos de las cartas, y digamos de su buen viaje que llevaron nuestros procuradores después que partieron del puerto de la Veracruz, que fue en 20 días del mes de diciembre de 1552 años, y con buen viaje desembarcaron por la canal de Bahama, y en el camino se les soltaron dos tigres de los tres que llevaban, e hirieron a unos marineros; y acordaron de matar al que quedaba, porque era muy bravo y no se podían valer con él; y fueron su viaje hasta la isla que llaman de la Tercera; y como el Antonio de Quiñones era capitán y se preciaba de muy valiente y enamorado, parece ser que se revolvió en aquella isla con una mujer e hubo sobre ella cierta cuestión, y diéronle una cuchillada en la cabeza, de que al cabo de algunos días murió, y quedó solo Alonso de Ávila por capitán. E ya que iba el Alonso de Ávila con los dos navíos camino de España, no muy lejos de aquella isla topa con ellos Juan Florín, francés corsario, y toma todo el oro y navíos, y prende al Alonso de Ávila y llévanle preso a Francia. Y también en aquella sazón robó el Juan Florín otro navío que venía de la isla de Santo Domingo, y le tomó sobre veinte mil pesos de oro y muy gran cantidad de perlas y azúcar y cueros de vacas, y con todo esto se volvió a Francia muy rico, e hizo grandes presentes a su rey e al almirante de Francia de las cosas e piezas de oro que llevaba de la Nueva-España que toda Francia estaba maravillada de las riquezas que enviábamos a nuestro gran emperador, y aun al mismo rey de Francia le tomaba codicia de tener parte en las islas de la Nueva-España; y entonces es cuando dijo que solamente con el oro que le iba a nuestro César destas tierras le podía dar guerra a su Francia; y aun en aquella sazón no era ganado ni había nueva del Perú, sino, como dicho tengo, lo de la Nueva-España y las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba y Jamaica; y entonces dice que dijo el rey de Francia, o se lo envió a decir a nuestro gran emperador, que ¿cómo habían partido entre él y el rey de Portugal el mundo, sin darle parte a él? Que mostrasen el testamento de nuestro padre Adán, si les dejó a ellos solamente por herederos y señores de aquellas tierras que habían tomado entre ellos dos, sin darle a él ninguna dellas, e que por esta causa era lícito robar y tomar todo lo que pudiese por la mar; y luego tornó a mandar a Juan Florín que volviese con otra armada a buscar la vida por la mar; y de aquel viaje que volvió, ya que llevaba otra gran presa de todas ropas entre Castilla y las islas de Canaria, dio con tres o cuatro navíos recios y de armada, vizcaínos, y los unos por una parte y los otros por otra embisten con el Juan Florín, y le rompen y desbaratan, y préndenle a él y a otros muchos franceses, y les tomaron sus navíos y ropa, y a Juan Florín y a otros capitanes llevaron presos a Sevilla a la casa de la contratación, y los enviaron presos a su majestad; y después que lo supo, mandó que en el camino hiciesen justicia dellos, y en el puerto del Pico los ahorcaron; y en esto paró nuestro oro y capitanes que lo llevaban, y el Juan Florín que lo robó. Pires volvamos a nuestra relación, y es, que llevaron a Francia preso a Alonso de Ávila, y le metieron en una fortaleza, creyendo haber de él gran rescate, porque, como llevaba tanto oro a su cargo, guardábanle bien; y el Alonso de Ávila tuvo tales maneras y concierto con el caballero francés que lo tenía a su cargo o le tenía por prisionero, que para que en Castilla supiesen de la manera que estaba preso y le viniesen a rescatar, dijo que fuesen en posta todas las cartas y poderes que llevaba de la Nueva-España, y que todas se diesen en la corte de su majestad al licenciado Núñez, primo de Cortés, que era relator del real consejo, o a Martín Cortés, padre del mismo Cortés, que vivía en Medellín, o a Diego de Ordás, que estaba en la corte; y fueron a todo buen recaudo, que las hubieron a su poder, y luego las despacharon para Flandes a su majestad, porque al obispo de Burgos no le dieron cuenta ni relación dello, y todavía lo alcanzó a saber el obispo de Burgos, y dijo que se holgaba que se hubiese perdido y robado todo el oro; y dijeron que había dicho: "en esto habían de parar las cosas deste traidor de Cortés"; y dijo otras palabras muy feas. Dejemos al obispo, y vamos a su majestad, que, como luego lo supo, dijeron, quien lo vio y entendió, que hubo algún sentimiento de la pérdida del oro, y de otra parte se alegró viendo que tanta riqueza le enviaban, e que sintiese el rey de Francia que con aquellos presentes que le enviábamos que le podría dar guerra; y luego envió a mandar al obispo de Burgos que en lo que tocaba a Cortés e a la Nueva-España, que en todo le diese favor y ayuda, y que presto vendría a Castilla y entendería en ver la justicia de los pleitos y contiendas de Diego Velázquez y Cortés. Y dejemos esto, y digamos cómo luego supimos en la Nueva-España la pérdida del oro y riquezas de la recámara, y prisión de Alonso de Ávila, y todo lo demás aquí por mí memorado, y tuvimos dello gran sentimiento; y luego Cortés con brevedad procuró de haber e llegar todo el más oro que pudo recoger, y de hacer un tiro de oro bajo y de plata de lo que habían traído de Michoacan, para enviar a su majestad, y llamóse el tiro "Fénix". Y también quiero decir que siempre estuvo el pueblo de Gualtitlán, que dio Cortés a Alonso de Ávila, por el mismo Alonso de Ávila, porque en aquella sazón no le tuvo su hermano Gil González de Benavides, hasta más de tres años adelante, que el Gil González vino de la isla de Cuba, e ya el Alonso de Ávila estaba suelto de la prisión de Francia y había venido a Yucatán por contador; y entonces dio poder al hermano para que se sirviese dél, porque jamás se le quiso traspasar. Dejémonos de cuentos viejos, que no hacen a nuestra relación, y digamos todo lo que acaeció a Gonzalo de Sandoval, y a los demás capitanes que Cortés había enviado a poblar las provincias por mí ya nombradas, y entre tanto acabó Cortés de mandar forjar el tiro e allegar el otro para enviar a su majestad. Bien sé que dirán algunos curiosos lectores que por qué, cuando envió Cortés a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval y los demás capitanes a las conquistas y pacificaciones ya por mí nombradas, no concluí con ellos, en esta mi relación, lo que habían hecho en ellas, y en lo que en las jornadas a cada uno ha acaecido, y lo vuelvo ahora a recitar, que es volver muy atrás de nuestra relación. Y las causas que ahora doy a ello es que, como iban camino de sus provincias a las conquistas, y en aquel instante llegó al puerto de la Villa-Rica el Cristóbal de Tapia, otras muchas veces por mí nombrado, que venía para ser gobernador de la Nueva-España; y para consultar Cortés lo que sobre el caso se podría hacer, e tener ayuda y favor dellos, como Pedro de Alvarado e Gonzalo de Sandoval eran tan experimentados capitanes y de buenos consejos, envió por la posta a los llamar, y dejaron sus conquistas e pacificaciones suspensas, e como he dicho, vinieron al negocio de Cristóbal de Tapia, que era más importante para el servicio de su majestad, porque se tuvo por cierto que si el Tapia se quedara para gobernar, que la Nueva-España y México se levantaran otra vez; y en aquel instante también vino Cristóbal de Olí de Michoacan, como era cerca de México, y las halló de paz, y le dieron mucho oro y plata; y como era recién casado, y la mujer moza y hermosa, apresuró su venida. Y luego, tras esto de Tapia, aconteció el levantamiento de Pánuco, y fue Cortés a lo pacificar, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y también para escribir a su majestad, como escribimos, y enviar el oro y dar poder a nuestros capitanes y procuradores por mi ya nombrados; y por estos estorbos, que fueron los unos tras los otros, lo torno aquí a traer a la memoria, y es desta manera que diré.
contexto
Cómo fue Gonzalo de Sandoval contra las provincias que venían a ayudar a Guatemuz Y para que esto se entienda bien, es menester volver algo atrás a decir, desde que a Cortés desbarataron y se llevaron a sacrificar sesenta y tantos soldados, y aun puedo decir sesenta y dos, porque tantos fueron, después que bien se contaron. Y también he dicho que Guatemuz envió las cabezas de los caballos y caras que habían desollado, y pies y manos de nuestros soldados que habían sacrificado, a muchos pueblos y a Mataltzingo y Malinalco, y les envió a hacer saber que ya había muerto la mitad de nuestras gentes, y que les rogaba que para que nos acabasen de matar, que le viniesen a ayudar, e que darían guerra en nuestros reales de día y de noche, y que por fuerza habíamos de pelear con ellos por defenderse; e que cuando estuviésemos peleando, saldrían ellos de México y nos darían guerra por otra parte, de manera que nos vencerían, y tenían que sacrificar muchos de nosotros a sus ídolos, y harían hartazga con nuestros cuerpos. De tal manera se lo envió a decir, que lo creyeron y tuvieron por cierto; y demás desto, en Mataltzingo, tenía el Guatemuz muchos parientes por parte de la madre, y como vieron las caras y cabezas que dicho tengo, y lo que les envió a decir, luego pusieron por la obra de se juntar con todos sus poderes que tenían, y de venir en socorro de México y de su pariente Guatemuz, y venían ya de hecho contra nosotros, y por el camino por donde pasaron estaban tres pueblos, y les comenzaron a dar guerra y robaron las estancias, y robaron niños para sacrificar; los cuales pueblos enviaron a se lo hacer saber a Cortés para que les enviase ayuda y socorro; y como lo supo, de presto mandó a Andrés de Tapia, y con veinte de a caballo y cien soldados y muchos amigos les socorrió muy bien y les hizo retraer a sus pueblos, con mucho daño que les hizo, y se volvió al real; de que Cortés hubo mucho placer y contentamiento; y después desto, en aquel instante vinieron mensajeros de los pueblos de Cuernabaca a demandar socorro, que los mismos de Mataltzingo, de Malinalco, y otras provincias venían sobre ellos, e que enviase socorro; y para ello envió a Gonzalo de Sandoval con veinte de a caballo y ochenta soldados, los más sanos que había en todos tres reales, y muchos amigos; y sabe Dios cuáles quedábamos con gran riesgo de nuestras personas, porque todos los más estábamos heridos muy malamente y no teníamos refrigerio ninguno. Y porque hay mucho que decir en lo que Sandoval hizo en el desbarate de los contrarios, se dejará de decir, mas de que se vino muy de presto por socorrer a su real, y trajo dos principales de Mataltzingo consigo, y los dejó más de paz que de guerra; y fue muy provechosa aquella entrada que hizo, lo uno por evitar que a nuestros amigos no se les hiciese ni recibiesen más daño, y lo otro porque no viniesen a nuestros reales, como venían de hecho, y porque viese Guatemuz y sus capitanes que no tenían ya ayuda ni favor de aquellas provincias; y también cuando con ellos estábamos peleando nos decían que nos habían de matar con ayuda de Mataltzingo y de otras provincias, e que sus dioses se lo habían prometido así. Dejemos ya de decir de la ida y socorro que hizo Sandoval, y volvamos a decir de cómo Cortés envió a rogar a Guatemuz que viniese de paz e que le perdonaría todo lo pasado; y le envió a decir que el rey nuestro señor le envió a decir ahora nuevamente que no le destruyese más aquella ciudad y tierras, y que por esta causa los cinco días pasados no le había dado guerra ni entrado batallando; y que mire que ya no tienen bastimentos ni agua, y más de las dos partes de su ciudad por el suelo, e que de los socorros que esperaba de Mataltzingo, que se informe de aquellos dos principales que entonces les envió, y digan cómo les ha ido en su venida; y le envió a decir otras cosas de muchos ofrecimientos, que fueron con estos mensajeros los dos indios de Mataltzingo, y le dijeron lo que había pasado; y no les quiso responder cosa ninguna, sino solamente les mandó que se volviesen a sus pueblos, y luego les mandó salir de México. Dejemos a los mensajeros, que luego salieron los mexicanos por tres partes con la mayor furia que hasta allí habíamos visto, y se vienen a nosotros, y en todos tres reales nos dieron muy recia guerra; y puesto que les heríamos y matábamos muchos dellos, paréceme que deseaban morir peleando, y entonces cuando más recios andaban con nosotros pie con pie peleando, nos decían: "lenticoa rey Castilla, lenticoa"; que quiere decir en su lengua: "¿Qué dirá el rey de Castilla? ¿qué dirá ahora?" Y con estas palabras tirar vara y piedra y flecha, que cubrían el suelo y calzada. Dejemos esto, que ya les íbamos ganando gran parte de la ciudad, y en ellos sentíamos que, puesto que peleaban muy como varones, no se remudaban ya tantos escuadrones como solían, ni abrían zanjas ni calzadas; mas otra cosa tenían muy cierta, que al tiempo que nos retraíamos nos venían siguiendo hasta nos echar mano. Y también se nos había acabado ya la pólvora en todos tres reales, y en aquel instante había venido a la Villa-Rica un navío que era de una armada de un licenciado Lucas Vázquez de Aillón, que se perdió y desbarataron en las islas de la Florida, y el navío aportó a aquel puerto, como dicho tengo, y venían en él ciertos soldados y pólvora y ballestas y otras cosas; y el teniente que estaba en la Villa-Rica, que se decía Rodrigo Rangel, que tenía en guarda a Narváez, envió luego a Cortés pólvora y ballestas y soldados. Y volvamos a nuestra conquista, por abreviar: que mandó y acordó Cortés con todos los demás capitanes y soldados que les entrásemos todo cuanto pudiésemos hasta llegarles al Tatelulco, que es la plaza mayor, adonde estaban sus altos cues y adoratorios; y Cortés por su parte y Sandoval por la suya, y nosotros por la nuestra, les íbamos ganando puentes y albarradas, y Cortés les entró hasta una plazuela donde tenían otros adoratorios. En aquellos cues estaban unas vigas, y en ellas muchas cabezas de nuestros soldados que habían muerto y desbaratado en las batallas pasadas, y tenían los cabellos y barbas muy crecidas, más que cuando eran vivos; y no lo había yo creído si no lo viera dende a tres días, que como fuimos ganando por nuestra parte dos aberturas y puentes, tuvimos lugar de las ver, e yo conocía tres soldados mis compañeros; y cuando las vimos de aquella manera se nos saltaron las lágrimas de los ojos; y en aquella sazón se quedaron allí donde estaban, mas desde a doce días se quitaron, y las pusimos aquellas y otras cabezas que tenían ofrecidas a otros ídolos, y las enterramos en una iglesia que se dice ahora los Mártires, que nosotros hicimos. Dejemos desto, y digamos cómo fuimos batallando por la parte de Pedro de Alvarado y llegamos al Tatelulco, y había tantos mexicanos en guarda de sus ídolos y altos cues, y tenían tantas albarradas, que estuvimos bien dos horas que no se lo pudimos tomar; y como podían ya correr caballos, puesto que les hirieron a los más; mas nos ayudaron muy bien y alancearon muchos mexicanos; y como había tantos contrarios en tres partes, fuimos las tres capitanías a batallar con ellos; y a la una capitanía, que era de un Gutierre de Badajoz, mandó Pedro de Alvarado que subiese en el alto cu de Huichilobos, y peleó muy bien con los contrarios y muchos papas que en las casas de los adoratorios estaban, y de tal manera le daban guerra los contrarios, que le hacían venir las gradas abajo; y luego Pedro de Alvarado nos mandó que le fuésemos a socorrer y dejásemos el combate en que estábamos; e yendo que íbamos, nos siguieron los escuadrones con quienes peleábamos, y todavía les subíamos sus gradas arriba. Aquí había bien que decir en qué trabajo nos vimos los unos y los otros en ganarles aquellas fortalezas, que ya he dicho otras veces que eran muy altas; y en aquellas batallas nos tornaron a herir a todos muy malamente, y todavía les pusimos fuego a los ídolos, y levantamos nuestras banderas, y estuvimos batallando en lo llano, después de le haber puesto fuego, hasta la noche, que no nos podíamos valer con tanto guerrero. Dejemos de hablar en ello, y digamos que como Cortés y sus capitanes vinieron en aquella sazón desde sus barrios y calles donde andavan peleando en sus partes lejos del alto cu, y las llamaradas en que el cu mayor ardía, y nuestras banderas encima, se holgó, y se quisieran hallar en él; mas no podían, porque había un cuarto de legua de la una parte a la otra, y tenían muchas puentes y aberturas de agua por ganar, y por donde andaba le daban recia guerra, y no podían entrar tan presto como quisieran, en el cuerpo de la ciudad; mas dende a cuatro días se juntó con nosotros, así Cortés como Sandoval, e podíamos ir desde un real a otro por las calles y casas derrocadas y puentes y albarradas deshechas y aberturas de agua, todo ciego; y en este instante se iban retrayendo Guatemuz con todos sus guerreros en una parte de la ciudad dentro de la laguna, porque las casas y palacios en que vivía ya estaban por el suelo; y con todo esto, no dejaban cada día de salir a nos dar guerra, y al tiempo de retraer nos iban siguiendo muy mejor que de antes; e viendo esto Cortés, que se pasaban muchos días, y no venían de paz ni tal pensamiento tenían, acordó con todos nuestros capitanes que les echásemos celadas; y fue desta manera: que de todos tres reales se juntaron hasta treinta de a caballo y cien soldados los más sueltos y guerreros que conocía Cortés, y envió llamar de todos tres reales mil tlascaltecas, y los metieron en unas casas grandes que habían sido de un señor de México, y esto fue muy de mañana, y Cortés iba entrando con los demás de a caballo que le quedaban y sus soldados y ballesteros y escopeteros por las calles y calzadas como solía; y ya llegaba Cortés a una abertura y puente de agua, y entonces estaban peleando con él los escuadrones de mexicanos que para ello estaban aparejados, y aun muchos más que Guatemuz enviaba para guardar la puente; y como Cortés vio que había gran número de contrarios, hizo que se retraían y mandaba echar los amigos fuera de la calzada, porque creyesen que de hecho se iban retrayendo; y le iban siguiendo al principio poco a poco, y cuando vieron que de hecho hacía que iba huyendo, van tras él todos los poderes que en aquella calzada le daban guerra; y como Cortés vio que había pasado algo adelante de las casas adonde estaba la celada, tiraron dos tiros juntos, que era señal de cuándo habíamos de salir de la celada, y salen los de a caballo primero, y salimos todos los soldados y dimos en ellos a placer; pues luego volvió Cortés con los suyos y nuestros amigos los tlascaltecas, e hicieron gran matanza. Por manera que se hirieron y mataron muchos, y desde allí adelante no nos seguían al tiempo del retraer; y también en el real de Pedro de Alvarado les echó una celada, mas no tan buena como esta; y en aquel día no me hallé yo en nuestro real con Pedro de Alvarado por causa que Cortés me mandó que para la celada quedase con él. Dejemos desto, y digamos cómo estábamos ya en el Tatelulco, y Cortés nos mandó que pasásemos todas las capitanías a estar en él, e que allí velásemos, por causa que veníamos más de media legua desde el real a batallar con los mexicanos; y estuvimos allí tres días sin hacer cosa que de contar sea, porque nos mandó que no les entrásemos más en la ciudad ni les derrocásemos más casas, porque les quería tornar a requerir con las paces; y en aquellos días que allí estuvimos en el Tatelulco envió Cortés a Guatemuz rogándole que se diese y no hubiese miedo, y con"grandes ofrecimientos: que le prometía que su persona sería muy acatada y honrada de él, y que mandaría a México y a todas sus tierras y ciudades como solía; y les envió bastimentos y regalos, que eran tortillas y gallinas y cerezas y tunas y caza, que no tenía otra cosa; y el Guatemuz entró en consejo con sus capitanes, y lo que le aconsejaron fue, que dijese que quería paz, e que aguardarían tres días, e que al cabo de los tres días se verían el Guatemuz y Cortés, y se darían los conciertos de las paces; y en aquellos tres días tenían tiempo de aderezar puentes y abrir calzadas y adobar piedra y vara y flecha y hacer albarradas: y envió Guatemuz cuatro mexicanos principales con aquella respuesta; e creíamos que eran verdaderas las paces, y Cortés les mandó dar muy bien de comer y beber, y les tornó a enviar a Guatemuz, y con ellos les envió más refresco como de antes; y el Guatemuz tornó a enviar a Cortés otros mensajeros, y con ellos dos mantas ricas, y dijeron que Guatemuz vendría para cuando estaba acordado; y por no gastar más razones sobre el caso, el nunca quiso venir, porque le aconsejaron que no creyese a Cortés, y poniéndole por delante el fin de su tío el gran Montezuma y sus parientes y la destrucción de todo el linaje noble de los mexicanos, e que dijese que estaba malo, e que saliesen todos de guerra, e que placería a sus dioses, que les darían victoria contra nosotros, pues tantas veces se la había prometido. Pues como estábamos aguardando al Guatemuz, y no venía, vimos luego la burla que de nosotros hacía; y en aquel instante salían tantos batallones de mexicanos con sus divisas, y dan a Cortés tanta guerra, que no se podía valer; y otro tanto fue por nuestra parte de nuestro real; pues en el de Sandoval lo mismo; y era de tal manera, que parecía que entonces comenzaban de nuevo a batallar; y como estábamos algo descuidados, creyendo que estaban ya de paz, hirieron a muchos de nuestros soldados, y tres fueron heridos muy malamente, y el uno dellos murió, y mataron dos caballos y hirieron otros más; e ellos no se fueron mucho alabando, que muy bien lo pagaron. Y como esto vio Cortés, mandó que luego les tornásemos a dar guerra y les entrásemos en su ciudad a la parte donde se habían recogido; y cómo vieron que les íbamos ganando toda la ciudad, envió Guatemuz a decir a Cortés que quería hablar con él desde una gran abertura de agua, y había de ser Cortés de la una parte y el Guatemuz de la otra, y señalaron el tiempo para otro día de mañana; y fue Cortés para hablar con él, y no quiso Guatemuz venir al puesto, sino envió a muchos principales, los cuales dijeron que su señor Guatemuz no osaba venir por temor que cuando estuviese hablando le tirarían escopetas y ballestas y le matarían; y entonces Cortés les prometió con juramento que no les enojaría en cosa ninguna, y no aprovechó, que no le creyeron. En aquella sazón dos principales de los que hablaban con Cortés sacaron de un fardalejo que traían tortillas e una pierna de gallina y cerezas, y sentáronse muy de espacio a comer, porque Cortés los viese y entendiese que no tenían hambre; y desde allí le envió a decir a Guatemuz, que pues no quería venir, que no se le daba nada y que presto les entraría en todas sus casas, y vería si tenía maíz, cuanto más gallinas; y desta manera se estuvieron otros cuatro o cinco días que no les dábamos guerra; y en este instante se salían de noche muchos pobres indios que no tenían qué comer, y se venían al real de Cortés y al nuestro, como aburridos de hambre; y cuando aquello vio Cortés, mandó que en bueno ni en malo no les diésemos guerra, e que quizá se les mudaría la voluntad para venir de paz, y no venían. Y en el real de Cortés estaba un soldado que decía él mismo que él había estado en Italia en compañía del Gran Capitán, y se halló en la chirinola de Garellano y en otras grandes batallas, y se decía muchas cosas de ingenios de la guerra, e que haría un trabuco en el Tatelulco, con que en dos días que con él tirase a la parte y casas de la ciudad adonde el Guatemuz se había retraído, que les haría que luego se diesen de paz; y tantas cosas dijo a Cortés sobre ello, que luego puso en obra hacer el trabuco, y trajeron piedra, cal y madera de la que él demandó, y carpinteros y clavazón, y todo lo perteneciente para hacer el trabuco, e hicieron dos hondas de recias sogas, y trajeron grandes piedras, y mayores que botijas de arroba; e ya que estaba armado el trabuco según y de la manera que el soldado dio la orden, y dijo que estaba bueno para tirar, y pusieron en la honda una piedra hechiza, lo que con ella se hizo es, que no pasó adelante del trabuco, porque fue por alto y luego cayó allí donde estaba armado. Y desque aquello vio Cortés hubo mucho enojo del soldado que le dio la orden para que lo hiciese, y tenía pesar en sí mismo, porque él creído tenía que no era para en la guerra ni para en cosa de afrenta, y no era más de hablar que se había hallado de la manera que he dicho; y según el mismo soldado decía: que se decía fulano de Sotelo, natural de Sevilla; y luego Cortés mandó deshacer el trabuco. Dejemos desto, y digamos que como vio que el trabuco era cosa de burla, acordó que con todos doce bergantines fuese en ellos Gonzalo de Sandoval por capitán general y entrase en el rincón de la ciudad adonde se había retraído Guatemuz, el cual estaba en parte que no podían entrar en sus palacios y casas sino por el agua; y luego Sandoval apercibió a todos los capitanes de los bergantines; y lo que hizo diré adelante cómo y de qué manera pasó.
contexto
Cómo se prendió Guatemuz Pues como Cortés vio que el trabuco no aprovechó cosa ninguna, antes hubo enojo con el soldado que le aconsejó que lo hiciese, y viendo que no quería paces ningunas Guatemuz y sus capitanes, mandó a Gonzalo de Sandoval que entrase con los bergantines en el sitio y rincón de la ciudad adonde estaban retraídos el Guatemuz con toda la flor de sus capitanes y personas más nobles que en México había, y le mandó que no matase ni hiriese a ningunos indios, salvo si no le diesen guerra, e que aunque se la diesen, que solamente se defendiese, y no les hiciese otro mal, y que les derrocase las casas y muchas barbacanas que habían hecho en la laguna; y Cortés se subió luego en el cu mayor del Tatelulco para ver cómo entraba Sandoval con los bergantines, y le fueron acompañando Pedro de Alvarado y Luis Marín, y Francisco de Lugo y otros soldados; y como el Sandoval entró con los bergantines en aquel paraje donde estaban las casas del Guatemuz, cuando se vio cercado el Guatemuz, tuvo temor no le prendiesen o le matasen, y tenía aparejadas cincuenta grandes piraguas para si se viese en aprieto salvarse en ellas y meterse en unos carrizales, e ir desde allí a tierra, y esconderse en unos pueblos de sus amigos; y asimismo tenía mandado a los príncipes y gente de más cuenta que allí en aquel rincón tenía, y a sus capitanes, que hiciesen lo mismo; y como vieron que les entraban en las casas, se embarcaban en las canoas, e ya tenían metida su hacienda de oro y joyas y toda su familia, y se mete en ellas, y tira la laguna adelante, acompañado de muchos capitanes y como en aquel instante iba la laguna llena de canoas, y Sandoval luego tuvo noticia que Guatemuz con toda la gente principal se iba huyendo, mandó a los bergantines que dejasen de derrocar casas y siguiesen el alcance de las canoas, e que mirasen que tuviesen tino e ojo a qué parte iba el Guatemuz, y que no le ofendiesen ni le hiciesen enojo ninguno, sino que buenamente procurasen de le prender; y como un Garci-Holguín, que era capitán de un bergantín, amigo del Sandoval, y era muy gran velero su bergantín, y llevaba buenos remeros, le mandó que siguiese hacia la parte que le habían dicho que iba el Guatemuz y sus principales y las grandes piraguas, y le mandó que si le alcanzase, que no le hiciese mal ninguno más de prenderle, y el Sandoval siguió por otra parte con otros bergantines que le acompañaban; e quiso Dios nuestro señor que el Garci-Holguín alcanzó a las canoas e grandes piraguas en que iba el Guatemuz, y en el arte de él y de los toldos e piraguas, y aderezo de la canoa, le conoció el Holguín, y supo que era el grande señor de México, y dijo por señas que aguardasen, y no querían, y él hizo como que les quería tirar con las escopetas y ballestas, y hubo el Guatemuz miedo de ver aquello, y dijo: "No me tiren, que yo soy el rey de México y desta tierra, y lo que te ruego es, que no me llegues a mi mujer ni a mis hijos, ni a ninguna mujer ni a ninguna cosa de lo que aquí traigo, sino que me tomes a mí y me lleves a Malinche." Y como el Holguín le oyó, se gozó en gran manera y le abrazó, y le metió en el bergantín con mucho acato, a él, a su mujer y a veinte principales que con él iban, y les hizo asentar en la popa en unos petates y mantas, y les dio de lo que traía para comer, y a las canoas en que iba su hacienda no les tocó en cosa ninguna, sino que juntamente las llevó con su bergantín; y en aquella sazón el Gonzalo de Sandoval se puso a una parte para ver los bergantines, y mandó que todos se recogiesen a él, y luego supo que Garci-Holguín había prendido al Guatemuz, y que llevaba a Cortés; y como el Sandoval lo supo, mandó a los remeros que llevaba en su bergantín que remasen a la mayor priesa que pudiesen, y cuando alcanzó a Holguín le dijo que le diese el prisionero, y el Holguín no se lo quiso dar, porque dijo que él lo había prendido, y no el Sandoval; y el Sandoval dijo que así era verdad, y que él era general de los bergantines, y que el Holguín venía debajo de su dominio e mando, y que por ser su amigo se lo había mandado, y también porque era su bergantín muy ligero, más que los otros; e mandó que le siguiese y le prendiesen: y que al Sandoval, como a su general, le había de dar el prisionero; y el Holguín todavía porfiaba que no quería. Y en aquel instante fue otro bergantín a gran priesa a Cortés a demandarle albricias, que, como dicho tengo, estaba muy cerca, en el Tatelulco, mirando desde el cu mayor cómo entraba el Sandoval; y entonces le contaron la diferencia que traía Sandoval con el Holguín sobre tomarle el prisionero; y cuando Cortés lo supo, luego despachó al capitán Luis Martín y a Francisco de Lugo para que luego hiciesen venir al Gonzalo de Sandoval y al Holguín, sin mas debatir, e que trajese al Guatemuz y a la mujer y familia con mucho acato, porque él determinaría cúyo era el prisionero y a quién se había de dar la honra dello; y entre tanto que le fueron a llamar, hizo aderezar Cortés un estrado lo mejor que pudo con petates y mantas y otros asientos, y mucha comida de lo que Cortés tenía para sí, y luego vino el Sandoval y Holguín con el Guatemuz, y le llevaron ante Cortés; y cuando se vio delante de él le hizo mucho acato, y Cortés con alegría le abrazó y le mostró mucho amor a él y a sus capitanes; y entonces el Guatemuz dijo a Cortés: "Señor Malinche, ya yo he hecho lo que estaba obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más; y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma luego ese puñal que traes en la cintura y mátame luego con él." Y esto cuando se lo decía lloraba muchas lágrimas con sollozos, y también lloraban otros grandes señores que consigo traía; y Cortés le respondió con doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, y dijo muy amorosamente que por haber sido tan valiente y haber vuelto por su ciudad se lo tenía en mucho y tenía en más a su persona, y que no es digno de culpa, e que antes se lo ha de tener a bien que a mal; e que lo que Cortés quisiera, fue que, cuando iban de vencida, que porque no hubiera más destrucción ni muerte en sus mexicanos, que vinieran de paz y de su voluntad; e que pues ya es pasado lo uno y lo otro, y no hay remedio ni enmienda en ello, que descanse su corazón y de sus capitanes, e que mandará a México y a sus provincias como de antes lo solían hacer; y Guatemuz y sus capitanes dijeron que se lo tenían en merced; y Cortés preguntó por la mujer y por otras grandes señoras mujeres de otros capitanes, que le habían dicho que venían con Guatemuz; y el mismo Guatemuz respondió y dijo que había rogado a Gonzalo de Sandoval y a Garci-Holguín que les dejase estar en las canoas en que estaban, hasta ver lo que el Malinche ordenaba; y luego Cortés envió por ellas, y les mandó dar de comer de lo que había lo mejor que pudo en aquella sazón; y luego, porque era tarde y quería llover, mandó Cortés a Gonzalo de Sandoval que se fuese a Cuyoacan, y llevase consigo a Guatemuz y a su mujer y familia y a los principales que con él estaban; y luego mandó a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí que cada uno se fuese a sus estancias y reales, y luego nosotros nos fuimos a Tacuba, y Sandoval dejó a Guatemuz en poder de Cortés en Cuyoacan, y se volvió a Tepeaquilla, que era su puesto y real. Prendióse Guatemuz y sus capitanes en 13 de agosto, a hora de vísperas, día de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre, amén. Llovió y tronó y relampagueó aquella noche, y hasta media noche mucho más que otras veces. Y como se hubo preso Guatemuz, quedamos tan sordos todos los soldados, como si de antes estuviera uno puesto encima de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que las tañían cesasen de las tañer; y esto digo al propósito, porque todos los noventa y tres días que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gritos y voces e silbos unos capitanes mexicanos apercibiendo los escuadrones y guerreros que habían de batallar en la calzada, e otros llamando las canoas que habían de guerrear con los bergantines y con nosotros en las puentes, y otros apercibiendo a los que habían de hincar palizadas y abrir y ahondar las calzadas y aberturas y puentes, y en hacer albarradas, y otros en aderezar piedra y vara y flecha, y las mujeres en hacer piedra rolliza para tirar con las hondas; pues desde los adoratorios y casas malditas de aquellos malditos ídolos, los atambores y cornetas, y el atambor grande y otras bocinas dolorosas, que de continuo no dejaban de se tocar; y desta manera, de noche y de día no dejábamos de tener gran ruido, y tal, que no nos oíamos los unos a los otros; y después de preso el Guatemuz cesaron las voces y el ruido, y por esta causa he dicho cómo si de antes estuviéramos en campanario. Dejemos desto, y digamos cómo Guatemuz era de muy gentil disposición, así de cuerpo como de facciones, y la cara algo larga y alegre, y los ojos más parecían que cuando miraba que eran con gravedad y halagüeños, y no había falta en ellos, y era de edad de veinte y tres o veinte y cuatro años, y el color tiraba más a blanco que al color y matiz de esotros indios morenos, y decían que su mujer era sobrina de Montezuma, su tío, muy hermosa mujer y moza. Y antes que más pasemos adelante, digamos en que paró el pleito del Sandoval y del Garci-Holguín sobre la prisión de Guatemuz; y es, que Cortés le dijo que los romanos tuvieron otra contienda de la misma manera que esta, entre Mario y Lucio Cornelio Sila, y esto fue cuando Sila trajo preso a Yugurta, que estaba con su suegro el rey Ibocos; y cuando entraba en Roma triunfando de los hechos y hazañas heroicos, pareció ser que Sila metió en su triunfo a Yugurta con una cadena de hierro al pescuezo, y Mario dijo que no le había de meter Sila, sino él; e ya que le metía, que había de declarar que el Mario le dio aquella facultad y le envió por él para que en su nombre le llevase preso; y se le dio el rey Ibocos: pues que el Mario era capitán general y debajo de su mano y bandera militaba, y el Sila, como era de los patricios de Roma, tenía mucho favor; y como Mario era de una villa cerca de Roma, que se decía Arpino, y advenedizo, puesto que había sido siete veces cónsul, no tuvo el favor que el Sila, y sobre ello hubo las guerras civiles entre Mario y el Sila, y nunca se determinó a quien se había de dar la honra de la prisión de Yugurta. Volvamos a nuestro propósito, y es, que Cortés dijo que haría relación dello a su majestad, y a quien fuese servido de hacer merced se le daría por armas, que de Castilla traerían sobre ello la determinación; y desde a dos años vino mandado por su majestad que Cortés tuviese por armas en sus reposteros ciertos reyes, que fueron Montezuma, gran señor de México; Cacamatzin, señor de Tezcuco, y los señores de Iztapalapa y de Cuyoacan y Tacuba, y otro gran señor que decían que era pariente muy cercano del gran Montezuma, a quien decían que de derecho le venía el reino y señoría de México, que era señor de Mataltzingo y de otras provincias; y a este Guatemuz, sobre que fue este pleito. Dejemos desto, y digamos de los cuerpos muertos y cabezas que estaban en aquellas casas adonde se había retraído Guatemuz; y es verdad, y juro ¡amén!, que toda la laguna y casas y barbacoas estaban llenas de cuerpos y cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué manera lo escriba. Pues en las calles y en los mismos patios del Tatelulco no había otras cosas, y no podíamos andar, sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos. Yo he leído la destrucción de Jerusalén; mas si en ella hubo tanta mortandad como esta yo no lo sé; porque faltaron en esta ciudad gran multitud de indios guerreros, y de todas las provincias y pueblos sujetos a México que allí se habían acogido, todos los más murieron; que, como he dicho, así, el suelo y la laguna y barbacoas, todo estaba lleno de cuerpos muertos, y hedía tanto, que no había hombre sufrirlo pudiese; y a esta causa, así como se prendió Guatemuz, cada uno de los capitanes se fueron a sus reales, como dicho tengo, y aun Cortés estuvo malo del hedor que se le entró por las narices en aquellos días que estuvo allí en el Tatelulco. Dejemos desto, y pasemos adelante, y digamos cómo los soldados que andaban en los bergantines fueron los mejor librados e hubieron buen despojo, a causa que podían ir a ciertas casas que estaban en los barrios de la laguna, que sentían que habría oro, ropa y otras riquezas, y también lo iban a buscar a los carrizales, donde lo iban a esconder los indios mexicanos cuando les ganábamos algún barrio y casa; y también porque, so color que iban a dar caza a las canoas que metían bastimentos y agua, si topaban algunas en que iban algunos principales huyendo a tierra firme para se ir entre los otomíes, que estaban comarcanos, les despojaban de lo que llevaban. Quiero decir que nosotros los soldados que militábamos en las calzadas y por tierra firme no podíamos haber provecho ninguno, sino muchos flechazos y lanzadas y heridas de vara y piedra, a causa que cuando íbamos ganando alguna casa o casas, ya los moradores dellas habían salido y sacado toda la hacienda que tenían, y no podíamos ir por agua sin que primero cegásemos las aberturas y puentes; y a esta causa he dicho en el capítulo que dello habla, que cuando Cortés buscaba los marineros que habían de andar en los bergantines, que fueron mejor librados que no los que batallábamos por tierra; y así pareció claro, porque los capitanes mexicanos, y aun el Guatemuz, dijeron a Cortés, cuando les demandaba el tesoro del gran Montezuma, que los que andaban en los bergantines habían robado mucha parte dello. Dejemos de hablar más en esto hasta más adelante, y digamos que, como había tanta hedentina en aquella ciudad, que Guatemuz le rogó a Cortés que diese licencia para que se saliese todo el poder de México a aquellos pueblos comarcanos, y luego les mandó que así lo hiciesen. Digo que en tres días con sus noches iban todas tres calzadas llenas de indios e indias y muchachos, llenos de bote en bote, que nunca dejaban de salir, y tan flacos y sucios e amarillos e hediondos, que era lástima de los ver; y después que la hubieron desembarazado, envió Cortés a ver la ciudad, y estaba, como dicho tengo, todas las casas llenas de indios muertos, y aun algunos pobres mexicanos entre ellos, que no podían salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los puercos muy flacos que no comen sino yerba; y hallóse toda la ciudad arada, y sacadas las raíces de las yerbas que habían comido cocidas: hasta las cortezas de los árboles también las habían comido. De manera que agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada. También quiero decir que no comían las carnes de sus mexicanos, sino eran de los enemigos tlascaltecas y las nuestras que apañaban; y no se ha hallado generación en el mundo que tanto sufriese la hambre y sed y continuas guerras como ésta. Dejemos de hablar en esto, y pasemos adelante: que mandó Cortés que todos los bergantines se juntasen en unas atarazanas que después se hicieron. Volvamos a nuestras pláticas: que después que se ganó esta grande y populosa ciudad, y tan nombrada en el universo, después de haber dado muchas gracias a nuestro señor y a su bendita madre, ofreciendo ciertas promesas a Dios nuestro señor, Cortés mandó hacer un banquete en Cuyoacan, en señal de alegrías de la haber ganado, y para ello tenían ya mucho vino de un navío que había venido al puerto de la Villa-Rica, y tenía puercos que le trajeron de Cuba; y para hacer la fiesta mandó convidar a todos los capitanes y soldados que le pareció que era bien tener cuenta con ellos en todos tres reales; y cuando fuimos al banquete no había mesas puestas, ni aun asientos, para la tercia parte de los capitanes y soldados que fuimos, y hubo mucho desconcierto, y valiera más que no se hiciera, por muchas cosas no muy buenas que en él acaecieron, y también porque esta planta de Noé hizo a algunos hacer desatinos, y hombres hubo en él que no acertaban a salir al patio; otros decían que habían de comprar caballos con sillas de oro, y ballesteros hubo que decían que todas las saetas que tuviesen en su aliaba que habían de ser de oro, de las partes que les habían de dar; y otros iban por las gradas abajo rodando. Pues ya que habían alzado las mesas, salieron a danzar las damas que había, con los galanes cargados con sus armas, que era para reír, y fueron las damas que aquí nombraré, que no había otras en todos los reales ni en la Nueva-España; primeramente la vieja María de Estrada, que después casó con Pedro Sánchez Farfán, y Francisca de Ordaz, que se casó con un hidalgo que se decía Juan González de León; la Bermuda, que se casó con Olmos de Portillo, el de México; otra señora mujer del capitán Portillo, que murió en los bergantines, y ésta por estar viuda, no la sacaron a la fiesta; e una fulana Gómez, mujer que fue de Benito de Vegel; y otra señora hermosa que se casó con un Hernán Martín, que vino a vivir a Oaxaca; y otra vieja que se decía Isabel Rodríguez, mujer que en aquella sazón era de un fulano de Guadalupe; y otra mujer algo anciana que se decía Mari Hernández, mujer que fue de Juan de Cáceres, el rico; de otras ya no me acuerdo que las hubiese en la Nueva España. Dejemos el banquete y bailes y danzas, que para otro día hubo sátira, e asimismo valiera más que no la hubiera, sino que todo se empleara en cosas santas y buenas. Y dejemos de más hablar en esto, y quiero decir otras cosas que pasaron que se me olvidaba, y aunque no vengan ahora dichas sino algo atrás, sin propósito; y es, que nuestros amigos Chichimecatecle y los dos mancebos Xicotengas, hijos de don Lorenzo de Vargas, que se solía llamar Xicotenga "el viejo y ciego" guerrearon muy valientemente contra el poder de México, y nos ayudaron muy esforzada y extraordinariamente de bien; y asimismo un hermano del señor de Tezcuco don Hernando, que se decía Estesuchel, que después se llamó don Carlos; este hizo cosas de muy esforzado y valiente varón; y otro capitán natural de una ciudad de la laguna, que no se me acuerda su propio nombre; también hacían maravillas, y otros muchos capitanes de pueblos que nos ayudaban, todos guerreaban muy poderosamente; y Cortés les habló y les dio muchas gracias y loores porque nos habían ayudado, con muchas buenas palabras y promesas de que el tiempo andando les daría tierras y vasallos y les haría grandes señores, y les despidió; y como estaban ricos de ropa de algodón y oro, otras muchas cosas ricas de despojos, se fueron alegres a sus tierras, y aun llevaron hartas cargas de tasajos cecinados de indios mexicanos, que repartieron entre sus parientes y amigos, y como cosas de sus enemigos, la comieron por fiestas Ahora, que estoy fuera de los recios combates y batallas de los mexicanos, que con nosotros, y nosotros con ellos teníamos de noche y de día, porque doy muchas gracias a Dios, que dellas me libro; quiero contar una cosa muy temeraria que me acaeció, y es, que después que vi abrir por los pechos y sacar los corazones y sacrificar a aquellos sesenta y dos soldados que dicho tengo que llevaron vivos de los de Cortés y ofrecerles los corazones a los ídolos, y esto que ahora diré, les parece a algunas personas que es por falta de no tener muy grande ánimo; y si bien lo consideran, es por el demasiado ánimo con que en aquellos días habla de poner mi persona en lo más recio de las batallas, porque en aquella sazón presumía de buen soldado y era tenido en esta reputación, y había de hacer lo que los más osados y atrevidos soldados suelen hacer, y en aquella sazón yo hacía delante de mis capitanes; y como de cada día veía llevar a nuestros compañeros a sacrificar, y había visto, como dicho tengo, que les aserraban por los pechos y sacarles los corazones bullendo, y cortarles pies y brazos y se los comieron a los sesenta y dos que dicho tengo; temía yo que un día que otro habían de hacer de mí lo mismo, porque ya me habían llevado asido dos veces, y quiso Dios que me escapé; y acordóseme de aquellas feísimas muertes, y como dice el refrán que "cantarillo que muchas veces va a la fuente", etc.; y a este efecto siempre desde entonces temía la muerte más que nunca. Y, esto he dicho porque antes de entrar en las batallas se me ponía una como grima y tristeza en el corazón, y orinaba una vez o dos, y encomendábame a Dios y a su bendita madre nuestra señora, y entrar en las batallas, todo era uno, y luego se me quitaba aquel temor. Y también quiero decir qué cosa tan nueva era ahora tener yo aquel temor no acostumbrado, habiéndome hallado en muchos reencuentros muy peligrosos, ya había de estar curtido el corazón y esfuerzo y ánimo en mi persona ahora a la postre más arraigado que nunca; porque, si bien lo sé contar y traer a la memoria, desde que vine a descubrir con Francisco Hernández de Córdoba y con Grijalva, y volví con Cortés, y me hallé en lo de la punta de Cotoche y en lo de Lázaro, que por otro nombre se dice Campeche, y en Potonchan y en la Florida, según que más largamente lo tengo escrito cuando vine a descubrir con Francisco Hernández de Córdoba. Dejemos desto, y volvamos a hablar en lo de Grijalva y en la misma de Potonchan, y con Cortés en lo de Tabasco y la de Cingapacinga, y en todas las guerras y reencuentros de Tlascala y en lo de Cholula, y cuando desbaratamos a Narváez me señalaron para que les fuésemos a tomar la artillería, que eran dieciocho tiros que tenían cebados y cargados con sus pelotas de piedra, los cuales les tomamos, y este trance fue de mucho peligro; y me hallé en el primer desbarate cuando los mexicanos nos echaron de México, o por mejor decir, salimos huyendo: cuando nos mataron en obra de ocho días ochocientos y cincuenta soldados; y me hallé en las entradas de Tepeaca y Cachula y sus rededores, y en otros reencuentros que tuvimos con los mexicanos cuando estábamos en Tezcuco sobre coger las milpas de maíz, y en lo de Iztapalapa cuando nos quisieron anegar, y me hallé cuando subimos en los peñoles, y ahora los llaman "las fuerzas o fortaleza que ganó Cortés"; y en lo de Suchimilco, e otros muchos reencuentros; y entré con Pedro de Alvarado con los primeros a poner cerco a México, y les quebramos el agua de Chapultepeque, y en la primera entrada que entramos en la calzada con el mismo Pedro de Alvarado; y después desto, cuando desbaratamos por la misma nuestra parte y llevaron seis soldados vivos, y a mí me llevaban, e ya se hacía cuenta que eran siete conmigo, según me llevaban engarrafado a sacrificar; y me hallé en todas las demás batallas ya por mí memoradas, que cada día y de noche teníamos, hasta que vi, como dicho tengo, las crueles muertes que dieron delante de mis ojos a aquellos sesenta y dos soldados nuestros compañeros; ya he dicho que ahora que por mí habían pasado todas estas batallas y peligros de muerte, que no lo había de temer como lo temía ahora a la postre. Digan ahora todos aquellos caballeros que desto del militar entienden, y se han hallado en trances peligrosos de muerte, a qué fin echarán mi temor, si es a mucha flaqueza de ánimo o a mucho esfuerzo; porque, como he dicho, sentía yo en mi pensamiento que habla de poner mi persona, batallando, en parte que por fuerza había temer la muerte más que otras veces, y por esto me temblaba el corazón y temía la muerte; y todas aquestas batallas que aquí he dicho donde me había hallado, verán en mi relación en qué tiempo y cómo y cuándo y dónde y de qué manera. Otras muchas entradas y reencuentros tuvo Cortés y muchos de nuestros capitanes, sin estos que aquí tengo dichos que no me hallé yo en ellos, porque eran de cada día tantos, que aunque fuera de hierro mi cuerpo, no lo pudiera sufrir, en especial que siempre andaba herido y pocas veces estaba sano, por esta causa no podía ir a todas las entradas; pues aun no han sido nada los trabajos y peligros y reencuentros de muerte que de mi persona he recontado, que después que ganamos esta fuerte y gran ciudad pasé otros muchos, como adelante verán cuando venga a coyuntura. Y dejemos ya, y diré y declararé por qué he dicho en todas estas guerras mexicanas cuando nos mataron nuestros compañeros, digo "lleváronlos", y no digo "matáronlos", y la causa es esta: porque los guerreros que con nosotros peleaban, aunque pudieran matar luego a los que llevaban vivos de nuestros soldados, no los mataban luego, sino dábanles heridas peligrosas porque no se defendiesen, y vivos los llevaban a sacrificar a sus ídolos, y aun primero les hacían bailar delante de Huichilobos que era su ídolo de la guerra; y esta es la causa por qué he dicho: "los llevaron". Y dejemos esta materia, y digamos lo que Cortés hizo después de ganado México.
contexto
Cómo mandó Cortés adobar los caños de Chapultepeque, e otras muchas cosas La primera cosa que mandó Cortés a Guatemuz fue que adobasen los caños del agua de Chapultepeque, según y de la manera que solían estar antes de la guerra, e que luego fuese el agua por sus caños a entrar en aquella ciudad de México, e que luego con mucha diligencia limpiasen todas las calles de México de todas aquellas cabezas y cuerpos de muertos, que todas las enterrasen, para que quedasen limpias y sin que hubiese hedor ninguno en toda aquella ciudad; y que todas las calzadas y puentes que las tuviesen tan bien aderezadas como de antes estaban, y que los palacios y casas que las hiciesen nuevamente, y que dentro de dos meses se volviesen a vivir en ellas; y luego les señaló Cortés en qué parte habían de poblar, y la parte que habían de dejar desembarazada para en que poblásemos nosotros. Dejémonos ahora destos mandados y de otros que ya no me acuerdo, y digamos cómo el Guatemuz y todos sus capitanes dijeron a nuestro capitán Cortés que muchos capitanes y soldados que andaban en los bergantines, y de los que andábamos en las calzadas batallando, les habíamos tomado muchas hijas y mujeres de algunos principales; que. les pedían por merced que se las hiciese volver; y Cortés les respondió que serían muy malas de las haber de poder de los compañeros que las tenían, y puso alguna dificultad en ello; pero que las buscasen y trajesen ante él, e que vería si eran cristianas o si querían volver a casa de sus padres y de sus maridos, y que luego se las mandaría dar; y dióles licencia para que las buscasen en todos tres reales, e un mandamiento para que el soldado que las tuviese luego se las diese si las indias se querían volver de buena voluntad con ellos; y andaban muchos principales en busca dellas de casa en casa, y eran tan solícitos, que las hallaron, y las más dellas no quisieron ir con sus padres ni madres ni maridos, sino estarse con los soldados con quienes estaban, y otras se escondían, y otras decían que no querían volver a idolatrar, y aun algunas dellas estaban ya preñadas; y desta manera, no llevaron sino tres, que Cortés mandó expresamente que las diesen. Dejemos desto, y digamos que luego mandó hacer unas atarazanas y fortaleza en que estuviesen los bergantines, y nombró alcaide que estuviese en ellas, y paréceme que fue a Pedro de Alvarado, hasta que vino de Castilla un Salazar, que se decía de la Pedrada, Digamos de otra materia: como se recogió todo el oro y plata y joyas que se hubieron en México, e fue muy poco, según pareció, porque todo lo demás hubo fama que lo mandó echar Guatemuz en la laguna cuatro días antes que se prendiese; e que demás desto, que lo habían robado los tlascaltecas y los de Tezcuco y Guaxocingo y Cholula, y todos los demás de nuestros amigos que estaban en la guerra; y demás desto, que los que andaban en los bergantines robaron su parte; por manera que los oficiales del rey decían y publicaban que Guatemuz lo tenía escondido, y Cortés holgaba dello de que no lo diese, por haberlo él todo para sí; y por estas causas acordaron de dar tormento a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo y gran privado; y ciertamente le pesó mucho a Cortés, porque a un señor como Guatemuz, rey de tal tierra, que es tres veces más que Castilla, le atormentasen por codicia del oro, que ya habían hecho pesquisas sobre ello, y todos los mayordomos de Guatemuz decían que no había más de lo que los oficiales del rey tenían en su poder, y eran hasta trescientos y ochenta mil pesos de oro, porque ya lo habían fundido y hecho barras; y de allí se sacó el real quinto, e otro quinto para Cortés; y como los conquistadores que no estaban bien con Cortés vieron tan poco oro, y al tesorero Julián de Alderete le decían algunos dellos que tenían sospecha que por quedarse Cortés con el oro no quería que prendiesen al Guatemuz ni le diesen tormento; y porque no le echasen a Cortés algo sobre ello, y no lo pudo excusar, le atormentaron, en que le quemaron los pies con aceite, y al señor de Tacuba; y lo que confesaron fue, que cuatro días antes que le prendiesen lo echaron en la laguna, así el oro como los tiros y escopetas y ballestas y otras muchas cosas de guerra que de nosotros tenían de cuando nos echaron de México y cuando desbarataron ahora a la postre a Cortés; y fueron a donde Guatemuz había señalado, y entraron buenos nadadores y no hallaron cosa ninguna; y lo que yo vi, que fuimos con el Guatemuz a las casas donde solía vivir, y estaba una como alberca grande de agua honda, y de aquella alberca sacamos un sol de oro como el que nos hubo dado el gran Montezuma, y muchas joyas y piezas de poco valor, que eran del mismo Guatemuz; y el señor de Tacuba dijo que él tenía en unas casas suyas grandes, que estaban de Tacuba obra de cuatro leguas, ciertas cosas de oro, e que le llevasen allá y diría adonde estaba enterrado, y lo diría; y fue Pedro de Alvarado y seis soldados con él, e yo fui en su compañía; y cuando allegamos dijo que por morirse en el camino había dicho aquello, e que le matasen, que no tenía oro ni joyas ningunas; y así, nos volvimos sin ello, y así se quedó, que no hubimos más oro que fundir; verdad es que a la recámara del Montezuma, que después poseyó el Guatemuz, no se había allegado a muchas joyas y piezas de oro, que todo ello se tomó para que con ello sirviéramos a su majestad; y porque había muchas joyas de diversas hechuras y primas labores, y si me parase a escribir cada cosa y hechura dello por sí, sería y es gran prolijidad, lo dejaré de decir en esta relación; mas dijeron allí muchas personas, e yo digo de verdad, que valía dos veces más, que la que había sacado para repartir, el real quinto de su majestad; todo lo cual enviamos al emperador nuestro señor con Alonso de Ávila, que en aquel tiempo vino de la isla a Santo Domingo, y con Antonio de Quiñones; lo cual diré adelante cómo y dónde, en qué manera y cuándo fueron. Y dejemos de hablar dello, y volvamos a decir que en la laguna, donde decía Guatemuz que había echado el oro, entré yo y otros soldados a zambullidas, y siempre sacábamos pecezuelos de poco precio, lo cual luego nos lo demandó Cortés y el tesorero Julián de Alderete; y ellos mismos fueron con nosotros a donde lo habíamos sacado, y llevaron consigo buenos nadadores, y sacaron obra de noventa o cien pesos de sartalejos de cuentas y ánades y perrillos y pinjantes y collarejos y otras cosas de nonada, que así se puede decir, según había la fama en la laguna del oro que de antes había echado. Dejemos de hablar desto, y digamos cómo todos los capitanes y soldados estaban algo pensativos de ver el poco oro que parecía y las partecillas que dello nos daban; y el fraile de la Merced, y Alonso de Ávila, que entonces había vuelto de la isla de Santo Domingo de cuando le enviaron por procurador, y Pedro de Alvarado y otros caballeros y capitanes dijeron a Cortés que, pues que había poco oro, que las partes que habían de caber a todos que las diesen y repartiesen a los que quedaron mancos y cojos y ciegos y tuertos y sordos, y a otros que se habían quemado con pólvora, y a otros que estaban dolientes de dolor de costado; que aquellos les diese todo el oro, y que para aquellos sería bien dárselo, e que todos los demás que estábamos sanos lo habríamos por bien; y si esto le dijeron a Cortés, fue sobre cosa pensada, creyendo que nos darían más que las partes que nos venían, porque había mucha sorpresa que lo tenía escondido todo, y lo que respondió fue, que vería las partes que cabían, e que visto, en todo pondría remedio; y como todos los capitanes y soldados queríamos ver lo que nos cabía de parte, dábamos priesa para que se echase la cuenta y se declarase a qué tantos pesos salíamos; y después que lo hubieron tanteado, dijeron que cabían los de a caballo a cien pesos, y a los ballesteros y escopeteros y rodeleros qué no se me acuerda bien; y de que aquellas partes que nos señalaron, ningún soldado lo quiso tomar; y entonces murmuramos de Cortés y del tesorero Alderete, y el tesorero por descargarse decía que no podía haber más, porque Cortés sacaba otro quinto del montón, como el de su majestad, para él, y se pagaban muchas costas de los caballos que se habían muerto, y también dejaban de meter en el montón otras muchas piezas que habíamos de enviar a su majestad; y que riñésemos con Cortés, y no con él; y como en todos tres reales había soldados que habían sido amigos y paniaguados del Diego Velázquez, gobernador de Cuba, de los que habían pasado con Narváez, que no estaban bien con Cortés, como vieron que no les daban las partes del oro que ellos quisieran, no lo quisieron recibir lo que les daban; y como Cortés estaba en Cuyoacan y posaba en unos grandes palacios que estaban blanqueados y encaladas las paredes, donde buenamente se podía escribir con carbón y con otras tintas, amanecían cada mañana escritos motes, unos en prosa y otros en versos, algo maliciosos, a manera como mase-pasquines e libelos; y unos decían que el sol y la luna y el cielo y estrellas y la mar y la tierra tienen sus cursos, e que si algunas veces salen más de la inclinación para que fueron criados más de sus medidas, que vuelven a su ser, y que así había de ser la ambición de Cortés en el mandar; y otros decían que más conquistados nos traía que la misma conquista que dimos a México, y que no nos nombrásemos conquistadores de Nueva-España, sino conquistados de Hernando Cortés; y otros decían que no bastaba tomar buena parte del oro como general, sino tomar parte de quinto como rey, sin otros aprovechamientos que tenía; y otros decían: "¡Oh, qué triste está el anima mea hasta que la parte vea!" Otros decían que Diego Velázquez gastó su hacienda e descubrió toda la costa hasta Pánuco, y la vino Cortés a gozar; y decían otras cosas como estas, y aun decían palabras que no son para decir en esta relación. Y como Cortés salía cada mañana y lo leía, y como estaban unas chanzonetas en prosa y otras en metro, y por muy gentil estilo y consonancia cada mote y copla a lo que iba inclinada y a fin que tiraba su dicho, y no como yo aquí lo digo; y como Cortés era algo poeta, y se preciaba de dar res, puestas inclinadas a loas de sus heroicos hechos, y deshaciendo los del Diego Velázquez y Grijalba y Narváez, respondía también por buenos consonantes y muy a propósito en todo lo que escribía; y de cada día iban más desvergonzados los metros, hasta que Cortés escribió: "Pared blanca, papel de necios." Y amanecía más adelante: "Y aun de sabios y verdades." Y aun bien supo Cortés quién lo escribía, y fue un fulano Tirado, amigo de Diego Velázquez, yerno que fue de Ramírez "el viejo" que vivía en la Puebla, y un Villalobos, que fue a Castilla, y otro que se decía Mansilla, y otros que ayudaban de buena para que Cortés sintiese a los puntos que le tiraban. Y Cortés se enojó y dijo públicamente que no pusiesen malicias, que castigaría a los ruines desvergonzados. Dejemos desto, y digamos que, como había muchas deudas entre nosotros, que debíamos de ballestas a cuarenta y a cincuenta pesos, y de una escopeta ciento, y de un caballo ochocientos, y mil, y a veces más, y una espada cincuenta, y desta manera eran tan caras las cosas que hablamos comprado; pues un cirujano que se llamaba maestre Juan, que curaba algunas malas heridas y se igualaba por la cura a excesivos precios, y también un médico que se decía Murcia, que era. boticario y barbero, también curaba; y otras treinta trampas y zarrabusterías que debíamos, demandaban que les pagásemos de las partes que nos daban; y el remedio que Cortés dio fue, que puso dos personas de buena conciencia, y que sabían de mercaderías, que apreciasen qué podrían valer las mercaderías y cosas de las que habíamos tomado fiado, y que lo apreciasen; llamábanse los apreciadores el uno Santa Clara, persona muy honrada, y el otro se decía fulano de Llerena; y se mandó que todo aquello que aquellos apreciadores dijesen que valía cada cosa de las que nos habían vendido, y las curas que nos habían hecho los cirujanos que pasasen por ello; e que si no teníamos dineros, que aguardasen por ello tiempo de dos años. Otra cosa también se hizo: que todo el oro que se fundió echaron tres quilates más de lo que tenía de ley, porque ayudasen a las pagas, y también porque en aquel tiempo habían venido mercaderes y navíos a la Villa-Rica y creyendo, que en echarle los tres quilates más, que ayudasen a la tierra y a los conquistadores; y no nos ayudó en cosa alguna, antes fue en nuestro perjuicio; porque los mercaderes, porque aquellos tres quilates saliesen a la cabal de sus ganancias, cargaban en las mercaderías y cosas que vendían cinco quilates, y así anduvo el oro de tres quilates más, cinco o seis años, y a este respecto se nombraba el oro de quilates tepuzque, que quiere decir en la lengua de indios cobre; y así ahora tenemos aquel modo de hablar, que nombramos a algunas personas que son preeminentes y de merecimiento el señor don fulano de tal nombre, Juan o Martín o Alonso, y otras personas que no son de tanta calidad les decimos no más de su nombre; y por haber diferencia de los unos a los otros, decimos a fulano de tal nombre "tepuzque". Volvamos a nuestra plática: que viendo que no era justo que el oro anduviese de aquella manera, se envió a hacer saber a su majestad para que se quitase y no anduviese en la Nueva-España, y su majestad fue servido mandar que no anduviese más, e que todo lo que se le hubiese de pagar en almojarifazgo y penas de cámara que se le pagase de aquel oro malo hasta que se acabase y no hubiese memoria dello, y desta manera se llevó todo a Castilla. Y quiero decir que en aquella sazón que esto pasó ahorcaron dos plateros que falseaban las marcas y las echaban a cobre puro. Mucho me he detenido en contar cosas viejas y salir fuera de mi relación. Volvamos a ella, y diré que, como Cortés vio que muchos soldados se le desvergonzaban y le pedían más partes, y le decían que se lo tomaba todo para sí, y le pedían prestados dineros, acordó de quitar de sobre sí aquel dominio y de enviar a poblar a todas las provincias que le pareció que convenía que se poblasen. A Gonzalo de Sandoval mandó que fuese a poblar a Tustepeque, e que castigase unas guarniciones mexicanas que mataron cuando salimos de México sesenta personas, y entre ellas seis mujeres de Castilla que allí habían quedado de los de Narváez, e que poblase Medellín; e que pasase a Guazacualco e que poblase aquel puerto; y también mandó que fuesen a conquistar la provincia de Pánuco; y a Rodrigo Rangel que se estuviese en la Villa-Rica, y en su compañía Pedro de Ircio; y Juan Velázquez Chico mandó que fuese a Colima, y a un Villa-Fuerte a Zacatula, y a Cristóbal de Olí que fuese a Michoacán: ya en este tiempo se había casado Cristóbal de Olí con una señora portuguesa, que se decía doña Filipa de Araujo; y envió a Francisco de Horozco a poblar a Guaxaca. Porque en aquellos días que habíamos ganado a México, como lo supieron en todas estas provincias, que he nombrado, que México estaba destruida, no lo podían creer los caciques y señores dellas, como estaban lejos, y enviaban principales a dar a Cortés el parabién de las victorias, y a darse y ofrecerse por vasallos de su majestad, y a ver cosa tan temida como dellos fue México si era verdad que estaba por el suelo; y todos traían consigo a sus hijos pequeños, y les mostraban a México, y como solemos decir: "Aquí fue Troya"; y se lo declaraban. Dejemos desto, y digamos una plática que es bien que se declare; porque me dicen muchos curiosos lectores que ¿qué es la causa que los verdaderos conquistadores que ganamos la Nueva-España y la grande y fuerte ciudad de México, por qué no nos quedamos en ella a poblar y nos veníamos a otras provincias? Tienen razón de lo preguntar; quiero decir la causa por qué, y es esto que diré. En los libros de la renta de Montezuma mirábamos de qué parte le traían el oro, y dónde había minas y cacao y ropa de mantas; y de aquellas partes que veíamos en los libros que traían los tributos del oro para el gran Montezuma, queríamos ir allá, en especial viendo que salían de México un capitán principal y amigo de Cortés, como era Sandoval; y también como veíamos que en todos los pueblos de la redonda de México no tenían minas de oro ni algodón ni cacao, sino mucho maíz y magüeyales, de donde sacaban el vino, y a esta causa la teníamos por tierra pobre, y nos fuimos a otras provincias a poblar, y en todas fuimos muy engañados. Acuérdome que fui a hablar a Cortés que me diese licencia para que fuese con Sandoval, y me dijo: "En mi conciencia, hermano Bernal Díaz del Castillo, que vivís engañado; que yo quisiera que quedárais aquí conmigo; mas si es vuestra voluntad ir con vuestro amigo Gonzalo de Sandoval, id en buena hora, e yo tendré siempre cuidado de lo que se ofreciere; mas bien sé que os arrepentiréis por me dejar." Volvamos a decir de las partes del oro, que todo se quedó en poder de los oficiales del rey, por las esclavas que habíamos sacado en las almonedas. No quiero poner aquí por memoria qué tantos de a caballo ni ballesteros, ni escopeteros, ni soldados, ni en cuántos días de tal mes despachó Cortés a los capitanes para que fuesen a poblar las provincias por mí arriba dichas, porque sería larga relación; basta que diga pocos días después de ganado México e preso Guatemuz, e de ahí a otros dos meses envió a otro capitán a otras provincias. Dejemos ahora de hablar de Cortés, y diré que en aquel instante vino al puerto de la Villa-Rica, con dos navíos, un Cristóbal de Tapia, veedor de las fundiciones que se hacían en Santo Domingo, y otros decían que era alcaide de aquella fortaleza que está en la isla de Santo Domingo, y traía provisiones y cartas misivas de don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, e se nombraba arzobispo de Rosano, para que le diésemos la gobernación de Nueva-España al Tapia; e lo que sobre ello pasó diré adelante.
contexto
Cómo llegó al puerto de la Villa-Rica un Cristóbal de Tapia que venía para ser gobernador Pues como Cortés hubo despachado los capitanes y soldados por mí ya dichos a pacificar y poblar provincias, en aquella sazón vino un Cristóbal de Tapia, veedor de la isla de Santo Domingo, con provisiones de su majestad, guiadas y encaminadas por don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, porque así se llamaba, para que le admitiesen a la gobernación de la Nueva-España; y demás de las provisiones, traía muchas cartas misivas del mismo obispo para Cortés y para otros muchos conquistadores y capitanes de los que habían venido con Narváez, para que favoreciesen al Cristóbal de Tapia; y demás de las cartas que traía cerradas y selladas del obispo, traía otras en blanco para que el Tapia en la Nueva-España pusiese todo lo que quisiese y le pareciese, y en todas ellas traía grandes prometimientos que nos haría muchas mercedes si dábamos la gobernación al Tapia, y por otra parte muchas amenazas, y decía que su majestad nos enviaría a castigar. Dejemos desto; que Tapia presentó sus provisiones en la Villa-Rica de la Veracruz delante de Gonzalo de Alvarado, hermano de Pedro de Alvarado, que estaba en aquella sazón por teniente de Cortés, porque un Rodrigo Rangel, que solía estar allí por alcalde mayor, no sé qué desatinos había hecho cuando allí estaba, y le quitó Cortés el cargo; y presentadas las provisiones, el Gonzalo de Alvarado las obedeció y puso sobre su cabeza como provisiones y mando de su rey y señor; e que en cuanto al cumplimiento, que se juntarían los alcaldes y regidores de aquella villa e que platicarían e verían cómo y de qué manera eran ganadas y habidas aquellas provisiones, e que todos juntos las obedecerían, porque él solo era una persona, y también porque querían ver si su majestad era sabidor que tales provisiones se enviasen; y esta respuesta no le cuadró bien al Tapia, y aconsejáronle que se fuese luego a México, adonde estaban Cortés con todos los demás capitanes y soldados, y que allí las obedecerían; y demás de presentar las provisiones, como dicho tengo, escribió a Cortés de la manera que venía por gobernador; y como Cortés era muy avisado, si muy buenas cartas le escribió el Tapia, y vio las ofertas y ofrecimientos del obispo de Burgos, y por otra parte las amenazas; si muy buenas palabras y muy llenas de cumplimientos venían ellas, él le escribió otras muy mejores y más halagüeñas, y blandosamente, y amorosas y llenas de cumplimientos le escribió Cortés en respuesta; y luego Cortés rogó y mandó a ciertos de nuestros capitanes que se fuesen a ver con el Tapia, los cuales fueron Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval y Diego de Soto el de Toro y un Valdenebro y el capitán Andrés de Tapia, a los cuales envió a llamar por la posta que dejasen de poblar por entonces las provincias en que estaban y que fuesen a la Villa-Rica, donde estaba el Cristóbal de Tapia, y con ellos mandó que fuese un fraile que se decía Pedro Melgarejo de Urrea. Ya que el Tapia iba camino de México a se ver con Cortés, encontró con nuestros capitanes y con el fraile por mí nombrado, y con palabras y ofrecimientos que le hicieron, volvió del camino para un pueblo que se decía Cempoal, y allí le demandaron que mostrase otra vez las provisiones, y que verían cómo y de qué manera lo mandaba su majestad, y si venía en ellas su real firma o era sabidor dello, e que los pechos por tierra las obedecerían en nombre de Hernando Cortés y de toda la Nueva-España, porque traían poder para ello; y el Tapia les tornó a notificar y mostrar las provisiones, y todos aquellos capitanes a una las obedecieron y pusieron sobre sus cabezas como provisiones de nuestro rey y señor, e que en cuanto al cumplimiento, que suplicaban dellas para ante el emperador nuestro señor; y dijeron que no era sabidor dellas ni de cosa ninguna, e que el Cristóbal de Tapia no era suficiente para ser gobernador, e que el obispo de Burgos era contra todos los conquistadores que servíamos a su majestad, y andaba ordenando aquellas cosas sin dar verdadera relación a su majestad, y por favorecer al Diego Velázquez, y al Tapia: por casar con uno dellos a una doña fulana de Fonseca, sobrina del mismo obispo; y luego que el Tapia vio que no aprovechaban palabras ni provisiones ni cartas de ofertas ni otros cumplimientos, adoleció de enojo; y aquellos nuestros capitanes le escribían a Cortés todo lo que pasaba, y le avisaron que enviase tejuelos de oro y barras, e que con ellos amansaría la furia del Tapia; lo cual luego vino en posta, y le compraron unos negros y tres caballos y el un navío, y se volvió a embarcar en el otro navío y se fue a la isla de Santo Domingo, de donde había salido; e cuando allá llegó, la audiencia real que en ella residía y los frailes jerónimos que estaban por gobernadores notaron muy bien su vuelta de aquella manera, y se enojaron con él porque antes que saliese de la isla para ir a la Nueva-España le habían mandado expresamente que en aquella sazón no curase de venir, porque sería causa de quebrar el hilo y conquistas de México, y no les quiso obedecer; antes, con favor del obispo de Burgos don Juan Rodríguez de Fonseca, se resolvió; que no osaban hacer otra cosa los oidores sino lo que el obispo de Burgos mandaba, porque era presidente de Indias, porque su majestad estaba en aquella sazón en Flandes, que no había venido a Castilla. Dejemos esto del Tapia, y digamos cómo luego envió Cortés a Pedro de Alvarado a poblar a Tututepeque, que era tierra rica de oro. Y para que bien lo entiendan los que no saben los nombres destos pueblos, uno es Tutepeque, adonde fue Gonzalo de Sandoval, y otro es Tututepeque, adonde en esta sazón va Pedro de Alvarado; y esto declaro porque no me culpen que digo que dos capitanes fueron a poblar una provincia de un nombre, y son dos provincias; y también había enviado a poblar el río de Pánuco, porque Cortés tuvo noticia de un Francisco de Garay hacía grande armada para venirla a poblar; porque, según pareció, se lo había dado su majestad al Garay por gobernación y conquista, según más largamente lo he dicho y declarado en los capítulos pasados cuando hablaba de todos los navíos que envió adelante Garay, que desbarataron los indios de la misma provincia de Pánuco; e hízolo Cortés porque si viniese el Garay la hallase por Cortés poblada. Dejemos desto, y digamos cómo Cortés envió otra vez a Rodrigo Rangel por teniente de Villa-Rica, y quitó al Gonzalo de Alvarado, y le mandó que luego le enviase a Pánfilo de Narváez donde estaba poblando Cortés en Cuyoacan, que aun no había entrado a poblar a México hasta que se edificasen todas las casas y palacios adonde había de vivir; y envió por el Pánfilo de Narváez porque, según le dijeron, que cuando el Cristóbal de Tapia llegó a la Villa-Rica con las provisiones que dicho tengo, el Narváez habló con él, y en pocas palabras le dijo: "Señor Tapia, paréceme que tan buen recaudo traéis y tal le llevaréis como yo; mirad en lo que yo he parado trayendo tan buena armada, y mirad por vuestra persona, no os maten, y no os curéis de perder tiempo; que la ventura d Cortés e sus soldados no es acabada; entended en que os den algún oro por esas cosas que traéis; e idos a Castilla ante su majestad, que allá no faltará quien os ayude, y diréis lo que pasa, en especial teniendo, como tenéis, al señor obispo de Burgos; y esto es mejor consejo." Dejémonos desta plática, y diré cómo Narváez fue su camino a México, y vio aquellas grandes ciudades y poblaciones; y cuando llegó a Tezcuco se admiró, y cuando vio a Cuyoacan mucho más, y desque vio la gran laguna y ciudades que en ella están pobladas, y después la gran ciudad de México; y como Cortés supo que venía, le mandó hacer mucha honra; y llegado ante él, se hincó de rodillas y le fue a besar las manos, y Cortés no lo consintió y le hizo levantar, y le abrazó y le mostró mucho amor, y le hizo asentar cabe sí, y entonces el Narváez le habló y le dijo: "Señor capitán, ahora digo de verdad que la menor cosa que hizo vuestra merced y sus valerosos soldados en esta Nueva-España fue desbaratarme a mí y prenderme, y aunque trajera mayor poder del que traje, pues he visto tantas ciudades y tierras que ha domado y sujetado al servicio de Dios nuestro señor y del emperador Carlos V; y puédese vuestra merced alabar y tener en tanta estima, que yo así lo digo, y dirán todos los capitanes muy nombrados que el día de hoy son vivos, que en el universo se puede anteponer a los muy afamados e ilustres varones que ha habido; y otra tan fuerte ciudad como México no la hay; y vuestra merced y sus muy esforzados soldados son dignos que su majestad les haga muy crecidas mercedes", y le dijo otras muchas alabanzas; y Cortés le respondió que nosotros no éramos bastante para hacer lo que estaba hecho, sino la gran misericordia de Dios nuestro señor, que siempre nos ayudaba, y la buena ventura de nuestro gran César. Dejémonos desta plática y de las ofertas que hizo Narváez a Cortés que le sería servidor, y diré cómo en aquella sazón se pasó Cortés a poblar la insigne y gran ciudad de México, y repartió solares para las iglesias y monasterios y casas reales y plazas, y a todos los vecinos les dio solares; y por no gastar más tiempo en escribir: según y de la manera que ahora está poblada, que, según dicen muchas personas que se han hallado en muchas partes de la cristiandad, otra más populosa y mayor ciudad y de mejores casas y muy bien pobladas de caballeros no se ha visto. Pues estando dando la orden que dicho tengo, al mejor tiempo que estaba Cortés algo descansando, le vinieron cartas del Pánuco que toda la provincia estaba levantada e puesta en armas, y que era gente muy belicosa y de muchos guerreros, porque habían muerto muchos soldados que había enviado Cortés a poblar, y que con brevedad enviase el mayor socorro que pudiese; y luego acordó Cortés de ir él mismo en persona, porque todos los capitanes habían ido a sus conquistas; y llevó todos los más soldados que pudo y hombres de a caballo y ballesteros y escopeteros, porque ya habían llegado a México muchas personas de las que el veedor Tapia traía consigo, y otros que allí estaban de los de Lucas Vázquez de Aillón, que habían ido con él a la Florida, y otros que habían venido de las islas en aquel tiempo; y dejando en México buen recaudo, y por capitán de él a Diego de Soto, natural de Toro, salió Cortés de México; y en aquella sazón no había herraje, sino muy poco, para los muchos caballos que llevaba, porque pasaban de ciento y treinta de a caballo y doscientos y cincuenta soldados, y contados entre ellos ballesteros y escopeteros y de a caballo, y también llevó diez mil mexicanos; y en aquella sazón ya había vuelto de Michoacan Cristóbal de Olí, porque dejó aquella provincia de paz y trajo consigo muchos caciques y al hijo del cacique Cazonci, que así se llamaba, y era el mayor señor de todas aquellas provincias, y trajo mucho oro bajo, que lo tenían revuelto con plata y cobre; y gastó Cortés en aquella ida que fue a Pánuco mucha cantidad de pesos de oro, que después demandaba a su majestad que le pagase aquella costa; y los oficiales de la real hacienda no se los quisieron recibir en cuenta ni le quisieron pagar cosa dello, porque respondieron que si había hecho aquel gasto en la conquista de aquella provincia, que lo hizo por se apoderar della, porque Francisco de Garay, que venía por gobernador, no la hubiese, porque ya tenía noticia que venía de la isla de Jamaica con gran pujanza y armada. Volvamos a nuestra relación, y diré cómo Cortés llegó con todo su ejército a la provincia de Pánuco y los halló de guerra, y los envió a llamar de paz muchas veces, mas no quisieron venir; e tuvo con ellos en algunos días muchos reencuentros de guerra, y en dos batallas que le aguardaron le mataron tres soldados y le hirieron más de treinta, y mataron cuatro caballos y hubo muchos heridos, y murieron de los mexixanos sobre ciento, sin otros más de doscientos que quedaron heridos; porque fueron los guastecas, que así se llaman en aquellas provincias, sobre más de sesenta mil hombres guerreros cuando aguardaron a nuestro capitán Cortés; mas quiso nuestro señor que fueron desbaratados, y todo el campo adonde fueron estas batallas quedó lleno de muertos y heridos de los guastecas naturales de aquellas provincias; por manera que no se tornaron más a juntar por entonces para dar guerra; y Cortés estuvo ocho días en un pueblo que estaba allí cerca, donde habían sido aquellas reñidas batallas, por causa de que se curasen los heridos y se enterrasen los muertos, y había muchos bastimentos; y para tornarles a llamar de paz envió diez caciques, personas principales, de los que se habían prendido en aquellas batallas, y doña Marina y Jerónimo de Aguilar, que siempre Cortés los llevaba consigo, les hizo un parlamento muy discreto, y les dijo que "¿cómo se podían defender todos los de aquellas provincias de no se dar por vasallos de su majestad, pues han visto y tenido nueva que con el poder de México, siendo tan fuertes guerreros, estaba asolada la ciudad y puesta por el suelo? E que vengan luego de paz y no hayan miedo, e que lo pasado de las muertes, que Cortés, en nombre de su majestad, se lo perdonaría"; y tales palabras les dijo con amor, y otras llenas de amenazas, que, como estaban hostigados y habían visto muertos muchos de los suyos, y abrasados y asolados todos sus pueblos, vinieron de paz, y todos trajeron joyas de oro, aunque no de mucho precio, que presentaron a Cortés, y él con halagos y mucho amor les recibió de paz; y desde allí se fue Cortés con la mitad de sus soldados a un río que se dice Chila, que está de la mar obra de cinco leguas, y volvió a enviar mensajeros a todos los pueblos de la otra parte del río a llamarles de paz, y no quisieron venir; porque, como estaban encarnizados de los muchos soldados que habían muerto, en obra de dos años que habían pasado de los capitanes que Garay envió a poblar aquel río, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, así creyeron que harían a nuestro Cortés; y como estaban entre grandes lagunas y ríos y ciénagas, que es muy grande fortaleza para ellos; y la respuesta que dieron fue matar a los mensajeros que Cortés les había enviado a hablar sobre las paces, y a estos de ahora tuvieron presos ciertos días, y estuvo Cortés aguardando para ver si podría acabar con ellos que mudasen su mal propósito; y como no vinieron, mandó buscar todas las canoas que en el río pudo haber, y con ellas y unas barcas que se hicieron de madera de navíos viejos de los de Garay, y pasaron de noche de la otra parte del río ciento y cincuenta soldados, y los más dellos ballesteros y escopeteros, y cincuenta de a caballo; y como los principales de aquellas provincias velaban sus pasos y ríos, como los vieron, dejáronlos pasar, y estaban aguardando de la otra parte; y si muchos guastecas se habían juntado en las primeras batallas que dieron a Cortés, muchos mas estaban juntos esta vez, y vienen como leones rabiosos a se encontrar con los nuestros; y a los primeros encuentros mataron dos soldados e hirieron sobre treinta, y también mataron tres caballos e hirieron otros quince, y muchos mexicanos; mas tal priesa les dieron los nuestros, que no pararon en el campo, e luego se fueron huyendo, y quedaron dellos muertos y heridos gran cantidad; y después que pasó aquella batalla, los nuestros se fueron a dormir a un pueblo que estaba despoblado, que se habían huido los moradores de él, y con buenas velas y escuchas y rondas y corredores del campo estuvieron, y de cenar no les faltó; y cuando amaneció, andando por el pueblo, vieron estar en un cu e adoratorio de ídolos, colgados muchos vestidos y caras desolladas y adobadas como cueros de guantes, y con sus barbas y cabellos, que eran de los soldados que habían muerto a los capitanes que había enviado Garay a poblar el río de Pánuco, y muchas dellas fueron conocidas de otros soldados, que decían que eran sus amigos, y a todos se les quebró los corazones de lástima de las ver de aquella manera, y luego las quitaron de donde estaban y las llevaron para enterrar; y desde aquel pueblo se pasaron a otro lugar, y como conocían que toda la gente de aquella provincia era muy belicosa, siempre iban muy recatados y puestos en ordenanza para pelear, no les tomasen descuidados y desaparecidos; y los descubridores de todo aquel campo dieron con unos grandes escuadrones de indios que estaban en celada, para que cuando estuviesen los nuestros en las casas apeados dar en los caballos y en ellos; y como fueron sentidos, no tuvieron lugar de hacer lo que querían; mas todavía salieron muy denodadamente y pelearon con los nuestros como valientes guerreros, y estuvieron más de media hora que los de a caballo y los escopeteros no les podían hacer retraer ni apartar de sí, y mataron dos caballos y hirieron otros siete, y también hirieron quince soldados y murieron tres de las heridas. Una cosa tenían estos indios: que ya que los llevaban de vencida, se tornaban a rehacer, y aguardaron tres veces en la pelea, lo cual pocas veces se ha visto acaecer entre estas gentes; y viendo que los nuestros les herían y mataban, se acogieron a un río caudaloso e corriente, y los de a caballo y peones sueltos fueron en pos dellos e hirieron muchos; e otro día acordaron de correrles el campo e ir a otros pueblos que estaban despoblados, y en ellos hallaron muchas tinajas de vino de la tierra puertas en unos soterranos a manera de bodegas; y estuvieron en estas poblaciones cinco días corriéndoles las tierras, y como todo estaba sin gentes y despoblados, se volvieron al río de Chila; y Cortés tornó luego a enviar a llamar de paz a todos los mismos pueblos que estaban de guerra de aquella parte del río, y como les habían muerto mucha gente, temieron que volverían otra vez sobre ellos, y a esta causa enviaron a decir que vendrían de ahí a cuatro días, que buscaban joyas de oro para le presentar; y Cortés aguardó todos los cuatro días que habían dicho que vendrían, y no vinieron por entonces; y luego mandó a un pueblo muy grande que estaba cabe una laguna, que era muy fuerte por sus ciénagas y ríos, que de noche obscuro y medio lloviznando, que en muchas canoas que luego mandó buscar, atadas de dos en dos, y otras sueltas, y en las balsas bien hechas, pasasen aquella laguna a una parte del pueblo en parte y paraje que no fuesen vistos ni sentidos de los de aquella población, y pasaron muchos amigos mexicanos, y sin ser vistos, dan en el pueblo, el cual pueblo destruyeron, y hubo muy gran despojo y estrago en él; allí cargaron los amigos de todas las haciendas que los naturales de él tenían; y desque aquello vieron, todos los más pueblos comarcados dende a cinco días acordaron de venir de paz, excepto otras poblaciones que estaban muy a trasmano, que los nuestros no pudieron ir a ellos en aquella sazón; y por no me detener en gastar más palabras en esta relación de muchas cosas que pasaron, las dejaré de decir, sino que entonces pobló Cortés una villa con ciento y treinta vecinos, y entre ellos dejó veinte y siete de a caballo y treinta y seis escopeteros y ballesteros, por manera que todos fueron los ciento y treinta; llamábase esta villa Sant-Esteban del Puerto, y está obra de una legua de Chila; y en los vecinos que en aquella villa poblaron repartió y dio por encomienda todos los pueblos que habían venido de paz, y dejó por capitán dellos y por su teniente a un Pedro Vallejo; y estando en aquella villa de partida para México, supo por cosa muy cierta que tres pueblos que fueron cabeceras para la rebelión de aquella provincia, y fueron en la muerte de muchos españoles, andaban de nuevo, después de haber ya dado la obediencia a su majestad y haber venido de paz, convocando y atrayendo a los demás pueblos sus comarcanos, y decían que después que Cortés se fuese a México con los de a caballo y soldados, que a los que quedaban poblados que diesen un día o noche en ellos y que tendrían buenas hartazgas con ellos; y sabida por Cortés la verdad muy de raíz, les mandó quemar las casas; mas luego se tornaron a poblar. Digamos que Cortés había mandado antes que partiese de México para ir a aquella entrada, que desde la Veracruz le enviase un barco cargado con Vino y vituallas y conservas y bizcochos y herraje, porque en aquella sazón no había trigo en México para hacer pan; e yendo que iba el barco su viaje a la derrota de Pánuco, cargado de lo que fue mandado, parece ser que hubo muy recios nortes y dio con él en parte que se perdió, que no se salvaron sino tres personas, que aportaron en unas tablas a una isleta donde había unos muy grandes arenales, sería tres o cuatro leguas de tierra, donde había muchos lobos marinos, que salían de noche a dormir a los arenales, y mataron de los lobos, y con lumbre que sacaron con unos palillos como la sacan en todas las Indias las personas que saben cómo se ha de sacar, tuvieron lugar de asar la carne de los lobos, y cavaron en mitad de la isla e hicieron unos como pozos y sacaron agua algo salobre, y también había una fruta que parecían higos, y con la carne de los lobos marinos y la fruta y agua salobre se mantuvieron más de dos meses; y como aguardaban en la villa de Sant-Esteban el refresco y bastimento y herraje, escribió Cortés a sus mayordomos a México que cómo no enviaban el refresco; y cuando vieron la carta de Cortés, tuvieron por muy cierto que se había perdido el barco, y enviaron luego los mayordomos de Cortés un navío chico de poco porte en busca del barco que se perdió, y quiso Dios que se toparon en la isleta donde estaban los tres españoles de los que se perdieron, con ahumadas que hacían de noche e de día; e desque vieron el barco, se alegraron, y embarcados, vinieron a la villa, y llamábase el uno dellos fulano Ceciliano, vecino que fue de México. Dejémonos desto, y digamos, cómo en aquella sazón nuestro capitán Cortés se venía ya para México, tuvo noticia que en unos pueblos que estaban en unas sierras que eran muy agrias se habían rebelado y hacían grande guerra a otros pueblos que estaban de paz, y acordó de ir allá antes que entrase en México; e yendo por su camino, los de aquella provincia lo supieron e aguardaron en un paso malo, y dieron en la rezaga del fardaje y le mataron ciertos tamemes y robaron lo que llevaban; y como era el camino malo, por defender el fardaje los de a caballo que los iban a socorrer reventaron dos caballos; y llegados a las poblaciones, muy bien se lo pagaron; que, como iban muchos mexicanos nuestros amigos, por se vengar de lo que les robaron en el puerto y camino malo, como dicho tengo, mataron y cautivaron muchos indios, y aun el cacique y su capitán murieron ahorcados después que hubieron vuelto lo que habían robado; y esto hecho, Cortés mandó a los mexicanos que no hiciesen más daño, y luego envió a llamar de paz a todos los principales y papas de aquella población, los cuales vinieron y dieron la obediencia a su majestad; y el cacicazgo mandó que lo tuviese un hermano del cacique que habían ahorcado y los dejó en sus casas pacíficos y muy bien castigados: y entonces se volvió a México. Y antes que pase adelante, quiero decir que en todas las provincias de la Nueva-España otra gente más sucia y mala y de peores costumbres no la hubo como esta de la provincia de Pánuco porque todos eran sométicos y se embudaban por las partes traseras, torpedad nunca en el mundo oída y sacrificadores y crueles en demasía, y borrachos y sucios y malos, y tenían otras treinta torpezas; y si miramos en ello, fueron castigados a fuego y a sangre dos o tres veces, y otros mayores males les vino en tener por gobernador a Nuño de Guzmán, que desque le dieron la gobernación, los hizo casi a todos esclavos y los envió a vender a, las islas, según más largamente lo diré en su tiempo y lugar. Volvamos a nuestra relación, y diré, después que Cortés volvió a México, en lo que entendió e hizo.
contexto
Cómo Gonzalo de Sandoval llegó con su ejército a un pueblo que se dice Tustepeque, y lo que allí hizo, y después pasó a Guazacualco, y todo lo más que le avino Llegado Gonzalo de Sandoval a un pueblo que se dice Tustepeque, toda la provincia le vino de paz, excepto unos capitanes mexicanos que fueron en la muerte de sesenta españoles y mujeres de Castilla que se habían quedado malos en aquel pueblo cuando vino Narváez, y era en el tiempo que en México nos desbarataron; entonces los mataron en el mismo pueblo; e dende obra de dos meses que hubieron muerto los por mí dichos, porque entonces fui con Sandoval, yo pasé en una como torrecilla, que era adoratorio de ídolos, adonde se habían hecho fuertes cuando les daban guerra, y allí los cercaron, y de hambre y de sed y de heridas les acabaron las vidas; y digo que posé en aquella torrecilla a causa que había en aquel pueblo de Tustepeque muchos mosquitos de día, e como está muy alto e con el aire no había tantos mosquitos como abajo, y también por estar cerca del aposento donde posaba el Sandoval. Y volviendo a nuestra plática, procuró el Sandoval de prender a los capitanes mexicanos que les dieron la guerra y les mataron los sesenta soldados que dicho tengo, y prendió el más principal dellos e hizo justicia, y por justicia lo mandó quemar; otros muchos había juntamente con él que merecían pena de muerte, y disimuló con ellos, y aquel pagó por todos. Y cuando fue hecho envió a llamar de paz unos pueblos zapotecas, que es otra provincia que estará obra de diez leguas de aquel pueblo de Tustepeque, y no quisieron venir, y envió a ellos para los traer de paz a un capitán que se decía Briones (otras muchas veces ya lo he nombrado), que fue capitán de bergantines y había sido buen soldado en Italia, según él decía, y le dio sobre cien soldados, y entre ellos treinta ballesteros y escopeteros y más de cien amigos de los pueblos que habían venido de paz; e yendo que iba el Briones con sus soldados y con buen concierto, pareció ser los zapotecas supieron que iba a sus pueblos, y échanle una celada en el camino, que le hicieron volver más que de paso rodando unas cuestas y laderas abajo, y le hirieron más de la tercia parte de los soldados que llevaba, e murió uno de las heridas, porque aquellas sierras donde están poblados aquellos zapotecas son tan agrias y malas, que no pueden ir por ellas caballos, y los soldados habían de ir a pie por unas sendas muy angostas, por contadero uno a uno y siempre hay neblinas y rocíos y resbalaban en los caminos; y tienen por armas unas lanzas muy largas, mayores que las nuestras, con una braza de cuchilla de navajas de pedernal, que cortan más que nuestras espadas, e unas pavesinas, que se cubren con ellas todo el cuerpo, y mucha flecha y varas y piedra, y los naturales muy sueltos y cenceños a maravilla, y con un silbo o voz que dan entre aquellas sierras resuena y retumba la voz por un buen rato, digamos ahora como ecos. Por manera que se volvió el capitán Briones con su gente herida, y aun él también trajo un flechazo; llámase aquel pueblo que le desbarató Tiltepeque; y después que vino de paz, el mismo pueblo se dio en encomienda a un soldado que se dice Ojeda, el tuerto, que ahora vive en la villa de San Ildefonso. Pues cuando el Briones volvió a dar cuenta al Sandoval de lo que le había acaecido, y se lo contaba cómo eran grandes guerreros, y el Sandoval, como era de buena condición, y el Briones se tenía por muy valiente, y solía decir que en Italia había muerto y herido y hendido cabezas y cuerpos de hombres, le decía el Sandoval: "¿Parécele, señor Capitán, que son estas tierras otras que las donde anduvo militando?" Y el Briones respondió medio enojado, y dijo que juraba a tal que más quisiera batallar contra tiros y grandes ejércitos de contrarios, así de turcos como de moros, que no con aquellos zapotecas, y daba razones para ello que parecía que cuadraban; y todavía el Sandoval le dijo que no quisiera haberle enviado, pues así fue desbaratado, que creyó que pusiera otras fuerzas: como él se alababa que había hecho en Italia, porque este Briones había poco tiempo que vino de Castilla; y le dijo el Sandoval: "Qué dirán ahora los zapotecas, que no somos tan varones como creían que éramos?" Dejemos desta entrada, pues no aprovechó, antes dañó, y digamos Cómo el mismo Gonzalo de Sandoval envió a llamar de paz a otra provincia que se dice Xaltepeque, que también eran zapotecas, que confinan con otras provincias y pueblos, que se decían los minxes, gentes muy sueltas y guerreros, que tenían diferencias con los de Xaltepeque, que ahora, como digo, son los que enviaba a llamar: y vinieron de paz obra de veinte caciques y principales, y trajeron un presente de oro en grano, que entonces habían sacado de las minas en diez cañutillos, y joyas de muchas hechuras, y traían vestidas aquellos principales unas ropas de algodón muy largas que les daban hasta los pies, con muchas labores en ellas labradas, y eran digamos ahora a la manera de albornoces moriscos; y como vinieron delante el Sandoval, con mucho acato se lo presentaron, y lo recibió con alegría, y les mandó dar cuentas de Castilla, y les hizo honra y halagos, y demandaron al Sandoval que les diese algunos teules, que en su lengua así nos llamaban a los españoles, para ir juntamente con ellos contra los pueblos de los minxes, sus contrarios, que les daban guerra; y el Sandoval, como no tenía soldados en aquella sazón para les dar ayuda, como la demandaban, porque los que llevó el Briones estaban todos heridos, y otros habían adolecido, e cuatro muertos, por ser la tierra muy calurosa e doliente, con buenas palabras le dijo que él enviaría a México a decir a Malinche, que así decían a Cortés, que les enviase muchos teules, e que se reportasen hasta que viniesen, y que entre tanto, que irían con ellos diez de sus compañeros para ver los pasos y tierra, para ir a dar guerra a sus contrarios los minxes; y esto no lo decía el Sandoval sino para que viésemos los pueblos y minas donde sacaban el oro que trajeron; y desta manera los despidió, excepto a tres dellos, que mandó que quedasen para ir con nosotros; y luego despachó para ir a ver los pueblos y minas, como he dicho, a un soldado que se decía Alonso del Castillo, "el de lo pensado"; y me mandó el Sandoval que yo fuese con él, y otros seis soldados, y que mirásemos muy bien las minas y la manera de los pueblos. Quiero decir por qué se llamaba, aquel capitán que iba con nosotros por caudillo, Castillo "el de lo pensado", y es por esta causa que diré: en la Capitanía del Sandoval había tres soldados que tenían por renombre Castillos: el uno dellos era muy galán, y preciábase dello en aquella sazón, que era yo, y a esta su causa me llamaban Castillo, el galán; los otros dos Castillos, el uno dellos era de tal calidad, que siempre estaba pensativo, y cuando hablaban con él se paraba mucho más a pensar lo que había de decir, y cuando respondía o hablaba era una necedad o cosas que teníamos que reír, y por esto le llamábamos Castillo "de los pensamientos"; y el otro era Alonso del Castillo, que ahora iba con nosotros, que de repente decía cualquiera cosa, y respondía muy a propósito de lo que preguntaban, y se decía Castillo, "el de lo pensado". Dejemos de contar donaires, y volvamos a decir cómo fuimos a aquella provincia a ver las minas, y llevamos muchos indios de los de aquellos pueblos, y con unas como hechuras de bateas lavaron en tres ríos delante de nosotros, y en todos tres sacaron oro, e hincheron cuatro cañutillos dello, que era cada uno del tamaño de un dedo de la mano (el de en medio), y eran poco menos que cañones de patos de Castilla: y con aquella muestra de oro volvimos donde estaba el Gonzalo de Sandoval, y se holgó, creyendo que la tierra era rica; y luego entendió en hacer los repartimientos de aquellos pueblos y provincias a los vecinos que habían de quedar allí poblados; y tomó para sí unos pueblos que se dicen Guazpaltepeque, que en aquel tiempo era la mejor cosa que había en aquella provincia muy cerca de las minas, y aun le dieron luego sobre quince mil pesos de oro, creyendo que tomaba una muy buena cosa; y la provincia de Xaltepeque, donde trajimos el oro, depositó en el capitán Luis Marín, pensaba que le daba un condado, y todos salieron muy malos repartimientos, así de lo que tomó el Sandoval como lo que dio a Luis Marín; y aun a mí me mandaba quedar en aquella provincia, y me daba muy buenos indios y de mucha renta, que pluguiera a Dios que los tomara, que se dice Matlatan y Orizaba, donde está ahora el ingenio "del virrey", y otro pueblo que se dize Ozotequipa, y no los quise, por parecerme que si no iba en compañía del Sandoval, teniéndole por amigo, que no hacía lo que convenía a la calidad de mi persona (y el Sandoval verdaderamente conoció mi voluntad); y por hallarme con él en las guerras, si las hubiese adelante, lo hice. Dejemos desto, y digamos que nombró a la villa que pobló Medellín, porque así le fue mandado por Cortés, porque el Cortés nació en Medellín de Extremadura; y era en aquella sazón el puerto un río que se dice Chalchocueca, que es el que hubimos puesto por nombre río de Banderas, donde se rescataron los dieciséis mil pesos; y por aquel río venían las barcas con la mercancía que venía de Castilla hasta que se mudó a la Veracruz. Dejemos desto, e vamos camino de Guazacualco, que será de la villa de la Veracruz, que dejamos poblada, obra de sesenta leguas, y entramos en la provincia que se dice Citla, la más fresca y llena de bastimentos y bien poblada que habíamos visto, y luego vino de paz; y es aquella provincia que he dicho de doce leguas de largo y otras tantas de ancho, muy poblado todo. Y llegamos al gran río de Guazacualco, y enviamos a llamar los caciques de aquellos pueblos, que era cabecera de aquellas provincias, y estuvieron tres días que no vinieron ni enviaban respuesta; por lo cual creímos que estaban de guerra, y aun así lo tenían consultado, que no nos dejasen pasar el río; y después tomaron acuerdo de venir de ahí a cinco días, y trajeron de comer y unas joyas de oro muy fino, y dijeron que cuando quisiésemos pasar, que ellos traerían muchas canoas grandes; y Sandoval se lo agradeció mucho, y tomó consejo con algunos de nosotros si nos atreveríamos a pasar todos juntos de una vez en todas las canoas; y lo que nos pareció y aconsejamos, que primero pasasen cuatro soldados y viesen la manera que había en un pueblezuelo que estaba junto al río, y que mirasen y procurasen de inquirir y saber si estaban de guerra, y antes que pasásemos tuviésemos con nosotros el cacique mayor, que se dice Tochel; y así, fueron los cuatro soldados y vieron todo a lo que les enviábamos, y se volvieron con relación a Sandoval cómo todo estaba de paz, y aun vino con ellos el hijo del mismo cacique Tochel, que así se decía, y trajo otro presente de oro, aunque no de mucha valía. Entonces le halagó el Sandoval, y le mandó que trajesen cien canoas atadas de dos en dos, y pasamos los caballos un día después de pascua de Espíritu Santo; y por acortar de palabras, poblamos en el pueblo que estaba junto al río, y era muy bueno para el trato de la mar, porque está el puerto de allí cuatro leguas e pusimos aquel sublimado nombre, lo uno, que en pascua de Espíritu Santo desbaratamos a Narváez, y lo otro, porque aquel santo nombre fue nuestro apellido cuando le prendimos y desbaratamos; lo otro por pasar aquel río mismo mismo día, y porque todas aquellas tierras vinieron de paz sin dar guerra; y allí poblamos toda la flor de los caballeros y soldados que habíamos salido de México a poblar con el Sandoval, y el mismo Sandoval, y Luis Marín, y un Diego de Godoy, y el capitán Francisco de Medina, y Francisco Marmolejo, y Francisco de Lugo, y Juan López de Aguirre, y Hernando de Montes de Oca, y Juan de Salamanca, y Diego de Azamar, y un Mantilla, y otro soldado que se decía Mejía "rapapelo", y Alonso de Grado, y el licenciado Ledesma, y Luis de Bustamante, y Pedro Castellar, y el capitán Briones, e yo y otros muchos caballeros e personas de calidad, que si los hubiese aquí de nombrar a todos, es no acabar tan presto; mas tengo por cierto que solíamos salir a la plaza a un regocijo e alarde sobre ochenta de a caballo, que eran más entonces aquellos ochenta que ahora quinientos; y la causa es esta, que no habían caballos en la Nueva-España, sino pocos y caros, y no los alcanzaban a comprar sino cual o cual. Dejemos desto, y diré cómo repartió Sandoval aquellas provincias y pueblos en nosotros, después de las haber enviado a visitar e hacer la división de la tierra y ver las calidades de todas las poblaciones; y fueron las provincias que repartió lo que ahora diré. Primeramente a Guazacualco, Guazpaltepeque e Tepeca e Chinanta e los zapotecas; e de la otra parte del río la provincia de Copilco e Cimatan y Tabasco y las sierras de Cachula, todos los zoques hasta Chiapa e Cinacatan e todos los quilenes, y Papanaguasta: y estos pueblos que he dicho teníamos todos los vecinos que en aquella villa quedamos poblados en repartimiento; que valiera más que allí yo no me quedara, según después sucedió, la tierra pobre y muchos pleitos que trajimos con tres villas que después se poblaron: la una fue la Villa-Rica de la Veracruz, sobre Guazpaltepeque y Chinanta y Tepeca; la otra con la villa de Tabasco, sobre Cimatan y Copilco; la otra con Chiapa, sobre los quilenes y zoques; la otra con Santo Ildefonso, sobre los zapotecas; porque todas estas villas se poblaron después que nosotros poblamos a Guazacualco, y a nos dejar todos los términos que teníamos, fuéramos ricos; y la causa por que se poblaron estas villas que he dicho fue, que envió a mandar su majestad que todos los pueblos de indios más cercanos y en comarca de cada villa le señaló por términos; por manera que de todas partes nos cortaron las aldas, y nos quedamos en blanco, y a esta causa el tiempo andando, se fue despoblando Guazacualco y con haber sido la mejor población y de generosos conquistadores que hubo en la Nueva-España, es ahora una villa de pocos vecinos. Volvamos a nuestra relación; y es, que estando Sandoval entendiendo en la población de aquella villa y llamando otras provincias de paz, le vinieron con cartas cómo había entrado un navío en el río de Ayagualulco, que es puerto, aunque no bueno, que estaba de allí quince leguas, y en él venía de la isla de Cuba la señora doña Catalina Xuárez "la Marcaida", que así tenía el sobrenombre, mujer que fue de Cortés, y la traía un su hermano Juan Xuárez, el vecino que fue, el tiempo andando, de México, y venía otra señora, su hermana, y Villegas el de México, y su mujer la Zambrana, y sus hijas, y aun la abuela, y otras muchas señoras casadas; y aun me parece que entonces vino Elvira López "la Larga", mujer que entonces era de Juan de Palma; el cual Palma vino con nosotros, que murió ahorcado, que después esta Elvira fue mujer de un Argueta; y también vino Antonio Diosdado, el vecino que fue de Guatemala, y vinieron otros muchos que ya no se me acuerdan sus nombres. Y como el Gonzalo de Sandoval lo alcanzó a saber, él en persona, con todos los más capitanes y soldados, fuimos por aquellas señoras y por todas las más que traía en su compañía. E acuérdome que en aquella sazón llovió tanto, que no podíamos ir por los caminos ni pasar ríos ni arroyos, porque venían muy crecidos, que salieron de madre; y había hecho grandes nortes, y con el mal tiempo, por no andar al través, entraron con el navío en aquel puerto de Ayagualulco, y la señora doña Catalina Xuárez "la Marcaida" y toda su compañía se holgaron con nosotros; luego las trajimos a todas aquellas señoras y su compañía a nuestra villa de Guazacualco, y lo hizo saber el Sandoval muy en posta a Cortés de su venida, y las llevó luego camino de México, y fueron acompañándolas el mismo Sandoval y Briones y Francisco de Lugo y otros caballeros. Y cuando Cortés lo supo, dijeron que le habla pesado mucho de su venida, puesto que no lo demostró y les mandó salir a recibir; y en todos los pueblos les hacían mucha honra hasta que llegaron a México, y en aquella ciudad hubo regocijos y juegos de cañas; y dende a obra de tres meses que hubieron llegado olmos decir que esta señora murió de asma; y que habían tenido un banquete el día antes, y en la noche, y muy gran fiesta; y porque yo no sé más desto que he dicho no tocaré más en esta tecla. Dejemos hablar desto, pues ya pasó. Y digamos de lo que le acaeció a Villafuerte, el que fue a poblar a Zacatula, y a un Juan álvarez Chico, que también fue a Colima; y al Villafuerte le dieron mucha guerra y le mataron ciertos soldados, y estaba la tierra levantada, que no les quería obedecer ni dar tributos, y al Juan álvarez Chico ni más ni menos; y como lo supo Cortés, le pesó dello; y como Cristóbal de Olí había venido de lo de Michoacan, y venía rico y la había dejado de paz, y le pareció a Cortés que tenía buena mano para ir a asegurar y pacificar aquellas dos provincias de Zacatula y Colima, acordó de le enviar por capitán, y le dio quince de a caballo y treinta escopeteros y ballesteros; e yendo por su camino, ya que llegaba cabe Zacatula, le aguardaron los naturales de aquella provincia muy gentilmente a un mal paso, y le mataron dos soldados y le hirieron quince, e todavía les venció, y fue a la villa donde estaba Villafuerte con los vecinos que en ella estaban poblados, que no osaban ir a los pueblos que tenían en encomienda, porque no los acapillasen; y le hablan muerto cuatro vecinos en sus mismos pueblos. Porque comúnmente en todas las provincias y villas que se pueblan, a los principios les dan encomenderos, y cuando les piden tributos se alzan y matan los españoles que pueden; pues cuando el Cristóbal de Olí vio que ya tenía apaciguada aquella provincia y le habían venido de paz, fue desde Zacatula a Colima, y hallóla de guerra, y tuvo con los naturales della ciertos reencuentros y le hirieron muchos soldados, y al fin los desbarató y quedaron de paz. El Juan álvarez Chico, que había ido por capitán no sé qué se hizo de él; paréceme que murió en aquella guerra. Pues como el Cristóbal de Olí hubo pacificado a Colima y le pareció que estaba de paz, como era casado con una portuguesa hermosa, que ya he dicho que se decía doña Felipa de Araujo, dio la vuelta para México, y no se hubo bien vuelto, cuando se torné a levantar lo de Colima y Zacatula; y en aquel instante había llegado a México Gonzalo de Sandoval con la señora doña Catalina Xuárez "Marcaida" y con el Juan Xuárez y todas sus compañías, como ya otra vez dicho tengo en el capítulo que dello habla; acordó Cortés de enviarle por capitán para apaciguar aquellas provincias, y con muy pocos de a caballo que entonces le dio y obra de quince ballesteros y escopeteros, conquistadores viejos, fue a Colima y castigó a dos caciques, y tal maña se dio, que toda la tierra dejó muy de paz y nunca más se levantó, y se volvió a México. Y volvamos a Guazacualco, y digamos cómo luego que se partió Gonzalo de Sandoval para México con la señora doña Catalina Xuárez se nos rebelaron todas las más provincias de las que estaban encomendadas a los vecinos, e tuvieron muy gran trabajo en las tornar a pacificar; y la primera que se levantó fue Xaltepeque: zapotecas que estaban poblados en altas y malas sierras; y tras esto se levantó lo de Cimatán y Copilco, que estaban entre grandes ríos y ciénagas, y se levantaron otras provincias, y aun hasta doce leguas de la villa hubo pueblos que mataron a su encomendero, y lo andábamos pacificando con muy grandes trabajos. Y estando que estábamos en una entrada con el capitán Luis Marín e un alcalde ordinario y todos los regidores de nuestra villa, viniéronnos cartas que había venido al puerto un navío, y que en él venía Juan Bono de Quexo, vizcaíno, e que había subido el río arriba con el navío, que era pequeño, hasta la villa, e que decía que traía cartas e provisiones de su majestad para nos notificar, que luego fuésemos a la villa e dejásemos la pacificación de la provincia; y como aquella nueva supimos, y estábamos con el teniente Luis Marín, así alcaldes y regidores fuimos a ver qué quería. Y después de nos abrazar y dar el para-bien-venidos los unos a los otros, porque el Juan Bono era muy conocido de cuando vino con Narváez, dijo que nos pedía por merced que nos juntásemos en cabildo, que nos quería notificar ciertas provisiones de su majestad y de don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos; que traía muchas cartas para todos. Y según pareció, traía el Juan Bono cartas en blanco con la firma del obispo; y entre tanto que nos fueron a llamar en la pacificación donde estábamos, se informó el Juan Bono quienes éramos los regidores, y las cartas que traía en blanco escribió en ellas palabras de ofrecimientos que el obispo nos enviaba si dábamos la tierra a Cristóbal de Tapia, que el Juan Bono no creyó que era vuelto para la isla de Santo Domingo; y el obispo tenía por cierto que no le recibiríamos, e a aquel efecto envió a Juan Bono con aquellos recaudos; e traía para mí, como regidor, una carta del mismo obispo, que escribió el Juan Bono. Pues ya que habíamos entrado en cabildo y vimos sus despachos y provisiones, que nunca nos había querido decir lo que era hasta entonces, de presto le despachamos con decir que ya el Tapia era vuelto a Castilla, e que fuese a México, adonde estaba Cortés, e allá le diría lo que le conviniese; e cuando aquello oyó el Juan Bono, que el Tapia no estaba en la tierra, se puso muy triste, y otro día se embarcó, e fue a la Villa-Rica, e desde allí a México, y lo que allá pasó yo no lo sé; salvo que oí decir que Cortés le ayudó para la costa y se volvió a Castilla. Y dejemos de contar más cosas, que había bien que decir como siempre que en aquella villa estuvimos nunca nos faltaron trabajos y conquistas de las provincias que se habían levantado; y volvamos a decir de Pedro de Alvarado cómo le fue en lo de Tutepeque y en su población.
contexto
Cómo Pedro de Alvarado fue a Tutepeque a poblar una villa, y lo que en la pacificación de aquella provincia y poblar la villa le acaeció Es menester que volvamos algo atrás para dar relación desta ida que fue Pedro de Alvarado a poblar a Tutepeque; y es así: que como se ganó la ciudad de México, y se supo en todas las comarcas y provincias que una ciudad tan fuerte estaba por el suelo, enviaban a dar el parabien de la victoria a Cortés, y a ofrecerse por vasallos de su majestad; y entre muchos grandes pueblos que en aquel tiempo vinieron, fue uno que se dice Teguantepeque, zapotecas, y trajeron un presente de oro a Cortés, y dijéronle que estaban otros pueblos algo apartados que se decían Tutepeque, muy enemigos suyos, e que les venían a dar guerra porque habían enviado los de Teguantepeque a dar la obediencia a su majestad, y que estaban en la costa del sur, y que era gente muy rica, así de oro que tenían en joyas, como de minas; y le demandaron Cortés con mucha importunación les diesen hombres de caballo y escopeteros y ballesteros para ir contra sus enemigos; e Cortés les habló muy amorosamente, y les dijo que quería enviar con ellos al Tonatio, que así le llamaban al Pedro Alvarado; y luego le dio sobre ciento y ochenta soldados y entre ellos treinta e cinco de a caballo y le mandó que en la provincia de Guaxaca, donde estaba un Francisco de Orozco por capitán, pues estaba de paz aquella provincia, que le demandase otros veinte soldados, y los más dellos ballesteros; y así como le fue mandado, ordenó su partida, y salió de México en el año de 22; e mandóle Cortés que luego fuese e viese ciertos peñoles que decían que estaban alzados, y entonces todo lo halló de paz y de buena voluntad, y tardó más de cuarenta días en llegar a Tutepeque; y el señor de él y todos los principales, desque supieron que estaban ya cerca de su pueblo, le salieron a recibir de paz, y les llevaron a aposentar en lo más poblado del pueblo, adonde el cacique tenía sus adoratorios y sus grandes aposentos, y estaban las casas muy juntas unas de otras y son de paja; porque en aquella provincia no tenían azoteas, porque es tierra muy caliente; aconsejóse el Alvarado, con sus capitanes y soldados, que no era bien aposentarse en aquellas casas tan juntas unas de otras, porque si ponían fuego no se podrían valer; y parecióle bien el consejo a Alvarado, y fue acordado que se fuesen en cabo del pueblo: y como fue aposentado, el cacique le llevó muy grandes presentes de oro y bien de comer, y cada día que allí estuvieron le llevó presentes muy ricos de oro; y como el Alvarado vio que tanto oro tenían, le mandó hacer unas estriberas de oro fino, de la manera de otras que le dio para que por ellas las hiciese, y se las trajeron hechas; y dende a pocos días echó preso al cacique porque le dijeron los de Teguantepeque al Pedro de Alvarado que le querían dar guerra toda aquella provincia, e que cuando le aposentaron entre aquellas casas donde estaban los ídolos y aposentos, que era por les quemar e que allí muriesen todos; y a esta causa le echó preso. Otros españoles de fe y de creer dijeron que por sacarle mucho oro, e sin justicia murió en las prisiones; ahora sea lo uno o lo otro, aquel cacique dio a Pedro de Alvarado más de treinta mil pesos, y murió de enojo y de la prisión; e quedó a un su hijo el cacicazgo, y le sacó Alvarado mucho más oro que al padre; y luego envió a visitar los pueblos de la comarca, y los repartió entre los vecinos, y pobló una villa que se puso por nombre Segura, porque los más vecinos que allí poblaron habían sido de antes vecinos de Segura de la Frontera, que era Tepeaca. Y como esto tuvo hecho, y tenía ya allegada buena suma de pesos de oro, y se lo llevaba a México para dar a Cortés; y también dijeron que Cortés le escribió que todo el oro que pudiese haber, que lo trajese consigo para enviar a su majestad, por causa que habían robado los franceses lo que habían enviado con Alonso de Ávila e Quiñones, e que no diese parte ninguna dello a ningún soldado de los que tenía en su compañía; e ya que el Alvarado quería partir para México tenían hecha ciertos soldados una conjuración, y los más dellos ballesteros y escopeteros, de matar otro día a Pedro de Alvarado y a sus hermanos porque les llevaban el oro sin dar partes, y aunque se las pedían muchas veces, no se lo quiso dar, y porque no les daba buenos repartimientos de indios; y esta conjuración, si no se lo descubriera un soldado que se decía Trebejo, que era en la misma trama, aquella noche que venía habían de dar en ellos; y como el Alvarado lo supo, que se lo dijeron a hora de vísperas, yendo a caballo a caza por unas sabanas, e iban en su compañía a caballo de los que entraban en la conjuración, para disimular con ellos dijo: "Señores, a mí me ha dado dolor de costado; volvamos a los aposentos, y llámenme un barbero que me sangre." Y como volvió, envió llamar a sus hermanos Jorge y Gonzalo y Gómez, todos Alvarados, e a los alcaldes y alguaciles; y prenden los que eran en la conjuración, y por justicia ahorcaron a dos dellos, que se decía el uno fulano de Salamanca, natural del Condado, que había sido piloto, e a otro que se decía Bernardo levantisco, y con estos dos apaciguó los demás; y luego se fue para México con todo el oro, y dejó poblada la villa; y cuando los vecinos que en ella quedaban vieron que los repartimientos que les daban no eran buenos, y la tierra doliente y muy calurosa, e habían adolecido muchos dellos, e las naborías e esclavos que llevaban se les habían muerto, y aun muchos murciélagos y mosquitos y aun chinches; y sobre todo, que el oro no lo repartió el Alvarado entre ellos y se lo llevó, acordaron de quitarse del mal ruido y despoblar la villa, y muchos dellos se vinieron a México y otros a Guaxaca e a Guatemala, y se derramaron por otras partes; y cuando Cortés lo supo, envió a hacer pesquisa sobre ello, y hallóse que por los alcaldes y regidores en el cabildo se concertó que se despoblasen y sentenciaron a los que fueron en ello a pena de muerte; y apelaron, y fue la pena en destierro, y desta manera sucedió en lo de Tutepeque, que jamás nunca se pobló, y aunque era tierra rica, por ser doliente; y como los naturales de aquella tierra vieron esto, y que se habían despoblado y la crueldad que Pedro de Alvarado había hecho sin causa ni justicia ninguna, se tornó a rebelar, y volvió a ellos el Pedro de Alvarado. Y los llamó de paz, y sin darles guerra volvieron a estar de paz. Dejemos esto, e digamos que, como Cortés tenía ya allegado sobre ochenta mil pesos de oro para enviar a su majestad, y el tiro Fénix forjado; vino en aquella sazón nueva como había venido a Pánuco Francisco de Garay con grande armada: y lo que sobre ello se hizo diré adelante.
contexto
Cómo vino Francisco de Garay de Jamaica con grande armada para Pánuco, y lo que te aconteció, y muchas cosas que pasaron Como he dicho en otro capítulo que habla de Francisco Garay: como era gobernador en la isla de Jamaica e rico, y tuvo nueva que habíamos descubierto muy ricas tierras cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba e Juan de Grijalva, y habíamos llevado a la isla de Cuba veinte mil pesos de oro y los hubo Diego Velázquez, gobernador que era de aquella isla; y que venía en aquel instante Hernando Cortés a la Nueva-España con otra armada, tomóle gran codicia a Garay de venir a conquistar algunas tierras, pues tenía mejor caudal que otros ningunos; y tuvo nueva y plática de un Antón de Alaminos, que fue el piloto mayor que habíamos traído cuando lo descubrimos, cómo estaban muy ricas tierras y muy pobladas desde el río de Pánuco adelante, e que aquello podía enviar a suplicar a su majestad que le hiciese merced. Y después de bien informado el mismo Garay del piloto Alaminos y de otros pilotos que se habían hallado juntamente con el Alaminos en el descubrimiento, acordó de enviar a un su mayordomo, que se decía Juan de Torralba, a la corte con cartas y dineros, a suplicar a los caballeros que en aquella sazón estaban por presidente e oidores de su majestad que le hiciesen merced de la gobernación del río de Pánuco, con todo lo demás que descubriese y estuviese por poblar; y como su majestad en aquella sazón estaba en Flandes, y estaba por presidente de Indias don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos e arzobispo de Rosano, que lo mandaba todo, y el licenciado Zapata y el licenciado Vargas y el secretario Lope de Conchillos, le trajeron provisiones que fuese adelantado y gobernador del río de San Pedro y San Pablo, con todo lo que descubriese; y con aquellas provisiones envió luego tres navíos con hasta doscientos y cuarenta soldados, con muchos caballos y escopeteros y ballesteros y bastimentos, y por capitán dellos a un Alonso álvarez Pineda o Pinedo, otras veces por mí ya nombrado. Pues como hubo enviado aquella armada, ya he dicho otras veces que los indios de Pánuco se la desbarataron, y mataron al capitán Pineda y a todos los soldados y caballos que tenla, excepto obra de sesenta soldados que vinieron al puerto de la Villa-Rica con un navío, y por capitán dellos un Camargo, que se acogieron a nosotros; y tras aquellos tres navíos viendo el Garay que no tenía nuevas dellos, envió otros dos navíos con muchos soldados y caballos y bastimentos, y por capitán dellos a Miguel Díaz de Auz e a un Ramírez, los cuales se vinieron también a nuestro puerto; y corno vieron que no hallaron en el río de Pánuco pelo ni hueso de los soldados que había enviado Garay, salvo los navíos quebrados; todo lo cual tengo ya dicho otra vez en mi relación, mas es necesario que se torne a decir desde el principio para que bien se entienda. Pues volviendo a nuestro propósito y relación; viendo el Francisco de Garay que ya había gastado muchos pesos de oro, e oyó decir de la buena ventura de Cortés, y de las grandes ciudades que había descubierto, y del mucho oro y joyas que había en la tierra, tuvo envidia y codicia, y le vino más la voluntad de venir él en persona y traer la mayor armada que pudiese; buscó once navíos y dos bergantines, que fueron trece velas, y allegó ciento y treinta y seis de a caballo, y ochocientos y cuarenta soldados, los más ballesteros y escopeteros, y bastecióles muy bien de todo lo que hubieron menester, que era pan cazabe e tocinos e tasajos de vacas, que ya había harto ganado vacuno; que, como era rico y lo tenla todo de su cosecha, no le dolía el gasto, y para ser hecha aquella armada en la isla de Jamaica, fue demasiada la gente y caballos que allegó. Y en el año de 1523 años salió de Jamaica con toda su armada por San Juan de junio, e vino a la isla de Cuba e a un puerto que se dice Xagua, y allí alcanzó a saber que Cortés tenla pacificada la provincia de Pánuco e poblada una villa, y había gastado en la pacificar más de sesenta mil pesos de oro, e que había enviado a suplicar a su majestad le hiciese merced de la gobernación della, juntamente con la Nueva-España; y como le decían de las cosas heroicas que Cortés y sus compañeros habíamos hecho, y como tuvo nueva que con doscientos y sesenta y seis soldados habíamos desbaratado a Pánfilo de Narváez, habiendo traído sobre mil y trescientos soldados, con ciento de a caballo y otros tantos escopeteros y ballesteros, y dieciocho tiros, temió la fortuna de Cortés; y en aquella sazón que estaba el Garay en aquel puerto de Xagua le vinieron a ver muchos vecinos de la isla de Cuba, y viniéronse en su compañía del Garay ocho o diez personas principales de aquella isla, y le vino a ver el licenciado Zuazo, que había venido a aquella isla a tomar residencia a Diego Velázquez por mandado de la real audiencia de Santo Domingo; y platicando el Garay con el licenciado sobre la ventura de Cortés, que temía que había de tener diferencias con él sobre la provincia de Pánuco, le rogó que se fuese con el Garay en aquel viaje, para ser intercesor entre él y Cortés; y el licenciado Zuazo respondió que no podía ir por entonces sin dar residencia, mas que presto sería allá en Pánuco. Y luego el Garay mandó dar velas, e va su derrota para Pánuco, y en el camino tuvo un mal tiempo, y los pilotos que llevaba subieron más arriba hacia el río de Palmas, y surgió en el propio río, día de señor Santiago, y luego envió a ver la tierra, y a los capitanes y soldados que envió no les pareció buena, y no tuvieron gana de quedar allí, sino que se viniese al propio río de Pánuco a la población e villa que Cortés había poblado, por estar más cerca de México; y como aquella nueva le trajeron, acordó el Garay de tomar juramento a todos sus soldados que no le desampararían sus banderas, e que le obedecerían como a tal capitán general, e nombró alcaldes y regidores y todo lo perteneciente a una villa; dijo que se habla de nombrar la villa Garayana, e mandó desembarcar todos los caballos y soldados de los navíos; desembarazados, envió los navíos costa a costa con un capitán que se decía Grijalva, y él y todo su ejército se vino por tierra costa a costa cerca de la mar, y anduvo dos días por malos despoblados, que eran ciénagas; pasó un río que venía de unas sierras que vieron desde el camino, que estaban de allí obra de cinco leguas, y pasaron aquel gran río en barcas y en unas canoas que hallaron quebradas. Luego en pasando el río estaba un pueblo despoblado de aquel día, e hallaron muy bien de comer maíz e gallinas, e había muchas guayabas muy buenas. Allí en este pueblo el Garay prendió unos indios que entendían la lengua mexicana, y halagóles y dioles camisas, enviáles por mensajeros a otros pueblos que le decían que estaban cerca, porque le recibiesen de paz; y rodeó una ciénaga, fue a los mismos pueblos, recibiéronle de paz, diéronle muy bien de comer y muchas gallinas de la tierra, e otras aves, como a manera de ansarones, que tomaban en las lagunas; e como muchos de los soldados que llevaba Garay iban cansados, y parece ser no les daban de lo que los indios traían de comer, se amotinaron algunos e se fueron a robar a los indios de aquellos pueblos por donde venían, e estuvieron en este pueblo tres días; otro día fueron su camino con guías, llegaron a un gran río, no le podían pasar sino con canoas que les dieron los de los pueblos de paz donde habían estado; procuraron de pasar cada caballo a nado, y remando con cada canoa un caballo que le llevasen del cabestro; y como eran muchos caballos y no se daban maña, se les ahogaron cinco caballos; salen de aquel río, dan en unas malas ciénagas, y con mucho trabajo llegaron a tierra de Pánuco; e ya que en ellas se hallaron, creyeron tener de comer, y estaban todos los pueblos sin maíz ni bastimentos y muy alterados, y esto fue a causa de las guerras que Cortés con ellos había tenido poco tiempo había; y también si alguna comida tenían, habíanlo alzado y puesto en cobro; porque, como vieron tantos españoles y caballos, tuvieron miedo dellos y despoblaron los pueblos, e adonde pensaba Garay reposar, tenía más trabajo; y demás desto, como estaban despobladas las casas donde posaba, había en ellas muchos murciélagos e chinches y mosquitos, e todo les daba guerra; e luego sucedió otra mala ventura, que los navíos que venían costa a costa no habían llegado al puerto ni sabían dellos, porque en ellos traían mucho bastimento; lo cual supieron de un español que los vino a ver o hallaron en un pueblo, que era de los vecinos que estaban poblados en la villa de Santi-Esteban del Puerto, que estaba huido por temor de la justicia por cierto delito que había hecho; el cual les dijo cómo estaban poblados en una villa muy cerca de allí y cómo México era muy buena tierra, e que estaban los vecinos, que en ella vivían, ricos; e como oyeron los soldados que traía Garay al español, que con él hablaron muchos, que la tierra de México era buena e la de Pánuco no era tan buena, se desmandaron y se fueron por la tierra a robar, e íbanse a México; y en aquella sazón, viendo el Garay que se le amotinaban sus soldados y no los podía haber, envió a un su capitán que se decía Diego de Ocampo a la villa de Santi-Esteban a saber qué voluntad tenía el teniente que estaba por Cortés, que se decía Pedro de Vallejo, y aun le escribió haciéndoles saber cómo traía provisiones y recaudos de su majestad para gobernar y ser adelantado de aquellas provincias, e cómo había aportado con sus navíos al río de Palmas, e del camino e trabajos que había pasado; y el Vallejo hizo mucha honra al Diego de Ocampo y a los que con él iban, y les dió buena respuesta, y les dijo que Cortés holgara de tener buen vecino por gobernador, mas que le había costado muy caro la conquista de aquella tierra, y que su majestad le había hecho merced de la gobernación, y que venga cuando quisiere con sus ejércitos e que se le hará todo servicio, e que le pide por merced que mande a sus soldados que no hagan injusticias ni robos a los indios, porque se le han venido a quejar dos pueblos; y tras esto, muy en posta escribió el Vallejo a Cortés, y aun le envió la carta del Garay, e hizo que escribiese otra al mismo Diego de Ocampo, y le envió a decir que qué mandaba que se hiciese, e que de presto enviasen muchos soldados o viniese Cortés en persona. Y desque Cortés vio la carta, envió a llamar a Pedro de Alvarado, e a Gonzalo de Sandoval e a un Gonzalo de Ocampo, hermano del otro Diego de Ocampo que venía con Garay, y envió con ellos los recaudos que tenía, cómo su majestad le había mandado que todo lo que conquistase tuviese en sí hasta que se averiguase la justicia entre él, y Diego Velázquez, o se lo notificasen al Garay. Dejemos de hablar desto, y digamos que luego como Gonzalo de Ocampo volvió con la respuesta del Vallejo al Garay, y le pareció buena respuesta, se vino con todo su ejército a se juntar más cerca de la villa de Santi-Esteban, e ya el Pedro de Vallejo tenía concertado con los vecinos de la villa, e con aviso que tuvo de cinco soldados que se habían ido de la villa, que eran del mismo Garay, de los amotinados; y como estaban muy descuidados e no se velaban, e como quedaban en un pueblo bueno e grande que se dice Nachapalan, y los del Vallejo sabían bien la tierra, dan en la gente de Garay, y le prenden sobre cuarenta soldados, y se lo llevaron a su villa de Santi-Esteban del Puerto, y ellos tuvieron por buena su prisión; y la causa que dijo el Vallejo por que los prendió, era porque, sin presentar las provisiones y recaudos que traían, andaban robando la tierra; y viendo esto Garay, hubo gran pesar, y tornó a enviar a decir al Vallejo que le diese sus soldados, amenazándole con la justicia de nuestro rey y señor; y el Vallejo respondió que cuando vea los reales provisiones, que las obedecerá y pondrá sobre su cabeza, e que fuera mejor que cuando vino Ocampo las trajera y presentara para las cumplir, e que le pide por merced que mande a sus soldados que no roben ni saqueen los pueblos de su majestad; y en este instante llegaron los capitanes que Cortés enviaba con los recaudos; e vino por capitán un Diego de Ocampo; y como el Diego de Ocampo era en aquella sazón alcalde mayor por Cortés en México, comenzó de hacer requerimientos al Garay que no entrase en la tierra, porque su majestad mandó que la tuviese Cortés, y en demandas y respuestas se pasaron ciertos días, y entre tanto cada día se le iban a Garay muchos soldados, que anochecían y no amanecían en el real; y vio Garay que los capitanes de Cortés traían mucha gente de a caballo y escopeteros, y de cada día le venían más, y supo que de sus navíos que había mandado venir costa a costa, se le habían perdido dos dellos con tormenta de nortes, que es travesía, y los demás navíos que estaban en la boca del puerto, y que el teniente Vallejo les envió a requerir que luego se entrasen dentro en el río, no les viniese algún desmán y tormenta como la pasada; si no, que los tendría por corsarios que andaban a robar; y los capitanes de los navíos respondieron que no tuviese Vallejo que entender ni mandar en ello, que ellos entrarían cuando quisiesen. Y en este instante el Francisco de Garay temió la buena fortuna de Cortés; y como andaban en estos trances el alcalde mayor Diego de Ocampo, y Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval, tuvieron pláticas secretas con los de Garay y con los capitanes que estaban en los navíos en el puerto, y se concertaron con ellos que se entrasen en el puerto y se diesen a Cortés; y luego un Martín de San Juan guipuzcoano y un Castromocho, maestres de navíos, se entregaron e dieron, con sus naos, al teniente Vallejo por Cortés; e como los tuvo, fue en ellos el mismo Vallejo a requerir al capitán Juan de Grijalva, que estaba en la boca del puerto, que se entrase dentro a surgir, o se fuese por la mar donde quisiese: y respondióle con tirarle muchos tiros; y luego enviaron en una barca un escribano del rey, que se decía Vicente López, a le requerir que se entrase en el puerto, y aun llevó cartas para el Grijalva, del Pedro de Alvarado y de Sandoval y de Diego de Ocampo, con ofertas y prometimientos que Cortés le haría mercedes. Y como vio las cartas y que todas las naos habían entrado en el río, así hizo el Juan de Grijalva con su nao capitana; y el teniente Vallejo le dijo que fuese preso en nombre del capitán Hernando Cortés; mas luego le soltó a él y a cuantos estaban detenidos. Y desque el Garay vio el mal recaudo que tenía, y sus soldados huidos y amotinados, y los navíos todos al través, y los demás estaban tomados por Cortés, si muy triste estuvo antes que se los tomasen, más lo estuvo después que se vio desbaratado; y luego demandó con grandes protestaciones que hizo a los capitanes de Cortés que le diesen sus naos y todos sus soldados, que se quería volver al río de Palmas, y presentó sus provisiones y recaudos que para ello traía, y que por no tener debates ni cuestiones con Cortés, que se haría volver; y aquellos caballeros le respondieron que fuese mucho en buena hora, y que ellos mandarían a todos los soldados que estaban, en aquella provincia y por los pueblos, amotinados que luego se vengan a su capitán y vayan en los navíos; y le mandarán proveer de todo lo que hubiese menester, así de bastimentos como de armas y tiros e pólvora, e que escribirán a Cortés lo proveyese muy cumplidamente de todo lo que hubiese menester; y el Garay con esta respuesta y ofrecimientos estaba contento; y luego se dieron pregones en aquella villa, y en todos los pueblos enviaron alguaciles a prender los soldados amotinados para los traer al Garay, y por más penas que les ponían, era pregonar en balde, que no aprovechaba cosa ninguna; y algunos soldados que traían presos decían que ya habían llegado a la provincia de Pánuco, y que no eran obligados a más le seguir, ni cumplir el juramento que les había tomado, y ponían otras perentorias, que decían que no era capitán el Garay para saber mandar, ni hombre de guerra. Como vio el Garay que no aprovechaban pregones ni la buena diligencia que le parecía que ponían los capitanes de Cortés en traer sus soldados, estaba desesperado; pues viéndose desamparado de todos, aconsejáronle los que venían por parte de Cortés que le escribiese luego al mismo Cortés, e que ellos serían intercesores con él para que volviese al río de Palmas; y que tenían a Cortés por tan de buena condición, que le ayudaría en todo lo que pudiese, y que el Pedro de Alvarado y el Sandoval serían fiadores dello. Y luego el Garay escribió a Cortés: dándole relación de su viaje y trabajos, que si su merced mandaba, que le iría a ver y comunicar cosas cumplideras al servicio de Dios y de su majestad, encomendándole su honra y estado, y que lo ordenase de manera que no fuese disminuida su honra; y también escribieron Pedro de Alvarado, y el Diego de Ocampo, y Gonzalo de Sandoval, suplicando al Cortés por las cosas del Francisco de Garay, para que en todo fuese ayudado pues en los tiempos pasados habían sido grandes amigos; y Cortés, viendo aquellas cartas, tuvo lástima del Garay, y le respondió con mansedumbre, y que le pesaba de todos sus trabajos, y que se venga a México, que le promete que en todo lo que pudiere ayudar lo hará de muy buena voluntad, y que a la obra se remite; y mandó que por do quiera que viniese le hiciesen honra y le diesen todo lo que hubiese menester, y aun le envió al camino refresco; y cuando llegó a Tezcuco le tenían hecho un banquete; y llegado a México, el mismo Cortés y muchos caballeros le salieron a recibir, y el Garay iba espantado de ver tantas ciudades, y más cuando vio la gran ciudad de México; y luego Cortés lo llevó a sus palacios, que entonces nuevamente los hacía. Y después que se hubieron comunicado él y el Garay, el Garay le contó sus desdichas y trabajos, encomendándole que por su mano fuese remediado; y el mismo Cortés se le ofreció muy de voluntad, y aun Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval le fueron buenos medianeros. Y de ahí a tres o cuatro días que hubo llegado, porque la amistad suya fuese más duradera y segura, se trató que se casase una hija de Cortés, que se decía doña Catalina Cortés Pizarro, que era niña, con un hijo de Garay, el mayorazgo, que traía consigo en la armada e le dejó por capitán de su armada; y Cortés vino en ello, y le mandó en dote con doña Catalina gran cantidad de pesos de oro, y que Garay fuese a poblar el río de Palmas, e que Cortés le diese lo que hubiese menester para la población y pacificación de aquella provincia, y aun le prometió capitanes y soldados de los suyos, para que con ellos descuidase en las guerras que hubiese; y con estos prometimientos, y con la buena voluntad que Garay halló en Cortés, estaba muy alegre: yo tengo por cierto que así como lo había capitulado y ordenado Cortés, lo cumpliera. Dejemos esto del casamiento y de las promesas, y diré cómo en aquella sazón fue a posar el Garay en casa de un Alonso de Villanueva, porque Cortés hacía sus casas y palacio y eran tamaños y tan grandes y de tantos patios, como suelen decir el laberinto de Creta, y Alonso de Villanueva, según pareció, había estado en llanueva, y se le hacía toda la honra que podía, y todos esto no lo afirmo si era entonces o después; era muy grande amigo de Garay, y por el conocimiento pasado suplicó el Garay a Cortés para pasarse a las casas del Villanueva, y se le hacía toda la honr que podía, y todos los vecinos de México le acompañaban. Quiero decir cómo en aquella sazón estaba en México Pánfilo de Narváez, que es el que hubimos desbaratado, como dicho tengo otras veces, y fue a ver y hablar al Garay; abrazáronse el uno al otro, y se pusieron a platicar cada uno de sus trabajos y desdichas; y como el Narváez era hombre que hablaba muy entonado, de plática en plática, medio riendo, le dijo el Narváez: "Señor adelantado don Francisco de Garay, hanme dicho ciertos soldados de los que le han venido huyendo y amotinados que solía decir vuesamerced a los caballeros que traía en su armada: "Mirad que hagamos como varones, y peleemos muy bien con estos soldados de Cortés, no nos tomen descuidados como tomaron a Narváez"; pues, señor don Francisco de Garay, a mí peleando me quebraron este ojo, y me robaron y me quemaron cuanto tenía, y hasta que me mataron el alférez y muchos soldados y prendieron mis capitanes, nunca me habían vencido tan descuidado como a vuesamerced le han dicho: hágole saber que otro más venturoso en el mundo no ha habido que Cortés; y tiene tales capitanes y soldados, que se podían nombrar tan en ventura, cada uno en lo que tuvo entre manos, como Octaviano, y en el vencer como Julio César, y en el trabajar y ser en las batallas más que Aníbal." Y el Garay respondía que no había necesidad que se lo dijesen; que por las obras se veía lo que decía, y que ¿qué hombre hubo en el mundo que con tan pocos soldados se atreviese a dar con los navíos al través, y meterse en tan recios pueblos y grandes ciudades a les dar guerra? Y respondía Narváez recitando otros grandes hechos y loas de Cortés; y estuvieron el uno y el otro platicando en las conquistas desta Nueva-España como a manera de coloquio. Y dejemos estas alabanzas que entre ellos se tuvo, y diré cómo Garay suplicó a Cortés por el Narváez, para que le diese licencia para volver a la isla de Cuba con su mujer, que se decía María de Valenzuela, que estaba rica de las minas y de los buenos indios que tenía el Narváez; y demás de se lo suplicar el Garay a Cortés con muchos ruegos, la misma mujer de Narváez se lo había enviado a suplicar a Cortés por cartas, le dejase ir a su marido; porque, según parece, se conocían cuando Cortés estaba en Cuba, y eran compadres; y Cortés le dio licencia y le ayudó con dos mil pesos de oro; y cuando el Narváez tuvo licencia se humilló mucho a Cortés, con prometimientos que primero le hizo que en todo le sería servidor, y luego se fue a Cuba. Dejemos de más platicar desto, y digamos en qué paró Garay y su armada; y es, que yendo una noche de Navidad del año de 1523, juntamente con Cortés, a maitines, después de vueltos de la iglesia, almorzaron con mucho regocijo, y desde allí a una hora, con el aire que le dio al Garay, que estaba de antes mal dispuesto, le dio dolor de costado con grandes calenturas; mandáronle los médicos sangrar y purgáronle, y desque vieron que arreciaba el mal, le dijeron que se confesase y que hiciese testamento; lo cual luego lo hizo y dejó por albaceas a Cortés; y luego, dende a cuatro días que le dio el mal, dio el alma a nuestro señor Jesucristo, que la crió; y esto tiene la calidad de la tierra de México, que en tres o cuatro días mueren de aquel mal de dolor de costado, que esto ya lo he dicho otra vez, y lo tenemos bien experimentado de cuando estábamos en Tezcuco y en Cuyoacan, que se murieron muchos de nuestros soldados. Pues ya muerto Garay ¡perdónele Dios, amén! le hicieron muchas honras al enterramiento, y Cortés y otros caballeros se pusieron luto y como algunos maliciosos estaban mal con Cortés, no faltó quien dijo que le había mandado dar rejalgar en el almuerzo, y fue gran maldad de los que tal le levantaron; porque ciertamente de su muerte natural murió, porque así lo juró el doctor Ojeda y el licenciado Pedro López, médicos que le curaron; y murió el Garay fuera de su tierra, en casa ajena y lejos de su mujer e hijos. Dejemos de contar desto, y volvamos a decir de la provincia del Pánuco: que, como el Garay se vino a México, y sus capitanes y soldados, como no tenían cabeza ni quien les mandase, cada uno de los soldados que aquí nombraré, que el Garay traía en su compañía, se querían hacer capitanes; los cuales se decían, Juan de Grijalva, Gonzalo de Figueroa, Alonso de Mendoza, Lorenzo de Ulloa, Juan de Medina, el tuerto; Juan de Ávila, Antonio de la Cerda y un Taborda; este Taborda fue el más bullicioso de todos los del real de Garay; y sobre todos ellos quedó por capitán un hijo del Garay, que quería casar Cortés con su hija, y no le acataban ni hacían cuenta de él todos los que he nombrado ni ninguno de los de su capitanía; antes se juntaban de quince en quince y de veinte en veinte, y se andaban robando los pueblos y tomando las mujeres por fuerza, y mantas y gallinas, como si estuvieran en tierra de moros, robando lo que hallaban. Y como aquello vieron los indios de aquella provincia, se concertaron todos a una de los matar, y en pocos días sacrificaron y comieron más de quinientos españoles, y todos eran de los de Garay, y en pueblos hubo que sacrificaron más de cien españoles juntos; y por todos los demás pueblos no hacían sino, a los que andaban desmandados, matarlos y comer y sacrificar; y como no había resistencia, ni obedecían a los vecinos de la villa de Santi-Esteban, que dejó Cortés poblada, e ya que salían a les dar guerra, era tanta la multitud que salía de guerreros, que no se podían valer con ellos; y a tanto vino la cosa y atrevimiento que tuvieron, que fueron muchos indios sobre la villa, y la combatieron de noche y de día de arte, que estuvo en gran riesgo de se perder. Y si no fuera por siete u ocho conquistadores viejos de los de Cortés, y por el capitán Vallejo, que ponían velas y andaban rondando y esforzando a los demás, ciertamente les entraran en su villa; y aquellos conquistadores dijeron a los demás soldados de Garay que siempre procurasen de estar juntamente con ellos y que allí en el campo estaban muy mejor, y que allí los hallasen los contrarios, y que no se volviesen a la villa; y así se hizo, y pelearon con ellos tres veces, y puesto que mataron al capitán Vallejo e hirieron otros muchos, todavía los desbarataron y mataron muchos indios dellos; y estaban tan furiosos todos los indios naturales de aquella provincia, que quemaron y abrasaron una noche cuarenta españoles, y mataron quince caballos, y muchos de los que mataron eran de los de Cortés, en un pueblo, y todos los demás fueron de los de Garay. Y como Cortés alcanzó a saber estos destrozos que hicieron en esta provincia, tomó tanto enojo, que quiso volver en persona contra ellos, y como estaba muy malo de un brazo que se le habla quebrado, no pudo venir; y de presto mandó a Gonzalo de Sandoval que viniese con cien soldados y cincuenta de a caballo y dos tiros y quince arcabuceros y ballesteros, y le dio ocho mil tlascaltecas y mexicanos, y le mandó que no viniese sin que les dejase muy bien castigados, de manera que no se tornasen a alzar. Pues como el Sandoval era muy ardidoso, y cuando le mandaban cosa de importancia no dormía de noche, no se tardó mucho en el camino, que con gran concierto da orden cómo habían de entrar y salir los de a caballo en los contrarios, porque tuvo aviso que le estaban esperando en dos malos pasos todas las capitanías de los guerreros de aquellas provincias; y acordó enviar la mitad de todo su ejército al un mal paso, y él se estuvo con la otra mitad de su compañía a la otra parte; y mandó a los escopeteros y ballesteros no hiciesen sino armar unos y soltar otros y dar con ellos y hasta ver si los podían hacer poner en huida; y los contrarios tiraban mucha vara y flecha y piedra, e hirieron a muchos soldados y de nuestros amigos. Viendo Sandoval que no les podía entrar, estuvieron en aquel mal paso hasta la noche, y envió a mandar a los demás que estaban en aquel otro mal paso que hiciesen lo mismo, y los contrarios nunca desampararon sus puestos; e otro día por la mañana, viendo Sandoval que no aprovechaba cosa estarse allí como había dicho, mandó enviar a llamar a las demás capitanías que había enviado al otro mal paso, e hizo que levantaba su real, y que se volvía camino de México como amedrentado; y como los naturales de aquellas provincias que estaban juntos les pareció que de miedo se iban retrayendo, salen al camino, e iban siguiéndole dándole grita y diciéndole vituperios; y todavía el Sandoval, aunque más indios salían tras él, no volvía sobre ellos, y esto fue por descuidarles, para, como habían ya estado aguardando tres días, volver aquella noche y pasar de presto con todo su ejército los malos pasos; e así lo hizo, que a media noche volvió y tomóles algo descuidados, y pasó con los de a caballo; y no fue tan sin grande peligro, que le mataron tres caballos e hirieron muchos soldados; y cuando se vio en buena tierra y fuera del mal paso con sus ejércitos, él por una parte y los demás de su capitanía por otra dan en grandes escuadrones que aquella misma noche se habían juntado, desque supieron que volvió: y eran tantos, que el Sandoval tuvo recelo no le rompiesen y desbaratasen; y mandó a sus soldados que se tornasen a juntar con él para que peleasen juntos, porque vio y entendió de aquellos contrarios que como tigres rabiosos se venían a meter por las puntas de las espadas, y habían tomado seis lanzas a los de a caballo, como no eran hombres acostumbrados a la guerra: de lo cual Sandoval estaba tan enojado, que decía que valiera más que trajera pocos soldados de los que él conocía, y no los que trajo; y allí les mandó a los de a caballo de la manera que habían de pelear, que eran nuevamente venidos; y es, que las lanzas algo terciadas, y no se parasen a dar lanzadas, sino por los rostros y pasar adelante hasta que les hayan puesto en huida; y les dijo que vista cosa es que si se parasen a alancear, que la primera cosa que el indio hace desque está herido es echar mano de la lanza, y como les vean volver las espaldas, que entonces a media rienda les han de seguir, y las lanzas todavía terciadas, y si les echaren mano de las lanzas, porque aun con todo esto no dejan de asir dellas, que para se las sacar de presto de sus manos, poner piernas al caballo, y la lanza bien apretada con la mano asida y debajo del brazo para mejor se ayudar y sacarla del poder del contrario, y si no la quisiere soltar, traerle arrastrando con la fuerza del caballo. Pues ya que les estuvo dando orden cómo habían de batallar, y vio a todos sus soldados y de a caballo juntos, se fue a dormir aquella noche a orilla de un río, y allí puso buenas velas y escuchas y corredores del campo, y mandó que toda la noche tuviesen los caballos ensillados, y asimismo ballesteros y escopeteros y soldados muy apercibidos; mandó a los amigos tlascaltecas y mexicanos que estuviesen sus capitanías algo apartadas de los nuestros, porque ya tenía experiencia de lo México: porque si de noche viniesen los contrarios a dar en los reales, que no hubiese estorbo ninguno en los amigos; y esto fue porque el Sandoval temió que vendrían, porque vio muchas capitanías de contrarios que se juntaban muy cerca de sus reales, y tuvo por cierto que aquella noche les habían de venir a combatir, e oía muchos gritos y cornetas e tambores muy cerca de allí; e según entendían habíanle dicho nuestros amigos a Sandoval que decían los contrarios que para aquel día cuando amaneciese habían de matar a Sandoval y a toda su compañía; y los corredores del campo vinieron dos veces a dar aviso que sentían que, se apellidaban de muchas partes y se juntaban. Y cuando fue día claro Sandoval mandó salir a todas sus compañías con gran ordenanza, a los de a caballo les tornó a traer a la memoria como otras veces les había dicho. íbanse por el camino adelante por unas caserías, adonde oían los atambores y cornetas; y no hubo bien andado medio cuarto de legua, cuando le salen al encuentro tres escuadrones de guerreros y le comenzaron a cercar; y como aquello vio, manda arremeter la mitad de los de a caballo por una parte y la otra mitad por la otra, y puesto que le mataron dos soldados de los nuevamente venidos de Castilla, y tres caballos, todavía les rompió de tal manera, que fue desde allí adelante matando e hiriendo en ellos, que no se juntaban como de antes. Pues nuestros amigos los mexicanos y tlascaltecas hacían mucho daño en todos aquellos pueblos, y prendieron mucha gente, y abrasaron todos los pueblos que por delante hallaban, hasta que el Sandoval tuvo lugar de llegar a la villa de San-Esteban del Puerto, y halló los vecinos tales y tan debilitados, unos muy heridos y otros muy dolientes, y lo peor, que no tenían maíz que comer ellos y veinte y ocho caballos; y esto a causa que de noche y de día les daban guerra, y no tenían lugar de traer maíz ni otra cosa ninguna, e hasta aquel mismo día que llegó Sandoval no habían dejado de los combates, porque entonces se apartaron del combate; y después de haber ido todos los vecinos de aquella villa a ver y hablar al capitán Sandoval, y darle gracias y loores por los haber venido en tal tiempo a socorrer, le contaron los de Garay que si no fuera por siete u ocho conquistadores viejos de los de Cortés, que les ayudaron mucho, que corrían mucho riesgo sus vidas, porque aquellos ocho salían cada día al campo y hacían salir los demás soldados, e resistían que los contrarios no les entrasen en la villa; y también porque, como lo capitaneaban e por su acuerdo se hacía todo, e habían mandado que los dolientes y heridos se estuviesen dentro en la villa, y que todos los demás aguardasen en el campo, y que de aquella manera se sostenían con los contrarios; y Sandoval los abrazó a todos, y mandó a los mismos conquistadores, que bien los conocía, y aun eran sus amigos, en especial fulano Navarrete y Carrascosa, y un fulano de Alamilla y otros cinco, que todos eran de los de Cortés, que repartiesen entre ellos de los de a caballo y ballesteros y escopeteros que el Sandoval traía, e que por dos partes fuesen y enviasen maíz e bastimento, e hiciesen guerra e prendiesen todas las más gentes que pudiesen, en especial caciques; y esto mandó el Sandoval porque él no podía ir, que estaba mal herido en un muslo, y en la cara tenía una pedrada, y asimismo entre los de su compañía traía otros muchos soldados heridos, y porque se curasen estuvo en la villa tres días que no salió a dar guerra; porque, como había enviado los capitanes ya nombrados, y conoció dellos que lo harían bien, y vio que de presto enviaron maíz y bastimento, con esto estuvo los tres días; y también le enviaron muchas indias y gente menuda que habían preso, y cinco principales de los que habían sido capitanes en las guerras; y Sandoval les mandó soltar a todas las gentes menudas, excepto a los principales, y les envió a decir que desde allí adelante que no prendiesen si no fuese a los que fueron en la muerte de los españoles, y no mujeres ni muchachos, y que buenamente les enviasen a llamar, e así lo hicieron. Y ciertos soldados de los que habían venido con Garay, que eran personas principales, que el Sandoval halló en aquella villa, los cuales eran por quien se había revuelto aquella provincia, que ya los he nombrado a todos los más dellos en el capítulo pasado, vieron que Sandoval no les encomendaba cosa ninguna para ir por capitanes con soldados, como mandó a los siete conquistadores viejos de los de Cortés, comenzaron a murmurar de él entre ellos, y aun convocaban a otros soldados a decir mal del Sandoval y de sus cosas, y aun ponían en pláticas de se levantar con la tierra so color de que estaba allí con ellos el hijo de Francisco de Garay como adelantado della. Y como lo alcanzó a saber el Sandoval, les habló muy bien y les dijo: "Señores, en lugar de me lo tener a bien, cómo, gracias a Dios, os hemos venido a socorrer, me han dicho que decís cosas que para caballeros como sois no son de decir: yo no os quito vuestro ser y honra en enviar los que aquí hallé por caudillos y capitanes; y si hallara a vuesas mercedes que erais caudillos, harto fuera yo de ruin si les quitara el cargo. Querría saber una cosa: por qué no lo fuisteis cuando estabais cercados. Lo que me dijisteis todos a una es, que si no fuera por aquellos siete soldados viejos, que tuvierais más trabajo; y como sabían la tierra mejor que vuesas mercedes, por esta causa los envié: así que, señores, en todas nuestras conquistas de México no mirábamos en estas cosas e puntos, sino en servir lealmente a su majestad: así, os pido por merced que desde aquí adelante lo hagáis, e yo no estaré en esta provincia muchos días, si no me matan en ella, que me iré a México. El que quedare por teniente de Cortés os dará muchos cargos, e a mí me perdonad." Y con esto concluyó con ellos, y todavía no dejaron de tenerle mala voluntad; y esto pasado, luego otro día sale Sandoval con los que trajo en su compañía de México y con los siete que había enviado, y tiene tales modos, que prendió hasta veinte caciques, que todos habían sido en la muerte de más de seiscientos españoles que mataron de los de Garay y de los que quedaron poblados en la villa de los de Cortés, y a todos los demás pueblos envió a llamar de paz, y muchos dellos vinieron, y con otros disimulaba aunque no venían. Y esto hecho, escribió muy en posta a Cortés dándole cuenta de todo lo acaecido, e qué mandaba que hiciese de los presos; porque Pedro de Vallejo, que dejó Cortés por su teniente, era muerto de un flechazo, a quien mandaba que quedase en su lugar; y también le escribió que lo habían hecho muy como varones los soldados ya por mí nombrados; y como Cortés vio la carta, se holgó mucho en que aquella provincia estuviese ya de paz; y en la sazón que le dieron la carta a Cortés estábanle acompañando muchos caballeros conquistadores e otros que habían venido de Castilla; e dijo Cortés delante dellos: "¡Oh Gonzalo de Sandoval! ¡en cuán gran cargo os soy, y cómo me quitáis de muchos trabajos!" Y allí todos le alabaron mucho, diciendo que era un muy extremado capitán, y que se podía nombrar entre los muy afamado!. Dejemos destas loas; y luego Cortés le escribió que, para que más justificadamente castigase por justicia a los que fueron en la muerte de tanto español y robos de hacienda y muertes de caballos, que enviaba al alcalde mayor Diego de Ocampo para que se hiciese información contra ellos, e lo que se sentenciase por justicia que lo ejecutase; y le mandó que en todo lo que pudiese les aplaciese a todos los naturales de aquella provincia, e que no consintiese que los de Garay ni otras personas ningunas los robasen ni les hiciesen malos tratamientos; y como el Sandoval vio la carta, y que venía el Diego de Ocampo, se holgó dello, y desde a dos días que llegó el alcalde mayor Ocampo, y después que le dio el Sandoval relación de lo que había hecho y pasado, hicieron proceso contra los capitanes y caciques que fueron en la muerte de los españoles, y por sus confesiones, por sentencia que contra ellos pronunciaron, quemaron y ahorcaron ciertos dellos, e a otros perdonaron; y los cacicazgos dieron a sus hijos y hermanos, a quien de derecho les convenía. Y esto hecho, el Diego de Ocampo parece ser traía instrucciones e mandamientos de Cortés para que inquiriere quiénes fueron los que entraban a robar la tierra e andaban en bandos y rencillas, y convocando a otros soldados que se alzasen, y mandó que les hiciese embarcar en un navío y los enviase a la isla de Cuba, y aun envió dos mil pesos para Juan de Grijalva si se quería volver a Cuba; e si quisiese quedar, que le ayudase y diese todo recaudo para venir a México; y en fin de más razones, todos de buena voluntad se quisieron volver a la isla de Cuba, donde tenían indios, y les mandó dar mucho bastimento de maíz e gallinas e de todas las cosas que había en la tierra, y se volvieron a sus casas e isla de Cuba. Y esto hecho, nombraron por capitán a un fulano de Vallecillo, e dieron la vuelta el Sandoval y el Diego de Ocampo para México, y fueron bien recibidos de Cortés y de toda la ciudad, y dende en adelante no se tornó más a levantar aquella provincia. Y dejemos de hablar más en ello, e digamos lo que le aconteció al licenciado Zuazo en el viaje que venía de Cuba a la Nueva-España.
contexto
Cómo el licenciado Alonso de Zuazo venía en una carabela a la Nueva-España, y dio en unas isletas que llaman las Víboras, y lo que más le aconteció Como ya he dicho en el capítulo pasado que hablé de cuando el licenciado Zuazo fue a ver a Francisco de Garay al pueblo de Xagua, que es la isla de Cuba, cabe la villa de la Trinidad; y el Garay le importunó que fuese con él en su armada para ser medianero entre él y Cortés, porque bien entendido tenía que había de tener diferencias sobre la gobernación de Pánuco; y el Alonso de Zuazo le prometió que así lo haría en dando cuenta de la residencia del cargo que tuvo de justicia en aquella isla de Cuba, donde al presente vivía; y en hallándose desembarazado, luego procuró de dar residencia y hacerse a la vela, e ir a la Nueva-España, adonde había prometido. Y embarcado en un navío chico, e yendo por su viaje, e salidos de la punta que llaman de Sant-Antón, y también se dice por otro nombre la tierra de los Guanatabeis, que son unos salvajes que no sirven a españoles; y navegando en su navío, que era de poco porte, o porque el piloto erró la derrota, o descayó con las corrientes, fue a dar en unas isletas que son entre unos bajos que llaman las Víboras, y no muy lejos destos bajos están otros que llaman los Alacranes, y entre estas isletas se suelen perder navíos grandes, y lo que le dio la vida a Zuazo fue ser su navío de poco porte. Pues volvieron a nuestra relación: porque pudiesen llegar con el navío a una isleta que vieron que estaba cerca, que no bañaba la mar, echaron muchos tocinos al agua, y otras cosas que traían para matalotaje, para aliviar el navío, para poder ir sin tocar en tierra hasta la isleta, y cargaron tantos tiburones a los tocinos, que a unos marineros que se echaron al agua a más de la cinta, los tiburones, encarnizados en los tocinos, apañaron a un marinero dellos y le despedazaron y tragaron, y si de presto no se volviera los demás marineros a la carabela, todos perecieran, según andaban los tiburones encarnizados en la sangre del marinero que mataron; pues lo mejor que pudieron allegaron con su carabela a la isleta, y como había echado a la mar el bastimento y cazabe, y no tenían qué comer, y tampoco tenían agua que beber, ni lumbre, ni otra cosa con que pudiesen sustentarse, salvo unos tasajos de vaca que dejaron de arrojar a la mar, fue ventura que traían en la carabela dos indios de Cuba, que sabían sacar lumbre con unos palicos secos que hallaron en la isleta adonde aportaron, e dellos sacaron lumbre, y cavaron en un arenal y sacaron agua salobre, y como la isleta era chica y de arenales, venían a ella a desovar muchas tortugas, e así como salían las trastornaban los indios de Cuba las conchas arriba; e suele poner cada una dellas sobre cien huevos tamaños como de pato; e con aquellas tortugas e muchos huevos tuvieron bien con que se sustentar trece personas que escaparon en aquella isleta; y también mataron lobos marinos que salían de noche al arenal de la isleta, que fueron harto buenos para comer. Pues estando desta manera, como en la carabela acertaran a venir dos carpinteros de ribera, y tenían sus herramientas, que no se les habían perdido, acordaron de hacer una barca para ir con ella a la vela, e con la tablazón e clavos, estopas e jarcias y velas que sacaron del navío que se perdió, hacen una buena barca como batel, en que fueron tres marineros e un indio de Cuba a la Nueva-España, y para matalotaje llevaron de las tortugas y de los lobos marinos asados, y con agua salobre, y con la carta e aguja de marcar, después de se encomendar a Dios, fueron su viaje, e unas veces con buen tiempo e otras veces con contrario, llegaron al puerto de Chaldocueca, que es el río de Banderas, adonde en aquella sazón se descaraban las mercaderías que venían de Castilla, y desde allí fueron a Medellín, adonde estaba por teniente de Cortés un Simón de Cuenca; y como los marineros que venían en la barca le dijeron al teniente el gran peligro en que estaba el licenciado Alonso Zuazo, luego sin más dilación el Simón de Cuenca buscó marineros e un navío de poco porte, y con mucho refresco lo despachó a la isleta adonde estaba el Zuazo; y el Simón de Cuenca le escribió al mismo licenciado cómo Cortés se holgaría mucho con su venida, e asimismo le hizo saber a Cortés todo lo acaecido, y cómo le envió el navío abastecido; de lo cual se holgó Cortés del buen aviamiento que el teniente hizo, y mandó que en aportando allí al puerto, que le diesen todo lo que hubiese menester, y vestidos y cabalgaduras, e que le enviasen a México; y partió el navío, e fue con buen viaje a la isleta, con el cual se holgó el Zuazo y su gente; y de presto, con buen tiempo, vino a Medellín, e se le hizo honra, y se fue a México. Y Cortés le mandó salir a recibir y le llevó a sus palacios, y se regocijó con él y le hizo su alcalde mayor. Y en esto paró el viaje del licenciado Alonso de Zuazo. Dejemos de hablar dello, y digo que esta relación que doy, es por una carta que nos escribió a la villa de Guazacualco Cortés al cabildo della, adonde declaraba lo por mí aquí dicho, e porque dentro en dos meses vino al puerto de aquella villa el mismo barco en que vinieron los marineros a dar aviso del Zuazo, e allí hicieron un barco del descargo de la misma barca, y los marineros nos lo contaban según de la manera que aquí lo escribo. Dejemos esto, y diré cómo Cortés envió a Pedro de Alvarado a pacificar la provincia de Guatemala.
contexto
Cómo Cortés envió a Pedro de Alvarado a la provincia de Guatemala para que poblase una villa y los trajese de paz, y lo que sobre ello se hizo Pues como Cortés siempre tuvo los pensamientos muy altos y de señorear, quiso en todo remedar a Alejandro Macedonio, y con los muy buenos capitanes y extremados soldados que siempre tuvo, después que se hubo poblado la gran ciudad de México e Guaxaca e Zacatula e Colima e la Veracruz e Pánuco e Guazacualco, y tuvo noticia que en la provincia de Guatemala había recios pueblos de mucha gente e que había minas, acordó de enviar a la conquistar y poblar a Pedro de Alvarado, e aun el mismo Cortés había enviado a rogar a aquella provincia que viniesen de paz, e no quisieron venir; e diole al tal Alvarado para aquel viaje sobre trescientos soldados, y entre ellos ciento y veinte escopeteros y ballesteros; y más le dio cienta y treinta y cinco de a caballo, cuatro tiros y mucha pólvora, y un artillero que se decía fulano de Usagre, y sobre doscientos tlascaltecas y cholultecas, y cien mexicanos, que iban sobresalientes. Y después de dadas las instrucciones en que le mandaba a Alvarado que con toda diligencia procurase de los atraer de paz sin darles guerra, e que con ciertas lenguas e clérigos que llevaba les predicase las cosas tocantes a nuestra santa fe, e que no les consintiese sacrificios ni sodomías ni robarse unos a otros, que las cárceles e redes que hallase hechas, adonde suelen tener presos indios a engordar para comer, que las quebrase y que los saquen de las prisiones; y que con amor y buena voluntad los atraiga a que den la obediencia a su majestad, y en todo se les hiciese buenos tratamientos. Pues ya despedido el Pedro de Alvarado de Cortés y de todos los caballeros amigos suyos que en México había, y se despidieron los unos de los otros, partió de aquella ciudad en 13 días del mes de diciembre de 1523 años, y mandóle Cortés que fuese por unos peñoles que cerca del camino estaban alzados en la provincia de Teguantepeque, los cuales peñoles trajo de paz; llámanse el peñol de Güelamo, que era entonces de la encomienda de un soldado que se dice Güelamo; y desde allí fue a Teguantepeque, pueblo grande, y son zapotecas, y le recibieron muy bien, porque estaban de paz, e ya se habían ido de aquel pueblo, como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla, a México, y dado la obediencia a su majestad e a ver a Cortés, y aun le llevaron un presente de oro; y desde Teguantepeque fue a la provincia de Soconusco, que era en aquel tiempo muy poblada de más de quince mil vecinos, y también le recibieron de paz y le dieron un presente de oro y se dieron por vasallos de su majestad; y desde Soconusco llegó cerca de otras poblaciones que dicen Zapotitlán, y en el camino, en una puente de un río que hay allí un mal paso, halló muchos escuadrones de guerreros que le estaban aguardando para no dejarle pasar, y tuvo una batalla con ellos, en que le mataron un caballo e hirieron muchos soldados, y uno murió de las heridas; y eran tantos los indios que se habían juntado contra Alvarado, no solamente los de Zapotitlán, sino de otros pueblos comarcanos, que por muchos dellos que herían, no los podían apartar, y por tres veces tuvieron reencuentros, y quiso nuestro señor Dios que los venció y le vinieron de paz; y desde Zapotitlán iba camino de un recio pueblo que se dice Quetzaltenango, y antes de llegar a él tuvo otros reencuentros con los naturales de aquel pueblo y con otros sus vecinos, que se dice Utatlan, que era cabecera de ciertos pueblos que están en su contorno a la redonda del Quetzaltenango, y en ellos le hirieron ciertos soldados, puesto que el Pedro de Alvarado y su gente mataron e hirieron muchos indios; y luego estaba una mala subida de un puerto que dura legua y media, con ballesteros y escopeteros y todos sus soldados puestos en gran concierto, lo comenzó a subir, y en la cumbre del puerto hallaron una india gorda que era hechicera, y un perro de los que ellos crían, que son buenos para comer, que no saben ladrar, sacrificados, ques es señal de guerra; y más adelante halló tanta multitud de guerreros que le estaban esperando, y le comenzaron a cercar; y como eran los pasos malos y en sierra muy agria, los de a caballo no podían correr, ni revolver ni aprovecharse dellos; mas los ballesteros y escopeteros y soldados de espada y rodela tuvieron reciamente con ellos pie con pie, y fueron peleando las cuestas y puertos abajo, hasta llegar a unas barrancas, donde tuvo otra muy reñida escaramuza con otros muchos escuadrones de guerreros que allí en aquellas barrancas esperaban, y era con un ardid que entre ellos tenían acordados, y fue desta manera: que, como fuese el Pedro de Alvarado peleando, hacían que se iban retrayendo, y como les fuese siguiendo hasta donde le estaban esperando sobre seis mil indios guerreros, y estos eran de los de Utatlan y de otros pueblos sus sujetos, que allí los pensaban matar; y Pedro de Alvarado y todos sus soldados pelearon con ellos con grandes ánimos, y los indios le hirieron tres soldados y dos caballos, mas todavía les venció y puso en huida; y no fueron muy lejos, que luego se tornaron a juntar y rehacer con otros escuadrones, y tornaron a pelear como valiente guerreros, creyendo desbaratar al Pedro de Alvarado Y a su gente; e fue cabe una fuente, adonde le aguardaron de arte, que se venían ya pie con pie con los de Pedro de Alvarado, y muchos indios hubo dellos que aguardaron dos o tres juntos a un caballo, y se ponían a fuerzas para derrotarle, e otros los tomaban de las colas; y aquí se vio el Pedro de Alvarado en gran aprieto, porque como eran muchos los contrarios, no podían sustentar a tantas partes de los escuadrones que les daban guerra a él y todos los suyos y como vieron que habían de vencer o morir sobre ellos; e temiendo los desbaratasen, porque se vieron en gran aprieto; y danles una mano con las escopetas y ballestas, y a buenas cuchilladas les hicieron que se apartasen algo. Pues los de a caballo no estaban de espacio, sino alancear y atropellar y pasar adelante, hasta que los hubieron desbaratado, que no se juntaron en aquellos tres días; e como vio que ya no tenía contrarios con quien pelear, se estuvo en el campo sin ir a poblado, rancheando y buscando de comer; y luego se fue con todo su ejercito al pueblo de Quetzaltenango, y allí supo que en las batallas pasadas les habían muerto dos capitanes señores de Utatlan; y estando reposando y curando los heridos, tuvo aviso que venía otra vez contra él todo el poder de aquellos pueblos comarcanos, y se habían juntado más de dos xiquipiles, que son dieciséis mil indios, que cada xiquipil son ocho mil guerreros, e que venían con determinación de morir todos o vencer; y como el Pedro de Alvarado lo supo, se salió con su ejército en un llano, y como venían tan determinados los contrarios, comenzaron a cercar el ejército de Pedro de Alvarado y tirar vara, flecha y piedra y con lanzas, y como era muy llano y podían muy bien correr a todas partes los caballos, dan en los escuadrones contrarios de tal manera, que de presto les hizo volver las espaldas; aquí le hirieron muchos soldados e un caballo. Y según pareció, murieron ciertos indios principales, así de aquel pueblo como de toda aquella tierra; por manera que desde aquella victoria ya temían aquellos pueblos mucho a Alvarado, y concertaron toda aquella comarca de le enviar a demandar paces, e le trajeron un presente de oro de poca valía porque aceptase las paces; e fue con acuerdo de todos los caciques de aquella provincia, porque otra vez se tornaron a juntar muchos más guerreros que de antes, y les mandaron a sus guerreros que secretamente estuviesen entre las barrancas de aquel pueblo de Utatlan, y que si enviaban a demandar paces, era que, como el Pedro de Alvarado y su ejército estaban en Quetzaltenango haciendo entradas y corredurías, e siempre traían presa de indios e indias, y por llevarle a otro pueblo muy fuerte y cercano de barrancas, que se dice Utatlan, para que cuando le tuviesen dentro y en parte que ellos creían aprovecharse de él y de sus soldados, dar en ellos con los guerreros que ya estaban aparejados y escondidos para ello. Volvamos a decir cómo fueron con el presente delante de Pedro de Alvarado muchos principales; y después de hecha su cortesía a su usanza, le demandaron perdón por las guerras pasadas, ofreciéndose por vasallos de su majestad, y le ruegan que porque su pueblo es grande, está en parte más apacible donde le puedan servir, e junto a otras poblaciones, que se vaya con ellos a él. Y Pedro de Alvarado los recibió con mucho amor, y no entendió las cautelas que traían; y después de les haber respondido el mal que habían hecho en salir de guerra, aceptó sus paces. E otro día por la mañana fue con su ejército con ellos a Utatlan, que así se dice el pueblo, e desque hubo entrado dentro e vieron una cosa tan fuerte, porque tenía dos puertas, y la una dellas tenía veinte y cinco escalones antes de entrar en el pueblo, y la otra puerta con una calzada que era muy mala y deshecha por dos partes, y las casas muy juntas y las calles muy angostas, y en todo el pueblo no había mujeres ni gente menuda, cercado de barrancas, e de comer no les proveían sino mal y tarde, y los caciques muy demudados en los parlamentos, avisaron al Pedro de Alvarado unos indios de Quetzaltenango que aquella noche los querían matar a todos en aquel pueblo si allí se quedaban; e que tenían puestos entre las barrancas muchos escuadrones de guerreros para en viendo arder las casas juntarse con los de Utatlan, y dar en nosotros los unos por una parte e los otros por otra, e con el fuego e humo no se podrían valer, e que entonces los quemarían vivos; y como el Pedro de Alvarado entendió el gran peligro en que estaban, de presto mandó a sus capitanes e a todo su ejército que sin más tardar se saliesen al campo, y les dijo el peligro que tenían; y como lo entendieron, no tardaron de se ir a lo llano cerca de unas barrancas, porque en aquel tiempo no tuvieron más lugar de salir a tierra llana de en medio de tan recios pasos; e a todo esto el Pedro de Alvarado mostraba buena voluntad a los caciques y principales de aquel pueblo y de otros comarcanos, y les dijo que porque los caballos eran acostumbrados de andar paciendo en el campo un rato del día, que por esta causa se salió del pueblo, porque estaban muy juntas las casas y calles; y los caciques estaban muy tristes porque así lo vieron salir. E ya el Pedro de Alvarado no pudo más disimular la traición que tenían urdida, y sobre ello y sobre los escuadrones que tenían juntos en las barrancas mandó prender al cacique de aquel pueblo y por justicia le mandó quemar, y dio el señorío a su hijo, y luego se salió a tierra llana fuera de las barrancas, y tuvo guerra con los escuadrones que tenían aparejados para el efecto que he dicho; y después que hubieron probado sus fuerzas y mala voluntad con los nuestros, fueron desbaratados. Y dejemos de hablar de aquesto, y digamos cómo en aquella sazón en un gran pueblo que se dice Guatemala se supo las batallas que Pedro de Alvarado había habido después que entró en la provincia, y en todas había sido vencedor, y que al presente estaba en tierras de Utatlan, y que desde allí hacía entradas y daba guerras a muchos pueblos; y según pareció, los de Utatlan y sus sujetos eran enemigos de los de Guatemala, e acordaron los de Guatemala de enviar mensajeros con presentes de oro a Pedro de Alvarado, y darse por vasallos de su majestad; y enviaron a decir que si habían menester algún servicio de sus personas para aquellas guerras, que ellos vendrían; y el Pedro de Alvarado los recibió de buena voluntad, y les envió a dar muchas gracias por ello; y para ver si era como se lo decían, y como no sabía la tierra, para que le encaminasen les envió a demandar dos mil guerreros, y esto por causa de muchas barrancas y pasos malos que estaban cortados porque no pudiesen pasar los nuestros, para que si fuesen menester los adobasen, y llevar el fardaje; y los de Guatemala se los enviaron luego con sus capitanes. Y Pedro de Alvarado estuvo en la provincia de Utatlan siete u ocho días haciendo entradas; y eran de los pueblos rebelados que habían dado la obediencia a su majestad, y después de dada se tornaban a alzar; y herraron muchos esclavos e indias, y pagaron el real quinto, y los demás repartieron entre los soldados; y luego se fue a la ciudad de Guatemala, y fue bien recibido y hospedado. Y los caciques de aquella ciudad le dijeron que muy cerca de allí había unos pueblos junto a una laguna, e que tenían un peñol muy fuerte, e que eran sus enemigos e que les daban guerra, y que bien sabían los de aquel pueblo, que no estaba lejos, cómo estaba allí el Pedro de Alvarado, y que no venían a dar la obediencia como los demás pueblos, y que eran muy malos y de peores condiciones: el cual pueblo se dice Atitlan. Y el Pedro de Alvarado les envió a rogar que viniesen de paz y que serían muy bien tratados, y otras blandas palabras; y la respuesta que enviaron fue, que maltrataron los mensajeros, y viendo que no aprovechaban, tornó a enviar otros embajadores para les traer de paz, porque tres veces les envió a traer de paz, y todas tres les maltrataron de palabras; y fue Pedro de Alvarado en persona a ellos, y llevó sobre ciento y cuarenta soldados, y entre ellos veinte ballesteros y escopeteros y cuarenta de a caballo, y con dos mil guatemaltecos. E cuando llegó junto al pueblo les tornó a requerir con la paz, y no le respondieron sino con arcos y flechas, que comenzaron a flechar; y cuando aquello vio y que no muy lejos de allí estaba dentro del agua un peñol muy poblado con gente de guerra, fue allá a orilla de la laguna, y sálenle al encuentro dos buenos escuadrones de indios guerreros con grandes lanzas y buenos arcos y flechas, y con otras muchas armas y coseletes, y tañendo sus atabales, y con sus penachos y divisas, y peleó con ellos buen rato, e hubo muchos heridos de los soldados; mas no tardaron mucho en el campo los contrarios, que luego fueron huyendo a acogerse al peñol, y el Pedro de Alvarado con sus soldados tras ellos, y de presto les ganó el peñol, y hubo muchos muertos y heridos; e más hubiera si no se echaran todos al agua, y se pasaron a una isleta, y entonces se saquearon las casas que estaban pobladas junto a la laguna; y se salieron a un llano adonde había muchos maizales, y durmió allí aquella noche. Otro día de mañana fueron al pueblo de Atitlan, que ya he dicho que así se dice, y estaba despoblado; y entonces mandó que corriesen la tierra e las huertas de cacaguatales, que tenían muchos, e trajeron presos dos principales de aquel pueblo, y el Pedro de Alvarado les envió luego aquellos principales, con los que estaban presos del día antes, a rogar a los demás caciques vengan de paz, y que les dará todos los prisioneros, y que serán dél muy bien mirados y honrados, y que si no vienen, que les dará guerra como a los de Quetzaltenango e Utatlan, e les cortará sus árboles de cacaguatales y hará todo el daño que pudiere. En fin de más razones, con estas palabras y amenazas luego vinieron de paz y trajeron un presente de oro, y se dieron por vasallos de su majestad, y luego el Pedro de Alvarado y su ejército se volvió a Guatemala; e estando algunos días sin hacer cosa más de lo por mí memorado, vinieron de paz todos los pueblos de la comarca, y otros de la costa del sur, que se llaman los pipiles; y muchos de aquellos pueblos que vinieron de paz se quejaron que en el camino por donde venía estaba una población que se dice Izcuintepeque, y que eran malos, y que no les dejaban pasar por su tierra y les iban a saquear sus pueblos, y dieron otras muchas quejas dellos; y el Pedro de Alvarado los envió a llamar de paz, y no quisieron venir, antes enviaron a decir muy soberbias palabras; e acordó de ir a ellos con todos los más soldados que tenía, y de a caballo y escopeteros y ballesteros, y muchos amigos de Guatemala, y sin ser sentidos, da una mañana sobre ellos, en que se hizo mucho daño y presa. E ya que hemos hecho relación de la conquista y pacificación de Guatemala y sus provincias, y muy cumplidamente lo dice en una memoria que dello tiene hecha un vecino de Guatemala, deudo de los Alvarados, que se dice Gonzalo de Alvarado, lo cual verán más por extenso, si yo en algo aquí faltare; y esto digo porque no me hallé en estas conquistas hasta que pasamos por aquestas provincias, estando todo de guerra, en el año de 1524, e fue cuando veníamos de las Higüeras e Honduras con el capitán Luis Marín, que nos volvimos para México; y más digo, que tuvimos en aquella sazón con los de Guatemala algunos reencuentros de guerra, y tenían hechos muchos hoyos y cortados en pasos malos pedazos de sierras para que no pudiésemos pasar con las grandes barrancas; y aun entre un pueblo que se dice Juanagazapa y Petapa, en unas quebradas hondas estuvimos allí detenidos guerreando con los naturales de aquella tierra dos días, que no podíamos pasar un mal paso; y entonces me hirieron de un flechazo, mas fue poca cosa; y pasamos con harto trabajo, porque estaba en el paso muchos guerreros guatemaltecos y de otros pueblos. Y porque hay mucho que decir, y por fuerza tengo de traer a la memoria algunas cosas en su tiempo y lugar, y esto fue en el tiempo que hubo fama que Cortés era muerto y todos los que con él fuimos a las Higüeras, lo dejaré por ahora, y digamos de la armada que Cortés envió a las Higüeras y Honduras. También digo que esta provincia de Guatemala no eran guerreros los indios, porque no esperaban sino en barrancas, y con sus flechas no hacían nada.