Cómo nuestro Cortés procuró de saber de las minas del oro, y de qué calidad eran, y asimismo en qué ríos estaban, y qué puertos para navíos desde lo de Pánuco hasta lo de Tabasco, especialmente el río grande de Guazacualco, y lo que sobre ello pasó Estando Cortés e otros capitanes con el gran Montezuma, teniéndole palacio, entre otras pláticas que le decía con nuestras lenguas doña Marina e Jerónimo de Aguilar e Orteguilla, le preguntó que a qué parte eran las minas y en qué ríos, e cómo y de qué manera cogían el oro que le traían en granos, porque quería enviar a verlo dos de nuestros soldados grandes mineros. Y el Montezuma dijo que de tres partes, y que donde más oro se solía traer que era de una provincia que se dice Zacatula, que es a la banda del sur, que está de aquella ciudad andadura de diez o doce días, y que lo cogían con unas jícaras, en que lavan la tierra, e que allí quedan unos granos menudos después de lavado; e que ahora al presente se lo traen de otra provincia que se dice Tustepeque, cerca de donde desembarcamos, que es en la banda del norte, e que lo cogen de dos ríos; e que cerca de aquella provincia hay otras buenas minas, en parte que no son sujetos, que se dicen los chinantecas y zapotecas, y que no le obedecen; y que si quiere enviar sus soldados, que él daría principales que vayan con ellos; y Cortés le dio las gracias por ello, y luego despachó un piloto que se decía Gonzalo de Umbría, con otros dos soldados mineros, a lo de Zacatula. Aqueste Gonzalo de Umbría era al que Cortés mandó cortar los pies cuando ahorcó a Pedro Escudero e a Juan Cermeño y azotó los Peñates porque se alzaban en San Juan de Ulúa con el navío, según más largamente lo tengo escrito, en el capítulo que dello habla. Dejemos de contar más en lo pasado, y digamos cómo fueron con el Umbría, y se les dio de plazo para ir e volver cuarenta días. E por la banda del norte despachó para ver las minas a un capitán que se decía Pizarro, mancebo de hasta veinte y cinco años; y a este Pizarro trataba Cortés como a pariente. En aquel tiempo no había fama del Perú ni se nombraban Pizarros en esta tierra; e con cuatro soldados mineros fue, y llevó de plazo otros cuarenta días para ir e volver, porque había desde México obra de ochenta leguas, e con cuatro principales mexicanos. Ya partidos para ver las minas, como dicho tengo, volvamos a decir cómo le dio el gran Montezuma a nuestro capitán en un paño de henequén pintados y señalados muy al natural todos los ríos e ancones que había en la costa del norte desde Pánuco, hasta Tabasco, que son obra de ciento cuarenta leguas, y en ellos venía señalado el río de Guazacualco; e como ya sabíamos todos los puertos y ancones que señalaban en el paño que le dio Montezuma, de cuando veníamos a descubrir con Grijalva, excepto el río de Guazacualco, que dijeron que era muy poderoso y hondo, acordó Cortés de enviar a ver qué era, y para hondar el puerto y la entrada. Y como uno de nuestros capitanes, que se decía Diego de Ordás, otras veces por mí nombrado, era hombre muy entendido y bien esforzado, dijo al capitán que él quería ir a ver aquel río y qué tierras había y qué manera de gente era, y que le diese hombres e indios principales que fuesen con él; y Cortés lo rehusaba, porque era hombre de buenos consejos y quería tenerlo en su compañía; y por no le descomplacer le dio licencia para que fuese; y el gran Montezuma le dijo al Ordás que en lo de Guazacualco no llegaba su señorío, e que eran muy esforzados, e que parase a ver lo que hacía, y que si algo le aconteciese no le cargasen ni culpasen a él; y que antes de llegar a aquella provincia toparía con sus guarniciones de gente de guerra, que tenía en frontera, y que si los hubiese menester, que los llevase consigo; y dijo otros muchos cumplimientos. Y Cortés y el Diego de Ordás le dieron las gracias; e así, partió con dos de nuestros soldados y con otros principales que el Montezuma les dio. Aquí es donde dice el cronista Francisco López de Gómara que iba Juan Velázquez con cien soldados a poblar a Guazacualco, e que Pedro de Ircio había ido a poblar a Pánuco; e porque ya estoy harto de mirar en lo que el cronista va fuera de lo que pasó, lo dejaré de decir, y diré lo que cada uno de los capitanes que nuestro Cortés envió hizo, e vinieron con muestras de oro.
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Capítulo CII Que trata de cómo llegado que fue el gobernadora la ciudad de la Concepción repartió los caciques que en su comarca había en los vecinos que habían de ser Llegado el gobernador a la ciudad y visto la visita de los caciques que en su comarca había y de los indios que cada cacique tenían, vista la claridad de toda la tierra comarcana de la ciudad de la Concepción, repartió todos los caciques y principales. Hizo cuarenta y ocho vecinos y mandóles dar sus células, y dioles sus chácaras y solares, y a la ciudad dio sus baldíos y términos. Estando el gobernador en este exercicio, allegó el capitán Diego Maldonado con dos de a caballo, el cual enviaba Francisco de Villagran, que había enviado al Pirú, el cual venía de la otra parte de la cordillera nevada, el cual enviaba a avisar de su venida y que estaba en las provincias de Cuyo, que es a las espaldas de la ciudad de Santiago, y que tenía ciento y ochenta hombres y cuatrocientas cabalgaduras, y que allí esperaba la respuesta de lo que le enviase a mandar. El capitán Diego Maldonado fue del gobernador muy bien recebido por haber hecho aquel servicio a Su Majestad, en pasar con ocho de a caballo la cordillera nevada y tan ásperas sierras y tan fragosos caminos. Visto los despachos que Francisco de Villagran le enviaba y habiendo descansado ocho días, despachó al capitán Diego Maldonado e le mandó volviese a donde estaba el capitán Francisco de Villagran, y que si pudiese pasara a donde él estaba, y si no, que en todas maneras trabajase con indios de Aconcagua que acostumbran pasar y procurase de envialle aquellos despachos a Francisco de Villagran. En las cartas envió el gobernador avisar al capitán Francisco de Villagran que se estuviese asistido con su campo en donde más seguro pudiese estar, y que mandase recoger de la comarca más cercana todo el bastimento que pudiese y no pasasen hasta diciembre, que es tiempo que más seguro se puede pasar la nieve. Cuando el capitán Diego Maldonado llegó al valle de Anconcagua, le dijeron los indios que había mucha nieve en la cordillera, pero no estante esto, que ellos pasarían las cartas y las darían al capitán Francisco de Villagran. Viendo el capitán Diego Maldonado la diligencia que aquellos indios ponían en llevar las cartas, se las dio y las llevaron.
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De las antiguallas que hay en Pucara, y de lo mucho que dicen que fue Hatuncolla, y del pueblo llamado Asagaro, y de otras cosas que de aquí se cuentan Ya que he tratado algunas cosas de lo que yo pude entender de los collas, lo más brevemente que he podido, me parece proseguir con mi escriptura por el camino real, para dar relación particular de los pueblos que hay hasta llegar a la ciudad de la Paz, que está fundada en el valle de Chuquiabo, términos desta gran comarca del Collao; de lo cual digo que desde Ayavire, yendo por el camino real, se va hasta llegar a la Pucara, que quiere decir cosa fuerte, que está cuatro leguas de Ayavire. Y es fama entre estos indios que antiguamente hubo en este Pucara gran poblado; en este tiempo casi no hay indio. Yo estuve un día en este lugar mirándolo todo. Los comarcanos a él dicen que Topainga Yupangue tuvo en tiempo de su reinado cercados estos indios muchos días; porque primero que los pudiese subjetar se mostraron tan valerosos que le mataron mucha gente; pero como al fin quedasen vencidos, mandó el Inga, por memoria de su victoria, hacer grandes bultos de piedra; si es así, yo no lo sé más de que lo dicen. Lo que vi en este Pucara es grandes edificios ruinados y desbaratados, y muchos bultos de piedra, figurados en ellos figuras humanas y otras cosas dignas de notar. Desde Pucara hasta Hatuncolla hay cantidad de quince leguas; en el comedio dellas están algunos pueblos, como son Nicasio, Xullaca y otros. Hatuncilla fue en los tiempos pasados la más principal cosa del Collao, y afirman los naturales dél que antes que los ingas los sojuzgasen los mandaron Zapana y otros decendientes suyos, los cuales pudieron tanto que ganaron muchos despojos en batallas que dieron a los comarcanos; y después los ingas adornaron este pueblo con crecimiento de edificios y mucha cantidad de depósitos, adonde por su mandado se ponían los tributos que se traían de las comarcas, y había templo del sol con número de mamaconas y sacerdotes para servicio dél, y cantidad de mitimaes y gente de guerra puesta por frontera para guarda de la provincia y seguridad de que no se levantase tirano ninguno contra el que ellos tenían por su soberano señor. De manera que se puede con verdad afirmar haber sido Hatuncolla gran cosa, y así lo muestra su nombre, porque hatun quiere decir en nuestra lengua, grande. En el tiempo presente todo está perdido, y faltan de los naturales la mayor parte, que se han consumido con la guerra. De Ayavire (el que ya queda atrás) sale otro camino, que llaman Omasuyo, que pasa por la otra parte de la gran laguna de que luego diré, y más cerca de la montaña de los Andes; iban por él a los grandes pueblos de Horuro y Asilo y Asangaro, y a otros que no son de poca estima, antes se tienen por muy ricos, así de ganados como de mantenimiento. Cuando los ingas señoreaban este reino tenían por todos estos pueblos muchas manadas de sus ovejas y carneros. Está en el paraje dellos, en el monte de la serranía, el nombrado y riquísimo río de Carbaya, donde en los años pasados se sacaron más de un millón y setecientos mil pesos de oro, tan fino, que subía de la ley, y deste oro todavía se halla en el río, pero sácase con trabajo y con muerte de los indios, si ellos son los que lo han de sacar, por tenerse por enfermo aquel lugar, a lo que dicen; pero la riqueza del río es grande.
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De lo que hizo el Almirante después que los rebeldes partieron a la Española, y de su ingenio para valerse de un eclipse Volviendo ahora a lo que hizo el Almirante después que salieron los rebeldes, digo que procuró que a los enfermos que habían quedado con él, se les diese cuanto necesitaban para su restablecimiento; y que los indios fuesen tan bien tratados, que no dejasen de traer las vituallas que nos traían, con amistad y deseo de nuestros rescates; en lo que se puso tanta diligencia, y se atendió de tal modo, que en breve sanaron los cristianos, y los indios continuaron algunos días proveyéndonos con abundancia. Pero, como son gente de poco trabajo para cultivar campos grandes, y consumíamos nosotros en un día más que ellos comen en veinte, habiéndoles faltado entonces el afán de nuestros rescates, que ya estimaban en poco, siguiendo casi el parecer de los conjurados, pues veían tan gran parte de los cristianos contra nosotros, no cuidaban de traernos las vituallas que necesitábamos, por lo que nos vimos en sumo trabajo, pues si queríamos tomarlo por fuerza, era necesario que saliésemos todos a pelear, dejando al Almirante, que estaba gravemente enfermo de su gota, a gran riesgo en los navíos; y esperar a que de voluntad nos proveyesen era padecer más miseria, y darles diez veces más que se les daba al principio, pues sabían muy bien hacer su negocio, pareciéndoles que tenían muy segura su ventaja; por lo que no sabíamos qué partido tomar. Pero como Dios nunca olvida a quien se le encomienda, como lo hacía el Almirante, le advirtió el recurso que debía emplear para estar proveído de todo y fue éste: Acordóse de que al tercer día había de haber un eclipse de luna, al comienzo de la noche, y mandó que un indio de la Española que estaba con nosotros llamase a los indios principales de la provincia, diciendo que quería hablar con ellos en una fiesta que había determinado hacerles. Habiendo llegado el día antes del eclipse los caciques, les dijo por el intérprete, que nosotros éramos cristianos y creíamos en Dios, que habita en el cielo y nos tiene por súbditos, el cual cuida de los buenos y castiga a los malos, y que habiendo visto la rebelión de los cristianos, no les había dejado pasar a la Española, como pasaron Diego Méndez y Fiesco, y habían padecido los peligros y trabajos que eran notorios en la isla; que igualmente, en lo que tocaba a los indios, viendo Dios el poco cuidado que tenían de traer bastimentos, por nuestra paga y rescate, estaba irritado contra ellos, y tenía resuelto enviarles una grandísima hambre y peste. Como ellos quizá no le darían crédito, quería mostrarles una evidente señal de esto, en el cielo, para que más claramente conociesen el castigo que les vendría de su mano. Por tanto, que estuviesen aquella noche con gran atención al salir la luna, y la verían aparecer llena de ira, inflamada, denotando el mal que quería Dios enviarles. Acabado el razonamiento se fueron los indios, unos con miedo, y otros creyendo sería cosa vana. Pero comenzando el eclipse al salir la luna, cuanto más ésta subía, aquél se aumentaba, y como tenían grande atención a ello los indios, les causó tan enorme asombro y miedo, que con fuertes alaridos y gritos iban corriendo, de todas partes, a los navíos, cargados de vituallas, suplicando al Almirante rogase a Dios con fervor para que no ejecutase su ira contra ellos, prometiendo que en adelante le traerían con suma diligencia todo cuanto necesitase. El Almirante les dijo quería hablar un poco con su Dios; se encerró en tanto que el eclipse crecía y los indios gritaban que les ayudase. Cuando el Almirante vio acabarse la creciente del eclipse, y que pronto volvería a disminuir, salió de su cámara diciendo que ya había suplicado a su Dios, y hecho oración por ellos; que le había prometido en nombre de los indios, que serían buenos en adelante y tratarían bien a los cristianos, llevándoles bastimentos y las cosas necesarias; que Dios los perdonaba, y en señal del perdón, verían que se pasaba la ira y encendimiento de la luna. Como el efecto correspondía a sus palabras, los indios daban muchos gracias al Almirante, alababan a su Dios, y así estuvieron hasta que pasó el eclipse. De allí en adelante tuvieron gran cuidado de proveerles de cuanto necesitaban, alabando continuamente al Dios de los cristianos; porque los eclipses que habían visto alguna otra vez, imaginaban que sucedían en gran daño suyo, y no sabiendo su causa, ni que fuese cosa que ha de suceder a ciertos tiempos, ni creyendo que nadie pudiera saber en la tierra lo que pasaba en el cielo tenían por certísimo que el Dios de los cristianos se lo había revelado al Almirante.
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Cómo volvieron los capitanes que nuestro capitán envió a ver las minas e a hondar el puerto e río de Guazacualco El primero que volvió a la ciudad de México a dar razón de a lo que Cortés los envió, fue Gonzalo de Umbría y sus compañeros, y trajeron obra de trescientos pesos en granos, que sacaron delante de los indios de un pueblo que se dice Zacatula, que, según contaba el Umbría, los caciques de aquella provincia llevaron muchos indios a los ríos, y con unas como bateas chicas lavaban la tierra y cogían el oro, y era de dos ríos; y dijeron que si fuesen buenos mineros, y la lavasen como en la isla de Santo Domingo o como en la isla de Cuba, que serían ricas minas; y asimismo trajeron consigo dos principales que envió aquella provincia, y trajeron un presente de oro hecho en joyas, que valdría doscientos pesos, e a darse e ofrecerse por servidores de su majestad; y Cortés se holgó tanto con el oro como si fueran treinta mil pesos, en saber cierto que había buenas minas; e a los caciques que trajeron el presente les mostró mucho amor y les mandó dar cuentas verdes de Castilla, y con buenas palabras se volvieron a sus tierras muy contentos. Y decía el Umbría que no muy lejos de México había grandes poblaciones y otra provincia que se decía Matalcingo; y a lo que sentimos y vimos, el Umbría y sus compañeros vinieron ricos con mucho oro y bien aprovechados; que a este efecto le envió Cortés para hacer buen amigo de él por lo pasado que dicho tengo, que le mandó cortar los pies. Dejémosle, pues volvió con buen recaudo, y volvamos al capitán Diego de Ordás, que fue a ver el río de Guazacualco, que es sobre ciento y veinte leguas de México; y dijo que pasó por muy grandes pueblos; que allí los nombró, e que todos le hacían honra; e que en el camino de Guazacualco topó a las guarniciones de Montezuma que estaban en frontera, e que todas aquellas comarcas se quejaban dellos, así de robos que les hacían, y les tomaban sus mujeres y les demandaban otros tributos. Y el Ordás, con los principales mexicanos que llevaba, reprendió a los capitanes de Montezuma que tenían cargo de aquellas gentes, y les amenazaron que si más robaban, que se lo harían saber a su señor Montezuma, y que enviaría por ellos y los castigaría, como hizo a Quetzalpopoca y sus compañeros porque habían robado los pueblos de nuestros amigos; y con estas palabras les metió temor; e luego fué camino de Guazacualco, y no llevó más de un principal mexicano; y cuando el cacique de aquella provincia, que se decía Tochel, suyo que iba, envió sus principales a le recibir, y le mostraron mucha voluntad, porque aquellos de aquella provincia, y todos tenían relación y noticia de nuestras personas, de cuando venimos a descubrir con Juan de Grijalva, según largamente lo he escrito en el capítulo pasado que dello habla; y volvamos ahora a decir que, como los caciques de Guazacualeo entendieron a lo que iba, luego le dieron muchas grandes canoas, y el mismo cacique Tochel, y con él otros muchos principales sondearon la boca del río, e hallaron tres brazas largas, sin la de caída, en lo más bajo; y entrados en el río un poco arriba, podían nadar grandes navíos, e mientras más arriba más hondo. Y junto a un pueblo que en aquella sazón estaba poblado de indios pueden estar carracas; y como el Ordás lo hubo sondeado y se vino con los caciques al pueblo, le dieron ciertas joyas de oro y una india hermosa, y se ofrecieron por servidores de su majestad, y se le quejaron de Montezuma y de su guarnición de gente de guerra, y que había poco tiempo que tuvieron una batalla con ellos, y que cerca de un pueblo de pocas casas mataron los de aquella provincia a los mexicanos muchas de sus gentes, y por aquella causa llaman hoy en día, donde aquella guerra pasó, Cuilonemiqui, que en su lengua quiere decir "donde mataron los putos mexicanos"; y el Ordás les dio muchas gracias por la honra que había recibido, y les dio ciertas cuentas de Castilla que llevaba para aquel efecto, y se volvió a México, y fue alegremente recibido de Cortés y de todos nosotros; y decía que era buena tierra para ganados y granjerías, y el puerto a pique para las islas de Cuba y de Santo Domingo y de Jamaica, excepto que era lejos de México y había grandes ciénagas. Y a esta causa nunca tuvimos confianza del puerto para el descargo y trato de México. Dejemos al Ordás, y digamos del capitán Pizarro y sus compañeros, que fueron en lo de Tustepeque a buscar oro y ver las minas, que volvió el Pizarro con un soldado solo a dar cuentas a Cortés, y trajeron sobre mil pesos de granos de oro sacado de las minas, y dijeron que en la provincia de Tustepeque y Malinaltepeque y otros pueblos comarcanos fue a los ríos con mucha gente que le dieron, y cogieron la tercia parte del oro que allí traían, y que fueron en las sierras más arriba a otra provincia que se dice los chinantecas, y como llegaron a su tierra, que salieron muchos indios con armas, que son unas lanzas mayores que las nuestras, y arcos y flechas y pavesinas, y dijeron que ni un indio mexicano no les entrase en su tierra; si no, que los matarían, y que los teules que vayan mucho en buen hora; y así, fueron, y se quedaron los mexicanos que no pasaron adelante; y cuando los caciques de Chinanta entendieron a lo que iban, juntaron copia de sus gentes para lavar oro, y le llevaron a unos ríos, donde cogieron el demás oro que venía por su parte en granos crespillos, porque dijeron los mineros que aquello era de más duraderas minas, como de nacimiento; y también trajo el capitán Pizarro dos caciques de aquella tierra, que vinieron a ofrecerse por vasallos de su majestad y tener nuestra amistad, y aun trajeron un presente de oro; y todos aquellos caciques a una decían mucho mal de los mexicanos, que eran tan aborrecidos de aquellas provincias por los robos que les harían, que no podían ver, ni aun mentar sus nombres. Cortés recibió bien al Pizarro y a los principales que traía, y tomó el presente que le dieron, y porque ha muchos años Ya pasados, no me acuerdo qué tanto era; y se ofreció con buenas palabras que le ayudaría y sería su amigo de los chinantecas, y les mandó que fuesen a su provincia; y porque no recibiesen algunas molestias en el camino, mandó a dos principales mexicanos que los pusiesen en sus tierras, y que no se quitasen dellos hasta que estuviesen en salvo; y fueron muy contentos. Volvamos a nuestra plática: que preguntó Cortés por los demás soldados que había llevado el Pizarro en su compañía, que se decían Barrientos y Heredia "el viejo" y Escalona "el mozo" y Cervantes "el chocarrero"; y dijo que porque les pareció muy bien aquella tierra y era rica de minas, y los pueblos por donde fuimos muy de paz, les mandó que hiciesen una gran estancia de cacaguatales y maizales y pusiesen muchas aves de la tierra y otras granjerías que había de algodón, y que desde allí fuesen catando todos los ríos y viesen qué minas había. Y puesto que Cortés calló por entonces, no se lo tuvo a bien a su pariente haber salido de su mandado, y supimos que en secreto riñó mucho con él sobre ello, y le dijo que era de poca calidad querer entender en cosas de criar aves e cacaguatales; y luego envió otro soldado que se decía Alonso Luis a llamar los demás que había dejado el Pizarro, y para que luego viniesen llevó un mandamiento; y lo que aquellos soldados hicieron diré adelante en su tiempo y lugar.
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Capítulo CIII Que trata de los árboles y hierbas que hay en el término de la ciudad de la Concepción Esta ciudad de la Concepción tiene de término hacia la banda del norte treinta leguas y hacia el sur tiene veinte, y hasta la cordillera nevada hay dieciséis leguas. Y desde el valle de Maule hasta el valle de Itata es del temple de Mapocho, y de aquí escomienza otro temple, que hay invierno y verano y llueve más y los vientos más furiosos. No es de regadío y los bastimentos se crían con el agua que reciben de invierno. Y de este valle de Itata no hay algarrobas ni espinillos de los que dicho tengo de Mapocho. Y desde el valle de Copiapó hasta este valle de..., la cordillera nevada no es montuosa sino pelada, y desde aquí adelante va montuosa de muy grandes árboles. Junto a la ciudad de la Concepción pasa otra cordillera pequeña. Y va de la mar esta cordillera media legua y una legua y en partes menos. Y es muy montuosa de grandes árboles y arrayanes y laureles y otros árboles grandes que llevan una fruta a manera de nueces, y antes que despidan la cáscara y desque está madura, esta fruta es amarilla, y de ella se hace miel y un brebaje muy bueno. A falta de otra es buena. Y este árbol solamente le hay en tres leguas en torno de la Concepción y en otra parte no la hay. Hay muchas cañas macizas. Hay en esta tierra un árbol muy alto a manera de pino, salvo que no tiene rama, sino solamente una copa en lo alto. El asta que tiene procede de las hojas. Llevan estas ramas o copa unas piñas que casi se parecen a las de pino en el llevar de los piñones, y tiénenlos en aquellos encajes y ansí se abren, y sacan unos piñones de ellas mayores que almendras. Estos pasan los indios y los comen cocidos. Son como bellotas. Algunos españoles le llamaron líbano, acaso de llevar una resina que echándola en el fuego huele bien. De estos árboles hay en algunas partes. Hay gran cantidad pasado el río de Bibio para delante. Hay otro árbol no muy alto. Lleva un fruto como avellanas, salvo que no tiene tan dura la cáscara, sino blanda y no tienen capillo. Lleva una rama tres y cuatro y más cantidad juntas. Son como avellanas, y cuando están maduras están coloradas y saben a bellotas. Hay en algunas partes otro árbol que dicen molle, y hay otros árboles muy buenos de que hacen madera para las casas. De la frutilla que dije en la ciudad de Santiago, aparrada por el suelo, hay muy gran cantidad, de la cual hacen un brebaje los indios para beber. Es gustoso. Y pasada imita a higos. Dase mucho trigo y cebada, y los naturales tienen maíz y frísoles y papas y una hierba a manera de avena, que es buen mantenimiento para ellos. Son muy grandes labradores y cultivan muy bien la tierra. Dase toda la hortaliza de nuestra España y legumbres, y hanse puesto sarmientos y danse muy bien, e higueras. Y se darán todas las demás plantas de nuestra España muy bien porque el temple es muy bueno. Y hay muchas hierbas parecientes a las de nuestra España, y porque las he dicho ya en el valle de Mapocho, no las contaré. Y de la tierra hay muchas y muy buenas, hay orozuz que produce la tierra, que en Castilla la Vieja llaman regalicia, y salvia y violetas y poleo y zarzaparrilla como la de Guayaquil y muy buena.
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De la gran laguna que está en esta comarca del Collao y cuán honda es, y del templo de Titicaca Como sea tan grande esta tierra del Collao (según se dijo en los capítulos pasados), hay, sin lo poblado, muchos desiertos y montes nevados y otros campos bien poblados de hierba, que sirve de mantenimiento para el ganado campesino que por todas partes anda. Y en el comedio de la provincia se hace una laguna, la mayor y más ancha que se ha hallado ni visto en la mayor partes destas Indias, y junto a ella están los más pueblos del Collao; y en islas grandes que tiene este lago siembran sus sementeras y guardan las cosas preciadas, por tenerlas más seguras que en los pueblos que están en los caminos. Acuérdome que tengo ya dicho cómo hace en esta provincia tanto frío que, no solamente no hay arboledas de frutales, pero el maíz no se siembra porque tampoco da fruto por la misma razón. En los juncales deste lago hay grande número de pájaros de muchos géneros, y patos grandes y otras aves, y matan en ella dos o tres géneros de peces bien sabrosos, aunque se tiene por enfermo lo más dello. Esta laguna es tan grande que tiene por contorno ochenta leguas, y tan honda que el capitán Juan Ladrillero me dijo a mí que por algunas partes della, andando en sus bergantines, se hallaba tener setenta y ochenta brazas, y más, y en partes menos. En fin, en esto y en las olas que hace cuando el viento la sopla parece algún seno de mar; querer yo decir cómo está reclusa tanta agua en aquella laguna y de dónde nace, no lo sé; porque, puesto que muchos ríos y arroyos entren en ella, paréceme que dellos solos no bastaba a se hacer lo que hay; mayormente saliendo lo que desta laguna se desagua por otra menor, que llaman de los Aulagas. Podría ser que del tiempo del diluvio quedó así esta agua que vemos, porque a mi ver, si fuera ojo de mar estuviera salobre el agua, y no dulce, cuanto más que estará de la mar más de sesenta leguas. Y toda esta agua desagua por un río hondo y que se tuvo por gran fuerza para esta comarca, al cual llaman el Desaguadero, y entra en la laguna que digo arriba llamarse de las Aulagas. Otra cosa se nota sobre este caso, y es que vemos cómo el agua de una laguna entra la otra (ésta es la del Collao en la de los Aulagas), y no como sale, aunque por todas partes se ha andado el lago de los Aulagas. Y sobre esto he oído a los españoles y indios que en unos valles de los que están cercanos a la mar del Sur se han visto y ven contino ojos de agua que van por debajo de tierra a dar a la misma mar; y creen que podría ser que fuese el agua destos lagos, desaguando por algunas partes, abriendo camino por las entrañas de la misma tierra, hasta ir a parar donde todas van, que es la mar. La gran laguna del Collao tiene por nombre Titicaca, por el templo que estuvo edificado en la misma laguna; de donde los naturales tuvieron por opinión una vanidad muy grande, y es que cuentan estos indios que sus antiguos lo afirmaron por cierto, como hicieron otras burlerías que dicen, que carecieron de lumbre muchos días, y que estando todos puestos en tinieblas y obscuridad salió desta isla de Titicaca el sol muy resplandeciente, por lo cual la tuvieron por cosa sagrada, y los ingas hicieron en ella el templo que digo, que fue entre ellos muy estimado y venerado, a honra de su sol, poniendo en él mujeres vírgines y sacerdotes con grandes tesoros; de lo cual, puesto que los españoles, en diversos tiempos han habido mucho, se tiene que falta lo más. Y si estos indios tuvieron alguna falta de la lumbre que dicen, podría ser causado por alguna eclipsi del sol; y como ellos son tan agoreros, fingirían esta fábula, y también les ayudarían a ello las ilusiones del demonio, permitiéndolo Dios por sus pecados dellos.
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Capítulo cinco De otro embuste que hizo aquel nigromántico llamado Titlacaoa Otro embuste hizo el dicho Titlacaoa, el cual se bolvió y pareció como un indio forastero, que se llama toueyo, desnudo todo el cuerpo, como solían andar aquellos de su generación, el cual andava vendiendo axí verde, y se asentó en el mercado delante del palacio. Y el Uémac, que era señor de los tultecas en lo temporal, porque el dicho Quetzalcóatl era como sacerdote y no tenía hijos, tenía una hija muy hermosa, y por la hermosura codiciávanla y deseávanla los dichos tultecas para casarse con ella. Y el dicho Uémac no se la quiso dar a los dichos tultecas. Y la dicha hija del señor Uémac miró hazia el tiénquez y vio al dicho toueyo desnudo, y el miembro genital; y después de lo haver visto, la dicha hija entróse en palacio y antojósele el miembro de aquel toueyo, de que luego començó a estar muy mala por el amor de aquello que vio. Hinchósele todo el cuerpo, y el dicho señor Uémac supo cómo estava muy mala la hija y preguntó a las mugeres que guardavan la hija: "¿Qué mal tiene mi hija? ¿Qué enfermedad es ésta que se le ha hinchado todo el cuerpo?" Y le respondieron las mugeres, diziendo: "Señor, de esta enfermedad fue la causa y ocasión el indio toueyo que andava desnudo, y vuestra hija vio y miró el miembro genital de aquel toueyo, y está mala de amores". Y el dicho señor Uémac, oído estas palabras, mandó, diziendo: "¡Ah, tultecas! Buscadme al toueyo que andava por aquí vendiendo axí verde; por fuerça ha de parecer". Y ansí lo buscaron en todas partes, y no pareciendo, un pregonero subió a la sierra, que se llama Tzatzitépec, y pregonó, diziendo: "¡Ah, tultecas! Si halláis un toueyo que por aquí andava vendiendo axí verde, traeldo ante el señor Uémac". Y ansí buscaron en todas partes y no le hallaron, veniendo a dezir al señor Uémac que no parecía el dicho toueyo. Y después pareció el dicho toueyo asentado en el tiánquez, donde antes havía estado vendiendo el dicho axí verde. Y como le hallaron, luego fueron a dezir al señor Uémac cómo havía parecido el dicho toueyo; y dixo el señor: "Traédmelo acá presto". Y los dichos tultecas fueron por él a llamarle y traer al dicho toueyo. Y traído ante el señor Uémac, díxole el señor Uémac, preguntando al dicho toueyo: "¿De dónde sois?" Y respondió el dicho toueyo, diziendo: "Señor, yo soy forastero; vengo por aquí a vender axí verde". Y más le dixo el señor. "¡Ah toueyo! ¿Dónde os tardastes? ¿Por qué no os ponéis el máxtlatl y no os cubrís con la manta?" Y le respondió el dicho toueyo, diziendo: "Señor, tenemos tal costumbre en nuestra tierra". Y el señor dixo al dicho toueyo: "Vos antojastes a mi hija, vos la havéis de sanar". Y le respondió el dicho toueyo, diziendo: "Señor mío, en ninguna manera puede ser esto, mas matadme; yo quiero murir, porque yo no soy digno de oír estas palabras, viniendo por aquí a buscar la vida vendiendo axí verde". Díxole el señor: "Por fuerça havéis de sanar a mi hija; no tengáis miedo". Y luego tomáronle para lavarle y tresquilarle, y le tiñeron todo el cuerpo con tinta, y le pusieron el máxtlatl, y le cubrieron con una manta al dicho toueyo. Y díxole el señor Uémac: "Anda, y entra a ver a mi hija allá dentro donde la guardan". Y el dicho toueyo ansí lo hizo y dormió con la dicha hija del señor Uémac, de que luego fue sana y buena. Y de esta manera el dicho toueyo fue yerno del dicho señor Uémac.
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Cómo entre los que habían quedado con el Almirante se levantó otra conjuración, la que se apaciguó con la venida de una carabela de la isla Española Habiendo pasado ocho meses después que salieron Diego Méndez y Bartolomé Fiesco, sin que hubiese nuevas de ellos, estaba la gente del Almirante con mucha inquietud, y, sospechando lo peor, decían algunos que el mar los había anegado; quienes afirmaban que los indios de la Española los habrían muerto, y otros, que habrían perecido en el camino, de enfermedades y trabajos; porque desde la punta más vecina a Jamaica hasta Santo Domingo, donde tenían que ir en busca de socorro, había más de cien leguas, de montes asperísimos, por tierra, y de mala navegación el mar, por las muchas corrientes y vientos contrarios que reinan siempre en aquella costa. Para aumentar más esta presunción, alegaban que algunos indios habían visto un navío trastornado y llevado con la furia de las corrientes por la costa de Jamaica abajo, lo que fácilmente habían divulgado los rebeldes, para quitar del todo la esperanza de alivio a los que estaban con el Almirante. Así que, teniendo éstos por cierto que no podía llegar socorro alguno, un maestre llamado Bernal, boticario valenciano, y otros dos compañeros llamados Zamora y Villatoro, con la mayor parte de los que habían quedado enfermos, hicieron secretamente otra conjuración, para ejecutar lo mismo que los primeros. Pero viendo Nuestro Señor el gran riesgo en que estaba el Almirante con esta segunda sedición, quiso remediarlo con la venida de un carabelón enviado por el Gobernador de la Española. Llegó este bajel cierto día, por la tarde, cerca de los navíos, que estaban encallados, y su Capitán, llamado Diego de Escobar, fue en su barca a visitar al Almirante, diciéndole que el Comendador de Lares, Gobernador de la Española, se le encomendaba mucho, y porque no podía enviarle presto un navío que bastase para llevar toda aquella gente, le había enviado a visitar en su nombre; presentóle un barril de vino y medio puerco salado, volvióse a la carabela y, sin tomar cartas de ninguno, salió aquella noche. Muy consolada la gente con esta venida, disimuló la trama urdida, aunque se maravillaron y sospecharon mal de la presteza y secreto con que retornó el carabelón, creyendo fácilmente que el Comendador Mayor no quería que el Almirante pasase a la Española; el cual, advertido de esto, les decía que él lo había dispuesto así, porque no quería partir de allí sin llevarlos a todos juntos, para lo que no bastaba aquella carabela, ni quería que de su estada se siguiesen otras pláticas e inconvenientes, por obra de los rebeldes. Mas la verdad era que el Comendador Mayor temía y sospechaba que, vuelto el Almirante a Castilla, le restituirían los Reyes Católicos su gobierno y él tendría que dejarlo; por esto no quiso proveer oportunamente todo lo que se le pedía, para que el Almirante pasase a la Española, y había enviado aquella carabela, de espía, para saber, con disimulo, el estado del Almirante, y de qué modo se podía lograr que del todo se perdiese. Conoció esto el Almirante por lo sucedido a Diego Méndez, que envió relación de su viaje, con el carabelón, y había sido de esta manera.
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Cómo Cortés dijo al gran Montezuma que mandase a todos los caciques que tributasen a su majestad, pues comúnmente sabían que tenían oro, y lo que sobre ellos se hizo Pues como el capitán Diego de Ordás y los soldados por mí ya nombrados vinieron con muestras de oro y relación que toda la tierra era rica, Cortés, con consejo del Ordás y de otros capitanes y soldados, acordó de decir y demandar al Montezuma que todos los caciques y pueblos de la tierra tributasen a su majestad, y que él mismo, como gran señor, también tributase e diese de sus tesoros; y respondió que él enviaría por todos los pueblos a demandar oro, mas que muchos dellos no lo alcanzaban, sino joyas de poca valía que habían habido de sus antepasados; y de presto envió principales a las partes donde había minas, y les mandó que diese cada uno tantos tejuelos de oro fino del tamaño y gordor de otros que le solían tributar, y llevaban para muestras dos tejuelos, y de otras partes no le traían sino joyezuelas de poca valía. También envió a la provincia donde era cacique y señor aquel su pariente muy cercano que no le quería obedecer, que estaba de México obra de doce leguas; y la respuesta que le trajeron los mensajeros fue, que decía que no quería dar ni oro ni obedecer al Montezuma, y que también él era señor de México y le venía el señorío como al mismo Montezuma que le enviaba a pedir tributo. Y como esto oyó el Montezuma, tuvo tanto enojo, que de presto envió su señal y sello y con buenos capitanes para que se lo trajesen preso; y venido a su presencia el pariente, le habló muy desacatadamente y sin ningún temor, o de muy esforzado, o decían que tenía ramos de locura, porque era como atronado; todo lo cual alcanzó a saber Cortés, y envió a pedir por merced al Montezuma que se lo diese, que él lo quería guardar: porque, según le dijeron, le había mandado matar el Montezuma; y traído ante Cortés, le habló muy amorosamente, y que no fuese loco contra su señor, y que lo quería soltar. Y Montezuma cuando lo supo dijo que no lo soltase, sino que lo echasen en la cadena gorda, como a los otros reyezuelos por mí ya nombrados. Tornemos a decir que en obra de veinte días vinieron todos los principales que Montezuma había enviado a cobrar los tributos del oro, que dicho tengo. Y así como vinieron, envió a llamar a Cortés y a nuestros capitanes y ciertos soldados que conocía que éramos de guarda, y dijo estas palabras formales, o otras como ellas: "Hágoos saber, señor Malinche y señores capitanes y soldados, que a vuestro gran rey yo le soy en cargo y le tengo buena voluntad, así por señor y tan gran señor; como por haber enviado de tan lejas tierras a saber de mí; y lo que más se me pone en el pensamiento es, que él ha de ser el que nos ha de señorear, según nuestros antepasados nos han dicho, y aun nuestros dioses nos dan a entender por las respuestas que dellos tenemos; toma ese oro que se ha recogido, y por ser de priesa no se trae más; y lo que yo tengo aparejado para el emperador es todo el tesoro que he habido de mi padre, que está en vuestro poder y aposento, que bien sé que luego que aquí vinistes, abristes la casa y lo vistes e miraste todo, y la tornastes a cerrar como de antes estaba; y cuando se lo enviaréis, decidle en vuestros amales y cartas: "Esto os envía vuestro buen vasallo Montezuma"; y también yo os daré unas piedras muy ricas, que le enviéis en mi nombre, que son chalchihuites, que no son para dar a otras personas, sino para ese vuestro gran emperador, que vale cada una piedra dos cargas de oro. También le quiero enviar tres cerbatanas con sus esqueros y bodoqueras, que tienen tales obras de pedrería, que se holgará de verlas; y también yo quiero dar lo que tuviere, aunque es poco, porque todo el más oro y joyas que tenía os he dado en veces." Y cuando le oyó Cortés y todos nosotros, estuvimos espantados de la gran bondad y liberalidad del gran Montezuma, y con mucho acato le quitamos todos las gorras de armas, y le dijimos que se lo teníamos en merced, y con palabras de mucho amor le prometió Cortés que escribiríamos a su majestad de la magnificencia y franqueza del oro que nos dio en su real nombre. Y después que tuvimos otras pláticas de buenos comedimientos, luego en aquella hora envió Montezuma sus mayordomos para entregar todo el tesoro de oro y riqueza que estaba en aquella sala encalada; y para verlo y quitarlo de sus bordaduras y donde estaba engastado tardamos tres días, y aun para lo quitar y deshacer vinieron los plateros de Montezuma, de un pueblo que se dice Escapuzalco. Y digo que era tanto, que después de deshecho eran tres montones de oro; y pesado, hubo en ellos sobre seiscientos mil pesos, como adelante diré, sin la plata e otras muchas riquezas. Y no cuento con ello las planchas, y tejuelos de oro y el oro en grano de las minas; y se comenzó a fundir con los plateros indios que dicho tengo, naturales de Escapuzalco, e se hicieron unas barras muy anchas dello, como medida de tres dedos de la mano de anchor de cada una barra. Pues ya fundido y hecho barras, traen otro presente por sí de lo que el gran Montezuma había dicho que daría, que fue cosa de admiración ver tanto oro y las riquezas de otras joyas que trajo. Pues las piedras chalchihuites, que eran tan ricas algunas dellas, que valían entre los mismos caciques mucha cantidad de oro; pues las tres cerbatanas con sus bodoqueros, los engantes que tenía de piedras y perlas, y las pinturas de pluma e de pajaritos llenos de aljófar, e otras aves, todo era de gran valor. Dejamos de decir de penachos y plumas y otras muchas cosas ricas, que es para nunca acabar de traerlo aquí a la memoria; digamos ahora cómo se marcó todo el oro que dicho tengo, con una marca de hierro que mandó hacer Cortés, y los oficiales del rey proveídos por Cortés, y de acuerdo de todos nosotros, en nombre de su majestad, hasta que otra cosa mandase; y la marca fue las armas reales como de un real y del tamaño de un tostón de a cuatro; y esto sin las joyas ricas que nos pareció que no eran para deshacer; pues para pesar todas estas barras de oro y plata y las joyas que quedaron por deshacer no teníamos pesas de marcos ni balanza, y pareció a Cortés y a los mismos oficiales de la hacienda de su majestad que sería bien hacer de hierro unas pesas de hasta una arroba, y otras de media arroba, y de dos libras, y de una libra, y de media libra y de cuatro onzas; y esto no para que viniese muy justo, sino media onza más o menos en cada peso que pesaba. Y de cuanto pesó, dijeron los oficiales del rey que había en el oro, así en lo que estaba hecho arrobas como en los granos de las minas y en los tejuelos y joyas, más de seiscientos mil pesos, sin la plata e otras muchas joyas que se dejaron de evaluar; y algunos soldados decían más. Y como ya no había que hacer en ello sino sacar el real quinto y dar a cada capitán y soldado nuestras partes, e a los que quedaban en el puerto de la Villa-Rica también las suyas, parece ser Cortés procuraba de no lo repartir tan presto, hasta que hubiese más oro e hubiese buenas pesas y razón y cuenta de a cómo salían; y todos los más soldados y capitanes dijimos que luego se repartiese, porque habíamos visto que cuando se deshacían las piezas del tesoro de Montezuma estaba en los montones que he dicho mucho más oro, y que faltaba la tercia parte dello, que lo tomaban y escondían, así por la parte de Cortés como de los capitanes y otros que no se sabía, y se iba menoscabando; e a poder de muchas pláticas se pesó lo que quedaba y hallaron sobre seiscientos mil pesos, sin las joyas y tejuelos, y para otro día habían de dar las partes. E diré cómo lo repartieron, e todo lo más se quedó con ello el capitán Cortés e otras personas, y lo que sobre ello se hizo diré adelante.