Capítulo catorze De las postreras cuatro casas de este signo, las cuales tenían por dichosas, y de las buenas condiciones de los que en ellas nacían La dézima casa de este signo se llama matlactli tochtli. Dezían que era muy bien afortunada y dichosa. Los que nacían en este signo, ahora fuessen varones, ahora hembras, serían prósperos y ricos, porque dezían que el número décimo de todos los signos era bien afortunado, como ya está dicho arriba. Y no se baptizavan luego, mas difiríanles hasta la postrera casa de este signo, que se llamava matlactliumei oçomatli, porque mejorava la ventura del que havía nacido. Dezían que todas las postreras casas de todos los signos eran bien afortunadas. La undécima casa de este signo se llama matlactlioce atl, y la duodécima matlactliumome itzcuintli, y la terciadécima, que es postrera, se llama matlactliomei oçomatli. Todas estas cuatro casas son bien afortunadas y dichosas. Los que nacían en alguna de estas casas serían muy prósperos, y honrados y acatados de todos, y ricos y liberales, y valientes y hábiles, y entendidos y poderosos para persuadir y provocar a lágrimas. Y si era hembra la que nacía en alguna de estas casas, también dezían sería rica y próspera, etc. Y si alguno de los que nacían en este signo era mal afortunado, dezían que era por su culpa, porque no tenía devoción a su signo, ni hazía penitencia a honra de él. La razón por que dezían que las cuatro casas postreras de cada signo eran bien afortunadas, es porque dezían que aquellas cuatro casas postreras de todos los signos se atribuían a cuatro dioses prósperos, el primero de los cuales se llamava Tlauizcalpantecutli, y el segundo Citlallicue, y el tercero Tonátiuh, y el cuarto Tonacatecutli. Por esto dezían los astrólogos que los que nacían en estas casas serían prósperos y tendrían larga vida si se baptizassen en la postrera.
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De los gastos que el marqués don Hernando Cortés hizo en las armadas que envió a descubrir, y cómo en todo lo demás no tuvo ventura; y he menester volver mucho atrás de mi relación para que bien se entienda lo que ahora diré En el tiempo que gobernaba la Nueva-España Marcos de Aguilar por virtud del poder que para ello le dejó el licenciado Luis Ponce de León al tiempo que falleció, según ya lo he declarado muchas veces antes que Cortés fuese a Castilla, envió el mismo marqués del Valle cuatro navíos que había labrado en una provincia que se dice Zacatula, bien abastecidos de bastimento y artillería, con buenos marineros y con doscientos y cincuenta soldados, y mucho rescate de cosas de mercerías de Castilla, y todo lo que era menester de vituallas y pan bizcocho para más de un año, y envió en ellos por capitán general a un hidalgo que se decía álvaro de Saavedra Cerón; fueron su viaje y derrota para las islas de los Malucos y Especiería o la China, y este fue por mandado de su majestad, que se lo hubo escrito a Cortés desde la ciudad de Granada en 22 de junio de 1526 años; y porque Cortés me mostró la misma carta a mí y a otros conquistadores que le estábamos teniendo compañía, lo digo y declaro aquí; y aun le mandó su majestad a Cortés que a los capitanes que enviase, que fuesen a buscar una armada que había salido de Castilla para la China, e iba en ella por capitán un fray don García de Loaysa, comendador de San Juan de Rodas; y en esta sazón que se apercibía el Saavedra para el viaje, aportó a la costa de Teguantepeque un patache, que era de los que habían salido de Castilla con la armada del mismo comendador que dicho tengo, y venía en el mismo patache por capitán un Ortuño de Lango, natural de Portugalete; del cual dicho capitán y pilotos que en el patache venían se informó el álvaro de Saavedra Cerón de todo lo que quiso saber, y aun llevó en su compañía a un piloto y a dos marineros, y se lo pagó muy bien, porque volviesen otra vez con él, y tomó plática de todo el viaje que había traído y de las derrotas que habían de llevar. Y después de haber dado las instrucciones y avisos que los capitanes y pilotos que van a descubrir suelen dar en sus armadas, después de haber oído misa y encomendádose a Dios, se hicieron a la vela en el puerto de Ciguatanejo, que es la provincia de Colima o Zacatula, que no lo sé bien, y fue en el mes de diciembre en el año de 1527 ó 28, y quiso nuestro señor Jesucristo encaminarles, que fueron a los Malucos e a otras islas; y los trabajos y hambres y dolencias que pasaron, y aun muchos que se murieron en aquel viaje, yo no lo sé; mas yo vi dende a tres años en México a un marinero de los que habían ido con el Saavedra, y contaba cosas de aquellas islas y ciudades donde fueron, que yo me estaba admirado; y estas son las tierras e islas que ahora van desde México con armada a descubrir y tratar; y aun oí decir que los portugueses que estaban por capitanes en ellas, que prendieron al Saavedra o a gente suya y que los llevaron a Castilla, o que tuvo noticia dello su majestad; y como ha tantos años que pasó y yo no me hallé en ello, más de, como tengo dicho, haber visto la carta que su majestad escribió a Cortés, en esto no diré más. Quiero decir ahora cómo en el mes de mayo de 1532 años, después que Cortés vino de Castilla, envió desde el puerto de Acapulco otra armada con dos navíos bien abastecidos con todo género de bastimentos, y marineros, los que eran menester, y artillería y rescate, y ochenta soldados escopeteros y ballesteros, y envió por capitán general a un Diego Hurtado de Mendoza: y estos dos navíos envió a descubrir por la costa del sur a buscar islas y tierras nuevas; y la causa dello es, porque, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, así lo tenía capitulado Cortés con los del real consejo de Indias cuando su majestad se fue a Flandes. Y volviendo a decir del viaje de los dos navíos, fue que, yendo el capitán Hurtado sin ir a buscar islas ni se meter mucho en la mar ni hacer cosa que de contar sea, se apartaron de su compañía amotinados más de la mitad de los soldados que llevaba con el un navío; y dicen que ellos mismos, por concierto que entre el capitán y los amotinados se hizo, fue darles el navío en que iban para volver a la Nueva-España: mas nunca tal es de creer, que el capitán les diera licencia, sino que ellos se la tomaron; e ya que daban vuelta los amotinados, les hizo el tiempo contrario y les echó en tierra, y fueron a tomar agua, y con mucho trabajo vinieron a Xalisco, y dieron nuevas dello, y desde allí voló la nueva a México, de lo cual le pesó mucho a Cortés; y el Diego Hurtado corrió siempre la costa, y nunca se oyó decir más dél ni del navío, ni jamás pareció. Quiero dejar de decir desta armada, pues se perdió; y diré cómo Cortés luego despachó otros dos navíos que estaban ya hechos en el puerto de Teguantepeque, los cuales abasteció muy cumplidamente, así de pan como de carne, y todo lo necesario que en aquel tiempo se pudo haber, y con mucha artillería y buenos marineros, y setenta soldados y cierto rescate, y por capitán dellos a un hidalgo que se decía Diego Becerra de Mendoza, de los Becerras de Badajoz o Mérida; y fue en el otro navío por capitán un Hernando de Grijalva, y este Grijalva iba debajo de la mano deste Becerra; y fue por piloto mayor un vizcaíno que se decía Ortuño Jiménez, gran cosmógrafo. Y Cortés mandó a Becerra que fuese por la mar. en busca del Diego Hurtado, y si no le hallase, metiese en mar alta, y buscasen islas y tierras nuevas, porque había fama de ricas islas de perlas; y el piloto Ortuño Jiménez cuando estaba platicando con otros pilotos en las cosas de la mar, antes que partiese para aquella jornada, decía y prometía de les llevar a tierras bien afortunadas de riquezas, que así las llamaban, y decía tantas cosas, cómo serían todos ricos, que algunas personas lo creían. Y después que salieron del puerto de Teguantepeque, la primera noche se levantó un viento contrario, que apartó los dos navíos el uno del otro, que nunca más se vieron; y bien se pudieran tornar a juntar, porque luego hizo buen tiempo, salvo que el Hernando de Grijalva, por no ir debajo de la mano de Becerra, se hizo luego a la mar y se apartó con su navío, porque el Becerra era muy soberbio y mal acondicionado: y en tal paró, según adelante diré; y también se apartó el Hernando de Grijalva porque quiso ganar honra por sí mismo si descubría alguna buena isla, y metióse dentro en la mar más de doscientas leguas, y descubrió una isla que le puso nombre Santo Tomé, y estaba despoblada. Dejemos a Grijalva y a su derrota, y volveré a decir lo que le acaeció al Becerra con el piloto Ortuño Jiménez: es que riñeron en el viaje, y como el Becerra iba malquisto con todos los más soldados que iban en la nao, concertó el Ortuño, con otros vizcaínos marineros y con soldados con quien había tenido palabras el Becerra, de dar en él una noche y matarle, y así lo hicieron, que estando durmiendo le despacharon al Becerra y a otros soldados; y si no fuera por dos frailes franciscos que iban en aquella armada, que se metieron en despartillos, más males hubiera; y el piloto Jiménez con sus compañeros se alzaron con el navío, y por ruego de los frailes les fueron a echar en tierra de Xalisco, así a los religiosos como a otros heridos; y el Ortuño Jiménez dio vela, y fue a una isla que la puso nombre Santa-Cruz, donde dijeron que había perlas y estaba poblada de indios como salvajes; y como saltó en tierra para tomar agua, y los naturales de aquella bahía o isla estaban de guerra, los mataron, que no más quedaron salvo los marineros que quedaban en el navío; y como vieron que todos eran muertos, se volvieron al puerto de Xalisco con el navío, y dieron nuevas de lo acaecido, y certificaron que la tierra era buena y bien poblada y rica de perlas; y luego fue esta nueva a México, y como Cortés lo supo, hubo gran pesar de lo acaecido. De lo cual tomó codicia el Nuño de Guzmán y, para saber si era así que había perlas, en el mismo navío, que vinieron a darte aquella nueva, lo armó muy bien así de soldados Y capitán y bastimentos, y envió a la misma tierra a saber qué cosa era; y el capitán y los soldados que envió tuvieron voluntad de se volver porque no hallaron las perlas ni cosa ninguna de lo que los marineros dijeron, y se tornaron a Xalisco por se estar en los pueblos de su encomienda que nuevamente les había dado el Nuño de Guzmán, y porque en aquella sazón se descubrieron buenas minas de oro en aquella tierra: ahora sea por lo uno, o por lo otro, no hicieron cosa que de provecho fuese. Y como Cortés era hombre de corazón que no reposaba, con tales sucesos acordó de no enviar más capitanes, sino ir él en persona; y en aquel tiempo tenía sacados de astilleros tres navíos de buen porte en el puerto de Teguantepeque; y como le dieron las nuevas que había perlas adonde mataron al Ortuño Jiménez, y porque siempre tuvo en pensamiento de descubrir por la mar del Sur grandes poblaciones, tuvo voluntad de lo ir a poblar, porque así lo tenía capitulado con la serenísima emperatriz doña Isabel, de gloriosa memoria, como ya dicho tengo, y los del real consejo de Indias, cuando su majestad pasó a Flandes; y como en la Nueva-España se supo que el marqués iba en persona, creyeron que era a cosa cierta y rica, y viniéronle a servir tantos soldados, así de a caballo y otros arcabuceros y ballesteros, y entre ellos treinta y cuatro casados, que se le juntaron por todos sobre trescientas y veinte personas, con las mujeres casadas; y después de bien abastecidos los navíos de mucho bizcocho y carne y aceite, y aun dijeron vino y vinagre y otras cosas pertenecientes para bastimento; y llevó mucho rescate y tres herreros con sus fraguas y dos carpinteros de ribera con sus herramientas, y otras muchas cosas que aquí no relato por no me detener, y con buenos y expertos pilotos y marineros, mandó que los que se quisiesen ir a embarcar al puerto de Teguantepeque, donde estaban los tres navíos, que se fuesen, y esto por no llevar tanto embarazo por tierra; y él se fue desde México con el capitán Andrés de Tapia y otros capitanes y soldados, y llevó clérigos y religiosos que le decían misa, y llevó médicos y cirujanos y botica; y llegados al puerto adonde se hablan de hacer a la vela, ya estaban allí los tres navíos que vinieron de Teguantepeque. Y como todos los soldados se vinieron juntos, con sus caballos y a pie, Cortés se embarcó con los que le pareció que podrían ir de la primera barcada hasta la isla o bahía que nombraron de Santa-Cruz, adonde decían que había perlas; y como Cortés llegó con buen viaje a la isla, que fue en el mes de mayo de 1536 ó 7 años, que ya no me acuerdo, y luego despachó los navíos para que volviesen los demás soldados y mujeres casadas, y caballos que quedaban aguardando con el capitán Andrés de Tapia, y luego se embarcaron; y alzadas velas, yendo por su derrota, dióles un temporal que les echó cabe un gran río, que le pusieron nombre San Pedro y San Pablo; y asegurado el tiempo, volvieron a seguir su viaje, y dioles otra tormenta que les despartió a todos tres navíos, y el uno dellos fue al puerto de Santa-Cruz, adonde Cortés estaba, y el otro fue a encallar y dar al través en tierra de Xalisco; y los soldados que en él iban estaban muy descontentos del viaje, y de muchos trabajos, se volvieron a la Nueva-España y otros se quedaron en Xalisco; y el otro navío aportó a una bahía que llamaron el Guayabal; y pusiéronle este nombre porque había allí mucha fruta que llaman guayabas. Y como habían dado al través, tardaron tanto y no acudían donde Cortés estaba, y les aguardaban por horas, porque se les habían acabado los bastimentos; y en el navío que dio al través en tierra de Xalisco iba la carne y bizcocho y todo el más bastimento; a esta causa estaban muy congojosos así Cortés como todos los soldados, porque no tenían qué comer; y en aquella tierra no cogen los naturales del maíz, que son gente salvaje y sin policía, y lo que comen es frutas de las que hay entre ellos, y pesquerías y mariscos, y de los soldados que estaban con Cortés, de hambres y de dolencias se murieron veinte y tres, y muchos más estaban dolientes, y maldecían a Cortés y a su isla y bahía y descubrimiento; y cuando aquello vio, acordó de ir en persona con el navío que allí aportó y con cincuenta soldados y con dos herreros y carpinteros y tres calafates, en busca de los otros dos navíos, porque por los tiempos y vientos que habían corrido, entendió que habían dado al través; e yendo en busca dellos, halló al uno encallado, como dicho tengo, en la costa de Xalisco, y sin soldados ningunos, y el otro estaba cerca de unos arrecifes. Y con gran trabajo y con tornarlos a aderezar y calafatear, volvió a la isla de Santa-Cruz con sus tres navíos y bastimento, y comieron tanta carne los soldados que lo aguardaban, que como estaban debilitados de no comer cosas de sustancia de muchos días atrás, les dio cámaras y tanta dolencia, que se murieron la mitad dellos, y por no ver Cortés delante de sus ojos tantos males, fue a descubrir a otras tierras, y entonces toparon con la California, que es una bahía; y como Cortés estaba tan trabajado y flaco, deseábase volver a la Nueva-España; sino que de empacho, porque no dijesen dél que había gastado gran cantidad de pesos de oro, y no había topado tierras de provecho ni tenía ventura en cosa que pusiese la mano, y que eran maldiciones de los soldados y conquistadores verdaderos de la Nueva-España, a este efecto no se iba. Y en aquel instante, como la marquesa doña Juana de Zúñiga, su mujer, no sabía ningunas nuevas, mas que había dado al través un navío en la costa de Xalisco, estaba muy penosa, creyendo no se hubiese muerto o perdido; y luego envió en su busca dos navíos, los cuales uno dellos fue en que había vuelto a la Nueva-España el Grijalva, que había ido con el Becerra, y el otro navío era nuevo, que lo acabaron de labrar en Teguantepeque; los cuales dos navíos cargaron de bastimento lo que en aquella sazón pudieron haber, y envió por capitán dellos a un fulano de Ulloa, y escribió muy afectuosamente al marqués, su marido, con palabras y ruegos que luego se volviese a México a su estado y marquesado, y que mirase los hijos e hijas que tenía, y dejase de porfiar más con la fortuna, y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes hay de su persona; y asimismo le escribió el virrey don Antonio de Mendoza muy sabrosa y amorosamente, pidiéndole por merced que se volviese a la Nueva-España; los cuales dos navíos con buen viaje llegaron donde Cortés estaba, y cuando vio cartas del virrey y los ruegos de la marquesa e hijos, dejó por capitán con la gente que allí tenía a Francisco de Ulloa, y todos los bastimentos que para él traía, y luego se embarcó, y vino al puerto de Acapulco, y tomado tierra, a buenas jornadas vino a Cornavaca, adonde estaba la marquesa, con la cual hubo mucho placer; y todos los vecinos de México se holgaron con su venida, y aun el virrey y audiencia real; porque había fama que se decía en México que se querían alzar todos los caciques de la Nueva-España viendo que no estaba en la tierra Cortés; y demás desto, luego se vinieron todos los soldados y capitanes que había dejado en aquella isla o bahía que llaman la California;. y esto de su venida no sé de qué manera fue, si ellos de hecho se vinieron, o el virrey y la audiencia real les dio licencia para ello. Y desde a pocos meses, como Cortés estaba algo más reposado, envió otros navíos bien abastecidos, así de pan y carne como de buenos marineros, y sesenta soldados y buenos pilotos, y fue en ellos por capitán el Francisco de Ulloa, otras veces por mí nombrado; y aquestos navíos que envió, fue que la audiencia real de México se lo mandaba expresamente que los enviase, para cumplir Cortés lo capitulado con su majestad, según dicho tengo en los capítulos pasados que dello hablan. Volvamos a nuestra relación, y es que salieron del puerto de la Natividad por el mes de junio de mil y quinientos y treinta y tantos años, y esto de los años no me acuerdo bien; y le mandó Cortés al capitán que corriesen la costa adelante Y acabasen de bojar la California, y procurasen de buscar al capitán Diego Hurtado, que nunca más pareció; y tardó en el viaje en ir y venir siete meses, y sé que no hizo cosa que de contar sea; y volvió al puerto de Xalisco; y dende a pocos días que el Ulloa estaba en tierra descansando, un soldado de los que había llevado en su capitanía le aguardó en parte que le dio de estocadas, donde le mató; y en esto que he dicho paró los viajes y descubrimientos que el marqués hizo; y aun le oí decir muchas veces que había gastado en las armadas sobre trescientos mil pesos de oro; y para que su majestad le pagase alguna cosa dello, y sobre el contar de los vasallos, determinó de ir a Castilla; y para demandar a Nuño de Guzmán cierta cantidad de pesos de oro de los que la real audiencia le hubo sentenciado el Nuño de Guzmán que pagase a Cortés de cuando le mandó vender sus bienes; porque en aquel tiempo el Nuño de Guzmán fue preso a Castilla. Y si miramos en ello, en cosa ninguna tuvo ventura después que ganó la Nueva-España, y dicen. que son maldiciones que le echaron.
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Cómo en México se hicieron grandes fiestas y banquetes por alegría de las paces del cristianísimo emperador nuestro señor, de gloriosa memoria, con el rey Francisco de Francia, cuando las vistas de Aguas-Muertas En el año de 38 vino nueva a México que el cristianísimo emperador nuestro señor, de gloriosa memoria, fue a Francia, y el rey Francisco de Francia le hizo gran recibimiento en un puerto que se dice Aguas-Muertas, donde se hicieron paces y se abrazaron los reyes con gran amor, estando presente madama Leonor, reina de Francia, mujer del rey Francisco y hermana del emperador, de felice recordación, nuestro señor, donde se hizo gran solemnidad y fiestas en aquellas paces, y por honra y alegría dellas, el virrey don Antonio de Mendoza y el marqués del Valle y la real audiencia y ciertos caballeros conquistadores hicieron grandes fiestas. En esta sazón habían hecho amistades el marqués del Valle y el visorrey don Antonio de Mendoza, que estaban algo amordazados sobre el contar de los vasallos del marquesado y sobre que el virrey favoreció mucho al Nuño de Guzmán para que no pagase la cantidad de pesos de oro que se debía a Cortés desde el tiempo que fue el Nuño de Guzmán presidente en México; y acordaron de hacer grandes fiestas y regocijos, y fueron tales, que otras como ellas, a lo que a mí me parece, no he visto hacer en Castilla, así de justas y juegos de cañas, correr toros, encontrarse unos caballeros con otros, y otros grandes disfraces que había; e todo esto que he dicho no es nada para las muchas invenciones de otros juegos, como se solían hacer en Roma cuando entraban triunfando los cónsules y capitanes que habían vencido batallas, y los epitafios y carteles que sobre cada cosa había; y el inventor de aquellas cosas fue un caballero romano que se decía Luis de León, persona que decían que era de linaje de los patricios, natural de Roma. Y volviendo a nuestra fiesta, amaneció hecho un bosque en la plaza mayor de México, con tanta diversidad de árboles, tan natural como si allí hubieran nacido. Había en medio unos árboles como que estaban caídos de viejos y podridos, y otros llenos de moho, con unas yerbecitas que parece que nacían de ellos; y otros árboles colgaban uno como vello; y otros de otra manera, tan perfectamente puestos que era cosa de notar. Y dentro en el bosque había muchos venados, y conejos, y liebres, y zorros, y adives, y muchos géneros de alimañas chicas de las que hay en esta tierra, y dos leoncillos y cuatro tigres pequeños, y teníanlos en corrales que hicieron en el mismo bosque, que no podían salir hasta que fuese menester echar fuera para la caza; porque los indios naturales mexicanos son tan ingeniosos de hacer estas cosas, que en el universo, según han dicho muchas personas que han andado por el mundo, no han visto otros como ellos; porque encima de los árboles había tanta diversidad de aves pequeñas, de cuantas se crían en la Nueva-España, que son tantas y de tantas raleas, que sería larga relación si las hubiese de contar. Y había otras arboledas muy espesas algo apartadas del bosque, y en cada una de ellas un escuadrón de salvajes con sus garrotes añudados y retuertos, y otros salvajes con arcos y flechas; y vanse a la caza; porque en aquel instante las soltaron de los corrales y corren tras ellas por el bosque y salen a la plaza mayor, sobre matar la caza, los unos salvajes con otros revuelven una cuestión soberbia entre ellos, que fue harta de ver cómo batallaban a pie; y desde que hubieron peleado un rato se volvieron a su arboleda. Dejemos esto que no fue nada para la invención que hubo de jinetes hechos de negros y negras con su rey y reina y todos a caballo, que eran más de 50 y de las grandes riquezas que traían sobre sí de oro y piedras ricas y aljófar y argentería; y luego van contra los salvajes y tienen otra cuestión sobre la caza; que cosa era de ver la diversidad de rostros que llevaban, las máscaras que traían y cómo las negras daban de mamar a sus negritos y cómo hacían fiestas a la reina. Después de esto amaneció otro día en mitad de la misma plaza mayor hecha la ciudad de Rodas con sus torres y almenas, troneras y cubos y cavas y alrededor cercada y tan al natural como era Rodas, y con cien comendadores con sus ricas encomiendas, todas de oro y perlas, muchos de ellos a caballo a la jineta, con sus lanzas y adargas, y otros a la estradiota, para romper lanzas; y otro a pie con sus arcabuces y por gran capitán general de ellos y gran maestro de Rodas era el marqués Cortés, y traían cuatro navíos con sus mástiles y trinquetes, mesanas y velas y tan al natural que se elevaban algunas personas en ello de los ver ir a la vela por mitad de la plaza y dar tres vueltas y soltar tanta de la artillería que los navíos tiraban; y venían allí unos indios al bordo vestidos al parecer como frailes dominicos, que es como vienen de Castilla, pelando unas gallinas y otros frailes venían pescando. Dejemos los navíos y su artillería y trompetería, quiero decir cómo estaban en una emboscada metidas dos capitanías de turcos muy al natural a la turquesa, con riquísimos vestidos de sedas y de carmesí y grana con mucho oro, y ricas caperuzas, como ellos los traen en su tierra y todos a caballo, y estaban en celada para hacer un salto y llevar ciertos pastores con sus ganados que pacían cabe una fuente, y el un pastor de los que guardaban se huyó y dio gran aviso al gran maestre de Rodas. Ya que llevaban los turcos los ganados y pastores, salen los comendadores y tienen una batalla entre los unos y los otros, que les quitaron la presa del ganado, y vienen otros escuadrones de turcos por otra parte sobre Rodas y tienen otras batallas con los comendadores, y prendieron muchos de los turcos; y sobre esto, luego sueltan toros bravos para los despartir. Pues quiero decir las muchas señoras, mujeres de conquistadores y otros vecinos de México que estaban a las ventanas de la gran plaza, y de las riquezas que sobre sí tenían de carmesí y sedas y damascos y oro y plata y pedrería, que era cosa riquísima; a otros corredores estaban otras damas muy ricamente ataviadas, que las servían galanes. Pues las grandes colaciones que se daban a todas aquellas señoras así a las de las ventanas como las que estaban en los corredores y les sirvieron de mazapanes, alcorzas y diacitrón, almendras y confites, y otras de mazapanes con las armas del marqués, y otras con las armas del virrey, y todas doradas y plateadas, y entre algunas iban con mucho oro sin otra manera de conserva; pues frutas de la tierra no las escribo aquí porque es cosa espaciosa para las acabar de relatar; y demás de esto, vinos los mejores que se pudieron haber; pues aloja y clarea y cacao con su espuma, y suplicaciones y todo servido con ricas vajillas de oro y plata; y duró este servicio desde una hora después de vísperas y después otras dos horas que la noche los departió que cada uno se fue a casa. Dejemos de contar colaciones y las invenciones y fiestas pasadas y diré de dos solemnísimos banquetes que se hicieron. Uno hizo el marqués en sus palacios, y otro hizo el virrey en los suyos y casas reales, y estos fueron cenas. Y la primera hizo el marqués, y cenó en ella el virrey con todos los caballeros y conquistadores de quien se tenía cuenta con ellos, y con todas las señoras, mujeres de los caballeros y conquistadores, y de otras damas, y se hizo muy solemnísimamente. Y no quiero poner aquí por memoria de todos los servicios que se dieron porque será gran relación; basta que se diga que se hizo muy copiosamente. Y la otra cena que hizo el virrey, la hizo en los corredores de las casas reales, hechos unos como vergeles y jardines entretejidos por arriba de muchos árboles con sus frutas, al parecer que nacían de ellos; encima de los árboles muchos pajaritos de cuantos pudiera haber en la tierra, y tenían hecha la fuente de Chapultepeque, y tan al natural como ella es con unos manaderos chicos de agua que reventaban por algunas partes de la misma fuente, y allí cabe ella estaba un gran tigre atado con unas cadenas y a la otra parte de la fuente estaba un bulto de hombre, de gran cuerpo, vestido de arriero con dos cueros de vino cabe el que se adurmió de cansado, y otros bultos de cuatro indios que le desataban de un cuero y se emborrachaban y parecía que estaban bebiendo y haciendo gestos y estaba hecho todo tan al natural que venían muchas personas de todas jaeces con sus mujeres a lo ver. Pues ya puestas las mesas había dos cabeceras muy largas y en cada una su cabecera; en la una estaba el marqués, y en la otra el virrey, y para cada cabecera sus maestresalas y pajes y grandes servicios con mucho concierto. Quiero decir lo que se sirvió. Aunque no vaya aquí escrito por entero diré lo que me acordaré porque yo fui uno de los que cenaron en aquellas grandes fiestas. Al principio fueron sus ensaladas hechas de dos o tres maneras y luego cabritos y perniles de tocino asado a la ginovisca, tras esto pasteles de codornices, y palomas, y luego gallos de papada y gallinas rellenas; luego manjar blanco; tras esto pepitoria; luego torta real, luego pollos y perdices de la tierra y codornices en escabeche. Y luego alzan aquellos manteles dos veces y quedan otros limpios con sus panzuelos; luego traen empanadas de todo género de aves y de caza; éstas no se comieron, ni aún de muchas cosas del servicio pasado; y luego sirven de otras empanadas de pescado, tampoco se comió cosa de ello; luego traen carnero cocido, y vaca, y puerco y nabos y coles, y garbanzos; tampoco se comió cosa ninguna; y entre medio de estos manjares ponen en las mesas frutas diferenciadas para tomar gusto, y luego traen gallinas de la tierra cocidas enteras, con picos y pies plateados: tras esto anadones y ansarones enteros con los picos dorados, y luego cabezas de puercos y de venados y de terneras, por grandeza; y con ello grandes músicas de cantares a cada cabecera, y la trompetería y géneros de instrumentos, arpas, vigüelas, flautas, dulzainas, chirimías; en especial cuando los maestresalas servían las tazas; traían a las señoras que allí estaban y cenaron, que fueron muchas más que no fueron a la cena del marqués, muchas copas doradas, unas con aloja, otras con vino, otras con agua y otras con clarea; y tras esto sirvieron a otras señoras más insignes de unas empanadas muy grandes y en algunas de ellas venían dos conejos vivos, y en otras conejos vivos chicos, y otras llenas de codornices y palomas y otros pajaritos vivos y cuando se las pusieron fue en una sazón y a un tiempo y desde que les quitaron los coberteros los conejos se fueron huyendo sobre las mesas y las codornices y pájaros volaron. Aún no he dicho del servicio de aceitunas y rábanos y queso y cardos y frutas de la tierra; no hay que decir sino que toda la mesa estaba llena del servicio dellos. Entre estas cosas había truhanes y decidores que decían en loor del Cortés y del virrey cosas muy de reír. Y aún no he dicho las fuentes, del vino blanco y tinto, hechos de industria que corrían. Pues abajo en los patios, otros servicios para gentes y mozos de espuela y criados de todos los caballeros que cenaban arriba en aquel banquete, que pasaron de trescientos y más de doscientas señoras. Pues aún se me olvidaban los novillos asados enteros llenos de dentro de pollos y gallinas y codornices y palomas y tocino. Esto fue en el patio abajo entre los mozos de espuelas y mulatos e indios. Y digo que duró este banquete desde que anocheció hasta dos horas después de media noche, que las señoras daban voces que no podían estar más a la mesa y otras se acongojaban y por fuerza alzaron los manteles, que otras cosas había que servir. Y todo esto se sirvió con oro y plata y grandes vajillas muy ricas. Una cosa vi que con estar cada sala llena de españoles que no eran convidados y eran tantos que no cabían en los corredores, que vinieron a ver la cena y banquete, y no faltó en toda aquella cena del virrey plata ninguna; y en la del marqués faltaron más de cien marcos de plata; y la causa que no faltó en la del virrey fue porque el mayordomo mayor, que se decía Agustín Guerrero, mandó a los caciques mexicanos que para cada pieza pusiese un indio de guarda y aunque se enviaban a todas las casas de México muchos platos y escudillas con manjar blanco y pasteles y empanadas y otras cosas de este arte, iba con cada pieza de plata un indio y lo traía; lo que faltó fue saleros de plata, muchos manteles y pañizuelos y cuchillos, y esto el mismo Agustín Guerrero me lo dijo otro día; y también contaba el marqués por grandeza que le faltaba sobre cien marcos de plata. Dejemos las cenas y banquetes y diré que para otro día hubo toros y juegos de cañas y dieron al marqués un cañazo en un empeine del pie, que estuvo malo y cojeaba; y para otro día corrieron caballos desde una plaza que llaman el Taltelulco hasta la plaza Mayor y dieron ciertas varas de terciopelo y raso para el caballo que más corriese y primero llegase a la plaza; y asimismo corrieron unas mujeres desde debajo de los portales del tesorero Alonso de Estrada hasta las casas reales y se les dio ciertas joyas de oro a la que más presto llegó al puesto; e hicieron muchas farsas, y fueron tantas, que ya no se me acuerda, y de noche hicieron disfraces, y porque de estas grandes fiestas hubo dos cronistas que lo escribieron según y de la manera que pasó, y quien fueron los capitanes y gran maestre de Rodas, y aún lo enviaron a Castilla para que en el real consejo de Indias se viese, porque su majestad en aquella sazón estaba en Flandes. Quiero poner una cosa de donaire y es que un vecino de México que se dice el maestre de Roa, ya hombre viejo que tiene un gran lobanillo en el pescuezo y era de oficio catepasmo como tiene nombre de maestre de Roa le nombraron adrede maese de Rodas, porque este cirujano fue el que el marqués hubo enviado a llamar a Castilla para que le curase el brazo derecho que tenía quebrado de una caída de un caballo después que vino de Honduras, y porque viniese a curarle el brazo se lo pagó muy bien y le dio unos pueblos de indios; y cuando se acabaron de hacer las fiestas que dicho tengo como tuvo nombre de maestre de Rodas y fue uno de los cronistas y tenía buena plática, fue a Castilla en aquella sazón y tuvo tal conocimiento con la señora doña María de Mendoza mujer del comendador mayor, don Francisco de los Cobos, que la convocó y la prometió de le dar cosas con que pariese y de tal manera se lo decía que le creyó y la señora doña María le dijo que si paría que le daría dos mil ducados y le favorecería en el real consejo de Indias para haber otros pueblos de indios y asimismo le prometió el mismo maestre de Roa al cardenal de Sigüenza, que era presidente de Indias, que le sanaría de la gota, y el presidente se lo creyó, y luego le proveyeron, por mandado del cardenal y por favor de la señora doña María de Mendoza de muy buenos indios, mejores que los que tenía, y lo que hizo en las curas fue que ni sanó al marqués de su brazo, antes se le quedó más manco, puesto que se lo pagó muy bien y le dio los indios por mí memorados, ni la señora doña María de Mendoza, nunca parió por más letuarios calientes de zarzaparrilla que la mandó comer, ni al cardenal sanó de su gota; y quedóse con las barras de oro que le dio Cortés y con los indios que le hubo dado el real consejo de Indias, y volvióse a la Nueva-España rico e con buenos indios y dejá en Castilla entre los negociantes que habían ido a pleitos unos chistes que el maestre de Roa, que por solo el nombre que le pusieron maestre de Rodas y ser plático les fue a engañar así al presidente como a la señora doña María de Mendoza; y otros conquistadores, con cuanto sirvieron a su majestad, no recaudaron nada y que valió más un poco de zarzaparrilla que llevó, que cuantos servicios hicimos los verdaderos conquistadores a su majestad. Dejemos de contar vidas ajenas, que bien sé que tendrán razón de decir que para qué me meto en estas cosas, que por contar una antigüedad y cosa de memoria acaecida, dejo mi relación; volvamos a ella. Y es, que como se acabaron de hacer las fiestas, mandó el marqués apercibir navíos y matalotaje para ir a Castilla, para suplicar a su majestad que le mandase pagar algunos pesos de oro de los muchos que había gastado en las armadas que envió a descubrir; y porque tenía pleitos con Nuño de Guzmán, que en aquella sazón le envió preso al Nuño de Guzmán el audiencia real a España, y también tenía pleitos sobre el contar de los vasallos; y entonces Cortés me rogó a mí que fuese con él, y que en la corte demandaría mejor mis pueblos ante los señores del real consejo de Indias que no en la audiencia real de México; y luego me embarqué y fui a Castilla, y el marqués no fue de ahí a dos meses, porque dijo que no tenía allegado tanto oro como quisiera llevar, y porque estaba malo del empeine del pie, del cañazo que le dieron, y esto fue en el año de 540; y porque el año pasado de 539 falleció la serenísima emperatriz nuestra señora doña Isabel, de gloriosa memoria, la cual falleció en Toledo en primero día del mes de mayo, y fue llevado a sepultar su cuerpo a la ciudad de Granada, y por su muerte se hizo gran sentimiento en la Nueva-España, y se pusieron todos los más conquistadores grandes lutos, e yo, como regidor que era de la villa de Guazacualco e conquistador más antiguo, me puse grandes lutos, y con ellos fui a Castilla; y llegado a la corte, me los torné a poner muchos mayores, como era obligado, por la muerte de nuestra reina y señora, y en aquel tiempo también llegó a la corte Hernando Pizarro, que vino del Perú, y fue cargado de luto, con más de cuarenta hombres que llevaba consigo, que le acompañaban; y también en esa sazón llegó Cortés a la corte con luto él y sus criados, que estaba en aquella sazón la corte en Madrid; y los señores del real consejo de Indias, como supieron que Cortés llegaba cerca de Madrid, le mandaron salir a recibir, y le señalaron por posada las casas del comendador don Juan de Castilla; y cuando algunas veces iba Cortés al real consejo de Indias, salía un oidor hasta la puerta donde hacían el acuerdo del real consejo, y le llevaba con mucho acato a los estrados donde estaba el presidente don fray García de Loaysa, cardenal de Sigüenza, y después fue arzobispo de Sevilla; y oidores el licenciado Gutierre Velázquez y el obispo de Lugo y el doctor don Juan Bernal Díaz de Luco y el doctor Beltrán; y un poco junto de las sillas de aquellos señores caballeros le ponían a Cortés otra silla e le oían; y desde entonces nunca más volvió a la Nueva-España, porque entonces le tomaron residencia, y su majestad no le quiso dar licencia para que se volviese a la Nueva-España, puesto que echó por intercesores al almirante de Castilla y al duque de Béjar y al comendador mayor de León; y aun también echó por intercesora a la señora doña María de Mendoza, y nunca le quiso dar licencia su majestad; antes mandó que le detuviesen hasta acabar de dar la residencia, y nunca la quisieron concluir; y la respuesta que le daban en el real consejo de Indias era, que hasta que su majestad viniese de Flandes de hacer el castigo de Gante, que no podían darle licencia. Y también en aquella sazón al Nuño de Guzmán le mandaron desterrar de su tierra y que siempre anduviese en la corte, y le sentenciaron en cierta cantidad de pesos de oro; mas no le quitaron los indios de su encomienda de Xalisco; y también andaba él y sus criados cargados de luto. Y como en la corte nos veían, así al marqués Cortés como al Pizarro y al Nuño de Guzmán y todos los demás que veníamos de la Nueva-España a negocios, y otras personas del Perú, con lutos, tenían por chiste de llamarnos "los indianos peruleros entutados". Volvamos a nuestra relación: que también en aquel tiempo a Hernando Pizarro le mandaron echar preso en la Mota de Medina, y entonces me vine yo a la Nueva-España, y supe que había pocos meses que se habían alzado en las provincias de Xalisco unos peñoles que se llaman Nochitlan, y que el virrey don Antonio de Mendoza los envió a pacificar a ciertos capitanes, y a unos que se decía Cristóbal de Oñate, y los indios alzados daban grandes combates a los españoles y soldados, que de México y, viéndose cercados de los indios, enviaron a demandar socorro al don Pedro de Alvarado, que en aquella sazón estaba en unos sus navíos de una gran armada que hizo en lo de Guatemala para la China; en el puerto de la Purificación, y fue a favorecer a los españoles que estaban sobre los peñoles por mí ya nombrados, y llevó gran copia de soldados y dende a pocos días murió por causa de un caballo que le tomó debajo y le machucó el cuerpo, como adelante diré. Y quiero dejar esta plática, y traeré a la memoria dos armadas que salieron de la Nueva-España la una era la que hizo el virrey don Antonio de Mendoza, y la otra fue la que hizo don Pedro de Alvarado, según dicho tengo.
contexto
Cómo el virrey don Antonio de Mendoza envió tres navíos a descubrir por la banda del sur en busca de Francisco Vázquez Coronado, y le envió bastimentos y soldados, que estaban en la conquista de la Cibola Ya he dicho en el capítulo pasado que dello habla que el virrey don Antonio de Mendoza y la real audiencia de México enviaron a descubrir "las siete ciudades", que por otro nombre se llama Cibola, y fue por capitán general un hidalgo que se decía Francisco Vázquez Coronado, natural de Salamanca, que en aquella sazón se había casado con una señora que, además de ser virtuosa, era hermosa, hija del tesorero Alonso de Estrada, y en aquel tiempo estaba el Francisco Vázquez por gobernador de Xalisco, porque a Nuño de Guzmán, que solía estar por gobernador, ya se lo habían quitado. Pues partidos por tierra con muchos soldados de a caballo y escopeteros y ballesteros, había dejado por su teniente en lo de Xalisco a un hidalgo que se decía fulano de Oñate; y después de ciertos meses que hubo llegado a "las siete ciudades" y, pareció ser que un fraile franciscano que se decía fray Marcos de Niza había ido de antes a descubrir aquellas tierras, o fue en aquel viaje con el mismo Francisco Vázquez Coronado, que esto no lo sé bien; y cuando llegaron a las tierras de la Cibola, y vieron los campos tan llanos y llenos de vacas y toros disformes de los nuestros de Castilla, y los pueblos y casas con sobrados, y subían por escaleras, parecióle al fraile que sería bien volver a la Nueva-España, como luego vino, a dar relación al virrey don Antonio de Mendoza que enviase navíos por la costa del sur, con herraje y tiros y pólvora y ballestas y armas de todas maneras, y vino y aceite y bizcocho, porque le hizo relación que las tierras de la Cibola estaban en la comarca de la costa del sur, y que con los bastimentos y herraje serían ayudados el Francisco Vázquez y sus compañeros, y que ya quedaban en aquella tierra; y a esta causa envió los tres navíos que dicho tengo, y fue por capitán general un Hernando de Alarcón, maestresala que fue del mismo virrey, y fue por capitán de otro navío un hidalgo que se dice Marcos Ruiz de Rojas, natural de Madrid; otros dijeron que había ido por capitán de otro navío un fulano Maldonado: y porque yo no fui en aquella armada, mas de por oídas lo digo desta manera; y fueron dadas todas las instrucciones a los pilotos y capitanes de lo que habían de hacer y cómo se habían de regir y navegar.
contexto
De una muy grande armada que hizo el adelantado don Pedro de Alvarado en el año de 1537 Razón es que se traiga a la memoria y no quede por olvido una muy buena armada que el adelantado don Pedro de Alvarado hizo en el año de 1537 en la provincia de Guatemala, donde era gobernador, y en un puerto que se dice Acaxutla, en la banda del sur, y fue para cumplir ciertas capitulaciones que con su majestad hizo la segunda vez que volvió a Castilla, y vino casado con una señora que se decía doña Beatriz de la Cueva; y fue el concierto que se capituló con su majestad, que el adelantado pusiese ciertos navíos y pilotos y marineros y soldados y bastimentos, y todo lo que hubiese menester, a su costa, para enviar a descubrir por la vía del poniente a la China o Malucos u otras cualquier islas de la Especiería, y para lo que descubriese, su majestad le prometió en las mismas tierras que le haría ciertas mercedes y daría renta en ellas; y porque yo no he visto lo capitulado, me remito a ello, y por esta causa lo dejo de poner en esta relación. Y volviendo a nuestra materia, y es que, como siempre el adelantado fue muy servidor de su majestad, lo cual se pareció en las conquistas de la Nueva-España e ida del Perú, y en todo puso su persona, con cuatro hermanos suyos, que sirvieron a su majestad en lo que pudieron; y en esto de ir a lo del poniente con buena armada, se quiso aventajar a todas las armadas que hizo el marqués del Valle, de las cuales tengo hecha larga relación en los capítulos que dello hablan; y esto que digo es porque puso en la mar del Sur trece navíos de buen porte, y entre ellos una galera y un patache, y todos muy bien abastecidos, así de pan como de carne y pipas de agua, y todo bastimento que en aquella sazón pudieron haber, y muy bien artillados, y con buenos pilotos y marineros, los que habían menester. Pues para hacer tan pujante armada, y estando tan apartados del puerto de la Veracruz, que son más de doscientas leguas hasta donde se labraron los navíos, que en aquella sazón de la Veracruz se trajo el hierro para la clavazón y anclas y pipas, y otras muchas cosas pertenecientes para aquella flota, gastó en ellas más millares de pesos de oro que en Castilla se pudieran gastar aunque se labraran en Sevilla ochenta navíos; y fueron tantos los gastos que hizo, que no le bastó la riqueza que trajo del Perú, ni el oro que le sacaban de las minas en la provincia de Guatemala, ni los tributos de sus pueblos, ni lo que le presentaron sus deudos y amigos y lo que tomó fiado de mercaderes; e ya que en aquella sazón se quisiera ayudar de traer anclas e hierro y otras muchas cosas pertenecientes para los navíos, desde el Puerto de Caballos no venían navíos ni mercaderes, ni se trataba aquel puerto en aquella sazón como ahora. Volvamos a nuestra relación: que aun no es nada los pesos de oro que gastó en los navíos para lo que dio a capitanes y alférez y maeses de campo y a seiscientos y cincuenta soldados, y los muchos caballos que entonces compró, que valían los buenos a trescientos pesos, y los comunes a ciento y cincuenta y a doscientos, pues arcabuces y pólvora y ballestas y todo género de armas fueron tan excesivos gastos, los cuales se podrán colegir; y fueron tan altos los pensamientos que tuvo de hacer gran servicio a su majestad, y descubrirle por el poniente la China o Malucos y Especiería, y aun de conquistar algunas islas della, y a lo menos dar traza que por la parte de su gobernación hubiese el trato della, pues que aventuraba toda su hacienda y persona. Pues ya puesto a punto sus naos para navegar, y en cada una sus estandartes reales, y señalados pilotos y capitanes, y dadas las instrucciones de lo que habían de hacer y derrotas que hablan de llevar, y las señas de los faroles para de noche, y a todos los soldados, como dicho tengo, que fueron sobre seiscientos y cincuenta, con más de doscientos caballos; y después de oído misa del Espíritu Santo, el mismo adelantado por capitán general de toda su armada, dan velas en ciertos días del año de 1538, y fue navegando por su derrota hasta el puerto de la Purificación, que es en la provincia de Xalisco, porque en aquel puerto había de tomar agua y más soldados y bastimento. Pues como supo el virrey don Antonio de Mendoza desta tan pujante armada, que para en estas partes era muy grande, y de los muchos soldados y caballos y artillería que llevaba, tuvo por muy gran cosa de cómo pudo juntar y armar trece navíos de la costa del sur, y allegar tantos soldados, estando tan apartado del puerto de la Veracruz y de México: es cosa de pensar en ello a las personas que tienen noticias destas tierras y saben los gastos que hacen. Pues como el virrey don Antonio de Mendoza supo y se informó que era para descubrir la China, y alcanzó a saber de pilotos y cosmógrafos que se podía descubrir muy bien por el poniente, y se lo certificó un deudo suyo que se decía Villalobos, que sabía mucho de alturas y del arte de navegación, acordó de escribir desde México al adelantado con ofertas y buenos prometimientos para que se diese orden en que la armada hiciese compañía con él: para lo efectuar fueron a hacer el concierto don Luis de Castilla y un mayordomo mayor del virrey, que se decía Agustín Guerrero; y después que el adelantado vio los recaudos que llevaban para hacer concierto, y bien platicado sobre el negocio, se concertó que se viesen el virrey y el adelantado en un pueblo que se dice Chiribitio, que es en la provincia de Michoacan, que era de la encomienda de un Juan de Alvarado, deudo del mismo adelantado; y como el virrey supo adonde se habían de ver, fue en posta desde México al pueblo por mí nombrado, donde estaba el adelantado aguardando al virrey para hacer la plática, y allí se vieron, y concertaron que fuesen entrambos a dos a ver la armada, y luego fueron, y cuando lo hubieron visto, se volvieron a México, para desde allí enviar capitán general de toda la flota; y el adelantado quería que fuese un deudo suyo por general, que se decía Juan de Alvarado (no digo por el de Chiribitio, sino otro su sobrino), que tenía indios en Guatemala; y el virrey quería que fuese juntamente con él un fulano de Villalobos; en este tiempo tuvo mucha necesidad el adelantado de venir a su gobernación de Guatemala a cosas que le convenían, y lo dejó todo aparte por estar presente en su armada, y fue al puerto de la Natividad por tierra, donde en aquella sazón estaban todos sus navíos y soldados, para que por su mano fuesen despachados; e ya que estaban para se hacer a la vela, le vino una carta que le envió un Cristóbal de Oñate, que estaba por teniente de gobernador de aquella provincia de Xalisco, por ausencia de Francisco Vázquez Coronado, que había ido por capitán a "las siete ciudades" que llaman de Cibola, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; y lo que en la carta el Oñate le decía era que, pues en todo era gran servidor de su majestad, en este caso que ahora ha ocurrido se parecerán muy mejor sus servicios; que por amor de Dios, que luego con brevedad le vaya a socorrer con su persona y soldados y caballos y arcabuceros, porque está cercado en parte que si no son socorridos no se podrá defender de muchas capitanías de indios guerreros que están en unas fuerzas y peñoles que se dicen de Nochitlan, y que han muerto a muchos españoles de los que estaban en su compañía, y se temía no le acabasen de desbaratar; y le significó en la carta otras muchas lástimas, y que a salir los indios de aquellos peñoles e fortalezas victoriosos, la Nueva-España estaba en gran peligro. Y como el adelantado vio la carta, y en ella las palabras que dicho tengo, y otros españoles le dijeron en el peligro en que estaban, luego mandó juntar sus soldados, así de caballo como arcabuceros y ballesteros, y fue en posta a hacer aquel socorro; y cuando llegó al real estaban tan afligidos los cercados, que si no fuera por él, según se vio, los mataran los indios, y con su llegada aflojaron algo y no que dejasen de dar muy bravosa guerra; y estando peleando entre unos peñoles un soldado, pareció ser que el caballo en que iba se le derriscó, y vino rodando por el peñol abajo con tan gran furia y saltos por donde el adelantado estaba, que no se pudo apartar a cabo ninguno, sino que el caballo le encontró de arte, que le maltrató y le quebrantó todo el cuerpo, porque le tomó debajo, y fue de tal manera, que se sintió muy malo, y para guarecerle y curarlo, creyendo que no fuera tanto el quebramiento, le llevaron en andas a curar a una villa, que era la más cercana de aquellos peñoles, que se dice la Purificación; e yendo por el camino se comenzó a pasmar, y llegado a la villa, de ahí a pocos días, después de se haber confesado y comulgado, dio el ánima a Dios nuestro señor, que la crió. Algunas personas dijeron que hizo testamento, y no ha parecido. Falleció aqueste caballero por sacarle luego del real, que si de allí no le sacaran y le curaran como era razón, no se pasmara; y a todas las cosas que nuestro señor hace y ordena démosle muchas gracias y loores por ello; pues ya es fallecido ¡perdónele Dios! En aquella villa le enterraron con la mayor pompa que pudieron; y después he oído decir que Juan de Alvarado, el encomendero de Chiribitio, llevó sus huesos de donde estaban enterrados al mismo pueblo de su encomienda, y mandó hacer muchas honras y misas y limosnas por su ánima. Pues como se supo su muerte en el real de Nochitlan y en su flota y armada, como no había capitán general ni cabeza que los mandase, muchos de los soldados se fueron cada uno por su parte con las pagas que les dieron; y cuando a México llegó esta nueva, todos los más caballeros, juntamente con el virrey, la sintieron; y como faltó el adelantado, luego en posta envían por el virrey para que les vaya a socorrer, y el virrey no pudo ir luego, y envió al licenciado Maldonado, e hizo lo que pudo en aquel socorro; y luego fue el virrey y llevó todos los soldados que pudo allegar, y quiso Dios que venció a los indios de los peñoles, y desbaratados, se volvieron a México a cabo de muchos días que en esta guerra estuvieron con gran trabajo. Dejemos aquel socorro que el adelantado hizo, pues a todos los cercados ayudó, y él murió del arte que ya he dicho; e quiero decir que, como se supo en Guatemala de su muerte, la tristeza y lloros que hubo en su casa, y su querida mujer doña Beatriz de la Cueva rompía la cara y se mesaba los cabellos, juntamente con sus damas y doncellas que tenía para casar; pues su amada hija y señores hijos, y un caballero, yerno suyo, que se dice don Francisco de la Cueva, primo segundo del duque de Alburquerque, que dejaba por gobernador de aquella provincia, tuvieron mucho pesar, y todos los vecinos conquistadores hicieron sentimiento y le hicieron solemnes honras, porque el obispo don Francisco Marroquín, de buena memoria, sintió mucho su muerte, y con toda la clerecía y cera y pompa que pudieron rogaban a Dios por su ánima cada día; y en esto de las honras puso el obispo gran solicitud. Y también quiero decir que un mayordomo del adelantado, por mostrar más tristeza por la muerte de su señor, mandó que se entintasen todas las paredes de las casas con un betún de tinta que no se pudiese quitar. Y también oí decir que muchos caballeros iban a consolar a la señora doña Beatriz de la Cueva, mujer del adelantado, porque no tomase tanta tristeza por su marido, y le decían que diese gracias a Dios, pues que dello fue servido; y ella, como buena cristiana, decía que así se las daba; y como las mujeres son tan lastimosas por lo que bien quieren, y que deseaba morirse y no estar en este triste mundo con tantos trabajos: traigo aquí esto a la memoria por lo que el cronista Francisco López de Gómara dice en su crónica, que dijo aquella señora que ya no tenía nuestro señor Jesucristo en qué más mal la pudiese hacer de lo hecho, y por aquella blasfemia fue servido que desde a pocos días vino en esta ciudad una tormenta y tempestad de agua y cieno y piedras muy grandes y maderos muy gordos, que descendió de un volcán que está media legua de Guatemala, que derribé toda la mayor parte de las casas donde vivía aquella señora, mujer del adelantado, estando en una recámara rezando con sus damas y doncellas, que las tomó a todas debajo, y las más se ahogaron. Y en las palabras que dijo el Gómara que había dicho aquella señora, no pasó como dice, sino como dicho tengo; y si nuestro señor Jesucristo fue servido de la llevar deste mundo, fue secreto de Dios; de la cual avenida y terremoto diré adelante en su tiempo y lugar; y quiero ahora referir otras cosas que son muy de notar: que con haber servido el adelantado tan bien a su majestad, y con sus cuatro hermanos, que se decían Jorge y Gonzalo y Gómez y Juan, y todos Alvarados, cuando falleció, como dicho tengo, no les quedaron a sus hijos e hijas ningunos pueblos de los que tenía en su encomienda, habiéndolos él ganado y conquistado, y haber venido a descubrir esta Nueva-España con Juan de Grijalva y después con Cortés. Pues digamos ahora a dónde murieron él y sus hijos y mujer y hermanos, que es cosa de mirar en ello. Ya he dicho que murió en lo de Nochitlan, y su hermano Jorge de Alvarado en la villa de Madrid, yendo a suplicar a su majestad le gratificase sus servicios, y esto fue en el año de 1540; y el Gómez de Alvarado en el Perú; el Gonzalo de Alvarado no se me acuerda si murió en Guaxaca o en México, el Juan de Alvarado yendo a la isla de Cuba a poner cobro en la hacienda que dejó en aquella isla. Pues sus hijos, el mayor, que se decía don Pedro, fue a Castilla en compañía de un su tío que se decía Juan de Alvarado el mozo, vecino que fue de Guatemala, e iba a besar los pies del emperador nuestro señor y traerle a la memoria los servicios de su padre; y nunca más se supo nueva dellos, porque creyeron que se perdieron en la mar o los cautivaron moros. Pues don Diego, el hijo menor, como se vio perdido, volvió al Perú, y en una batalla murió. Pues doña Beatriz, su mujer, ya he dicho dos veces cómo la tormenta la llevó deste mundo, a ella y a otras señoras que estaban en su compañía. Tengan ahora más cuenta los curiosos lectores desto que aquí tengo referido, y miren que el adelantado murió solo sin su querida mujer y amadas hijas, y la mujer sin su querido marido, y los hijos el uno yendo a Castilla y el otro en una batalla en el Perú, y los hermanos según y de la manera que dicho tengo. Nuestro señor Jesucristo los lleve a su santa gloria, ¡amén! Ahora nuevamente se han hecho en esta ciudad de Guatemala dos sepulcros junto al altar de la santa iglesia mayor para traer los huesos del adelantado don Pedro de Alvarado, que están enterrados en el pueblo de Chiribito, y traídos que sean a esta ciudad, enterrarles en el un sepulcro, y el otro sepulcro es para que cuando Dios nuestro señor sea servido llevar desta presente vida a don Francisco de la Cueva y doña Leonor de Alvarado, su mujer, e hija del mismo adelantado, enterrarse en ellos; porque a su costa traen los huesos de su padre y mandaron hacer el sepulcro en la santa iglesia, como dicho tengo. Dejemos esta materia, y volveré a decir en lo que paró la armada, y es, que después que murió, como he referido, dende a un año, poco más o menos tiempo, Mendoza mandó que tomasen ciertos navíos, los mejores y más nuevos de los trece que enviaba el adelantado a descubrir la China por la banda del poniente, y envió por capitán de los navíos a un su deudo, que se decía fulano de Villalobos, y que se fuese la misma derrota que tenía concertado de enviar a descubrir; y en lo que paró este viaje yo no lo sé bien, y a esta causa no doy más relación dello; y también he oído decir que nunca los herederos del adelantado cobraron cosa ninguna, así de navíos como de bastimentos, sino que todo se perdió. Dejemos esta materia, e diré lo que Cortés hizo.
contexto
De lo que el marqués del Valle hizo desde que estaba en Castilla Como su majestad volvió a Castilla de hacer el castigo de Gante, e hizo la gran armada para ir sobre Argel, le fue a servir en ella el marqués del Valle, y llevó en su compañía a su hijo el mayorazgo; también llevó a don Martín Cortés, el que hubo en doña Marina, y llevó muchos escuderos y criados y caballos, y gran copia y servicio, y se embarcó en una buena galera, en compañía de don Enrique Enríquez; y como Dios fue servido hubiese tan recia tormenta, se perdió casi que toda la real armada; también dio al través la galera en que iba Cortés, y escapó él y sus hijos y todos los más caballeros que en ella iban, con gran riesgo de sus personas; y en aquel instante, como no hay tanto acuerdo como debía haber, especialmente viendo la muerte al ojo, dijeron muchos de los criados de Cortés que le vieron que se ató en unos paños revueltos al brazo, y en el paño ciertas joyas de piedras muy riquísimas que llevaba como gran señor, como se suele decir, "para no menester", y con la revuelta del salir en salvo de la galera, y con la mucha multitud de gente que había se le perdieron todas las joyas y piedras que llevaba, que, a lo que decían, valían muchos pesos de oro. Y volveré a decir de la gran tormenta y pérdida de caballeros y soldados que se perdieron. Aconsejaron a su majestad los capitanes y maestros de campo que eran del real consejo de guerra, que luego alzase el cerco y real de sobre Argel, y se fuese por Bujía, pues que veían que nuestro señor Dios fue servido darles aquel tiempo contrario, y no se podía hacer más de lo hecho. En el cual acuerdo y consejo no llamaron a Cortés para que diese su parecer; y de que lo supo, dijo que si su majestad era servido, que él entendía, con el ayuda de Dios y con la buena ventura de nuestro césar, que con los soldados que estaban en el campo, de tomar a Argel; y también dijo a vueltas destas palabras muchos loores de sus capitanes y compañeros que nos hallamos con él en la conquista de México, diciendo que fuimos para sufrir hambres y trabajos, y que do quiera que les llamase hacía con ellos heroicos hechos, y que heridos y entrapajados no dejaban de pelear y tomar cualquier ciudad y fortaleza, aunque sobre ello aventurasen a perder las vidas; y como muchos caballeros le oyeron aquellas palabras, dijeron a su majestad que fuera bien haberle llamado a consejo de guerra, y que se tuvo a descuido no haberle llamado; otros caballeros dijeron que si no fue llamado fue porque sentían en el marqués que sería de contrario parecer, y aquel tiempo de tanta tormenta no daba lugar a muchos consejeros, salvo que su majestad y los más caballeros de la real armada se pusiesen en salvo, porque estaban en muy gran peligro, y que el tiempo andando, con el ayuda de Dios volverían a poner cerco a Argel; y así, se fueron por Bujía. Dejemos esta materia, y diré cómo volvieron a Castilla de aquella trabajosa jornada. Y como el marqués estaba muy cansado, así de estar en Castilla en la corte y haber venido por Bujía, e ya era viejo, quebrantado del camino ya por mí dicho, deseaba en gran manera volver a la Nueva-España si le dieran licencia; y como había enviado a México por su hija la mayor, que se decía doña María Cortés, que tenía concertado de la casar con don álvaro Pérez Osorio, hijo del marqués de Astorga y heredero del marquesado, y le había prometido sobre cien mil ducados de oro en casamiento, y otras muchas cosas de vestidos y joyas, y vino a recibirla a Sevilla; y este casamiento se desconcertó, según dijeron muchos caballeros, por culpa de don álvaro Pérez Osorio; de que el marqués recibió tanto enojo, que de calenturas y cámaras que tuvo recias estuvo al cabo; y andando con su dolencia, que siempre empeoraba, acordó salir de Sevilla por quitarse de muchas personas que le importunaban en negocios, y se fue a Castilleja de la Cuesta para allí entender en su alma y ordenar su testamento; y cuando lo hubo ordenado como convenía, y haber recibido los santos sacramentos, fue nuestro señor Jesucristo servido de llevarle deste trabajoso mundo, y murió en 2 días del mes de diciembre de 1547 años, y llevóse su cuerpo a enterrar con grande pompa y muchos lutos y clerecía, y grande sentimiento de muchos caballeros, y fue enterrado en la capilla de los duques de Medina-Sidonia; y después fueron traídos sus huesos a la Nueva-España, y están en un sepulcro en Cuyoacan o en Tezcuco; esto no lo sé bien; porque así lo mandó en su testamento. Quiero decir la edad que tenía, a lo que a mí se me acuerda; lo declararé por esta cuenta que diré: en el año que pasamos con Cortés desde Cuba a la Nueva-España fue el de 1519 años, y entonces solía decir, estando en conversación de todos nosotros los compañeros que con él pasamos, que había treinta y cuatro años, y veinte y ocho que habían pasado hasta que murió, que son sesenta y dos años. Las hijas e hijos que dejó legítimos fue don Martín Cortés, marqués que ahora es, y doña María Cortés, la que he dicho que estaba concertada en el casamiento con don álvaro Pérez Osorio, heredero del marquesado de Astorga; que después casó esta doña María con el conde de Luna, de León; y a doña Juana, que casó con don Hernando Enríquez, que ha de heredar el marquesado de Tarifa, y a doña Catalina de Arellano, que murió en Sevilla; y más digo, que las llevó la señora marquesa doña Juana de Zúñiga, su madre, a Castilla cuando vino por ellas un fraile de santo Domingo que se dice fray Antonio de Zúñiga, el cual fraile era hermano de la misma marquesa; y también se casó otra señora doncella que estaba en México, que se decía doña Leonor Cortés, con un Juanes de Tolosa, vizcaíno, persona rica, que tenía sobre cien mil pesos y unas buenas minas de plata; del cual casamiento tuvo mucho enojo el marqués "el mozo", que vino a la Nueva-España; y también tuvo dos hijos varones bastardos, que se decían don Martín Cortés, que fue comendador de Santiago; este caballero hubo en doña Marina "la lengua"; e a don Luis Cortés, que también fue comendador de Santiago, que hubo en otra señora que se decía doña fulana de Hermosilla; y hubo otras tres hijas bastardas: la una hubo en una indiana de Cuba que se decía doña fulana Pizarro, y la otra en otra india mexicana, y la otra que nació contrahecha, que hubo en otra mexicana y sé yo que estas señoras doncellas tenían buena dote: porque desde niñas les dio buenos indios, que fueron unos pueblos que se dicen Chinanta. Y en el testamento y mandas que hizo, yo no lo sé bien, mas tengo en mí que, como sabio, lo haría bien, y tuvo mucho tiempo para ello, y como era viejo, que lo haría con mucha cordura y mandaría descargar su conciencia. Y mandó que hiciesen un hospital en México, y también mandó que en una su villa que se dice Cuyoacan, que está obra de dos leguas de México, que se hiciese un monasterio de monjas, y que le trajesen sus huesos a la Nueva-España; y dejó buenas rentas para cumplir su testamento, y las mandas fueron muchas y buenas y de muy buen cristiano; y por excusar prolijidad no lo declaro, e también por no me acordar de todas, aquí no las relato. La letra y blasón que traía en sus armas e reposteros fueron de muy esforzado varón y conforme a sus heroicos hechos, y estaban en latín, y como yo no sé latín, no lo declaro; y traía en ellos siete cabezas de reyes presos en una cadena, e a lo que a mí me parece, según vi y entiendo, fueron los reyes que ahora diré: Montezuma, gran señor de México, e Cacamatzin, su sobrino de Montezuma, que también fue gran señor de Tezcuco, e a Coadlabaca, que asimismo era señor de Iztapalapa y de otros pueblos, y al señor de Tacuba e al señor de Cuyoacan, e a otro gran cacique de dos provincias que se decían Tulapa, junto a Matalcingo. Este que dicho tengo, decían que era hijo de una su hermana de Montezuma, y muy propincuo heredero de México; y el postrer rey que Guatemuz, el que nos dio guerra e defendía la ciudad cuando la ganamos a ella y a sus provincias, y estos siete grandes caciques son los que el marqués traía en sus reposteros y blasones por armas, porque de otros reyes yo no me acuerdo que se hubiesen preso que fuesen reyes, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; pasaré adelante, y diré su proporción y condición de Cortés. Fue de buena estatura y cuerpo y bien proporcionado y membrudo, y la color de la cara tiraba algo a cenicienta, e no muy alegre; y si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera; y los ojos en el mirar amorosos, y por otra parte graves; las barbas tenía algo prietas y pocas y ralas, y el cabello que en aquel tiempo se usaba era de la misma manera que las barbas y tenía el pecho alto y la espalda de buena manera, y era cenceño y de poca barriga y algo estevado, y las piernas y muslos bien sacados, y era buen jinete y diestro de todas armas, así a pie como a caballo, y sabía muy bien menearlas; y sobre todo, corazón y ánimo, que es lo que hace al caso. Oí decir que cuando mancebo, en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres, e que se acuchillaba algunas veces con hombres esforzados y diestros, y siempre salió con victoria; y tenía una señal de cuchillada cerca de un bezo de abajo, que si miraban bien en ello, se le parecía, mas cubríanselo las barbas, la cual señal le dieron cuando andaba en aquellas cuestiones. En todo lo que mostraba, así en su presencia y meneos como en pláticas y conversación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran señor. Los vestidos que se ponía eran según el tiempo y usanza, y no se le daba nada de no traer muchas sedas ni damascos ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni tampoco traía cadenas grandes de oro, salvo una cadenita de oro de prima hechura, con un joyel con la imagen de nuestra señora la virgen santa María, con su hijo precioso en los brazos, y con un letrero en latín en lo que era de nuestra señora, y de la otra parte del joyel el señor san Juan Bautista, con otro letrero; y también traía en el dedo un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra, que entonces se usaba de terciopelo, traía una medalla, y no me acuerdo el rostro que en la medalla traía figurado ni la letra dél; mas después, el tiempo andando, siempre traía gorra de paño sin medalla. Servíase ricamente, como gran señor, con dos maestresalas y mayordomos y muchos pajes, y todo el servicio de su casa muy cumplido, e grandes vajillas de plata y de oro. Comía a mediodía bien, y bebía una buena taza de vino aguado, que cabría un cuartillo, y también cenaba, y no era nada regalado ni se le daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando veía que había necesidad que se gastase o los hubiese menester. Era muy afable con todos nuestros capitanes y compañeros, especial con los que pasamos con él de la isla de Cuba la primera vez; y era latino, y oí decir que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados y hombres latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía coplas en metros y en prosa; y en lo que platicaba lo hacía muy apacible y con muy buena retórica, y rezaba por las mañanas en unas horas, e oía misa con devoción; tenía por su muy abogada a la virgen María nuestra señora, la cual todo fiel cristino la debemos tener por nuestra intercesora y abogada; y también tenía a señor san Pedro, Santiago, y al señor san Juan Bautista, y era limosnero. Cuando juraba decía: "En mi conciencia"; y cuando se enojaba con algún soldado de los nuestros sus amigos le decía: "¡Oh, mal pese a vos!" Y cuando estaba muy enojado se le hinchaba una vena de la garganta y otra de la frente, y aunque algunas veces, de muy enojado, arrojaba un lamento y no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado; y era muy sufrido, porque soldados hubo muy desconsiderados que decían palabras muy descomedidas, y no les respondía cosa muy sobrada ni mala; y aunque había materia para ello, lo más que les decía era: "Callad, o iros con Dios, y de aquí adelante tened más miramiento en lo que dijéreis, porque os costará caro por ello, e os haré castigar." Era muy porfiado, en especial en cosas de la guerra, que, por más consejo y palabras que le decíamos sobre cosas desconsideradas de combates que nos mandaba dar cuando rodeamos los pueblos grandes de la laguna; y en los peñoles que ahora llaman "del marqués", le dijimos que no subiésemos arriba en unas fuerzas y peñoles, sino que les tuviésemos cercados, por causa de las muchas galgas que desde lo alto de la fortaleza venían derriscando, que nos echaban, porque era imposible defendernos del golpe e ímpetu con que venían, y era aventurarnos todos a morir, porque no bastaría esfuerzo ni consejo ni cordura; y todavía porfió contra todos nosotros, y hubimos de comenzar a subir, y corrimos harto peligro, y murieron diez o doce soldados, y todos los más salimos descalabrados y heridos, sin hacer cosa que de contar sea, hasta que mudamos otro consejo. Y demás desto, en el camino que fuimos a las Higüeras, a lo de Cristóbal de Olí cuando se alzó con la armada, yo le dije muchas veces que fuésemos por las sierras, y porfió que mejor era por la costa; y tampoco acertó, porque si fuéramos por donde yo decía, era toda la tierra poblada. Y para que bien lo entienda quien no lo ha andado, es de Guazacualco, camino derecho de Chiapa, y de Chiapa a Guatemala, y de Guatemala a Naco, que es adonde en aquella sazón estaba el Cristóbal de Olí. Dejemos esta plática, y diré que cuando luego veníamos con nuestra armada a la Villa-Rica y comenzamos a hacer las fortalezas, el primero que cavó y sacó tierra en los cimientos fue Cortés, y siempre en las batallas le vi que entraba en ellas juntamente con nosotros. Comenzaré a decir en las batallas de Tabasco, que él fue por capitán de los de a caballo y peleó muy bien. Vamos a la Villa-Rica, ya he dicho acerca de lo de la fortaleza. Pues en dar, como dimos, con trece navíos al través por consejo de nuestros valerosos capitanes y fuertes soldados, y no como lo dice Gómara. Pues en las guerras de Tlascala, en tres batallas se mostró muy esforzado capitán. Y en la entrada de México con cuatrocientos soldados, cosa es de pensar en ello y más tener atrevimiento de prender al gran Montezuma dentro de sus palacios, teniendo tan grandes números de guerreros, y también digo que lo prendimos por consejo de nuestros capitanes y de todos los más soldados. Y otra cosa, que no es de olvidar de la memoria, el quemar delante de sus palacios a capitanes del Montezuma porque fueron en la muerte de un nuestro capitán que se decía Juan de Escalante, y de otros siete soldados; de los cuales capitanes indios no me acuerdo sus nombres; poco va en ello, que no hace a nuestro caso. Y también qué atrevimiento y osadía fue que con dádivas y joyas de oro, y por buenas manas y ardides de guerra ir contra Pánfilo de Narváez, capitán de Diego Velázquez, que traía sobre mil y trescientos soldados, contados en ellos hombres de la mar, y traía noventa de a caballo y otros tantos ballesteros, y ochenta espingarderos, que así se llamaban; y nosotros con doscientos y sesenta y seis compañeros, sin caballos ni escopetas ni ballestas, sino solamente nuestras picas y espadas y puñales y rodelas, los desbaratamos, y prendimos a Narváez. Pasemos adelante, y quiero decir que cuando entramos otra vez en México al socorro de Pedro de Alvarado, y antes que saliésemos huyendo, cuando subimos en el alto cu de Huichilobos, vi que se mostró muy varón, puesto que no nos aprovecharon nada sus valentías ni las nuestras. Pues en la derrota y muy nombrada guerra de Otumba, cuando nos estaban esperando toda la flor y valientes guerreros mexicanos y todos sus sujetos para nos matar allí. También se mostró muy esforzado cuando dio un encuentro al capitán y alférez de Guatemuz, que le hizo abatir sus banderas y perder el gran brío de su valeroso pelear de todos sus escuadrones, con tanto esfuerzo como peleaban, y después de Dios, nuestros esforzados capitanes que le ayudaban, que fue Pedro de Alvarado e Gonzalo de Sandoval, y Cristóbal de Olí y Diego de Ordás, e Gonzalo Domínguez y un Lares e Andrés de Tapia, y otros esforzados soldados que aquí no nombro, de los que no teníamos caballos y de los que Narváez, también ayudaron muy bien; y quien luego mató al capitán del estandarte fue un Juan de Salamanca, natural de Ontiveros, y le quitó un rico penacho, y se le dio a Cortés. Pasemos adelante, y diré que también se halló Cortés juntamente con nosotros en una batalla bien peligrosa en lo de Iztapalapa, y lo hizo como buen capitán. Y en lo de Suchimilco, cuando le derribaron los escuadrones mexicanos del caballo, y le ayudaron ciertos tlascaltecas nuestros amigos, y sobre todos un nuestro esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja (tengan atención a esto que diré), que uno era Cristóbal de Olí, que fue maese de campo, y otro es Cristóbal de Olea; y esto declaro aquí porque no arguyan sobre ello y no digan que voy errado. También se mostró Cortés muy como esforzado cuando sobre México estábamos, y en una calzadilla le desbarataron los mexicanos, y le llevaron a sacrificar sesenta y dos soldados, y a Cortés le tenían engarrafado para le llevar a sacrificar, y le hablan herido en una pierna, y quiso Dios que por su buen esfuerzo y pelear, y porque lo socorrió el mismo Cristóbal de Olea, que fue el que la otra vez en Suchimilco le libró de los mexicanos y le ayudó a cabalgar, y salvó a Cortés la vida, y el esforzado Olea quedó allí muerto con los demás que dicho tengo; y ahora que lo estoy escribiendo se me representa la manera y proporción de la persona del Cristóbal de Olea y de su gran esfuerzo, y aun se me pone tristeza por ser de mi tierra y deudo de mis deudos. No quiero decir otras muchas proezas y valentías que hizo nuestro marqués del Valle, porque son tantas y de tal manera, que no acabaré tan presto de las relatar, y volveré a decir de su condición, que era muy aficionado a juegos de naipes e dados, y cuando jugaba era muy afable en el juego, y decía ciertos remoquetes que suelen decir los que juegan a los dados y era en demasía dado a mujeres, y celoso en guardar las suyas. Era muy cuidadoso en todas las conquistas que hicimos, y muchas noches rondaba y andaba requiriendo las velas, y entraba en los ranchos y aposentos de nuestros soldados, y al que hallaba sin armas o estaba descalzo los alpargates le reprendía y le decía que "a la oveja ruin le pesa la lana", y le reprendía con palabras agrias. Cuando fuimos a las Higüeras vi que había tomado una maña o condición que no solía tener en las guerras pasadas, que cuando comía, si no dormía un sueño, se le revolvía el estómago y revesaba y estaba malo, y por excusar este mal cuando íbamos camino, le ponían debajo de un árbol u otra sombra, una alfombra que llevaban a mano para aquel efecto, o una capa, y aunque más sol hiciese o lloviese, no dejaba de dormir un poco, y luego caminar. Y también vi que cuando estábamos en las guerras de la Nueva-España era cenceño y de poca barriga, y después que volvimos de las Higüeras engordó mucho y de gran barriga. Y también vi que se paraba la barba prieta, siendo de antes que blanqueaba. También quiero decir que solía se muy franco cuando estaba en la Nueva-España y la primera vez que fue a Castilla, y cuando volvió la segunda vez, en el año de 1540, le tenían por escaso, y le puso pleito un su criado que se decía Ulloa, hermano de otro que mataron, que no le pagaba su servicio. Y también, si bien se quiere considerar y miramos en ello, después que ganamos la Nueva-España siempre tuvo trabajos, y gastó muchos pesos de oro en las armadas que hizo; en la California ni ida de las Higüeras tuvo ventura ni tampoco me parece la tiene ahora su hijo don Martín Cortés, siendo señor de tanta renta, haberle venido el gran desmán que dicen de su persona y de sus hermanos. ¡Nuestro señor Jesucristo lo remedie y al marqués don Hernando Cortés le perdone Dios sus pecados! Bien creo que se me habrán olvidado otras cosas que escribir sobre las condiciones de su valerosa persona: lo que se me acuerda y vi, eso escribo. De la otra señora, doncella, su hija, no sé si la metieron monja o la casaron. Oí decir que en Valladolid se casó un caballero con ella: no lo sé bien. E la otra su hija que estaba contrahecha de un lado, oí decir que la metieron monja en Sevilla o en San Lúcar. No sé sus nombres, y por esto no los nombro, ni tampoco diré qué se hicieron tantos mil pesos de oro que tenían para sus casamientos: muchas pláticas y sospechas se tuvo desde su casamiento por esta causa, pues yo no los sé, ni tocaré en esta tecla: ayúdelo Dios, amén. Supe que el fraile hermano de la marquesa era muy codicioso y tenía mala cara y peores ojos usturnios.
contexto
De cómo impusimos en muy buenas y santas doctrinas a los indios de la Nueva-España, y de su conversión; y de cómo se bautizaron, y volvieron a nuestra santa fe, y les enseñamos oficios que se usan en Castilla, y a tener y guardar justicia Después de quitadas las idolatrías y todos los malos vicios que se usaban, quiso nuestro señor Dios que con su santa ayuda, y con la buena ventura y santas cristiandades de los cristianísimos emperador don Carlos, de gloriosa memoria, y de nuestro rey y señor, felicísimo e invictísimo rey de las Españas, don Felipe nuestro señor, su muy amado y querido hijo, que Dios le de muchos años de vida, con acrecentamiento de más reinos, para que en este su santo y feliz tiempo lo goce él y sus descendientes; se han bautizado desde que los conquistamos todas cuantas personas había, así hombres como mujeres, y niños que después han nacido, que de antes iban perdidas sus ánimas a los infiernos: y ahora, como hay muchos y buenos religiosos de señor san Francisco y de santo Domingo, y de otras órdenes, andan en los pueblos predicando, y en siendo la criatura de los días que manda nuestra santa madre iglesia de Roma, los bautizan; y demás desto, con los santos sermones que les hacen, el santo evangelio está muy bien plantado en sus corazones y se confiesan cada año, y algunos de los que tienen más conocimiento a nuestra santa fe se comulgan. Y además desto, tienen sus iglesias muy ricamente adornadas de altares, y todo lo perteneciente para el santo culto divino, con cruces y candeleros y ciriales, y cáliz y patenas, y platos, unos chicos y otros grandes, de plata, e incensario, todo labrado de plata. Pues capas, casullas y frontales, en pueblos ricos los tienen, y comúnmente de terciopelo y damasco y raso y de tafetán, diferenciados en las colores, y las mangas de las cruces muy labradas de oro y seda, y en algunas tienen perlas; y las cruces de los difuntos de raso negro, y en ellas figurada la misma cara de la muerte, con su disforme semejanza y huesos, y el cobertor de las mismas andas, unos las tienen buenas y otros no tan buenas. Pues campanas, las que han menester según la calidad que es cada pueblo. Pues cantores de capilla de voces bien concertadas, así tenores como tiples y contraltos, no hay falta; y en algunos pueblos hay órganos, y en todos los más tienen flautas y chirimías y sasacuches y dulzainas. Pues trompetas altas y sordas, no hay tantas en mi tierra, que es Castilla la Vieja, como hay en esta provincia de Guatemala; y es para dar gracias a Dios, y cosa muy de contemplación, ver como los naturales ayudan a decir una santa misa, en especial si la dicen franciscos o dominicos, que tiene cargo del curato del pueblo donde la dicen. Otra cosa buena tienen, que les han enseñado los religiosos, que así hombres como mujeres, e niños que son de edad para las deprender, saben todas las santas oraciones en sus mismas lenguas, que son obligados a saber; y tienen otras buenas costumbres cerca de la santa cristiandad, que cuando pasan cabe un santo altar o cruz abajan la cabeza con humildad y se hincan de rodillas, y dicen la oración del Pater-noster o el Ave-María; y más les mostramos los conquistadores a tener candelas de cera encendidas delante los santos altares y cruces, porque de antes no se sabían aprovechar della en hacer candelas. Y demás de lo que dicho tengo, les enseñamos a tener mucho acato y obediencia a todos los religiosos y a los clérigos, y que cuando fuesen a sus pueblos les saliesen a recibir con candelas de cera encendidas y repicasen las campanas, y les diesen bien de comer, y así lo hacen con los religiosos: y tenían estos cumplimientos con los clérigos; mas después que han conocido y visto de algunos de ellos y los demás, sus codicias y hacen en los pueblos desatinos, pasan por alto, y no los querrían por curas en sus pueblos, sino solo franciscos o dominicos; y no aprovecha cosa que sobre este caso los pobres indios digan al prelado, que no lo oyen: ¡Oh qué había que decir sobre esta materia! Mas quedarse ha en el tintero y volveré a mi relación. Demás de las buenas costumbres por mí dichas, tienen otras santas y buenas, porque cuando es el día del Corpus Christi o de Nuestra Señora, u de otras fiestas solemnes que entre nosotros hacemos procesiones, salen todos los más pueblos cercanos de esta ciudad de Guatemala en procesión con sus cruces y con candelas de cera encendidas, y traen en los hombros en andas la imagen del santo o santa de que es la advocación de su pueblo, lo más ricamente que pueden, y vienen cantando las letanías y otras santas oraciones, y tañen sus flautas y trompetas; y otro tanto hacen en sus pueblos cuando es el día de las tales solemnes fiestas, y tienen costumbre de ofrecer los domingos y pascuas, especialmente el día de Todos-Santos; y esto del ofrecer, los clérigos les dan tal prisa donde son curas, y tienen tales modos, que no se les quedará a los indios por olvido, porque dos o tres días antes que venga la fiesta les mandan apercibir para la ofrenda; y también ofrecen a los religiosos, mas no con tanta solicitud. Y pasemos adelante, y digamos cómo todos los más indios naturales destas tierras han deprendido muy bien todos los oficios que hay en Castilla entre nosotros, y tienen sus tiendas de los oficios y obreros, y ganan de comer a ello; y los plateros de oro y de plata, así de martillo como de vaciadizo, son muy extremados oficiales, y asimismo lapidarios y pintores; y los entalladores hacen tan primas obras con sus sutiles alegras de hierro, especialmente entallan esmeriles, y dentro dellos figurados todos los pasos de la santa pasión de nuestro redentor y salvador Jesucristo, que si no los hubiera visto, no pudiera creer que indios lo hacían: que se me significa a mi juicio que aquel tan nombrado pintor como fue el muy antiguo Apeles, y de los de nuestros tiempos, que se dicen Berruguete y Micael Angel, ni de otro moderno ahora nuevamente nombrado, natural de Burgos, que se dice que en sus obras tan primas es otro Apeles, del cual se tiene gran fama, no harán con sus muy sutiles pinceles las obras de los esmeriles, ni relicarios que hacen tres indios grandes maestros de aquel oficio, mexicanos, que se dicen Andrés de Aquino y Juan de la Cruz y el Crespillo. Y demás desto, todos los más hijos de principales solían ser gramáticos, y lo deprendían muy bien, si no se lo mandaran quitar en el santo sínodo que mandó hacer el reverendísimo arzobispo de México; y muchos hijos de principales saben leer y escribir y componer libros de canto llano; y hay oficiales de tejer seda, raso y tafetán, y hacer paños de lana, aunque sean veinticuatrenos, hasta frisas y sayal, y mantas y frazadas, y son cardadores y pelaires y tejedores, según y de la manera que se hace en Segovia y en Cuenca, y otros sombrereros y jaboneros; solos dos oficios no han podido entrar en ellos, aunque lo han procurado, que es hacer el vidrio ni ser boticarios; mas yo los tengo por de tan buenos ingenios, que lo deprenderán muy bien, porque algunos dellos son cirujanos y herbolarios y saben jugar de mano y hacer títeres, y hacen vihuelas muy buenas. Pues labradores, de su naturaleza lo son antes que viniésemos a la Nueva-España, y ahora crían ganado de todas suertes y doman bueyes, y aran las tierras y siembran trigo, y lo benefician y cogen, y lo venden, y hacen pan y bizcocho, y han plantado sus tierras y heredades de todos los árboles y frutas que hemos traído de España, y venden el fruto que procede dello; y han puesto tantos árboles, que porque los duraznos no son buenos para la salud y los platanales les hacen mucha sombra, han cortado y cortan muchos, y lo ponen de membrillares y manzanas y perales, que los tienen en más estima. Pasemos adelante y diré de la justicia que les hemos enseñado a guardar y cumplir, y como cada año eligen sus alcaldes ordinarios y regidores y escribanos y alguaciles, fiscales y mayordomos, y tienen sus casas de cabildo, donde se juntan dos días de la semana, y ponen en ellas sus porteros: y sentencian, y mandan pagar deudas que se deben unos a otros, y por algunos delitos de crimen azotan y castigan; y si es por muertes o cosas atroces, remítenlo a los gobernadores, si no hay audiencia real; y según me han dicho personas que lo saben muy bien, en Tlascala y en Tezcuco y en Cholula, y en Guaxocingo y en Tepeaca, y en otras ciudades grandes, cuando hacen los indios cabildo, que salen, delante de los que están por gobernadores y alcaldes, maceros con mazas doradas, según sacan los virreyes de la Nueva-España; y hacen justicia con tanto primor y autoridad como entre nosotros, y se precian y desean saber mucho de las leyes del reino por donde sentencien. Además desto, todos los caciques tienen caballos y son ricos, traen jaeces con buenas sillas, y se pasean por las ciudades, villas y lugares donde se van a holgar o son naturales, y llevan sus indios por pajes que les acompañan, y aun en algunos pueblos juegan cañas y corren toros y corren sortijas, especial si es día de Corpus Christi o de señor San Juan o señor Santiago, o de nuestra señora de agosto, o la advocación de la iglesia del santo de su pueblo; y hay muchos que aguardan los toros, y aunque sean bravos; y muchos dellos son jinetes, en especial en un pueblo que se dice Chiapa de los Indios, y los que son caciques todos los más tienen caballos y algunos hatos de yeguas y mulas, y se ayudan con ello a traer leña y maíz y cal, y otras cosas deste arte, y lo venden por las plazas, y son muchos dellos arrieros según y de la manera que en nuestra Castilla se usa. Y por no gastar más palabras, todos los oficios hacen muy perfectamente, hasta paños de tapicería. Dejaré de hablar más en esta materia, y diré otras muchas grandezas que por nuestra causa ha habido y hay en esta Nueva-España.
contexto
De los valerosos capitanes y fuertes soldados que pasamos dende la isla de Cuba con el venturoso y muy animoso capitán don Hernando Cortés, que después de ganado México fue marqués del Valle y tuvo otros ditados Primeramente, el mismo marqués don Hernando Cortés murió junto a Sevilla, en una villa que se dice Castilleja de la Cuesta; y pasó don Pedro de Alvarado, que después de ganado México fue comendador de Santiago y adelantado y gobernador de Guatemala y Honduras y Chiapa; murió en lo de Xalisco yendo que fue a socorrer un ejército de españoles que estaba sobre el peñol de Nochitlan, según lo he dicho y declarado en el capítulo que dello habla; y pasó Gonzalo de Sandoval, que fue capitán muy preeminente y alguacil mayor, y fue gobernador cierto tiempo en la Nueva-España cuando Alonso de Estrada gobernada. Tuvo dél grande noticia, y de sus heroicos hechos, su majestad, y murió en la villa de Palos yendo que iba con don Hernando Cortés a besar los pies a su majestad; y pasó un Cristóbal de Olí, esforzado capitán y maestre de campo que fue en las guerras de México, y murió en lo de Naco degollado por justicia, porque se alzó con una armada que le había dado Cortés. Estos tres capitanes que dicho tengo, fueron muy loados y alabados delante de su majestad cuando Cortés fue a la corte, porque dijo el emperador nuestro señor que tuvo en su ejército, cuando conquistó a México y Nueva-España, tres capitanes que podían ser tenidos en tanta estima como los muy afamados que hubo en el mundo. El primero que dijo fue don Pedro de Alvarado, que además de ser esforzado, tenía gracia en su persona y parecer para hacer gente de guerra; y dijo por el Cristóbal de Olí que era un Héctor en el esfuerzo para combatir persona por persona, y que si como era esforzado tuviera consejo, fuera muy más tenido en el esfuerzo que suelen decir de Héctor, mas había de ser mandado; y dijo por el Gonzalo de Sandoval que era tan valeroso y esforzado capitán y de buenos consejos, que podía ser uno de los buenos coroneles que ha habido en España, y que en todo era tan bastante, que osara decir y hacer; y también dijo Cortés que tuvo muy buenos y valerosos soldados, y que peleábamos con muy gran esfuerzo; y lo que sobre ese caso propone Bernal Díaz del Castillo es, que si esto que ahora dice Cortés, escribiera la primera vez que hizo relación a su majestad de las cosas de la Nueva-España, bueno fuera; mas en aquel tiempo que escribió a su majestad, toda la honra y prez de nuestras conquistas se daba a sí mismo, y no hacía relación de cómo se llamaban los capitanes y fuertes soldados, ni de nuestros heroicos hechos; sino escribía a su majestad: "Esto hice, esto otro mandé hacer a uno de mis capitanes"; e quedábamos en blanco hasta ya a la postre, que no podía ser menos de nombrarnos. Volvamos a nuestra relación: pasó otro muy buen capitán y bien animoso, que se decía Juan Velázquez de León, murió en las puentes; pasó don Francisco de Montejo, que después de ganado México fue adelantado de Yucatán, murió en Castilla; y pasó Luis Marín, capitán que fue en lo de México, persona preeminente y bien esforzado, murió de su muerte; y pasó un Pedro de Ircio, era ardid de corazón y de mediana estatura e paticorto, e hablaba mucho que había hecho y acontecido en Castilla por su persona, y lo que veíamos e conocíamos dél no era para nada, y llamábamosle que era otro Agrajes, sin obras; fue cierto tiempo capitán en la calzada de Tepeaquilla en el real de Sandoval; y pasó otro buen capitán que se decía Andrés de Tapia, fue muy esforzado, murió en México de su muerte; pasó un Juan de Escalante, capitán que fue en la Villa-Rica cuando fuimos sobre México, murió en poder de los indios en la batalla que nombramos de Almería, que son unos pueblos que están entre Tuzapan y Cenpoal; también mataron en su compañía siete soldados que ya no se me acuerdan sus nombres, y le mataron el caballo: éste fue el primer desmán que tuvimos en la Nueva-España; y también pasó un Alonso Dávila, fue capitán y el primer contador puesto por Cortés que hubo en la Nueva-España; persona muy esforzada, fue algo amigo de ruidos, y don Hernando Cortés, conociendo su inclinación, porque no hubiese cizañas, procuró de lo enviar por procurador a la isla Española, donde residía la audiencia real y los frailes jerónimos que estaban por gobernadores, y cuando le envió le dio buenas barras y joyas de oro por contentarle. Y los negocios que entonces llevó fue acerca de la manera que se había de tener en nuestras conquistas y en el herrar por esclavos los indios que hubiesen dado primero la obediencia a su majestad y después de dada se hubiesen vuelto a levantar, y en las paces, muerto cristiano por traición; de lo cual, desde que vino el Alonso Dávila de la Española y viendo que traía buenos despachos, le volvió a enviar a Castilla, porque ya teníamos conquistado a México y después que salimos huyendo, porque, como dicho tengo, estaba en la Española, y entonces, por más le contentar y apartar de sí, te dio un muy buen pueblo que se dice Guatitán y barras de oro, porque hiciese bien los negocios y dijese de su persona ante su majestad mucho bien; y entonces también don Hernando Cortés envió en su compañía del Alonso Dávila a un fulano de Quiñones, natural de Zamora, capitán que fue de la guarda de don Hernando Cortés, y les dio poder para que procurasen las cosas de la Nueva-España, y con ellos envió la gran riqueza del oro y plata y joyas y otras muchas cosas que hubimos en la toma de México, y la recámara del oro que solía tener Montezuma y Guatemuz, los grandes caciques de México. Y quiso la ventura que al Quiñones acuchillaron en la isla de Tercera sobre amores de una mujer y murió de las heridas y yendo el Alonso Dávila su viaje cerca de Castilla le topó un armada de franceses, en que venía por capitán de ella un Juan Florín, y le robó el oro y plata y navío y le llevó preso a Francia, y estuvo preso cierto tiempo y, al cabo de dos años, te soltó el francés que le tenía y se vino a Castilla; y en aquella sazón estaba en la corte don Francisco de Montejo, adelantado de Yucatán, y se vino con él, con cargo de contador de Yucatán y entonces o poco tiempo antes, había venido a México un Gil González de Benavides, hermano de Alonso de Ávila, el cual solía estar en la isla de Cuba y como el Alonso Dávila estaba en Yucatán y el Gil González en México, envió poder a su hermano Gil González de Benavides para que tuviese en sí y se sirviese del pueblo de Guatitán, y como el Gil González fue con nosotros en aquel tiempo a las Higüeras, porque nunca fue conquistador de la Nueva-España, y se pasaron ciertos años que se servía y llevaba los tributos del dicho pueblo, y según pareció sin tener título de él más del poder que el hermano le envió; y en aquel tiempo murió el Alonso Dávila; y, según pareció, el fiscal de su majestad puso demanda para que se diese aquel pueblo a su majestad, pues el Alonso Dávila era fallecido; y sobre este pleito hubo los alborotos y rebeliones y muertes que en México se hicieron, y desterrados que hubo, y otros con mala fama; y si todo bien se nota, hubo mal fin y en peor acabó. El Quiñones que iba a Castilla, murió acuchillado en la Tercera; el oro y plata robado por la armada de Juan Florín francés; el Alonso Dávila preso en Francia, el mismo Juan Florín, que lo robó, fue preso en el mar por vizcaínos y ahorcado en el puerto del Pico; el pueblo de Guatitán se quitó a los hijos de Gil González de Benavides y sobre ello fueron degollados, porque según se halló, no tuvieron la lealtad que eran obligados al servicio de su majestad; y con ellos ajusticiaron y desterraron otras personas y otras quedaron con mala fama. He querido poner esto en esta relación aunque no había necesidad paila que se vea sobre qué fue el desasosiego de México. Hartos estarán de haber oído estos malos sucesos. Pasemos adelante y vamos a decir de nuestra materia. Pasó un Francisco de Lugo, capitán que fue en algunas entradas, hombre bien esforzado; fue hijo bastardo de un caballero de Medina del Campo que se decía álvaro de Lugo el viejo, señor de unas villas que se dicen Fuentecastín y Villalba: murió de su muerte. Y pasó un Andrés de Monjaraz, capitán que fue cierto tiempo en lo de México; estaba muy malo de bubas y dolores que le impedían harto para la guerra, murió de su muerte; y pasó un su hermano que se decía Gregorio de Monjaraz, buen soldado, ensordeció estando en la guerra de México, murió de su muerte; y pasó Diego de Ordás, capitán que fue en la primera vez que fuimos sobre México, y después de ganada la Nueva-España fue comendador de Santiago y fue al río de Marañón por gobernador, donde murió; y pasaron cuatro hermanos de don Pedro de Alvarado, que se decían Jorge de Alvarado, fue capitán cierto tiempo en lo de México y en la provincia de Guatemala, murió en Madrid en el año de 1540; y el otro su hermano se decía Gómez de Alvarado murió en el Perú; y el otro se llamaba Gonzalo de Alvarado murió de su muerte en Oaxaca; Juan de Alvarado era bastardo, murió en la mar yendo que iba a la isla de Cuba a comprar caballos; pasó Juan Jaramillo, capitán que fue de un bergantín cuando estábamos sobre México, y este es el que casó con doña Marina la lengua: fue persona preeminente, murió de su muerte; pasó un Cristóbal Flores, hombre de valía, murió en lo de Xalisco, yendo que fue con Nuño de Guzmán; y pasó un Cristóbal Martín de Gamboa, caballerizo que fue de Cortés, murió de su muerte; pasó un Caicedo, fue hombre rico, murió de su muerte; y pasó un Francisco de Saucedo, natural de Medina de Rioseco, y porque era muy pulido le llamábamos "el Galán": decían que había sido maestresala del almirante de Castilla, murió en las puentes; pasó un Gonzalo Domínguez, muy esforzado y gran jinete, murió en poder de los indios; y pasó un fulano Morón, bien esforzado y buen jinete, murió en poder de indios; y pasó un Francisco de Morla, muy esforzado soldado y buen jinete, natural de Jerez, murió en las puentes; también pasó otro buen soldado que se decía fulano de Mora, natural de Ciudad-Rodrigo, murió en los peñoles que están en la provincia de Guatemala; y pasó un Francisco de Bonal, persona de valía, natural de Salamanca, murió de su muerte; pasó un fulano de Lares, bien esforzado y buen jinete, murió en Las puentes; pasó otro Lares, ballestero, también murió en las puentes; pasó un Simón de Cuenca, que fue mayordomo de Cortés, matáronlo indios en lo de Xicalango; también murieron en su compañía otros diez soldados que no se me acuerdan sus nombres; y también pasó un Francisco de Medina, natural de Aracena, fue capitán en una entrada, murió en lo de Xicalango en poder de indios: también murieron en su compañía otros quince soldados que tampoco me acuerdo sus nombres; y también pasó un Maldonado, que le llamábamos "el ancho", natural de Salamanca, persona preeminente, y había sido capitán de entradas, murió de su muerte; y pasaron dos hermanos que se decían Francisco álvarez Chico y Juan álvarez Chico, naturales de Fregenal: el Francisco álvarez era hombre de negocios y estaba doliente, y murió en la isla de Santo Domingo: el Juan álvarez murió en lo de Colima, en poder de indios; y pasó un Francisco de Terrazas, mayordomo que fue de Cortés, persona preeminente, murió de su muerte; y pasó un Cristóbal del Corral, el primer alférez que tuvimos en lo de México, persona bien esforzada, fuese a Castilla y allá murió; pasó un Antonio de Villa-Real, marido que fue de Isabel de Ojeda, que después se mudó el nombre de Villa-Real, y dijo que se decía Antonio Serrano de Cardona, murió de su muerte; pasó un Francisco Rodríguez Magariño, persona preeminente, murió de su muerte; y Francisco Flores pasó asimismo, que fue vecino de Guaxaca, persona muy noble, murió de su muerte; y pasó un Alonso de Grado, y era hombre más por entender en negocios que guerra, y este, con importunaciones que tuvo Cortés, le casó con doña Isabel, hija de Montezuma, murió de su muerte; pasaron cuatro soldados que tenían por sobrenombres Solíses: el uno, que era hombre anciano, murió en las puentes, y el otro se decía Solís, y porque era algo arrebatacuestiones le llamábamos "casquete", murió de su muerte en Guatemala; el otro se decía Pedro de Solís "tras-de-la-puerta", porque estaba siempre en su casa tras de la puerta mirando los que pasaban por la calle, y él no podía ser visto: fue yerno de Orduña "el viejo", vecino de la Puebla, y murió de su muerte; el otro Solís se decía "el de la huerta", y nosotros le llamábamos "saya de seda", porque se preciaba mucho de traer suyo de seda, y murió de su muerte; e pasó un esforzado soldado que se decía Benítez, murió en las puentes; e pasó otro muy esforzado soldado que se decía Juan Ruano, murió en las puentes; y pasó Bernardino Vázquez de Tapia, persona muy preeminente y rico, murió de su muerte; e pasó un muy esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea, natural de tierra de Medina del Campo, y bien se puede decir que, después de Dios, por éste salvó la vida Cortés la primera vez en lo de Suchimilco, cuando se vio Cortés en gran aprieto, que le derribaron los indios mexicanos del caballo, que se decía "el romo", y este Olea llegó de los primeros a socorrerle, e hizo tales cosas por su persona, que tuvo lugar Cortés de cabalgar en el caballo, y luego le socorrieron tlascaltecas y otros soldados que en aquel tiempo llegamos, y el Olea quedó mal herido; y la postrera vez que le socorrió este Olea, cuando en México en la calzadilla le desbarataron los mexicanos y le mataron sesenta y dos soldados, y a Cortés le tenía ya engarrafado un escuadrón de mexicanos para le llevar a sacrificar, y le habían dado una cuchillada en una pierna, y el buen Olea con su ánimo tan esforzado peleó tan bravosamente que se le quitó, y allí perdió la vida este esforzado varón que ahora que lo estoy escribiendo se me enternece el corazón, e me parece que ahora le veo y se me representa su presencia y grande ánimo cómo muchas veces nos ayudaba a pelear; y de aquella derrota escribió Cortés a su majestad que no fueron sino veinte y ocho los que murieron, y como he dicho, fueron sesenta y dos. Y para que bien se entienda esto que escribo del Olea, y no digan algunas personas que salgo de la orden de lo que pasó, sepan que el uno es Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja, y que he dicho: y el otro fue Cristóbal de Olí, que fue maese de campo, natural que fue de úbeda o de Linares, porque estos dos capitanes casi que tienen un nombre. Volvamos a nuestro cuento: que también pasó con nosotros un buen soldado que tenía una mano menos, que se la cortaron en Castilla por justicia, murió en poder de indios; pasó otro soldado que se decía Tobilla, que cojeaba de una pierna, que decía él que se había hallado en la del Garellano con el Gran Capitán, murió en poder de indios; pasaron dos hermanos que se decían Gonzalo López de Jimena y Juan López de Jimena: el Gonzalo López murió en poder de indios, y el Juan López fue alcalde mayor en la Veracruz y murió de su muerte; y pasó un Juan de Cuéller, buen jinete: este casó primera vez con una hija del señor de Tezcuco, la cual se decía doña Ana y era hermana de Estesuchel, señor del mismo Tezcuco, murió de su muerte; y pasó otro fulano que se decía Cuéller, deudo de Francisco Verdugo, vecino de México, murió de su muerte; y pasó un Santos Hernández, hombre anciano, natural de Soria, que por sobrenombre le llamábamos "el buen viejo", jinete batidor, murió de su muerte; y pasó un Pedro Moreno Medrano, vecino que fue de la Veracruz, y muchas veces fue en ella alcalde ordinario, y era recto en hacer justicia, y después fue a vivir a la Puebla fue hombre que sirvió muy bien a su majestad, así de soldado como de hacer justicia, murió de su muerte; y pasó un Juan de Limpias Carvajal, buen soldado, capitán que fue de bergantines, y ensordeció estando en la guerra, murió de su muerte; y pasó un Melchor de Gálvez, vecino que fue de Guaxaca, murió de su muerte; y pasó un Román López, que después de ganado México se le quebró un ojo, persona preeminente, murió en Guaxaca; pasó un Villabrando, que decían que era deudo del conde de Ribadeo, persona preeminente, murió de su muerte; pasó un Osorio, natural de Castilla la Vieja, buen soldado y persona de mucha cuenta, murió en la Veracruz; pasó un Rodrigo de Castañeda, fue naguatato y buen soldado, murió en Castilla; pasó un fulano de Pilar, fue buena lengua, murió en lo de Cuyoacan cuando fue con Nuño de Guzmán; pasó otro soldado que se dice Granado, vive en México; pasó un Martín López, fue un muy buen soldado, este fue el maestro de hacer los trece bergantines, que fue harta ayuda para ganar a México, y de soldado sirvió bien a su majestad, vive en México; pasó un Juan de Nájera, buen soldado y ballestero, sirvió bien en la guerra; y pasó un Ojeda, vecino de los zapotecas, y quebrándole un ojo en lo de México; pasó un fulano de la Serna, que tuvo unas minas de plata, tenía una cuchillada por la cara, que le dieron en la guerra, no me acuerdo qué se hizo dél; y pasó un Alonso Hernández Puertocarrero, primo del conde de Medellín, caballero preeminente, y este fue a Castilla la primera vez que enviamos presentes a su majestad, y en su compañía fue don Francisco de Montejo antes que fuese adelantado, y llevaron mucho oro en granos sacado de las minas, y joyas de diversas hechuras, y el sol de oro y la luna de plata. Y según pareció, el obispo dé Burgos, que se decía don Juan Rodríguez de Fonseca, arzobispo de Rosano, mandó prender al Alonso Hernández Puertocarrero porque decía al mismo obispo que quería ir a Flandes con el presente ante su majestad, y porque procuraba por las cosas de Cortés, y tuvo achaque el obispo para le prender porque le acusaron al Puertocarrero que había traído a la isla de Cuba una mujer casada, y en Castilla murió: y puesto que era uno de los principales compañeros que con nosotros pasaron, se me olvidaba de poner en esta cuenta hasta que me acordé de él. Y pasó otro buen soldado que se decía Luis de Zaragoza. Y también pasó otro muy buen soldado que se decía Alonso Luis o Juan Luis, y era muy alto de cuerpo y le decíamos por sobrenombre "el niño", murió en poder de indios; y pasó otro buen soldado que se decía Hernando Burgueño, natural de Aranda de Duero, murió de su muerte; e pasó otro buen soldado que se decía Alonso de Monroy, e porque se decía que era hijo de un comendador de Santisteban, porque no le conociesen se llamaba Salamanca, murió en poder de indios; y vamos adelante, que también pasó un fulano de Villalobos, natural de Santa Olalla, que se fue a Castilla rico; y pasó un Tirado de la Puebla, era hombre de negocios, murió de su muerte. Y pasó un Juan del Río, fue a Castilla. Y pasó un Juan Rico de Alanís, buen soldado, murió en poder de indios. Y pasó un Gonzalo Hernando de Alanis, bien esforzado soldado. Y pasó un Juan Ruiz de Alanis, murió de su muerte. Y pasó un fulano Navarrete, vecino que fue de Pánuco, murió de su muerte; pasó un Francisco Martín de Vendabal, vivo le llevaron los indios a sacrificar; y asimismo a otro su compañero que se decía Pedro Gallego, y desto echamos mucha culpa a Cortés, porque quiso echar una celada a unos escuadrones mexicanos, y los mexicanos se la echaron al mismo Cortés y le arrebataron los dos soldados, y los llevaron a sacrificar delante de sus ojos, que no se pudieron valer; y pasaron tres soldados que se decían Trujillos: el uno natural de Trujillo, y era muy esforzado y murió en poder de indios, y el otro, natural de Huelva, también fue de mucho ánimo, murió en poder de indios, y pasó un soldado que se decía Juan Flamenco, murió de su muerte; y pasó un Francisco de Barco natural del Barco de Ávila, capitán que fue en la Cholulteca, murió de su muerte; pasó un Juan Pérez, que mató a su mujer, que se decía "la hija de la vaquera", murió de su muerte; y pasó otro buen soldado que se decía Rodrigo de Jara "el corvocado", extremado hombre por su persona, murió en Colima o en Zacatula; e pasó otro buen soldado que se decía Madrid "el corvocado", murió en Colima o Zacatula; y pasó otro soldado que se decía Juan de Inhiesta, fue ballestero, murió de su muerte; y pasó un fulano de Alamillo, vecino que fue de Pánuco, buen ballestero, murió de su muerte; y pasó un fulano Morón, gran músico, vecino de Colima o Zacatula, murió de su muerte; pasó un fulano de Varela, buen soldado, vecino que fue de Colima o Zacatula, murió de su muerte; pasó un fulano de Valladolid, vecino de Colima o Zacatula, murió en poder de indios; e pasó un fulano de Villafuerte, persona de valía, que casó con una deuda de la mujer que primero tuvo Hernando Cortés, y era vecino de Zacatula o de Colima, murió de su muerte; y pasó un Juan Ruiz de la Parra, vecino que fue de Zacatula o Colima, murió de su muerte; y pasó un fulano Gutiérrez, vecino de Colima o Zacatula, murieron de su muerte; y pasó otro buen soldado que se decía Valladolid "el gordo", murió en poder de indios; y pasó un Pacheco, vecino que fue de México, persona preeminente, murió de su muerte; y pasó un Hernando de Lerma o de Lema, hombre anciano, que fue capitán, murió de su muerte; pasó un fulano Xuárez "el viejo", que mató a su mujer con una piedra de moler maíz, murió de su muerte; y pasó un fulano de Angulo e un Francisco Gutiérrez y otro mancebo que se decía Santa-Clara, vecinos que fueron de la Habana, que murieron en poder de indios; y pasó un Garci-Caro, vecino que fue de México, murió de su muerte; y pasó un mancebo que se decía Larios, vecino que fue de México, murió de su muerte, que tuvo pleito sobre sus indios; pasó un Juan Gómez, vecino que fue de Guatemala, fue rico a Castilla; y pasaron dos hermanos que se decían los Jiménez, naturales que fueron de Inguijuela de Extremadura; el uno murió en poder de indios, el otro de su muerte; y pasaron dos hermanos que se decían los Florianes, murieron en poder de indios; y pasó un Francisco González de Nájera e un su hijo que se decía Pero González de Nájera, y dos sobrinos del Francisco González que se decían los Ramírez; el Francisco González murió en los peñoles que están en la provincia de Guatemala, y los sobrinos en las puentes de México; y pasó otro buen soldado que se decía Amaya, vecino que fue de Guaxaca, murió de su muerte; y pasaron dos hermanos que se decían Carmona, naturales de Jerez, murieron de sus muertes; y pasaron otros dos hermanos que se decían los Vargas, naturales de Sevilla; el uno murió en poder de indios, y el otro de su muerte; y pasó otro buen soldado que se decía Polanco, natural de Ávila, vecino que fue de Guatemala, murió de su muerte; y pasó un Hernán López de Ávila, tenedor que fue de los bienes de los difuntos, fue rico a Castilla; y pasó un Juan de Aragón, vecino de Guatemala. Y pasó un Andrés de Rodas, vecino de Guatemala, murió de su muerte; y pasó un fulano de Cieza, que tiraba bien una barra, murió en poder de indios; pasó un Santisteban, "viejo", ballestero, vecino de Chiapa, murió de su muerte; pasó un Bartolomé Pardo, murió en poder de indios; pasó un Bernardino de Coria, vecino que fue de Chiapa, padre de uno que se decía Centeno, murió de su muerte; y pasó un Pedro Escudero y un Juan Cermeño, y otro su hermano que se llamaba como él, buenos soldados; al Pedro Escudero y a Juan Cermeño mandó Cortés ahorcar porque se alzaban con un navío para ir a la isla de Cuba a dar mandado a Diego Velázquez, de cuando enviamos los embajadores, oro y plata a su majestad, para que los saliese a tomar en la Habana, y quien lo descubrió fue el Bernardino de Coria, y murieron ahorcados; y pasó un Gonzalo de Umbría, piloto, muy buen soldado; a este también mandó Cortés cortar los dedos de los pies porque se iba por piloto con los demás, y fuese a Castilla a quejar ante su majestad, y le fue muy contrario a Cortés, y su majestad le mandó dar su real cédula para que en la Nueva-España le diesen mil pesos de oro cada año de renta en pueblos de indios, y nunca volvió a Castilla, porque temió a Cortés; y pasó un Rodrigo Rangel, que fue persona preeminente, y estaba muy tullido de bubas, nunca fue a la guerra para que dél se haga memoria, y de dolores murió; y pasó un Francisco de Orozco, que también estaba malo de bubas y muy doliente, y había sido soldado en Italia, que estuvo ciertos días por capitán en lo de Tepeaca entre tantos que estuvimos en la guerra de México, no sé qué hizo ni dónde murió; y pasó un soldado que se decía Mesa, y había sido artillero en Italia, y así lo fue en la Nueva-España, y murió ahogado en un río después de ganado México; y pasó otro muy esforzado soldado que se decía fulano Arbolanche, natural de Castilla la Vieja, murió en poder de indios; y pasó otro soldado que se decía Luis Velázquez, natural de Arévalo, murió en las Higüeras cuando fuimos con Cortés; y pasó un Martín García, valenciano, buen soldado, murió en lo de Higüeras; y pasó otro bueno soldado que se decía Alonso de Barrientos; este se fue desde Tuztepeque a se acoger entre los indios de Chinanta cuando se alzó México, y en lo de Tuztepeque murieron sesenta y seis soldados y cinco mujeres de Castilla de los de Narváez y de los nuestros, que mataron los mexicanos que estaban en guarnición en aquella provincia; y pasó un Almodóvar "el viejo" e un su hijo que se decía álvaro de Almodóvar, y dos sobrinos que tenían el mismo sobrenombre de Almodóvar, y el un sobrino murió en poder de indios, y el viejo y el álvaro y el sobrino murieron sus muertes; y pasaron dos hermanos que se decían los Martínez, naturales de Fregenal, buenos hombres por sus personas, murieron en poder de indios; y pasé un buen soldado que se decía Juan del Puerto, murió tullido de bubas; y pasó otro buen soldado que se decía Lagos, murió en poder de indios; y pasó un fraile de nuestra señora de la Merced que se decía fray Bartolomé de Olmedo, y era teólogo, y gran cantor y virtuoso, murió su muerte; y pasó otro soldado que se decía Sancho de Ávila, natural de las Garrovillas: este, según decían, había llevado a Castilla de las islas de Santo Domingo seis mil pesos de oro en unos borceguíes, que cogió de unas minas ricas, y como llegó a Castilla lo jugó y lo gastó, y se vino con nosotros, e indios le mataron; y pasó un Alonso Hernández de Palo, ya hombre viejo, y dos sobrinos; el uno se decía Alonso Hernández, buen ballestero, y el otro no se me acuerda el nombre, y el Alonso Hernández murió en poder de indios y los demás murieron de sus muertes; y pasó otro buen soldado que se decía Alonso de la Mesta, natural de Sevilla o del Ajarafe, murió en poder de indios; y pasó otro buen soldado que se decía Rabanal, montañés, murió en poder de indios; pasó otro muy buen hombre por su persona, que se decía Pedro de Guzmán; e se casó con una valenciana que se decía doña Francisca de Valtierra fuese al Perú, e hubo fama que murieron helados él y la mujer y un caballo y unos negros y otras gentes; e pasó un buen ballestero que se decía Cristóbal Díaz, natural del Colmenar de Arenas, murió de su muerte; e pasó otro soldado que se decía Retamales, matáronle indios en lo de Tabasco, e pasó otro esforzado soldado que se decía Ginés Nortes, murió en lo de Yucatán en poder de indios; pasó otro muy diestro soldado e bien esforzado, que se decía Luis Alonso, e cortaba muy bien con una espada, murió en poder de indios; e pasó un Alonso Catalán, buen soldado, murió en poder de indios; e otro soldado que se decía Juan Siciliano, vecino que fue de México, murió de su muerte; e pasó otro buen soldado que se decía Canillas, fue en Italia atambor, y también en la Nueva-España, murió en poder de indios; e pasó un Hernández, secretario que fue de Cortés, natural de Sevilla, murió en poder de indios; pasó un Juan Díaz, que tenía una gran nube en un ojo, natural de Burgos, que traía a cargo el rescate e vituallas de Cortés, murió en poder de indios; pasó un Diego de Coria, vecino que fue de México, murió de su muerte; pasó otro buen soldado, mancebo, que se , decía Juan Núñez de Mercado, que era natural de Cuéllar, otros decían que era natural de Madrigal: este soldado cegó de los ojos, vecino que ahora es de la Puebla; y pasó otro buen soldado, y el más rico de todos los que pasamos con Cortés, que se decía Juan Sedeño, natural de Arévalo, e trajo un navío suyo e una yegua e un negro, e tocinos e mucho pan e cazabe, murió de su muerte e fue persona preeminente; e pasó un fulano de Baena, vecino que fue de la Trinidad, murió en poder de indios; e pasó un Zaragoza, ya hombre viejo, padre que fue de Zaragoza el escribano de México, murió de su muerte; e pasó un buen soldado que se decía Diego Martín de Ayamonte, murió de su muerte; e pasó otro soldado que se decía Cárdenas, decía él mismo que era nieto del comendador mayor don fulano Cárdenas, murió en poder de indios; y pasó otro soldado que se decía Cárdenas, hombre de la mar, piloto, natural de Triana: este fue el que dijo que no había visto tierra adonde hubiese dos reyes como en la Nueva-España, porque Cortés llevaba quinto como rey, después de sacado el real quinto, e de pensamiento dello cayó malo, e fue a Castilla e dio relación dello a su majestad, e de otras cosas de agravios que le habían hecho, e fue muy contrario a Cortés, e su majestad le mandó dar su real cédula para que le diesen indios que rentasen mil pesos: y así como vino a México con ella, murió de su muerte; e pasó otro buen soldado que se decía Argüello, natural de León, murió en poder de indios; e pasó otro soldado que se decía Diego Hernández, natural de Saelices de los Gallegos, ayudó a aserrar la madera de los bergantines, e cegó e murió su muerte; y pasó otro soldado de muchas fuerzas e animoso, que se decía fulano Vázquez, murió en poder de indios; e pasó otro soldado ballestero que se decía Arroyuelo, decían que era natural de Olmedo, murió en poder de indios; e pasó un fulano Pizarro, capitán que fue en entradas, decía Cortés que era su deudo: en aquel tiempo no había nombre de Pizarros ni el Perú estaba descubierto, murió en poder de indios; e pasó un Álvaro López, vecino que fue de la Puebla, murió de su muerte; e pasó otro soldado que se decía Yáñez, natural de Córdoba, y este soldado fue con nosotros a las Higüeras, y entre tanto que fue se le casó la mujer con otro marido, e de que volvimos de aquel viaje no quiso tomar a la mujer, murió de su muerte; e pasó un buen soldado e bien suelto peón que se decía Magallanes, portugués, murió en poder de indios; e pasó otro portugués, platero, murió en poder de indios; e pasó otro portugués, ya hombre anciano, que se decía Martín de Alpedrino, murió de su muerte; e pasó otro portugués que se decía Juan álvarez Rubazo, murió de su muerte; e pasó otro muy esforzado portugués que se decía Gonzalo Sánchez, murió de su muerte; e pasó otro portugués, vecino que fue de la Puebla, que se decía Gonzalo Rodríguez, persona preeminente, murió de su muerte; e pasaron otros dos portugueses, vecinos de la Puebla, que se decían los Villanuevas, altos de cuerpo, no sé qué se hicieron o dónde murieron; e pasaron tres soldados que tenían por sobrenombres fulanos de Ávila; el uno, que se decía Gaspar de Ávila, fue yerno de Hortigosa, el escribano, murió de su muerte; y el otro Ávila se allegaba con el capitán Andrés de Tapia, murió en poder de indios; el otro Ávila no me acuerdo adónde fue a ser vecino; e también pasaron dos hermanos, hombres ancianos, que se decían los Vandadas, decían que eran naturales de tierra de Ávila, murieron en poder de indios; e pasaron otros tres soldados que tenían por sobrenombres Espinosas; el uno era vizcaíno, e murió en poder de indios; y el otro se decía Espinosa "de la bendición", porque siempre traía por plática "con la buena bendición", era muy buena aquella plática, e murió de su muerte; y el otro Espinosa era natural de Espinosa de los Monteros, murió en poder de indios; e pasó un Pedro Perón, de Toledo, murió de su muerte; e vino otro buen soldado que se decía Villasinda, natural de Portillo, que se metió fraile francisco, murió de su muerte; e pasaron dos buenos soldados que se decían por sobrenombre San Juan; al uno llamábamos San Juan "el entonado", porque era muy presuntuoso, murió en poder de indios; y el otro se decía San Juan de Uchila, era gallego, murió de su muerte; e pasó otro buen soldado que se decía Izquierdo, natural de Castromocho, fue vecino en la villa de San Miguel, sujeta a Guatemala, murió de su muerte; e pasó un Aparicio Martín, que casó con una que se decía "la Medina", natural de Medina de Rioseco, vecino que fue de San Miguel, murió de su muerte; e pasó un buen soldado que se decía Cáceres, natural de Trujillo, murió en poder de indios; e pasó otro buen soldado que se decía Alonso de Herrera, natural de Jerez; este fue capitán en los zapotecas, e acuchilló a otro capitán que se decía Figueroa sobre ciertas contiendas de las capitanías, e por temor del tesorero Alonso de Estrada, que en aquella sazón era gobernador, porque no le prendiese se fue a lo de Marañón, y allá murió en poder de indios, y el Figueroa se ahogó en la mar yendo a Castilla; e también pasó un mancebo que se decía Maldonado, natural de Medellín, estuvo malo de bubas, e no sé si murió de su muerte: no lo digo por Maldonado de la Veracruz, marido que fue de doña María del Rincón; e pasó otro soldado que se decía Morales, ya hombre anciano, que cojeaba de una pierna: decían que fue soldado del comendador Solís, fue alcalde ordinario en la Villa-Rica, e hacía recta justicia; e pasó otro soldado que se decía Escalona, el mozo, murió en poder de indios; e pasaron tres soldados, que todos tres fueron vecinos en la Villa-Rica, que nunca fueron a guerra ni a entrada ninguna de la Nueva-España: al uno decían Arévalo e al otro Juan León e al otro Madrigal, murieron de su muerte; e pasó otro soldado que se decía por sobrenombre Lencero, cuya fue la venta que ahora se dice "de Lencero", que está entre la Veracruz e la Puebla, que fue buen soldado y se metió fraile mercedario; e pasó un Alonso Durán, que era algo bisojo, que no veía bien, que ayudaba de sacristán, murió de su muerte; e pasé otro soldado que se decía Navarro, que se allegaba en casa del capitán Sandoval, e después se casó en la Veracruz, murió de su muerte; e pasó otro buen soldado que se decía Alonso de Talavera, que se allegaba en casa del capitán Sandoval, murió en poder de indios; e pasaron dos soldados, que se decía el uno Juan de Manzanilla y el otro Pedro Manzanilla; el Pedro Manzanilla murió en poder de indios, el Juan de Manzanilla fue vecino de la Puebla, murió de su muerte; e pasó un soldado que se decía Benito Bejel, fue atambor de ejércitos en Italia, y también lo fue en la Nueva-España, murió de su muerte; e pasó un Alonso Romero, que fue vecino de la Veracruz, persona rica y preeminente, murió de su muerte; e pasó un Nuño Pinto, su cuñado; vecino que fue de la Veracruz, persona rica y preeminente, murió de su muerte; e pasó un soldado que se decía Síndos de Portillos, natural de Portillo, e tuvo muy buenos indios y estaba rico, e dejó sus indios y vendió sus bienes, e los repartió a pobres e se metió fraile francisco, e fue de santa vida; e otro buen soldado que se decía Francisco de Medina, natural de Medina del Campo, se metió fraile francisco y fue buen religioso; e otro buen soldado que se decía Quintero, natural de Moguer, e tuvo buenos indios y estuvo rico, e lo dio por Dios e se metió fraile francisco y fue buen religioso; e otro soldado que se decía Alonso de Aguilar, cuya fue la venta que ahora llaman "de Aguilar", que está entre la Veracruz y la Puebla, y fue persona rica y tuvo repartimiento de indios, todo lo vendió y dio por Dios, e se metió fraile dominico y fue muy buen religioso, e otro soldado que se decía fulano Burguillos, tenía buenos indios y estuvo rico, e lo dejó e se metió fraile francisco, y este Burguillos después se salió de la orden y no fue tan buen religioso como debiera; e otro buen soldado que se decía Escalante, era galán y buen jinete, metióse fraile francisco, que después se salió del monasterio, e ahí obra de un mes se tornó a tomar los hábitos y fue buen religioso; otro buen soldado que se decía Lintorno, natural de Guadalajara, se metió fraile francisco y fue buen religioso, y solía tener indios de encomienda, y era hombre de negocios. Otro soldado que se decía Gaspar Díaz, natural de Castilla la Vieja, e fue rico, así de sus indios como de sus tratos, todo lo dio por Dios, e se fue a los pinares de Guaxocingo, en parte muy solitaria, e hizo una ermita e se puso en ella por ermitaño, e fue de tan buena vida e se daba a ayunos y disciplinas, que se paró muy flaco e debilitado, e decían quo dormía en el suelo en unas pajas; e de que lo supo el obispo don fray Juan de Zumárraga le mandó que no hiciese tan áspera vida, e tuvo tan buena fama el ermitaño Gaspar Díaz, que se metieron en su compañía otros ermitaños, e todos hicieron buenas vidas, e a cuatro años que allí estaban fue Dios servido llevarle a su santa gloria. E pasó otro buen soldado que se decía Alonso Bellido, murió en poder de indios; e vino un fulano Peinado, que se tullió de mal de bubas después de ganado México, murió en la Veracruz; e pasó otro soldado que se decía Ribadeo, gallego, que por sobrenombre le llamábamos Meberreo, porque bebía mucho vino, murió en poder de indios en lo de Almería; pasó otro soldado que llamábamos "el galleguillo" porque era chico de cuerpo, murió en poder de indios; pasó un esforzado soldado que se decía Lerma; este fue uno de los que ayudaron a salvar a Cortés, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y se fue entre los indios como aburrido de temor del mismo Cortés, a quien había ayudado a salvar la vida, por ciertas cosas de enojo que Cortés contra él tuvo, que aquí no declaro por su honor; nunca más supimos dél vivo ni muerto: mala sospecha tuvimos; también pasó otro buen soldado que se decía Pinedo, criado que había sido de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, y cuando vino Narváez se iba de México para el mismo capitán Narváez, y en el camino le mataron indios, sospechóse que por mandado de Cortés; pasó otro soldado y buen ballestero que se decía Pedro López, murió de su muerte; y asimismo paso otro Pedro López, ballestero, que fue con Alonso de Ávila a la isla Española, e allá se quedó; e pasaron tres herreros, el uno se llamaba Juan García y el otro Hernán Martín, que casó con la Bermuda, que se llamaba Catalina Márquez, y el otro no me acuerdo su nombre: el uno murió en poder de indios e los dos de sus muertes; e pasó otro soldado que se decía álvaro Gallego, vecino que fue de México, cuñado de unos Zamoras, murió de su muerte; e pasó otro soldado, ya hombre anciano, que se decía Paredes, padre de un Paredes que ahora está en lo de Yucatán, murió en poder de indios; e pasó otro soldado que se decía Gonzalo Mejía Rapapelo, porque decía él mismo que era nieto de un Mejía que andaba a robar en el tiempo del rey don Juan en compañía de un Centeno, murió en poder de indios; pasó un Pedro de Tapia, y murió tullido después de ganado México; e pasaron ciertos pilotos que se decían Antón de Alaminos e un su hijo que también tenía el mismo nombre que su padre, eran naturales de Palos; e un Camacho de Triana, e un Juan álvarez, "el manquillo", de Huelva; e un Sopuerta del Condado, ya hombre anciano: e un Cárdenas; éste fue el que estuvo malo de pensamiento cómo sacaban dos quintos del oro, el uno para Cortés; e un Gonzalo de Umbría; e hubo otro piloto que se decía Galdin, e también hubo más pilotos, que ya no se me acuerdan sus nombres; mas el que yo vi que se quedó para vecino en México fue el Sopuerta, que todos los demás se fueron a Cuba e Jamaica e a otras islas e a Castilla a ganar pilotajes: por temor a Cortés, porque estaba mal con ellos porque dieron aviso a Francisco de Garay de las tierras que demandó a su majestad que le hiciese mercedes; y aun fueron cuatro pilotos dellos a se quejar de Cortés delante de su majestad, los cuales fueron los Alaminos y el Cárdenas y el Gonzalo de Umbría, e les mandó dar cédulas reales para que en la Nueva-España diesen a cada uno mil pesos de renta; y el Cárdenas, vino, e los demás nunca acá vinieron. E pasó otro soldado que se decía Lucas, genovés, y era piloto, murió en poder de indios; y pasó otro soldado que se decía Juan, genovés: murió en poder de indios; e también pasó otro Lorenzo, genovés, vecino que fue de Guaxaca, marido de una portuguesa vieja, murió de su muerte; e pasó otro soldado que se decía Enrique, natural de tierra de Palencia: este soldado se ahogó de cansado e del peso de las armas e del calor que le daban; e pasó otro soldado que se decía Cristóbal Jaén, era carpintero, murió en poder de indios; e pasó un Ochoa, vizcaíno, hombre rico y preeminente, vecino que fue de Guaxaca, murió de su muerte; e pasó un bien esforzado soldado que se decía Zamudio, fuese a Castilla porque acuchilló a unos en México: en Castilla fue capitán de una capitanía de hombres de armas, murió en lo de Castilnovo con otros muchos caballeros españoles; e pasó otro soldado que se decía Cervantes, el loco, era chocarrero e truhán, murió en poder de indios; e pasó uno que llamaban Plazuela, matáronlo indios; e pasé un buen soldado que se decía Alonso Pérez "Maite", que vino casado con una india muy hermosa de Bayamo, murió en poder de indios; e pasó un Martín Vázquez, natural de Olmedo, hombre rico e preeminente, vecino que fue de México, murió de su muerte; pasó un Sebastián Rodríguez, buen ballestero, y después de ganado México fue trompeta, murió de su muerte; e pasó otro ballestero que se decía Peñalosa, compañero del Sebastián Rodríguez, murió de su muerte; e pasó un soldado que se decía álvaro, hombre de la mar, natural de Palos, que decían que tuvo en indias de la tierra treinta hijos en obra de tres años, matáronlo indios en lo de las Higüeras; e pasó otro soldado que se decía Juan Pérez Malinche, que después le oí nombrar Arteaga, vecino de la Puebla, fue hombre rico y murió de su muerte; pasó un buen soldado que se decía Pedro González Sabiote, murió de su muerte; pasó otro buen soldado que se decía Jerónimo de Aguilar: este Aguilar pongo en esta cuenta porque fue el que hallamos en la Punta de Cotoche, que estaba en poder de indios, e fue nuestra lengua, murió tullido de bubas; e pasó otro soldado que se decía Pedro, valenciano, vecino de México, murió de su muerte; pasaron tres soldados que tenían por sobrenombre Tarifas: el uno fue vecino de Guaxaca, marido de una mujer que se decía Catalina Muñiz, murió de su muerte; el otro se decía Tarifa "el de los servicios", porque siempre andaba diciendo que servía a su majestad e que no le daban nada, y era natural de Sevilla, hombre hablador, murió de su muerte; y el otro llamaban Tarifa "el de las manos blancas", también era natural de Sevilla: llamábamosle así porque no era para la guerra ni para cosa de trabajo, sino hablar de cosas pasadas que le habían acaecido en Sevilla, murió en el río del Golfo-Dulce en el viaje de Higüeras, ahogóse él e su caballo, que nunca parecieron más; pasó otro buen soldado que se decía Pedro Sánchez Farfán, que estuvo por capitán en Tezcuco entre tanto que andábamos en la guerra, murió de su muerte; e pasó otro soldado que se decía Alonso de Escobar, el paje que fue de Diego Velázquez, de quien se tuvo mucha cuenta, matáronlo indios; e pasó otro soldado que se decía el bachiller Escobar, era boticario, e curaba así de cirugía como de medicina, enloqueció y murió su muerte; e pasó otro soldado que se decía también Escobar, bien esforzado, mas fue tan bullicioso, que murió ahorcado porque forzó a una mujer casada y por revoltoso; e pasó otro soldado que se decía fulano de Santiago, natural de Huelva, fuese a Castilla rico; pasó otro su compañero del Santiago que se decía Ponce, murió en poder de indios; pasó un fulano Méndez, ya hombre anciano, matáronlo indios; otros tres soldados que murieron en las guerras que tuvimos en lo de Tabasco: el uno se decía Saldaña, los otros dos no me acuerdo sus nombres; e pasó otro buen soldado e ballestero, era hombre ya anciano, que jugaba mucho a los naipes, murió en poder de indios; e pasó otro soldado anciano que trajo un su hijo que se decía Orteguilla, paje que fue del gran Montezuma, así al viejo como al hijo mataron los indios; e pasó otro soldado que se decía fulano de Gaona, natural de Medina de Rioseco, murió en poder de indios; e pasó otro soldado que se decía Juan de Cáceres, que después de ganado México fue hombre muy rico y vecino de México, murió de su muerte; pasó otro soldado que se decía Gonzalo Hurones, natural de las Garrovillas, murió de su muerte; e pasó otro soldado, ya hombre anciano, que se decía Ramírez "el viejo", que renqueaba de una pierna, vecino que fue de México, murió de su muerte; pasó otro soldado, y muy esforzado, que se decía Luis Farfán, murió en poder de indios; e pasó otro soldado que se decía Morillas, murió en poder de indios; e pasó otro soldado que se decía fulano de Rojas, que después pasó al Perú; e pasó un Astorga, hombre anciano y vecino que fue de Guaxaca, murió de su muerte; pasaron dos hermanos que se llamaban Tostados, el uno murió en poder de indios y el otro de su muerte; y pasó otro buen soldado que se decía Baldovinos, murió en poder de indios; también quiero aquí poner a Guillén de la Loa e a Andrés Núñez e a maese Pedro el de la Harpa e a otros tres soldados que tomamos del navío que venían de los de Garay, como dicho tengo, e por esta causa los pongo aquí con los de Cortés, por ser todo en un tiempo, el Guillén de la Loa murió de un cañazo que le dieron en México en un juego de cañas, y los otros dellos de su muerte, y otros en poder de indios; y pasó un Porras, muy bermejo y gran cantor, murió en poder de indios; e pasó un Ortiz, gran tañedor de vihuela, y enseñaba a danzar; y vino un su compañero que se decía Bartolomé García, fue minero en la isla de Cuba: este Ortiz y el Bartolomé García pasaron el mejor caballo de todos los que pasaron en nuestra compañía, el cual caballo les tomó Cortés, o se lo pagó, murieron entrambos compañeros en poder de indios; pasó otro buen soldado que se decía Serrano, era buen ballestero, murió en poder de indios; y pasó un hombre anciano que se decía Pedro de Valencia, natural de un lugar que cabe Plasencia, murió de su muerte; pasó otro soldado que se decía Quintero, fue maestre de navío, matáronle indios; pasó un Alonso Rodríguez, que dejó buenas minas en la isla de Cuba y estaba rico, murió en poder de indios en los peñoles, que ahora llaman "los peñoles que ganó el marqués"; e también murió allí otro buen soldado que se decía Gaspar Sánchez, sobrino del tesorero de Cuba, con otros seis soldados que fueron de los de Narváez; e también pasó un Pedro de Palma, primer marido que tuvo Elvira López, "la larga", murió ahorcado él y otro soldado que se decía Trebejo, natural de Fuenteguinaldo: los cuales mandó ahorcar Gil González de Ávila o Francisco de las Casas, y juntamente con ellos a un clérigo de misa, por revoltosos y hombres amotinadores de ejércitos cuando se venían a la Nueva-España desde Naco, después que hubieron degollado a Cristóbal de Olí, como dicho tengo en el capítulo que dello habla. Estos soldados y clérigos eran de los que habían ido con Cristóbal de Olí, puesto que eran de los que pasaron con Cortés. A mí me enseñaron un árbol o ceiba donde los ahorcaron, viniendo que veníamos de las Higüeras en compañía de Luis Marín. E volviendo e nuestro cuento, también pasó un Andrés de Mola, levantisco, murió en poder de indios; e también pasó un buen soldado que se decía Alberca, natural de Villanueva de la Serena, murió en poder de indios. Pasaron otros muy buenos soldados que solían ser hombres de la mar, como fueron pilotos, maestres y contramaestres: de los más mancebos de los navíos que dimos al través, muchos dellos fueron animosos en las guerras y batallas, y por no me acordar de todos no pongo aquí sus nombres. E también pasaron otros soldados, hombres de la mar, que se decían los Peñates, y otros Pinzones, los unos naturales de Gibraleón y otros de Palos: dellos murieron en poder de indios, y otros fueron a Castilla a quejarse de Cortés, También me quiero yo poner aquí en esta relación a la postre de todos, puesto que vine a descubrir dos veces primero que Cortés, y la tercera con el mismo Cortés, según lo tengo ya dicho en el capítulo que dello habla; mi nombre es Bernal Díaz del Castillo, y soy vecino y regidor de Santiago de Guatemala, y natural de la muy noble e insigne y muy nombrada villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor de ella, que por otro nombre le nombraban "el galán", que haya santa gloria; y doy muchas gracias y loores a Dios nuestro señor y a nuestra señora la virgen Santa María, su bendita madre, que me ha guardado que no sea sacrificado, como en aquellos tiempos sacrificaron todos los más de mis compañeros que nombrados tengo, para que ahora se descubran muy claramente nuestros heroicos hechos: y quiénes fueron los valerosos capitanes y fuertes soldados que ganamos esta parte del Nuevo-Mundo, y no refieran la honra y prez y nuestra valía a un solo capitán.
contexto
De las estaturas y proporciones y edades que tuvieron ciertos capitanes valerosos y fuertes soldados que fueron de Cortés, cuando vinimos a conquistar la Nueva-España El marqués don Hernando Cortés, ya he dicho en el capítulo que dél habla, en el tiempo que falleció en Castilleja de la Cuesta, de su edad, proporción y persona, e qué condiciones tenía, e otras cosas que hallarán escritas en esta relación, si lo quisieren ver. También he dicho en el capítulo que dello habla, del capitán Cristóbal de Olí, de cuando fue con la armada a las Higüeras, de la edad que tenía, y de sus condiciones e proporciones: allí lo hallarán. Quiero ahora poner la edad e proporciones y parecer de don Pedro de Alvarado. Fue comendador de Santiago, adelantado y gobernador de Guatemala e Honduras e Chiapa, sería obra de treinta y cuatro años cuando acá pasó; fue de muy buen cuerpo e bien proporcionado, e tenía el rostro y cara muy alegre y en el mirar muy amoroso; e por ser tan agraciado le pusieron por nombre los indios mexicanos Tonatio, que quiere decir el sol. Era muy suelto e buen jinete, y sobre todo, ser franco e de buena conversación, y en el vestir se traía muy pulido y con ropas ricas, y traía al cuello una cadenita de oro con un joyel; ya no se me acuerdan las letras que tenía el joyel; y en un dedo un anillo con una esmeralda; y porque ya he dicho dónde falleció y otras cosas acerca de la persona, en esta no quiero poner más. El adelantado Francisco de Montejo fue de mediana estatura, el rostro alegre, y amigo de regocijos e buen jinete; e cuando acá pasó sería de edad de treinta y cinco años, y era más dado a negocios que para la guerra; era franco y gastaba más de lo que tenía de renta; fue adelantado y gobernador de Yucatán, murió en Castilla. El capitán Gonzalo de Sandoval fue muy esforzado, y sería cuando acá pasó de hasta veinte y dos años; fue alguacil mayor de la Nueva-España, y fue gobernador della, juntamente con el tesorero Alonso de Estrada, obra de once meses; su estatura muy bien proporcionada y de razonable cuerpo y membrudo; el pecho alto y ancho, y asimismo tenía la espalda, y de las piernas algo estevado y muy buen jinete; el rostro tiraba algo a robusto, y la barba y el cabello que se usaba algo crespo y acastañado, y la voz no la tenía muy clara, sino algo espantosa, y ceceaba tanto cuanto; no era hombre que sabía letras, sino a las buenas llanas, ni era codicioso de haber oro, sino solamente tener fama y hacer sus cosas como buen capitán esforzado, y en las guerras que tuvimos en la Nueva-España siempre tenía cuenta en mirar por los soldados que le parecía que lo hacían bien, y les favorecía y ayudaba; no era hombre que traía ricos vestidos, sino muy llanamente, como buen soldado; tuvo el mejor caballo y de mejor carrera, revuelto a una mano y a otra, que decían que no se había visto mejor en Castilla ni en esta tierra: era castaño acastañado, y una estrella en la frente y un pie izquierdo calzado, que se decía el caballo "Motilla"; e cuando hay ahora diferencia sobre buenos caballos suelen decir: "Es en bondad tan bueno como Montilla." Dejaré lo del caballo, y diré deste valeroso capitán que falleció en la villa de Palos cuando fue a Castilla con don Hernando Cortés a besar los pies a su majestad; y deste Gonzalo de Sandoval fue de quien dijo el marqués Cortés a su majestad que, además de los fuerte y valerosos soldados que tuvo en su compañía, que fue tan animoso capitán, que se podía nombrar entre los muy esforzados que hubo en el mundo, y que podía ser coronel de muchos ejércitos, y para decir y hacer. Fue natural de Medellín, hijodalgo; su padre fue alcaide de una fortaleza. Pasemos a decir de otro buen capitán que se decía Juan Velázquez de León, natural de Castilla la Vieja: sería de hasta treinta y seis años cuando acá pasó; era de buen cuerpo, e derecho e membrudo, e buena espalda e pecho, e todo bien proporcionado e bien sacado, el rostro robusto, la barba algo crespa e alheñada, e la voz espantosa e gorda, e algo tartamudo; fue muy animoso y de buena conversación; e si algunos bienes tenía en aquel tiempo los repartía con sus compañeros. Díjose que en la isla Española mató a un caballero, persona por persona en aquella tierra principal, que era hombre rico, que se decía Ribasaltas; y desque le hubo muerto se retrajo, y la justicia de aquella isla nunca lo puedo haber, ni la real audiencia, para hacer sobre el caso justicia; y aunque le iban a prender, por su persona se defendía de los alguaciles, e se vino a la isla de Cuba, e de Cuba a la Nueva-España, e fue muy buen jinete, e a pie e a caballo muy extremado varón; murió en las puentes cuando salimos huyendo de México. Y Diego de Ordás, fue natural de Tierra de Campos, y sería de edad de cuarenta años cuando acá pasó: fue capitán de soldados de espada y rodela, porque no era hombre de a caballo; fue muy esforzado y de buenos consejos, era de buena estatura e membrudo, e tenía el rostro muy robusto e la barba algo prieta e no mucha; en la habla no acertaba bien a pronunciar algunas palabras, sino algo tartajoso; era franco e de buena conversación; fue comendador de Santiago; murió en lo de Marañón, siendo capitán o gobernador, que esto no lo sé muy bien. El capitán Luis Marín fue de buen cuerpo e membrudo y esforzado; era estevado e la barba algo rubia, el rostro largo e alegre, excepto que tenía unas señales como que había tenido viruelas; sería de hasta treinta años cuando acá pasó; era natural de Sanlúcar, ceceaba un poco como sevillano. Fue buen jinete y de buena conversación, murió en lo de Michoacán. El capitán Pedro de Ircio era de mediana estatura y paticorto, e tenía el rostro alegre, e muy plático en demasía que haría e acontecería, e siempre contaba cuentos de don Pedro Jirón e del conde de Ureña; era ardid de corazón, e a esta causa le llamábamos "Agrajes", sin obras: e sin hacer cosas que de contar sean, murió en México. Alonso de Ávila fue capitán ciertos días en lo de México, y el primer contador de su majestad que eligió Cortés hasta que el rey nuestro señora mandase otra cosa, era de buen cuerpo e rostro alegre, en la plática expresiva, muy clara e de buenas razones, e muy esforzado; sería de hasta treinta y tres años cuando acá pasó: e tenía otra cosa, que era franco con sus compañeros; mas era tan soberbio e amigo de mandar e no ser mandado, e algo envidioso; era orgulloso y bullicioso, que Cortés no le podía sufrir: e a esta causa le envió a Castilla por procurador juntamente con un Antonio de Quiñones, natural de Zamora, e con ellos envió la recámara e riquezas de Montezuma e de Guatemuz, e franceses lo robaron, e prendieron al Alonso de Ávila, porque el Quiñones ya era muerto en la Tercera, e desde a dos años volvió el Alonso de Ávila a la Nueva-España; o en Yucatán o en México murió. Este Alonso de Ávila fue tío de los caballeros que degollaron en México, hijos de Gil González de Benavides, lo cual tengo ya dicho y declarado en mi historia. Andrés de Monjaraz fue capitán cuando la guerra de México, y era de razonable estatura, y el rostro alegre y la barba prieta, y de buena conversación; siempre estuvo malo de bubas, e a esta causa no hizo cosa que de contar sea, más póngolo aquí en esta relación para que sepan que fue capitán, y sería de hasta treinta años cuando acá pasó; murió de dolor de las bubas. Pasemos a un muy esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea, natural de tierra de Medina del Campo; sería de edad de veinte y seis años cuando acá pasó; era de buen cuerpo e membrudo, ni muy alto ni bajo; tenía buen pecho e espalda, el rostro algo robusto, mas era apacible, e la barba e cabello tiraba algo como crespo, e la voz clara; este soldado fue en todo lo que le veíamos hacer tan esforzado e presto en las armas, que le teníamos muy buena voluntad e le honrábamos, y él fue el que escapó de muerte a don Fernando Cortés en lo de Suchimilco, cuando los escuadrones mexicanos le habían derribado del caballo "el Romo", e le tenían asido y engarrafado para lo llevar a sacrificar; e asimismo le libró otra vez cuando en lo de la calzadilla de México lo tenían otra vez asido muchos mexicanos para lo llevar vivo a sacrificar, e le habían ya herido en una pierna al mismo Cortés, y le llevaron vivos sesenta y dos soldados. Este esforzado soldado hizo cosas por su persona, que, aunque estaba muy mal herido, mató a cuchillo e dio estocadas a todos los indios que le llevaban a Cortés, que les hizo que lo dejasen; e así le salvó la vida, y el Cristóbal de Olea quedó muerto allí por lo salvar. Quiero decir de dos soldados que se decían Gonzalo Domínguez e un Lares; digo que fueron tan esforzados, que los teníamos en tanto como Cristóbal de Olea; eran de buenos cuerpos e membrudos, e los rostros alegres, e bien hablados, e muy buenas condiciones; e por no gastar más palabras en sus loas, podránse contar con los más esforzados soldados que ha habido en Castilla; murieron en las batallas de Otumba, digo el Lares, y el Domínguez en lo de Teguantepeque, de un caballo que le tomó debajo. Vamos a otro buen capitán y esforzado soldado que se decía Andrés de Tapia, sería de obra de veinte y cuatro años cuando acá pasó; era de color el rostro algo ceniciento, e no muy alegre, e de buen cuerpo e de poca barba e rala, y fue muy buen capitán, así a pie como a caballo; murió de su muerte. Si hubiera de escribir todas las facciones e proporciones de todos nuestros capitanes e fuertes soldados que pasamos con Cortés, era gran prolijidad; porque, según todos eran esforzados e de mucha cuenta, dignos éramos de estar escritos con letras de oro. E no pongo aquí otros muchos valerosos capitanes que fueron de los de Narváez, porque mi intento desde que comencé a hacer mi relación no fue sino para escribir nuestros heroicos hechos e hazañas de los que pasamos con Cortés; sólo quiero poner al capitán Pánfilo de Narváez, que fue el que vino contra Cortés desde la isla de Cuba con mil y trescientos soldados, sin contar en ellos hombres de la mar, e con doscientos y sesenta y seis soldados los desbaratamos, según se verá en mi relación, e cómo e cuándo e de qué manera pasó aquel hecho. E volviendo a mi materia, era el Narváez al parecer de obra de cuarenta y dos años, e alto de cuerpo e de recios miembros, e tenía el rostro largo e la barba rubia, e agradable presencia, e la plática e voz muy vagorosa y entonada, como que salía de bóveda; era buen jinete e decían que era esforzado; era natural de Valladolid o de Tudela de Duero; era casado con una señora que se decía María de Valenzuela; fue en la isla de Cuba capitán e hombre rico; decían que era muy escaso, e cuando le desbaratamos se le quebró un ojo, y tenía buenas razones en lo que hablaba: fue a Castilla delante su majestad a quejarse de Cortés e de nosotros, e su majestad le hizo merced de la gobernación de cierta tierra en lo de la Florida, e allá se perdió e gastó cuanto tenía. Como dos caballeros curiosos han visto e leído la memoria atrás dicha de todos los capitanes e soldados que pasamos con el venturoso y esforzado don Hernando Cortés, marqués del Valle, a la Nueva-España desde la isla de Cuba, e pongo por escrito sus proporciones, así de cuerpo como de rostro y edades, e las condiciones que tenían, y en qué parte murieron, e de qué partes eran, me han dicho que se maravillaban de mí que cómo a cabo de tantos años no se me ha olvidado e tengo memoria dellos. A esto respondo y digo que no es mucho que se me acuerde ahora sus nombres: pues éramos quinientos y cincuenta compañeros que siempre conversábamos juntos, así en las entradas como en las velas, y en las batallas y encuentros de guerras, e los que mataban de nosotros en las tales peleas e cómo los llevaban a sacrificar. Por manera que comunicábamos los unos con los otros, en especial cuando salíamos de algunas muy sangrientas e dudosas batallas, echábamos menos los que allá quedaban muertos, e a esta causa los pongo en esta relación; e no es de maravillar dello, pues en los tiempos pasados hubo valerosos capitanes que andando en las guerras sabían los nombres de sus soldados, e los conocían e los nombraban, e aun sabían de qué provincias e tierras eran naturales, e comúnmente eran en aquellos tiempos cada uno de los ejércitos que traían treinta mil hombres; y decían las historias que dellos han escrito, que Mitridates, rey de Ponto, fue uno de los que conocían a sus ejércitos, y otro fue el rey de los epirotas, y por otro nombre se decía Alejandro. También dicen que Aníbal, gran capitán de Cartago, conocía a todos sus soldados; y en nuestros tiempos el esforzado y gran capitán Gonzalo Hernández de Córdoba conocía a todos los más soldados que traían en sus capitanías, y así han hecho otros muchos valerosos capitanes. Y más digo, que, como ahora los tengo en la mente y sentido y memoria, supiera pintar y esculpir sus cuerpos y figuras y talles y meneos, y rostros y facciones, como hacía aquel gran pintor y muy nombrado Apeles, e los pintores de nuestros tiempos Berruguete, e Micael Angel, o el muy afamado burgalés, que dicen que es otro Apeles, dibujara a todos los que dicho tengo al natural, y aun según cada uno entraba en las batallas y el ánimo que mostraba; e gracias a Dios y a su bendita madre nuestra señora, que me escapó de no ser sacrificado a los ídolos, e me libró de otros muchos peligros e trances, para que haga ahora esta memoria.
contexto
De las cosas que aquí van declaradas cerca de los méritos que tenemos los verdaderos conquistadores; las cuales serán apacibles de las oír Ya he recontado los soldados que pasamos con Cortés, y dónde murieron; y si bien se quiere tener noticia de nuestras personas, éramos todos los más hijosdalgos, aunque algunos no pueden ser de tan claros linajes, porque vista cosa es que en este mundo no nacen todos los hombres iguales, así en generosidad como en virtudes. Dejando esta plática aparte de nuestras antiguas noblezas: con heroicos hechos y grandes hazañas que en las guerras hicimos, peleando de día y de noche, sirviendo a nuestro rey y señor, descubriendo estas tierras, y hasta ganar esta Nueva-España y gran ciudad de México y otras muchas provincias a nuestra costa, estando tan apartados de Castilla ni tener otro socorro ninguno, salvo el de nuestro señor Jesucristo, que es el socorro y ayuda verdadera, nos ilustramos mucho más que de antes; y si miramos las escrituras antiguas que dello hablan, si son así como dicen, en los tiempos pasados fueron ensalzados y puestos en gran estado muchos caballeros, así en España como en otras partes, sirviendo, como en aquella sazón sirvieron en las guerras, y por otros servicios que eran aceptos a los reyes que en aquella sazón reinaban. Y también he notado que algunos de aquellos caballeros que entonces subieron a tener títulos de estados y de ilustres, no iban a las tales guerras ni entraban en batallas sin que se les diesen sueldos y salarios; y no embargante que se lo pagaban, les dieron villas y castillos y grandes tierras perpetuas, y privilegios con franquezas, los cuales tienen sus descendientes. Y demás desto, cuando el rey Jaime de Aragón conquistó y ganó de los moros mucha parte de sus reinos, los repartió a los caballeros y soldados que se hallaron en los ganar, y desde aquellos tiempos tienen sus blasones y son tan valerosos; y también cuando se ganó Granada, y del tiempo del Gran Capitán a Nápoles, y también el príncipe de Orange en lo de Nápoles, dieron tierras y señoríos a los que ayudaron en las guerras y batallas; e nosotros, sin saber su majestad cosa ninguna, le ganamos esta Nueva-España. He traído esto aquí a la memoria para que se vean nuestros muchos y buenos y nobles y leales servicios que hicimos a Dios y al rey y toda la cristiandad, y se pongan en una balanza y medida cada cosa en su cantidad, y hallarán que somos dignos y merecedores de ser puestos y remunerados como los caballeros por mí atrás dichos; y aunque entre los valerosos soldados, que en estas hojas de atrás pasadas he puesto por memoria hubo muchos esforzados y valerosos compañeros, que me tenían a mí en reputación de razonable soldado, volviendo a mi materia, miren los curiosos lectores con atención esta mi relación, y verán en cuántas batallas y reencuentros de guerra muy peligrosos me he hallado desque vine a descubrir, y dos veces estuve asido y engarrofado de muchos indios mexicanos, con quien en aquella sazón estaba peleando, para me llevar a sacrificar, y Dios me dio esfuerzo que me escapé, como en aquel instante llevaron a otros muchos mis compañeros, sin otros grandes peligros y trabajos, así de hambre y sed, e infinitas fatiga que suelen recrecer a los que semejantes descubrimientos van a hacer en tierras nuevas; lo cual hallarán escrito parte por parte en esta mi relación; y quiero dejar de entrar más la pluma en esto, y diré los bienes que se han seguido de nuestras ilustres conquistas.