Capítulo CIV Que trata de la orden que tienen cuando vienen a pelear estos indios de esta provincia de la Concepción y de los géneros de armas que traen y de su orden Esta gente antiguamente tuvieron guerras unos con otros como eran todos parcialidades, unos señores con otros. Cuando vienen a pelear vienen en sus escuadrones por buena orden y concierto, que me paréceme a mí que aunque tuviesen acostumbrado la guerra con los romanos, no vinieran con tan buena orden. Y vienen de esta manera: que los delanteros traen unas capas y éstas llaman "tanañas", y es de esta manera, que hacen una capa como verdugado que por arriba es angosta y por abajo más ancha. Préndenla al pecho con un botón y por un lado le hacen un agujero por donde sale el brazo izquierdo. Esta armadura les llega a la rodilla. Hácenlas de pescuezos de ovejas o carneros cosidos unos con otros y son tan gruesos como cuero de vaca y de... Hacen de lobos marinos que también son muy gruesos. Es tan recia esta armadura que no la pasa una lanza, aunque tenga buena fuerza el caballero. Y estas capas van aforradas con cueros de corderos pintados de colores prieto y colorado y azul y de todas colores. Y otras llevan de tiras de este cuero de corderos en cruces y aspas por de fuera. Y otros, la pintura que les quieren echar. Llevan unas celadas en las cabezas que les entran hasta abajo de las orejas, del mismo cuero, con una cobertura de tres dedos solamente para que vean con el ojo izquierdo, que el otro llévanle tapado con la celada. Y encima de estas celadas por bravosidad llevan una cabeza de león, solamente el cuero y dientes y boca, de tigres y zorras y de gatos y de otros animales que cada uno es aficionado. Y llevan estas cabezas las bocas abiertas que parecen muy fieras. Y llevan detrás sus plumajes. Llevan picas de a veinte y cinco palmos de una madera muy recia, y engeridos en ellas unos hierros de cobre a manera de asadores rollizos de dos palmos y de palmo y medio. Y con unas cuerdas que hacen de nervios muy bien atados, los engieren de tal manera en aquella asta como puede ir un hierro en una lanza. Y junto a esta atadura llevan una manera de borlas de sus cabellos. Van entremedias de éstos, armados otros, sin de estas capas ni celadas, con unas astas largas, algunas engeridos en estas astas unas hachas de pedernal. Y otros llevan en estas astas hecho en lo alto una manera de manzana y éstos llevan enarboladas, y a donde las dejan caer, si aciertan a español, aunque lleve celada, le aturden, y si dan a caballo, lo hacen volver a trás desatinado, por ser tan pesado. Y luego va otra hilera de otros con lanzas de astas de quince y dieciséis palmos y llevan en la asta, de una vara puesto, un hacha como de armas de cobre, hecha de dos o tres picos, o de la manera que el que la trae quiere, porque unas son anchas y otras como martillos. Y otros llevan picas sin capas, y éstos van en medio del escuadrón. Y éstos y los de las lanzas llevan unos garrotes que arrojan y tiran con tan gran fuerza que si acierta alguna rodela, la hace pedazos, y si dan en el brazo o pierna, lo quiebran. Y tiran tantos de éstos que parecen granizos, según los arrojan espesos. Van luego otra hilera con unas varas largas en que llevan unos lazos de bejuco, que es una manera de mimbre muy recio, solamente para echallo a los pescuezos de los españoles, y redondo como un aro de harnero. Y echado por la cabeza, al que acierta acuden luego los más indios que pueden a tirar el lazo. Y éstos andan para este efecto y acudir a donde los llaman. Y al caballero que le echan este lazo, si no se da buena maña a cortarlo, en sus manos perece. Y de éstos traen gran munición, aunque en la conquista pasada no se aprovecharon de ellas. Traen flecheros como en un escuadrón de españoles arcabuceros. Y aun muchas veces salen algunos que se tienen por valientes a señalarse, nombrándose "Inche cai che", que quiere decir "yo soy". Y no vienen a dar en españoles que no vengan en tres o cuatro cuadrillas, y aunque los desbaraten de uno, se rehacen en otro. Y ha acontecido estar un español con un indio peleando y decirle que se diese, y responderle el indio: "Inchi lai", que quiere decir "No quiero sino morir". Y no temen muerte, aunque en otras partes que yo he visto y me he hallado de Indias, en ver matar se cobran miedo. Mas éstos, aunque les maten gente, los he visto yo tomar los muertos y meterlos dentro del escuadrón. Y en otras partes huyen y aun les pesa la ropa que llevan, mas estos las armas no quieren dejar, aunque huyen. Traen todos en general unos pellejos de zorras por detrás, que les llega la cola de la zorra hasta las corvas. Y vienen embijados. En lo cual me parece a mí, en los ardides que tienen en la guerra y orden y manera de pelear, ser como españoles cuando eran conquistados de los romanos, y ansí están en los grados y altura de nuestra España. Lo más que temen son arcabuces y artillería. Este término de esta gente belicosa es desde el río de Itata hasta el río Cautén, que en ella hay sesenta leguas de esta gente de esta orden de pelear.
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En que se continúa este camino y se declaran los pueblos que hay hasta llegar a Tiaguanaco Pues volviendo adonde dejé el camino que prosigo en esta escriptura, que fue en Hatuncolla, digo que dél se pasa por Paucarcolla y por otros pueblos desta nación de los Collas hasta llegar a Chuquito, que es la más principal y entera población que hay en la mayor parte deste gran reino, el cual ha sido y es cabeza de los indios que su majestad tiene en esta comarca; y es cierto que antiguamente los ingas también tuvieron por importante cosa a este Chuquito, y es de lo más antiguo de todo lo que se ha escripto, a la cuenta que los mismos indios dan. Cariapasa fue señor deste pueblo, y para ser indio fue hombre bien entendido. Hay en él grandes aposentos, y antes que fuesen señoreados por los ingas pudieron mucho los señores deste pueblo, de los cuales cuentan dos por los más principales, y los nombran Cari y Yumalla. En este tiempo es (como digo) la cabecera de los indios de su majestad, cuyos pueblos se nombran Xuli, Chilane, Acos, Pomata, Cepita, y en ellos hay señores y mandan muchos indios. Cuando yo pasé por aquella parte era corregidor Ximón Pinto y gobernador don Gaspar, indio, harto entendido y de buena razón. Son ricos de ganado de sus ovejas, y tienen muchos mantenimientos de los naturales, y en las islas y en otras partes tienen puestos mitimaes para sembrar su coca y maíz. En los pueblos ya dichos hay iglesias muy labradas, fundadas las más por el reverendo padre fray Tomás de San Martín, provincial de los dominicos, y los muchachos y los que más quieren se juntan a oír la dotrina evangélica, que les predican frailes y clérigos, y los más de los señores se han vuelto cristianos. Por junto a Cepita pasa el Desaguadero, donde en tiempo de los ingas solía haber portalgueros que cobraban tributo de los que pasaban la puente, la cual era hecha de haces de avena, de tal manera que por ella pasan caballos y hombres y lo demás. En uno destos pueblos, llamado Xuli, dio garrote al maestre de campo Francisco Caravajal al capitán Hernando Bachicao, en ejemplo para conoscer que pudo ser azote de Dios las guerras civiles y debates que hubo en el Perú, pues unos a otros se mataban con tanta crueldad como se dirá en su lugar. Más adelante destos pueblos está Guaqui, donde hubo aposentos de los ingas, y está hecha en él la iglesia para que los niños oigan en ella la dotrina a sus horas.
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Cómo Diego de Velázquez, gobernador de Cuba, dio muy gran priesa en enviar su armada contra nosotros, y en ella por capitán general a Pánfilo de Narváez, y cómo vino en su compañía el licenciado Lucas Vázquez de Aillón, oidor de la real audiencia de Santo Domingo, y lo que sobre ello se hizo Volvamos ahora a decir algo atrás de nuestra relación, para que bien se entienda lo que ahora diré. Ya he dicho en el capítulo que dello habla, que como Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo que habíamos enviado nuestros procuradores a su majestad con todo el oro que habíamos habido, y el sol y la luna y muchas diversidades de joyas, y oro en granos sacados de las minas, y otras muchas cosas de gran valor, que no le acudíamos con cosa ninguna; y asimismo supo cómo don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos e arzobispo de Rosano, que así se nombraba, y en aquella sazón era presidente de Indias y lo mandaba todo muy absolutamente, porque su majestad estaba en Flandes, y había tratado muy mal el obispo a nuestros procuradores; y dicen que le envió el obispo desde Castilla en aquella sazón muchos favores al Diego Velázquez, e avisó e mandó para que nos envíase a prender, y que él le daba desde Castilla todo favor para ello; el Diego Velázquez con aquel gran favor hizo una armada de diez y nueve navíos y con mil y cuatrocientos soldados, en que traían sobre veinte tiros y mucha pólvora y todo género de aparejos, de piedras y pelotas, y dos artilleros (que el capitán de la artillería se decía Rodrigo Martín) y traía ochenta de a caballo y noventa ballesteros y setenta escopeteros; y el mismo Diego Velázquez por su persona, aunque era bien gordo y pesado, andaba en Cuba de villa en villa y de pueblo en pueblo proveyendo la armada y atrayendo los vecinos que tenían indios, y a parientes y amigos, que viniesen con Pánfilo de Narváez para que le llevasen preso a Cortés y a todos nosotros sus capitanes y soldados, o a lo menos no quedásemos con vidas, y andaba tan encendido de enojo y tan diligente, que vino hasta Guaniguanico, que es pasada la Habana mas de sesenta leguas. Y andando desta manera, antes que saliese su armada pareció ser alcanzáronlo a saber la real audiencia de Santo Domingo y los frailes jerónimos que estaban por gobernadores; el cual aviso y relación dellos les envió desde Cuba el licenciado Zuazo, que había venido a aquella isla a tomar residencia al mismo Diego Velázquez. Pues como lo supieron en la real audiencia, y tenían memorias de nuestros muy buenos y nobles servicios que hacíamos a Dios y a su majestad, y habíamos enviado nuestros procuradores con grandes presentes a nuestro rey y señor, y que el Diego Velázquez no tenía razón ni justicia para venir con armada a tomar venganza de nosotros, sino que por justicia lo demandase; y que si venía con la armada era gran estorbo para nuestra conquista, acordaron de enviar a un licenciado que se decía Lucas Vázquez de Aillón, que era oidor de la misma real audiencia, para que estorbase la armada al Diego Velázquez y no la dejase pasar, y que sobre ello pusiese grandes penas; e vino a Cuba el mismo oidor, e hizo sus diligencias y protestaciones, como le era mandado por la real audiencia para que no saliese con su intención el Velázquez; y por más penas y requerimientos que le hizo e puso, no aprovechó cosa ninguna; porque, como el Diego Velázquez era tan favorecido del obispo de Burgos, y había gastado cuanto tenía en hacer aquella gente de guerra contra nosotros, no tuvo todos aquellos requerimientos que hicieron en una castañeta, antes se mostró más bravo. Y desque aquello vio el oidor, vínose con el mismo Narváez para poner paces y dar buenos conciertos entre Cortés y Narváez. Otros soldados dijeron que venía con intención de ayudarnos, y si no lo pudiese hacer, tomar la tierra en sí por su majestad, como oidor; y desta manera vino hasta el puerto de San Juan de Ulúa. Y quedarse ha aquí, y pasaré adelante y diré lo que sobre ello se hizo.
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Capítulo CIX Que trata de las costumbres y cerimonias de los indios de la provincia de la ciudad de Valdivia En esta provincia de Mallalauquén no adoran al sol ni a la luna, ni tienen ídolos ni casa de adoración. Difieren un poco en la lengua a las demás provincias que tengo dichas. Estos indios de esta provincia tienen esta orden, que tienen un señor, que es un "lebo", siete u ocho "cabís", que son prencipales, y éstos obedecen al señor principal. Ciertas veces del año se ajuntan en una parte que ellos tienen señalado para aquel efecto que se llama "regua", que es tanto como decir, parte donde se ayuntan o sitio señalado, como en nuestra España tienen donde hacen cabildo. Este ayuntamiento es para averiguar pleitos y muertes. Y allí se casan y beben largo, y es como cuando van a cortes, porque van todos los grandes señores. Y todo aquello que allí se acuerda y hace es guardado y tenido y no quebrantado. Y estando allí todos juntos estos prencipales, pide cada uno su justicia. Y si es de muerte de hermano o primo o en otra manera, conciértanlos. Si es el delincuente hombre, que tiene y puede, ha de dar cierta cantidad de ovejas que comen todos los de aquella junta, y otras tantas da a la parte contraria, que serán hasta diez o doce ovejas. Y como tenga para pagar esto, es libre, y donde no, muere por ello. Y si tienen guerra con otro señor, todos estos cabís y señores son obligados a salir con sus armas y gente a favorecer aquella parcialidad, según y como allí se ordena. Y el que falta de salir tiene pena de muerte y perdida toda su hacienda. Y si entre estos principales tienen alguna diferencia u otros particularmente, allí los conciertan y averiguan. Y allí venden y compran los días que aquel cabildo y junta dura. Y allí se casan en esta manera, el que tiene hijas para casar o hermanas las lleva allí, y al que le parece bien alguna pídela a su padre, y pídenle por ella cierta cantidad de ovejas, quince o veinte, según tiene la posibilidad, y alguna ropa, o da una chaquira blanca que ellos tienen muy preciada. Y concertados en lo que se le ha de dar, se la da, mas a mí paréceme que la compra. Y si por ventura queda debiendo alguna cosa y no tiene para pagar, es obligado que si pare la mujer hija, se la da a su suegro en pago de lo que le restó debiendo, y si es hijo, no es obligado a dallo. Tienen en poco hallallas dueñas. Danle la mujer bien aderezada cuando se la dan al marido, aunque no es mucho gasto el atavío de ellas. Si alguna mujer acomete algún adulterio a su marido, toma el marido y da queja de aquel tal en este cabildo, y parece el delincuente ante los señores. Y si es hombre que tiene y es de valor, paga cinco ovejas, las tres para que se coma en el cabildo y las dos para el marido. Y si es hombre que no tiene, muere por ello él y la mujer que acometió el adulterio, y los matan los mismos señores con sus manos. Esta junta dura quince o veinte días, y allí beben y se embriagan. En toda esta provincia se usa esto en cada lebo. Son muy grandes hechiceros. Hablan con el demonio los que más por amigo se le dan. Son agoreros. Esta costumbre es en todas las partes. Estos indios cada uno anda vestido como alcanza y lo que visten es de lana de ovejas. Es gente dispuesta y ellas de buen parecer. Andan vestidas como las de la provincia de la Concepción. Acostumbran traer zarcillos de cobre y traen en cada oreja ocho o diez, porque no se les da nada por otro metal, aunque lo tienen. Tienen muy buenas casas y en las puertas acostumbran poner como en la provincia Imperial, que son zorras y tigres y leones y gatos y perros. Y esto tienen en las puertas por grandeza. Entiérranse en el campo como los demás que he dicho.
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Cómo se descubrieron las minas de Potosí, donde se ha sacado riqueza nunca vista ni oída en otros tiempos, de plata y de cómo por no correr el metal la sacan los indios con la invención de las guairas Las minas de Porco y otras que se han visto en estos reinos, muchas dellas desde el tiempo de los ingas, están abiertas y descubiertas las vetas de donde sacaban el metal; pero las que se hallaron en este cerro de Potosí (de quien quiero agora escrebir) ni se vió la riqueza que había ni se sacó del metal hasta que el año de 1547 años, andando un español llamado Villarroel con ciertos indios a buscar metal que sacar, dio en esta grandeza, que está en un collado alto, el más hermoso y bien asentado que hay en toda aquella comarca; y porque los indios llaman Potosí a los cerros y cosas altas, quedósele por nombre Potosí, como le llaman. Y aunque en este tiempo Gonzalo Pizarro andaba dando guerra al visorey y el reino lleno de alteraciones causadas desta rebelión, se pobló la falda deste cerro y se hicieron casas grandes y muchas, y los españoles hicieron su principal asiento en esta parte, pasándose la justicia a él; tanto, que la villa estaba casi desierta y despoblada; y así, luego tomaron minas, y descubrieron por lo alto del cerro cinco vetas riquísimas, que nombran Veta Rica, Veta del Estado, y la cuarta de Mendieta, y la quinta de Oñate; y fue tan sonada esta riqueza, que de todas las comarcas venían indios a sacar plata a este cerro, el sitio del cual es frío, porque junto a él no hay ningún poblad. Pues tomada posesión por los españoles, comenzaron a sacar plata desta manera: que al que tenía mina le daban los indios que en ella entraban un marco, y si era muy rica, dos cada semana; y si no tenía mina, a los señores comenderos de indios les daban medio marco cada semana. Cargó tanta gente a sacar plata, que parecía aquel sitio una gran ciudad. Y porque forzado ha de ir en crescimiento o venir en disminución tanta riqueza, digo que para que se sepa la grandeza destas minas, según lo que yo vi el año del Señor de 1549 en este asiento, siendo corregidor en él y en la villa de Plata por su majestad el licenciado Polo, que cada sábado en su propia casa, donde estaban las cajas de las tres llaves, se hacía fundición, y de los quintos reales venían a su majestad treinta mil pesos, y veinte y cinco, y algunos poco menos y algunos más de cuarenta. Y con sacar tanta grandeza que montaba el quinto de la plata que pertence a su majestad más de ciento y veinte mil castellanos cada mes, decían que salía poca plata y que no andaban las minas buenas. Y esto que venía a la fundición era solamente metal de los cristianos, y no todo lo que tenían, porque mucho sacaban en tejuelos para llevar do querían, y los indios verdaderamente se cree que llevaron a sus tierras grandes tesoros. Por donde con gran verdad se podrá tener que en ninguna parte del mundo se halló cerro tan rico, ni ningún príncipe, de un solo Pueblo, como en esta famosa villa de Plata, tuvo ni tiene tantas rentas ni provecho; pues desde el año de 1548 hasta el de 51 le han valido sus quintos reales más de tres millones de ducados, que monta más que cuanto hubieron los españoles de Atabaliba ni se halló en la ciudad del Cuzco cuando la descubrieron. Paresce, por lo que se ve, que el metal de la plata no puede correr con fuelles ni quedar con la materia del fuego convertido en plata. En Porco y en otras partes deste reino donde sacan metal hacen grandes planchas de plata, y el metal lo purifican y apartan de la escoria que se crían con la tierra, con fuego, teniendo para ello sus fuelles grandes. En este Potosí, aunque por muchos se ha procurado, jamás han podido salir con ello; la reciura del metal paresce que lo causa, o algún otro misterio; porque grandes maestros han intentado, como digo, de los sacar con fuelles, y no ha prestado nada su diligencia; y al fin, como para todas las cosas puedan hallar los hombres en esta vida remedio, no les faltó para sacar esta plata, con una invención la más extraña del mundo, y es que antiguamente, como lo ingas fueron tan ingeniosos en algunas partes que les sacaban plata, debía no querer correr con fuelles, como en esta de Potosí, y para aprovecharse del metal hacían unas formas de barro, del talle y manera que es un albahaquero en España, teniendo por muchas partes algunos agujeros o respiraderos. En estos tales ponían carbón, y el metal encima; y puestos por los cerros o laderas donde el viento tenía más fuerzas, sacaban dél plata, la cual apuraban y afinaban después con sus fuelles pequeños, o cañones con que soplan. Desta manera se sacó toda esta multitud de plata que ha salido deste cerro, y los indios se iban con el metal a los altos de la redonda dél a sacar plata. Llaman a estas formas guaires, y de noche hay tantas dellas por todos los campos y collados, que parescen luminarias; y en tiempo que hace viento recio se saca plata en cantidad; cuando el viento falta, por ninguna manera pueden sacar ninguna. De manera que, así como el viento es provechoso para navegar por el mar, lo es en este lugar para sacar la plata, y como los indios no hayan tenido veedores ni se pueda irles a la mano en cuanto al sacar plata, por llevarla ellos (como está ya dicho) a sacar a los cerros, se cree que muchos han enriquescido y llevado a sus tierras gran cantidad desta plata. Y fue esto causa que de muchas partes del reino acudían indios a este asiento de Potosí para aprovecharse, pues había para ello tan grande aparejo.
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Cómo Cortés mandó que fuesen tres guarniciones de soldados y de a caballo y ballesteros y escopeteros por tierra a poner cerco a la gran ciudad de México, y los capitanes que nombró para cada guarnición, y los soldados y de a caballo y ballesteros y escopeteros que les repartió, y los sitios y ciudades donde habíamos de asentar nuestros reales Mandó que Pedro de Alvarado fuese por capitán de ciento y cincuenta soldados de espada y rodela, y muchos llevaban lanzas, y les dio treinta de a caballo y diez y ocho escopeteros y ballesteros, y nombró que fuesen juntamente con él a Jorge de Alvarado, su hermano, y a Gutierre de Badajoz y a Andrés de Monjaraz, y estos mandó que fuesen capitanes de cada cincuenta soldados, y que repartiesen entre todos tres los escopeteros y ballesteros, tanto a una capitanía como a otra; y que el Pedro de Alvarado fuese capitán de los de a caballo y general de las tres capitanías, y le dio ocho mil tlascaltecas con sus capitanes, y a mí me señaló y mandó que fuese con el Pedro de Alvarado, y que fuésemos a poner sitio en la ciudad de Tacuba; y mandó que las armas que llevásemos fuesen muy buenas, y papahigos y gorjales y antiparas, porque era mucha la vara y piedra como granizo, y flechas y lanzas y macanas y otras armas de espada de a dos manos con que los mexicanos peleaban con nosotros, y para tener defensa con ir bien armados; y aun con todo esto, cada día que batallábamos había muertos y heridos, según adelante diré. Pasemos a otra capitanía. Dio a Cristóbal de Olí, que era maestre de campo, otros treinta de a caballo y ciento y setenta y cinco soldados y veinte escopeteros y ballesteros, y todos con sus armas según y de la manera que los dio a Pedro de Alvarado; y le nombró otros tres capitanes, que fueron Andrés de Tapia y Francisco Verdugo y Francisco de Lugo, y entre todos tres capitanes repartiesen los soldados y escopeteros y ballesteros; y que el Cristóbal de Olí fuese capitán general de las tres capitanías y de los de a caballo, y le dio otros ocho mil tlascaltecas, y le mandó que fuese a asentar su real en la ciudad de Cuyoacoan, que estará de Tacuba dos leguas. De otra guarnición de soldados hizo capitán a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y le dio veinte y cuatro de a caballo y catorce escopeteros y ballesteros y ciento y cincuenta soldados de espada y rodela y lanza, y más de ocho mil indios de guerra de los de Chalco y Guaxocingo y de otros pueblos por donde el Sandoval había de ir, que eran nuestros amigos, y le dio por compañeros y capitanes a Luis Marín y a Pedro de Ircio, que eran amigos de Sandoval; y les mandó que entre los dos capitanes repartiesen los soldados y ballesteros y escopeteros, y que el Sandoval tuviese a su cargo los de a caballo y que fuese general de todos, y que sentase su real junto a Iztapalapa, e que le diese guerra y le hiciese todo el mal que pudiese hasta que otra cosa le fuese mandado; y no partió Sandoval de Tezcuco hasta que Cortés, que era capitán de los bergantines, estaba muy a punto para salir con los trece bergantines por la laguna; en los cuales llevaba trescientos soldados, con ballesteros y escopeteros, porque así estaba ordenado. Por manera que Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí habíamos de ir por una parte y Sandoval por otra. Digamos ahora que los unos a mano derecha y los otros desviados por otro camino; y esto es así, porque los que no saben aquellas ciudades y la laguna lo entiendan, porque se tornaban casi que a juntar. Dejemos de hablar más en ello, y digamos que a cada capitán se le dio las instrucciones de lo que les era mandado; y como nos habíamos de partir para otro día por la mañana, y porque no tuviésemos tantos embarazos en el camino, enviamos adelante todas las capitanías de Tlascala hasta llegar a tierra de mexicanos. Y yendo que iban los tlascaltecas descuidados con su capitán Chichimecatecle, e otros capitanes con sus gentes, no vieron que iba Xicotenga "el mozo", que era el capitán general dellos; y preguntando y pesquisando el Chichimecatecle qué se había hecho o adónde se había quedado, alcanzaron a saber que se había vuelto aquella noche encubiertamente para Tlascala, y que iba a tomar por fuerza el cacicazgo e vasallos y tierra del mismo Chichimecatecle; y las causas que para ello decían los tlascaltecas eran, que como el Xicotenga "el mozo" vio ir los capitanes de Tlascala a la guerra, especialmente a Chichimecatecle, que no tendría contradictores, porque no tenía temor de su padre Xicotenga "el ciego", que como padre le ayudaría, y nuestro amigo Mase-Escaci, que ya era muerto; e a quien temía era el Chichimecatecle. Y también dijeron que siempre conocieron del Xicotenga no tener voluntad de ir a la guerra de México, porque le oían decir muchas veces que todos nosotros y ellos habían de morir en ella. Pues después que aquello vio y entendió el Chichimecatecle, cuyas eran las tierras y vasallos que iba a tomar, vuelve del camino más que de paso, e viene a Tezcuco a hacérselo saber a Cortés; e como Cortés lo supo, mandó que con brevedad fuesen cinco principales de Tezcuco y otros dos de Tlascala, amigos del Xicotenga, a hacerle volver del camino, y le dijesen que Cortés les rogaba que luego se volviese para ir contra sus enemigos los mexicanos, y que mire que su padre don Lorenzo de Vargas, si no fuera viejo y ciego, como estaba, viniera sobre México; y que pues toda Tlascala fueron y son muy leales servidores de su majestad, que no quiera él infamarlos con lo que ahora hace, y le envió a hacer muchos prometimientos y promesas, y que le darla oro y mantas porque volviese. Y la respuesta que le envió a decir fue, que si el viejo de su padre y Mase-Escaci le hubieran creído, que no se hubieran señoreado tanto dellos, que les hace hacer todo lo que quiere; y por no gastar más palabras, dijo que no quería venir. Y como Cortés supo aquella respuesta, de presto dio un mandamiento a un alguacil, y con cuatro de a caballo y cinco indios principales de Tezcuco que fuesen muy en posta, y donde quiera que le alcanzasen le ahorcasen; e dijo: "Ya en este cacique no hay enmienda, sino que siempre nos ha de ser traidor y malo y de malos consejos"; y que no era tiempo para más le sufrir, que bastaba lo pasado y presente. Y como Pedro de Alvarado lo supo rogó mucho por él, y Cortés o le dio buena respuesta o secretamente mandó al alguacil e a los de a caballo que no le dejasen con la vida; y así se hizo, que en un pueblo sujeto a Tezcuco le ahorcaron, y en esto le hubieron de parar sus traiciones. Algunos tlascaltecas hubo que dijeron que su padre don Lorenzo de Vargas envió a decir a Cortés que aquel su hijo era malo y que no se confiase dél, y que procurase de le matar. Dejemos esta plática así, y diré que por esta causa nos detuvimos aquel día sin salir de Tezcuco; y otro día, que fueron 13 de mayo de 1521 años, salimos entrambas capitanías juntas; porque así Cristóbal de Olí como Pedro de Alvarado habíamos de llevar un camino, y fuimos a dormir a un pueblo sujeto de Tezcuco, que se dice Aculma; y pareció ser que el Cristóbal de Olí envió adelante a aquel pueblo a tomar posada, y tenía puesto en cada casa por señal ramos verdes encima de las azoteas; y cuando llegamos con Pedro de Alvarado no hallamos donde posar, y sobre ello ya habíamos echado mano a las armas los de nuestra capitanía contra los de Cristóbal de Olí, y aun los capitanes desafiados, y no faltaron caballeros de entrambas partes que se metieron entre nosotros, y se pacificó algo el ruido, y no tanto, que todavía estábamos todos resabiados; y desde allí lo hicieron saber a Cortés, y luego envió en posta a fray Pedro Melgarejo y el capitán Luis Marín, y escribió a los capitanes y a todos nosotros, reprendiéndonos por la cuestión y persuadiéndonos la paz; y como llegaron nos hicieron amigos; mas desde allí adelante no se llevaron bien los capitanes, que fue Pedro de Alvarado y el Cristóbal de Olí; y otro día fuimos caminando entrambas las capitanías juntas, y fuímonos a dormir a un gran pueblo que estaba despoblado, porque ya era tierra de mexicanos; y otro día fuimos nuestro camino también a dormir a otro gran pueblo que se decía Gualtitan, que otras veces he nombrado, y también estaba sin gente; e otro día pasamos por otros dos pueblos, que se decían Tenayuca y Escapuzalco, y también estaban despoblados; y llegamos a hora de vísperas a Tacuba, y luego nos aposentamos en unas grandes casas y aposentos, porque también estaba despoblado y asimismo se aposentaron todos nuestros amigos los tlascaltecas, y aun aquella tarde fueron por las estancias de aquellas poblaciones y trajeron de comer, y con buenas velas y escuchas y corredores del campo, como siempre teníamos para que no nos cogiesen desapercibidos, dormimos aquella noche; porque ya he dicho otras, veces que la ciudad de México está junto a Tacuba; e ya que anochecía oímos grandes gritas que nos daban desde la laguna, diciéndonos muchos vituperios y que no éramos hombres para salir a pelear con ellos; y tenían tantas de las canoas llenas de gente de guerra, y las calzadas así mismo llenas de guerreros, y aquellas palabras que nos decían eran con pensamiento de nos indignar para que saliésemos aquella noche a guerrear, y herirnos más a su salvo; y como estábamos escarmentados de las calzadas y puentes, muchas veces por mí nombradas, no quisimos salir hasta otro día, que fue domingo, después de haber oído misa, que nos la dijo el padre Juan Díaz; y después de nos encomendar a Dios, acordamos que entrambas capitanías juntas fuésemos a quebrar el agua de Chalputepeque, de que se proveía la ciudad, que estaba desde allí de Tacuba aun no media legua. Y lendo a les quebrar los caños, topamos muchos guerreros, que nos esperaban en el camino; porque bien entendido tenían que aquello había de ser lo primero en que los podríamos dañar; y así como nos encontraron cerca de unos pasos malos, comenzaron a nos flechar y tirar vara y piedra con hondas, e nos hirieron a tres soldados; mas de presto les hicimos volver las espaldas, y nuestros amigos los de Tlascala los siguieron, de manera que mataron veinte y prendieron siete u ocho dellos; y como aquellos grandes escuadrones estuvieron puestos en huida, les quebramos los caños por donde iba el agua a su ciudad, y desde entonces nunca fue a México entre tanto que duró la guerra. Y como aquello hubimos hecho, acordaron nuestros capitanes que luego fuésemos a dar una vista y entrar por la calzada de Tacuba y hacer lo que pudiésemos para les ganar una puente; y llegados que fuimos a la calzada, eran tantas las canoas que en la laguna estaban llenas de guerreros y en las mismas canoas e calzadas, que nos admirábamos dello; y tiraron tanta de vara y piedra con hondas que en la primera refriega hirieron treinta de nuestros soldados e murieron tres; y anque nos hacían tanto daño, todavía les fuimos entrando por la calzada adelante hasta una puente, y a lo que yo entendí, ellos nos daban lugar a ello, por meternos de la parte de la puente; y como allí nos tuvieron, digo que cargaron tanta multitud de guerreros sobre nosotros que no nos podíamos valer; porque por la calzada dicha, que son ocho pasos de ancho, ¿qué podíamos hacer a tan gran poderío que estaban de la una parte y de la otra de la calzada y daban en nosotros como a terrero? Porque ya que nuestros escopeteros y ballesteros no hacían sino armar y tirar a las canoas, no les hacíamos daño, sino muy poco, porque las traían muy bien armadas de talabardones de madera. Pues cuando arremetíamos a los escuadrones que peleaban en la misma calzada luego se echaban al agua, y había tantos dellos, que no nos podíamos valer, pues los de a caballo no aprovechaban cosa ninguna, porque les herían los caballos de la una parte y de la otra desde el agua; y ya que arremetían tras los escuadrones, echábanse al agua, y tenían hechos unos mamparos, donde estaban otros guerreros aguardando con unas lanzas largas que habían hecho con las armas que nos tomaron cuando nos echaron de México e salimos huyendo; y desta manera estuvimos peleando con ellos obra de una hora, y tanta prisa nos daban, que no nos podíamos sustentar contra ellos; y aun vimos que venía por otras partes una gran flota de canoas a atajamos los pasos para tomarnos las espaldas; y conociendo esto nuestros capitanes y todos nuestros soldados, apercibimos que los amigos tlascaltecas que llevábamos, nos embarazaban mucho la calzada, que se saliesen fuera, porque en el agua vista cosa es que no pueden pelear; y acordamos que con buen concierto retraernos y no pasar más adelante. Pues cuando los mexicanos nos vieron retraer y echar fuera los tlascaltecas, ¡qué grita y alaridos nos daban! Y como se venían a juntar con nosotros pie con pie, digo que yo no lo sé escribir, porque toda la calzada hincheron de vara y flecha e piedra de las que nos tiraban, pues las que caían en el agua muchas más serían; y como nos vimos en tierra firme, dimos gracias a Dios por nos haber librado de aquella batalla, y ocho de nuestros soldados quedaron aquella vez muertos y más de cincuenta heridos; y aun con todo esto nos daban grita y decían vituperios desde las canoas, y nuestros amigos los tlascaltecas les decían que saliesen a tierra y que fuesen doblados los contrarios, y pelearían con ellos. Esta fue la primera cosa que hicimos, quitarles el agua y darle vista a la laguna, aunque no ganamos honra con ellos; y aquella noche nos estuvimos en nuestro real y se curaron los heridos, y aun se murió un caballo, y pusimos buen cobro de velas y escuchas; y otro día de mañana dijo el capitán Cristóbal de Olí que se quería ir a su puesto, que era a Cuyoacan, que estaba de allí legua y media; e por más que le rogó Pedro de Alvarado y otros caballeros que no se apartasen aquellas dos capitanías, sino que se estuviesen juntas, jamás quiso; porque como era el Cristóbal muy esforzado, y en la vista que el día antes dimos a la laguna no nos sucedió bien, decía el Cristóbal de Olí que por culpa de Pedro de Alvarado habíamos entrado inconsideradamente; por manera que jamás quiso quedar, y se fue adonde Cortés le mandó, que es Cuyoacan, y nosotros nos quedamos en nuestro real; y no fue bien apartarse una capitanía de otra en aquella sazón, porque si los mexicanos tuvieran aviso que éramos pocos soldados, en cuatro o cinco días que allí estuvimos apartados antes que los bergantines viniesen, y dieran sobre nosotros y en los de Cristóbal de Olí, corriéramos harto trabajo o hicieren grande daño. Y de aquesta manera estuvimos en Tacuba, y el Cristóbal de Olí en su real, sin osar dar más vista ni entrar por las calzadas, y cada día teníamos en tierra rebatos de muchos mexicanos que salían a tierra firme a pelear con nosotros, y aun nos desafiaban para meternos en parte donde fuesen señores de nosotros y no les pudiésemos hacer ningún daño. Y dejarlo he aquí, y diré cómo Gonzalo de Sandoval salió de Tezcuco cuatro días después de la fiesta de Corpus Christi, y se vino a Iztapalapa, que casi todo el camino era de amigos y sujetos de Tezcuco; y como llegó a la población de Iztapalapa, luego les comenzó a dar guerra y a quemar muchas casas de las que estaban en tierra firme, porque las demás casas todas estaban en la laguna; mas no tardó muchas horas, que luego vinieron en socorro de aquella ciudad grandes escuadrones de mexicanos, y tuvo Sandoval con ellos una buena batalla y grandes reencuentros cuando peleaban en tierra; y después de acogidos a las canoas, les tiraban mucha vara y flecha y piedra, y herían algunos soldados. Y estando desta manera peleando, vieron que en una sierrezuela que está allí junto a Iztapalapa en tierra firme hacían grandes ahumadas, y que les respondían con otras ahumadas de otros pueblos que están poblados en la laguna, y era señal que se apellidaban todas las canoas de México y de todos los pueblos de alrededor de la laguna, porque vieron a Cortés que ya había salido de Tezcuco con los trece bergantines, porque luego que se vino el Sandoval de Tezcuco no aguardó allí más Cortés; y la primera cosa que hizo en entrando en la laguna fue combatir a un peñol que estaba en una isleta junto a México, donde estaban recogidos muchos mexicanos, así de los naturales de aquella ciudad como de los forasteros que se habían ido a hacer fuertes; y salió a la laguna contra Cortés todo el número de canoas que había en todo México y en todos los pueblos que están poblados en el agua o cerca della, que son Suchimilco, Cuyoacan, Iztapalapa e Huichilobusco y Mexicalcingo, e otros pueblos que por no me detener no nombro, y todos juntamente fueron contra Cortés, y a esta causa aflojaron algo los que daban guerra en Iztapalapa a Sandoval; y como todos los más de aquella ciudad en aquel tiempo estaban poblados en el agua, no les podía hacer mal ninguno, puesto que a los principios mató muchos de los contrarios; y como llevaba muy gran copia de amigos, con ellos cautivó y prendió mucha gente de aquellas poblaciones. Dejemos al Sandoval, que quedó aislado en Iztapalapa, que no podía venir con su gente a Cuyoacan, si no era por una calzada que atravesaba por mitad de la laguna, y si por ella viniera, no hubiera bien entrado cuando le desbarataran los contrarios, por causa que por entrambas a dos partes del agua le habían de guerrear; y él no había de ser señor de poderse defender, y a esta causa se estuvo quedo. Dejemos al Sandoval, y digamos que como Cortés vio que se juntaban tantas flotas de canoas contra sus trece bergantines, las temió en gran manera, y eran de temer, porque eran más de cuatro mil canoas; y dejó el combate del peñol y se puso en parte de la laguna, para si se viese en aprieto poder salir con sus bergantines a lo largo y correr a la parte que quisiese, y mandó a sus capitanes que en ellos venían que no curasen de embestir ni apretar contra canoas ningunas hasta que refrescase más el viento de tierra, porque en aquel instante comenzaba a ventear; y como las canoas vieron que los bergantines reparaban, creían que de temor dellos lo hacían, y era verdad como lo pensaron, y entonces les daban mucha prisa los capitanes mexicanos, y mandaban a todas sus gentes que luego fuesen a embestir con nuestros bergantines; y en aquel instante vino un viento muy recio y muy bueno, y con buena priesa que se dieron nuestros remeros y el tiempo aparejado, mandó Cortés embestir con la flota de canoas, y trastornaron muchas dellas y prendieron y mataron muchos indios, y las demás canoas se fueron a recoger entre las casas que están en la laguna, en parte que no podían llegar a ellas nuestros bergantines; por manera que este fue el primer combate que se hubo por la laguna, e Cortés tuvo victoria, gracias a Dios por todo, amen. Y como aquello fue hecho, se fue con los bergantines hacia Cuyoacan, adonde estaba asentado el real de Cristóbal de Olí, y peleó con muchos escuadrones mexicanos que le esperaban en partes peligrosas creyendo de tomarle los bergantines; y como le daban mucha guerra desde las canoas que estaban en la laguna y desde unas torres de ídolos, mandó sacar de los bergantines cuatro tiros, y con ellos daba guerra, y mataba y hería muchos indios; y tanta prisa tenían los artilleros, que por descuido se les quemó la pólvora, y aun se chamuscaron algunos dellos las caras y manos; y luego despachó Cortés un bergantín muy ligero a Iztapalapa la real de Sandoval para que trajesen toda la pólvora que tenía, y le escribió que desde allí donde estaba no se mudase. Dejemos a Cortés, que siempre tenla rebatos de mexicanos, hasta que se juntó en el real de Cristóbal de Olí, y en dos días que allí estuvo siempre le combatían muchos contrarios; y porque yo en aquella sazón estaba en lo de Tacuba con Pedro de Alvarado, diré lo que hicimos en nuestro real; y es que, como sentimos que Cortés andaba por la laguna, entramos por nuestra calzada adelante y con gran concierto, y no como la primera vez, y les llegamos a la puente, y los ballesteros y escopeteros con mucho concierto, tirando unos y armando otros, y a los de a caballo les mandó Pedro de Alvarado que no entrasen con nosotros sino que se quedasen en tierra firme haciendo espaldas por temor de los pueblos, por mí memorados, por donde vinimos, no nos diesen entre las calzadas; y desta manera estuvimos, unas veces peleando y otras poniendo resistencia no entrasen por tierra, porque cada día teníamos refriegas, y en ellas nos mataron tres soldados; y también entendíamos en adobar los malos pasos. Dejemos esto, y digamos cómo Gonzalo de Sandoval, que estaba en Iztapalapa, viendo que no les podía hacer mal a los de Iztapalapa, porque estaban en el agua, y ellos a él le herían sus soldados, acordó de se venir a unas casas e población que estaban en el agua, que podían entrar en ellas, y les comenzó a combatir; y estándoles dando guerra, envió Guatemuz, gran señor de México, a muchos guerreros a les ayudar y deshacer y abrir la calzada por donde había entrado el Sandoval, para tomarles dentro y que no tuviesen por donde salir; y envió por otra parte mucha más gente de guerra; como Cortés estaba con Cristóbal de Olí, e vieron salir gran copia de canoas hacia Iztapalapa, acordó de ir con los bergantines y con toda la capitanía de Cristóbal de Olí hacia Iztapalapa en busca de Sandoval; e yendo por la laguna con los bergantines y el Cristóbal de Olí por la calzada, vieron que estaban abriendo la calzada muchos mexicanos y tuvieron por cierto que estaba allí en aquellas casas el Sandoval, y fueron con los bergantines e le hallaron peleando con el escuadrón de guerreros que envió el Guatemuz, y cesó algo la pelea; y luego mandó Cortés a Gonzalo de Sandoval que dejase aquello de Iztapalapa e fuese por tierra a poner cerco a otra calzada que va desde México a un pueblo que se dice Tepeaquilla, adonde ahora llaman Nuestra Señora de Guadalupe, donde hace y ha hecho muchos y admirables milagros. E digamos cómo Cortés repartió los bergantines, y lo que más se hizo.
contexto
Cómo Cortés mandó repartir los doce bergantines, y mandó que se sacase la gente del más pequeño bergantín, que se decía Busca-Ruido, y de lo demás que pasó Como Cortés y todos nuestros capitanes y soldados entendimos que sin los bergantines no podríamos entrar por las calzadas para combatir a México, envió cuatro dellos a Pedro de Alvarado, y en su real, que era el de Cristóbal de Olí, dejó seis bergantines, y a Gonzalo de Sandoval, en la calzada de Tepeaquilla, envió dos; y mandó que el bergantín más pequeño que no anduviese más en el agua, porque no le trastornasen las canoas, que no era de sustento, y la gente y marineros que en él andaban mandó repartir en esotros doce, porque ya estaban muy mal heridos veinte hombres de los que en ellos andaban. Pues desque nos vimos en nuestro real de Tacuba con aquella ayuda de los bergantines, mandó Pedro de Alvarado que los dos dellos anduviesen por la una parte de la calzada y los otros dos de la otra parte, e comenzamos a pelear muy de hecho, porque las canoas que nos solían dar guerra desde el agua, los bergantines las desabarataban; y así, teníamos lugar de les ganar algunas puentes y albarradas; y cuando con ellos estábamos peleando, era tanta la piedra con hondas y vara y flecha que nos tiraban, que por bien que íbamos armados, todos los más soldados nos descalabraban, y quedábamos heridos, y hasta que la noche nos despartía no dejábamos la pelea y combate. Pues quiero decir el mudarse de escuadrones con sus divisas e insignias de las armas, que de los mexicanos se remudaban de rato en rato, pues a los bergantines cuál los paraban de las azoteas, que los cargaban de vara y flecha y piedra, porque era más que granizo, y no lo sé aquí decir ni habrá quien lo pueda comprender, sino los que en ello nos hallamos, que venía tanta multitud dellas más que granizo; e de presto cubrían la calzada; pues ya que con tantos trabajos les ganábamos alguna puente o albarrada y la dejábamos sin guarda, aquella misma noche la habían de tornar a ahondar, y ponían muy mejores defensas, y aun hacían hoyos encubiertos en el agua, para que otro día cuando peleásemos, al tiempo de retraer, nos embarazásemos y cayésemos en los hoyos, y pudiesen en sus canoas desbaratarnos; porque asimismo tenían aparejadas muchas canoas para ello, puestas en partes que no las viesen nuestros bergantines, para cuando nos tuviesen en aprieto en los hoyos, los unos por tierra y los otros por agua dar en nosotros; y para que nuestros bergantines no nos pudiesen venir a ayudar tenían hechas muchas estacadas en el agua, encubiertas en partes que en ellas zabordasen, y desta manera peleábamos cada día. Ya he dicho otras veces que los caballos muy poco aprovechaban en las calzadas, porque si arremetían o daban alcance a los escuadrones que con nosotros peleaban, luego se les arrojaban en el agua, y a unos mamparos que tenían hechos en las calzadas, donde estaban otros escuadrones de guerreros aguardando con lanzas largas de las nuestras, o dalles que habían hecho, muy más largas de las armas que tomaron cuando el gran desbarate que nos dieron en México; y con aquellas lanzas y grandes rociadas de flecha y de vara e piedra que tiraban de la laguna, herían y mataban los caballos antes que se les hiciese a los contrarios daño; y además desto, los caballeros cuyos eran no los querían aventurar, porque costaba en aquella sazón un caballo ochocientos pesos, y aun algunos costaban a más de mil, y no los había, especialmente pudiendo alancear por las calzadas sino muy pocos contrarios. Dejemos esto, y digamos que cuando la noche nos departía curábamos nuestros heridos con aceite, e un soldado que se decía Juan Catalán, que nos las santiguaba y ensalmaba, y verdaderamente digo que hallábamos que nuestro señor Jesucristo era servido de darnos esfuerzo, demás de las muchas mercedes que cada día nos hacía, y de presto sanaban; y así heridos y entrapajados habíamos de pelear desde la mañana hasta la noche, que si los heridos se quedaran en el real sin salir a los combates, no hubiera de cada capitanía veinte hombres sanos para salir. Pues nuestros amigos los de Tlascala, como veían que aquel hombre que dicho tengo nos santiguaba, todos los heridos y descalabrados venían a él, y eran tantos, que en todo el día harto tenía que curar. Pues quiero decir de nuestros capitanes y alféreces y compañeros de bandera, que salíamos llenos de heridas y las banderas rotas, y digo que cada día habíamos menester un alférez, porque salíamos tales, que no podían tornar a entrar a pelear y llevar las banderas; pues con todo esto, ¡por ventura teníamos que comer, no digo de falta de tortillas de maíz, que hartas teníamos, sino algún refrigerio para los heridos, maldito aquel! Lo que nos daba la vida era unos quilites, que son unas yerbas que comen los indios, y cerezas de la tierra mientras las había, y después tunas, que en aquella sazón vino el tiempo dellas; y otro tanto como hacíamos en nuestro real, hacían en el real donde estaba Cortés y en el de Sandoval, que jamás día alguno faltaban capitanías de mexicanos, que siempre les iban a dar guerra, ya he dicho otras veces que desde que amanecía hasta la noche; porque para ello tenía Guatemuz señalados los capitanes y escuadrones que a cada calzada habían de acudir, y el Taltelulco e los pueblos de la laguna, ya otra vez por mí nombrados, tenían señaladas, para que en viendo una señal en el cu mayor de Taltelulco, acudiesen unos en canoas y otros por tierra, y para ello tenían los capitanes mexicanos señalados y con gran concierto cómo y cuándo y a qué partes habían de acudir. Dejemos esto, y digamos cómo nosotros mudamos otra orden y manera de pelear, y es esta que diré: que, como veíamos que cuantas obras de agua ganábamos de día, y sobre lo ganar mataban de nuestros soldados, y todos los más estábamos heridos, lo tornaban a cegar los mexicanos, acordamos que todos nos fuésemos a meter en la calzada, en una placeta donde estaban unas torres de ídolos que las habíamos ya ganado, y había espacio para hacer nuestros ranchos, aunque eran muy malos, que en lloviendo todos nos mojábamos, e no eran para más de cubrirnos del sereno e del sol; y dejamos en Tacuba las indias que nos hacían pan, y quedaron en su guarda todos los de a caballo y nuestros amigos los de Tlascala, para que mirasen y guardasen los pasos, no viniesen de los pueblos comarcanos a darnos en la rezaga en las calzadas mientras que estábamos peleando; y desque hubimos asentado nuestros ranchos adonde dicho tengo, desde allí adelante procuramos que luego las casas o barrios o aberturas de agua que les ganásemos, que luego lo cegásemos, y que las casas diésemos con ellas en tierra y las deshiciésemos, porque ponerlas fuego, tardaban mucho en se quemar, y desde unas casas a otras no se podían encender, porque, como ya otras veces he dicho, cada casa estaba en el agua, y sin pasar en puentes o en canoas no pueden ir de una parte a otra; porque si queríamos ir por el agua nadando, desde las azoteas que tenían nos hacían mucho mal, y derrocándose las casas estábamos muy más seguros, y cuando les ganábamos alguna albarrada o puente o paso malo donde ponían mucha resistencia, procurábamos de la guardar de día y de noche, y es desta manera: que todas nuestras capitanías velábamos las noches juntas, y el concierto que para ello se dio fue: que tomaba la vela desde que anochecía hasta media noche la primera capitanía, y eran sobre cuarenta soldados, y dende media noche hasta dos horas antes que amaneciese tomaba la vela otra capitanía de otros cuarenta hombres, y no se iban del puesto los primeros, que allí en el suelo dormíamos, y este cuarto es el de la modorra; y luego venían otros cuarenta y tantos soldados, y velaban el alba, que eran aquellas dos horas que había hasta el día, y tampoco se habían de ir los que velaban la modorra, que allí habían de estar; por manera que cuando amanecía nos hallábamos velando sobre ciento y veinte soldados todos juntos, y aun algunas noches, cuando sentíamos mucho peligro, desde que anochecía hasta que amanecía todos los del real estábamos juntos aguardando el gran ímpetu de los mexicanos, por temor no nos rompiesen, porque teníamos aviso de unos capitanes mexicanos que en las batallas prendimos, que el Guatemuz tenía pensamiento y puesto en plática con sus capitanes que procurasen en una noche o de día romper por nosotros en nuestra calzada, e que venciéndonos por aquella nuestra parte, que luego eran vencidas y desbaratadas las dos calzadas, donde estaba Cortés, y en la donde estaba Gonzalo de Sandoval; y también tenía concertado que los nueve pueblos de la laguna, y el mismo Tacuba y Escapuzalco y Tenayuca, que se juntasen, que para el día que ellos quisiesen, romper y dar en nosotros, que se diese en las espaldas en la calzada, e que las indias que nos hacían pan, que teníamos en Tacuba, y fardaje, que las llevasen de vuelo una noche. Y como esto alcanzamos a saber, apercibimos a los de a caballo, que estaban en Tacuba, que toda la noche velasen y estuviesen alerta, y también a nuestros amigos los tlascaltecas; y así como el Guatemuz lo tenía concertado lo puso por obra, que vinieron muy grandes escuadrones, y unas noches nos venían a romper y dar guerra a media noche, y otras a la modorra, y otras al cuarto del alba, e venían algunas veces sin hacer rumor, y otras con grandes alaridos, de suerte que no nos daban un punto de quietud; y cuando llegaban a donde estábamos velando, la vara, piedra y flecha que tiraban, e otros muchos con lanzas, era cosa de ver; y puesto que herían algunos de nosotros, como los resistíamos, volvían muchos heridos, e otros muchos guerreros vinieron a dar en nuestro fardaje, e los de a caballo e tlascaltecas los desbarataron diferentes veces; porque, como era de noche, no aguardaban mucho; y desta manera que he dicho velábamos, que ni porque lloviese, ni vientos ni fríos, y aunque estábamos metidos en medio de grandes Iodos, y heridos, allí habíamos de estar; y aun esta miseria de tortillas e yerbas que habíamos de comer, o tunas: sobre la obra del batallar, como dicen los oficiales, había de ser; pues con todos estos recaudos que poníamos con tanto trabajo, heridas y muertes de los nuestros, nos tornaban abrir la puente o calzada que les habíamos ganado, que no se les podía defender de noche que no lo hiciesen, e otro día se la tornábamos a ganar y a cegar, y ellos a la tornar a abrir e hacer más fuerte con mamparos, hasta que los mexicanos mudaron otra manera de pelear, la cual diré en su coyuntura. Y dejemos de hablar de tantas batallas como cada día teníamos, y otro tanto en el real de Cortés y en el de Sandoval, y digamos que qué aprovechaba haberles quitado el agua de Chapultepeque, ni menos aprovechaba haberles vedado que por las tres calzadas no les entrase bastimento ni agua. Ni tampoco aprovechaban nuestros bergantines estándose en nuestros reales, no sirviendo de más de cuando peleábamos poder hacernos espaldas de los guerreros de las canoas y de los que peleaban de las azoteas; porque los mexicanos metían mucha agua y bastimentos de los nueve pueblos que estaban poblados en el agua; porque en canoas les proveían de noche, o de otros pueblos sus amigos, de maíz e gallinas y todo lo que querían. E para otro día evitar que no les entrase aquesto, fue acordado por todos los tres reales que dos bergantines anduviesen de noche por la laguna a dar caza a las canoas que venían cargadas con bastimentos e agua, e todas las canoas que se les pudiesen quebrar o traer a nuestros reales, que se las tomasen; y hecho este concierto, fue bueno, puesto que para pelear y guardarnos hacían falta de noche los dos bergantines, mas hicieron mucho provecho en quitar que no les entrasen bastimentos e agua; y aun con todo esto no dejaban de ir muchas canoas cargadas de lleno; y como los mexicanos andaban descuidados en sus canoas metiendo bastimentos, no había día que no traían los bergantines que andaban en su busca presa de canoas y muchos indios colgados de las entenas. Dejemos esto, y digamos el ardid que los mexicanos tuvieron para tomar nuestros bergantines y matar los que en ellos andaban, y es desta manera, que como he dicho, cada noche y en las mañanas, iban a buscar por la laguna sus canoas y las trastornaban con los bergantines, y prendían muchas dellas, acordaron de armar treinta piraguas, que son canoas muy grandes, con muy buenos remeros y guerreros; y de noche se metieron todas treinta entre unos carrizales en parte que los bergantines no las pudiesen ver, y cubiertas de ramas echaban de antenoche dos o tres canoas, como que llevaban bastimentos o metían agua, y con buenos remeros, y en parte que les parecía a los mexicanos que los bergantines habían de correr cuando con ellos peleasen, habían hincado muchos maderos gruesos, hechos estacadas, para que en ellos zabordasen; pues como iban las canoas por la laguna mostrando señal de temerosas, arrimadas algo a los carrizales, salen dos de nuestros bergantines tras ellas, y las dos canoas hacen que se van retrayendo a tierra a la parte que estaban las treinta piraguas en celada, y los bergantines siguiéndolas, e ya que llegaban a la celada salen todas las piraguas juntas y dan tras nuestros bergantines, e de presto hirieron a todos los soldados e remeros y capitanes, y no podían ir a una parte ni a otra, por las estacadas que les tenían puestas; por manera que mataron al un capitán, que se decía fulano de Portillo, gentil soldado que había sido en Italia, e hirieron a Pedro Barba, que fue otro muy buen capitán, y desde a tres días murió de las heridas; y tomaron el bergantín. Estos dos bergantines eran del real de Cortés, de lo cual recibió muy gran pesar; mas dende a pocos días se lo pagaron muy bien con otras celadas que echaron; lo cual diré a su tiempo. Y dejemos ahora de hablar dellos, y digamos cómo en el real de Cortés y en el de Gonzalo de Sandoval siempre tenían muy grandes combates, y muy mayores en el de Cortés, porque mandaba quemar y derrocar casas y cegar puentes, y todo lo que ganaba cada día lo cegaba, y enviaba a mandar a Pedro de Alvarado que mirase que no pasásemos puente ni abertura de la calzada sin que primero la tuviésemos ciega, e que no quedase casa que no se derrocase y se pusiese fuego; y con los adobes y madera de las casas que derrocábamos, cegábamos los pasos y aberturas de las puentes; y nuestros amigos los de Tlascala nos ayudaban en toda la guerra muy como varones. Dejemos desto, y digamos, cómo los mexicanos vieron que todas las casas las allanábamos por el suelo, e que las puentes y aberturas las cegábamos, acordaron de pelear de otra manera, y fue, que abrieron una puente y zanja muy ancha y honda, que cuando la pasábamos en partes no hallábamos pie, e tenían en ellas hechos muchos hoyos, que no los podíamos ver dentro en el agua, e unos mamparos e albarradas, así de la una parte como de la otra de aquella abertura, e tenían hechas muchas estacadas con maderos gruesos en partes que nuestros bergantines zabordasen si nos viniesen a socorrer cuando estuviésemos peleando sobre tomarles aquella fuerza; porque bien entendían que la primera cosa que habíamos de hacer era deshacerles el albarrada y pasar aquella abertura de agua para entrarles en la ciudad; y asimismo tenían aparejados en partes escondidas muchas canoas, bien armadas de guerreros, y buenos remeros; y un domingo de mañana comenzaron a venir por tres partes grandes escuadrones de guerreros, y nos acometen de tal manera, que tuvimos bien que hacer en sustentarnos, no nos desbaratasen; e ya en aquella sazón había mandado Pedro de Alvarado que la mitad de los de a caballo, que solían estar en Tacuba, durmiese en la calzada, porque no tenían tanto riesgo como al principio, porque ya no había azoteas, y todas las más casas estaban derrocadas, y podían correr por algunas partes de las calzadas sin que de las canoas ni azoteas les pudiesen herir los caballos. Y volvamos a. nuestro propósito, y es, que de aquellos tres escuadrones que vinieron muy bravosos, los unos por una parte donde estaba la gran abertura en el agua, y los otros por unas casas de las que les habíamos derrocado, y el otro escuadrón nos había tomado las espaldas de la parte de Tacuba, y estábamos como cercados; los de a caballo, con nuestros amigos los de Tlascala, rompieron por los escuadrones que nos habían tomado las espaldas, y todos nosotros estuvimos peleando muy valerosamente con los otros dos escuadrones hasta les hacer retraer; mas era fingida aquella muestra que hacían que huían, y les ganamos la primera albarrada, y la otra albarrada donde se hicieron fuertes también la desampararon; y nosotros, creyendo que llevábamos victoria, pasamos aquella agua a vuelapié, y por donde la pasamos no había ningunos hoyos, e vamos siguiendo el alcance entre unas grandes casas y torres de adoratorios, y los contrarios hacían que todavía huían e se retraían, e no dejaban de tirar vara y piedra con hondas, y muchas flechas; y cuando no nos catamos, tenían encubiertos en partes que no los podíamos ver tanta multitud de guerreros que nos salen al encuentro, y otros muchos desde las azoteas e desde las casas; y los que primero hacían que se iban retrayendo, vuelven sobre nosotros todos a una, y nos dan tal mano, que no les podíamos sustentar; y acordamos de nos volver retrayendo con gran concierto; y tenían aparejadas en el agua y abertura que les teníamos ganada, tanta flota de canoas en la parte por donde primero habíamos pasado, donde no había hoyos, porque no pudiésemos pasar por aquel paso, que nos hicieron ir a pasar por otra parte adonde he dicho que estaba muy más honda el agua y tenían hechos muchos hoyos; y como venían contra nosotros tanta multitud de guerreros y nos veníamos retrayendo, pasábamos el agua a nado e a vuelapié, e caíamos todos los más soldados en los hoyos, entonces acudieron todas las canoas sobre nosotros, y allí apañaron los mexicanos cinco de nuestros soldados y los llevaron a Guatemuz, e hirieron a todos los más, pues los bergantines que aguardábamos para nuestra ayuda no podían venir, porque todos estaban zabordados en las estacadas que les tenían puestas, y con las canoas y azoteas les dieron buena mano de vara y flecha, y mataron dos soldados remeros e hirieron a muchos de los nuestros. E volvamos a los hoyos e aberturas: digo que fue maravilla cómo no nos mataron a todos en ellos; de mí digo que ya me habían echado mano muchos indios, y tuve manera para desembarazar el brazo, y nuestro señor Jesucristo me dio esfuerzo para que a buenas estocadas que les di, me salvase, y bien herido en un brazo; y como me vi fuera de aquella agua en parte segura, me quedé sin sentido, sin me poder sostener en mis pies e sin huelgo ninguno; y esto causó la gran fuerza que puse para me descabullir de aquella gentecilla, e de la mucha sangre que me salió; e digo que cuando me tenían engarrafado, que en el pensamiento yo me encomendaba a nuestro señor Dios e a nuestra señora su bendita madre, y ponía la fuerza que he dicho, por donde me salvé; gracias a Dios por las mercedes que me hace. Otra cosa quiero decir, que Pedro de Alvarado y los de a caballo, como tuvieron harto en romper los escuadrones que nos venían por las espaldas de la parte de Tacuba, no pasó ninguno dellos aquella agua ni albarradas, sino fue uno solo de a caballo que había venido poco había de Castilla, y allí le mataron a él y al caballo; y como vio el Pedro de Alvarado que nos veníamos retrayendo, nos iba ya a socorrer con otros de a caballo, y si allá pasara, por fuerza habíamos de volver sobre los indios; y si volviera, no quedara ninguno dellos ni de los caballos ni de nosotros a vida, porque la cosa estaba de arte que cayeran en los hoyos, y había tantos guerreros, que les mataran los caballos con lanzas que para ello tenían largas, y dende las muchas azoteas que había, porque esto que pasó era en el cuerpo de la ciudad; y con aquella victoria que tenían los mexicanos, todo aquel día, que era domingo, como dicho tengo, tornaron a venir a nuestro real otra tanta multitud de guerreros, que no nos dejaban ni nos podíamos valer, que ciertamente creyeron de nos desbaratar; y nosotros con unos tiros de bronce y buen pelear nos sostuvimos contra ellos, y con velar todas las capitanías juntas cada noche. Dejemos desto, y digamos, como Cortés lo supo, del gran enojo que tenía, escribió luego en un bergantín a Pedro de Alvarado que mirase que en bueno ni en malo dejase un paso por cegar, y que todos los de a caballo durmiesen en las calzadas, y en toda la noche estuviesen ensillados y enfrenados, y que no curásemos de pasar más adelante hasta haber cegado con adobes y madera aquella gran abertura, y que tuviesen buen recaudo en el real. Pues como vimos que por nosotros había acaecido aquel desmán, desde allí adelante procurábamos de tapar y cegar aquella abertura; y aunque fue con harto trabajo y heridas que sobre ella nos daban los contrarios, e muerte de seis soldados, en cuatro días la tuvimos cegada, y en las noches sobre ella misma velábamos todas las tres capitanías, según la orden que dicho tengo y quiero decir que entonces, como los mexicanos estaban junto a nosotros cuando velábamos, que también ellos tenían sus velas, y por cuartos se mudaban, y era desta manera: que hacían grande lumbre, que ardía toda la noche, y los que velaban estaban apartados de la lumbre, y desde lejos no les podíamos ver, porque con la claridad de la leña, que siempre ardía, no podíamos ver los indios que velaban; mas bien sentíamos cuando se remudaban y cuando venían a atizar su leña; y muchas noches había que, como llovía aquella sazón mucho, les apagaba la lumbre, y la tornaban a encender, y sin hacer rumor ni hablar entre ellos palabra, se entendían con unos silbos, que daban. También quiero decir que nuestros escopeteros y ballesteros, muchas veces cuando sentíamos que se venían a trocar las velas, les tiraban a bulto, e piedras y saetas perdidas, y no les hacíamos mal, porque estaban en parte que, aunque de noche quisiéramos ir a ellos, no podíamos, con otra gran abertura de zanja bien honda que habían abierto a mano, e albarradas y mamparos que tenían; e también ellos nos tiraban a bulto mucha piedra e vara y flecha. Dejemos de hablar destas velas, e digamos cómo cada día íbamos por nuestra calzada adelante, peleando con muy buen concierto, y les ganamos la abertura que he dicho donde velaban; y era tanta la multitud de los contrarios que contra nosotros cada día venían, y la vara, flecha y piedra que tiraban, que nos herían a todos, aunque íbamos con gran concierto y bien armados. Pues ya que se había pasado todo el día batallando, y se venía la tarde, y no era coyuntura para pasar más adelante, sino volvernos retrayendo, en aquel tiempo tenían ellos muchos escuadrones aparejados, creyendo que con la gran priesa que nos diesen al tiempo del retraer nos desbaratarían, porque venían tan bravosos como tigres, y pie con pie se juntaban con nosotros; y como aquello conocíamos dellos, la manera que teníamos para retraer era esta: que la primera cosa que hacíamos era echar de la calzada a nuestros amigos los tlascaltecas: porque, como eran muchos, con nuestro favor querían llegar a pelear con los mexicanos; y como los mexicanos eran mañosos, que no deseaban otra cosa sino vernos embarazados con los amigos, y con grandes arremetidas que hacían por todas tres partes para nos poder tomar en medio o atajar algunos de nosotros. y con los muchos tlascaltecas que embarazaban, no podíamos pelear a todas partes, e por esta causa los echábamos fuera de la calzada, en parte que los poníamos en salvo; y cuando nos veíamos que no teníamos embarazo dellos, nos retraíamos al real, no vueltas las espaldas, sino haciéndoles rostro, unos ballesteros y escopeteros soltando y otros armando; y nuestros cuatro bergantines cada dos de los dos lados de las calzadas por la laguna, defendiéndonos por las flotas de las canoas, y de las muchas piedras de las azoteas y casas que estaban por derrocar; y aun con todo este concierto teníamos harto riesgo de nuestras personas hasta volvernos a los ranchos, y luego nos quemábamos con aceite nuestras heridas y apretarlas con mantas de la tierra, y cenar de las tortillas que nos traían de Tacuba, e yerbas y tunas quien lo tenía; y luego íbamos a velar a la abertura del agua, como dicho tengo, y luego a otro día por la mañana: sus ¡a pelear! porque no podíamos hacer otra cosa, . porque por muy de mañana que fuese, ya estaban sobre nosotros los batallones contrarios, y aun llegaban a nuestro real y nos decían vituperios; y desta manera pasábamos nuestros trabajos. Dejemos por ahora de contar de nuestro real, que es de Pedro de Alvarado, y volvamos al de Cortés, que siempre de noche y de día le daban combates, y le mataban y herían muchos soldados, y era de la manera que a nosotros los del real de Tacuba; y siempre traía dos bergantines a dar caza de noche a las canoas que entraban en México con bastimentos e agua; e parece ser que el un bergantín prendió a dos principales que venían en una de las muchas canoas que venían con bastimento, y dellos supo Cortés que tenían en celada entre unos matorrales cuarenta piraguas y otras tantas canoas para tomar a alguno de nuestros bergantines, como hicieron la otra vez; y aquellos dos principales que se prendieron, Cortés les halagó y dio mantas, y con muchos prometimientos que en ganando a México les daría tierras, y con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar les preguntó que a qué parte estaban las piraguas (porque no se pusieron donde la otra vez) y ellos señalaron en el puesto y paraje que estaban, y aun avisaron que habían hincado muchas estacas de maderos gruesos en partes, para que si los bergantines fuesen huyendo de sus piraguas, zabordasen, y allí los apañasen y matasen a los que iban en ellos. Y como Cortés tuvo aquel aviso, apercibió seis bergantines que aquella noche se fuesen a meter a unos carrizales apartados obra de un cuarto de legua, donde estaban las piraguas, y que se cubriesen con mucha rama; y fueron a remo callado, y estuvieron toda la noche aguardando, y otro día muy de mañana mandó Cortés que fuese un bergantín como que iba a dar caza a las canoas que entraban con bastimentos, y mandó que fuesen los dos indios principales que se prendieron dentro del bergantín, porque mostrasen en qué parte estaban las piraguas, porque el bergantín fuese hacia allá; y asimismo los mexicanos nuestros contrarios concertaron de echar dos canoas echadizas, como la otra vez, adonde estaba su celada, como que traían bastimento, para que se cebase el bergantín en ir tras ellas; por manera que ellos tenían un pensamiento y nosotros otro como el suyo de la misma manera; y como el bergantín que echó Cortés vio a las canoas que echaron los indios para cebarle, iba tras ellas, y las dos canoas hacían que se iban huyendo a tierra adonde estaba su celada de sus piraguas, y luego nuestro bergantín hizo semblante que no osaba llegar a tierra, y que se volvía retrayendo; y cuando las piraguas y otras muchas canoas le vieron que se volvía, salen tras él con gran furia y remar todo lo que podían, y le iban siguiendo; y el bergantín se iba como huyendo donde estaban los otros seis bergantines en celada, y todavía las piraguas siguiéndole; y en aquel instante soltaron unas escopetas, que era la señal de cuando habían de salir nuestros bergantines; y cuando oyeron la señal, salen con grande ímpetu y dieron sobre las piraguas y canoas, que trastornaron, y mataron y prendieron muchos guerreros, y también el bergantín que echaron para en celada, que iba ya a lo largo, vuelve a ayudar a sus compañeros; por manera que se llevó buena presa de prisioneros y canoas; y dende allí adelante no osaban los mexicanos echar más celadas, ni se atrevían a meter bastimentos ni agua tan a ojos vistas como solían; y desta manera pasaba la guerra de los bergantines en la laguna y nuestras batallas en las calzadas. Y digamos ahora, como vieron los pueblos que estaban en la laguna poblados, que ya los he nombrado otras veces, que cada día teníamos victoria, ansí por el agua como por tierra, y vieron venir a nuestra amistad muchos amigos, ansí los de Chalco como los de Tezcuco e Tlascala e otras poblaciones, y con todos les hacían mucho mal y daño en sus pueblos, y les cautivaban muchos indios e indias; parece ser se juntaron todos, e acordaron de venir de paz ante Cortés, y con mucha humildad le demandaron perdón si en algo nos habían enojado, y dijeron que eran mandados, que no Podían hacer otra cosa; y Cortés holgó mucho de los ver venir de paz de aquella manera, y aun cuando lo supimos en nuestro real de Pedro de Alvarado y en el de Gonzalo de Sandoval, nos alegramos todos los soldados. Y volviendo a nuestra plática: Cortés con buen semblante y con muchos halagos les perdonó, y les dijo que eran dignos de gran castigo por haber ayudado a los mexicanos; y los pueblos que vinieron fueron Iztapalapa, Huichilobusco e Cuyoacan e Mezquique, y todos los de la laguna y agua dulce; y les dijo Cortés que no habíamos de alzar real hasta que los mexicanos viniesen de paz, o por guerra los acabase; y les mandó que en todo nos ayudasen con todas las canoas que tuviesen para combatir a México, e que viniesen a hacer sus ranchos e trajesen comida, lo cual dijeron que así lo harían; e hicieron los ranchos de Cortés, y no traían comida, sino muy poca y de mala gana. Nuestros ranchos, donde estaba Pedro de Alvarado nunca se hicieron, que así nos estábamos al agua, porque ya saben los que en esta tierra han estado que por junio, julio y agosto son en estas partes cotidianamente las aguas. Dejemos esto, y volvamos a nuestra calzada y a los combates que cada día dábamos a los mexicanos, y cómo les íbamos ganando muchas torres de ídolos y casas y otras aberturas de zanjas y puentes que de casa a casa tenían hechas, y todo lo cegábamos con adobes y la madera de las casas que deshacíamos y derrocábamos, y aun sobre ellas velábamos; y aun con toda esta diligencia que poníamos, lo tornaban a hondar y ensanchar, y ponían más albarradas, y porque entre todas tres nuestras capitanías teníamos por deshonra que unos batallásemos e hiciésemos rostro a los escuadrones mexicanos, y otros estuviesen cegando los pasos y aberturas y puentes; y por excusar diferencias sobre los que habíamos de batallar o cegar aberturas, mandó Pedro de Alvarado que una capitanía tuviese cargo de cegar y entender en la obra un día, y las dos capitanías batallasen e hiciesen rostro contra los enemigos, y esto había de ser por rueda, un día una y luego otro día otra capitanía, hasta que por todas tres volviese la andana y rueda; y con esta orden no quedaba cosa que les ganábamos que no dábamos con ella en el suelo, y nuestros amigos los tlascaltecas, que nos ayudaban; y ansí les íbamos entrando en su ciudad; mas al tiempo de retraer todas tres capitanías habíamos de pelear juntos, porque entonces era donde corríamos mucho peligro; y como otra vez he dicho, primero hacíamos salir de las calzadas todos los tlascaltecas, porque cierto era demasiado embarazo para cuando peleábamos. Dejemos de hablar de nuestro real, y volvamos al de Cortés y al de Gonzalo de Sandoval, que a la continua, ansí de día como de noche, tenían sobre sí muchos contrarios por tierra y flotas de canoas por la laguna, y siempre les daban guerra, y no les podían apartar de sí. Pues en lo de Cortés, por les ganar una puente y obra muy honda, que era mala de ganar, en ella tenían los mexicanos muchos mamparos y albarradas, que no se podían pasar sino a nado, e ya que se pusiesen a pasarla, estábanles aguardando muchos guerreros con flechas y piedras con honda, y vara y macanas y espadas de a dos manos, y lanzas como dalles, y engastadas las espadas que nos tomaron, acudiendo siempre gran multitud de guerreros, y la laguna llena de canoas de guerra; y había junto a las albarradas muchas azoteas, y dellas les tiraban muchas piedras, de que con gran dificultad se podían defender; y los herían muchos, y algunos mataban, y los bergantines no les podían ayudar, por las estacadas que tenían puestas, en que se embarazaban los bergantines; y sobre ganarles esta fuerza y puente y abertura pasaron los de Cortés mucho trabajo, y estuvieron muchas veces a punto de perderse, e le mataron cuatro soldados en el combate y le hirieron sobre treinta; y como era ya tarde cuando la acabaron de ganar, no tuvieron tiempo de la cegar, y se volvieron retrayendo con muy grande trabajo y peligro, y con más de treinta soldados heridos y muchos tlascaltecas descalabrados, aunque peleaban bravosamente. Dejemos esto, y digamos otra manera con que Guatemuz mandó pelear a sus capitanes, haciendo apercibir todos sus poderes para que nos diesen guerra continuamente; y es que, como para otro día era fiesta de señor San Juan de junio, que entonces se cumplía un año puntualmente que habíamos entrado en México, cuando el socorro del capitán Pedro de Alvarado, y nos desbarataron, según dicho tengo en el capítulo que dello habla, parece ser tenía cuenta en ello el Guatemuz, y mandó que en todos tres reales nos diesen toda la guerra y con la mayor fuerza que pudiesen con todos sus poderes, así por tierra como con las canoas por el agua, para acabarnos de una vez, como decían se lo tenía mandado su Huichilobos, y mandó que fuese de noche al cuarto de la modorra; y porque los bergantines no nos pudiesen ayudar, en todas las más partes de la laguna tenían hechas unas estacadas para que en ellas zabordasen; y vinieron con esta furia e ímpetu, que si no fuera por los que velábamos juntos, que éramos sobre ciento y veinte soldados, y todos muy acostumbrados a pelear, nos entraran en el real y corríamos harto peligro, y con muy grande concierto les resistimos, y allí hirieron a quince de los nuestros, y dos murieron de ahí a ocho días de las heridas. Pues en el real de Cortés también les pusieron en grande aprieto e trabajo, e hubo muchos muertos y heridos, y en lo de Sandoval por el consiguiente, y desta manera vinieron dos noches arreo; y también en aquellos reencuentros quedaron muchos mexicanos muertos y muchos heridos; y como Guatemuz y sus capitanes y papas vieron que no aprovechaba nada la guerra que dieron aquellas noches, acordaron que con todos sus poderes juntos viniesen al cuarto del alba y diesen en nuestro real, que se dice el de Tacuba; y vinieron tan bravosos, que nos cercaron por todas partes, y aun nos tenían medio desbaratados y atajados; y quiso Dios darnos esfuerzo, que nos tornamos a hacer un cuerpo y nos amparamos algo con los bergantines, y a buenas estocadas y cuchilladas, que andábamos pie con pie, los apartamos algo de nosotros, y los de a caballo no estaban holgando; pues los ballesteros y escopeteros hacían lo que podían, que harto tuvieron que romper en otros escuadrones que nos tenían tomadas las espaldas; y en aquella batalla mataron a ocho e hirieron a muchos de nuestros soldados, y a Pedro de Alvarado le descalabraron, y si nuestros amigos les tlascaltecas durmieran aquella noche en la calzada, corríamos gran riesgo con el embarazo que ellos nos pusieran, como eran muchos; mas la experiencia de lo pasado nos hacía que luego los echásemos fuera de la calzada y se fuesen a Tacuba, y quedábamos sin cuidado. Tornemos a nuestra batalla, que matamos muchos mexicanos, y se prendieron cuatro personas principales. Bien tengo entendido que los curiosos lectores se hartarán ya de ver cada día combates, y no se puede hacer menos, porque noventa y tres días estuvimos sobre esta tan fuerte ciudad, cada día e de noche teníamos guerras, y combates, y por esta causa los hemos de decir muchas veces, de cómo e cuándo e de qué manera e arte pasaba; e no lo pongo aquí por capítulos lo que cada día hacíamos, porque me parece que sería gran prolijidad o sería cosa para nunca acabar, y parecería a los libros de Amadís e de otros de caballería; e porque de aquí adelante no me quiero detener en contar tantas batallas e reencuentros que cada día e de noche teníamos, si posible fuere, lo diré lo más breve que pueda, hasta el día de San Hipólito, que, gracias a nuestro señor Jesucristo, nos apoderamos desta tan gran ciudad y prendimos al rey della, que se decía Guatemuz, e a sus capitanes; puesto que antes que le prendiésemos tuvimos muy grandes desmanes, e casi que estuvimos en gran ventura de nos perder en todos nuestros reales, especialmente en el real de Cortés por descuido de sus capitanes, como adelante verán.
contexto
Cómo desbarataron los indios mexicanos a Cortés, e le llevaron vivos para sacrificar sesenta y dos soldados, e le hirieron en una pierna, y el gran peligro en que nos vimos por su causa Como Cortés vio que no se podían cegar todas las aberturas y puentes e zanjas de agua que ganábamos cada día, porque de noche las tornaban a abrir los mexicanos y hacían más fuertes albarradas que de antes tenían hechas, e que era gran trabajo pelear y cegar puentes y velar todos juntos; en demás como estábamos heridos y le habían muerto veinte, acordó de poner en pláticas con los capitanes y soldados que tenía en su real, que se decían Cristóbal de Olí y Francisco Verdugo y Andrés de Tapia, y el alférez Corral y Francisco de Lugo, y también nos escribió al real de Pedro de Alvarado y al de Gonzalo de Sandoval, para tomar parecer de todos los capitanes y soldados; y el caso que propuso fue, que si nos parecía que fuésemos entrando de golpe en la ciudad hasta entrar y llegar al Taltelulco, que es la plaza mayor de México, que es muy más ancha y grande que no la de Salamanca; e que llegados que llegásemos, que sería bien asentar en él todos tres reales, que desde allí podíamos batallar por las calles de México, y sin tener tantos trabajos e riesgo al retraer, ni tener tanto que cegar ni velar las puentes. Y como en tales pláticas y consejos suele acaecer, hubo en ellas muchos pareceres, porque tos unos decían que no era buen consejo ni acuerdo meternos tan de hecho en el cuerpo de la ciudad, sino que nos estuviésemos como estábamos batallando y derrocando y abrasando casas; y las causas más evidentes que dimos los que éramos en este parecer fue, que sí nos metíamos en el Taltelulco y dejábamos todas las calzadas y puentes sin guarda y desamparadas, que como los mexicanos son muchos y guerreros, y con las muchas canoas que tienen nos tornarían a abrir las puentes y calzadas, y no seríamos señores dellas, e que con sus grandes poderes nos darían guerra de noche y de día; e que, como siempre tienen hechas muchas estacadas, nuestros bergantines no nos podrían ayudar, y de aquella manera que Cortés decía, seríamos nosotros los cercados, y ellos tendrían por sí la tierra, campo y laguna; y le escribimos sobre el caso, para que no nos aconteciese como la pasada que dicen en el refrán de Mazagatos, cuando salimos huyendo de México; y cuando Cortés hubo visto el parecer de todos, y vio las buenas razones que sobre ello le dábamos, en lo que se resumió en todo lo platicado fue, que para otro día saliésemos de todos tres reales con toda la mayor pujanza, así los de a caballo como los ballesteros, escopeteros y soldados, e que los fuésemos ganando hasta la plaza mayor, que es el Taltelulco, apercibidos los tres reales y los tlascaltecas y de Tezcuco y los pueblos de la laguna que nuevamente habían dado la obediencia a su majestad, para que con todas sus canoas se viniesen a ayudar a todos nuestros bergantines. Una mañana, después de haber oído misa y nos encomendar a Dios, salimos de nuestro real con el capitán Pedro de Alvarado, y también salió Cortés del suyo, y Gonzalo de Sandoval con todos sus capitanes, y con grande pujanza iba ganando puentes y albarradas, y los contrarios peleaban como fuertes guerreros, y Cortés por su parte llevaba victoria, y asimismo Gonzalo de Sandoval por la suya, pues por nuestro real ya les habíamos ganado otra albarrada y una puente, y esto fue con mucho trabajo, porque había muy grandísimos poderes del Guatemuz, y la estaban guardando, y salimos della muchos de nuestros soldados muy mal heridos, e uno murió luego de las heridas, y nuestros amigos los tlascaltecas salieron más de mil dellos maltratados y descalabrados, y todavía íbamos siguiendo la victoria muy ufanos. Volvamos a decir de Cortés y de todo su ejército, que ganaron una abertura de agua muy honda, y estaba en ella una calzadilla muy angosta, que los mexicanos con maña y ardid la habían hecho de aquella manera, porque tenían pensado entre si lo que ahora a nuestro general Cortés le aconteció; y es que, como llevaba victoria él y todos sus capitanes y soldados, y la calzada llena de nuestros amigos, e iban siguiendo a los contrarios, y puesto que decían que huían, no dejaban de tirarnos piedra, vara y flecha, y hacían algunas paradillas como que resistían a Cortés, hasta que le fueron cebando para que fuese tras ellos, y desque vieron que de hecho iba tras ellos siguiendo la victoria, hacían que iban huyendo dél. Por manera que la adversa fortuna vuelve su rueda, y a las mayores prosperidades acuden muchas tristezas. Y como nuestro Cortés iba victorioso y en el alcance de los contrarios, por su descuido e porque nuestro señor Jesucristo lo permitió, él y sus capitanes y soldados dejaron de cegar el abertura de agua que habían ganado; y como la calzadilla por donde iban con maña la habían hecho angosta, y aun entraba en ella agua por algunas partes, y había mucho lodo y cieno, como los mexicanos le vieron pasar aquel paso sin cegar, que no deseaban otra cosa, y aun para aquel, efecto tenían apercibidos muchos escuadrones de guerreros mexicanos con esforzados capitanes, y muchas canoas en la laguna, en parte que nuestros bergantines no les podían hacer daño ninguno con las grandes estacadas que les tenían puestas en que zabordasen, vuelven sobre nuestro Cortés y contra todos sus soldados con tan grande furia de escuadrones y con tales alaridos y gritos, que los nuestros no les pudieron defender su gran ímpetu y fortaleza con que vinieron a pelear, y acordaron todos los soldados con sus capitanes y banderas de se volver retrayendo con gran concierto; más, como venían contra ellos tan rabiosos contrarios, hasta que les metieron en aquel mal paso se desconcertaron de suerte, que vuelven huyendo sin hacer resistencia; y nuestro Cortés, desde que así los vio venir desbaratados, los esforzaba y decía: "Tened, tened, señores, tened recio; ¿qué es esto, que así habéis de volver las espaldas?" Y no les pudo detener ni resistir; y en aquel paso que dejaron de cegar, y en la calzadilla, que era angosta y mala, y con las canoas le desbarataron e hirieron en una pierna y le llevaron vivo sobre sesenta y tantos soldados, y le mataron seis caballos e yeguas; y a Cortés ya le tenían muy engarrafado seis o siete capitanes mexicanos, e quiso Dios nuestro señor ponerle esfuerzo para que se defendiese y se librase dellos, puesto que estaba herido en una pierna; porque en aquel instante luego llegó allí un muy esforzado soldado, que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja; no lo digo por Cristóbal de Olí; y desque allí le vio asido de tantos indios, peleo luego tan bravosamente, que mató a estocadas cuatro de aquellos capitanes que tenían engarrafado a Cortés, y también le ayudó otro muy valiente soldado que se decía Lerma, y les hicieron que dejasen a Cortés, y por le defender allí perdió la vida el Olea, y el Lerma estuvo a punto de muerte, y luego acudieron allí muchos soldados, aunque bien heridos, y echan mano a Cortés y le ayudan a salir de aquel peligro; y entonces también vino con mucha presteza su capitán de la guardia, que se decía Antonio de Quiñones, natural de Zamora, y le tomaron por los brazos y le ayudaron a salir del agua, y luego le trajeron caballo, en que se escapó de la muerte; y en aquel instante también venía un su camarero o mayordomo que se decía Cristóbal de Guzmán, y le traía otro caballo; y desde las azoteas los guerreros mexicanos, que andaban muy bravos y victoriosos, prendieron al Cristóbal de Guzmán, e vivo le llevaron a Guatemuz; y todavía los mexicanos iban siguiendo a Cortés y a todos sus soldados hasta que llegaron a su real. Pues ya aquel desastre acaecido, y se hallaron en salvo los españoles, los escuadrones mexicanos no dejaban de seguirles, dándoles caza y grita y diciéndoles vituperios y llamándoles de cobardes. Dejemos de hablar de Cortés y de su desbarate, y volvamos a nuestro ejército, que es el de Pedro de Alvarado: como íbamos muy victoriosos, y cuando no nos catamos vimos venir contra nosotros tantos escuadrones de mexicanos, y con grandes gritas y hermosas divisas y penacho, y nos echaron delante de nosotros cinco cabezas que entonces habían cortado de los que habían tomado a Cortés, y venían corriendo sangre, y decían: "Así os mataremos, como hemos muerto a Malinche y a Sandoval y a los que consigo traían, y esas son sus cabezas; por eso conocedlas bien"; y diciéndonos estas palabras se venían a cerrar con nosotros hasta nos echar mano; que no aprovechaban cuchilladas ni estocadas, ni ballesteros ni escopeteros, y no hacían sino dar en nosotros como a terrero; y con todo eso, no perdíamos punto en nuestra ordenanza al retraer, porque luego mandamos a nuestros amigos los tlascaltecas que prestamente nos desembarazasen las calzadas y pasos malos; y en este tiempo ellos se lo tuvieron bien en cargo, que como vieron las cinco cabezas corriendo sangre, y decían que habían muerto a Malinche y a Sandoval y a todos los teules que consigo traían, e que así habían de hacer a nosotros, y a los tlascaltecas, temieron en gran manera, porque creyeron que era verdad; y por esto digo que desembarazaron la calzada muy de veras. Volvamos a decir, como nos íbamos retrayendo oímos tañer del cu mayor, donde estaban sus ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, que señorea, el altor de él a toda la gran ciudad, tañían un atambor de muy triste sonido, en fin como instrumento de demonios, y retumbaba tanto, que se oía dos o tres leguas, y juntamente con él muchos atabalejos; entonces, según después supimos, estaban ofreciendo diez corazones y mucha sangre a los ídolos, que dicho tengo, de nuestros compañeros. Dejemos el sacrificio, y volvamos al retraer que nos retraíamos, y a la gran guerra que nos daban, así de la calzada como de las azoteas y lagunas con las canoas; y en aquel instante vienen mas escuadrones a nosotros, que de nuevo enviaba Guatemuz, y manda tocar su corneta, que era una señal que cuando aquella se tocase era que habían de pelear sus capitanes de manera que hiciesen presa o morir sobre ello, y retumbaba el sonido que se metía en los oídos; y de que lo oyeron aquellos sus escuadrones y capitanes, saber yo aquí decir ahora con qué rabia y esfuerzo se metían entre nosotros a nos echar mano, es cosa de espanto, porque yo no lo sé aquí escribir; que ahora que me pongo a pensar en ello, es como si visiblemente lo viese; mas vuelvo a decir, y así es verdad, que si Dios no nos diera esfuerzo, según estábamos todos heridos, él nos salvó, que de otra manera no nos podíamos llegar a nuestros ranchos; y le doy muchas gracias y loores por ello, que me escapó aquella vez y otras muchas de poder de los mexicanos. Y volviendo a nuestra plática: allí los de a caballo hacían arremetidas; y con dos tiros gruesos que pusimos junto a nuestros ranchos, unos tirando y otros cebando, nos sosteníamos, porque la calzada estaba llena de bote en bote de contrarios y nos venían hasta las casas, como cosa vencida, a echarnos vara y piedra; y como he dicho, con aquellos tiros matábamos muchos dellos; y quien bien ayudó aquel día fue un hidalgo que se dice Pedro Moreno Medrano, que vive ahora en la Puebla, porque él fue el artillero, que los artilleros que solíamos tener se habían muerto, y dellos estaban muy malamente heridos. Volvamos al Pedro Moreno Medrano, que, además de siempre haber sido un muy esforzado soldado, aquel día fue de muy grandísima ayuda para nosotros; y estando que estábamos de aquella manera, bien angustiados y heridos, y no sabíamos de Cortés ni de Sandoval ni de sus ejércitos si les habían muerto o desbaratado, como los mexicanos nos decían cuando nos arrojaron las cinco cabezas que tenían asidas por los cabellos y de las barbas, y decían que ya habían muerto a Malinche y también a Sandoval e a todos los teules, que así nos habían de matar a nosotros aquel mismo día; y no podíamos saber dellos, porque batallábamos los unos de los otros cerca de media legua, y adonde desbarataron a Cortés era mas lejos; y a esta causa estábamos muy penosos, así heridos como sanos, y hechos un cuerpo estuvimos sosteniendo el gran ímpetu de los mexicanos que sobre nosotros estaban, creyendo que en aquel día no quedara roso ni velloso de nosotros, según la guerra que nos daban. Pues de nuestros bergantines ya habían tomado uno e muerto tres soldados y herido el capitán y todos los más soldados que en ellos venían, y fue socorrido de otro bergantín, donde andaba por capitán Juan Jaramillo, y también tenían zalabordado en otra parte otro que no podía salir, de que era capitán Juan de Limpias Carvajal, que en aquella sazón ensordeció de coraje, que ahora vive en la Puebla; y peleó por su persona tan valerosamente, y esforzó a todos los soldados que en el bergantín remaban, que rompieron las estacadas, y salieron todos muy mal heridos, y salvó su bergantín: aqueste fue el primero que rompió estacadas. Volvamos a Cortés, que, como estaba él y toda su gente los más muertos, y otras heridos, se iban todos los escuadrones mexicanos hasta su real a darle guerra, y aun le echaron delante de sus soldados, que resistían a los mexicanos cuando peleaban, otras cuatro cabezas corriendo sangre de aquellos soldados que habían llevado vivos a Cortés, y les decían que eran del Tonatio, que es Pedro de Alvarado, y de Gonzalo de Sandoval y de otros teules, e que ya nos habían muerto a todos. Entonces dicen que desmayó Cortés mucho más de lo que antes estaba él y los que consigo traía, mas no de manera que sintiesen en él mucha flaqueza; y luego mandó al maestre de campo Cristóbal de Olí y a sus capitanes que mirasen no les rompiesen los muchos mexicanos que estaban sobre ellos, e que todos juntos hiciesen cuerpo, así heridos como sanos; y mandó a Andrés de Tapia que con tres de a caballo viniese a Tacuba por tierra, que es nuestro real, que mirase qué había sido de nosotros, y que si no éramos desbaratados, que nos contase lo por él pasado, y que nos dijese que tuviésemos muy buen recaudo en el real, que todos juntos hiciésemos cuerpo, así de día como de noche, en la vela; y esto que nos enviaba a mandar, ya lo teníamos todos por costumbre. Y el capitán Andrés de Tapia y los tres de a caballo que con él venían se dieron muy buena prisa, aunque tuvieron en el camino una refriega de vara y flecha que les dieron en un paso los mexicanos que ya había puesto Guatemuz en los caminos muchos indios guerreros porque no supiésemos los unos de los otros los desmanes, y aun venía herido el Andrés de Tapia, y dos de los que traía en su compañía que se decían Guillén de la Loa, y el otro se decía Valde-Nebro, y a un Juan de Cuellar, hombres muy esforzados; y de que llegaron a nuestro real y nos hallaron batallando con el poder de México, que todo estaba junto contra nosotros, se holgaron en el alma, y nos contaron lo acaecido del desbarate de Cortés, y lo que nos enviaba a decir, y no nos quisieron declarar qué tantos eran los muertos, y decían que hasta veinte y cinco, y que todos los demás estaban buenos. Dejemos de hablar ahora en esto, y volvamos al Gonzalo de Sandoval, y a sus capitanes y soldados, que andaban victoriosos en la parte y calles de su conquista; y cuando los mexicanos hubieron desbaratado a Cortés, cargaron sobre el Gonzalo de Sandoval y su ejército y capitanes, de arte que no se pudo valer, y le mataron dos soldados y le hirieron a todos los que traía, y a él le dieron tres heridas, la una en el muslo y la otra en la cabeza y la otra en un brazo; y estando batallando con los contrarios le ponen delante seis cabezas de los de Cortés, y le dicen que aquellas cabezas eran de Malinche y del Tonatio y de otros capitanes, y que así habían de hacer al Gonzalo de Sandoval y a los que con él estaban, y le dieron muy fuertes combates; y de que aquello vio el buen capitán Sandoval, mandó a sus capitanes y soldados que todos tuviesen mucho ánimo, más que de antes, e que no desmayasen, e que mirasen al retraer no hubiese algún desmán o desconcierto en la calzada, porque es angosta; y lo primero que hizo fue mandar salir de la calzada a los amigos tlascaltecas, que tenía muchos, y porque no les estorbasen ,al retraer; y con sus dos bergantines y sus ballesteros y escopeteros _con mucho trabajo se retrajo a su estancia, y con toda su gente bien herida y aun desmayada, y dos soldados menos; y como se vio fuera de la calzada, puesto que estaban cercados de mexicanos, esforzó su gente y capitanes, y les encomendó mucho que todos juntos hiciesen cuerpo, así de día como de noche, e que guardasen el real no le desbaratasen; y como conocía del capitán Luis Marín que lo haría bien, así herido y entrapajado como estaba el Sandoval, tomó consigo otros de a caballo, y aun en el camino tuvo su salmorejo de piedra y vara y flecha; porque, como ya otra vez he dicho, en todos los caminos tenía Guatemuz indios mexicanos guerreros para no dejar pasar de un real a otro con nuevas ningunas, para que así nos vencieran más fácilmente; y cuando el Sandoval vio a Cortés, le dijo: "Oh señor capitán, y ¿qué es esto? ¿Aquestos son los grandes consejos y ardides de guerra que siempre nos daba? ¿Cómo ha sido este desmán?" Y Cortés le respondió, saltándoseles las lágrimas de los ojos: "Oh hijo Sandoval, que mis pecados lo han permitido, que no soy tan culpante en el negocio como me hacen, sino es el tesorero Julián de Alderete, a quien te encargué que cegase aquel mal paso donde nos desbarataron, y no lo hizo, como no es acostumbrado a guerras ni a ser mandado de capitanes"; y entonces respondió el mismo tesorero, que se halló junto a Cortés, que vino a ver y hablar al Sandoval y a saber de su ejército si eran muertos o desbaratados, e dijo que el mismo Cortés tenía la culpa, y no él; y la causa que dio fue que, como Cortés iba con victoria, por seguirla muy mejor decía: "Adelante, caballeros"; e que no les mandó cegar puentes ni pasos malos, e que si se lo mandara, que con su capitanía y con sus amigos lo hiciera"; y también culpaban mucho a Cortés en no haber mandado con tiempo salir de las calzadas a los muchos amigos que llevaba; e porque hubo otras muchas pláticas y respuestas al tesorero, que iban dichas con enojo, se dejarán de decir; e diré cómo en aquel instante llegaron dos bergantines de los que antes tenía Cortés en su compañía y calzada, que no sabían dellos después del desbarate, y según pareció, habían estado detenidos, porque estuvieron zabordados en unas estacadas, y según dijeron los capitanes, habían estado cercados de unas canoas que les daban guerra, y venían todos heridos, y dijeron que Dios primeramente les ayudó, y con su viento y con grandes fuerzas que pusieron al remar rompieron las estacadas y se salvaron; de lo cual hubo mucho placer Cortés, porque hasta entonces, aunque no lo publicaba por no desmayar a los soldados, como no sabían dellos, les tenían por perdidos. Dejemos esto, y volvamos a Cortés, que luego encomendó a Sandoval mucho que fuese en posta a nuestro real, que se dice Tacuba, y mirase si éramos desbaratados o de qué manera estábamos, e que si éramos vivos, que nos ayudase a poner resistencia en el real, no nos rompiesen; y dijo a Francisco de Lugo que fuese en compañía de Sandoval, porque bien entendido tenía que había escuadrones de guerreros mexicanos en el camino, y le dijo que ya había enviado a saber de nosotros a Andrés de Tapia con tres de a caballo, y temía no le hubiesen muerto en el camino; y cuando se lo dijo y se despidió fue a abrazar a Gonzalo de Sandoval, y le dijo: "Mirad, pues veis que yo no puedo ir a todas partes, a vos os encomiendo estos trabajos, pues veis que estoy herido y cojo; ruégoos pongáis cobro en estos tres reales: bien sé que Pedro de Alvarado y sus capitanes y soldados habrán batallado y hecho como caballeros, mas temo el gran poder destos perros, no les hayan desbaratado; pues de mí y de mi ejército ya veis de la manera que estoy"; y en posta vino el Sandoval y el Francisco de Lugo donde estábamos, y cuando llegó sería hora de vísperas, y porque, según pareció, e supimos, el desbarate de Cortés fue antes de misa mayor; y cuando llegó Sandoval nos halló batallando con los mexicanos, que nos querían entrar en el real por unas casas que habíamos derrocado, y otros por la calzada, y otros en canoas por la laguna, y tenían ya un bergantín zabordado en unas estacadas, y de los soldados que en ellos iban, habían muerto los dos, y los demás heridos; y como Sandoval nos vio a mí y a otros soldados en el agua metidos a más de la cinta, ayudando al bergantín a echarle en lo hondo, y estaban sobre nosotros muchos indios con espadas de las nuestras que habían tomado en el desbarate de Cortés, y otros con montantes de navajas dándonos cuchilladas, y a mí me dieron un flechazo, y ya le querían llevar con sus canoas, según la fuerza que ponían, y le tenían atadas muchas sogas para llevársele y meterle dentro de la ciudad; y como el Sandoval nos vio de aquella manera, dijo: "Oh hermanos, poned fuerza en que no lleven el bergantín"; y tomamos tanto esfuerzo. que luego le sacamos en salvo, puesto que, como he dicho, todos los marineros salieron heridos y dos soldados muertos. En aquella sazón vinieron a la calzada muchas capitanías de mexicanos, y nos herían así a los de a caballo y a todos nosotros, y aun al Sandoval le dieron una buena pedrada en la cara; y entonces Pedro de Alvarado le socorrió con otros de a caballo, y como venían tantos escuadrones, e yo y otros soldados les hacíamos cara, Sandoval nos mandó que poco a poco nos retrajésemos porque no les matasen los caballos; e porque no nos retraíamos de presto como quisiera, dijo: "¿Queréis que por amor de vosotros me maten a mí y a todos aquestos caballeros? Por amor de Dios, hermanos, que os retraigáis"; y entonces le tornaron a herir a él y a su caballo; y en aquella sazón echamos a los amigos fuera de la calzada, y poco a poco, haciendo cara, y no vueltas las espaldas, como quien va haciendo represas, unos ballesteros y escopeteros tirando y otros armando y otros cebando sus escopetas, y no soltaban todos a la par; y los de a caballo que hacían algunas arremetidas, y el Pedro Moreno Medrano con sus tiros en armar y tirar; y por más mexicanos que llevaban las pelotas, no les podían apartar, sino que todavía nos iban siguiendo, con pensamiento que aquella noche nos habían de llevar a sacrificar. Pues ya que estábamos en salvo cerca de nuestros aposentos, pasada ya una grande abra donde había mucha agua e muy honda, y no nos podían alcanzar las piedras ni varas ni flecha, y estando el Sandoval y el Francisco de Lugo y Andrés de Tapia con Pedro de Alvarado, contando cada uno lo que le había acaecido y lo que Cortés mandaba, tornó a sonar el atambor de Huichilobos y otros muchos atabalejos, y caracoles y cornetas y otras como trompas, y todo el sonido dellas espantable y triste; y miramos arriba al alto cu, donde los tañían, y vimos que llevaban por fuerza las gradas arriba a rempujones y bofetadas y palos a nuestros compañeros que habían tomado en la derrota que dieron a Cortés, que los llevaban a sacrificar; y de que ya los tenían arriba en una placeta que se hacía en el adoratorio, donde estaban sus malditos ídolos, vimos que a muchos dellos les ponían plumajes en las cabezas, y con unos como aventadores les hacían bailar delante de Huichilobos, y cuando habían bailado, luego les ponían de espaldas encima de unas piedras que tenían hechas para sacrificar, y con unos navajones de perdernal les aserraban por los pechos y les sacaban los corazones bullendo, y se los ofrecían a sus ídolos que allí presentes tenían, y a los cuerpos dábanles con los pies por las gradas abajo; y estaban aguardando otros indios carniceros, que les cortaban brazos y pies, y las caras desollaban y las adobaban como cueros de guantes, y, con sus barbas, las guardaban para hacer fiestas con ellas cuando hacían borracheras, y se comían las carnes con chilmole; y desta manera sacrificaron a todos los demás, y les comieron piernas y brazos, y los corazones y sangre ofrecían a sus ídolos, como dicho tengo, y los cuerpos, que eran las barrigas e tripas, echaban a los tigres y leones y sierpes y culebras que tenían en la casa de las alimañas, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, que atrás dello he platicado. Pues desque aquellas crueldades vimos todos los de nuestro real y Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval y todos los demás capitanes: ¡miren los curiosos lectores que esto leyeren, qué lástima tendríamos dellos! Y decíamos entre nosotros: "¡Oh gracias a Dios, que no me llevaron a mí hoy a sacrificar!" Y también tengan atención que no estábamos lejos dellos y no les podíamos remediar, y antes rogábamos a Dios que fuese servido de nos guardar de tan cruelísima muerte. Pues en aquel instante que hacían aquel sacrificio, vinieron sobre nosotros grandes escuadrones de guerreros, y nos daban por todas partes bien que hacer, que ni nos podíamos valer, de una manera ni de otra, contra ellos, y nos decían: "Mirad que desta manera habéis de morir todos, que nuestros dioses nos lo han prometido muchas veces." Pues las palabras de amenazas que decían a nuestros amigos los tlascaltecas eran tan lastimosas y malas, que los hacían desmayar, y les echaban piernas de indios asadas y brazos de nuestros soldados, y les decían: "Comed de las carnes destos teules y de vuestros hermanos, que ya bien hartos estamos dellos, y desto que nos sobra bien os podéis hartar; y mirad que las casas que habéis derrocado, que os hemos de traer para que las tornéis a hacer muy mejores, y con piedras blancas y cal y canto, y labradas; por eso ayudad muy bien a estos teules, que a todos los veréis sacrificados". Pues otra cosa mandó hacer Guatemuz, que, como hubo aquella victoria de Cortés, envió a todos los pueblos nuestros confederados y amigos, y a sus parientes, pies y manos de nuestros soldados, y caras desolladas con sus barbas, y las cabezas de los caballos que mataron; y les envió a decir que éramos muertos más de la mitad de nosotros e que presto nos acabarían, e que dejasen nuestra amistad y se viniesen a México, y que si luego no la dejaban, que les enviaría a destruir; y les envió a decir otras muchas cosas para que se fuesen de nuestro real y nos dejasen, pues habíamos de ser presto muertos de su mano; y a la continua dándonos guerra, así de día como de noche; y como velábamos todos los del real juntos, y Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado y los demás capitanes haciéndonos compañía de guerreros, los resistíamos. Pues los de a caballo todo el día y la noche estaban la mitad dellos en lo de Tacuba y la otra mitad en las calzadas. Pues otro mayor mal nos hicieron, que cuanto habíamos cegado desde que en la calzada entramos, todo lo tornaron a abrir, e hicieron albarradas muy más fuertes que de antes, pues los amigos de las ciudades de la laguna que nuevamente habían tomado nuestra amistad y nos vinieron a ayudar con las canoas, creyeron llevar lana y volvieron trasquilados, porque perdieron muchos las vidas y más de la mitad de las canoas que traían, y otros muchos volvieron heridos; y aun con todo esto, desde allí adelante no ayudaron a los mexicanos, porque estaban mal con ellos; salvo estarse a la mira. Dejemos de hablar más en contar lástimas, volvamos a decir el recaudo y manera que teníamos, y cómo Sandoval y Francisco de Lugo, y Andrés de Tapia y los demás caballeros que habían venido a nuestro real, les pareció que era bien volverse a sus puestos y dar relación a Cortés cómo y de qué manera estábamos. Y se fueron en posta, y dijeron a Cortés cómo Pedro de Alvarado y todos sus soldados teníamos muy buen recaudo, así en el batallar como en el velar; y aun el Sandoval, como me tenía por amigo, dijo a Cortés cómo me halló a mí y a otros soldados batallando en el agua a más de la cinta defendiendo un bergantín que estaba zabordado en unas estacadas, e que si por nuestras personas no fuera, que mataran a todos los soldados y al capitán que dentro venía; e porque dijo de mi persona otras loas que yo aquí no tengo de decir, porque otras personas lo dijeron y se supo en todo el real, no quiero aquí recitarlo. Y cuando Cortés lo hubo bien entendido del buen recaudo que teníamos en nuestro real, con ello descansó su corazón, y desde allí adelante mandó a todos tres reales que no batallásemos poco ni mucho con los mexicanos; entiéndase que no curásemos de tomar ninguna puente ni albarrada, salvo defender nuestros reales no nos los rompiesen: y que de batallar con ellos, no había bien esclarecido el día, cuando estaban sobre nuestro real tirando muchas piedras con hondas, y varas y flechas, y diciéndonos muchos vituperios feos; y como teníamos junto a nuestro real una abra de agua muy ancha y honda, estuvimos cuatro días arreo que no la pasamos, y otro tanto se estuvo Cortés en el suyo, y Sandoval en el suyo; y esto de no salir a batallar y procurar de ganar las albarradas que habían tornado a abrir y hacer fuertes, era por causa que todos estábamos muy heridos y trabajados, así de velas como de las armas, y sin comer cosa de sustancia; y como faltaban del día antes sobre sesenta y tantos soldados de todos tres reales, y siete caballos, porque recibiéramos algún alivio, y para tomar maduro consejo de lo que habíamos de hacer de allí adelante, mandó Cortés que estuviésemos quedos, como dicho tengo. Y dejarlo he aquí, y diré cómo y de qué manera peleábamos, y todo lo que en nuestro real pasó.
contexto
De la manera que peleábamos e se nos fueron todos los amigos a sus pueblos La manera que teníamos en todos tres reales de pelear es ésta: que velábamos de noche todos los soldados juntos en las calzadas, y nuestros bergantines a nuestras lados, también en las calzadas, y los de a caballo rondando la mitad dellos en lo de. Tacuba, adonde nos hacían pan y teníamos nuestro fardaje, y la otra mitad en las puentes y calzadas, y muy de mañana aparejábamos los puños para pelear y batallar con los contrarios, que nos venían a entrar en nuestro real y procuraban de nos desbaratar; y otro tanto hacían en el real de Cortés y en el de Sandoval, y esto no fue sino cinco días, porque luego tomamos otra orden, lo cual diré adelante; y digamos cómo los mexicanos hacían cada día grandes sacrificios y fiestas en el cu mayor de Tatelulco, y tañían su maldito atambor y otras trompas y atabales y caracoles, y daban muchos gritos y alaridos, y tenían cada noche grandes luminarias de mucha leña encendida, y entonces sacrificaban de nuestros compañeros a sus malditos ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, y hablaban con ellos; y según ellos decían, que en la mañana o en aquella misma noche nos habían de matar. Parece ser que, como sus ídolos son perversos y malos, por engañarlos para que no viniesen de paz, les hacían en creyente que a todos nosotros nos habían de matar, y a los tlascaltecas y a todos los demás que fuesen en nuestra ayuda; y como nuestros amigos lo oían, teníanlo por muy cierto, porque nos veían desbaratados. Dejemos destas pláticas, que eran de sus malos ídolos, y digamos cómo en la mañana venían muchas capitanías juntas a nos cercar y dar guerra, y se remudaban de rato en rato, unos de unas divisas y señales, y venían otros de otras libreas; y entonces cuando estábamos peleando con ellos nos decían muchas palabras, diciéndonos de apocados y que no éramos buenos para cosa ninguna, ni para hacer casas ni maizales, y que no éramos sino para venirles a robar su ciudad, como gente mala que habíamos venido huyendo de nuestra tierra y de nuestro rey y señor; y esto decían por lo que Narváez les había enviado a decir, que veníamos sin licencia de nuestro rey, como dicho tengo; y nos decían que de allí a ocho días no había de quedar ninguno de nosotros a vida, porque así lo habían prometido la noche antes sus dioses; y desta manera nos decían otras cosas malas, y a la postre decían: "Mirad cuán malos y bellacos sois, que aun vuestras carnes son malas para comer, que amargan como las hieles, que no las podemos tragar de amargor", y parece ser, como aquellos días se habían hartado de nuestros soldados y compañeros, quiso nuestro señor que les amargasen las carnes: Pues a nuestros amigos los tlascaltecas, si muchos vituperios nos de, cían a nosotros, más les decían a ellos, e que les tendrían por esclavos para sacrificar y hacer sus sementeras, y tornar a edificar las casas que les habíamos derrocado, e que las habían de hacer de cal y canto labradas, que su Huichilobos se lo había prometido; y diciendo esto, luego el bravoso pelear, y se venían por unas casas derrocadas, y con las muchas canoas que tenían nos tomaban las espaldas, y aun nos tenían algunas veces atajados en las calzadas; y nuestro señor Jesucristo nos sustentaba cada día, que nuestras fuerzas no bastaban; mas todavía les hacíamos volver muchos dellos heridos, y muchos quedaban muertos. Dejemos de hablar de los grandes combates que nos daban, y digamos cómo nuestros amigos los de Tlascala y de Cholula y Guaxocingo, y aun los de Tezcuco, acordaron de se ir a sus tierras, y sin lo saber Cortés ni Pedro de Alvarado ni Sandoval, se fueron todos los más; que no quedó en el real de Cortés sino Estesuchel, que después que se bautizó se llamó don Carlos, y era hermano de don Fernando, señor de Tezcuco, y era muy esforzado hombre; y quedaron con él otros sus parientes y amigos, que serían hasta cuarenta; y en el real de Sandoval quedó otro cacique de Guaxocingo con obra de cincuenta hombres; y en nuestro real quedaron dos hijos de nuestro amigo don Lorenzo de Vargas, y el esforzado de Chichimecatecle con obra de ochenta tlascaltecas, parientes y vasallos; por manera que de más de veinte y cuatro mil amigos que traíamos no quedaron en todos tres reales, sino obra de doscientos amigos, que todos se fueron a sus pueblos; y como nos hallamos solos y con tan pocos amigos, recibimos pena; y Cortés y Sandoval y cada uno en su real preguntaban a los amigos que les quedaban que por qué se habían ido de aquella manera los demás sus hermanos, y decían que, como veían que los mexicanos hablaban de noche con sus ídolos, e prometían que nos habían de matar a nosotros y a ellos, que creían que debía de ser verdad, y del miedo se iban; y lo que les daba más crédito a ello era vernos a todos heridos y nos habían muerto a muchos de nosotros, e que dellos mismos faltaban más de mil y doscientos, y que temieron no matasen a todos; y también porque Xicotenga "el mozo", que mandó ahorcar Cortés en Tezcuco, siempre les decía que sabía por sus adivinanzas que a todos nos habían de matar, e que no había de quedar ninguno de nosotros a vida; y por esta causa se fueron. E puesto que Cortés en lo secreto sentió pesar della, mas con rostro alegre les dijo que no tuviesen miedo, e que lo que aquellos mexicanos les decían que era mentira y por desmayarlos; y tantas palabras de prometimientos les dijo, y con palabras amorosas los esforzó a estar con él, y otro tanto dijimos al Chichimecatecle y a los dos Xicotengas. Y en aquellas pláticas que en aquella sazón decía Cortés a Estesuchel, que ya he dicho que se dijo don Carlos, como era de suyo señor y esforzado, dijo a Cortés: "Señor Malinche, no recibas penas por no batallar cada día con los mexicanos: sana de tu pierna; toma mi consejo y es que te estés algunos días en tu real, y otro tanto manda al Tonatio, que era Pedro de Alvarado, que así lo llamaban, que se esté en el suyo, y Sandoval en Tepeaquilla, y con los bergantines anden cada día a quitar y defender que no les entren bastimentos ni agua, porque están aquí dentro en esta gran ciudad tantos mil xiquipiles de guerreros, que por fuerza, siendo tantos, se les ha de acabar el bastimento que tienen, y el agua que ahora beben es medio salobre, que toman de unos hoyos que tienen hechos, y como llueve de día y de noche, recogen el agua para beber y dello se sustentan; mas ¿qué pueden hacer si les quitas la comida y el agua, sino que es más que guerra la que tendrán con la hambre y sed? Como Cortés aquello entendió, le echó los brazos encima y le dio gracias por ello, con prometimientos que le daría pueblos; y aqueste consejo le habíamos puesto en plática muchos soldados a Cortés; mas somos de tal calidad, que no quisiéramos aguardar tanto tiempo, sino entrarles luego la ciudad. Y cuando Cortés hubo bien considerado lo que nosotros también le habíamos dicho, y sus capitanes y soldados se lo decían, mandó a dos bergantines que fuesen a nuestro real y al de Sandoval a nos decir que estuviésemos otros tres días sin les ir entrando en la ciudad; y como en aquella sazón los mexicanos estaban victoriosos, no osábamos enviar un bergantín solo, y por esta causa envió dos; y una cosa nos ayudó mucho, y es que ya osaban nuestros bergantines romper las estacadas que los mexicanos les habían hecho en la laguna para que zabordasen; y es desta manera: que remaban con gran fuerza, y para que más furia trajesen tomaban de algo atrás, y si hacía algún viento, a todas velas, y con los remos muy mejor; y así, eran señores de la laguna y aun de muchas partes de las casas que estaban apartadas de la ciudad; y los mexicanos, como aquello vieron, se les quebró algo su braveza. Dejemos esto, y volvamos a nuestras batallas; y es que, aunque no teníamos amigos, comenzamos a cegar y a tapar la gran abertura que he dicho otras veces que estaba junto a nuestro real; con la primera capitanía, que venía la rueda de acarrear adobes y madera y cegar, lo poníamos muy por la obra y con grandes trabajos, y las otras dos capitanías batallábamos. Ya he dicho otras veces que así lo teníamos concertado, y había de andar por rueda; y en cuatro días que todos trabajábamos en ella la teníamos cegada y allanada; y otro tanto hacía Cortés en su real con el mismo concierto, y aun él en persona llevaba adobes y madera hasta que quedaban seguras las puentes y calzadas y aberturas, por tenerlo seguro al retraer; y Sandoval ni más ni menos en el suyo, y en nuestros bergantines junto a nosotros, sin temer estacadas; y desta manera les fuimos entrando poco a poco. Volvamos a los grandes escuadrones que a la continua nos daban guerra, que muy bravosos y victoriosos se venían a juntar pie con pie con nosotros, y de cuando en cuando, como se mudaban unos escuadrones, venían otros. Pues digamos el ruido y alarido que traían, y en aquel instante el resonido de la corneta de Guatemuz, y entonces apechugaban de tal arte con nosotros, que no nos aprovechaban cuchilladas ni estocadas que les dábamos, y nos venían a echar mano; y como, después de Dios, nuestro buen pelear nos había de valer, teníamos muy reciamente contra ellos, hasta, que con las escopetas y ballestas y arremetidas de los de a caballo, que estaban a la continua con nosotros la mitad dellos, y con nuestros bergantines, que no temían ya las estacadas, les hacíamos estar a raya, y poco a poco les fuimos entrando; y desta manera batallábamos hasta cerca de la noche, que era hora de retraer. Pues ya que nos retraíamos, ya he dicho otras veces que había de ser con gran concierto, porque entonces procuraban de nos atajar en la calzada y pasos malos; y si de antes lo procuraban, en estos días, con la victoria que habían alcanzado, lo ponían muy por la obra; y digo que por tres partes nos tenían tomados en medio en este día; mas quiso nuestro señor Dios que, puesto que hirieron muchos de nosotros, nos tornamos a juntar, y matamos y prendimos muchos contrarios; y como no teníamos amigos que echar fuera de las calzadas, y los de a caballo nos ayudaban valientemente, puesto que en aquella refriega y combate les hirieron dos caballos, y volvimos a nuestro real bien heridos, donde nos curamos con aceite y apretar nuestras heridas con mantas, y comer nuestras tortillas con ají y yerbas y tunas, y luego puestos todos en la vela. Digamos ahora lo que los mexicanos hacían de noche en sus grandes y altos cues, y es que tañían su maldito atambor, que dije otra vez que era el de más maldito sonido y más triste que se podían inventar, y sonaba muy lejos, y tañían otros peores instrumentos. En fin, cosas diabólicas, y tenían grandes lumbres y daban grandísimos gritos y silbos, y en aquel instante estaban sacrificando de nuestros compañeros de los que tomaron a Cortés, que supimos que sacrificaron diez días arreo hasta que los acabaron, y el postrero dejaron a Cristóbal de Guzmán, que vivo le tuvieron diez y ocho días, según dijeron tres capitanes mexicanos que prendimos; y cuando les sacrificaban, entonces hablaba su Huichilobos con ellos y les prometía victoria e que habíamos de ser muertos a sus manos antes de ocho días, e que nos diesen buenas guerras aunque en ellas muriesen muchos; y desta manera les traían engañados. Dejemos ahora de sus sacrificios, y volvamos a decir que cuando otro día amanecía ya estaban sobre nosotros todos los mayores poderes que Guatemuz podía juntar, y como teníamos cegada la abertura y calzada y puentes, y la podían pasar en seco ¡mi fe! ellos tenían atrevimiento a nos venir a nuestros ranchos y tirar vara y piedra y flechas, si no fuera por los tiros con que siempre les hacíamos apartar, porque Pedro Moreno Medrano, que tenía cargo dellos, les hacía mucho daño; y quiero decir que nos tiraban saetas de las nuestras con ballestas, cuando tenían vivos a cinco ballesteros, y al Cristóbal de Guzmán con ellos, y les hacían que les armasen las ballestas y les mostrasen cómo habían de tirar, y ellos y los mexicanos tiraban aquellos tiros como cosa pensada, y no nos hacían mal; y también batallaban reciamente Cortés y Sandoval, y les tiraban saetas con ballestas; y esto sabíamoslo por Sandoval y los bergantines que iban de nuestro real al de Cortés y del de Cortés al nuestro y al de Sandoval, y siempre nos escribía de la manera que habíamos de batallar y todo lo que habíamos de hacer, y encomendándonos la vela, y que siempre estuviesen la mitad de los de a caballo en Tacuba guardando el fardaje y las indias que nos hacían pan, y que parásemos mientes no rompiesen por nosotros una noche, porque unos prisioneros que en aquel real de Cortés se prendieron le dijeron que Guatemuz decía muchas veces que diesen en nuestro real de noche, pues no había tlascaltecas que nos ayudasen; porque bien sabían que se nos habían ido ya todos los amigos. Ya he dicho otra vez que poníamos gran diligencia en velar. Dejemos esto, y digamos que cada día teníamos muy recios rebatos, y no dejábamos de les ir ganando albarradas y puentes y aberturas de agua; y como nuestros bergantines osaban ir por do quiera de la laguna y no temían a las estacadas, ayudábannos muy bien. Y digamos como siempre andaban dos bergantines de los que tenía Cortés en su real a dar caza a las canoas que metían agua y bastimentos, y cogían en la laguna uno como medio lama, que después de seco tenía un sabor como de queso, y traían en los bergantines muchos indios presos. Tornemos al real de Cortés y de Gonzalo de Sandoval, que cada día iba conquistando y ganando albarradas y puentes y aberturas de agua; y en aquestos trances y batallas se habían pasado, desde el desbarate de Cortés, doce o trece días y como Estesuchel, hermano de don Hernando, señor de Tezcuco, vio que volvíamos muy de hecho en nosotros, y no era verdad lo que los mexicanos decían, que dentro de diez días nos habían de matar, porque así se lo había prometido su Huichilobos, envió a decir a su hermano don Hernando que luego enviase a Cortés todo el poder de guerreros que pudiese sacar de Tezcuco, y vinieron dentro en dos días que él se lo envió a decir más de dos mil hombres. Acuérdome que vinieron con ellos Pedro Sánchez Farfán y Antonio de Villarroel, marido que fue de la Ojeda, porque aquestos dos soldados había dejado Cortés en aquella ciudad, y el Pedro Sánchez Farfán era capitán y el Antonio Villarroel era ayo de don Fernando; y cuando Cortés vido tan buen socorro se holgó mucho y le dijo palabras halagüeñas, y asimismo en aquella sazón volvieron muchos tlascaltecas con sus capitanes, y venía por capitán dellos un cacique de Topeyanco que se decía Tecapaneca, y también vinieron otros muchos indios de Guaxocingo y pocos de Cholula; y como Cortés supo que habían vuelto, mandó que todos fuesen a su real para les hablar, y primero que viniesen les mandó poner guardas en el camino para defenderlos por si saliesen mexicanos; y cuando parecieron delante, Cortés les hizo un parlamento con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que bien habían creído y tenido por cierto la buena voluntad que siempre les ha tenido y tiene, así por haber servido a su majestad como por las buenas obras que dellos hemos recibido, y que si les mandó desde que vinimos a aquella ciudad venir con nosotros a destruir a los mexicanos, que su intento fue porque se aprovechasen y volviesen ricos a sus tierras y se vengasen de sus enemigos; que no para que por su sola mano hubiésemos de ganar aquella gran ciudad; y puesto que siempre les ha hallado buenos y en todo nos han ayudado, que bien habrán visto que cada día les mandábamos salir de las calzadas, porque nosotros estuviésemos más desembarazados sin ellos para pelear, e que ya les habían dicho y amonestado otras veces que el que nos da victoria y en todo nos ayuda es nuestro señor Jesucristo, en quien creemos y adoramos; y porque se fueron al mejor tiempo de la guerra eran dignos de muerte, por dejar sus capitanes peleando y desampararlos, e que porque ellos no saben nuestras leyes y ordenanzas que es de perdonar; e que porque mejor lo entiendan, que mirasen que estando sin ellos íbamos derrocando y ganando albarradas; e que desde allí adelante les mandaba que no maten a ningunos mexicanos, porque les quiere tomar de paz. Y después que les hubo dicho este razonamiento, abrazó a Chichimecatecle y a los dos mancebos Xicotengas y a Estesuchel hermano de don Hernando, y les prometió que les daría tierras y vasallos más de los que tenían, teniéndoles en mucho a los que quedaron en nuestro real; y asimismo habló muy bien a Tecapaneca, señor de Topeyanco, y a los caciques de Guaxocingo y Cholula, que estaban en el real de Sandoval. Y como les hubo platicado lo que dicho tengo, cada uno se fue a su real. Dejemos desto, y volvamos a nuestras grandes guerras y combates que siempre teníamos y nos daban, y porque siempre de día y de noche no hacíamos sino batallar, y a las tardes al retraer siempre herían a muchos de nuestros soldados, dejaré de contar muy por extenso lo que pasaba; y quiero decir, como en aquellos días llovía en las tardes, que nos holgábamos que viniese el aguacero temprano, porque, como se mojaban los contrarios, no peleaban tan bravosamente y nos dejaban re. traer en salvo, y desta manera teníamos algún descanso. Y porque ya estoy harto de escribir batallas, y más cansado y herido estaba de me hallar en ellas, y a los lectores les parecerá prolijidad recitarlas tantas veces: ya he dicho que no puede ser menos, porque en noventa y tres días siempre batallábamos a la continua; mas desde aquí adelante, si lo pudiese excusar, no lo traería tanto a la memoria en esta relación. Volvamos a nuestro cuento: y como en todos tres reales les íbamos entrando en su ciudad, Cortés por la suya, y Sandoval también por su parte, y Pedro de Alvarado por la nuestra, llegamos a donde tenían la fuente, que ya he dicho otra vez que bebían agua salobre; la cual quebramos y deshicimos porque no se aprovechasen della, y estaban guardándola algunos mexicanos, y tuvimos buena refriega de vara y piedra y flecha, y muchas lanzas largas con que aguardaban a los de a caballo, porque por todas partes de las calles que les habíamos ganado andaban ya, porque ya estaba llano y sin agua y podían correr muy gentilmente. Dejemos de hablar en esto, y digamos cómo Cortés envió a Guatemuz mensajeros rogándole con la paz, y fue de la manera que diré adelante.
contexto
Cómo Cortés envió a Guatemuz a rogarle que tengamos paz Después que Cortés vio que íbamos en la ciudad ganando muchos puentes y calzadas y albarradas y derrocando casas, como teníamos presos tres principales personas que eran capitanes de México, les mandó que fuesen a hablar a Guatemuz para que tuviesen paces con nosotros; y los principales dijeron que no osaban ir con tal mensaje, porque su señor Guatemuz les mandaría matar. En fin de pláticas, tanto se lo rogó Cortés y con promesas que les hizo y mantas que les dio, que fueron: y lo que les mandó que dijesen al Guatemuz es, que porque los quiere bien, por ser deudo tan cercano del gran Montezuma, su amigo, y casado con su hija, y porque ha mancilla que aquella gran ciudad no se acabe de destruir, y por excusar la gran matanza que cada día hacíamos en sus vecinos y forasteros, que le ruega que venga de paz, y en nombre de su majestad les perdonará todas las muertes y daños que nos han hecho, y les hará muchas mercedes; e que tenga consideración que se lo ha enviado a decir tres o cuatro veces, e que él por ser mancebo o por sus consejeros, y la principal causa por sus malditos ídolos o papas, que le aconsejan mal, no ha querido venir, sino darnos guerra; e pues que ya ha visto tantas muertes como en las batallas que nos dan les han sucedido, y que tenemos de nuestra parte todas las ciudades y pueblos de toda aquella comarca, y cada día nuevamente vienen más contra ellos, que se compadezca de tal perdimiento de sus vasallos y ciudad. También les envió a decir que se les habían acabado los mantenimientos, e que ya Cortés lo sabía, e que también agua no la tenían; y les envió a decir otras palabras bien dichas, que los tres principales las entendieron muy bien por nuestras lenguas, y demandaron a Cortés una carta, y ésta no porque la entendían, sino porque sabían claramente que cuando enviávamos alguna mensajería o cosas que les mandábamos, era un papel de aquellos que llaman amales, señal como mandamiento. Y cuando los tres mensajeros parecieron ante su señor Guatemuz, con grandes lágrimas y sollozando le dijeron lo que Cortés les mandó; y el Guatemuz desque lo oyó, y sus capitanes que juntamente con él estaban, pareció ser que al principio recibió pasión de que fuesen atrevidos aquellos capitanes de irles con tales embajadas; mas, como el Guatemuz era mancebo y muy gentil hombre de buena disposición y rostro alegre, y aun la color tenía algo más que tiraba a blanco que a matiz de indios, que era de obra de veinte y tres años y era casado con una muy hermosa mujer, hija del gran Montezuma, su tío; y según después alcanzamos a saber, tenía voluntad de hacer paces, y para platicarlo mandó juntar todos sus capitanes y principales y papas de los ídolos, y les dijo que tenía voluntad de no tener guerra con Malinche ni todos nosotros; y la plática que sobre ellos les puso fue, que ya habían probado todo lo que se puede hacer sobre la guerra y mudado muchas maneras de pelear, y que somos de tal manera, que cuando pensaban que nos tenían vencidos, que entonces volvíamos muy más reciamente sobre ellos; y que al presente sabía los grandes poderes de amigos que nuevamente nos habían venido, y que todas las ciudades eran contra ellos, que ya los bergantines les habían rompido sus estacadas y que los caballos corrían a rienda suelta por las calles de su ciudad; y les puso por delante otras muchas desventuras que tenían sobre los mantenimientos y agua; que les rogaba y mandaba que cada uno dellos diese sobre ello su parecer, y los papas también dijesen el suyo y lo que a sus dioses Huichilobos y Tezcatepuca les han oído hablar, y que ninguno tuviese temor de hablar y decir la verdad de lo que sentía. Y según pareció, le dijeron: "Señor y nuestro gran señor, ya tenemos a ti por nuestro rey y señor, y es muy bien empleado en ti el reinado pues en todas tus cosas te has mostrado varón y te viene de derecho el reino. Las paces que dices, buenas son; mas mira y piensa en ello, que cuando estos teules entraron en estas tierras y en esta ciudad, cuál nos ha ido de mal en peor; mirad los servicios y dádivas que les hizo y dio nuestro señor, vuestro tío, el gran Montezuma, en qué paró. Pues vuestro primo Cacamatzin, rey de Tezcuco, por el consiguiente. Pues vuestros parientes los señores de Iztapalapa e Cuyoacan y Tacuba y de Talatzingo, ¿qué se hicieron? Pues los hijos de nuestro gran señor Montezuma todos murieron. Pues oro y riquezas desta ciudad, todo se ha consumido. Pues ya ves que a todos tus súbditos y vasallos de Tepeaca y Chalco, y aun de Tezcuco, y aun de todas estas vuestras ciudades y pueblos, les ha hecho esclavos y señalado las caras. Mira primero lo que nuestros dioses te han prometido: toma buen consejo sobre ello y no te fíes de Malinche ni de sus palabras; que más vale que todos muramos en esta ciudad peleando, que no vernos en poder de quienes nos harían esclavos y nos atormentarán." Y los papas en aquel tiempo le dijeron que sus dioses les habían prometido victoria tres noches arreo cuando les sacrificaban; y entonces el Guatemuz, medio enojado, les dijo: "Pues así queréis que sea, guardad mucho el maíz y bastimentos que tenemos, y muramos todos peleando; y desde aquí adelante ninguno sea osado a me demandar paces, si no, yo le mataré"; y allí todos prometieron de pelear noches y días y morir en la defensa de su ciudad. Pues ya esto acabado, tuvieron trato con los de Suchimilco y otros pueblos que les metiesen agua en canoas de noche, y abrieron otras fuentes en partes que tenían agua, aunque salobre. Dejemos ya de hablar en este su concierto y digamos de Cortés y de todos nosotros, que estuvimos dos días sin entrarles en su ciudad esperando la respuesta, y cuando no nos catamos, vienen tantos escuadrones de guerreros mexicanos en todos tres reales y nos dan tan recia guerra, que como leones muy bravosos venían a encontrar con nosotros, que en todo su seso creyeron de llevarnos de vencida. Esto que digo fue por nuestra parte del real de Pedro de Alvarado, que en lo de Cortés y Sandoval también dijeron que les habían llegado a sus reales, que no les podían defender, aunque más les mataban y herían; y cuando peleaban tocaban la corneta de Guatemuz, y entonces habíamos de tener orden que no nos desbaratasen, porque ya he dicho otras veces que entonces se metían por las espadas y lanzas para nos echar mano; e como ya estábamos acostumbrados a los reencuentros, puesto que cada día harían y mataban de nosotros, teníamos con ellos pie con pie, y desta manera pelearon seis o siete días arreo, y nosotros les matábamos y heríamos muchos dellos, y con todo esto no se les daba nada por morir. Acuérdome que decían: "¿En qué se anda Malinche con nosotros, cada día demandándonos paces? Que nuestros ídolos nos han prometido victoria, y tenemos hartos bastimentos y agua, y a ninguno de vosotros hemos de dejar a vida; por eso no tornen a hablar sobre las paces, pues las palabras son para las mujeres y las armas para los hombres"; y diciendo esto, se vienen a nosotros como perros dañados y hablando y peleando todo era uno, y hasta que la noche nos despartía estábamos peleando, y luego, como dicho tengo, al retraer con gran concierto, porque nos venían siguiendo con grandes capitanías y escuadrones dellos, y echábamos a los amigos fuera de la calzada, porque ya habían venido muchos más que de antes, y nos volvíamos a nuestras chozas, y luego ir y velar todos juntos, y en la vela cenábamos nuestra mala ventura, como dicho tengo otras veces; y bien de madrugada, pelear, porque no nos daban más espacio; y desta manera estuvimos muchos días; y estando desta manera tuvimos otro combate, y es que se juntaban de tres provincias, que se dicen Mataltzingo y Malinalco, y otros pueblos que no se me acuerda de sus nombres, que estaban obra de ocho leguas de México, para venir sobre nosotros, y mientras estuviésemos batallando con los mexicanos darnos en las espaldas y en nuestros reales, y que entonces saldrían los poderes mexicanos, y los unos por una parte y los otros por otra, tenían pensamientos de nos desbaratar; y porque hubo otras pláticas, lo que sobre ello se hizo diré adelante.