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Datos principales
Desarrollo
Cómo Cortés envió a Pedro de Alvarado a la provincia de Guatemala para que poblase una villa y los trajese de paz, y lo que sobre ello se hizo Pues como Cortés siempre tuvo los pensamientos muy altos y de señorear, quiso en todo remedar a Alejandro Macedonio, y con los muy buenos capitanes y extremados soldados que siempre tuvo, después que se hubo poblado la gran ciudad de México e Guaxaca e Zacatula e Colima e la Veracruz e Pánuco e Guazacualco, y tuvo noticia que en la provincia de Guatemala había recios pueblos de mucha gente e que había minas, acordó de enviar a la conquistar y poblar a Pedro de Alvarado , e aun el mismo Cortés había enviado a rogar a aquella provincia que viniesen de paz, e no quisieron venir; e diole al tal Alvarado para aquel viaje sobre trescientos soldados, y entre ellos ciento y veinte escopeteros y ballesteros; y más le dio cienta y treinta y cinco de a caballo, cuatro tiros y mucha pólvora, y un artillero que se decía fulano de Usagre, y sobre doscientos tlascaltecas y cholultecas, y cien mexicanos, que iban sobresalientes. Y después de dadas las instrucciones en que le mandaba a Alvarado que con toda diligencia procurase de los atraer de paz sin darles guerra, e que con ciertas lenguas e clérigos que llevaba les predicase las cosas tocantes a nuestra santa fe, e que no les consintiese sacrificios ni sodomías ni robarse unos a otros, que las cárceles e redes que hallase hechas, adonde suelen tener presos indios a engordar para comer, que las quebrase y que los saquen de las prisiones; y que con amor y buena voluntad los atraiga a que den la obediencia a su majestad, y en todo se les hiciese buenos tratamientos.
Pues ya despedido el Pedro de Alvarado de Cortés y de todos los caballeros amigos suyos que en México había, y se despidieron los unos de los otros, partió de aquella ciudad en 13 días del mes de diciembre de 1523 años, y mandóle Cortés que fuese por unos peñoles que cerca del camino estaban alzados en la provincia de Teguantepeque, los cuales peñoles trajo de paz; llámanse el peñol de Güelamo, que era entonces de la encomienda de un soldado que se dice Güelamo; y desde allí fue a Teguantepeque, pueblo grande, y son zapotecas , y le recibieron muy bien, porque estaban de paz, e ya se habían ido de aquel pueblo, como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla, a México, y dado la obediencia a su majestad e a ver a Cortés, y aun le llevaron un presente de oro; y desde Teguantepeque fue a la provincia de Soconusco, que era en aquel tiempo muy poblada de más de quince mil vecinos, y también le recibieron de paz y le dieron un presente de oro y se dieron por vasallos de su majestad; y desde Soconusco llegó cerca de otras poblaciones que dicen Zapotitlán, y en el camino, en una puente de un río que hay allí un mal paso, halló muchos escuadrones de guerreros que le estaban aguardando para no dejarle pasar, y tuvo una batalla con ellos, en que le mataron un caballo e hirieron muchos soldados, y uno murió de las heridas; y eran tantos los indios que se habían juntado contra Alvarado , no solamente los de Zapotitlán, sino de otros pueblos comarcanos, que por muchos dellos que herían, no los podían apartar, y por tres veces tuvieron reencuentros, y quiso nuestro señor Dios que los venció y le vinieron de paz; y desde Zapotitlán iba camino de un recio pueblo que se dice Quetzaltenango, y antes de llegar a él tuvo otros reencuentros con los naturales de aquel pueblo y con otros sus vecinos, que se dice Utatlan, que era cabecera de ciertos pueblos que están en su contorno a la redonda del Quetzaltenango, y en ellos le hirieron ciertos soldados, puesto que el Pedro de Alvarado y su gente mataron e hirieron muchos indios; y luego estaba una mala subida de un puerto que dura legua y media, con ballesteros y escopeteros y todos sus soldados puestos en gran concierto, lo comenzó a subir, y en la cumbre del puerto hallaron una india gorda que era hechicera, y un perro de los que ellos crían, que son buenos para comer, que no saben ladrar, sacrificados, ques es señal de guerra; y más adelante halló tanta multitud de guerreros que le estaban esperando, y le comenzaron a cercar; y como eran los pasos malos y en sierra muy agria, los de a caballo no podían correr, ni revolver ni aprovecharse dellos; mas los ballesteros y escopeteros y soldados de espada y rodela tuvieron reciamente con ellos pie con pie, y fueron peleando las cuestas y puertos abajo, hasta llegar a unas barrancas, donde tuvo otra muy reñida escaramuza con otros muchos escuadrones de guerreros que allí en aquellas barrancas esperaban, y era con un ardid que entre ellos tenían acordados, y fue desta manera: que, como fuese el Pedro de Alvarado peleando, hacían que se iban retrayendo, y como les fuese siguiendo hasta donde le estaban esperando sobre seis mil indios guerreros, y estos eran de los de Utatlan y de otros pueblos sus sujetos, que allí los pensaban matar; y Pedro de Alvarado y todos sus soldados pelearon con ellos con grandes ánimos, y los indios le hirieron tres soldados y dos caballos, mas todavía les venció y puso en huida; y no fueron muy lejos, que luego se tornaron a juntar y rehacer con otros escuadrones, y tornaron a pelear como valiente guerreros, creyendo desbaratar al Pedro de Alvarado Y a su gente; e fue cabe una fuente, adonde le aguardaron de arte, que se venían ya pie con pie con los de Pedro de Alvarado, y muchos indios hubo dellos que aguardaron dos o tres juntos a un caballo, y se ponían a fuerzas para derrotarle, e otros los tomaban de las colas; y aquí se vio el Pedro de Alvarado en gran aprieto, porque como eran muchos los contrarios, no podían sustentar a tantas partes de los escuadrones que les daban guerra a él y todos los suyos y como vieron que habían de vencer o morir sobre ellos; e temiendo los desbaratasen, porque se vieron en gran aprieto; y danles una mano con las escopetas y ballestas, y a buenas cuchilladas les hicieron que se apartasen algo.
Pues los de a caballo no estaban de espacio, sino alancear y atropellar y pasar adelante, hasta que los hubieron desbaratado, que no se juntaron en aquellos tres días; e como vio que ya no tenía contrarios con quien pelear, se estuvo en el campo sin ir a poblado, rancheando y buscando de comer; y luego se fue con todo su ejercito al pueblo de Quetzaltenango, y allí supo que en las batallas pasadas les habían muerto dos capitanes señores de Utatlan; y estando reposando y curando los heridos, tuvo aviso que venía otra vez contra él todo el poder de aquellos pueblos comarcanos, y se habían juntado más de dos xiquipiles, que son dieciséis mil indios, que cada xiquipil son ocho mil guerreros, e que venían con determinación de morir todos o vencer; y como el Pedro de Alvarado lo supo, se salió con su ejército en un llano, y como venían tan determinados los contrarios, comenzaron a cercar el ejército de Pedro de Alvarado y tirar vara, flecha y piedra y con lanzas, y como era muy llano y podían muy bien correr a todas partes los caballos, dan en los escuadrones contrarios de tal manera, que de presto les hizo volver las espaldas; aquí le hirieron muchos soldados e un caballo. Y según pareció, murieron ciertos indios principales, así de aquel pueblo como de toda aquella tierra; por manera que desde aquella victoria ya temían aquellos pueblos mucho a Alvarado, y concertaron toda aquella comarca de le enviar a demandar paces, e le trajeron un presente de oro de poca valía porque aceptase las paces; e fue con acuerdo de todos los caciques de aquella provincia, porque otra vez se tornaron a juntar muchos más guerreros que de antes, y les mandaron a sus guerreros que secretamente estuviesen entre las barrancas de aquel pueblo de Utatlan, y que si enviaban a demandar paces, era que, como el Pedro de Alvarado y su ejército estaban en Quetzaltenango haciendo entradas y corredurías, e siempre traían presa de indios e indias, y por llevarle a otro pueblo muy fuerte y cercano de barrancas, que se dice Utatlan, para que cuando le tuviesen dentro y en parte que ellos creían aprovecharse de él y de sus soldados, dar en ellos con los guerreros que ya estaban aparejados y escondidos para ello.
Volvamos a decir cómo fueron con el presente delante de Pedro de Alvarado muchos principales; y después de hecha su cortesía a su usanza, le demandaron perdón por las guerras pasadas, ofreciéndose por vasallos de su majestad, y le ruegan que porque su pueblo es grande, está en parte más apacible donde le puedan servir, e junto a otras poblaciones, que se vaya con ellos a él. Y Pedro de Alvarado los recibió con mucho amor, y no entendió las cautelas que traían; y después de les haber respondido el mal que habían hecho en salir de guerra, aceptó sus paces. E otro día por la mañana fue con su ejército con ellos a Utatlan, que así se dice el pueblo, e desque hubo entrado dentro e vieron una cosa tan fuerte, porque tenía dos puertas, y la una dellas tenía veinte y cinco escalones antes de entrar en el pueblo, y la otra puerta con una calzada que era muy mala y deshecha por dos partes, y las casas muy juntas y las calles muy angostas, y en todo el pueblo no había mujeres ni gente menuda, cercado de barrancas, e de comer no les proveían sino mal y tarde, y los caciques muy demudados en los parlamentos, avisaron al Pedro de Alvarado unos indios de Quetzaltenango que aquella noche los querían matar a todos en aquel pueblo si allí se quedaban; e que tenían puestos entre las barrancas muchos escuadrones de guerreros para en viendo arder las casas juntarse con los de Utatlan, y dar en nosotros los unos por una parte e los otros por otra, e con el fuego e humo no se podrían valer, e que entonces los quemarían vivos; y como el Pedro de Alvarado entendió el gran peligro en que estaban, de presto mandó a sus capitanes e a todo su ejército que sin más tardar se saliesen al campo, y les dijo el peligro que tenían; y como lo entendieron, no tardaron de se ir a lo llano cerca de unas barrancas, porque en aquel tiempo no tuvieron más lugar de salir a tierra llana de en medio de tan recios pasos; e a todo esto el Pedro de Alvarado mostraba buena voluntad a los caciques y principales de aquel pueblo y de otros comarcanos, y les dijo que porque los caballos eran acostumbrados de andar paciendo en el campo un rato del día, que por esta causa se salió del pueblo, porque estaban muy juntas las casas y calles; y los caciques estaban muy tristes porque así lo vieron salir.
E ya el Pedro de Alvarado no pudo más disimular la traición que tenían urdida, y sobre ello y sobre los escuadrones que tenían juntos en las barrancas mandó prender al cacique de aquel pueblo y por justicia le mandó quemar, y dio el señorío a su hijo, y luego se salió a tierra llana fuera de las barrancas, y tuvo guerra con los escuadrones que tenían aparejados para el efecto que he dicho; y después que hubieron probado sus fuerzas y mala voluntad con los nuestros, fueron desbaratados. Y dejemos de hablar de aquesto, y digamos cómo en aquella sazón en un gran pueblo que se dice Guatemala se supo las batallas que Pedro de Alvarado había habido después que entró en la provincia, y en todas había sido vencedor, y que al presente estaba en tierras de Utatlan, y que desde allí hacía entradas y daba guerras a muchos pueblos; y según pareció, los de Utatlan y sus sujetos eran enemigos de los de Guatemala, e acordaron los de Guatemala de enviar mensajeros con presentes de oro a Pedro de Alvarado, y darse por vasallos de su majestad; y enviaron a decir que si habían menester algún servicio de sus personas para aquellas guerras, que ellos vendrían; y el Pedro de Alvarado los recibió de buena voluntad, y les envió a dar muchas gracias por ello; y para ver si era como se lo decían, y como no sabía la tierra, para que le encaminasen les envió a demandar dos mil guerreros, y esto por causa de muchas barrancas y pasos malos que estaban cortados porque no pudiesen pasar los nuestros, para que si fuesen menester los adobasen, y llevar el fardaje; y los de Guatemala se los enviaron luego con sus capitanes.
Y Pedro de Alvarado estuvo en la provincia de Utatlan siete u ocho días haciendo entradas; y eran de los pueblos rebelados que habían dado la obediencia a su majestad, y después de dada se tornaban a alzar; y herraron muchos esclavos e indias, y pagaron el real quinto, y los demás repartieron entre los soldados; y luego se fue a la ciudad de Guatemala, y fue bien recibido y hospedado. Y los caciques de aquella ciudad le dijeron que muy cerca de allí había unos pueblos junto a una laguna, e que tenían un peñol muy fuerte, e que eran sus enemigos e que les daban guerra, y que bien sabían los de aquel pueblo, que no estaba lejos, cómo estaba allí el Pedro de Alvarado, y que no venían a dar la obediencia como los demás pueblos, y que eran muy malos y de peores condiciones: el cual pueblo se dice Atitlan. Y el Pedro de Alvarado les envió a rogar que viniesen de paz y que serían muy bien tratados, y otras blandas palabras; y la respuesta que enviaron fue, que maltrataron los mensajeros, y viendo que no aprovechaban, tornó a enviar otros embajadores para les traer de paz, porque tres veces les envió a traer de paz, y todas tres les maltrataron de palabras; y fue Pedro de Alvarado en persona a ellos, y llevó sobre ciento y cuarenta soldados, y entre ellos veinte ballesteros y escopeteros y cuarenta de a caballo, y con dos mil guatemaltecos. E cuando llegó junto al pueblo les tornó a requerir con la paz, y no le respondieron sino con arcos y flechas, que comenzaron a flechar; y cuando aquello vio y que no muy lejos de allí estaba dentro del agua un peñol muy poblado con gente de guerra, fue allá a orilla de la laguna, y sálenle al encuentro dos buenos escuadrones de indios guerreros con grandes lanzas y buenos arcos y flechas, y con otras muchas armas y coseletes, y tañendo sus atabales, y con sus penachos y divisas, y peleó con ellos buen rato, e hubo muchos heridos de los soldados; mas no tardaron mucho en el campo los contrarios, que luego fueron huyendo a acogerse al peñol, y el Pedro de Alvarado con sus soldados tras ellos, y de presto les ganó el peñol, y hubo muchos muertos y heridos; e más hubiera si no se echaran todos al agua, y se pasaron a una isleta, y entonces se saquearon las casas que estaban pobladas junto a la laguna; y se salieron a un llano adonde había muchos maizales, y durmió allí aquella noche.
Otro día de mañana fueron al pueblo de Atitlan, que ya he dicho que así se dice, y estaba despoblado; y entonces mandó que corriesen la tierra e las huertas de cacaguatales, que tenían muchos, e trajeron presos dos principales de aquel pueblo, y el Pedro de Alvarado les envió luego aquellos principales, con los que estaban presos del día antes, a rogar a los demás caciques vengan de paz, y que les dará todos los prisioneros, y que serán dél muy bien mirados y honrados, y que si no vienen, que les dará guerra como a los de Quetzaltenango e Utatlan, e les cortará sus árboles de cacaguatales y hará todo el daño que pudiere. En fin de más razones, con estas palabras y amenazas luego vinieron de paz y trajeron un presente de oro, y se dieron por vasallos de su majestad, y luego el Pedro de Alvarado y su ejército se volvió a Guatemala; e estando algunos días sin hacer cosa más de lo por mí memorado, vinieron de paz todos los pueblos de la comarca, y otros de la costa del sur, que se llaman los pipiles; y muchos de aquellos pueblos que vinieron de paz se quejaron que en el camino por donde venía estaba una población que se dice Izcuintepeque, y que eran malos, y que no les dejaban pasar por su tierra y les iban a saquear sus pueblos, y dieron otras muchas quejas dellos; y el Pedro de Alvarado los envió a llamar de paz, y no quisieron venir, antes enviaron a decir muy soberbias palabras; e acordó de ir a ellos con todos los más soldados que tenía, y de a caballo y escopeteros y ballesteros, y muchos amigos de Guatemala, y sin ser sentidos, da una mañana sobre ellos, en que se hizo mucho daño y presa.
E ya que hemos hecho relación de la conquista y pacificación de Guatemala y sus provincias, y muy cumplidamente lo dice en una memoria que dello tiene hecha un vecino de Guatemala, deudo de los Alvarados, que se dice Gonzalo de Alvarado, lo cual verán más por extenso, si yo en algo aquí faltare; y esto digo porque no me hallé en estas conquistas hasta que pasamos por aquestas provincias, estando todo de guerra, en el año de 1524, e fue cuando veníamos de las Higüeras e Honduras con el capitán Luis Marín, que nos volvimos para México; y más digo, que tuvimos en aquella sazón con los de Guatemala algunos reencuentros de guerra, y tenían hechos muchos hoyos y cortados en pasos malos pedazos de sierras para que no pudiésemos pasar con las grandes barrancas; y aun entre un pueblo que se dice Juanagazapa y Petapa, en unas quebradas hondas estuvimos allí detenidos guerreando con los naturales de aquella tierra dos días, que no podíamos pasar un mal paso; y entonces me hirieron de un flechazo, mas fue poca cosa; y pasamos con harto trabajo, porque estaba en el paso muchos guerreros guatemaltecos y de otros pueblos. Y porque hay mucho que decir, y por fuerza tengo de traer a la memoria algunas cosas en su tiempo y lugar, y esto fue en el tiempo que hubo fama que Cortés era muerto y todos los que con él fuimos a las Higüeras, lo dejaré por ahora, y digamos de la armada que Cortés envió a las Higüeras y Honduras. También digo que esta provincia de Guatemala no eran guerreros los indios, porque no esperaban sino en barrancas, y con sus flechas no hacían nada.
Pues ya despedido el Pedro de Alvarado de Cortés y de todos los caballeros amigos suyos que en México había, y se despidieron los unos de los otros, partió de aquella ciudad en 13 días del mes de diciembre de 1523 años, y mandóle Cortés que fuese por unos peñoles que cerca del camino estaban alzados en la provincia de Teguantepeque, los cuales peñoles trajo de paz; llámanse el peñol de Güelamo, que era entonces de la encomienda de un soldado que se dice Güelamo; y desde allí fue a Teguantepeque, pueblo grande, y son zapotecas , y le recibieron muy bien, porque estaban de paz, e ya se habían ido de aquel pueblo, como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla, a México, y dado la obediencia a su majestad e a ver a Cortés, y aun le llevaron un presente de oro; y desde Teguantepeque fue a la provincia de Soconusco, que era en aquel tiempo muy poblada de más de quince mil vecinos, y también le recibieron de paz y le dieron un presente de oro y se dieron por vasallos de su majestad; y desde Soconusco llegó cerca de otras poblaciones que dicen Zapotitlán, y en el camino, en una puente de un río que hay allí un mal paso, halló muchos escuadrones de guerreros que le estaban aguardando para no dejarle pasar, y tuvo una batalla con ellos, en que le mataron un caballo e hirieron muchos soldados, y uno murió de las heridas; y eran tantos los indios que se habían juntado contra Alvarado , no solamente los de Zapotitlán, sino de otros pueblos comarcanos, que por muchos dellos que herían, no los podían apartar, y por tres veces tuvieron reencuentros, y quiso nuestro señor Dios que los venció y le vinieron de paz; y desde Zapotitlán iba camino de un recio pueblo que se dice Quetzaltenango, y antes de llegar a él tuvo otros reencuentros con los naturales de aquel pueblo y con otros sus vecinos, que se dice Utatlan, que era cabecera de ciertos pueblos que están en su contorno a la redonda del Quetzaltenango, y en ellos le hirieron ciertos soldados, puesto que el Pedro de Alvarado y su gente mataron e hirieron muchos indios; y luego estaba una mala subida de un puerto que dura legua y media, con ballesteros y escopeteros y todos sus soldados puestos en gran concierto, lo comenzó a subir, y en la cumbre del puerto hallaron una india gorda que era hechicera, y un perro de los que ellos crían, que son buenos para comer, que no saben ladrar, sacrificados, ques es señal de guerra; y más adelante halló tanta multitud de guerreros que le estaban esperando, y le comenzaron a cercar; y como eran los pasos malos y en sierra muy agria, los de a caballo no podían correr, ni revolver ni aprovecharse dellos; mas los ballesteros y escopeteros y soldados de espada y rodela tuvieron reciamente con ellos pie con pie, y fueron peleando las cuestas y puertos abajo, hasta llegar a unas barrancas, donde tuvo otra muy reñida escaramuza con otros muchos escuadrones de guerreros que allí en aquellas barrancas esperaban, y era con un ardid que entre ellos tenían acordados, y fue desta manera: que, como fuese el Pedro de Alvarado peleando, hacían que se iban retrayendo, y como les fuese siguiendo hasta donde le estaban esperando sobre seis mil indios guerreros, y estos eran de los de Utatlan y de otros pueblos sus sujetos, que allí los pensaban matar; y Pedro de Alvarado y todos sus soldados pelearon con ellos con grandes ánimos, y los indios le hirieron tres soldados y dos caballos, mas todavía les venció y puso en huida; y no fueron muy lejos, que luego se tornaron a juntar y rehacer con otros escuadrones, y tornaron a pelear como valiente guerreros, creyendo desbaratar al Pedro de Alvarado Y a su gente; e fue cabe una fuente, adonde le aguardaron de arte, que se venían ya pie con pie con los de Pedro de Alvarado, y muchos indios hubo dellos que aguardaron dos o tres juntos a un caballo, y se ponían a fuerzas para derrotarle, e otros los tomaban de las colas; y aquí se vio el Pedro de Alvarado en gran aprieto, porque como eran muchos los contrarios, no podían sustentar a tantas partes de los escuadrones que les daban guerra a él y todos los suyos y como vieron que habían de vencer o morir sobre ellos; e temiendo los desbaratasen, porque se vieron en gran aprieto; y danles una mano con las escopetas y ballestas, y a buenas cuchilladas les hicieron que se apartasen algo.
Pues los de a caballo no estaban de espacio, sino alancear y atropellar y pasar adelante, hasta que los hubieron desbaratado, que no se juntaron en aquellos tres días; e como vio que ya no tenía contrarios con quien pelear, se estuvo en el campo sin ir a poblado, rancheando y buscando de comer; y luego se fue con todo su ejercito al pueblo de Quetzaltenango, y allí supo que en las batallas pasadas les habían muerto dos capitanes señores de Utatlan; y estando reposando y curando los heridos, tuvo aviso que venía otra vez contra él todo el poder de aquellos pueblos comarcanos, y se habían juntado más de dos xiquipiles, que son dieciséis mil indios, que cada xiquipil son ocho mil guerreros, e que venían con determinación de morir todos o vencer; y como el Pedro de Alvarado lo supo, se salió con su ejército en un llano, y como venían tan determinados los contrarios, comenzaron a cercar el ejército de Pedro de Alvarado y tirar vara, flecha y piedra y con lanzas, y como era muy llano y podían muy bien correr a todas partes los caballos, dan en los escuadrones contrarios de tal manera, que de presto les hizo volver las espaldas; aquí le hirieron muchos soldados e un caballo. Y según pareció, murieron ciertos indios principales, así de aquel pueblo como de toda aquella tierra; por manera que desde aquella victoria ya temían aquellos pueblos mucho a Alvarado, y concertaron toda aquella comarca de le enviar a demandar paces, e le trajeron un presente de oro de poca valía porque aceptase las paces; e fue con acuerdo de todos los caciques de aquella provincia, porque otra vez se tornaron a juntar muchos más guerreros que de antes, y les mandaron a sus guerreros que secretamente estuviesen entre las barrancas de aquel pueblo de Utatlan, y que si enviaban a demandar paces, era que, como el Pedro de Alvarado y su ejército estaban en Quetzaltenango haciendo entradas y corredurías, e siempre traían presa de indios e indias, y por llevarle a otro pueblo muy fuerte y cercano de barrancas, que se dice Utatlan, para que cuando le tuviesen dentro y en parte que ellos creían aprovecharse de él y de sus soldados, dar en ellos con los guerreros que ya estaban aparejados y escondidos para ello.
Volvamos a decir cómo fueron con el presente delante de Pedro de Alvarado muchos principales; y después de hecha su cortesía a su usanza, le demandaron perdón por las guerras pasadas, ofreciéndose por vasallos de su majestad, y le ruegan que porque su pueblo es grande, está en parte más apacible donde le puedan servir, e junto a otras poblaciones, que se vaya con ellos a él. Y Pedro de Alvarado los recibió con mucho amor, y no entendió las cautelas que traían; y después de les haber respondido el mal que habían hecho en salir de guerra, aceptó sus paces. E otro día por la mañana fue con su ejército con ellos a Utatlan, que así se dice el pueblo, e desque hubo entrado dentro e vieron una cosa tan fuerte, porque tenía dos puertas, y la una dellas tenía veinte y cinco escalones antes de entrar en el pueblo, y la otra puerta con una calzada que era muy mala y deshecha por dos partes, y las casas muy juntas y las calles muy angostas, y en todo el pueblo no había mujeres ni gente menuda, cercado de barrancas, e de comer no les proveían sino mal y tarde, y los caciques muy demudados en los parlamentos, avisaron al Pedro de Alvarado unos indios de Quetzaltenango que aquella noche los querían matar a todos en aquel pueblo si allí se quedaban; e que tenían puestos entre las barrancas muchos escuadrones de guerreros para en viendo arder las casas juntarse con los de Utatlan, y dar en nosotros los unos por una parte e los otros por otra, e con el fuego e humo no se podrían valer, e que entonces los quemarían vivos; y como el Pedro de Alvarado entendió el gran peligro en que estaban, de presto mandó a sus capitanes e a todo su ejército que sin más tardar se saliesen al campo, y les dijo el peligro que tenían; y como lo entendieron, no tardaron de se ir a lo llano cerca de unas barrancas, porque en aquel tiempo no tuvieron más lugar de salir a tierra llana de en medio de tan recios pasos; e a todo esto el Pedro de Alvarado mostraba buena voluntad a los caciques y principales de aquel pueblo y de otros comarcanos, y les dijo que porque los caballos eran acostumbrados de andar paciendo en el campo un rato del día, que por esta causa se salió del pueblo, porque estaban muy juntas las casas y calles; y los caciques estaban muy tristes porque así lo vieron salir.
E ya el Pedro de Alvarado no pudo más disimular la traición que tenían urdida, y sobre ello y sobre los escuadrones que tenían juntos en las barrancas mandó prender al cacique de aquel pueblo y por justicia le mandó quemar, y dio el señorío a su hijo, y luego se salió a tierra llana fuera de las barrancas, y tuvo guerra con los escuadrones que tenían aparejados para el efecto que he dicho; y después que hubieron probado sus fuerzas y mala voluntad con los nuestros, fueron desbaratados. Y dejemos de hablar de aquesto, y digamos cómo en aquella sazón en un gran pueblo que se dice Guatemala se supo las batallas que Pedro de Alvarado había habido después que entró en la provincia, y en todas había sido vencedor, y que al presente estaba en tierras de Utatlan, y que desde allí hacía entradas y daba guerras a muchos pueblos; y según pareció, los de Utatlan y sus sujetos eran enemigos de los de Guatemala, e acordaron los de Guatemala de enviar mensajeros con presentes de oro a Pedro de Alvarado, y darse por vasallos de su majestad; y enviaron a decir que si habían menester algún servicio de sus personas para aquellas guerras, que ellos vendrían; y el Pedro de Alvarado los recibió de buena voluntad, y les envió a dar muchas gracias por ello; y para ver si era como se lo decían, y como no sabía la tierra, para que le encaminasen les envió a demandar dos mil guerreros, y esto por causa de muchas barrancas y pasos malos que estaban cortados porque no pudiesen pasar los nuestros, para que si fuesen menester los adobasen, y llevar el fardaje; y los de Guatemala se los enviaron luego con sus capitanes.
Y Pedro de Alvarado estuvo en la provincia de Utatlan siete u ocho días haciendo entradas; y eran de los pueblos rebelados que habían dado la obediencia a su majestad, y después de dada se tornaban a alzar; y herraron muchos esclavos e indias, y pagaron el real quinto, y los demás repartieron entre los soldados; y luego se fue a la ciudad de Guatemala, y fue bien recibido y hospedado. Y los caciques de aquella ciudad le dijeron que muy cerca de allí había unos pueblos junto a una laguna, e que tenían un peñol muy fuerte, e que eran sus enemigos e que les daban guerra, y que bien sabían los de aquel pueblo, que no estaba lejos, cómo estaba allí el Pedro de Alvarado, y que no venían a dar la obediencia como los demás pueblos, y que eran muy malos y de peores condiciones: el cual pueblo se dice Atitlan. Y el Pedro de Alvarado les envió a rogar que viniesen de paz y que serían muy bien tratados, y otras blandas palabras; y la respuesta que enviaron fue, que maltrataron los mensajeros, y viendo que no aprovechaban, tornó a enviar otros embajadores para les traer de paz, porque tres veces les envió a traer de paz, y todas tres les maltrataron de palabras; y fue Pedro de Alvarado en persona a ellos, y llevó sobre ciento y cuarenta soldados, y entre ellos veinte ballesteros y escopeteros y cuarenta de a caballo, y con dos mil guatemaltecos. E cuando llegó junto al pueblo les tornó a requerir con la paz, y no le respondieron sino con arcos y flechas, que comenzaron a flechar; y cuando aquello vio y que no muy lejos de allí estaba dentro del agua un peñol muy poblado con gente de guerra, fue allá a orilla de la laguna, y sálenle al encuentro dos buenos escuadrones de indios guerreros con grandes lanzas y buenos arcos y flechas, y con otras muchas armas y coseletes, y tañendo sus atabales, y con sus penachos y divisas, y peleó con ellos buen rato, e hubo muchos heridos de los soldados; mas no tardaron mucho en el campo los contrarios, que luego fueron huyendo a acogerse al peñol, y el Pedro de Alvarado con sus soldados tras ellos, y de presto les ganó el peñol, y hubo muchos muertos y heridos; e más hubiera si no se echaran todos al agua, y se pasaron a una isleta, y entonces se saquearon las casas que estaban pobladas junto a la laguna; y se salieron a un llano adonde había muchos maizales, y durmió allí aquella noche.
Otro día de mañana fueron al pueblo de Atitlan, que ya he dicho que así se dice, y estaba despoblado; y entonces mandó que corriesen la tierra e las huertas de cacaguatales, que tenían muchos, e trajeron presos dos principales de aquel pueblo, y el Pedro de Alvarado les envió luego aquellos principales, con los que estaban presos del día antes, a rogar a los demás caciques vengan de paz, y que les dará todos los prisioneros, y que serán dél muy bien mirados y honrados, y que si no vienen, que les dará guerra como a los de Quetzaltenango e Utatlan, e les cortará sus árboles de cacaguatales y hará todo el daño que pudiere. En fin de más razones, con estas palabras y amenazas luego vinieron de paz y trajeron un presente de oro, y se dieron por vasallos de su majestad, y luego el Pedro de Alvarado y su ejército se volvió a Guatemala; e estando algunos días sin hacer cosa más de lo por mí memorado, vinieron de paz todos los pueblos de la comarca, y otros de la costa del sur, que se llaman los pipiles; y muchos de aquellos pueblos que vinieron de paz se quejaron que en el camino por donde venía estaba una población que se dice Izcuintepeque, y que eran malos, y que no les dejaban pasar por su tierra y les iban a saquear sus pueblos, y dieron otras muchas quejas dellos; y el Pedro de Alvarado los envió a llamar de paz, y no quisieron venir, antes enviaron a decir muy soberbias palabras; e acordó de ir a ellos con todos los más soldados que tenía, y de a caballo y escopeteros y ballesteros, y muchos amigos de Guatemala, y sin ser sentidos, da una mañana sobre ellos, en que se hizo mucho daño y presa.
E ya que hemos hecho relación de la conquista y pacificación de Guatemala y sus provincias, y muy cumplidamente lo dice en una memoria que dello tiene hecha un vecino de Guatemala, deudo de los Alvarados, que se dice Gonzalo de Alvarado, lo cual verán más por extenso, si yo en algo aquí faltare; y esto digo porque no me hallé en estas conquistas hasta que pasamos por aquestas provincias, estando todo de guerra, en el año de 1524, e fue cuando veníamos de las Higüeras e Honduras con el capitán Luis Marín, que nos volvimos para México; y más digo, que tuvimos en aquella sazón con los de Guatemala algunos reencuentros de guerra, y tenían hechos muchos hoyos y cortados en pasos malos pedazos de sierras para que no pudiésemos pasar con las grandes barrancas; y aun entre un pueblo que se dice Juanagazapa y Petapa, en unas quebradas hondas estuvimos allí detenidos guerreando con los naturales de aquella tierra dos días, que no podíamos pasar un mal paso; y entonces me hirieron de un flechazo, mas fue poca cosa; y pasamos con harto trabajo, porque estaba en el paso muchos guerreros guatemaltecos y de otros pueblos. Y porque hay mucho que decir, y por fuerza tengo de traer a la memoria algunas cosas en su tiempo y lugar, y esto fue en el tiempo que hubo fama que Cortés era muerto y todos los que con él fuimos a las Higüeras, lo dejaré por ahora, y digamos de la armada que Cortés envió a las Higüeras y Honduras. También digo que esta provincia de Guatemala no eran guerreros los indios, porque no esperaban sino en barrancas, y con sus flechas no hacían nada.