Capítulo 96 Trata en este capítulo como binieron mensajeros de los pueblos de Guaquechula y Atzitzihuacan, que les abian destruido sus sementeras de maíz, que estauan <en>flor y otro ya con maçorca, los de Huexoçingo y Atlixco, y co fueron mensajeros a llamami<ento>s de gentes de guerra para ir contra ellos Fue un prençipal mexicano a esta <en>baxada al rrey Neçahualpilli de Acolhuacan y al rrey de tepanecas, e <que> luego se aprestasen con la mayor presteza del mundo. Dixo el rrey de Aculhuacan <que> luego a la ora lo ponía por la obra con aperçibimiento de muerte y <que> fuen alegres y contentos por ser la guerra a fuego y sangre. Y luego se aperçibieron sus prençipales y capitanes, el uno llamado Çeçepatic, que dize Puro yelo, y otro Macuilmalinal, el Quinto torçido, y Tezcatlpopoca (Espexo <que> humea). Dixo Monteçuma al capitán Atlixcatl y a Tepehua, díxoles: "Paresçe que el señor de Tula Yxtlilcuechahuac, <que> luego benga él en persona con toda su gente". Oydo por, luego bino con toda su gente al mandato del rrey Monteçuma con todas sus gentes. Començó a marchar el campo mexicano. Llegados <en> la parte <que> llaman Tzitzihuacan, dízenle al rrey Yxtlilcuechahuac: "Señor, ¿cómo será de nosotros? Ordená de la manera <que> será". Dixo Yxtlilcuechahuac, rrey de los toltecas de Tula: "Será esta la manera, <que> yré yo con mis gentes primero y les acometeré, y biendo como nos ba, yrán luego los mexicanos y las demás nasçiones". Y así, fuego fue en la delantera y biendo los de Huexoçinço a los de Tula, arróxanles rrosas y perfumadores y comiençan un alarido golpeando sus rrodelas. Benían los de Huexoçingo todos de una debisa, como de leonados, por se conosçer de entre los enemigos. El rrey Yxtlilcuechahuac yba muy pulido, cargado de preçiada plumería, con braçaletes de oro y una diuisa <en> lo alto de la carga de un águila batiendo las alas contra el enemigo, que paresçía biua. 135r <En>trados en campo tan furiosamente <que> luego començaron a morir los tultecas, <en>tra luego el rrey Yxtlilcuechahuac al campo y como le bieron tan galano, le çercan ynfinitos huexoçingas, <que> le prendieron, y sobre defenderlo sus soldados balientes, murieron muchos allí y muchos lleuaron presos. Bisto esto, los mexicanos apellidan, diziendo: "Mexicanos, ¿<qué> hazemos? Aquí es ello, que no a de quedar uno ni nenguno", y acometen tan balerosamente. Pero fue como quien <en>bía corderos al matadero, que murieron muchos mexicanos y prendieron a los prençipales Çeçepatic y a Tezcatlypucca. <En>traron luego por su orden y de todos ellos la mitad morían y la mitad prendíam los más prençipales dellos. Y los chalcas llamaron a los de los pueblos de Matlatzinco y como los chalcas eran casi unos con otros, los de Huexoçingo, <en> fuerças y ardides y ánimos y todos unos en el pelear, tan rrezio les acometieron que los lleuaron de bençida a los de Huexotzinco, y con esto dan bozes los de Huexoçingo diziendo: "Hermanos mexicanos, basta ya, sobrinos n<uest>ros, jugado emos con el sol un rrato y con los dioses de batallas. Quede esto concluso, con las boluntades u<uest>ras". Fueron contentos desto los mexicanos y hazen luego las pazes <en>tre ellos, y luego <en>bía Cuauhnochtli mensajeros a Monteçuma dándole cuenta del susçeso y fenesçimiento de la batalla çebil (xochiyaoyotl), con bençimiento de los de Huexoçingo. Llegado a Tenuchtitlan el mensajero, explicada su <en>baxada a Monteçuma, haze llanto dolorido sobre lo rreferido y muertes de los prençipales mexicanos, haziendo minsión de los demás muertos prençipales de Tlacahuepan y Mactlacuia y Tzitzicuacua, con todos los demás que allá murieron. Llama luego a Çihuacoatl, dízele <que> luego sobre el llanto <que> se haga<n> alegrías, y comiençan luego ençima del tenplo a tocar cornetas y atabales, y manda luego <que> bayan al rresçibimiento de el campo mexicano. Ydos, les toparon <en> la parte <que> llaman Toçitlan, salúdanles, hazen con ellos muchas cariçias dándoles el parabién de su buena benida y el pésame de las muertes de los mexicanos. Con esto, banse derechos a al templo de Huitzilopochtli y hazen oraçión comiendo la tierra con el dedo de la mano de e<n> medio. Ban luego a las casas rreales a hazer rreberençia a Monteçuma. Y asimismo tomó Monteçuma su rrodela <en> la mano y bordón, manera de espadarte. Adelantado el capitán Cuauhnochtli, le esxplica la <en>baxada <que> hizieron y fenesçimiento de la guerra con muerte de los tres prençipales mexicanos y de diez mill soldados de toda suerte de gentes, con muy larga oraçión consolatoria. Acabada la oraçion, Monteçuma con grandes sospiros, lágrimas, les agradesçió el trauajo que abían tomado, pero con gran consuelo de ber acabada la guerra çebil, tan ordinaria, <que> tanto estimauan los mexicanos y a cabo de tantos años. Mandó les diesen onrradamente de comer y bestir a todos los prençipales mexicanos. Otro día mandó luego hazer las tumbas para el onrramiento de las onrras de los prençipales muertos, que llaman tlacochcalli. <En>biaron luego mensajeros a los pueblos de Aculhuacan y Tacuba, <que> biniesen a onrrar las onrras de Yxtlilcuechahuac y Çeçepatic y Tezcatlpopoca, los quales y <en> todos los pueblos binieron los señores con muchas mantas rricas, que eran las mortaxas de los difuntos. 135v Y así, por lo consiguiente, <en> los pueblos de los enemigos de Huexoçingo, Cholula y Tlaxcala se les hizieron las onrras a sus prençipales muertos, que no fueron tan solamente los mexicanos prençipales muertos sino de toda calidad de los quatro pueblos ya dichos, acabadas las onrras otro día, que no fue cosa más de beer y tanta crueldad como degollar a tantos miserables yndios sacrificados quando quemaron los tres bultos de los tres prençipales mexicanos, sino todas sus rriquezas con ellos y armas. Concluido con esto, dixo Monteçuma a los prençipales mexicanos: "Quiero que sepáis, herma<no>s y prençipales míos, como el pueblo de Teuctepec tiene hecho su templo y están alçados, que están confederados con los de Coatlan, y quiero <que> bayan a dar abiso de esto al rrey Neçahualpilli e Aculhuacan y al de tepanecas y bayan a dar abiso a todos los pueblos comarcanos". Y así, benidos todos, Tlaacateeccatl, Tlacochcalcatl, Acolnahuacatl, Ezhuahuacatl, Ticocyahuacatl, Tocuiltecatl, Tlilancalqui, <en>tendidos por ellos, <en>biaron mensajeros a todas los pueblos suxetos a la corona mexicana, "y con la gente <que> se trujeren de presos de los pueblos çelebraremos el templo nueuo <que> se a acabado de labrar, que es el Coatepetl y Coatcocalli, tenplo de dios nueuo, y para esto bamos agora a esta guerra". Oydos, los <en>baxadores fueron a todos los pueblos comarcanos y al rrey Tlaltecatzin de tepanecas. Oydo la <en>baxada de el rrey Monteçuma, luego se pusieron en camino, a proueer <que> luego con toda presteza se adereçasen de armas y matalotaxe abundante, y lo propio en la çiudad de Tenuchtitlan, <en> los quatro barrios de Moyotlan y Teopan y Cuepopan y Atzacualco. Partido y llegados <que> fueron a los términos y rraya del pueblo, començaron luego a hazer tiendas (xacales) para los prençipales y, hechos, mandan hazer puentes de madera para que pase toda la gente de guerra, no tenga por achaque que se lleuó el rrío a los soldados, sino <que> se lleuen buenas y rrezias puentes para el pasaxe de la otra parte de los enemigos. Otro día comiençan los capitanes de animar y esforçar a los mexicanos y de cada pueblo a su gente, proponiéndoles bitoria y rriquezas, esclauos, olbidados de todo el bien que dexaron en sus tierras, padres, madres, mugeres, hijos, hermanos, deudos, parientes, poniéndoles delante la muerte conosçida de sus enemigos. Escoxidos y <en>tremetidos los balerosos soldados <en>re los mançebos y los que an de lleuar la delantera, cuachic y otomis. Tentado el bado, dixeron era por demás pasar con las puentes si luego no se hazían balsas de madera y así, luego, hechas muchas balsas, pasó toda la gente y matalotaxe. Llegados a bista de los enemigos, estauan muy a la mira con sus armas y rrodelas fuertes hechas de xuncos y otates, y todos los más de ellos armados y con fuertes cueros de tigueres. Bisto los enemigos a los mexicanos, alçan un alarido que rretunbauan los montes. Dado abiso no <en>trasen tan de tropel, sino muy poco a poco y rrodeando a los enemigos, y ellos asimismo animando a los soldados suyos, diziéndoles: "Mirá, hermanos, que no dexemos a bida nengunos mexicanillos, <que> son pocos y mal armados, floxos, que no nos an de durar dos oras". Comiençan de rrodeallos y los que estauan fronteros, biendo los demás mexicanos que abían llegado 136r todos a un tiempo, dan de súpito con ellos. Tan cruel matança hizieron en ellos, y prendieron ynfinitos, que escaparon sino los hechizeros, <que> se boluieron lagartos y se <en>traron en los rríos hondos. Y con esto, tomaron luego las balsas y puentes y abentáronlos a las corrientes de los rríos, que eran grandes y anchos. Llegados a consejo por mandado de los prençipales mexicanos todos lo señores de todos los pueblos, dixeron: "Señores, por agora será bueno <que> boluamos a n<uest>ras tierras con esta presa <que> lleuamos, por<que> son menester para la çelebraçión del templo nueuo del ydolo nueuamente puesto". Y se cuentan los cautiuos de cada un pueblo. Contaron los cautiuos de Aculhuacan, fueron çiento y ochenta, y los de tepanecas fueron dozientos, y los de Chalco, quarenta, y los de Tierra Caliente, beinte, y los chinanpanecas, sesenta, y los cuauhtlalpan, serranos, quarenta, y los nauhtecas, chinanpanecas, beinte, y Matalçingo, ochenta, y los mexicanos, çiento y sesenta, que por todos fueron sieteçientos y ochenta. Dixeron los prençipales: "Bayan mensajeros a dar cuenta al rrey Monteçuma como lleuamos esta cantidad de los hijos del dios de la tierra, Tlalteuctli, y hijos del sol y hijos del dios de las aguas; como ban esta cantidad dellos". Llegados a la çiudad de Mexico Tenuchtitlan, explican su <en>baxada, el qual de oyr tales nuebas alegróse mucho la çiudad, en espeçial el rrey Monteçuma. Llegados al pueblo de Tlacochcalco, que agora es Chalco Atengo, fueron a rresçibirlos todos los pueblos que están a la rredonda de la laguna. Llegados a Mexicaçingo, les fueron a rreçibir los biexos mexicanos llamados cuauhhuehuetques según <que> hera antigua costumbre, como arriba se a d<ic>ho. Llegados a la gran plaça, estauan los perfumadores y rrosas y sahumadores llamados tlenamacaque. Comiençan a tocar de ençima del templo de Huitzilopochtli las cornetas y bozinas de caracoles y atabales. Subidos al templo los miserables cautiuos, rrodeado, rrodean luego la gran piedra y de allí baxan los mexicanos y ban a hazer rreuerençia a Monteçuma y, dádole cuenta del susçeso, se ban a descansar.
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Capítulo 97 Trata en este capítulo como <en>bió Monteçuma a conbidar a todos los señores de todos los pueblos comarcanos y suxetos a la corona mexicana para la çelebraçión del dios nueuo, Coatlan, con grandes sacrifiçios de esclauos Llegados los mensajeros al rrey Neçahualpilli y al rrey de tepanecas obedeçieron el llamamiento del rrey Monteçuma y juntos los dos rreyes Neçahualpilli y Tlaltecatzin, fueron a hazer rreuerençia al rrey Monteçuma y senado mexicano. Dízeles Monteçuma: "Señores, ya os es notorio como el templo de Coatlam emos de çelebrar con grande triumfo de sacrifiçios de los bençidos de los pueblos de las orillas de la mar que estauan rrebelados, los teuctepecas, e para esto es menester <que> luego bengan los que hizieron presa de esclauos". Los quales fueron por <en>baxadores a Huexoçingo, Cholula y Tlaxcala y Tliliuhquitepec a conbidarlos para la çelebraçión del tenplo Coatlam. Llegados de noche, les dizen a los porteros <que> son mensajeros de Cholula, no diziendo eran mexicanos. Oydo por el señor, les hizo dar de comer y rropas de las <que> se hazen en Güexoçingo. Otro día díxoles: "Despachaos, hermanos, que allá seremos, y beninos a rresçibir en el camino mitad del monte". Dixeron que ansí lo harían e caminaron la bía de 136v la çiudad de Cholula y de la manera que dixeron a los de Huexoçingo, les dixerom a ellos, de que fueron contentos. Y despachados de la mesma manera, fueron a la çiudad de Tlaxcala y la propia manera llegaron. Saludado al señor, le explican la <en>baxada al rrey Quetzalxiuhtzin, abían rreçitado su <en>baxada de parte de Tlacateuctli Monteçuma para çelebrar la fiesta del templo de Coatlan. Fue el rrey de Tlaxcala contento, díxoles <que> yrían e les guardasen en mitad del monte <en>tre términos y moxones del un rreyno al otro, e les dieron mantas rricas <que> llaman ayatlacuilolli y otras de la propia çiudad de Tlaxcala y cotaras o alpargates dorados. Con esto, fueron despedidos y fueron a Tliliuhquitepec. Llegados, explícanle la <en>baxada del rrey Monteçuma, el qual, oydo por él, dixo <que> le plazía, que él quería yr en persona. Mandó <que> los tubiesen secretos, y las mugeres de los señores les dauan de comer porque no les biesen nadie. Otro día les dieron mantas y cotaras rricas. Despachados conforme a los demás prençipales y señores, dieron buelta para la çiudad de Mexico con rrespuesta de su <en>baxada. Y en la parte y lugar <que> señalaron les abían de aguardar, allí les aguardaron y llegados los unos, otro día binieron los otros y luego los otros. Finalmente, llegados todos los señores de los quatro pueblos, binieron con ellos los mexicanos y llegaron a medianoche. Fueron derechos a casa del mayordomo (Petlacalcatl), porque allí des<en>barcaron de las canoas que truxeron los de Acoquilpan. Aposentados los estramgeros muy bien, ban luego derecho al palaçio, dizen a las guardas <que> bayan y hablen al rrey como están aquí los mensajeros que abían ydo a llamar a los señores de las trasmontañas (tepetlatepotzca). Llamaron los porteros a un corcobado criado, paxe del rrey: "Dezilde al rrey Monteçuma como son benidos sus <en>baxadores". El corcobado fue al aposento del rrey. Despertado, dixo: "<En>siendan lumbree y <en>trem". Fue luego el corcouado, llamado Xiuhquechol, y truxo lunbre del aposento y ceniza de las prençipalas señoras que estauan allí, mugeres del rrey y hermanas suyas. Explicada la <en>baxada, les mandó dixesen a los mayordomos <que>, so pena de la bida, nadie supiese de ellos ni les biesen y <que> fuesen muy bien seruidos de todo lo nesçesario y generos de diuersas comidas, muy buen cacao, mucho género de toda suerte de rrosas, flores, perfumadores hasta el día de la gran fiesta. Fueron aposentados en unos muy rricos palaçios, labradas, pintadas las paredes y esteras galanas pintadas y asentaderos de cueros de tiguere y estrados de lo mesmo. Llegaron asimismo los de Meztitlam y los de Michuacan y yopiçingas. <En>tendido Monteçuma, los lleuaron a las salas apartadas de los de Tlaxcala y Huexoçingo adon fueron muy bien seruidos de todo lo nesçesario, en espeçial el secreto de ellos so las penas de muertes y de ser desterrados perpetuamante y de ser todos sus parientes desterrados y sus casas desbaratadas hasta correr el agua por abaxo de la tierra. Con esto estauan muy secretos, que nenguno de la çiudad sabían dellos, porque el senado mexicano guardauan mucho secreto, como los rromanos lo guardauan en el Capitollio, de acuerdo con las mesmas penas destos 137r mexicanos. Y sosegados los unos de los otros, mandó Monteçuma darles de bestir mantas rricas <que> llaman oçelotlapanqui y pañetes (maxtlatl), lo que llaman tzohuatzalmaxtlatl, y a los de Metztitlan y Mechuacan y los otros les dieron rropas que llaman tlauhtonatiuh y los pañetes llaman yopimaxtlatl, y dieron trençaderas de cauello <que> llaman cuauhtlalpiloni, trançados de los ballientes, y beçoleras y orexeras de oro. Y luego, otro día, les dixo a los <en>baxadores que los abían ydo a llamar que después de medianoche lleuase aquellos enemigos conbidados, después de aber almorzado, les lleuase al miradero adonde se abían de çelebrar y sacrificar a los miserables yndios, que es de como bean morir a los teuctepecas, e les pusiesen <en> la parte que llaman ehuacaltlapanco y frontero del Huitzilopochtli. "Y mirá que os mando que nenguna persona suba adonde estubieren, so pena de muerte"; y estaua çercado con tapetes que nadie los pudiese beer. Luego, de mañana, binieron los dos rreyes de Aculhuacan, Neçahualpilli, y Tlaltecatzin, de Tacuba. Benidos los mexicanos, los soldados <que> hizieron presa a los enemigos, benidos ante él, llamó a todos los mayordomos, díxoles: "Traed lo que tenéis guardado, debisas y armas". Llamó Monteçuma a Çihuacoatl, díxole: "Rrepartí bos <en>tre los prençipales estas armas y diuisas ygualmente; y a los mançebos <que> ubieron y hizieron presa, por lo consiguiente". Y luego se tresquilaron los cauellos dexando detrás del colodrillo un manoxo de cauello para trançarse con plumería rrica <en> señal de ser ya tequihua, aber hecho presa <en> la batalla, y todos les dieron sendas rrodelas labradas y el canpo blanco, <que> llaman tliltecuilacachiuhqui. Después de les auer dado y rrepartido las armas a los prençipales y a los mançebos balerosos, dixo Monteçuma al capitán Cuauhnochtli. "Tomá estas demás armas y debisas y braçeletes, dádselas al rrey Neçahualpilli, <que> las rreparta <en>tre sus prençipales y soldados balerosos y los que agora preualesçieron para que por ellos se esfuerçen los demás mançebos para ganar este premio de honrra y los que agora se ban criado; lo propio con el rrey de tepanecas, Tlalteuctli". De que lo agradeçieron mucho al rrey Monteçuma y allí le pusieron el rrenombre de Monteçuma emperador del mundo, que dizen çem anahuac tlaatoani. Yba declinando las nueue oras del día quando pusieron en rringlera a los esclauos cautiuos en la parte <que> llaman tzompantitlam, junto a la gran piedra <que> llaman cuauhxicalli o, por mexor dezir, degolladero de ynoçentes gentiles, ydólatras, y han <en>tonçes los nueuamente armados al altar de Coatlan teocalli. Y Monteçuma fue vestido rricamente y enbixado y con una manta <que> llaman teoxiuhatl y pañetes muy bien labrados. En el aguxero de las narizes se puso un delicado cañutillo de oro fino y una beçolera y orexera de esmeralda fina, cotaras berdes sembradas de esmeraldas muy sotilmente puesto y su corona <en> la frente, berde, esmaltado a la rredonda de esmeraldas menudas. Y tras él Çihuacoatl, <que> lleuaua al lado siniestro, y tiznada la cara y pies como de negro y pardo, como ahumado. Y de la mesma manera <que> yba el rrey Monteçuma, de la propia manera yba Çihuacoatl, por ser segundo rrey como el Monteçuma y primo segundo, <que> fue nieto del biexo Monteçuma y tío de Monteçuma. Ban luego a los <que> llaman cuauhhue 137v huetque con sendos nabaxones anchos para abrir y degollar a los miserables cautiuos que allí estauan aparejados y subidos al templo de Coatlan, tocan luego los saçerdotes las cometas de caracoles. Arrebatan <en>tre çinco o seis biexos cuauhhuehuetques al miserable yndio, qual por los braços, qual de los pies y la cabeça; pónenlo boquiarriba, estirado muy bien el cuerpo, en manera que no se puede bullir a un cabo ni a otro. Llegados los dos rreyes, Monteçuma y Çihuacoatl, a beer como los abren con tanta presteza y les sacan caliente los coraçones y corriendo el uno con él, se lo pone al demonio nueuo salido del ynfierno <en> la boca, y los saçerdotes arrebatan el cuerpo y déxanlo rrodar por las grandes gradas, que, como se a dicho, eran de treçientos y sesenta escalones; no mirando esta crueldad <que> hazían los ynfernales saçerdotes, ministros del gran Luçifer, rrey del ynfierno. Y así, con esta crueldad, mataron aquel día a dozientos y beinte, que duró quatro días, <que>, como se dixo, eran todos 780 miserables yndios. Acabados los quatro días de la gran crueldad ynnumana, quedó el templo de Coatlan todo tinto <en> sangre, que paresçian las gradas estar cubiertas de un dosel carmesí, que todo él estaua tinto <en> sangre. Y era ya casi a medianoche quando baxaron del templo, y baxados los conbidados, fueron y lleuáronlos a su estançias secretas. <En>tró Monteçuma a la sala donde estauan los conbidados e díxoles: "Amigos y hermanos, bien podéis yros poco a poco, y lleualdes estas preseas a u<uest>ros señores". Dióles preçiadas rrodelas, espadartes de nabaxa, braçaletes con plumería rrica y de oro, beçoleras, orexeras de oro, braçaletes de muñequeras, bandas rricas y mantas y pañetes a las mill marabillas labradas, cotaras doradas. Y fueron con ellos los <que> los abían traído hasta los términos de mitad del monte y boluiéronse los mensajeros y ellos se fueron a sus tierras, adonde tubieron que contar a sus señores. Pasados algunos días, binieron mensajeros de Quecholac: y de Atzitzihuacan con mensaje al rrey Monteçuma. Llegados a palaçio, dize a los prençipales porteros eran mensajeros, bienen de los d<ic>hos pueblos. Ellos dieron abiso a los corcobados. Abisado de esto Monteçuma, mandólos <en>trar dentro. Dixéronle: "Señor, somos mensajeros de los d<ic>hos pueblos rreferidos. <En>bíannos u<uest>ros mayordomos prençipales, como llegaron allí los de Atlixco y Acapetlahuacan diziendo: "Yd a dar mandado a u<uest>ro rrey Monteçuma que a terçero día queremos jugar y holgar con ellos; cómo nos yrá con ellos o ellos con nosotros; que le demos un rrato de solaz al sol y a los tiempos y dioses, de que luego aguardan en campo, desafiándote a batalla". Dijo Monteçuma: "Sea mucho de norabuena. Yréis a buestros señores, que se junten y les aguardan <en> la batalla <en> tanto <que> bamos com presteza. Y mandó a su mayordomo (Petlacalcatl) que les diesen de bestir y comer a los mensajeros. Con esto, fueron despachados. Monteçuma llamó a todos los prençipales mexicanos y contóles como los <en>biauan a desafiar los de Atlixco y Cholula: "Y es menester que con toda breuedad luego bayan a llamar al rrey Neçahualpilli y al rrey de tepanecas, Tlalteuctli, para que sepan esta <en>baxada y aperçiban con breuedad sus campos para esta jornada. Y luego a la ora se dé pregóm por los quatro barrios a <que> luego, a terçero día, a de partir el campo mexicano se aperçiban balerosamente con estas gentes que pretenden guerra con nosotros. Cumplámosles su deseo. No tardéis. Y a los de Tlatelulco se les dé 138r abiso de armas y bastimiento para el exérçito mexicano". Y mandó Monteçuma <que> luego fuesen caminando otro día "porque al terçero día abían de amanesçer <en> sus tierras de ellos y darles, luego <que> lleguemos, batalla". Y mandó a los capitanes achcacauhtin, cuachic, otomitl de Moyotlam y Teopan, Atzacualco, Cuepopan, desde sus casas salgan armados de todas armas. Y mandó asimismo a un capitán abisase a los saçerdotes de todos los templos y de calmecac uno ni nenguno quedase, <que> todos fuesen muy bien armados a la guerra. Luego, aquella mañana, marchó el campo con mucha priesa, <que> caminaron día y noche. Otro día fueron amanesçer a los propios pueblos de Huaquechula, y yban llegando unos primero que otros para adereçar y hazer tiendas de campo en partes y lugares conbinientes.
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Capítulo 98 Trata en este capítulo como ubieron batalla los mexicanos con los de Huexoçingo, Cholula, Atlixco, y como murieron en ella de los mexicanos ocho mill y dozientos y de los enemigos seis mill, y del llanto que dellos se hizo Dixeron los prençipales mexicanos Hezhuahuacatl Maçeuhcatzin y Acolnahuacatl Teçihuanitzin y Tezcacoacatl y Teyohualpachoatzin, dixeron al capitán Cuauhnochtli mandasen a los de Aculhuacan y tlalhuacpanecas de Tacuba comiençen a escojer a los que an de ser delanteros para la guerra y, conformados, bayan en tres cuadrillas, con orden, sin desmandarse uno ni nenguno, sino todos yhualmente. Llegados a la frontera de los enemigos, estauan ya ellos escoxidos, los balerosos soldados de Huexoçingo y Cholula, <en> las fronteras, con baleroso ánimo. Bisto a los mexicanos, dízenles: "Ea, sobrinos, prouemos la bentura de cada uno". Dixeron los mexicanos: "Sea mucho de norabuena, hermanos n<uest>ros, como si no fueran enemigos capitales". Y así, comiençan con balerosos ánimos los unos a los otros, tan balerosamente, y como los de Huexoçingo y Cholula eran al seis doble de gente, dan tan de súpito todos ellos a los mexicanos que comiençan a matar y prender a ynfinitos de ellos. Y ya que quería çerrar la noche, dixeron los mexicanos: "Hermanos huexoçingas, por agora çese esta batalla, pues para siempre a de ser, que, <en> fin, entre nosotros y bosotros es llamado xochiyaoyotl", como dezir batalla çebil y gloriosa, rroseada, con flores, preçiada plumería de muerte gloriosa, con alegría, en campo florida, pues no es con traiçión, sino de boluntad, de que todos los enemigos fueron muy contentos de ello. Llegados los mexicanos a Tzitzihuacan, dizen entre todos ellos: "Ya beis, hermanos, el susçeso desta guerra y la gente que nos an muerto y presos que an lleuado, que de los mexicanos y enemigos está el campo florido de cuerpos muertos, paresçen rrosas coloradas <en>bueltos en preçiada plumería, y muertos con tanta alegría, que ya están gozando de n<uest>ros anteçesores y rreyes pasados, en conpañía del Mictlanteuctli, el señor del ynfierno. <En>biemos agora mensajero al rrey Monteçuma a le hazer sauer el susçeso de la guerra en estas partes del mundo, orillas del agua del çielo y prençipio tierra del mundo ("teoatenpan, tlachinoltepan") muerte <en>buelta de esmeraldas y plumería dolorida, rrica. Tanbién le hazemos saber como en esta batalla florida murieron los balerosos mexicanos prençipales llamados Ezhuahuacatl Maçeuhcatzin, Nacolnahuacatl Teçicuanitzin, Tezcacoacatl 138v y Teyohualpachoa, éstos lleuaron presos los de Huexoçingo y Cholula, los quales fueron cargados de oro plumería, preçiadas rrodelas doradas. Y murieron por todos, mexicanos y tezcucanos, Tacuba, ocho mill y dozientos. Oydo Monteçuma la dolorida nueua, comiença de llorar amargamente. Mandó a Çihuacoatl <que> luego <en>biasen a rreçibir a los mexicanos los biexos cuauhhuehuetque y saçerdotes biexos, y hiziesen rresonido en los templos de los dioses e atabales, "porque, llegados, les haremos sus onrras como a tales prençipales <que> heran". Puesto en rringlera, les toparon en la parte <que> llaman Malcuitlapilco, que agora es la aluarrada de Santisteuan, los quales benían la terçia parte de los que abían ydo a la guerra, los quales benían llorando qual sus hermanos, qual tío, qual a su padre. Topados asimismo los biexos, hazen llanto dolorido. Llorando salió a resçibirlos Monteçuma y Çihuacoatl, los quales traían unas mantas como <que> serbían de luto, <que> llaman quauhquemitl y cuauhtilmatli, y unos bordones <en> las manos, los quales estauan a los pies del Huitzilopochtli, arriba del templo. Luego <que> ubieron hecho rreuerençia y comido la tierra de los pies del ydolo, se binieron al palaçio de Monteçuma, el qual estauan allí todos aguardando el senado. Mandó luego Monteçuma <que> luego a la ora labrasen el tlacochcalli, la tumba, para quemar los bultos de los prençipales muertos, los quales fueron dos. Hechos, fueron quemados y llorados en sus casas con las çerimonias que se suele hazer <en>tre prençipales difuntos en guerras, según que arriba se a contado. Preguntado a los de Tlatelulco, que agora es Santiago, quántos murieron de u<uest>ra parçialidad y pueblo, dixeron que nenguno abía muerto. Preguntado Monteçuma: "Pues ¿adónde estáuades quando <en> la guerra y matança de los mexicanos?", rrespondieron los prençipales mexicanos: "Estarían escondidos rriéndose de nosotros estos bellacos, pues sabéis señor, que en ? y por guerra son n<uest>ros basallos, en campo bençidos, queriéndolo ellos"; "e los bastimentos que nos dan para la guerra es muy poco según que ellos prometieron en la guerra darían, ni tanpoco dan los cueros de tigueres, esmeraldas, plumería, preçiadas abes de las costas o su plumería de ellos, no lo dan y son, conforme esto, obligados a darlo, como lo prometieron a mi padre y señor Axayaca, rrey, <que> los bençió, desbarató por justa guerra, causa y rrazón. Pues agora digo yo, como rrey Monteçuma <que> soi de Mexico Tenuchtitlam, <que> bayan quando fueren los mexicanos a las guerras y tributen y pongan sus basallos que <en> las guerras prendieren para el sacrifiçio del Huitzilopochtli, como todos los demás hazen, y de esto les den luego abiso a ellos y se les çite <en> forma sin enbargo, y si sobre esta rrazón no les quadrare, que luego se torne batalla contra ellos como les hizo mi padre el rrey Axayacatl. Tanbién mando que bengan ni <en>tren en este tribunal hasta que ellos hagan presa <en> las guerras de esclauos". Ydos los <en>baxadores de esta manda del rrey Monteçuma fueron con ellos a Tlacateeccatl y a Tlacochcalcatl y con ellos fue Cuauhnochtli, capitán, y Tlilancalcatl. Llegados, mandan <que> bengan todos 139r todos los yntitulados, llamados tequihuaques y cuacuachicti, otomi, capitanes, y delante de estos fueron por el rrey Axayaca bençidos, desbaratados, explícanles la <en>baxada del trey Monteçuma sobre la rrazón arriba d<ic>ha y se acuerden de que en esta batalla murió su rrey Moquihuix y la promesa <que> hellos le hizieron al rrey Axayacatl, padre de Monteçuma, que oy rreina. Bueltos los mensajeros, explican la <en>baxada <que> lleuaron, de que Monteçuma dixo: "Esto quiero <que> sepan y <en>tiendan". Y en un año no <en>traron en las casas rreales de Monteçuma. Y abido su conçejo <en>tre ellos, tlatelulcanos, propusieron ánimo baleroso de yr a morir a las guerras <que> hiziere el trey Monteçuma, pues lo mandaua así expresamente. Dende algunos días binieron mensajeros <que> los de los pueblos de teuctepecas abían muerto tratantes, mercaderes mexicanos. <En>tendido Monteçuma <que> la causa dello no aber llegado los mexicanos dentro de sus últimos pueblos sino a las orillas de la Gran Mar y rríos, oydolo Monteçuma, <en>bía a llamar a los dos rreyes de Aculhuacan, Neçahualpilli, y el de tepanecas, Tlaltecatzin. Benidos los dos rreyes, en prezençia de ellos dixeron los mexicanos capitanes: "Suplicamos a este esclaresçido tribunal, ymperio, que se haga tan presto este biaxe hasta satisfazerse bien u<uest>ra magestad". Dixo Monteçuma, con acuerdo de los rreyes, que estaua bien acordado de la manera que dezían. Y así, fueron doze mexicanos pláticos y ábiles <en> las guerras. Llegados, bieron el gran rrío y con dádiuas les pasaron a la otra parte. Bieron una poderosa albarrada y los caminos todos estacados, que no abía donde poner el pie. Con esto boluieron los mexicanos con esta rrelaçión a Monteçuma. Oydolo, mandó <que> les diesen de bestir a todos los que abía<n> allá ydo al mandato del rrey. <En>bió mensajeros a los dos rreyes <que> luego hiziesen gente <en> sus tierras y <en>bió asimismo a todos los pueblos comarcanos suxetos a la corona mexicana con esta <en>baxada. Dixeron <que> luego se haría gente como lo mandaua para el biaxe del pueblo de Teuctepec. Luego, otro día, se <en>barcaron unos a canoa, otros a pie. Binieron los tlatelulcanos, truxeron mucho bastimento de todo género de comida <que> llaman texhuatzalli (harina molida de maíz), frisol molido, pinole de cacao y pinole molido, mantas de nequén delgadas para el camino, cactles (cotaras) para caminar, chile molido, cueros colorados. Oydolo Monteçuma, díxoles: "Dezildes que quién les mandó hazer esto, que pues no lo mandé <que> se lo lleuen, que no es menester, <que> ya lleuan harto matalotaxe el campo mexicano". Con esto los biexos y biexas <que> lo abían lleuado començaron a llorar amargamente. Bueltos con su matalotaxe, comiençan el campo tlatelulcano a caminar para la guerra y juntados con el campo mexicano, se fueron juntos. Llegados a los puertos de Teuctepec, rrompen la muralla y fuerte albarrada que abían hecho. Comiençan luego de hazer balsas de cañas de Castilla, fuertes, bien texidas. Llegados a las fortalezas y asiento de los enemigos, y danles tan de súpito al quarto del alua <que> los soldados bisoños se hizieron tequihuaques y hizieron presa de los enemigos y ubo algunos que prendieron dos enemigos. Començaron luego de quemar el templo <que> tenían y las casas prençipales del señor. 139v Y tanto se mostraron de balerosos los tlatelulcanos que no ubo uno ni nenguno que no hizo presa, qual de esclauo, qual de rropa, qual de rriqueza. Dixo el biexo capitán Huitznahuatlailotlac y Ticocyahuacatl y Teuctlamacazqui y el general Cuauhnochtli, dixeron: "El cumplimiento del rrey Monteçuma es cumplido, que no an quedado nenguno de los de Teuctepec. Y es menester <que> luego bayan mensajeros a dar abiso al rrey Monteçuma de la destruiçión de este pueblo. Y para <que> lleuen buen despacho, comiençen a contar los cautiuos que cada pueblo hizo. Y primero comienço yo el mexicano y luego cada un pueblo, y los que agora nuebamente se an hecho y tresquilado por tequihuaques. Que de todo le lleuen abiso a Monteçuma". Contados los presos de los mexicanos, fueron quatro çientos con los de los de Chalco, dozientos de Coatlalpan, y los de Tierra Caliente y los chinanpanecas, dozientos, y los de Coatlalpan, çiento y cuarenta, y los de Matalçingo, çiento y ochenta, y los <que> llaman Nauhteuctli, çiento y beinte, y los de Aculhuacan con todos sus sujetos, ochoçientos, más otros dozientos de los bisoños, y los tlalhuacpanecas con sus suxetos, trezientos, y los tequihuaques nueuos <que> hizieron presa fueron dozientos y sesenta.
contexto
Capítulo 99 Tratará en este capítulo de la buena nueua <que> lleuaron al rrey Monteçuma de la bitoria <que> se ubo contra los enemigos y como fueron a sangre y fuego bençidos y desbaratados, y la bitoria de tanta sunma de esclauos Partidos los mensajeros, llegados a la prezençia de Monteçuma y de Sihuacoatl y el senado mexicano, quedaron muy contentos con tal bitoria, en espeçial de <en>tender traían dos mill y qui<niento>s cautiuos y quedar asolado totalmente el pueblo de Teuctepec; y la sunma de soldados nueuos <que> ubieron contra sus enemigos bitoria, <que> se yntitulan ya tequihuaques y tresquilados, fueron dozientos y sesenta, que es de gran consuelo, para ofresçerse a otra <en>trada para <que> se hagan cuachic o achcauhtli tequihuaques. Fueron bien rresçibidos y les fueron dados mantas labradas. E otro día binieron mensajeros como el campo mexicano benía ya çerca de la çiudad de Mexico Tenuchtitlam. Dada notiçia de esta benida del campo mexicano, los biexos y los sahumadores y los saçerdotes de los templos, adereçados según uso y costumbre acostumbrado <en> Tenuchtitlan, y la música de los templos de cornetas, bozinas de caracoles y atabales, <que> hazían gran sonido al <en>trar de la gran plaça de la çiudad. Y los miserables cautibos, abisados, besauan la tierra de los pies del Huitzilopochtli. Y de allí todos los miserables cautiuos comiençan de rrodear y mirar la piedra rredonda del quauhtemalacatl o quauhxicale y de allí baxan a hazer rreuerençia al rrey Monteçuma y danle cuenta de la pérdida del pueblo de Teotecpan. Acabados los mexicanos, <en>traron los tlaltulcanos. Después de le aber besado las manos a Monteçuma, con una larga oraçión le presentan sus cautiuos y bisto Monteçuma su humillaçión, les rresçió <en> su graçia, agradeçiéndoles su trauajo. Mandóles <que> lleuasen los cautiuos para quando fuesen menester y les tubiesen en espeçial guarda y cuidado, que los tubiesen contentos, no adoleçiesen 140r. Y como es d<ic>ho, con esto, <en>traron los tlatelulcanos a la çiudad y casas rreales de Mexico Tenuchtitlan, no dexando por eso de dar su tributo, lo prometido por ellos al rrey Monteçuma, de piedras rricas de esmeraldas y otros chalchihuites y preçiada plumería y pluma suaue de páxaros y abes de las orillas de la mar, como grandes mercaderes y tratant<es> <que> ellos son, xiuhtototl, tlauhquechol, tzinitzcan, çacuan, y petates galanos y sentaderos (ycpales) muy galanos. Los biexos mexicanos dixeron al rrey Monteçuma que, como biexos guardadores de los rreportorios y acabamiento de años, <que> llaman toxinmolpilli, <que> hes de a setenta y tres años, y que tan solamente faltauan quatro días para escuresçerse el sol, como agora se dize eclibse del sol y luna, y para ello se a de hazer lunbre nueua, como dezir que es el çirio pascual, <que> se saca la lumbre de un pedernal y eslauón y yezca, ansí, ni más ni menos, sacaban lunbre de dos troços de leños rrollisos. Y se yba a sacar de noche de ençima del çerro de Huixachtecatl, que es el çerro de Yztapalapan y Culhuacan, para traellos más engañados y çiegos los demonios de sus antiguos dioses. Y acabado de sacar aquella lumbre y de aber hecho aquella gran lumbrada de mucha leña, yban todas suertes de gentes por lumbre allá ençima del çerro alto. Y la primera <que> se traía la ponían frontero del Huitzilopochtli, que, como adelante se dirá y trata, este tenmplo abía de estar ardiendo de día y de noche, <que> traían de los montes tueros o troncos gruesos de enzina, y cuando y acaso se apagaua por descuido del saçerdote semanero, moría por ello. Y así, abisauan a los pueblos de Aculhuacan, Chalco, Tacuba y a todos los pueblos de las lagunas, aquella mesma noche benían por lumbre nueba y allí ençima de este çerro. Otro día: "Abemos de yr en proçesión todos allá y lleuar todos los cautiuos del pueblo que se truxeron de las costas de la mar y luego y ante todas cosas dar abiso con toda presteza para estos cautiuos y proçesión solenne de este día". Y entendido, Monteçuma dixo <que> hera muy bien. Y luego fueron a los pueblos a traer los cautiuos y lleuarlos en proçesión al çerro de Huixachteccatl. Dado abiso de esto a los saçerdotes de los templos, fueron allá todos y otros sahumadores, tlenamacaque, lleuando mucho copal blanco y todos los nabaxones anchos para abrir por los pechos a los miserables yndios por los pechos y sacarles los coraçones y quemallos, como si dixeran es ofresçido al gran dios o gran diablo del Huitzilopochtli. Y llegado el día y noche, estando ya todos ençima del çerro de Huixachtecatl, que no es ?dad que tal cosa abía de permitir el muy alto y berdadero XesuX<rist>o Señor, sino cosas ordenadas del demonio por tener almas <que> lleuar al ynfierno, llegado, pues, a medianoche, los saçerdotes comiençan luego de tocar las cornetas desde ençima del çerro de Yztapalapan y comiençan, hecha la lumbre, nueua sacada de los dos maderos, comiençan a sahumar con el copal al propio fuego ençendido, <que> hera grande; comiençan luego de abrir a los miserables yndios con tanta crueldad. Comiençan luego de yr de todos los pueblos comarcanos a subir por lumbre nueua, ynbentada del gran diablo Huitzilopochtli; y <en> saliendo el Luzero de la mañana, çesan todos de yr por más lumbre y con esto se acaban todos los mis 140v cautiuos de morir tan cruelmente. Y en esta piedra pintada que estaua ençima de este çerro de Yztapalapan, quando la conquista mexicana por Don Fernando Cortés capitán de los españoles, al subir arriba de este çerro para desbaratar a los <que> le ofendían, arroxó de allá esta piedra labrada, como se dirá adelante en la propia conquista, que fueron con esta bez tres bezes que esto susçedió, <que> bienen a ser dozientos y beinte años menos uno. En este comedio començaron los tlaxcaltecas y Huexoçingo a tener diferençias sobre los montes y bino a tanto rrompimiento <que> binieron a batalla campal. Y era por tiempo de las aguas de berano y era tanto el daño <que> hazían los tlaxcaltecas <que> les destruían sus sementeras, y era quando estaba ya el maizal con maçorca tierna, y esto duró por espaçio de algunos a<ño>s <en> tanta manera que morían de hambre los de Huexoçingo. Y biendo esta crueldad ynumana, bienen los prençipales de Huexoçingo, el uno era llamado Tecuanehuatl (Pellexo de animal brauo), y el otro Nelpilony. Llegados a Mexico Tenuchtitlan, banse derechos a la casa rreal de Monteçuma. Hablado las guardas, <que> heran cuachicme y otomi, dixeron: "Señores, ¿está <en> casa el baleroso sobrino n<uest>ro, Tlacateuctli Monteçuma?, porque somos Mensajeros". <En>tendido Monteçuma de la benida de los huexoçingas, túbolo <en> mucho. Mandólos llamar que <en>trasen. Díxoles los porteros: "Señores y sobrinos n<uest>ros, que <en>tréis allá dentro". Y bístolos Monteçuma, comiençan de llorar los huexoçingas, dízenle: "Netle nomatzine (como si dixera Preçiada esmeralda, sobrino n<uest>ro), dizen n<uest>ros prençipales Tecuanhehuatzin y Tlachpanquizqui que a muchos días que de n<uest>ra boluntad nos emos querido confederar con n<uest>ra patria y naçión mexicana y tributar al tetzahuitl Huitzilopochtli, pues tan baleros dios y señor es de los mexicanos, y sujetarnos a esta rreal corona como a berdaderos hermanos en armas. No nos an dado lugar los tlaxcaltecas, por la qual causa bienen contra nosotros. Y a dos años <que> bienen a rromper y arrancar n<uest>ras sementeras estando ya <en> flor y fruto, de cuya causa mueren ya muchos biexos, niños muy pequeños, mugeres con criaturas <en> las cunas, que es la mayor lástima y conpasión del mundo. Y así, baleroso señor, rresçibinos <en> u<uest>ra graçia y amor berdadero y adorar y rreuerençiar al dios Huitzilopochtli". Y con esto, les rrespondió a los de Huexoçingo: "Hijos y hermanos, seáis muy bien benidos. Descansad, que aunque es berdad soy rrey y señor, yo solo no puedo baleros si no es todos los prençipales mexicanos del sacro senado mexicano. Descansad". Dixo a Cuauhnochtli: "Lleualdos y daldes la sala y casa <que> llaman mixcoacalitic, palaçio de los señores mexicanos. Danles luego rrosas, flores, perfumaderos, danles muy altamente de comer y muy buen cacao, como prençipales <que> heran, y danles luego de bestir de las rropas <que> llaman tentecomayo. Benidos ante Monteçuma todo el senado mexicano, consultado sobre ello, dixo Çihuacoatl rresulto: "Señor, ¿cómo será esto si no es <que> lo sauen u<uest>ros consexeros de guerras los rreyes de Aculhuacan, Neçahualpilli, y el de tepanecas, Tlaltecatzin, y haga <en>tero cauildo y acuerdo?" Fue acordado así. Lue 141r fueron a llamarlos, <que> fueron prençipales mexicanos Teuccalcatl y Calmimilolcatl. <En>tendidos los dos rreyes el llamamiento <que> les haze Monteçuma, binieron luego al llamamiento. Paresçidos ante él, comiença el rrey Monteçuma de les explicar la <en>baxada <que> traen los de Huexoçingo, de la manera que la explicaron los de Huexoçingo cumplidamente. Acabado, tomó la no el rrey Neçahualpilli, dixo: "Señor, lo que a mí me paresçe açerca de esto que, pues bienen debaxo de buestra clemençia, fauor y ayuda, que no deuen de ser deshechados, sino rresçibillees como a berdadero árbol y amparo y sombra de la gran secura y hambre, que no sauemos lo que nosotros nos susçederán <en> los tiempos, si nos fauoresçeremos y ampararemos de ellos. Será bien que se tornen estos mensajeros a les dar abiso como les aguardáis con la boluntad, entrañas paternales, a buenos deudos y sobrinos n<uest>ros. <Que> bengan luego con los señores sus rreyes y prençipales, a rreçibirles con amor. Y aquí delante de ellos deemos traça de este estoruo y aun dañarles <en> todo lo posible a los enemigos, y para <que> se rrestauren sus hambres, nesçesidades y trabaxos de las miserables criaturas, mugeres, niños, biexos. Y esto me paresçe". Lebantóse el rrey de tepanecas, Tlaltecatzin. Aprouaua y aprouó por muy sano y <en>tendido conçexo y acuerdo. Dixo el rrey Monteçuma a Tlacochcalcatl que aquella mesma rrespuesta los explicase <en>tendidamente a los mensajeros de Huexoçingo, de un acuerdo y boluntad del rrey Monteçuma y Neçahualpilli y Tlaltecatzin, e que les mandasen dar diez mexicanos <que> los lleuasen hasta salir de los términos de Chalco, y que los propios chalcas les hiziesen buen ospedexa a los prençipales <que> biniesen después de Huexoçingo. Con esto, fueron despedidos y, explicada la <en>baxada de los tres rreyes a los prençipales y señores de Huexotzinco, fueron contentos de ello, y para esta defensa tomaron luego los dos señores Tecuanehuatl y Tlachpanquizqui como beinte prençipales y partieron. Llegados a Chalco, les hizieron gran rresçibimiento por mandado de los rreyes de Mexico. E luego, otro día, llegaron a la çiudad de Mexico juntamente con el otro señor dellos, llamado Cuauhtecoztli y Nelpiloni. A la postre binieron muchos biexos, biexas, niños, moças cargadas con criaturas, <que> hera la mayor conpasión del mundo. Llegados al templo de Huitzilopochtli, abiéndose humillado, yban todos comiendo la tierra de sus pies del ydolo, y los tres prençipales de ellos, <en> señal de berdadera humillaçión, se punçaban <en> los molledos de los braços y espinillas y orejas. Y de allí baxan a las casas rreales del rrey Monteçuma, el qual estaua<n> ya allí con los dos rreyes a sus lados y todo el senado mexicano. Házenle muy gran rreuerençia al rrey Monteçuma y le esplican y ponem delante suxetarse a la corona mexicana, les fauoresçiese, les amparase contra los tlaxcaltecas de le auer destruido sus sementeras dos años abía, y estaua el pueblo a esta causa que peresçíam de hambre, como claramente bía por aquellos miserables biexos y niños que allí benían a su amparo y fauor; que jamás se olbidarían de su humana misericordia los <que> son y nasçerán de oy en adelante. Y para esto, con u<uest>ra grande y fauor, balentía tan notoria en el mundo, me fauorescáis con u<uest>ra balerosa y esclaresçida gente tan nombrada en el mundo". Díxole el rrey Monteçuma: "No tengáis pena. Descansad, que a u<uest>ras propias casas y pueblo estáis. <En> lo demás, sosegad con 141v con u<uest>ras gentes, que todo se rremediará como bosotros pedís y deseáis, <que> yrán buestros hermanos los mexicanos a guardar buestras casas, tierras, labores". Fueron lleuados a unos grandes y buenos palaçios a descansar. Mandáronles dar abundantemente todos géneros de comidas, rrosas, flores, perfumaderos a todos ellos. Los tres rreyes trataron <que> hera cosa conbiniente darles ayuda y fauor pues estauan los huexoçingas tan flacos y perdidos; <que> fuese el campo mexicano a la defensa de ellos. Dixeron los dos rreyes que aquello conbenía, <que> se fuesen y aguardasen el campo mexicano <en> las partes lugares que más daños les hazían los tlaxcaltecas. Y con esto, les fue d<ic>ho a los prençipales se fuesen con toda priesa por Chalco y les aguardasen <en> la parte <que> llaman Atzalan Tlachichiquilco, porque se podrán las casas, tiemdas, buhiyos del campo mexicano.
contexto
Cómo el Almirante recogió la gente que había dejado en Belén, y después navegamos a Jamaica Luego que supo el Almirante la derrota, el alboroto y la desesperación de aquella gente, resolvió esperarlos, a fin de recogerlos, aunque no sin gran peligro, porque tenía sus navíos en la playa, sin reparo alguno, ni esperanza de salvarse, si el tiempo empeoraba; pero quiso Nuestro Señor que, al cabo de ocho días que estuvo allí, abonanzó el tiempo, de modo que con su barca y con grandes canoas bien dispuestas, y atadas una con otra para que no se volcasen, comenzaron a recoger su hacienda; cada uno procuró no ser el último, y se dieron tanta prisa, que en dos días no dejaron en tierra sino el casco del navío, que, a causa de la broma, no podía navegar. Así, con gran alegría de vernos todos juntos, nos hicimos a la vela, llevando el rumbo de Levante, la costa arriba de aquella tierra; pues, aunque a todos los pilotos parecía que tomando la vía del Norte podíamos volver a Santo Domingo, sólo el Almirante y el Adelantado, su hermano, conocían que era necesario ir un buen trecho por la costa arriba, antes de atravesar el mar que hay entre la Tierra Firme y la Española, lo que tenía muy descontenta a la gente, pareciéndoles que el Almirante quería volverse a Castilla por camino derecho, sin navíos, ni bastimentos suficientes al viaje. Pero, como él sabía mejor lo que convenía, seguimos nuestro viaje hasta llegar a Portobelo, donde nos vimos precisados a dejar la nave Vizcaína, por la mucha agua que hacía, y porque todo su plan estaba deshecho y roto por la broma. Siguiendo la costa subimos hasta que pasamos más allá del puerto del Retrete, y de una tierra que tenía cercanas muchas islillas, a las que llamó el Almirante las Barbas, bien que los indios y los pilotos llaman a todo aquel contorno, del Cacique Pocorosa. Desde aquí, pasando más adelante, al extremo que vimos de la Tierra Firme, llamó Mármol, que distaba diez leguas de las Barbas. Después, el lunes, primero de Mayo de 1503, tomamos la vía del Norte con vientos y corrientes de la banda de Levante, porque procurábamos siempre navegar con el viento que podíamos. Aunque todos los pilotos decían que ya habríamos pasado al Oriente de las islas de los Caribes, sin embargo, el Almirante temía no poder llegar a la Española, y esto se verificó; porque el miércoles, 10 del mismo mes de Mayo, dimos vista a dos islas muy pequeñas y bajas, llenas de tortugas, de las cuales estaba tan lleno todo aquel mar, que parecían escollos, por lo que se dio a estas islas el nombre de las Tortugas; pasando de largo la vía del Norte, el viernes siguiente, por la tarde, a treinta leguas más adelante arribamos al Jardín de la Reina, que es una muchedumbre de isletas situadas al Mediodía de la isla de Cuba. Estuvimos surtos en este paraje, diez leguas de Cuba, con bastante hambre y trabajos, porque no teníamos que comer mas que bizcocho y un poco de aceite y vinagre, fatigados de día y de noche, para sacar el agua con tres bombas, porque los navíos se> iban a fondo por los muchos agujeros que les había hecho la broma. Estando allí sobrevino de noche una gran tempestad en la que, no pudiendo la Bermuda mantenerse con sus anclas, cargó sobre nuestra nave y rompió toda la proa, aunque no quedó ella sana del todo, porque perdió casi toda la popa, hasta cerca de la limeta; con gran trabajo, por la mucha agua y viento, quiso Dios que se apartasen una de otra, y echadas al mar todas las anclas y las gúmenas que teníamos, nada bastó para afirmar la nave, sino el áncora de esperanza, cuyo cable hallamos al amanecer tan cortado, que sólo pendía de una cuerdecilla, de suerte que si hubiese durado una hora más la noche, hubiese acabado de cortarse, mayormente siendo aquel sitio áspero y lleno de escollos, que no podíamos menos de dar en algunos que teníamos por popa; no obstante, quiso Dios librarnos, como nos había librado de otros muchos peligros. Partiendo de aquí con bastante fatiga, fuimos a un pueblo de indios en la costa de Cuba, llamado Macaca, donde habiendo tomado algún refresco, partimos a Jamaica, porque los vientos de Levante y las grandes corrientes que van al Poniente, no nos dejaban ir a la Española, mayormente estando los navíos tan agujereados como hemos dicho, por lo que, ni de día, ni de noche dejábamos de trabajar en sacar el agua con tres bombas, de las que, si se rompía alguna, era preciso que, mientras se aderezaba, supliesen las calderas el oficio de aquélla. A pesar de esto, la noche antes, víspera de San Juan, creció el agua tanto en nuestra nave, que no había medio de vencerla, porque llegaba casi hasta la cubierta; con grandísima fatiga nos mantuvimos así, hasta que, venido el día, llegamos a un puerto de Jamaica, llamado Puerto Bueno; y aunque lo es para reparar los navíos, no tenía agua para poderla coger, ni pueblo alguno alrededor. Pero, remediando esto lo mejor que pudimos, pasado el día de San Juan fuimos a otro puerto más hacia Oriente, llamado Santa Gloria, lleno de peñas; y habiendo entrado en él, no pudiendo sostenerse más los navíos, los encallamos en tierra, lo mejor que pudimos, acomodando uno junto a otro, a lo largo, bordo con bordo, y con muchos puntales a una y otra parte, los pusimos tan fijos, que no se podían mover; así, se llenaron de agua casi hasta la cubierta, sobre la cual, en los castillos de popa y de proa, se arreglaron cámaras donde pudiera la gente alojarse, con intento de hacernos allí fuertes, si los indios quisieran causarnos algún daño, pues, en aquel tiempo, la isla no estaba aún poblada, ni sujeta a los cristianos.
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Cómo los sobrinos del grande Montezuma andaban convocando e trayendo a sí las voluntades de otros señores para venir a México a sacar de la prisión al gran Montezuma y echarnos de la ciudad Como el Cacamatzin, señor de la ciudad de Tezcuco, que después de México era la mayor y más principal ciudad que hay en la Nueva-España, entendió que había muchos días que estaba preso su tío Montezuma, e que en todo lo que nosotros podíamos nos íbamos señoreando, y aun alcanzó a saber que habíamos abierto la casa donde estaba el gran tesoro de su abuelo Axayaca, y que no habíamos tomado cosa ninguna dello; e antes que lo tomásemos acordó de convocar a todos los señores de Tezcuco, sus vasallos, e al señor de Cuyoacán, que era su primo, y sobrino del Montezuma, e al señor de Tacuba e al señor de Iztapalapa, e a otro cacique muy grande, señor de Matalcingo, que era pariente muy cercano de Montezuma, y aun decían que le venía de derecho el reino y señorío de México, y este cacique era muy valiente por su persona entre los indios; pues andando concertando con ellos y con otros señores mexicanos que para tal día viniesen con todos sus poderes y nos diesen guerra, parece ser que el cacique que he dicho que era valiente por su persona, que no le sé el nombre, dijo que si le daban a él el señorío de México, pues venía de derecho, que él con toda su parentela, y los de una provincia que se dice Matalcingo, serían los primeros que vendrían con sus armas a nos echar de México, o no quedaría ninguno de nosotros a vida. Y el Cacamatzin parece ser respondió que a él le venía el cacicazgo y él había de ser rey, pues era sobrino de Montezuma, y que si no quería venir, que sin él ni su gente haría la guerra. Por manera que ya tenía el Cacamatzin apercibidos los pueblos y señores por mí ya nombrados, y tenía concertado que para tal día viniesen sobre México, e con los señores que dentro estaban de su parte les darían lugar a la entrada; e andando en estos tratos, lo supo muy bien el Montezuma por la parte de su gran deudo, que no quiso conceder en lo que Cacamatzin quería; y para mejor lo saber envió Montezuma a llamar todos sus caciques y principales de aquella ciudad, y le dijeron cómo el Cacamatzin los andaba convocando a todos con palabras e dádivas para que le ayudasen a darnos guerra y soltar al tío. Y como Montezuma era cuerdo y no quería ver su ciudad puesta en armas ni alborotos, se lo dijo a Cortés según y de la manera que pasaba, el cual alboroto sabía muy bien nuestro capitán y todos nosotros, mas no tan por entero como se lo dijo. Y el consejo que sobre ello tomó era, que nos diese de su gente mexicana e iríamos sobre Tezcuco, y que le prenderíamos o destruiríamos aquella ciudad e sus comarcas. E el Montezuma no le cuadró este consejo; por manera que Cortés le envió a decir al Cacamatzin que se quitase de andar revolviendo guerra, que será causa de su perdición, e que le quiere tener por amigo, e que en todo lo que hubiese menester de su persona lo hará por él, e otros muchos cumplimientos. E como el Cacamatzin era mancebo, y halló otros muchos de su parecer que le acudirían en la guerra, envió a decir a Cortés que ya había entendido sus palabras de halagos, que no las quería más oír, sino cuando le viese venir, que entonces le hablaría lo que quisiese. Tornó otra vez Cortés a le enviar a decir que mirase que no hiciese deservicio a nuestro rey y señor, que lo pagaría su persona y le quitaría la vida por ello; y respondió que ni conocía a rey, ni quisiera haber conocido a Cortés, que con palabras blandas prendió a su tío. Como envió aquella respuesta, nuestro capitán rogó a Montezuma, pues era tan gran señor, y dentro en Tezcuco tenía grandes caciques y parientes por capitanes, y no estaban bien con el Cacamatzin, por ser muy soberbio y malquisto; y pues allí en México con Montezuma estaba un hermano del mismo Cacamatzin, mancebo de buena disposición, que estaba huido del propio hermano porque no le matase, que después del Cacamatzin heredaba el reino de Tezcuco; que tuviese manera y concierto con todos los de Tezcuco que prendiesen al Cacamatzin, o que secretamente le enviase a llamar, y que si viniese, que le echase mano y le tuviese en su poder hasta que estuviese más sosegado; y que pues que aquel su sobrino estaba en su casa huido por temor del hermano, y le sirve, que le alce luego por señor, y le quite el señorío al Cacamatzin, que está en su deservicio y anda revolviendo todas las ciudades y caciques de la tierra por señorear su ciudad e reino. Y el Montezuma dijo que le enviaría luego a llamar; mas que sentía dél que no querría venir, y que si no viniese, que se tendría concierto con sus capitanes y parientes que le prendan; y Cortés le dio muchas gracias por ello, y aun le dijo: "Señor Montezuma, bien podéis creer que si os queréis ir a vuestros palacios, que en vuestra mano está; que desde que tengo entendido que me tenéis buena voluntad e yo os quiero tanto, que no fuera yo de tal condición, que luego no os fuera acompañando para que os fuerais con toda vuestra caballería a vuestros palacios; y si lo he dejado de hacer, es por estos mis capitanes que os fueron a Prender, porque no quieren que os suelte, y porque vuestra merced dice que quiere estar preso por excusar las revueltas que vuestros sobrinos traen por haber en su poder esta ciudad e quitaros el mando"; y el Montezuma dijo que se lo tenía en merced, y como iba entendiendo las palabras halagüeñas de Cortés e veía que lo decía, no por soltarle, sino probar su voluntad, y también Orteguilla, su paje, se lo había dicho a Montezuma, que nuestros capitanes eran los que le aconsejaron que le prendiese, e que no creyese a Cortés, que sin ellos no le soltaría. Dijo el Montezuma a Cortés que muy bien estaba preso hasta ver en qué paraban los tratos de sus sobrinos, y que luego quería enviar mensajeros a Cacamatzin rogándole que viniese ante él, que le quería hablar en amistades entre él y nosotros; y le envió a decir que de su prisión que no tenga él cuidado, que si se quisiese soltar, que muchos tiempos ha tenido para ello, y que Malinche le ha dicho dos veces que se vaya a sus palacios, y que él no quiere, por cumplir el mandado de sus dioses, que le han dicho que se esté preso, y que si no lo está, luego será muerto; y que esto que lo sabe muchos días ha de los papas que están en servicio de los ídolos; y que a esta causa será bien que tenga amistad con Malinche y sus hermanos. Y estas mismas palabras envió Montezuma a decir a los capitanes de Tezcuco, cómo enviaba a llamar a su sobrino para hacer las amistades, y que mirase no le trastornase su seso aquel mancebo, para tomar armas contra nosotros. Y dejemos esta plática, que muy bien la entendió el Cacamatzin: y sus principales entraron en consejo sobre lo que harían, y el Cacamatzin comenzó a bravear y que nos había de matar dentro de cuatro días, e que al tío, que era una gallina, por no darnos guerra cuando se lo aconsejaba al abajar la sierra de Chalco cuando tuvo allí buen aparejo con sus guarniciones, y que nos metió él por su persona en su ciudad, como si tuviera conocido que íbamos para hacerle algún bien; y que cuanto oro le han traído de sus tributos nos daba, y que le habíamos escalado y abierto la casa donde está el tesoro de su abuelo Axayaca, y que sobre todo esto le teníamos preso, e que ya le andábamos diciendo que quitasen los ídolos del gran Huichilobos, e que queríamos poner los nuestros; e que porque esto no viniese más mal, y para castigar tales cosas e injurias, que les rogaba que le ayudasen, pues todo lo que ha dicho han visto por sus ojos, y cómo quemamos los mismos capitanes del Montezuma, y que ya no se puede compadecer otra cosa sino que todos juntos a una nos diesen guerra; y allí les prometió el Cacamatzin que si quedaba con el señorío de México que les había de hacer grandes señores, y también les dio muchas joyas de oro y les dijo que ya tenía concertado con sus primos, los señores de Cuyoacan y de Iztapalapa y de Tacuba y otros deudos, que le ayudarían, e que en México tenía de su parte otras personas principales, que le darían entrada e ayuda a cualquiera hora que quisiese, y que unos por las calzadas, y todos los más en sus piraguas y canoas chicas por la laguna, podrían entrar, sin tener contrarios que se lo defendiesen, pues su tío estaba preso; y que no tuviesen miedo de nosotros, pues saben que pocos días habían pasado que en lo de Almería los mismos capitanes de su tío habían muerto muchos teules y un caballo, lo cual bien vieron la cabeza de un teule y el cuerpo del caballo; e que en una hora nos despacharían, e con nuestros cuerpos harían buenas fiestas y hartazgos. Y como hubo hecho aquel razonamiento, dicen miraban unos capitanes a otros para que hablasen los que solían hablar primero en cosas de guerra, e que cuatro o cinco capitanes le dijeron que ¿cómo habían de ir sin licencia de su gran señor Montezuma y dar guerra en su propia casa y ciudad? Y que se lo envíen primero a hacer saber, e que si es consentidor, que irán con él de muy buena voluntad, e que de otra manera, que no le quieren ser traidores. Y pareció ser que el Cacamatzin se enojó con los capitanes que le dieron aquella respuesta, y mandó echar presos tres dellos; y como había allí en el consejo y junta que tenían otros sus deudos y ganosos de bullicios, dijeron que le ayudarían hasta morir. E acordó de enviar a decir a su tío el gran Montezuma que había de tener empacho enviarle a decir que venga a tener amistad con quien tanto mal y deshonra le ha hecho, teniéndole preso; e que no es posible sino que nosotros éramos hechiceros y con hechizos le teníamos quitado su gran corazón y fuerza, o que nuestros dioses y la gran mujer de Castilla que les dijimos que era nuestra abogada nos da aquel gran poder para hacer lo que hacíamos; e en esto que dijo a la postre no lo erraba, que ciertamente la gran misericordia de Dios y su bendita madre nuestra señora nos ayudaba. Y volvamos a nuestra plática, que en lo que se resumió, fue enviar a decir que él venía a pesar nuestro y de su tío a nos hablar y matar; y cuando el gran Montezuma oyó aquella respuesta tan desvergonzada, recibió mucho enojo, y luego en aquella hora envió a llamar seis de sus capitanes de mucha cuenta, y les dio su sello, y aun les dio ciertas joyas de oro, y les mandó que luego fuesen a Tezcuco y que mostrasen secretamente aquel su sello a ciertos capitanes y parientes, que estaban muy mal con el Cacamatzin por ser muy soberbio, a que tuviesen tal orden y manera, que a él y a los que eran en su consejo los prendiesen y que luego se los trajesen delante. Y como fueron aquellos capitanes, y en Tezcuco entendieron lo que el Montezuma mandaba, y el Cacamatzin era malquisto, en sus propios palacios le prendieron, que estaba platicando con aquellos sus confederados en cosas de la guerra, y también trajeron otros cinco presos con él. E como aquella ciudad está poblada junto a la gran laguna, aderezan una gran piragua con sus toldos y les meten en ella, y con gran copia de remeros los traen a México, y cuando hubo desembarcado le meten en sus ricas andas, como rey que era, y con gran acato le llevan ante Montezuma; y parece ser estuvo hablando con su tío, y desvergonzósele más de lo que antes estaba, y supo Montezuma de los conciertos en que andaba, que era alzarse por señor; lo cual alcanzó a saber más por entero de los demás prisioneros que le trajeron, y si enojado estaba de antes del sobrino, muy más lo estuvo entonces. Y luego se lo envió a nuestro capitán para que lo echase preso, y a los demás prisioneros mandó soltar; e luego Cortés fué a los palacios e al aposento de Montezuma y le dio las gracias por tan gran merced; y se dio orden que se alzase por rey de Tezcuco al mancebo que estaba en su compañía del Montezuma, que también era su sobrino, hermano del Cacamatzin, que ya he dicho que por su temor estaba allí retraído al favor del tío porque no le matase, que era también heredero muy propincuo del reino de Tezcuco; y para lo hacer solemnemente y con acuerdo de toda la ciudad, mandó Montezuma que viniesen ante él los más principales de toda aquella provincia, y después de muy bien platicada la cosa, le alzaron por rey y señor de aquella gran ciudad, y se llamó don Carlos. Ya todo esto hecho, como los caciques y reyezuelos sobrinos del gran Montezuma, que eran el señor de Cuyoacan y el señor de Iztapalapa y el de Tacuba, vieron e oyeron las prisiones del Cacamatzin, y supieron que el Gran Montezuma había sabido que ellos estaban en la conjuración para quitarle su reino y dárselo a Cacamatzin, temieron y no le venían a ver ni a hacer palacio como solían; e con acuerdo de Cortés, que le convocó e atrajo al Montezuma para que los mandase prender, en ocho días todos estuvieron presos en la cadena gorda, que no poco se holgó nuestro capitán y todos nosotros. Miren los curiosos lectores en lo que andaban nuestras vidas, tratando de nos matar cada día y comer nuestras carnes, si la gran misericordia de Dios, que siempre era con nosotros, no nos socorría; e aquel buen Montezuma a todas nuestras cosas daba buen corte; e miren qué gran señor era, que estando preso así era tan obedecido. Pues ya todo apaciguado e aquellos señores presos, siempre nuestro Cortés con otros capitanes y el fraile de la Merced, estaban teniéndole palacio, e en todo lo que podían le daban mucho placer, y burlaban, no de manera de desacato, que digo que no se sentaban Cortés ni ningún capitán hasta que el Montezuma les mandaba dar sus asentaderos ricos y les mandaba asentar; y en esto era tan bien mirado, que todos le queríamos con gran amor, porque verdaderamente era gran señor en todas las cosas que le veíamos hacer. Y volviendo a nuestra plática, unas veces le daban a entender las cosas tocantes a nuestra santa fe, y se lo decía el fraile con el paje Orteguilla, que parece que le entraban ya algunas buenas razones en el corazón, pues las escuchaba con atención mejor que al principio. También le daban a entender el gran poder del emperador nuestro señor, y cómo le daban vasallaje muchos grandes señores que le obedecían, y de lejas tierras; y decíanle otras muchas cosas que él se holgaba de les oír, y otras veces jugaba Cortés con él al totoloque; y él, como no era nada escaso, nos daba, cada día, cual joyas de oro o mantas. Y dejaré de hablar en ello, y pasaré adelante.
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Capítulo C Que trata de cómo el gobernador don Pedro de Valdivia salió de la ciudad de la Concepción y fue a juntarse con el general Gerónimo de Alderete Habiendo acabado el fuerte y casa, que ya era tiempo de ir a poblar otra ciudad, dejó por teniente al capitán Diego Oro. Salió con treinta hombres. Luego el general Gerónimo de Alderete envió seis de a caballo a Biobio y él quedaba en Andalicán, que es un pueblo que está cinco leguas de la ciudad de la Concepción. Y llegado el gobernador a aquel pueblo donde estaba el general Gerónimo de Alderete, de aquí salió a cinco de febrero de mil y quinientos y cincuenta y un años, y fue por la costa de la mar por la provincia de Arauco por ver disposición de la tierra, y llegó cuarenta leguas de Concepción, donde salieron la mayor parte de los caciques de paz, donde llegó riberas del río que se dice Cautén, donde estuvo algunos días. De aquí hacía mensajeros y enviaba a llamar a los caciques de la comarca y riberas del río. Y como ellos tenían entre nos y ellos aquel río por delante y veían que éramos pocos, hacíaseles grave la venida y no querían venir. Antes, tenían por exercicio o ardid de guerra darnos muy grandes voces y grita cada el día y cada noche, ansí indios como indias, chicos y grandes. Y como era mucha gente y el compás del valle no era grande, y como la mar estaba cerca y batía, y la costa brava, era tanto el ruido que no nos oíamos, ni aún nos entendíamos y casi atónitos. Y como no hallábamos vado para pasar el río por causa de ser hondable, andando Diego de Higueras, que era caudillo de cierta gente, y llegado a la orilla del río e viendo que ningún soldado osaba pasar, se puso en la delantera, diciendo a los soldados muy airado y echando un "¡pese a tal!", que le siguiesen. Dio al caballo y como el río era hondable, el caballo le despidió de sí y salió de la otra parte. Y él nunca pareció muerto ni vivo, aunque estuvimos tres días buscándole por ver si el agua le echa fuera. Cierto fue gran soberbia y ofensa a Dios. Viendo el gobernador que aquel sitio no era para estar un día, acordó subir más arriba el campo a la orilla del mismo río, donde de la otra parte estaban recogidos todos los indios. Estos, con flechas y piedras de hondas nos estorbaban e impedían el pasaje del río, que no íbamos a ellos y no nos dejaban reposar por ser diestros de las hondas que los usan. Viendo el gobernador este negocio de esta suerte, acordó pasar a ellos, que no nos dejaban reposar. Salió el gobernador a ellos con cuarenta de a caballo y se echó a nado en el río. Y fue Dios servido que pasamos a la otra banda sin riesgo, puesto que era muy hondo y tan ancho como un tiro de ballesta. Y pasados y salidos a lo llano a do los indios estaban, dimos en ellos, y como nos vieron pasar y pasados, acordaron pasarse ellos de una banda del otro río. No fueron tan presto ni dieron tan buena mana que la nuestra no fue más presta y más breve, porque fueron alcanzados en el compás de tierra que hay entre el un río y el otro. Y perdieron algunos la vida, porque no supieron ni pudieron defenderse. Hecho esto y viendo el gobernador que los indios tenían allí aquellos dos ríos y muchas canoas, y que tenían en tener esto por guarida y que no se podían aprovechar de ellos, acordó irse el río arriba con todo su campo y fue hasta un sitio, y como vio tan buen lugar y que era apacible y riberas del río Cautén, asentó su real.
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De lo que se dice destos collas, de su origen y traje, y cómo hacían sus enterramientos cuando morían Muchos destos indios cuentan que oyeron a sus antiguos que hubo en los tiempos pasados un diluvio grande y de la manera que yo le escribo en el tercero capítulo de la segunda parte. Y dan a entender que es mucha la antigüedad de sus antepasados, de cuyo origen cuentan tantos dichos y tantas fábulas, si lo son, que yo no quiero detenerme en lo escribir, porque unos dicen que salieron de una fuente, otros que de una peña, otros de lagunas. De manera que de su origen no se puede sacar dellos otra cosa. Concuerdan unos y otros que sus antecesores vivían con poca orden antes que los ingas los señoreasen, y que por lo alto de los cerros tenían sus pueblos fuertes, de donde se daban guerra, y que eran viciosos en otras costumbres malas. Después tomaron de los ingas lo que todos los que quedaban por sus vasallos aprendían, y hicieron sus pueblos de la manera que agora los tienen. Andan vestidos de ropa de lana ellos y sus mujeres; las cuales dicen que, puesto que antes que se casen puedan andar sueltamente, si después de entregada al marido le hace traición usando de su cuerpo con otro varón, la mataban. En las cabezas traen puestos unos bonetes a manera de morteros, hechos de su lana, que nombran duchos; y tiénenlas todos muy largas y sin colodrillo, porque desde niños se las quebrantan y ponen como quieren, según tengo escrito. Las mujeres se ponen en la cabeza uno capillos casi del talle de los que tienen los frailes. Antes que los ingas reinasen, cuentan muchos indios destos collas que hubo en su provincia dos grandes señores, el uno tenía por nombre Zapana y el otro Cari, y que estos conquistaron muchos pucares, que son sus fortalezas; y que el uno dellos entró en la laguna de Titicaca, y que halló en la isla mayor que tiene aquel palude gentes blancas y que tenían barbas, con los cuales peleó de tal manera que los pudo matar a todos. Y más dicen: que pasado esto tuvieron grandes batallas con los canas y con los canches. Y al fin de haber hecho notables cosas estos dos tiranos o señores que se hablan levantado en el Collao, volvieron las armas contra sí dándose guerra el uno al otro, procurando el amistad y favor de Viracoche inga, que en aquellos tiempos reinaba en el Cuzco, el cual trató la paz en Chucuito con Cari, y tuvo tales mañas que sin guerra se hizo señor de muchas gentes destos collas. Los señores principales andan muy acompañados, y cuando van caminos los llevan en andas y son muy servidos de todos sus indios. Por los despoblados y lugares secretos tenían su guacas o templos, donde honraban sus dioses, usando de sus vanidades, y hablando en los oráculos con el demonio los que para ello eran elegidos. La cosa más notable y de ver que hay en este Collao, a mi ver, es las sepulturas de los muertos. Cuando yo pasé por él me detenía a escrebir lo que entendía de las cosas que había que notar destos indios. Y verdaderamente me admiraba en pensar cómo los vivos se daban poco por tener casas grandes y galanas, y con cuanto cuidado adornaban las sepulturas donde se habían de enterar, como si toda su felicidad no consistiera en otra cosa; y así, por las vegas y llanos cerca de los pueblos estaban las sepulturas destos indios, hechas como pequeñas torres de cuatro esquinas, unas de piedra sola y otras de piedra y tierra, algunas anchas y otras angostas; en fin, como tenían la posibilidad o eran las personas que lo edificaban. Los chapiteles, algunos estaban cubiertos con paja; otros, con unas losas grandes; y parecióme que tenían las puertas estas sepulturas hacia la parte de levante. Cuando morían los naturales en este Collao, llorábanlos con grandes lloros muchos días, teniendo las mujeres bordones en las manos y ceñidas por los cuerpos, y los parientes del muerto traía cada uno lo que podía, así de ovejas, corderos, maíz, como de otras cosas, y antes que enterrasen al muerto mataban las ovejas y ponían las asaduras en las plazas que tienen en sus aposentos. En los días que lloran a los difuntos, antes de los haber enterrado, del maíz suyo, o del que los parientes han ofrecido, hacían mucho de su vino o brebaje para beber; y como hubiese gran cantidad deste vino, tienen al difunto por más honrado que si se gastase poco. Hecho, pues, su brebaje y muertas las ovejas y corderos, dicen que llevaban al difunto a los campos donde tenían la sepultura; yendo (si era señor) acompañando al cuerpo la más gente del pueblo, y junto a ella quemaban diez ovejas o veinte, o más o menos, como quien era el difunto; y mataban las mujeres, niños y criados que hablan de enviar con él para que le sirviesen conforme a su vanidad; y estos tales, juntamente con algunas ovejas y otras cosas de su casa, entierran junto con el cuerpo en la misma sepultura, metiendo (según también se usa entre todos ellos) algunas personas vivas; y enterrado el difunto desta manera, se vuelven todos los que le habían ido a honrar a la casa donde le sacaron, y allí comen la comida que se había recogido y beben la chicha que se había hecho, saliendo de cuando en cuando a las plazas que hay hechas junto a las casas de los señores, en donde en corro, y como lo tienen en costumbre, bailan llorando. Y esto dura algunos días, en fin de los cuales, habiendo mandado juntar los indios y indias más pobres, les dan a comer y beber lo que ha sobrado; y si por caso el difunto era señor grande, dicen que no luego en muriendo le enterraban, porque antes que lo hiciesen lo tenían algunos días usando de otras vanidades que no digo. Lo cual hecho, dicen que salen por el pueblo las mujeres que habían quedado sin se matar, y otras sirvientas, con sus mantas capirotes, y destas unas llevan en las manos las armas del señor, otras el ornamento que se ponía en la cabeza, y otras sus ropas; finalmente, llevan el duho en que se sentaba y otras cosas, y andaban a son de un atambor que lleva delante un indio que va llorando; y todos dicen palabras dolorosas y tristes; y así van endechando por las más partes del pueblo, diciendo en sus cantos lo que por el señor pasó siendo vivo, y otras cosas a esto tocantes. En el pueblo de Nicasio, me acuerdo, cuando iba a los Charcas, que yendo juntos un Diego de Uceda, vecino que es de la ciudad de la Paz, y yo, vimos ciertas mujeres andar de la suerte ya dicha, y con las lenguas del mismo pueblo entendimos que decían lo contado en este capítulo que ellos usan, y aun dijo uno de los que allí estaban: "Cuando acaben estas indias de llorar, luego se han de embriagar y matarse algunas dellas para ir a tener compañía al señor que agora murió." En muchos otros pueblos he visto llorar muchos días a los difuntos y ponerse las mujeres por las cabezas sogas de esparto para mostrar más sentimiento.
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Capítulo catorce En que se pone una larga plática con que el señor hablava a todo el pueblo la primera vez que los hablava. Exhórtalos que nadie se emborrache, ni hurte, ni cometa adulterio. Exhórtalos a la cultura de los dioses, al exercicio de las armas, a la agricultura, etc. Oíd con atención todo los que presentes estáis, que os ha aquí juntado nuestro señor dios a todos los que regís y tenéis cargo de los pueblos a mí subjectos. Tú, que tienes algún cargo de república, que has de ser como padre y madre de ella. Y también estáis presentes todos los nobles y generosos, aunque no tengáis cargo de república. También estáis presentes vosotros, los que sois valientes y esforçados como águilas y como tigres, que entendéis en el exercicio militar. También estáis aquí mugeres nobles y señoras generosas. Desseo a todos la paz de nuestro señor dios todopoderoso, criador y governador de todos. Y quiéroos esforçar y saludar agora con dos o tres palabras que os quiero dezir. Bien sabéis todos los que estáis presentes que yo soy electo señor por la voluntad de nuestro señor dios, aunque indigno, y que por ventura, por no saber bien hazer mi oficio, dios me quitará y pondrá a otro. Pero el tiempo que dios tuviere por bien que yo tenga este su cargo, haré defectuosamente y groseramente lo que soy obligado para el buen regimiento de este vuestro reino, y no sin ofender muchas vezes a nuestro señor dios. ¡Oh, miserable de mí! ¡Oh, hombre sin ventura! Que muchas vezes he ofendido a nuestro señor dios por mi desventura y miseria, y también juntamente con esto he ofendido a los principales y ilustres del reino que rigieron en él, que son mis antecessores y fueron lumbre y espejo, exemplo y doctrina, para todo el reino, para toda la gente del reino. Truxeron siempre en su mano una gran hacha de lumbre muy clara para alumbrar a todos. Fueron prudentíssimos y sapientíssimos y animosíssimos, puestos en este regimiento por nuestro señor dios. No les dio nuestro señor dios saber de niños o coraçón de niños, ni mutabilidad de niños. Hízolos poderosos y valientes para castigar los malos de su reino y para defender a su reino de sus enemigos. Adornólos finalmente de todas las cosas necessarias para su oficio. Fueron personas a quien él tenía conocidos por tales, y fueron muy sus amigos y conocidos. A estos tales he yo sucedido para echarlos en vergüença y en afrenta en hazer mi oficio con muchos defectos. Estos fueron los que començaron a fundar todo lo que agora está edificado. Fueron nuestros abuelos y bisabuelos y tatarabuelos de donde hemos venido y procedido. Fueron los que desmontaron y atalaron las muntañas y las savanas para poblarnos donde estamos, y ellos primeramente tuvieron el cargo de regir y puseyeron el trono y estrado donde estuvieron, esperando la voluntad de nuestro señor dios todos los días de su vida. ¡Oh, miserable de mí, hombre de poco entendimiento y de poco saber y de gente baxa! Que no convenía que yo fuesse elegido para este oficio tan alto. Por ventura pasará sobre mí como sueño; en breve se acabará mi vida. O por ventura pasará algunos días y años que llevaré a cuestas esta carga que nuestros abuelos dexaron cuando murieron, grave y de muy gran fatiga, en quien hay causa de humillación más que de sobervia y altivez. Agora ante que muera, si por ventura dios determinare de matarme, os quiero esfurçar y consolar. Lo que principalmente encomiendo es que os apartéis de la borrachería, que no beváis uctli, porque es como beleños que sacan a los hombres de su juizio, de lo cual mucho se apartaron y temieron los viejos y las viejas, y lo tuvieron por cosa muy aborrecible y asquerosa, por cuya causa los senadores y señores passados ahorcaron a muchos, y a otros quebraron las cabeças con piedras, y a otros muchos açotaron. Este es el vino que se llama uctli, que es raíz y principio de todo mal y de toda perdición, porque este uctli y esta borrachería es causa de toda discordia y disensión y de todas rebueltas y desasosiegos de los pueblos y reinos. Es como un turbellino que todo lo rebuelve y desbarata; es como una tempestad infernal que trae consigo todos los males juntos. De esta borrachera proceden los adulterios, estuprus y corrupción de vírgines y violencia de parientes y afines. De esta borrachería proceden los hurtos y robus y latrocinios y violencias. También proceden las maldiciones y los testimonios y murmuraciones, y detracciones, y las vozerías y riñas y gritos. Todas estas cosas causa el uctli y la borrachera. También es causa el uctli o pulcre de la sobervia y altivez, y tenerse mucha, dezir que es de alto linaje, y menosprecia a todos, a ninguno estima ni tienen nada; causa enemistades y odios. Los vorrachos dizen cosas desatinadas y desconcertadas porque están fuera de sí. El borracho con nadie tiene paz, ni de su boca salen palabras pacíficas o templadas; es destrucción de la paz de la república. Esto dixeron los viejos, y nosotros lo vemos por experiencia. La vorrachera deshonra a los hombres nobles y generosos; tiene en sí todos los males, y quien lo come o beve, todos los males tiene. No sin causa se llamó beleño y cosa que enagena del seso, como la yerva que se llama tlápatl o míxitl. Muy bien dixo el que dixo que el vorracho es loco y hombre sin seso, que siempre come el tlápatl y míxitl. Este tal con nadie tiene amistad, a nadie respecta. Es testimoñero y mentiroso y sembrador de discordias, hombre de dos caras y de dos lenguas; es como culebra de dos cabeças, que muerde por una parte y por otra. No solamente estos males ya dichos proceden de la borrachería, que otros muchos tiene, que el borracho nunca tiene asosiego ni paz, ni jamás está alegre ni come ni beve con asosiego ni en paz ni en quietud. Muchas vezes lloran estos tales; siempre están tristes; son vozingleros y alborotadores de las casas agenas. Después que han bebido cuanto tienen, hurtan de las casas de sus vezinos las ollas y los jarros y platos y escudillas. Ninguna cosa dura en su casa ni medra. No tiene asosiego ni reposo en su casa el vorracho, sino todo es pobreza y malaventura. No hay plato ni escudilla ni jarro en su casa; no tiene qué se vestir, ni qué cubrir, ni qué calçar, ni tiene en qué durmir. Sus hijos y todos los de su casa andan suzios y rotos y andraxosos; cubren sus hijas con algún andraxo roto sus vergüenças, porque el borracho de ninguna cosa tiene cuidado, ni de la comida, ni de los vestidos de los de su casa. Y por esta razón los reyes y señores que reinaron y posseyeron los estrados y tronos reales, que venieron a dezir las palabras de dios a sus basallos, mataron a muchos quebrándoles las cabeças con piedras y ahogándolos con sogas. Y agora os amonesto y mando aquí a voces, a vosotros los nobles y generosos que estáis presentes y sois moços, y también a vosotros los viejos que sois de la parentera real. Dexad del todo la vorrachera y embriaguez, conviene a saber, el uctli y cualquiera cosa que emborracha, que aborrecieron mucho vuestros antepasados. El vino no es cosa que se deve usar; no murirás ciertamente si no lo bevieres. Ruégoos a todos que lo dexéis, y también a vosotros, los que sois valientes y esforçados y entendéis en las cosas de la guerra: también os mando que lo dexéis. Tú, que estás aquí o donde quiera que estás, que lo has ya gustado, déxalo. Vete a la mano, no lo bevas más, que no murirás si no lo bevieres. Y aunque se te pone este precepto, no te andan guardando para que no lo bevas. Si bevieres, harás lo que tu coraçón dessea; harás tu voluntad en secreto y en tu casa; pero nuestro señor dios a quien ofendes, que ve todo lo que passa, aunque sea dentro de las piedras y de los maderos y dentro de nuestro pecho, todo lo sabe y todo lo ve. Aunque yo ni te veo ni sé lo que hazes, pero dios que te ve te publicará y echará tu pecado en la plaça. Manifestarse ha tu maldad y tu suziedad, o por vía del hurto que harás, o por vía de palabras injuriosas que dirás, y por ventura te ahorcarás o te echarás en algún pozo o en alguna sima, o de algún risco abaxo, que éste será tu fin. Y si vozeares o braveares o gritares, o si por ventura, estando ya vorracho, te echares en el camino a durmir, o en la calle, o andovieres a gatas de vorracho, serás presso de la justicia y serás castigado y açotado y reprehendido y afrontado en presencia de muchos. Y allí serás muerto, o te quebrantarán la cabeça con una losa o te ahogarán con una soga, o te asaetearán; o por ventura por ahí te tomarán cuando comes o cuando beves; o por ventura llegarán sobre ti cuando estuvieres en el acto carnal con alguna muger agena, o cuando estuvieres hurtando en alguna casa las cosas que están guardadas en las caxas o en los cofres. Y por essa misma causa te quebrantarán la cabeça con una losa y te echarán arrastrando en la plaça o en el camino o en la calle. Y ansí infamarás a ti y a tus antepassados, y dirán de ellos: "A este vellaco dexaron su padre y su madre mal castigado, mal disciplinado, mal criado, los cuales se llamavan N. Y bien los Parece en las costumbres, como lo que se sembró nace semejante a la semilla". O por ventura dirán: "Oh, malaventurado de hombre, deshonrador de sus antepassados, los cuales dexaron y engendraron a un vellaco como éste, que agora los deshonra y avergüença". O por ventura dirán: "Gran vellaquería ha hecho éste". Y aunque seas noble y del palacio, ¿dexarán de dezir de ti? ¿Aunque seas generoso y ilustre? No, por cierto. Quiéroos poner un exemplo de un principal de Cuauhtitlan que era generoso -se llamava Tlachinoltzin-; era ilustre; tenía basallos y tenía servicio; y el uctli le derrocó de su dignidad y estado, porque se dio mucho al uctli y se emborrachava mucho. Todas sus tierras vendió y gastó el precio de ellas emborrachándose. Y después que huvo acabado de bever el precio de sus heredades, començó a bever el precio de las piedras y maderos de su casa; todo lo vendió para bever. Y como no tuvo más que vender, su muger trabajava en hilar y en texer para con el precio comprar uctli para bever. Este sobredicho, que era tlacatéccatl y muy esforçado, y valiente, muy generoso, algunas vezes acontescía que después de vorracho se tendía en el camino por donde baxava la gente, y allí estava todo lleno de polvo y suzio y desnudo. Y éste, aunque era gran persona, no dexaron de dezir de él y reír, y de mofar de él y castigarle. La relación y fama de este negocio llegó hasta México a las orejas de Motecuçoma, rey, emperador y señor de esta Nueva España. Y él le atajó porque mandó y encargó al señor de Cuauhtitlan, que se llamava Aztatzon, el cual era hermano menor del dicho Tlachinoltzin. Y aunque era muy principal y tlacatéccatl no disimularon con él; ahogáronle con una soga, y assí el pobre tlacatéccatl murió ahorcado no más de porque se emborrachava muchas vezes. ¿Quién podrá dezir los que fueron muertos por emborracharse, nobles y señores y mercaderes? ¿Y cuántos murieron de los populares por este mismo caso? ¿Quién lo podrá dezir ni contar? Y vosotros, que sois hombres esforçados y valientes y soldados, pregúntoos: ¿Ha mandado alguno de los señores que se beva el uctli, que buelve loco a los hombres? Nadie, por cierto. ¿Es por ventura necessario para la vida humana? No, por cierto. Tú, cualquiera que tú eres, si te emborrachares, no podrás escaparte de mis manos. Yo te prenderé, yo te encarcelaré; porque el pueblo, el señorío y el reino tienen muchos ministros para prender y para encarcelar y para matar a los delincuentes. Y te pondrán por exemplo y espanto de toda la gente, porque serás castigado y atormentado conforme a tu delito, o serás ahogado y echado en los caminos y en las calles, o serás con piedras muerto. Y toda la gente se espantará de ti, porque serás echado por las calles. Cuando esto te acontescerá, no te podré yo valer de la muerte o del castigo, porque tu mismo, por tu culpa, caíste y te arrojaste en las manos de los verdugos y de los matadores, y provocaste la justicia contra ti. Haviendo tú hecho esto, ¿cómo te podré yo librar? No es possible sino que passes por la pena acostumbrada. Por demás será mirarme ni esperar que yo te tengo de librar, porque ya estás en la boca del león. Aunque seas mi amigo y aunque seas mi hermano menor o mayor, no te podré socorrer, porque ya eres hecho mi enemigo y yo tuyo, por la voluntad de nuestro señor dios, el cual nos dividió. Y yo tengo de ser tu contrario y pelear contra ti, y te sacaré aunque estés debaxo de la tierra o debaxo del agua ascondido. Mira, ¡oh, malhechor!, que el uctli nadie te lo mandó bever, ni conviene que lo bevas. Mira que las cosas carnales son muy feas y todos conviene que huyan de ellas. Nadie conviene que hurte ni tome lo ageno. Lo que havéis de dessear y buscar son los lugares para la guerra señalados, que se llaman teuatenpan tlachinoltenpan, donde andan y viven y nacen los padres y madres del sol, que se llaman tlacatéccatl, tlacochcálcatl, que tienen cargo de dar de bever y comer al sol y a la tierra con la sangre y carne de sus enemigos. Estos son los que tienen por riqueza la rodela y las armas, y allí merecen las orejeras y los beçotes ricos y las borlas de la cabeça y las axorcas de las muñecas y los cueros amarillos de las pantorrillas. Allí merecen, allí hallan las cuentas de oro y las plumas ricas. Todas estas cosas las ganan y les son dadas con mucha razón, porque son valientes. Allí se gana la riqueza y el señorío que nuestro señor dios tiene guardado, y los da a los que lo merecen y se esfuerçan contra sus enemigos. También allí merecen las flores y cañas de humo, y la bivida y la comida delicada, y los maxtles y mantas ricas, y también las casas de señores y los maizales de hombres valientes, y la reverencia y acatamiento que les es dada por su valentía. Y también son tenidos por padres y madres y por amparadores y defenssores de su pueblo y de su patria, donde se amparan y defienden los populares y gente baxa, como a la sombra de los árboles que se llaman púchotl y auéuetl se defienden del sol. Nota bien, tú que presumes de hombre, que aquel o aquellos que fueron ilustres y grandes y famosos por sus obras notables, que son como tú, y no son de otro metal ni de otra manera que tú, son tus hermanos menores y mayores. Su coraçón es como el tuyo; su sangre es como la tuya; sus huesos como los tuyos y su carne como la tuya. El mismo dios que te puso el espíritu con que vives y te dio el cuerpo que tienes, esse mismo dio aquél el espíritu y el cuerpo con que vive. Pues, ¿qué piensas y imaginas, que es de madera o piedra o de hierro su coraçón y su cuerpo? También llora como tú y se entristece como tú. ¿Hay nadie que no ama el plazer? Pero, porque es recio su coraçón y maciço, se va a la mano y se haze fuerça para orar a dios, para que su coraçón sea sancto o virtuoso. Llégase devotamente a dios todopoderoso con lloros y suspiros. No sigue el apetito de durmir; a la medianoche se levanta a llorar y a suspirar, y llama y clama a dios todopoderoso, invisble y impalpable. Llámale con lágrimas; ora con tristeza; demándale con importunación que le dé favor. De noche vela; en el tiempo de durmir no duerme. Y si es muger cuerda y sabia, duerme aparte; en otro lugar de casa haze su cama y allí vela y está esperando cuándo será la hora de levantarse a barrer la casa y hazer fuego. Y por esto la mira dios con misericordia, y por esto le haze mercedes aquí en este mundo. La da coraçón varonil para que sea rica y bienaventurada en este mundo, para que tenga de comer y bever y que no sepa de dónde le viene la abundancia. Lo que siembrare en sus heredades crece y multiplícasse. Si quisiere tratar en el mercado, todo lo que quiere se le vende a su voluntad. También por esta causa de su velar y orar, le haze merced dios de buena muerte. Y al varón le haze merced de que sea fuerte, valiente y vencedor en la guerra, y le haze merced de que sea contado entre los soldados fuertes y valientes que se llaman cuauhpétlatl, ocelopétlatl. Y también haze merced de riquezas y deleites y de otros regalos que él suele dar a los que le sirven; también le da honra y fama. ¡Oh, cavalleros! ¡Oh, señores de pueblos y de provincias! ¿Qué hazéis? No conviene que por razón de bever uctli y de estar embueltos en vicios carnales hagan burla de vosotros la gente popular. Íos a la guerra y a los lugares de las batallas que se llaman teuatempan, en donde nuestra madre y nuestro padre el sol y el dios de la tierra señalan y notan y ponen por escripto y almagran a los valientes y esforçados que se exercitan en la milicia. ¡Oh, mancebos nobles y criados en los palacios entre la gente noble! ¡Oh, hombres valientes y animosos como águilas y tigres! ¿Qué hazéis? ¿Qué havéis de ser? Ausentaos de los pueblos; id en pos de los soldados viejos a la guerra; dessead las cosas de la milicia; seguid a los valientes hombres que murieron en la guerra, que están ya holgándose y deleitándose y posseyendo muchas riquezas, que chupan la suavidad de las flores del cielo y sirven y regocijan al señor sol, que se llama tiacáuh y cuauhtleoánitl in yaumicqui. ¿No es posible que vaís y os mováis a ir tras aquellos que ya gozan de las riquezas del sol? Levantaos, los hazia el ciclo a la casa del sol. ¿No será posible por ventura apartaros de las borracherías y de las carnalidades en que estáis embueltos? ¡Bienaventurados son aquellos mancebos de los cuales se dize y hay fama que ya han captivado alguno en la guerra, o por ventura fueron captivos de sus enemigos y asumidos a la casa del sol! N y N, nuestros sobrinos y parientes, ya están reposando, y sus madres y padres lloran y suspiran, por ellos derraman lágrimas. Y si eres medroso y cobarde y no te atreves a las cosas de la guerra, vete a labrar la tierra y hazer maizales. Serás labrador, y como dizen, serás varón en la tierra; y por aquí havrá misericordia de ti nuestro señor todopoderoso. Y lo que sembrares en los camellones, gozarás de ello después que naciere y se criare. Siembra y planta en tus heredades de todo género de plantas, como son magueyes y árboles; gozarán de ello tus hijos y nietos en el tiempo de hambre, y aun tú gozarás de ello: comerás y beverás de tus trabajos. Oíd con atención, vosotros los nobles y generosos. Principalmente endereço mis palabras a ti, que eres ilustre y de sangre real. Tened cuidado del exercicio de tañer y cantar en coros, porque es exercicio para despertar los ánimos de la gente popular, y huélgase dios de oírlo, porque es lugar y exercicio para demandar a dios cada uno lo que quisiere y para provocarle a que hable al coraçón, porque cuando es llamado con devoción para que dé su ayuda y favor, haze mercedes. En este exercicio y en este lugar se meditan y se consideran y se inventan los negocios y ardides de la guerra. Aunque havéis elegido a vuestro rey o emperador, no bivirá para siempre, no será su vida como vida de árbol o de peña que dura mucho. ¿Por ventura nunca se murirá, o ha de vivir para siempre? ¿Por ventura no ha de haver otro señor después de él? Sic, que election havrá andando el tiempo de otro señor y de otros senadores cuando murieren los que agora son y cuando por bien tuviere nuestro señor de ponerle en su recogimiento. ¿Estás, por ventura, contento? ¿Está, por ventura, satisfecho tu coraçón porque hazes los que quieres y negocias lo que quieres? ¿O, por ventura, estás puesto al rincón, ni se haze cuenta de ti, y bives como solitario y apartado y olvidado? ¿Por ventura, faltando los que agora rigen, la comunidad irá a alquilar a alguno a otra parte o a otro reino para que la rija y para que possea el trono real, y tenga cargo de los valientes y esforçados y capitanes que entienden en el exercicio militar? Mira, si te llegares a dios y si te hizieres familiar de los que rigen, y te deleitares con ellos como en bodas, como haze la muger que se muestra en público ataviada y galana para que la quieran y la dessen; y si te quieres estrañar y hurtar el cuerpo a tu comunidad, aunque te hagas vendedor de hortalizas o leñador, que andes en los montes a traer leña, de allá te sacará dios y te pondrá en los estrados y te dará cargos de regir al pueblo o señorío, y te hará que lleves a cuestas o en los braços algún oficio de la república o de la dignidad real. ¿En quién tenéis puestos los ojos? ¿A quién esperáis que os venga a regir? ¿Qué hazéis? ¡Oh, hombres generosos y ilustres y de sangre real! ¿De quién huís? ¿De quién os apartáis? ¿Apartáis os de vuestro pueblo y de vuestra comunidad? Y vosotros, ¡oh, valientes hombres y esforçados y padres de la milicia!, ¿no sabéis que el reino y señorío tiene necessidad de dos ojos y de dos manos y de dos pies? ¿No sabéis que tiene necessidad de madre y padre para que le laven y le limpien, y de quien le limpie las lágrimas cuando llorare? También tiene necessidad de personas que sean executores de los mandamientos de los que rigen. Para este negocio de executar la justicia havía dos personas principales, uno que era noble y persona de palacio, y otro capitán y valiente que era del exercicio de la guerra. También sobre los soldados y capitanes havía dos principales que los regían, el uno que era tlacatéccatl, el otro tlacochtecutli; el uno de los dichos era pilli, y el otro principal en las cosas de la guerra; y siempre pareavan un noble con un soldado para estos oficios. También para capitanes generales de las cosas de la guerra pareavan dos, uno noble o generoso y del palacio, y otro valiente y muy exercitado en la guerra; el uno de éstos se llamava tlacatéccatl y el otro tlacochcálcatl. Estos entendían en todas las cosas de la guerra y en ordenar todas las cosas que concernirían a la milicia. Y estos que son ministros de la guerra y de la república irán por ti a donde estuvieres cogiendo yervas o haziendo leña o haziendo camellones en las sembradas, y te llevarán al trono y al estrado real para que tú consoeles a la gente popular en sus aflicciones y necessidades; y pondrán en tus manos las cosas de la justicia, que es como un agua muy limpia para lavar y donde se lavan las suziedades o delictos de la gente popular. Tú tendrás cargo de mandar castigar a los delincuentes, y a ti te tomará por su cara y por sus orejas y por su boca y por su pronunciación nuestro señor dios, que está en todo lugar, y tú hablarás sus palabras. Ruégoos, ¡oh nobles, oh personas de palacio, oh generosos, oh personas de sangre real!; y también a vosotros, ¡oh hombres fuertes como águilas y como tigres que entendéis en las cosas de la milicia! Miradvos de todas partes dónde tenéis algún defecto o alguna mancha cerca de vuestras costumbres; mirad qué tal está vuestro coraçón, si es piedra y zafiro, si está cual conviene para el regimiento de la república. Y si por ventura estás suzio y manchado, y tus costumbres son malas, porque te emborrachas y andas como loco, y beves y comes lo que no te conviene, no eres para regir ni convienes para los estrados ni para el señorío. Y si por ventura eres carnal y suzio, y dado a cosas de luxuria, no eres tú para el palacio ni para entre los señores. Y si por ventura eres inclinado a hurtar y tomar lo ageno, y hurtas y robas, no eres para ningún oficio bueno. Examínate y mírate si eres tal que merezcas llevar a cuestas el pueblo y su regimiento y su govierno, y para ser madre y padre de todo el reino. Por cierto, si eres vicioso, como arriba se dixo, ¿eres por ventura para tal oficio? Por cierto, no lo eres, sino que eres digno de castigo y de reprehensión. Mereces ser confundido y afrontado, y andar açotado como persona vil, y también mereces enfermedades como ceguedad o tollimiento, y mereces andar roto y suzio como un hombre miserable por todos los días de tu vida, y que nunca tengas plazer ni descanso ni contento alguno. Digno, por cierto, eres de toda aflición y de todo tormento. ¡Oh, amigos míos y señores míos! Estas pocas palabras os he dicho para vuestra consolación y para animaros para el bien; esforçar vuestras voluntades. Y también con esto complo con lo que devo a mi oficio, y cuando se ofresciere en alguna vez que encontrare con vuestros pecados, acordaros heis. Diréis: "Ya oímos lo que nos dixo y lo menospreciamos". Desseo que con paz y asosiego os govierne nuestro señor dios. ¡Oh, muy amados míos! Otra vez, y otra, os ruego que notéis lo que havéis oído. Desseo que poco a poco lo gustéis y exercitéis. No haya nadie que se descuide. Tú, que por descuido o menosprecio, dexares estas cosas, ¿a quién podrás echar la culpa sino a ti solo? Y tú, que pusieres por obra estas cosas y las guardares en tu coraçón y las apretares en tu mano, las cuales te he dicho y mandado a ti solo, harás bien. Contigo harás misericordia y con esto bivirás consolado sobre la tierra; y augmentarás tu fama para con los viejos y antiguas personas, y a los demás darás buen exemplo para seguir la virtud. No tengo más que dezir, sino que ruego a nuestro señor dios que os dé mucha paz y sosiego.
contexto
Capítulo catorce De cómo matavan los esclavos del banquete La cuarta vez que llamava a sus combidados el que, hazía el banquete o fiesta era cuando havían de matar a los esclavos. Entonces, un rato antes que se posiesse el sol, los llevavan al templo de Uitzilopuchtli adonde los davan a bever un brebaje que se llamava teuuctli. Y después que lo havían bevido, bolvíanlos. Ya ivan muy borrachos, como si huvieran bevido mucho pulcre. Y no los bolvían a la casa del señor del banquete, sino llevávanlos a una de las perrochas que se llamavan Puchtlan o Acxotlan. Allí les hazian velar toda la noche cantando y bailando. Y al tiempo de la medianoche, cuando tañían a maitines, la gente del templo, que se llamava mocauhqui y tlamacazqui, poníanlos delante del fuego, en un petate que estava allí tendido. Y luego el señor del banquete se ataviava con una xaqueta que llamavan teuxicolli, de la manera que los esclavos estavan ataviados. Y también se ataviava con unos papeles pintados y con unas cotaras que se llamavan poçolcactli. Haviéndose de está manera ataviado el que hazía la fiesta, luego apagavan el fuego, y ascuras davan a comer a los esclavos unas sopas de una masa que se llama tzoalli, mojadas en miel, a cada uno de ellos cuatro bocados. Cortavan aquellos bocados con un cordel de ichtli. Haviendo comido estos bocados, luego los sacavan los cabellos de la corona de la cabina. Haviendo hecho esto, tocavan un instrumento que se llamava chichth, que dezía "chich". Este instrumento era señal para que los arrancassen los cabellos del medio de la cabeça en tocando el instrumento, y a cada uno de ellos tocavan para cuando le havían de arrancar los cabellos, fuessen muchos o pocos los esclavos. Este que tocava el instrumento andava alrededor de los esclavos, como bailando, y traía en la mano un vaso que se llamava cuauhcdxitl; allí le echavan los cabellos que arrancavan. Y después de haverlos arrancado los cabellos, luego davan grita, dando con la mano en la boca, como soelen. Luego se iba aquel que havía recebido los cabellos en la xícara, y luego tomavan el incensario, que se llamava tlémailt, con sus brasas. El que hazía el banquete incensava hazía las cuatro partes del mundo en el patio de la casa. En toda está noche los esclavos que havían de morir no dormían. Y en saliendo el alva, dávanlos a corner, y ellos, por bien que los esforçaban a que comiessen, no podían comer. Y estavan muy pensativos y tristes, pensando en la muerte que luego havían de recebir, y esperando por momentos cuándo entraría el mensajero de la muerte: se llamava Painalton. Este Painalton era un dios prenuncio de la muerte de los que havían de sacrificar delante los dioses. Primero llegava corriendo al lugar a donde estavan estos que havían de ser sacrificados. Iva de Tenochtidan al Tlatilulco, y de allí passa por el barrio que se Hama Nonoalco y Popotlan; de allí iva al lugar que se llamava Maçatzintamalco, y de allí a Chapultdpec, y de allí a Maçatlan, y de allí iva por el camino que va derecho a Xoloco, que es junto a México, y luego entrava en Tenuchtitlan. Y cuando este Painalton iva andando estás estaciones, llevavan a los esclavos que havían de morir al barrio de Coatlan, donde estava el lugar donde havían de pelear con cierta gente que estavan aparejados para pelear con ellos, que se llamava tlaamauiaya. Esto era en el patio del templo que se dize Uitzcalco. Como llegavan los esclavos aparejados de guerra, salían también aquellos tlaamauique de guerra contra ellos. Y començavan a pelear contra ellos muy de veras los que eran más valientes de aquellos tlaarnahuiques. Y si aquestos captivavan por fuerça de armas a alguno de los esclavos, en el mesmo lugar davan por sentencia el precio que valía el esclavo, y havíalo de pagar el mesmo dueño del esclavo, que es el que hazía la fiesta. Y dado el precio, volvíanle su esclavo; y si no tenían con qué pagarle, después de muerto, comianle aquellos que le havían captivado en el lugar de Uitzcalco. Está pelea passava entretanto que el Painalton andava las estaciones arriba dichas. En llegando Painalton a este lugar de Uitzcalco, luego ponían por su orden a los esclavos que havían de morir delante la imagen de Uitzilopuchtli, en un lugar que se llama apátlac. Luego hazian processión por alrededor del cu cuatro vezes; y acabadas las processiones, poníanlos otra vez en orden delante de Uitzilopuchtli. Y el Painalton subía al cu. Haviendo subido allá Painalton, luego descendían unos papeles y los ponían en el lugar que se llama apátlac, y también se llama itlacuayan Uiztilopuchtli, y levantávanlos hazía las cuatro partes del mundo, corno ofreciéndolos. Y haviéndolos puesto en el apétlac, luego descendía un sátrapa que venía metido dentro de una culebra de papel, el cual la traía como si ella viniera por sí, y traía en la boca unas plumas coloradas que parecían llamas de fuego, que le sallan por la boca. En llegando al apétlac, que es donde se acabavan las gradas del cu, que está una mesa de un encalado grande, y de allí hasta el llano del patio hay cuatro o cinco gradas, a está mesa llaman apdtlati o itlacuayan Uitzilopuchtli. Estava hazía la parte del oriente del cu. Y está culebra, o el que venía en ella, hazía un acatamiento hazía el nacimiento del sol, y luego hazía las otras tres partes del mundo. Acabado de hazer esto, ponía la culebra sobre el papel que estava tendido en el apdtiac o mesa. Luego se ardía o quemava aquella culebra de papel que se llamava Xiuhcóatl, y el que la traía bolviase a lo alto del cu. Llegando arriba, luego començavan a tocar caracoles y trumpetas los sátrapas en lo alto del cu. A está hora el patio de este cu estava lleno de gente que venían a mirar la fiesta. Estavan sentados por todo el patio. Ninguno comía, ni havía comido, porque todos ayunavan todo el día. No comían hasta la puesta del sol. Entonces comían, después de acabadas todas las cerimonias dichas, ante de matar los esclavos. En todo esto el señor estava junto a una coluna, sentado en un sentadero de espaldas, y por estrado tenia un pellejo de tigre. El sentadero estava aforrado de un pellejo de cuitlachtli. Estava mirando hazía lo alto del cu de Uitzilopuchtli. Estava delante del señor un árbol hecho a mano, de cañas y palillos, todo aforrado de plumas, y de lo alto de él salían muchos quetzales, que son plumas ricas. Parecía que brotavan de un pomo de oro que estava en lo alto del árbol; en lo baxo tenía una flocadura de plumas ricas este árbol. Luego descendía el Painalton y tomava a todos los esclavos que havían de morir del apátlac, y llevávalos por las gradas del cu arriba, yendo él delante de ellos para matarlos en lo alto del cu de Uitzilopuchili. Y los sátrapas que los havían de matar estavan aparejados, todos vestidos de unas xaquetas y con unas mitras de plumaje, con unos papeles plegados que colgavan de ellas. Tenían almagradas las bocas; esto se dezía teutlduitl. Y cortavan los pechos con unos pedernales hechos a manera de hierros de lançón, muy agudos, enjeridos en unos astiles cortos. Llegando el que havía de morir a sus manos, luego le echavan de espaldas sobre un taxón de piedra. Tomávanle cuatro por las manos y por los pies, tirando de él. Estando assí tendido el pobre esclavo, venía luego el que tenía el pedernal, o lançón de pedernal, y metíasele por los pechos, y sacávale por allí el coraçón, y poníale en una xícara. Haviéndole sacado el coraçón, arrojávale por las gradas abaxo. Iva el cuerpo rodando hasta abaxo, donde estava la mesa o apátlac del cu, y el dueño del esclavo o captivo tomava el cuerpo de su esclavo del apátlac, él por sí mismo. Nadie osava tomar el cuerpo del esclavo ageno. Y llevávale para su casa. La orden que tenían en matar a estos tristes esclavos y captivos era que primero subían a los captivos, y primero los matavan. Dezian que era la cama de los otros que ivan tras ellos. Luego ivan los esclavos, y luego los criados y regalados, que eran tlaaltilti, ivan a la postre de todos. El señor de ellos iva guiándolos. Y a todos éstos subían al cu con báculos compuestos con plumas ricas. Y si el señor del banquete o de la fiesta tenía muger, subía también junto con su marido, delante de los esclavos, al cu; y llebavan sendos báculos compuestos con plumas quetzales. Y si este que hazía la fiesta no tenía muger, si tenía algún tío, el tío subía con él, y llebavan los báculos como estd dicho. Y si no tenía tío ni padre, si tenía hijo, él subía con él con sus báculos. Y si tenia tía o abuelo, o abuela, o hermano mayor o menor, uno de ellos iva con él a lo alto del cu. Y subiendo, resollavan las manos, y ponían el resoello en las cabeças con las manos. Esto ivan haziendo subiendo al cu de Uitzilopuchtli. En llegando a lo alto, hazían processión alrededor del altar o imagen una vez, y miávanlos todos los que estavan abaxo cómo hazían su processión. Y luego se descendían estos que eran los señores de la fiesta. Y llegando abaxo, aquellos que estavan ajornalados de los señores de la fiesta para que los ayudassen tomavan los esclavos ya muertos y llevávanlos a su casa, yéndose con los dichos señores de la fiesta. Y en llegando los mismos, adereçavan el cuerpo que llamavan tlaaltilli, y cozíanle. Primero cozían el mak que havían de dar juntamente con la carne. Y de la carne davan poca, sobre el maíz puesta. Ningún chilli se mezclava con la cozina ni con la carne, solamente sal. Comían está carne los que hazían el banquete y sus parientes. De está manera dicha hazían banquete los mercaderes en la fiesta de panquetzaliztli. Y estos que hazían este banquete todos los días que bivían guardavan los atavíos de aquellos esclavos que havían muerto, teniéndolos en una petaca guardados para memoria de aquella hazana. Los atavíos eran las mantas y los mastles y las cotaras de los hombres, y las naoas y huipiles y los demás aderecos de las mugeres. También los cabellos que havían arrancado de la coronilla de la cabeça estavan guardados con lo demás en está divina petaca. Y cuando moría este que hizo el banquete quemavan estás petacas con los atavíos que en ellos estavan a sus exequias.