CANTO TREINTA Como auiendo ordenado el nueuo general a sus soldados, se fue à despedir de Luzcoija, y batalla que tuuo con los Españoles, y cosas que en ella sucedieron Quando contra razon se enciende el hombre, Y fuerça à su apetito a que se incline, A emprender vna cosa que es sin traza, Con que facilidad aduierte y nota, Lo que es en pro, y en contra de aquel hecho, Que assi quiere emprender contra justicia, Temiendo pues Gicombo, y trascendiendo, Como prudente, diestro y recatado, Que alli Zutacapan y todo el pueblo, Iuntos al mejor tiempo le faltasen, Hizo comprometiesen y jurasen, Segun sus leyes, ritos, y costumbres, Assi como Anibal juró en las liaras, Y altares de sus dioses, que enemigo, Mortal seria siempre, de Romanos, Que assi inuiolablemente guardarian, Con grandes penas, vinculos y fuerças, Las condiciones puestas y assentadas, Hecha la cerimonia y celebrado, El vil supersticioso juramento, Fue por su propia mano alli escogiendo, Quinientos brauos baruaros guerreros, Y en vna gran caberna todos juntos, Que por naturaleza estaua hecha, Cerca de las dos çanjas que hemos dicho, Mandó que se metiessen con intento. Que luego que los vuestros la passasen, Saliessen de emboscada, y alli juntos, A todos sin las vidas los dejasen, Y luego que vbo puesto y encargado, Al brauo Bempol, Chumpo, y Zutancalpo, A Calpo, y à Buzcoico, y a Ezmicaio, A cada Cual su esquadra bien formada, Para mejor meternos en sus manos, Con discreto recato dio à entendernos, Que estaua todo el pueblo despoblado, Y al tiempo que traspuso el Sol luziente, Y los opacos cuerpos apagados, Tenian ya sus sombras y en silencio, Quedaron los viuientes sossegados, Salio del mar la noche presurosa, Emboluiendo la tierra en negro velo, Y antes que las Estrellas traspusiessen, El poderoso curso que lleuauan, A desperdirse fue de su Luzcoija, Que esperandose estaua en aquel puesto, Donde quiso dejarla mal herida, De la fuerça de amor que la abrasaua, Y assi como le vido lastimada, Quan simple tortolilla que perdida, La dulze compañia no se assienta, En los floridos ramos ni reposa, Si no es en troncos secos deshojados, Buelta qual madre tierna que contino, Al hijo regalado trae colgado, Del cristalino cuelo, y encendida, Con el se desentrañas, se derrite, En amoroso fuego, y se deshaze, Vencida de su amor assi la pobre, Derrarnando las lagrimas dos fuentes, Alli soltó la boz desalentada, Si el grato y limpio amor que te he tenido, Amandote mil vezes mas que al alma, Merece que me des algun alibio, Suplicote Señor que nos permitas, Que venga en flor tan tierna a marchitarse, La que entender me has dado que fue siempre, Para ti mas gustosa, grata y bella, Que la vida que viues, y que alcanças, Por cuia cara prenda te suplico, Que si vienes señor para boluerte, Que el alma aqui me arranques, que no es justo, Que viua yo sin ti tan sola vn hora, Y assi la boz suspensa, colocando, Aguardando respuesta fue diziendo, El afligido baruaro señora, Iuro por la belleza de essos ojos, Que son descanso y lumbre de los mios, Y por aquesos labios con que cubres, Las orientales perlas regaladas, Y por aquestas blandas manos bellas, Que en tan dulze prision me tienen puesto, Que ya no me es possible que me escuse, De entrar en la batalla contra España, Por cuia causa es fuerça que te alientes, Y que tambien me esfuerces, porque buelua, Acuesta triste alma a solo verte, Que aunque es verdad que teme de perderte, Firme esperança tiene de gozarte, Y aunque mil vezes muera te prometo, De boluer luego a verte y consolarte, Y porque assi querido amor lo entiendas, El alma y coraçon te dexo en prendas, Y assi se despidio porque venia, La luz de la mañana va rayando, Y entrando en la caberna con los suyos, Entrò luego la luz, y fue bordando, De ricos arreboles todo el Cielo, En cuio tiempo fuerte y coiuntura, Diziendo Missa el Padre fray Alonso, La fiesta de su nombre celebraua, Y auiendonos a todos comulgado, Del Altar se boluio y assi nos dixo, Caualleros de Christo valerosos, Y de nuestra ley santa defensores, No tengo que encargaros a la Iglesia, Pues como nobles hijos aueys siempre, Preciadoos de serbirla y respetarla, Por Iesu Christo pido, y os suplico, Y por su sangre santa que se enfrenen, En verter la que alcança el enemigo, Los agudos cuchillos lo possible, Que aquese es el valor de Castellanos, Vencer sin sangre y muerte, al que acometen, Y pues a Dios lleuais en vuestras almas, A todos os vendiga y os alcance, Su mano poderosa, y yo en su nombre, A todos os vendigo, y alcançada, La vendicion del Padre Religioso, Al alto passaman subimos luego, Donde todos notamos desde afuera, Que el pueblo despoblado todo estaua, Y que anima viuiente no se via, Por cuia causa luego las dos çanjas, Del fuerte passaman passaron treze, Sin orden ni permiso del Sargento, Y no bien todos juntos ocuparon, Los terminos vedados, quando luego, De la horrible caberna fue embistiendo, El valiente Gicombo rebramando, Y qual el vallenato que herido, Del aspero harpon y hierro brauo, Un humo espeso de agua en alto esparce, Y azota con la cola el mar y hiende, Por vna y otra parte sobre aguando, El espacioso lomo y desabrido, Bufando. y sin sossiego va haziendo, Mil remolinos de agua assi sañudo, Las poderosas armas lebantadas, Con todos embistio y fue rompiendo, Y viendo al enemigo tan à pique, Los nuestros todos juntos dispararon, Los prestos arcabuzes, y aunque a muchos, Por tierra derribaron, fueles suerça Por no poderles dar segunda carga, Venir a las espadas y rebueltos, Los vnos con los otros, no pudimos, Darles ningun socorro, porque auian, Leuado aquel madero que subieron, A la segunda çanja, y no notaron, Dejauan sin pasaje à la primera, Y assi todos rebueltos en confusso, Soterrando las dagas, y los filos, De las viuas espadas grande gifa, De miserables cuerpos destrozados, Y vn matadero horrendo ya tenian, Y assi soberuios, brauos, encendidos, Alli los dos hermanos valerosos, Christoual Sanchez, y Francisco Sanchez, Y el Capitan Quesada, y Iuan Piñero, Francisco Vazquez, y Manuel Francisco, Cordero, Iuan Rodriguez, y Pedraza, Assi como los dedos de la mano, Que siendo desiguales se emparejan, Los vnos con los otros y se ajustan, Quando cerrado el puño despedaçan, Alguna cosa fuerte y la destroza, Assi conformes todos se aunaron, Los vnos con los otros y embistieron, Y abriendo grandes fuentes derramaron, Por los baruaros pechos y costados, Ojos, cabeças, piernas, y gargantas, De fresca sangre arroyos caudalosos, Por cuias brauas bocas espantosas, Las almas temerosas presta fuga, Y uan haziendo todas por no verse, En manos tan soberuias, y tras desto, Carrasco, Isasti, Casas, Montesinos, Hasta los codos rojas las espadas, Los poderosos braços exercian, Hasta que Zutancalpo, y gran Buzcoico, Entraron de refresco y retiraron, A vuestros Españoles con tal fuerça, Que arrinconados todos à vn repecho, Que estaua vn tanto hondo y reparado, De la fuerça de piedra que sobre ellos, Sin lastimar à nadie descargauan, Con priessa tan sobrada que enterrados, Alli quedaron todos sin remedio, Viendo pues zozobrada y anegada, Aquella nauecilla el brauo joben, A grandes vozes dixo que vn madero, Al punto se subiesse y se guindase, Oyendo pues aquesto retireme, Porque entendi señor que a mi dezia, Cosa que nueue passos, y qual Curcio, Casi desesperado fue embistiendo, Aquella primer çanja, y el Sargento, Pensando que pedazos me haria, Assiome del adarga, y si no suelta, Sin duda fuera aquel el postrer tiento, Que diera à la fortuna yo en mi vida, Mas por largarme presto fui alentando, La fuerça de aquel salto de manera, Que al fin saluè la çanja y el madero, No libre de temor y de rezelo, Fuy como mejor pude alli arrastrando, Y puesto en el passage los dos puestos, Passaron con presteza alli los vuestros, Y apenas el clarin alto tocaron, Quando de aquel repecho donde estauan, Nuestros caros amigos soterrados, Iuntos salieron todos, qual es fuerça, Que al son de la trompeta se lebanten, El dia de la cuenta postrimera, De sus sepulcros todos los difuntos, Y viendo assi la placa que perdida, Estaua por nosotros ya ganada, Rebentando de empacho y, corrimiento, Como encendidas brasas que enterradas, De las cenizas salen abrasando, Assi furiosos, viuos, desembueltos, Mas fieros que brauissimos leones, Arremetieron todos ayudados, Del Capitan Romero, y Iuan Velarde, Carabajal, Bañuelos, y Archuleta, De Lorenço Salado, y de Zubia, Y de otros muchos nobles Españoles, Que a diestro y à siniestro despachauan, Idolatras apriessa desta vida, Por cuia causa el fuerte Zutancalpo, Con el brauo Gicombo, y con Buzcoico, Qual suele el mar rebuelto y alterado, Heruir por todas partes lebantando, Valientes cumbres de agua, y cimas brauas, Bañando el alto Cielo, y que soberuio, En si se hincha, crece, gime y brama, Y en poderosas rocas quiebra y rompe, Su furia desatada, y no sossiega, En tanto que los vientos no reprimen, La fuerça de sus soplos, y se muestran, En sossegada calma reportados, Assi estos brauos baruaros feroces, Que los suyos alentando les dezian, Que de los prestos arcos despidiessen, De flecha tanta suma como suele, Llouer y granizar el alto Cielo, Espesas gotas de agua y de granizo, Con cuia braua fuerça mal heridos, Dexaron à Quesada, y al Alferez, Carabajal, y buen Antonio Hernandez, A Francisco Garcia, y à Liçama, En este medio tiempo fue poniendo, Asencio de Archuleta firme al pecho, La coz del arcabuz, y fue tomando, La brujula y el punto de manera, Que sin saber por donde, o como fuesse, Atrauesò con quatro brauas balas, Al mayor camarada, y mas amigo, Que jamas tuuo el pobre en esta vida, O diuino pastor y como arrojas, Tu muy santo cavado y le endereças, Para la oueja triste desmandada, Que lejos del rebaño a su aluedrio, Muy largo trecho vemos se remonta, Cuio castigo justo bien nos muestra, El infelix Salado pues que viendo, Ocho mortales bocas respirando, Por sus espaldas, pechos, y costados Encogiendo los hombros y los ojos, Al lebantado Cielo desplegando, Assi esforcò la boz a Dios el pobre, Señor dos años ha que no confiesso, Por mas que mis amigos me han rogado, Conozco mi Señor que te he ofendido, Y solo te suplico que me aguardes, A que limpie las manchas que manchada, Tienen el alma triste redimida, Por la preciosa sangre que vertiste, Sabida la desgracia luego vino, El Sargento mayor à mucha priessa, Y porque confesasse luego quiso, Que seys buenos soldados le bajasen, Y entendido por el aquel socorro, Alli le suplicò con muchas veras, Que pues à solas siempre auian ofendido, A Dios nuestro Señor, que le dexassen, Que à solas su remedio procurase, Y viendo quan de veras le pedia, Dandole gusto en esto con descuido, Mandò que con el fuessen los nombrados, Pues yendole sigiendo dio en vn risco, De soberuia caida, donde vido, Vn demonio grimoso que le dixo, Soldado valeroso, si pretendes, Salir triunfando desta triste vida, Arrojate de aqui, que yo en las palmas, Sustentare tu cuerpo, sin que pueda, Recebir detrimento en parte alguna, Oyendo aquesto el triste baptizado, Turbado de temor y de rezelo, Assi le respondio cobrando esfuerço, Vete de aqui maldito, no me tientes, Que soy de Dios soldado, y si he seguido, Tus banos estandartes, ya no es tiempo, De tantas desventura, ya no es tiempo, De tanta desbentura, y reboluiendo, Las fatigadas plantas fue tomando, El camino derecho, y fue bajando, Al pauellon del Padre, donde luego, Que confesso sus culpas, y fue absuelto, Alli quedo sin alma y sin sentido, Vendigante los Angeles Dios mio, Que assi las llagas curas, y nos muestras, Que quando mas afliges y deshazes, Al miserable cuerpo que nos diste, Que entonces viue el alma y se lebanta, Para la suma alteza y excelencia, Que à todos nos espera, y nos aguarda, Y porque a mas andar se va encendiendo, La fuerça de batalla, y yo me siento, Sin fuerças ni valor para seguirla, Quiero parar aqui para escreuirla.
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CANTO TREINTA Y DOS Como Zutancalpo fue hallado por sus quatro hermanas, y del fin y muerte de Gicombo, y de Luzcoila Que peña lebantada, o fuerte roca, Puede ser del soberuio mar ayrado, Mas braua y atrozmente combatida, Que nuestra vida triste miserable, Si lo miramos bien los mas mortales, A quien la cruel soberuia desmedida, Y ambicion vil, frenetica, furiosa, Iamas pudo hartar al alto ceptro, A la Real corona y brauo trono, Al pobrecillo assiento y bajo estado, O triste condicion de humana vida, Sugeta y puesta à bestias tan sedientas, En cuia abara fuente, vil infame, De su canina sed jamas contenta, Pretende cada qual sacar hartura, Que prestaron al noble Zutancalpo, Auer con tanta fuerça contradicho, Los furiosos intentos paternales, Que tantas vidas tienen acabadas, Y tantos buenos hombres consumidos, Y tantas nobles casas abrasadas, O cruel Zutacapan, porque quisiste, Yr contra la corriente que lleuaua, El sossegado pueblo ya perdido, Y aquel gallardo joben que engendraste. Que prestaron los retos y braueza, Con que turbaste tantos inocentes, Que el brauo y fiero orgullo que pusiste, Para que Castellanos lebantasen, Contra su corto esfuerço armadas, Que presto auer la tregua quebrantado, Palabra y fee de paz auer rompido, De que vil furia fuiste arrebatado, Para que con altiuo pensamiento, Mouiesses tan sin causa injusta guerra, O soberuia que porque siempre sobras, Assi fue bien que el nombre te pusiessen, Y assi como sobrada te lebantas, Y tanto mas te subes y te encumbras, Quanto es mas bajo aquel que te pretende, No siente la ambicion bruta furiosa, Desde atreguado baruaro perdido, La perdida y desgracia miserable, Que por sola su causa le ha venido, Al desdichado pueblo desgraciado, Cuias plaças y muros lebantados, Solos arroyos, charcos, y lagunas, De fresca sangre vemos rebocando, Con gran suma de cuerpos ya difuntos, Por cuias fieras hagas temerarias, Terribles quajarones regoldauan, Tempanos y sangraza nunca vista, A bueltas del sustento mal digesto, Que por alli tambien le despedian, Por do las pobres almas escapauan, Por cuio atroz estrago no hecha menos, Al noble Zutancalpo à quien salieron, No mas que por buscarle de su casa, Quatro hermanas donzellas que tenia, Pressas de mortalissimas congojas, Y desfogando por su ausencia en vano, De lo intimo del alma ya cansada, Entrañables suspiros y gemidos, Reboluiendo los cuerpos desangrados, Por ver si entre ellos y su caro hermano, Acaso ver pudiessen, porque auia, Passado vna gran pieça sin que fuesse, De algun amigo visto, o descubierto, Mocauli, la mayor de todas ellas, Reboluio por seys vezes vn difunto, Y como es cierto que la sangre llama, Otra quiso tomarle y reboluerle, Y viendo ser aquel tesoro grande, Y por quien siempre todas fueron ricas, Sin que pudiessen descubrir qual fuesse, La fuerça del espada rigurosa, Que por tan fieras bocas desmedidas, Le hizo despedir el alma braua, Con presurosos gritos esforçados, A palma auierta, y puño bien cerrado, Començò à lastimar su rostro bello, Y qual vemos que acuden al ladrido, De la presta y solicita podenca, Las demas codiciosas de la caça, Con lebantados saltos alentados, Y vna y otra corrida presurosa, Assi las tres hermanas desbalidas, Partieron con presteza y sin sentido, Con desapoderado curso al puesto, De aquella que pedazos se hazia, Sobre el querido hermano desangrado, Y juntas todas quatro à manos llenas, Las mas crecidas hebras arrancauan, De las pobres cabeças inocentes, Las rosadas megillas golpeando, Con vna y otra mano lebantada, Y despues que le vbieron bien llorado, Sobre vn gran tablon luego le pusieron, Y encima de sus hombros le lleuaron, Con funebre dolor, triste, afligido, Para su antigua casa ya abrasada, Y luego que la madre desdichada, Tuuo delante de sus tristes ojos, El horrendo espectaculo que vido, Sin piedad desgarrandose la cara, Y la madeja suelta de cabellos, Assi empeçó la pobre a lamentarse, Dioses si en flor tan tierna aueis querido, Quitar aquesta pobre desdichada, Vn hijo malogrado que le distes, Dezid si aqueste punto he ya llegado, Y a tan perdido estado he va venido, Qual otro mal podeis tener guardado, Este vltimo quebranto y postrer duelo, Solamente restatia que viniesse, A mi pobre vegez, triste afligida, Y vertiendo de lagrimas gran lluuia, Con el brauo dolor y amor fogoso, Del tragico furor enterniçada, Cien mil gemidos tristes redoblaua, Que del ansiado pecho le salian, Y como la desesperada furia, Es el mas cruel y capital verdugo, De aquel que semejante mal padece, Assi desesperada y con despecho, Sobre vn gran fuego se lanço de espaldas, Y tras della las quatro hermanas tristes, Tambien alli quisieron abrasarse, Sobre el querido hermano ya difunto, Que assi juntas con el se abalançaron, Iunto à la misma madre que se ardia, Y qual suelen grosissimas culebras, O poncoñosas viuoras ayradas, Las vnas con las otras retorcerse, Con apretados ñudos, y enrroscarse, Assi las miserables se enlazauan, Por aquellas cenizas y, rescoldo, Que amollentado y fofo a borbollones, Hiruiendo por mil partes resoplaua, Y restriuando sobre viuas brasas, Con hombros, pies, y manos juntamente, Instauan por salir mas era en varlo, Porque assi como vemos yrse a fondo, A aquellos que en profundo mar se anegan, Que con piernas y braços sin prouecho, Cortan el triste hilo de sus vidas, Y en tiempo desdichado, corto y breue, Las inmortales almas oprimidas, De las mortales carceles escapan, Assi estas malogradas fenecieron, Dando en aquella vltima partida, Los postreros abraços bien ceñidos, y despidiendo assi la dulze patria, Dieron el longum vale à las cenizas, En que todas quisieron resoluerse, Passado aqueste misero sucesso, Otro le sucedio tambien estraño, Que esto tiene la mal segura rueda, Ser incierta en que el bien nos venga estable, Y cierta en que el mal siempre nos persiga, Y assi podeis notar Rey poderoso, Que como en este mundo antojadizo, Vnos con ansias buscan y apetecen, Aquello que los otros aborrecen, Por escapar la vida fue saliendo, Vn conocido baruaro valiente, Con tan desatinado y presto curso, Que assi como se escriue que corrieron, Efisido, y Orion, con gran presteza, El vno por encima de las aguas, Y el otro por las puntas de los trigos, Sin que ninguna arista se doblase, Y sin que el agua en parte se sintiesse, Assi con esta misma ligereza, Corriendo por encima de las llamas, Vimos ai brauo Pilco presuroso, Qual fiera salamandria que en el fuego, Sin pesadumbre passa y se sustenta, Y por solo estoruarle la corrida, Antes que se saliesse y ausentase, Gran suma de balazos le tiraron, Y auiendose escapado de la brasas, Y del rigor y fuerça de pelotas, Vino a parar à manos de vn soldado, Leon por nombre, y por su grande esfuerço, Estos dos combatieron larga pieça, Con gran fuerça de golpes denodados, Y descargando el baruaro la maça, Con furia arrebatada fue saliendo, El gallardo Español con tal destreza, Que la hizo pedazos el membrudo, Traiendo el golpe en vano, y sin prouecho, Sobre vna grande piedra que aferrada, Estaua con el muro poderoso, Con cuio buen sucesso, y con que vido, Que por el suelo casi le arrastraua, Al saluage la greña que tenia, Por ella le prendio con fuertes garras, Y qual suele euadirse y deslizarse, La suelta anguila, de la fuerte mano, Assi de entre sus fuertes braços vimos, Salir al brauo baruaro guerrero, Lançandole de si, como si fuera, Muy libiana pelota despedida, Con lebantada pala gouernada, De vn poderoso braço fornido, Pasmado el Español de aquel sucesso, Vencido de verguença y corrimiento, De verse de tal pressa dessasido, Assi como libiana y triste sombra, Que sigue al cuerpo opaco, y no se empacha, En la carrera, buelo, y presto curso, Que va sin detenerse assi siguiendo, Al miserable baruaro perdido, Tanta priessa le dio con el espada, Quanta el membrudo alarabe ligero, Con vno y, otro salto le dexaua, Los golpes en el ayre desmentidos, Hasta que por grandissima ventura, Se le vino à meter por vn estrecho, Por donde el muro con aguda punta, Mas de setenta estados derramaua, De terrible vertiente bien cumplidos, Desde cuia alta cumbre poderosa, Estando todo el campo bien atento, Se arrojo aquel indomito guerrero, Con tan vizarro aliento, que suspensos, Los leales coraçones palpitando, A todos nos dexó desatinados, Porque con braça y media bien tendida, No se sintio soldado que quisiesse, Asomar ni poner el rostro firme, Por donde quiso el baruaro escaparse, Y apenas con el gran sobresalto, Le vimos ocupar el duro suelo, Quando el golpe todos arrancamos, A ver el alto y portensoso salto, Que sin pensar el Indio memorable, Alli le acometio en brauo esfuerço, Y qual la gruessa lança despedida, Del poderosos braço que clauada, Quedó temblando entera y bien assida, En aquel gran cauallo que Troianos, Tan por su mal en Troia les metieron, No de otra suerte Pilco valeroso, Quanto pudo blandir la larga lança, Sobre los firmes pies algo perdido, Quedo temblando en tierra bien clauado, Y reboluiendo en si qual suelto pardo, Sacudiendo algun tanto la melena, Con impetu furioso fije corriendo, A campo auierto, por el ancho llano, Donde Diego Robledo con cuidado, Vatiendo con priessa los hijares, De vn ligero cauallo desembuelto, Al puesto le salio con un benablo, De temerario hierro bien tendido, Y vibrando sobre el la fiera diestra, Tres vezes le mojò con que quedaron, Por los gruessos costados poderosos, Seys anchas puertas rojas bien rasgadas, Por donde el cuerpo y alma desdichada, El natural diborcio celebraron, Con no pequeña lastima de aquellos, Que al horrendo espectaculo asistian, Doliendose de verle destroncado, El miserable tiempo que de vida, Lleuaua ya ganado y adquirido, Y por justa justicia prolongado, Passada esta tragedia prodigiosa, Pareceme señor que nos boluarnos, Al fin ventura puesto, donde queda, El pobre General y brauo Bempol, Que como apunto, y queda referido, Qual aquellos illustres Bruto, y Casio, Que quisieron priuarse de la vida, Por solo que se vieron ya vencidos, Assi por no viuir jamas sugetos, El vno fue saliendo à despeñarse, Y el otro a solo dar injusta muerte, A su amada Luzcoija por no verla, En manos de Españoles que pudiessen, Gozar de su belleza malograda, Pues saliendo del grande labirintho, Desesperados, brauos, y furiosos, Desta suerte los dos fueron diziendo, Y como nos quebrantan duros ados, Y tempestad violeta nos perturba, Y à viua sangre y fuego nos molesta, Oprime, rinde, vence, y nos contrasta, Y vosotros infames Acomeses, Sereis horriblemente castigados, Con pena tal, qual es muy bien que venga, Por semejantes animos cobardes, Y a ti Zutacapan, cebil que has sido, Instrumento de tanta desbentura, Sabete que te aguardan y te esperan, Desta maldad y vergonçosa afrenta, Cruelissinios acotes y castigos, Y en los mas sustos dioses confiados, Que les daras de tus inormes culpas, Enmienda muy tardia y fin prouecho, Diziendo esto los dos se diuidieron, Gicombo endereçò para su casa, Que en humo y viua llama estaua embuelta, Y rompiendo las enemigas brasas, Rescoldo, y por las llamas lebantadas, Llego al mismo aposento donde estaua, Su mas querida esposa lamentando, Con gran suma de dueñas y donzellas, Que boqui abiertas todas desogauan, Aliento calidissinio del pecho, Y en las paredes tristes besos clauan, Y entrando dentro no le fue possible, Por los confusos gritos y, lamentos, Y el humo espeso que tendido estaua, Dar con ella, y assi por esta causa, Tomó la puerta, porque todas juntas, Alli se consumasen y abrasasen, Y acercandose el fuego embrauecido, Al misero palacio sin consuelo, Llego en busca del baruaro el Sargento, Con vna buena esquadra de guerreros, Y como el bruto alarabe te vido, Para el alçò los ojos encendidos, Y en muy rabiosa còlera deshechos, Qual corajoso jabali cercado, De animosos lebreles y sabuesos, Tascando la espumosa boca apriessa, Con el colmillo corbo arrienazando, Assi el General brauo se mostraua, Ouiando la salida à los que estauan, Dentro del aposento peligroso, Y assomando Luzcoija el rostro bello, Como aquellos que toman el atajo, Por abreuiar el curso del camino, Assi la pobre baruara afligida, Sugetó la espaciosa y ancha frente, Al rigor de la maça poderosa, Que los dos mas hermosos ojos bellos, Le hizo rebentar del duro casco, Nunca se vio en solicito montero, Contento semejante cuando tiene, La codiciosa caça ya rendida, Como el que el baruaro tomò, teniendo, A su querida prenda ya sugeta, Y de todos sentidos ya priuada, Viendo pues el Sargento la braueza, Del General valiente riguroso, Con fuerça de promesas y razones, Instó por haze del vn fiel amigo, Dandole la palabra de soldado, Y fee de cauallero bien nacido, De reduzir sus causas de manera, Que el solo gouernase aquella fuerça, Por vuestra Magestad sin que otro alguno, Mas que don Iuan en ella le mandase, Y qual si fuera mas que viua brasa, Que al tiempo de morirse y apagarse, Enciende mas su luz y la descubre, Assi el furioso vdolatra sangriento, Risueño y al desgaire le responde, Ya no me puedes dar mayor disgusto, Que vida estando aquesta ya difunta, Mas si quereis hazerme vn buen partido, Dejadme combatir con seys, o siete, Los mejores soldados de tu campo, Y matame tu luego que no es justo, Negar este partido tan pequeño, A mi que ves ya tan de partida, Y mas hare por ti, pues ves que es fuerça, Que todas estas mueran abrasadas, Que salgan todas libres deste incendio, Sin que vna sola quede por mi cuenta, Y viendo aquesta causa mal parada, Por estas y otras cosas que passaron, Mandó que Simon Perez le tirase, Dandose mucha priessa vn buen valazo, Y sin que fuesse visto ni entendido, Dio con el pobre General en tierra, En fea amarillez el rostro embuelto, Y luego que acabó y quedó difunto, Atonitas las baruaras que tuuo, Abochornadas casi sin sentido, Vertiendo arroyos de sudor hiruiendo, Auiertos todos los cerrados poros, Y las fogosas bocas y narizes, Satisfaciendose de solo el ayre, A grande priessa todas escaparon, Y porque el brauo Bempol me da priessa, Sera bien gran señor desocuparme, Por ver aquel diabolico destino, Que lleuò quando quiso desasirse, Desde difunto pobre, y diuidirse.
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CANTO TREINTA Y QVATRO Como se fue abrasando la fuerza de Acoma, y como se halló Zutacapan muerto, de vna gran herida, y de los de mas sucessos que fueron sucediendo, hasta lleuar la nueua de la victoria al Gouernador, y muertes de Tempal, y Cotumbo Cansado del viage trabajoso, El estandarte santo no vencido, Dexemos ya de Christo alli arbolado, Reprimanse las lagrimas pues dexan, Las almas lastimadas y afligidas, Y vos Filipo sacro, que escuchando, Mi tosca musa aueys estado atento, Suplicoos no os canseis, que ya he llegado, Y ai prometido puesto soy venido, Fiado gran señor en la excelencia, De vuestra gran grandeza, y que qual padre, Del belico exercicio trabajoso, Vn apazible puerto aueys de abrirme, Con cuio inmenso aliento reforçado, Las velas doi al viento reboluiendo, Al temeroso incendio, cuias llamas, Vibrando poderosas y escupiendo, Viuas centellas, chispas y pauesas, Las lebantadas casas abrasauan, Notad señor aqui los altos techos, Paredes, aposentos, y sobrados, Que auiertos por mil partes se desgajan, Y subito à pedacos se derrumban, Y como en viuo fuego y tierra, entierran, Sus miseros vezinos, sin que cosa, Quede, que no se abrase y se consuma, Mirad señor tambien los muchos cuerpos, Que de las altas cumbres del gran muro, Assi desesperados se abalançan, Y rotos por las peñas quebrantados, Hechos menudas pieças y pedaços, Assi en el duro suelo se detienen, Los baruaros y baruaras que ardiendo, Estan con sus hijuelos lamentando, Su misera desgracia y triste suerte, Con cuias muertes el Sargento, Mouido de piedad y alto zelo, Qual suele con tormenta y gran borrasca, Vn gran piloto diestro reboluerse, Saltando à todas partes y esforçarse, Mandando al marinaje, y passajeros, Con vno y otro grito, y assi juntos, Con heruorosa priessa se socorren, Y al flaco nauichuelo combatido, De la fuerça del mar, y viento ayrado, Entre mil sierras de agua faborecen, Assi esforondo à Chumpo y à otros pocos, Baruaros, que las pazes pretendian, A vozes les promete y assegura, En lee de cauallero, que las vidas, A todos les promete si se abstienen, Del riguroso estrago y crudas muertes, Que assi los miserables le causauan, No bien el pobre viejo las palabras, De aquel ardiente joben fue aduirtiendo, Quando clamando à vozes, con los pocos, Baruaros, que con el alli assistian, A todos persuade y encarece, Haziendose pedazos con señales, Y muestras muy de padre, que se abstengan, Y que à tan tristes muertes no se entreguen, Porque à todos las vidas les promete, Y noble trato à todos assegura, Sin genero de duda ni sospecha, Encubierta, rebozo, o trato aleue, Y assi como despues del rayo vemos, A todos suspenderse mal seguros, Difuntos ya en color y palpitando, Los viuos coraçones dentro el pecho, Y asi encogidos todos rezelosos, Por vna parte el vno, y qual por otra, Con passo espaciosos van saliendo, A ver si estan seguros, y el destrozo, Causado de la fuerça ya passada, Assi salieron muchos poco à poco, Alertos, pauorosos, encogidos, Con passos atentados, y aduirtiendo, De no pisar los cuerpos desangrados, De tanto caro amigo y fiel amparo, De aquellos pobres muros que teñidos, Estauan de su sangre ya bañados, Assi temblando, tristes afligidos, Por vna y otra parte rodeados, De palido color y muerte acerba, Se fueron acercando, y viendo estaua, El vando Castellano acariciando, A todos sus vezinos, y que dauan, Seguro y muestras grandes de contento, De verlos reduzidos y apartados, De aquel cruento estrago que emprendian, Qual vemos que se abaten y se humillan, Los lebantados trigos açotados, Con vno y otro soplo reforçado, Del poderoso viento que sulcando, En remolcadas hondas sus espigas, Al suelo las amaina, abate y baja, Assi vencidos, llanos, desarmados, Mas de seyscientos dieron en rendirse, Y dentro de vna placa con sus hijos, Y todas sus mugeres se postraron, Y como presos, juntos se pusieron, En manos del Sargento, y sossegaron, Mouidos del buen Chumpo, que seguro, A todos prometio y dio la vida, Sin cuia ayuda dudo, y soy muy cierto, Que aquella gran Numancia trabajosa, Quando mas desdichada y mas pedida, Quedara mas desierta y despoblada, Que aquesta pobre fuerça ya rendida, Estando ya pues todo sossegado, Y puestas ya las treguas sin rezelo, De algun bullicio de armas, o alboroto, Los pactos assentados, y de assiento, Los vnos y los otros sossegados, De subito las baruaras rabiosas, Qual venios deshazerse y derrumbarse, Dexandole venir con brauo asombro, Vna terrible torre poderosa, Recien inhiesta, puesta y lebantada, Y con terrible espanto reboluernos, La sossegada sangre, y alterarnos, Assi señor inmenso y poderoso, Alçando vn alarido arremetieron, Y apeñuscadas todas, qual se aprietan, Sobre la chueca juntos los villanos, Con los caiados corbos procurando, De darle con esfucrço mayor bote, Assi las vimos todos hechas piña, A palos y pedradas deshaziendo, A vn miserable cupero, y assi juntos, Para la esquadra todos arrancamos, Por ver si era Español, y dar vengança, A hecho tan atroz y desmedido, Y luego que nos vieron sin aliento, Alborotadas todas nos dixeron, Varones esforçados generosos, Si auernos entregado en vuestras manos, Merece que nos deis algun contento, Dejadnos acabar lo començado, Aqui Zutacapan està tendido, Y gracias al Castilla que tal alma, Hizo que se arrancase por tal llaga, Este causo las muertes que les dimos, A vuestros compañeros desdichados, Este metiò cizaña y aluoroto, Por todos estos pobres que tendidos, Estan por este suelo derramados, Y poniendo la vista en sus difuntos, Y luego en el traidor rabiosas todas, Assi como en tajon la carne pican, Los diestros cozineros, y deshazen, Assi con yra todos reboluieron, Y en muy mendudas pieças le dexaron, Con cuio hecho alegres satisfechas, En su primero puesto sossegaron, Y nosotros señor jamas podimos, Saber qual fuesse el braço, que de vn tajo, Cinco costillas cerca le cortase, Y assi como con ansia cobdiciosos, Despues de la batalla ya vencida, Vn gran varon famoso que escondido, De muy grande rescate procuramos, Y assi sin alma, seso, y sin sentido, Salimos a buscarle, y reparamos, En todos los vencidos, y ponemos, La vista bien atenta por hallarle, Assi los baruaros atentos y las bocas, Auiertas, y los ojos que pestaña, Iamas mouio ninguno, vimos todos, Que con asombro y pasmo nos mirauan, Y no vien asomaua algun soldado, Que fuera del quartel acaso estaua, Quando de golpe todos, qual se allegan, Las moscas à la miel, assi llegauan, Y el rostro solo atentos le mirauan, Y viendo el gran cuidado que ponian, En no dexar à nadie reseruado, Que bien no le notasen y aduirtiessen, Fue fuero preguntarles que distino, Que blanco, o por que causa assi sedientos, A todos nos mirauan, y suspensos, La mano dando à Chumpo, que por ellos, A todos respondiesse, dixo el viejo, Buscan estos mis hijos à vn Castilla, Que estando en la batalla anduuo siempre, En vn blanco cauallo suelto, y tiene, La barua larga, cana y bien poblada, Y calua la cabeça, es alto y ciñe, Vna terrible espada, ancha y fuerte, Con que à todos por tierra nos ha puesto, Valiente por estremo, y por estremo, Vna bella donzella tambien buscan, Mas hermosa que el Sol, y mas que el Cielo, Preguntan donde estan, y que se han hecho, El Caudillo Español oyendo aquesto, Mouido por ventura del que pudo, Mostrar la duda clara y socorrernos, En casos semejantes y ampararnos, Qual vn blandon, o antorcha, cuia lumbre, La vista haze clara, y quita el velo, De la ciega tiniebla, assi alumbrando, Al grato viejo Chumpo fue diziendo, Responde à estos tus hijos noble padre, Que en esto no se cansen ni fatiguen, Ni mas los dos que buscan los procuren, Que son bueltos al Cielo, donde tienen, De assiento su morada, y que no salen, Si no es a defendernos y ayudarnos, Quando assi nos agrauian y se atreuen, Qual ellos se atreuieron à matarnos, Con muertes tan atroces y crueles, Los pocos Españoles que subieron, A lo alto desta fuerça descuidados, Que miren lo que hazen y no bueluan, Segunda vez al hecho començado. -No suspendio el Troiano, ni redujo, La rienda del silencio con mas fuerça, Quando a la illuste Reyna los sucessos, De Troia y su desgracia recontaua, Qual hizo aqui el Zalditiar, que pasmados, Y mudos los dexó, que mas palabra, Hablaron ni chistaron, y assi solo, Dixo: Señor inmenso que alcançamos, Aquesta gran victoria el mismo dia, Del vasso de eleccion, à quien la tierra, Tenia por patron, y assi entendimos, Que vino con la Virgen à ampararnos, Iuizios son ocultos que no caben, En mi Señor, que siempre soy y he sido, Vn gusanillo triste despreciado, Y assi Señor me bueluo a mi caudillo, Que està con toda priessa despachando, Al prouehedor Zubia, porque lleue, Desta victoria insigne alegre nueua, A nuestro General, a quien auia, Vna baruara vieja por sus cercos, Hechole cierto della el mismo dia, Que fue por vuestro campo celebrada, Y estando assi aguardando el desengaño, Marchando el prouehedor, acaso Tempal, Y el pobre de Cotumbo destroçados, Corriendo gran fortuna a arbol seco, Auiendo de la fuerça ya escapado, Yuan atruesando, y viendo el golpe, Que alli el rigor del liado descargaua, Tras tanta desbentura reboçados, Con mascara de paz los dos fingieron, Como hastutos cosarios que ellos eran, De alla la tierra adentro, y que robados, Venian de vilas gentes que huiendo, Salian del Peñol, y assi encogidos, Pidieron con gran lastinia les diessen, Con que la triste hambre lleuauan, Socorrida quedase, y no acabasen, Con esto el Español mandó prenderlos, Por no errar el lance que perdido, Suele por el perder vn gran soldado, Y presos los lleuò, y en vna estufa, Despues de auer llegado y dado el pliego, Mandó que los pusiessen y encerrasen, Y auiendo con gran gusto recebido, El General la nueua fue informado, De ciertos nobles baruaros amigos, Que aquellos prisioneros que forçados, Estauan en la estufa, y oprimidos, Eran de los mas brauos y valientes, Que Acoma mostraron y pusieron, La colera en su punto, y lebantaron, El sossegado fuerte ya perdido, Con esto los dos baruaros sañudos, Viendole descubiertos deshizieron, La escala de la estufa, y hechos fuertes, A palos y pedradas no dexaron, Que nadie les entrase por tres dias, Que assi se defendieron y guardaron, Y viendo que era fuerça se rindiessen, Por hambre y sed rabiosa que cargaua, Las armas sossegaron, y dixeron. -Castillas si del todo no contentos, Estais de auernos ya beuido toda, La generosa sangre que gustosa, Tiene vuestra braueza no cansada, Y sola aquesta poca que nos queda, Mostrais que os satisfaze, dadnos luego, Sendos cuchillos botos, que nosotros, Aqui vuestras gargantas hartaremos, Priuandonos de vida, porque es justo, Que no se diga nunca por mancharnos, Que dos guerreros tales se pusieron, En manos tan infames y tan viles, Quales son essas vuestras despreciadas, Con esto el General, y con que todos, Los baruaros amigos le dixeron, Si alli los perdonaua que ponia, En condicion la tierra de alterarse, Auiendo hecho en vano todo aquello, Que pudo ser por verlos reduzidos, Al gremio de la iglesia, y agregados, Mandó que los cuchillos les negasen, Por mas assegurar, y que les diessen, Dos gruessas sogas largas bien cumplidas, Y echandoselas dentro las miraron, Los ojos hechos sangre y apretando, Los labios, y los dientes corajosos, Hincliados los hijares y narizes, Absortos, mudos, sordos, se quedaron, Y estando assi suspensos breue rato, Sacudiendo el temor, y despreciando, A todo vuestro campo, y fuerte espada, Nunca se vio jamas que assi pusiesse, Al corredizo lazo la garganta, Aquel que desta via ya cansado, Partirse quiso della alegre y presto, Qual vimos à estos baruaros que al punto, La mal compuesta greña sacudiendo, Las dos sogas tomaron y al pescueço, Ceñidas por sus manos y añudadas, Salieron de la estufa, y esparciendo, La vista por el campo, que admirado, Estaua de su esfuerço, y condolido, Iuntos la detutueron y pararon, En vnos altos alamos crecidos, Que cerca por su mal acaso estauan, Y no bien los notaron, quando luego, Dellos sin mas acuerdo nos dixeron, Querian suspenderse y ahorcarse, Y dandoles la mano abierta en todo, Los gruessos ciegos ñudos apretados, Alli los requirieron, y arrastrando, Las sogas por detras partieron juntos, Del campo Castellano ya rendidos, Y del baruaro pueblo acompañados, No los fuertes hermanos que en Cartago, Corriendo presurosos alargaron, A costa de si mismos Ion linderos, Assi à la triste muerte se entregaron, Dexandole enterrar en vida viuos, Qual estos brauos baruaros que estando, Al pie de aquellos troncos lebantaron, La vista por la cumbre, y en vn punto, Como diestros grumetes que ligeros, Por las entenas, gauias, y altos topes, Discurren con presteza assi alentados, Trepando por los arboles arriba, Tentandoles los ramos se mostraron, Verdugos de si mismos, y amarrados, Mirandonos à todos nos dixeron, Soldados aduertid que aqui colgados, Destos rollizos troncos os dexamos, Los miserables cuerpos por despojos, De la victoria illustre que alcançastes, De aquellos desdichados que podridos, Estan sobre su sangre rebolcados, Sepulcro que tomaron, porque quiso, Assi fortuna infame perseguirnos, Con mano poderosa y acabarnos, Gustosos quedareis, que ya cerramos, Las puertas al viuir, y nos partimos, Y libres nuestras tierras os dexamos, Dormid un sueño suelto, pues ninguno, Boluio jamas con nueua del camino, Incierto y trabajoso que lleuamos, Mas de vna cosa ciertos os hazemos, Que si boluer podemos a vengarnos, Que no parieron madres Castellanas, Ni baruaras tampoco en todo el mundo, Mas desdichados hijos que à vosotros, Y assi rabiosos, brauos desembueltos, Saltando en vago juntos se arrojaron, Y en blanco ya los ojos trastornados, Sueltas las coiunturas y remisos, Los poderosos nierbios y costados, Vertiendo espumarajos descubrieron, Las escondidas lenguas regordidas, Y entre sus mismos clientes apretadas, Y assi qual suelen dos bajeles sueltos, Rendir la ancha borda afrenillando, La gruessa palamenta, y en vn punto, Las espumosas proas apagadas, En jolito se quedan assi juntos, Sesgos y sin mouerse se rindieron, Y el aliento de vida alli apagaron, Con cuio fuerte passo desabrido, Dexandolos colgados ya me es fuerça, Poner silencio al canto desabrido, Y por si vuestra Magestad insigne, El fin de aquesta historia ver quisiere, De rodillas suplico que me aguarde, Y tambien me perdone si tardare, Porque es dificil cosa que la pluma, Auiendo de seruiros con la lança, Pueda desempacharse sin tardança. FIN
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CANTO TREINTA Y TRES Del miserable fin que tuuo Bempol, y de otros que con él sus dias acabaron, y del sentimiento que hizo el Sargento mayor, buscando los guessos de su hermano Dios nos libre del aspero castigo, Con que su gran grandeza nos lastima, Lebantando su mano poderosa, Para que como reprobos sintamos, Mal del gran bien, y bien del mal que es grande, Porque apenas abremos allegado, A fuerte tan perdida y desdichada, Quando de todo punto zabullidos, En el abismo y centro nos hallemos, De todo lo que es vltima miseria, Dolor, tristeza, y vItimo quebranto, Dexernos las historias que estan llenas, De mil sucessos tristes ya passados, Y digalo este yelolatra perdido, Suelto, desamparado, y ya dexado, De tan santa, diuina, y alta mano, Qual es el paradero en que le vemos, O gran bondad inmensa, no permitas, Por tus llagas rasgadas tal castigo, Por los que tu ley santa professamos, Que si los que andan fuera del rebaño, Merecen mi señor los desampares, Otros castigos tiene tu justicia, Que pueden molestarnos y afligirnos, Y no el que aqueste misero padece, Cuia desdicha si quereis notarla, Bolued Rey poderoso alli los ojos, Mirad al pobre Bempol desdichado, Que esta sobre aquel risco temeroso, Desde cuia alta cumbre lebantada, Assi comiença el triste a despedirse, Oy me da ya reposo mi desdicha, Si es que desdicha puede dar sossiego, Al que a sus pies se rinde zozobrado, Ymi temprana muerte me apareja, Seguro y dulze puerto con alibio, Si es que el morir tambien puede alibiarme, De tan inorme carga como lleno, Y solo con perpetua sepultura, Saliendo como espero desta afrenta, Pueden faltarme obsequias funerales, Si como estoy determinado siembro, Las miseras cenizas ya perdidas Deste triste mortal corporeo velo, Vertiendolas sin lastima, pues puedo, Desta tan alta cumbre despeñarme, Y cerrando el postrer dia de mi vida, No faltara quien a mi dulze patria, Con esta sin ventura nueua rompa, El ayre en vano, porque presto llegue, A las orejas tristes miserables, De aquella que por corta y mala suerte, Le cupo aqueste pobre por esposo, Y Cada qual sintiendo con tristeza, O sobra de alegria y de contento, De mi vltimo fin triste, miserable, Dira lo que quisiere y le agradare, Y luego que esto se aya ventilado, Despues que el Sol por doze Lunas corra, Ya no aura quien de mi jamas se acuerde, Que esto es muy cierto, quando el tiempo corre, Que se enjugan las lagrimas caudales, Y cansan los suspiros mas ansiosos, Y acaban los dolores dile se sufren, Por aquellos que fueron mas amigos, Mas padres, mas hermanos, mas parientes, Mas queridos, mas hijos, y mas deudos, Mas amparo, consuelo, y mas firmeza, De buenos y carissimos maridos, ¡O Acoma à què Dios has ofendido, O por què causa assi los altos dioses, Quieren contra nosotros enojarse, Sufrele que tal yra, y tal corage, Muestren dioses, y mas contra vna fuerça, Que es inmortal, qual ellos inmortales, Y en las cosas de guerra y preheminencia, Tan insigne, tan fuerte y poderosa, Que si sus fuerças no nos contrastaran, Fuera cosa muy facil el hazerse, De todo el mundo vniuersal señora, Mas como dizen que en los graues males, Ay consuelo si muchos le parecen, Si aquesta es regla cierta, que consuelan, Como no viuo agora consolado!, Y estando assi hablando y replicando, Para él endereçaron donzellas con sus madres, Y atonitas corriendo en competencia, Para el triste se fueron acercando, Como suelen las simples mariposas, Quando a la lumbre vernos que se acercan, Y alegres se abalançan y se apegan, Y alli fenecen todas abrasadas, Assi desalentadas se apegaron, Las miseras al misero afligido, A quien con alma y coraçon clamauan, Con gran suma de lagrimas amargas, Solloços y ternissimos suspiros, Que quisiesse de tanto afan librarlas, Lleuanolas perdidas à la parte, Que fuesse de su gusto, y que jurauan, De no desampararle por trabajos, Angustias, y miserias que viniessen, Y por mas que fortuna descargase, Con poderosos golpes esforçados, Su riguroso braco y las truxesse, Debajo de su rueda rebolcadas, Y si no que les diesse compañía, Con quien todas pudiessen escaparse, Y para mas mouerle a sus clamores, Delante le pusieron vna hija, Que de su patria trujo quando vino, Por gusto de Gicombo à aquella fuerça, La qual acaso quiso entremeterse, Con el brauo temor y sobresalto, Con las demas donzellas que clamauan, Y poniendo la vista en todas ellas, Clauola y la detuuo en sola aquella, Que era la misma lumbre de sus ojos, Y de tan tierna edad, que no tenia, Diez miserables años bien cumplidos, Y qual si fuera firme y alta roca, En el ancho mar puesta y assentada, Que con su ynorme pelo y graue assiento, Al tempestuoso mar y à todos vientos, Con gran fuerça resiste y se antepone, Assi contrauiniendo à su plegaria, Furioso desta suerte les responde, Mezquinas de vosotras miserables, Si es fuerça que salgais de aquesta vida, Qual compañia podeis tomar que os sea, Mas que esta que teneis auentajada, Y donde quereis que no os espere, Mayor quebranto que este que os aflige, Con cuio susto absorto y elebado, Quedó pasmado y fuera de sentido, Hiriendo con la vista aguda y braua, Los lebantados Cielos corajoso, Con vna y otra punta que embiaua, Y assienio à la muchacha por el braço, Con la pobre se despeñò diziendo, Si quereis libre libertad seguidime, Y qual si fueran simples ouejuelas, Que viendo se abalança y se despeña, El que es manso cencerro, y que las guia, Que todas tras del vemos arrojarse, Sin genero de miedo ni rezelo, Assi todas se fueron despeñando, Dando fin à sus dias miserables, Y llorando su grande desbentura, Para el segundo aluergue caminaron, Que ocupan segun dize el gran lombardo, Allà en los calaboços de infierno, Los que sin merecer alguna culpa, De su voluntad fueron omicidas, De sus infames almas desdichadas, Y como el mismo Heroe se lamenta, Quanto mejor les fuera ya en la vida, De dile los pobres tristes se priuaron, Sufre sin libertad duros trabajos, Mas como el mismo dize y nos enseña, Por orden de los hados se les veda, Y es viua Fè catholica inuiolable, Que en miserable llanto permanezcan, Passado lo que auemos referido, Luego la veloz fama fue corriendo, Lleuando aquella amarga y triste nueua, A la afligida madre de Gicombo, Cuio vital calor sus flamos guessos, Por todas partes fue desamparando, Y afligida del gran dolor causado, De las atrozes muertes desdichadas, De su muy dulze hijo y cara nuera, Y del pobre marido que tenia, Sin sentido salio la miserable, Dando terriblisimos aullidos, Mesando fuertemente sus cabellos, Rompiendo por las armas Castellanas, Sin ningun pabor, miedo, ni rezelo, Y rasgando los ayres con querrelas, Sentida de dolor assi dezia, Desdichada de mi, triste afligida, Miserable sin hijo, y sin marido, Ya guerfana, y tambien desamparada, De aquestas dulzes prendas que tenia, Dezid Castillas pues que estais tan cerca, Que si hablar siquiera con su madre, No dio lugar al hijo malogrado, Donde esta la belleza de Luzcoija, Que a mi triste vejez entretenia, Este es el galardon que yo esperaua, Quando mas esperé mi buena suerte, Pensando dulzes hijos de gozaros, O Castillas si por ventura os mueue, Aquesta miserable desdichada, Pido que me quiteis aqui la vida, Mas en lo que yo puedo y tengo mano, De que me sirue seros importuna, Y qual gran marinero, o diestro buzo, Que de la lebantada y, alta entena, Bueltas las duras plantas hazia arriba, Al profundo del ancho mar se inclina, Assi la triste baruara furiosa, Desde aquel lebantado y, alto muro, Inclino con gran rabia, y con despecho, La muy blanca cabeça desgreñada, Dexandose yr a pique, y sin remedio, A los braijos profundos infernales, Vnico aluergue, centro y paradero, De todos los que alli se despeñaron, En esto salio el noble viejo Chumpo, Como quien la paz siempre pretendia, A ponerse en las manos del Sargento, Gibado de vejez, las piernas corbas, Secos los braços, y la piel pegada, A sola la osamenta que tenia, Ayudado de vn pobre caiadillo, Sobre que el flaco cuerpo sustentaua, Y puesto en su presencia temeroso, Temblando con la fuerça de los años, Assi esforçó la debil voz cansada, Hijo gracioso, el Cielo me es testigo, Y esta sangre que ves aqui vertida, Que nunca por mi fuera derramada, Si Zutacapati solo se arrimara, A mi voto, qual yo señor me arrimo, A aquesta vara tierna quebradiza, Que treinta vezes han los campos dado, De nueuo nueuas flores, y continuo, A siempre mi flazqueza sustentado, Y luego que esto dixo enternecido, Y en lastiniosas lagrimas deshecho, Prosiguio con su platica, diciendo: Para solo venir a lastimarme, Con desdicha tan grande como veo, Por estas tristes almas miserables, Afligenme sus cuerpos destrozados, Y de sus mismos perros ya comidos, Duelenme sus abuelos y sus padres, Y mas sus visabuelos que nacieron, Quando triste naci, para quedarme, A solo ser testigo de la sangre, Muertes y gran destrozo que han sufrido, Todos estos que estan aqui tendidos, Reliquias de los tristes que han passado, Que aunque es possible sepan el estrago, Allà donde sus almas se recojan, No es tan grande el dolor y sentimiento, Quanto recibe el pobre miserable, Que por sus proprios ojos ve las llagas, Que aqui vemos auiertas y rasgadas, Por querer vn traidor solo lleuarlos, A sus vanos intentos, porque quiso, Ser el solo señor de aquesta fuerça, Y por querer por fuerça lebantarse, Assi te està por fuerça ya rendido, Y vo tambien lo estoi señor, y aduierte, Que assi como el rendido y afrentado, En publico palenque, y ofendido, Cuia cabeça estuuo ya sugeta, Y a merced de la espada rigurosa, Que alli pudo acabarte y deshazerle, Y vida quiso darle es cosa cierta, Y en lides de importancia bien prouada, Que muerto alli quedò, pues muerta dexa, La honrra, el ser, valor, y todo quanto, Lebanta al buen soldado, y le abilita, Y en cosas de la guerra le acridita, Y tendiendo qual suelen los mendigos, Los flacos braços secos, algo auiertos. Arrodillarse quiso a su presencia, Y conuertido de aspero en clemente, Su animo benigno alli apercibe, Y con palabras dulzes regaladas, Salidas sin sospecha ni reboco, De vn blando coraçon, y entrañas tiernas, Echandole los braços el Sargento, En peso le tomó, y con gran respecto, Abraçado le tuuo por buen rato, Y despues que con mucho amor le dixo, Razones y palabras de consuelo, Con que el misero viejo lastimado, Reprimio la vertiente de sus ojos, Pidiole el noble joben que le diesse, Aquel illustre cuerpo que mataron, Del caro hermano, y caros compañeros, Y auiendo con grandissimo cuidado, Puesto en esto grande diligencia, Venimos a saber como en la parte, Que vino à rendir cada qual su vida, En el mismo lugar à pura fuerça, De palos y pedradas que cargaron, En blanda y tierna masa combirtieron, Su miserable carne con los huesos, Y en confusso monton los recogieron, Y en vna gran hoguera lebantada, Con pujança de leños que arrimaron, Los rayos del Sol fueron emboluiendo, En vna obscura sombra temerosa, Y en este funeral y triste incendio, Alegres de aquel hecho que acabaron, Dando altissimos gritos y alaridos, Assi sin distincion, honor, ni cuenta, Los pobres Castellanos arrojaron, Enmedio de las llamas portentosas, Y por honrra del Dios de las batallas, Con ellos presentaron y ofrecieron, Muy ricas mantas, plumas, y pellicos, Con gran chacota, risa, y algazara, De la pleueia gente que ofrecia, Tambien al inuencible Dios furioso, Grande suma de flechas y, macanas, Arcos, bastones, maças y carcages, Contentos de que el fuego consumiesse, Los miserables cuerpos baptizados, Sabido ya el fin triste miserable, De nuestros infelices compañeros, Pedimosles que al puesto nos lleuasen, Donde al Maese de Campo dieron muerte, Sobre el qual sin tardança nos pusieron, Y en el tan gran manchon de sangre vimos, Que dos tendidas braças ocupaua, Vista por el Sargento desdichado, La sangre del hermano ya difunto, Aunque ya fria elada y Jenegrida, Sin ningun fuego començo a heruirle, En lo mas hondo de su tierno pecho, Y luego al mismo punto se le puso, Vn grosissimo ñudo atrauesado, A la pobre garganta bien assido, Y los enjutos ojos combertidos, En dos mares fin fondo derramauan, Mil arroyos de lagrimas caudales, Con que à doloroso y tierno llanto, A todos nos mouia y lebantaua, Y no bastando nadie à detenerle, Por enmedio de todos fue rompiendo, Y tendiendose encima de la mancha, Gimiendo amargamente rebentaua, Sobre la triste sangre ya vertida, Y despues que por vna larga pieça, Bañó aquel fuerte passo de amargura, Y luego que el dolor azerbo y duro, Con gran dificultad abrio la puerta, A la pobre garganta fatigada, Assi empezó afligido à lastimarse, No era aqueste el fin que yo esperaua, Quando a tantos trabajos y miserias, Quisirnos ofrecernos y entregarnos, Porque en aquellos tiempos bien pensaua, Qual soldado noble, pobre visoño, Que los dos adquirieramos gran fama, Prometiendonos suertes muy honrrosas, Colmadas de victoria, y triunfo cierto, Mas ay de mi, que por demas han sido, Mis vanas esperanças fabricadas, Pues bullirse la mas pequeña hoja, Del mas remontado arbol desta vida, Es quererlo quien todo lo gouierna, Y pensar otra cosa es desatino, Cuia verdad bien claro me has mostrado, Señor y hermano mio anhelando, A muy gloriosos fines onorosos, Rotos y destroncados por el suelo, Con medios y principios desdichados, Y por mejor dezir, fueron dichosos, Pues que con muerte felix y agradable, Seguro puerto diste a tus cuidados, Siendo primer primicia que se ofrece, En esta nueua Iglesia Mexicana, Y no yo, cuia pobre triste vida, Al duro hado, fiero y peligroso, La traigo por momentos sometida, Quien a tu lado fuerte se hallara, Quando la corta vida feneciste, Aunque el gran furor bauraro acabara, Aquesta miserable que me queda, Y escusara siquiera lastimarme, Con ver este lugar todo teñido, En la inocente sangre que dejaste, Para mayor quebranto, y mas tormento, Destos cansados ojos que llegaron, A ver tan gran desdicha y tal estrago, O Acoma no quiera Dios te impute, Aquella falsa fee, y hospicio alebe, Que à mi amado y caro hermano diste, Con tan terrible engaño y trato doble, Porque esta miserable y dura suerte, Yo solo la causé con graues culpas, Que contra el alto Dos he cometido, Mas que digo yo triste miserable, Si es que auias de gustar amarga muerte, Que mas corona y palma lebantada, Que auer venido hermano á merecerla, Donde no se les sigue mas ventaja, A los que con alegre y brauo triunfo, Cantan la gran victoria que alcançaron, Que à los vencidos si sus cuerpos quedan, En medio de las armas destrozados, Y assi es fuerça digan todos fuiste, Muy bienauenturado en tal jornada, Donde no puede ser que la grandeza, De todo el vniuerso que gozamos, Pueda darte Sepulcro mas pomposo, Ni mas gallardo y alto enterramiento, Que el que en aqueste muro memorable, Quiso la fuerça de Acoma ofrecerte, A quien yo estimo, tengo y reuerencio, Por preciosissima Ara y Monumento, Donde por tu ley santa poderosa, Por Dios y, por tu Rey alto inuencible, A su gran Magestad sacrificaste, El resto de la sangre que tuuiste, Y boluiendose alli para nosotros, Algo esforçado prosiguio diziendo, Aqui, fue Troia nobles caualleros, Aqui por su alto esfuerço y zelo ardiente, Y por su gran valor, insigne y raro, Quedarà para siempre eternizado, Y por el consiguiente conocido, Para que el claro nombre que han mostrado, Todos sus mas mayores y passados, Y con esto arboló Vna Cruz en alto, Y contritos llorando de rodillas, Todos juntos alli nos derribamos, Y a la gran Magestad de Dios pedimos, Que de sus pobres almas se doliesse, Y que a su santa gloria las lleuase, Y pues al fin señor de la jornada, Y canto postrimero he ya llegado, Quiero parar vn tanto, porque pueda, Cantar aquesto poco que me queda.
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CANTO TREINTA Y VNO Como se fue prosiguiendo la batalla, hasta alcanzar la victoria, y como se pegó á todo elpueblo, y de otras cosas que fueron sucediendo Siempre la preuencion y diligencia, Hastuta vigilancia, y el cuidado, De no perder jamas vn solo punto, Estando en la batalla el buen guerrero, Es lo que mas encumbra, y mas lebanta, El claro resplandor, y la grandeza, De los heroicos hechos hazañosos, Que assi vemos emprende y acomete, Con cuias buenas partes el sargento, Pero Sanchez Monrroi, Marcos Garcia, Martin Ramirez, y Christoual Lopez, Iuan Lucas, Iuan de Olague, y Cabanillas, Iuan Catalan, Zapata, y Andres Perez, Francisco de Ledesma, y el buen Marquez, No tienden apañando con mas ayre, La corba hoz los diestros segadores, Quando apriessa añudan sobre el braço, Vna y otra manada, y assi juntos, Lebantan por mil partes sus gauillas, Como estos brauos y altos combatientes, Que en vn grande ribaço tropeçando, De cuerpos ya difuntos no cessauan, De fresca y roja sangre con que estaua, Por vna y otra parte todo el muro, Bañado y sangrentado sin que cosa, Quedase que teñida no estuuiesse, Mas no por esto amainan y se rinden, Los baruaros furiosos, mas qual vemos, Crecer y lebantar las brauas llamas, De poderosos vientos combatidas, Que mientras mas las soplan y combaten, Mas en su braua fuerça y gran pujança, Assi feroces todos rebramando, A boca de cañon arremetian, Sin miedo ni rezelo de la fuerça, De las soberuias balas que à barrisco, A todos los lleuauan y acabauan, Y viendo el de Zaldiuar tal fiereza, Como valiente tigre que acosado, Se ve de los monteros, y rabioso, Contra los hierros buelue y perros brauos, Que assi le van siguiendo y hostigando, Y a fuerça de los dientes y los braços, A todos los retira, esparce y hiere, Assi vuestro Español furioso ayrado, La poderosa diestra alli rebuelue Y anduuo la batalla en si tan fuerte, Y de ambas partes tanto ensangrentada, Que solo Dios inmenso alli les era, Bastante a reprimir su fuerça braua, Por cuia gran braueza luego quiso, El hastuto Sargento se guindasen, Dios pieças de campaña, y en el inter, Hablando con los suyos les dezia, Fundamento de casas solariegas, Columnas de la Iglesia no vencida, Espejo de esforcados, cuios pechos, Merecen con razon estar honrrados, Con rojas cruzes blancas, y con verdes, Oy suben vuestras obras a la cumbre, Y mas alto omenage que Españoles, Nunca jamas assi las lebantaron, No las dexcis caer, tened el peso, Que assi sustenta y pesa la grandeza, Del hecho mas honrroso, y mas gallardo, Que jamas nunca vieron braços nobles, En esto las dos piezas se subieron, Y assentadas al puesto y à la parte, Por donde à caso fueron embistiendo, Trescientos brauos baruaros furiosos, Terribles gritos todos lebantando, Y assi como de hecho arremetieron, De presto las dos pieças regoldaron, Cada dozientos clauos, y con esto, Qual suelen las hurracas que espantadas, Suspenden los chirridos y grasnidos, Con la fuerça de poluora que arroja, De municion gran copia, con que vemos, Escapar à las vnas y à las otras, Quedar perniquebradas, y otras muertas, Y otras barriendo el suelo con las alas, El negro pico auierto, y con las tripas, Arrastrando rasgadas las entrañas, No de otra suerte juntos todos vimos, De subito gran suma de difuntos, Tullidos, mancos, cojos, destroncados, Auiertos por los pechos mal heridos, Rasgadas las cabeças y los braços, Auiertos por mil partes, y las carnes, Vertiendo viua sangre agonizando, Las inmortales almas despedian, Dexando alli los cuerpos palpitando, Con cuias muertes Qualco corajoso, Qual suele el espadarte que en la fuerça, Del espeso cardume embiste y rasga, Las mallas de las redes y, las rompe, Y à los opressos pezes assegura, Y libre libertad les da y gallardo, Blandiendo el ancho lomo y fuerte espada, Las cristalinas aguas va hendiendo, Desempachado, alegre, suelto y ledo, Assi el fuerte baruaro imbencible, En sus valientes fuerças sustentado, Y con razón, pues dos valientes toros, En los llanos de Zibola rendidos, A sus valientes braços vieron tuuo, Auiendo derramado alli à los muestros, Y hecho vna ancha placa como vn toro, Para Diego Robledo fue embistiendo, Con vna corta maça y en llegando, Para el valiente Roble fue largando, La hoja el Español, y fue bajando, La maça poderosa, y todo aquello, Que la espada excedia, fue colando, Por el baruaro pecho y ancha espalda, La rigurosa punta de manera, Que de vna y otra vanda atrauesado, El poderoso Qualco mal herido, Alli largó la maça, y con el puño. Auiendole otra vez atrabesado, Le dio tan grande golpe en el costado, Que dio con el hipando, y boqui auierto, Casi por muerto en tierra, y con presteza, Antes que recobrase algun aliento, Assiole por la pierna, y como vemos, Al rustico villano quando assienta, El mazizo guijarro en lo mas ancho, De la rebuelta honda, y sobre el braço, Dandole en torno bueltas le despide, Zumbando por el concabo del ayre, No de otra suerte Qualco reboluiendo, Con vna y otra buelta al brauo Roble, Por encima del braço y la cabeça, No bien le despidio dos largas hraças, Quando sin alma el baruaro difunto, Caiò tendido en tierra, y tras desto, Viendose el Español alli arrastrado, De generosa afrenta va vencido, Cobrandose furioso fue embistiendo, Qual regañado gato que a los botes, Con la maganta hambre se abalança, Y alli los dientes claua y se afierna, Con las agudas vñas lebantando, La cola regordida y pelo hierto, Y en el difunto cuerpo tropezando, Suspenso se quedò alli temblando, Notando la gran fuerça que alcançaua, Y la poca que muerto alli tenia, En esto el gran Zapata, y buen Cordero, Cortés, Francisco Sanchez, y Pedraza, Ribera, Iuan Medel, y Alonso Sanchez, Iuan Lopez y Naranjo, y noble Ayarde, Simon de Paz, Guillen, Villauiciosa, Carabajal, Montero, con Villalua, Dieron en pegar fuego por las casas, Por ponerles temor, mas no por esto, Algun tanto amainauan, o temian, La fuerça de las armas que cargauan, Viendo pues el Sargento la braueza, Dureza y pertinancia con que a vna, Los baruaros furiosos combatian, Por no ser ya tan gran carnizeria, Qual fuese el podador hastuto y cauto, Que juzga bien la cepa tiende y pone, La vista cuidadosa en cada rama, Y luego que la ha visto corta y tala, Los mal compuestos braços y rebiejos, Con todo lo superfluo mal trazado, Y dexa con destreza y buen acuerdo, Las varas con las vcas y pulgares, Que dizen esquilmenas prouechosas, Assi mirando el campo el gran guerrero, La soldadesca toda entresacando, De sus deuidos puestos señalados, Mando que de su parte les dixessen, Mirasen el estrago y el destrozo, De tanto miserables como estauan, Tendidos por el suelo, y se doliessen, De aquella sangre y cuerpos que el les daua, Palabra y lee de noble cuallero, De guardarles justicia, y con clemencia, Mirar todas sus causas, qual si fuera, Su verdadero padre, y luego al punto, Arrojando de flecha grande suma, Como rabiosos perros respondieron, No les tratasen desto, y que apretasen, Las armas y los dientes con los puños, Porque ellos y sus hijos, y mugeres, Era fuerça acabasen, y rindiessen, Sus vidas, y sus almas, y sus honrras, En las lides presentes, y con esto, Combatiendo furiosos embestian, A morir, o vencer, con tanta fuerça, Que pasmo y grima an todos nos causaua, Por cuia causa luego acorbadado, Pensando por aqui tener salida, Zutacapan se vino y pidio pazes, Al gallardo Sargento, y él contento, Sin conocer quien fuesse aquel aleue, Luego le dixo diesse y entregase, Solos los principales que causaron, El passado motin, y que con esto, Haria todo aquello que pudiesse, Nunca se vio jamas que assi temblase, De vn solo toque manso y blanda mano, La tierna argenteria, qual temblaua, Aqueste bruto baruaro, del dicho, Y asi suspenso, triste, y rezeloso, No bien por el ocaso derribaua, Con poderoso curso arrebatado, El Sol su bello carro y trasponia, La lumbre con que à todos alumbraua, Quando el triste poblacho todo estaua, En dos partes diuiso y apartado, Los vnos y los otros temerosos, De la fuerça de España y su braueca, Y luego que la luz salio encendida, Despues de auer los baruaros tratado, Sobre estas pazes todos grandes cosas, Viendo Zutacapan ser el primero, Que el passado motin auian causado, Con todos sus amigos y sequazes, Quales hojosos bosques sacudidos, Del poderoso boreas, y alterados, Que assi en monton confusso se rebueluen, Por vna y otra parte, y se sacuden, Las pajas lebantando, y alterando, Sus lebantadas cimas, y en contorno, Todos por todas partes se remecen, Assi estos pobres baruaros perdidos, Boluieron à las armas de manera, Que tres dias en peso los soldados, No comieron, durmieron, ni bebieron, Ni se sentaron, ni las fuertes armas, Dexaron de los puños derramando, Tanta suma de sangre que anegados, Estauan ya y cansados de verterla, En esto ya yua el fuego lebantado, Vn vapor inflamado poco à poco, Todas las tristes casas calentando, Y luego en breue rato fue cobrando, Vigor bastante, y por el seco pino, De las teosas casas y aposentos, Restallando los techos por mil partes, Vn muy espeso, denso, y tardo humo, Como gruessos vellones las ventanas, Por vna y otra parte respirauan, Y como fogosissimos bolcanes, Bolando hazia el Cielo despedian, Gran fuma de centellas y de chispas, Y assi los brutos baruaros furiosos, Viendose ya vencidos se matauan, Los vnos a los otros de manera, Que el hijo al padre, y padre al caro hijo, La vida le quitaua, y demas desto, Al fuego juntos otros ayudauan, Porque con mas vigor se lebantase, Y el pueblo consumiesse y abrasase, Solo Zutacapan y sus amigos, Huiendo de cobardes por no verse, En manos de Gicombo se escondieron, En las cueuas y senos que tenia, La fuerça del peñol, cuia grandeza, Segundo labirinto se mostraua, Segun eran sus cueuas y escondrijos, Sus salidas y entradas y aposentos, Y viendo el General y brauo Bempol, Que todos se matauan y cumplian, La fuerça de aquel pacto que jurado, Estaua de matarse, si vencidos, Saliessen de los braços Castellanos, Iuntos determinaron de matarse, Y assi por esta causa temerosos, De mal tan incurable, por no verse, En braços de la muerte, les hablaron, Ciertos amigos tristes encogidos, Pidiendoles con veras se rindiessen, Y que las vidas juntos rescatasen, Por cuia causa luego replicaron, Los pertinaces baruaros furiosos, Dezidnos Acomeses desdichados, Que estado es el que Acoma oy tiene, Para emprender vn caso tan infame, Qual este que pedis, dezid agora, Que refugio pensais que os dexa el liado, Luego que aquestas pazes celebradas, Esten con los Castillas con firmeza, No hechais de ver que auemos ya llegado Al vltimo dolor y postrer punto, Donde sin libertad es fuerça todos, Viuamos como infames triste vida, Acoma vn tiempo fue, y en alta cumbre, Vimos su heroico nombre lebantado, Y agora aquellos dioses que la mano, Le dieron por honrrarla y lebantarla, Vemos que la subieron, porque fuesse, Su misera ruina mas sentida, De aquellos miserables que esperamos, En tan debil flaqueza tal firmeza, Por cuia causa juntos acordamos, Si estais como nosotros entendemos, Firmes en la promesa que juramos, Que à la felice muerte las gargantas, Las demos y entreguemos, pues no queda, Para nuestra salud mayor remedio, Que perder la esperança que ¡los queda, De poder alcancarle y conseguirle, Y luego que con esto otras razones, El brauo General les fue diziendo, Maximino, Macrino, ni Maxencio, Procrustes, Diocleciano, Ni Tiberio, Neron, ni todo el resto de crueles, Con ninguno mostraron su braueza, Mas braua, mas atroz, ni mas terrible, Que estos consigo mismos se mostraron, No solo los varones, mas las hembras, Las vnas como Dido abandonaron, Sus cuerpos, y en las llamas perecieron, Y assi como espartanos sus hijuelos, Tambien à dura muerte se entregaron, Otras los arrojauan y laiçauan, En las ardientes llamas, y otras tristes, Con ellos abrasadas desde el muro, Las vimos con esfuerço despeñarse, Otras qual Porcia apriessa satisfechas, De brasas encendidas acabauan, Otras el tierno pecho qual Lucrecia, Con dura punta roto despedian, Las almas miserables, y otras muchas, Con otros muchos generos de muertes, Sus vidas acabauan y rendian, En este medio tiempo las hermanas, Del brauo Zutancalpo desbalidas, Fuera de si salieron à buscarle, Por acabar con el la triste vida, Cuio dolor azerbo y, triste llanto, Quiero cantar señor en nueuo canto.
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CANTO TREZE Como llego Polca en busca de Milco su marido, y dexandola en prision, se fue huiendo: y de la fuga que hizo Mompil, y de la liberalidad que el Sargento tuuo con la baruara cautiua No se à visto jamas cosa perfecta, Puesta en su mismo punto y acabada, Que amor no sea el autor de su grandeza, Porque el es quien la illustra y quien la esmalta, Labra, dibuja, pinta, y endereza, Sin el todo quebranta y da disgusto, Todo enfada, atormenta, y aborrece, Y à todo fin el vemos dar de mano, Con el todo se encumbra y se lebanta, Todo se emprende, todo se acomete, Todo se vence, rinde, y abassalla, Y en fin el es crisol en cuio vasso, Todo se afina, sube, y se quilata, Desto aqui se nos muestra vn buen dechado, Cuia labor es digna que se escriua, Si ya la tosca pluma no desdora, Aquella viua Imagen que retrata, Estando pues con Mompil platicando, Y tomando razon de su dibujo, Vimos todos venir à nuestro puesto, Vna furiosa baruara gallarda, Frenetica de amor, de amores pressa, Vnas vezes apriessa caminando, Otras corriendo, à vezes reparada, Aderezaua bien lo que traia, Que era vn hermoso niño, lindo, y bello, Que à la triste chupando le venia La dulze fertil teta, fin cuidado, De aquello que à la pobre lastimaua, Con vn corbo caiado puesto al hombro, Y del cuento colgando à las espaldas, Vn gracioso zurron en que traia, Vna pequeña y tierna zeruatica, Con dos buenos conejos, y vna liebre, Todo à su modo bien adereçado, Viendo pues el Sargento su donaire, La gracia y desenfado que traia, A todos mandò darle franca entrada, Por ser muger cuya belleza illustre, A toda cortesia combidaua, Y con razon el termino se tuuo, Porque aunque es verdad clara y manifiesta, Que es priuilegio breue la hermosura, Engaño y flor, que presto se marchita, Al fin el corto tiempo que ella dura, Ella es, la que es, mas digna de estimarse, Y à quien mayor respecto se le deue, Y aunque Alarabe y baruara en el traje, En su ademan gallardo cortesana, Sagaz, discreta, noble, y auisada, Que mas que aquesto puede amor si rompen, Del mas bruto animal la vil corteza, Que alli produze amor tambien grandezas, Tanto mas dignas todas de notarse, Quanto muy dignas estas de escriuirse, Y assi furiosa, y fuera de sentido, Inflamada del lento y dulze fuego, En que toda se estaua consumiendo, Llegò qual fiel y diestra cachorrilla, Quando despues de qual que larga ausencia, A caso topa, y da con el montero, Que ligera, amigable y alagueña, Mansamente gimiendo y agachada, Para el se va la triste condolida, De la enfadosa ausencia disgustosa, Assi la pobre baruara se vino, Para el cautiuo baruaro afligida, Triste, alegre, llorosa, mal contenta, Y despues que le dio grandes abraços, Tiernamente apretados y ceñidos, Notando que no estauan bien sentados, Para que lo estuuiessen fue arrancando, Gran cantidad de hierua con que hizo, Dos graciosos assientos que les puso, Despues abrio el zurron y de la caça, Limpiandoles los rostros con vn paño, Al vno dellos siempre prefiriendo, Con amoroso rostro vergonçoso, A los dos les rogaua que comiessen, Y boluiendo à nosotros encogida, Toda turbada, triste, y congojosa, Alegrando su rostro quanto pudo, A todos combidò con buena gracia, Y como de amor toda fe encendia, Luego que nos mostrò su rostro alegre, Arrasados los ojos dio à entendernos, Que Milco, que cautiuo le traian, Era su esposo, alma, vida, y padre, Del inocente niño que à sus pechos, Qual verdadera madre alimentaua, Y alli con blandas muestras nos pedia, Que piedad de aquel niño se tuuiesse, Y que al padre no diessemos la muerte. Pues guerfanos los dos fin el quedauan, Ofreciendo con veras de su parte, Que à doquiera que fuessemos yria, Siruiendonos à todos como esclaua, Con que la vida sola se otorgase, A aquel por quien la triste intercedia, Y quando esto la pobre nos rogaua, Vn viuo fuego en ella conozimos, Vna agradable llaga no entendida, Vn sabroso veneno riguroso, Vna amargura dulze desabrida, Vn alegre tormento quebrantado, Vna feroz herida penetrante, Gustosa de sufrir, aunque incurable, Y vna muy blanda muerte sin remedio, A la qual dio à entendernos se ofrecia, Con alma y coraçon, con que dexasen, A Milco con la vida, pues sin ella, Era fuerça la suya se acabase, Y qual Triaria de Vitelio esposa, Que rompiendo la femenil flaqueza, Por medio de las armas belicosas, Con quien su caro esposo combatia, Su persona arrojò con tanto esfuerço, Quanto su misma historia nos enseña, Assi la pobre baruara mostraua, Serle muy facil cosa el atreuerse, A perder cien mil vidas que tuuiera, Por solo libertar à su marido, Demas desto notamos en la triste, Cien mil grandes opuestos y contrarios, Los vnos bien distintos de los otros, Lagrimas con gran sobra de contento, Tristeza, y gran extremo de alegria, Sudando de cansancio, y muy ligera, Temor y atreuimiento nunca visto, Y al fin pressa de amor, de amor vencida, Y como es natural de pechos nobles, Dar vado, y no afligir al afligido, Al mismo punto procurò el Sargento, De consolar y dar algun alibio, A su mortal congoja, y ansia fiera, Con manifiestas muestras y señales, De dar luego remedio à su tristeza, Poniendo en libertad à su marido, Y como la esperança siempre alienta, Al misero temor y le sustiene, Porque rabioso no se desespere, Polca, que assi à la baruara llamauan, Faborecida toda de esperança, Assi como con gracia, y son suabe, Remedan à las lluuias regaladas, Las hojas de los alamos mouidas, De vn fresquezito viento manso amable, No de otra fuerte aquesta hembra bella, Mouida del fabor del gran Sargento, Con gran contento quiso assegurarse, Y para que los duelos menos fuessen, Comer hizo à los pobres prisioneros, Regalando à su Milco quanto pudo, Y luego que los tuuo sossegados, Despues de auer gran rato platicado, Determinaron que ella se quedase, Y que por dos amigos Milco fuesse, Y assi como nosotros entendimos, La llaneza y buen gusto que tuuieron, Luego en el mismo punto fue largado, El oprimido baruaro afligido, Cuia gran prenda alli se nos quedaua, Con todo el gusto que dessearse pudo, Y qual feroz cauallo bien pensado, Que rota del pesebre la cadena, Furioso escapa, y sale del establo, Vna y otra corrida arremetiendo, Parando y reboluiendo poderoso, Bufando y relinchando con brabeza, La cola y clin al viento tremolando, El recogido cuello sacudiendo, Feroz, gallardo, brauo, y animoso, Los quatro pies ligeros lebantando, No de otra suerte Milco muy ligero, Furioso salio casi sin sentido, Hasta subir la cumbre lebantada, De vn poderoso cerro peñascoso, Por cuia falda à todos nos dejaua, De cuia zima en gritos lebantados, Razonando con Mompil, y con Polca, De subito cesso, y al mismo punto, Por la vertiente del fragoso risco, Traspuso como viento arrebatado, Dexandola de nueuo mas rendida, Y en el fuego implacable mas ardiendo, De cuia fuerte fuerça quebrantada, Con suspiros amargos y gemidos, Deshaziendose en lagrimas la triste, Alli nos dio à entender que no vendria, Aquel traidor que assi la auia burlado, Porque desde la Cumbre lebantada, Muy bien desengañado los auia, Qual hizo aquel cruelissimo Theseo, Con la noble Ariatna que burlada, Dexò en pago de auerle libertado, De la fuerça del monstruo embrauecido, En cuio fiero aluergue temeroso, Hecho cien mil pedazos se quedara, Y de la misma bestia consumido, Si no fuera por ella remediado, Propria paga, cosecha, y recompensa, De torpes brutos, animos ingratos, Que tanto es mas su vil correspondencia. Quanto por mas crecidos beneficios. Se hallan los infames obligados, O verdad que poquitos son aquellos, Que siguen tu castissima pureza, Y quantos son, lo que con ella enrredan, Marañan, vierten, tienden, y derraman, Vn mar de ponçoñosos, vasiliscos, No ay ya segura fee en todo el mundo, No me da mas los padres que los hijos, Deudos nobles, parientes, y maridos, Hidalgos pobres, ricos poderosos, Caualleros, villanos, titulados, Con todo el demas resto miserable, De miseros mortales que se encienden, Los vnos con los otros, y se abrasan, Con terribles engaños no entendidos, Assechanças, doblezes, inuenciones, Culpas, delictos, robos, y pecados, Solapas, con lisonjas y bagezas, Escandalo, crueldad, crimen, excesso, Y en fin guerra sangrienta, y cruel batalla, Que à sangre y fuego siempre la lebantan, No me da mas varones cultiuados, Que incultos, broncos, baruaros, grosseros, Que basta y sobra, conozer ser hombres, Para entender que fuera del demonio, Sea la mas mala bestia quando quiere, De todas quantas Dios tiene criadas, Exemplo claro aqui señor tenemos, En esta pobre baruara engañada, Que es facil de engañar à quien bien ama, Atonita se muestra, y se consume, Aflige, y se deshaze rebentando, Con la flecha en el alma soterrada, Furiosa à todas partes reboluiendo, La vista cuidadosa sin consuelo, No cabe en todo el campo la cuitada, Que todo le es estrecho y apretado, Y assi de lo mas intimo del alma, Entrañables suspiros redoblaua, En lastimosas lagrimas embueltos, O triste amor humano à quantas cosas, Tu terrible violencia y furia, fuerça, Si assi ciegos seguimos tus pisadas, Diga el mas bien librado de tus manos, Qual fue el passo mas libre y mas seguro, Que enmedio del sus ojos miserables, Cien mil vezes quebrados no sintiesse, O traidor aleuoso fementido, Cruel, ingrato, vil, desconocido, Di qual bruto à su hembra la dexara, Como tu vil cobarde la dexaste, O ingratitud infame, o caso triste, Que por no mas de auerlo imaginado, Quedaras para siempre aborrecido, La fin ventura Polca desdichada, Arroios por los ojos derramando, A su afligida alma yua cubriendo, La obscura noche, con su negra sombra, Cerrando en torno todo el Orizonte, Que ya las velas todas repartidas, Estauan à cauallo y en sus puestos, Y por mas buen seguro de la pobre, Con mas cuidado postas le pusieron, Porque Mompil à caso no rompiesse, Y por descuido nuestro la lleuase, Y luego que en mitad del alto Polo, Segun aquel varon heroico canta, Los Astros lebantados demediaron, El poderoso curso bien tendido, En el mayor silencio de la noche, Quando las brauas bestias en el campo, Y los mas razionales en sus lechos, Y los pezes en su alto mar profundo, Y las parleras aues en sus breñas, En agradable sueño amodorrido, Reposan con descuido sus cuidados, En este mismo instante y punto vino, De la cansada y debil cauallada, Rindiendo à la modorra el quarto triste, La fatigada prima ya vencida, Y notando que todos reposauan, Y que el buen Mompil escapado auia, Dexando alli la baruara cautiua, A grandes vozes quiso recordarnos, Y à penas lo entendimos quando todos, Mudos quedamos, tristes, y suspensos, Elosenos la sangre, y el aliento, A vna suspendimos palpitando, Los flacos coraçones dentro el pecho, Viendo à nuestro piloto y guia ausente, Por no mas de descuido de la vela, A cuio cargo estuuo aquel cuidado, Y cada qual gimiendo se dolia, De los tristes sucessos que apretauan, Tras tantas desuenturas padezidas, Hasta que entrò la aurora refrescando, Y en pie todos cansados y afligidos, Mirandonos los vnos à los otros, Buen rato sin hablar nos estuuimos, Aqui la pobre Polca sin consuelo, Pasmada, boqui auierta, nos miraua, Qual triste miserable que aguardando, Sentencia, està de muerte rigurosa, Por inorme delicto cometido, Assi la triste misera afligida Tragada ya la muerte por muy cierta, De su venida infelix aguardaua, Vn desastrado fin, y mal sucesso, Pues viendo ya el Sargento reportado, El caso Sucedido sin remedio, Por no desanimar los compañeros, Hablando alli con todos, fue diziendo, Señores no ay ninguno que no alcançe, Que el misino poderoso Dios eterno, Es el camino cierto y verdadero, De los que su ley santa professamos, Y assi tiene cien mil florestas bellas, Amenos bosques, campos, y llanados, Por do los flacos deuiles y tiernos, Van sus cortas jornadas caminando, Otros tiene quajados de cambrones, Abrojos, duras puntas, y pedriscos, Cerros, quebradas, breñas y barrancos, Por do los esforçados y alentados, Su lebantado curso van corriendo, Y assi no ay para que desmaie nadie, Y entendamos señores compañeros, Que como à illustres, nobles, y valientes, Quiere el inmenso Dios aqui prouarnos, Y como tales bien serà tomemos, Con buen recato todos el camino, Y pues que aquesta baruara merece, Toda noble, cortes correspondencia, Pues no està media legua de su tierra, Demosle libre, libertad graciosa, Para que allà se buelua sin zozobra, Y como el alma de la ley heroica, Es la fuerça de la razon illustre, Y aquesta jamas quiso ser forçada, Todos juntos alegres aprouamos, Del Sargento mayor el buen respecto, Y partiendo con ella nuestra ropa, Y cargandole al niño de brinquiños, Dimosle libertad que se boluiesse, Y entendido por ella bien tan grande, Como la sobra de contento causa, Tierno semblante, y lagrimas gustosas, En que los tristes laban sus cuidados, Como la lengua muchas vezes miente, Pensando que mas fee deuia darse, A sus corrientes lagrimas vertidas, Que à sus muchas palabras y razones, Quando muy bien supiera proponerlas, Vertiendolas assi con gran contento, Auiendonos à todos abrazado, Por tres vezes salio determinada, De recebir el bien de que dudaua, Y à cosa de cien passos se boluia, A mostrarsenos siempre mas gustosa, Amorosa, y mas bien agradezida, Y como siempre vemos se adelanta, La noble gratitud al beneficio, Quarta vez fue saliendo y pareciole, Que quedaua muy corta, y no pagaua, Y porque ingratitud no la rindiesse, Otra fue reboluiendo, y de los pechos, El niño se quitò, y diò al Sargento, Y alli le supliò que se lleuase, Pues todo le faltaua, y no tenia, Con que poder feruir merced tan grande, El Sargento le tuuo, y la dio mil vesos, Entre sus nobles braços bien ceñidos, Y dandole mas cuentas, y abalorios, Con mil tiernas caricias amorosas, El niño le boluio, y pidio se fuesse, Con cuio cumplimiento regalado, Qual suele tras la cierua el cieruo en brama, Herida de su amor correr tras della, Y ansioso de alcançarla desembuelto, De salto, y de corrida va siguiendo, El amoroso, rastro, y dulze huella, Por vna y otra parte sin que pueda, Pararse, ò detenerse, ò alentarse, En parte que el cariño no le assista, Assi sin seso, ciega, y sin sentido, Atonita del todo fue siguiendo, La huella de su amado desbalida, Y porque priessa dan que me adereze, Todo aquello que resta de quebranto, Veremos adelante en nueuo canto.
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CANTO VEYNTE De los excesibos trabajos que padezen los soldados, de nueuos descubrimientos, y de la mala correspondencia que sus seruicios tienen Todo el valor, alteza, y excelencia, Que puede acaudalar el buen guerrero, De los gloriosos triunfos que se alcançan, En la sangrienta guerra belicosa, Es quedar para siempre bien premiado, Por el gallardo braco de la espada, Y por el brauo pecho valeroso, Que en padezer trabajos à tenido, Entre cien mil peligros no esperados, Y assi alto y heroico Rey sabemos, Que no ay trabajo duro en la milicia, Ni tiempo en padecerle mal gastado, Si la correspondencia deste fruto, Viene à ser tal qual es razon se tenga, Con aquellos gallardos coraçones, Que muy bien en las guerras os sirbieron, Aunque para mi tengo Rey sublime, Que es mucho mejor suerte la de aquellos, Que por mas bien serbiros acabaron, Entre enemigas armas destrozados, Hechos menudos quartos y pedazos, Que no aguardar la triste suerte y paga, Que algunos destos Heroes han tenido, De sus muchos quebrantos padezidos, Y por mostrar mejor si son soldados, Aquestos valerosos por quien digo, Que como los estimo y reuerencio, Por mucho mas que hombres, mas que hombres, Fuera bien se encargara, y que escriuiera, Sus claros y altos hechos hazañosos, Mas como inculto, bronco, y mal limado, Dellos informaré lo que supiere, Que assi satisfare con solo darles, Todo aquello que valgo, alcanço y puedo, No trato por agora que dexaron, Por serbiros señor como es justicia, A su querida y dulze patria amada, Padres, hermanos, deudos y parientes, Ni que ya sus ligitimas y haziendas, Estan de hecho todas consumidas, Trocando por trabajos el descanso, Que pudieron tener sin sugetarse, Los dias y las noches que se ocupan, En pesados oficios trabajosos, Miserias y disgustos nunca vistos, Donde vereis señor que se sustentan, No mas que por su pico y fiel trabajo, Mediante el qual adquieren todo aquello, Para passar su vida necessario, Auentajando siempre sus personas, A la de aquel Tebano memorable, Que por no mas de solo auerle visto, Quedaron muchos cortos y afrentados, Quando en el monte Olimpo en sus vertientes, Vieron que quanto sobre si traya, Eran grandiosas obras de sus manos, Porque el auia cortado los çapatos, Y puestolos en punto bien cosidos, Y assi como si fuera sastre el sayo, Fue por sus proprias manos acabado, Y el tambien la camisa auia tegido, Y de su valor mismo punto y corte, Salio toda cumplida y acabàla, Y los insignes libros que traia, Qual illustre filosofo prudente, El los auia compuesto y trabajado, Y con esto otras muchas cosas nobles, Dignas por cierto todas de estimarse, Assi tambien señor estos varones, No traen consigo cosa que no sea, Hechura y obra de sus bellas manos, El sayo, calçon, media, y el calçado, El jubon, cuello, capa, y la camisa, Con todas las demas cosas que alcancan, La femenil flaqueza por su aguja, De todo dan tan diestra y buena cuenta, Como si en coser siempre, y no otra cosa, Vbieran sus personas ocupado, Y no ay de que espantarnos pues sabernos, Que fue el primer oficio que se supo, En esta vida triste y miserable, Y con esto ellos mismos por sus manos, Guisan bien de comer, laban, y amasan, Y en fin toda la vida siempre buscan, Desde la sal hasta la leña y agua, Si gusto han de tener en la comida, Ellos rompen la tierra y, la cultiuan, Como diestros famosos labradores, Y como hospitaleros siempre curan, Las mas enfermedades con que vienen, Sus pobres camaradas quebrantados, De los muchos trabajos que han sufrido, Y cosa alguna aquesto les impide, Para que todo el año no los hallen, A qualquier hora de la noche y dia, Tan cubiertos de hierro, y fino azero, Conio si fueran hechos y arriasíados, De poderoso bronçe bien fornido, Trabajo que por mucho menos tiempo, Quando dianiantes todos se mostraran, Los vbiera deshecho y acabado, Quanto mas a la misera flaqueza, Del que de carne y, guesso esta compuesto, Viuen y passan casi todo el tiempo, Como si fueran brutos por el campo, Sugetos al rigor del Sol ardiente, Al agua, al viento, desnudez, y frio, Hambre, sed, molimientos, y, cansancio, Cuio lecho no es mas que el duro suelo, Adonde muchas vezes amanecen, En blanca nieue todos enterrados, Passan crueles y grandes aguazeros Sin poderse aluergar en parte alguna, Y secanse en las carnes los vestidos, Sucedeles que lleuan en costales, El agua para solo su sustento, Algunas vezes hecha toda nieve, Carambano las mas empedernido, Sufren todos eladas de manera, Que ya por nuestras culpas hemos visto, Rendir el alma y vida todo junto, Al gran rigor del encogido tiempo, No ay aguas tan caudales por los Rios, Que no las passen, naden, y atrabiessen, Ni pàramos, ni fieras, ni vallados, Que a puros palmos todo no lo inidan, No av baruara nacion que no descubran, Ni gran dificultad que no acometan, Y no cuidan jamas estos varones, De maestros y oficiales para cosas, Al militar oficio necessarias, Ellos cortan las armas y las hazen, Para qualquier cauallo bien seguras, Saben aderezar sus arcabuzes, Y echarles lindas cajas por extremo, Reniallan bien sus cotas, y escarcelas, Y pintas sus zeladas de manera, Que quedan para siempre prouechosas, Y como diestros cirujanos curan, Heridas peligrosas penetrantes, Y son tambien bonissimos barberos, Y quando es menester tambien componen, De la gineta y brida las dos sillas, El aluzitar jamas les hace falta, Porque ellos hierran todos sus cauallos, Tambien los sangran, cargan, y los curan, Domandolos de potros con destreza, Y por ser buenos hombres de a cauallo, En ellos hazen grandes marauillas, Y en las sangrientas lides y contiendas, Qual, o qual, a dexado de mostrarse, Ser hombre de valor y grande esfuerço, Y aquesto muchas vezes sustentados, De raizes incultas desabridas, De hieruas y semillas nunca vsadas, Cauallos, perros, y otros animales, Inmundos y asquerosos a los hombres, Y por neuados riscos y quebradas, Qual suelen los arados que arrastrados, Rompiendo van la tierra deshaziendo, Las azeradas rejas que enterradas, Haziendo van sus sulcos prolongados, Assi los Españoles valerosos, A colas de cauallos arrastrados, Por no morir de hecho entre la nieues, Muchos assi las vidas escaparon, Temerarias hazañas emprendiendo, Y hechos hazañosos acabando, Qual cantarè señor si Dios me dexa, Ver la segunda parte à la luz echada, Donde vereis gran Rey prodigios grandes, De tierras y naciones nunca vistas, Trabajos y auenturas no contadas, Impressas inauditas y desdichas, Que a fuerça de fortuna y malos hados, Tambien nos persiguieron y acosaron, Que desto mostraran inmensas prueuas, Demas de los varones que hemos dicho, Los Capitanes Vaca, y Iuan Martinez, Rascon, y Iuan Rangel, y Iuan de Ortega, Gimon Garçia, Ortiz, y Iuan Benitez, El Capitan Donis, y Iuan Fernandez, Gueuara, Luzio, y Aluaro Garçia, Gimenez, Iuan Ruyz, Sofa, Morales, Tambien Pedro Rodriguez, y, otros brauos, Valientes y esforçados caualleros, Que bien en paz y guerra trabajaron, Sin los heroicos y altos Comissarios, El Padre fray Francisco de Velasco, Francisco de Escobar, con Escalona, Fray Alonso Peinado, cuias fuerças, En cultiuar la viña bien mostraron, Ser hijos del Serafico Francisco, Pues mas de siete mil auemos visto, Que tienen bautizados por sus manos, Mas que importa Rey inmenso y justo, Si va los veo à todos destroncados, Estropeados, cansados, y tullidos, Bueltos todos en pobres hospitales, De males y dolencias incurables, Sin genero de amparo ni remedio, En cuio gran conflicto miserable, Si bueluen para sus antiguas casas, Sucede à bien librar por todos ellos, Los mismo que de Vlixes valeroso, Que despues de seruicios tan honrrados, Escapó de la guerra de manera, Que no fue de ninguno de su casa, Mas que de solo el perro conozido, Segun boluio de viejo y destrozado, O flor de jubentud, o verdes años, Que presto la belleza se marchita, Notad qual bueluen estos esforcados, Que ya no los conozen en sus casas, Rotos, pobres, cansados, y afligidos, Viejos, enfermos, tristes, miserables, Y si por vltimo y postrer remedio, Quieren señor valerse y socorrerse, De vna migaja de los muchos panes, Que con tan liberal y franca mano, Mandais que se les de sin escaseza, No son mas ellos que los otros pobres, Hijos perdidos, nietos y viznietos, De aquellos esforçados que os sirbieron, Y aqueste nueuo mundo conquistaron, Que à todos falta la segunda tabla, Que despues del naufragio se pretende, Llamo segunda tabla Rey insigne, A los Gouernadores y Virreyes, Que ay algunos, algunos señor digo, Que para solo auer de proponerles, Su misera demanda y causa justa, Primero es fuerça sufran y padezcan, Vna eternidad de años arrimados, Por aquellas paredes de palacio, Muertos de hambre, cansados y afligidos, Adorando à los pajes y porteros, Seruientes y oficiales de su casa, Por ver si por aqui tendran entrada, Para su larga pretension perdida, Y si caso por gran ventura alcançan, A ver el lugar del santa santorum, Si es que aquel puesto assi, puede llamarse, A donde esta la magestad intacta, Que qual si fuera aquella soberana, Que no puede ser vista de ninguno, Que tenga alguna mancha, o cosa fea, Porque à de ser mas limpio, puro, y bello, Que el ampo de la nieue no tocada, Assi no puede ser que nadie alcançe, A ver grandeza y celestial tan alta, Si no es gente muy limpia y olorosa, Almidonada, rica, y bien luzida, No con algunas manchas de pobreza, Necessidad, trabajo, y desbentura, Que estos como incapazes de su vista, Inmundos, pobres, viles, y leprosos, No es possible merescan bien tan grande, Sabe el ineenso Dios Rey poderoso, Que con coraçon y alma he desseado, Veros señor Virrey de nueua España, Por no mas de que viessedeys el como, Se haze vn puro hombre dios del suelo, Aquel que està en el Cielo lo remedie, Y aliente los balidos y gemidos, manos, De tantos miserables como claman, Porque aunque es cierto, y todo lo sabemos, Que han gouernado muchos como buenos, Y que oy el Reyno todo se gouierna, De manera que ya ninguno ignora, Que a vozes por las casas de palacio, Buscan los negociantes, porque tengan, Sus causas con justicia buen despacho, Cosa que jamas nunca auemos visto, Dexando aqueste bien tan grande en vando, Algunos otros vemos que han passado, Sin hazer cuenta de los muchos perros, Que en pulpitos haziendole pedazos, A muy grandes ladridos y amenazas, No hizieron mas impression en ellos, Que si fueran de bronze, o duro azero, Siete años continuos me detuue, En vuestra illustre y lebantada corte, Y no vi pobre capa, ni mendigo, Que con facilidad no se llegase, A vuestro caro Padre y señor nuestro, A contalle sus cuitas y fatigas, Con esperança cierta y verdadera, De bellas remediadas y amparadas, Dios por quien es os tenga de su mano, Y conserue el illustre y alto nombre, Que por aca se suena y se publica, De que soys muy gran Padre de soldados, Que yo como el menor de todos ellos, Y que a señor y Padre me querello, He querido contaros los trabajos, Que por aca se sufren y padezen, Que como bien sabeis Rey poderoso, No ay hombre que despues de auer sufrido, Fatigas y miserias tan pesadas, No quiera alguna paga y recompensa, De sus muchos serbicios y trabajos, Por cuio memorable sufrimiento, Las manos puestas pido, y os suplico, Que aya memoria destos desdichados, Cuio valor heroico lebantado, Merece clementissimo Monarca, Perpetua gloria y triunfo esclarecido, Que lebante la alteza y excelencia, De sus gallardos pechos esforçados, Y por no cantar mas señor ya he dicho, Y assi serà razon que no me buelua, Al hilo de la historia que lleuaua: Llegó el Sargento alegre y muy contento, De los grandes ganados descubiertos, En los llanos de Zibola famosos, Y suspendiendo vn tanto los trabajos, Quedando en el Real por buen gouierno, Sin detenerse luego fue saliendo, El buen Maese de campo con desseo, De dar en breue alcançe si pudiesse, A vuestro General, que ya cansado, Estaua de esperarle muchos dias, Pues yendo assi marchando su derrota, Llegó à la fuerça de Acoma famosa, Donde Zutacapan tratado auia, Con algunos del pueblo belicosos, Que por señor y Rey de aquella fuerça, Tratasen de secreto le nombrasen, Entre los mas amigos que pudiessen, Ofreciendo por esto les daria, Honrras y libertades preminentes, Para cuio principio concertaron, Que la mano Zutacapan tomase, En defender la patria y libertarla, De manos de Españoles, y con esto, Seria facil cosa que le diessen, La pretension segura y sin rezelo, Que nadie se mostrase su contrario, Pues lebantarle todos por cabeca, Era la libertad de todo el pueblo, Con esto luego a una se Juntaron, Todos los mas amigos que pudieron, Donde el baruaro a todos les propuso, Que en ninguna manera permitiessen, Que gente aduenediza y forastera, Los pies pusiesse dentro de aquel fuerte, Y mas para pedirles bastimentos, Pues nunca jamas anima vituente, Tal les auia pedido ni sacado, Y que aunque los Castillas pereciessen, Y muertos de hambre todos acabasen, Era razon que todos por las armas, Aquel partido juntos defendiessen, Otompo, y Meco, luego concedieron, Que fueron los del trato y del secreto, Con lo que aquel traidor alli dezia, A Mulco, y otros pocos sediciosos, Amigos de rebueltas y alborotos, Que aquestos nunca faltan, porque es tanta, La braueza del hombre miserable, Que si falta quien sople y lo rebuelua, El mismo se rebuelue y alborota, Abrasa, enciende, quema, y se destruie, Y esta desdicha siempre la notamos, Despues de aquella culpa lamentable, Que a todos nos deshizo y descompuso, Y assi el mayor contrario que tenemos, Es a nosotros mismo, porque somos, Los que solos podemos derribarnos, Sin que las fuerças del infierno juntas, Basten si no queremos à rendirnos Porque las mismas fuerças que alcancanios, Para emprender el mal que cometemos, Aquesas mismas siempre nos assientan, Para emprender el bien si le queremos, Y assi nadie es tan torpe que no sabe, El premio que por solo el bien alcanca, Y el mal que por la culpa se merece, Y assi por esta causa temerosos, Todos aquellos baruaros à vna, Por ser menos culpados acordaron, Que pues alli faltaua la mas gente, Que todos los del pueblo se juntasen, Cosecha propria de animos doblados, Cubrir siempre con capa de innocentes, La mucha grauedad de sus delictos, Y assi bien disfraçados y cubiertos, Y todo el pueblo junto congregaron, Donde luego vereis lo que trataron.
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CANTO VEYNTE Y CINCO Como se hizo cabeza de processo, contra los Indios de Acoma, y de los pareceres que dieron los Religiosos, y de la instruccion que se le dio al Sargento mayor, para que saliesse al castigo de los dichos Indios No bien la fresca Aurora entró rindiendo, El encogido quarto, quando estaua, El fuerte General sin desarmarse, Hablando con las velas y ordenando, Por auerse ya muerto el Secretaro, Iuan Perez de Donis, vn gran sujeto, Y que siruio muy bien en esta entrada, Hiziesse Iuan Gutierrez Bocanegra, Alcalde y Capitan, por ser muy diestro, Contra la gende de Acoma y su fuerça, Cabeça de processo, y esta hecha, Estando ya la causa sustanciada, Antes de dar sentencia quiso diesse, El Padre Comissario y Religiosos, Su voto cada qual sobre estas dudas, Cuios escritos graues me parece, Que sin mudar estilo aqui se pongan. Caso que puso el Gouernador, para que sobre el, diessen su parecer los Padres Religiosos. Don Iuan de Oñate, Gouernador y Capitan general, y Adelantado de las Prouincias de la nueua Mexico. Pregunta, que se requiere, para la justificacion de la guerra, y, supuesto que es la guerra justa, que podra hazer la persona que la hiziere, acerca de los vencidos, y sus bienes. Respuesta del Comissario, y Religiosos La pregunta propuesta, contiene dos puntos: el primero es, que se requiere para que la guerra sea justa. Al qual se responde, que se requiere lo primero, autoridad del Principe, que no reconozca superior, como lo es el Pontifice Romano, el Emperador, y los Reyes de Castilla, que gozan de preuilegio de imperio, en no reconocer superior en lo temporal, y otros: assi ellos por su persona, o quien su poder omere, para este efecto, porque persona particular, no puede mouer guerra, pues se requiere combocar gente para ella, que es acto de solo el Príncipe, y el puede pedir su justicia, ante su superior. Lo segundo se requiere, que aya justa causa para la sobredicha guerra, la qual es en vna de quatro maneras, o por defender à inocentes, que injustamente padeden, a cuia defensa estan los Principes obligados, siempre que pudieren, o por repeticion de bienes, que injustamente les han tomado, o por castigar à delinquentes y culpados, contras sus leyes, si son sus subditos, o contra las de naturaleza, aunque no lo sean, y vltima y principalmente, por adquirir y conseruar la paz, porque este es el fin principal à que se ordena la guerra. Lo tercero se requiere, para la omnimoda justificacion de la guerra, justa y recta intencion, en los que pelean, y sera justa, peleando por qualquiera de las quatro causas que acabamos de dezir, y no por ambicion de mandar, ni por vengança mortal, ni por codicia de los bienes agenos. El segundo punto de la pregunta es, que podra hazer la persona que hiziere la dicha justa guerra, de los vencidos sus bienes, Al qual se responde, que los dichos vencidos sus bienes, quedan à merced del vencedor, en la forma manera que requiere la causa justa que mobio la guerra, porque si fue defension de inocentes, puede proceder hasta dexarlos libres, y ponerlos en saluo, y puede satisfazerles, y satisfazerle, de los daños que han padecido, y de los que han contraido en este hecho, à semejança de Moisen, en la defension del Hebreo, maltratado del Egipcio. Y si la causa de la guerra, fue repeticion de bienes, puede satisfazerle tanto por tanto, en la misma especie, o en su valor, en toda justicia, y si quiere vsar de autoridad de ministro, de la diuina justicia, y juez de la humana: puede como tal ministro y, juez, estender mas la mano, en los bienes de su contrario, penando y castigando su delicto, sin obligacion de restitucion, à semejança del juez que ahorca a vno, porque hurtò algunos marauedis, o Reales. Si la causa de la guerra, es castigo de delinquentes, y culpados, ellos y sus bienes, quedan a su voluntad y merced, conforme a las justas leyes de su Reyno, y Republica, si son sus subditos, y si no lo fuessen, los puede reduzir a viuir conforme a la ley diuina, y natural, por todos los modos y medios que en Justicia y razon le fuere visto conuenir, atropellando todos los incouenientes que à esto se le pudiessen ofrecer, de qualquier modo que fuessen, siendo tales, que le pudiessen estoruar el justo efecto que pretende. Y finalmente si la causa de la guerra es, la paz vniuersal, o de su Reyno, y Republica, puede muy mas justamente hazer la sobredicha guerra, y destruir todos los incombinientes, que estoruasen la sobredicha paz, hasta conseguirla con efecto, y conseguida, no deue de guerrear mas, porque el acto de la guerra, no es acto de eleccion y, voluntad, sino de justa ocasion y necessidad, y assi deue requerir con la paz, antes que la empieze, si guerrea por solo ella, y si tambien guerrea por otras causas, de las ya dichas, puede repetir y tomar la deuida satisfacion a ellas, absteniendose de no dañar a los inocentes, porque estos siempre son saluos, en todo derecho, pues no han cometido culpa: y, absteniendose todo lo que fuere possible, de muertes de hombres, lo vno porque es odiosissima a Dios, tanto, que de mano del justo Dauid, por auer sido omicida, no quiso recebir Templo, ni morada. Lo segundo, por la manifiesta condenacion, de cuerpo y alma, que en los contrarios que injustamente pelean con la muerte, se causa de los quales, pudiera auer muchos conuertidos, o justificados, andando el tiempo, si alli no morian, puesto caso que es assi verdad, que cessando la necessidad, o manifiesto peligro, de muertes, o por ser impossible de otra manera la victoria, o por justa sentencia de juez competente, en tal caso, no es la culpa de los matadores, que como ministros de la diuina justicia, executan, sino de los muertos, que como culpados lo merecieron: y este es mi parecer, saluo otro mejor. Fray Alonso Martinez, Comissario Apostolico. Esto mismo sintieron, y firmaron, todos los demas Padres. Con cuios pareceres bien fundados, En muchos textos, leves, y lugares, De la Escriptura santa, luego quiso, Viendo el Gouernador que concurrian, Todas aquestas cosas en el caso, Y dudas que assi quiso proponerles, Cerrar aquesta causa, y, sentenciarla, Mandando pregonar a sangre y fuego, Contra la fuerça de Acoma la guerra, Y por querer hazerla y ordenarla, Por su propia persona y fenecerla, Vbo sobre este acuerdo grandes cosas, Muy largas de contar, mas por yr breue, Al fin a fuerça grande de la Iglesia, Y de todo el Real fue suspendida, La voluntad precisa que tenia, De salir en persona, y puso luego, Sobre los fuertes hombros del Sargento, El peso y grauedad de aqueste hecho, Para cuyo buen fin mandò saliesse, Por su lugar teniente, y castigase, A toda aquella gente por las muertes, Que dieron y causaron tan sin causa, A vuestros Españoles ya difuntos, De donde total quiebra se seguia, De la vniuersal paz que la tierra, En si toda tenia y, alcançaua, Demas del gran peligro manifiesto, De tantos niños todos inocentes, Las tiernas donzellas con su pobres madres, Sin los Predicadores y, ministros, De la doctrina santa, y Fe de Christo, Y libertad que todos alcançauan, Con el sabor y amparo que tenian, En su misma persona a cuio cargo, Seria cualquier daño que viniesse, Si aquestos alebosos se quedasen, Sin la deuida enmienda que pedia, Delicto tan inorme y tan pesado, Por cuia justa causa luego quiso, Que a toda diligencia se aprestase, Y pues su autoridad toda le daua, Tomase en si la comission y diesse, Recibo al Secretario del entrego, Mandandole con esto que estorbase, A todos los soldados lo primero, Las ofensas de Dios, y que hiziese, Lleuando via recta su derrota, Fuessen los naturales bien tratados, Por doquiera que fuesse, y que passase, Y luego que la fuerça descubriesse, Notase con acuerdo sus assientos, Entradas y salidas, y en la parte, Que mas bien le estuuiesse que plantase, La fuerça de los tiros y mosquetes, Y en sus lugares puestos y ordenados, Todos los Capitanes y soldados, Por sus escuadras diestras preuenidos, Sin que en manera alguna permitiesse, Ruido de arcabuzes ni otra cosa, Con mucha suabidad alli llamase, De paz aquella gente, pues auia, Rendido la obediencia y entregasen, Todos los mouedores que causaron, El passado motin, y que dexasen, La fuerça del Peñol, y en vn buen llano, Seguro de que mal hazer pudiessen, Assentasen su pueblo donde fuessen, A solo predicarles los ministros, Del Euangelio santo la doctrina, Pues por solo este fin auian venido, De tierras tan remotas y apartadas, Y que los cuerpos, armas, y, los vienes, De los pobres difuntos entregasen, Y si en aquesto todo se viniesse, Que quemada la fuerça y abrasada, A los culpados presos los truxesse, Y si rebeldes todos se mostrasen, Y viesse se arresgaua y se ponia, En condicion y punto de perderse, Que mucho se abstuuiesse, y que mirase, Cosa tan importante y tan pesada, Con muy maduro acuerdo y buen consejo, Y si faborecidos y amparados, Fuessen de nuestro Dios, y la victoria, Alli por vuestra España se cantase, Que à todos juntos presos los truxesse, Sin que chico ni grande se escapase, Y a los de edad entera que hiziesse, En todos sin que nadie se escapase, Vn exemplar castigo de manera, Que todos los demas con tal enmienda, Quedasen para siempre escarmentados, Y si despues de pressos combiniesse, Hazer algun perdon, que se buscasen, Todos los medios, trazas, y caminos, De suerte que los Indios entendiessen, Que aquel perdon que solo se alcançaua, Por no mas que pedirlo el Religioso, Que acerca deste caso intercediessen, Porque notasen todos y aduirtiessen, Que eran personas graues y de estima, Y a quien muy gran respecto se deuia, Y porque bien en todo se acertase, Del consejo de guerra mandó acompañasen, El Contador y el Prouehedor Zubia, Y Pablo de Aguilar, Farfan, y Marquez, Y yo tambien con ellos quiso fuesse, Porque con tales guias me adestrase, En vuestro Real serbicio, y no estuuiesse, Tan torpe como siempre me mostraua, En cosas de momento y de importancia, Tambien mandò que Iuan Velarde hiziesse, Por ser sagaz, prudente, y auisado, En todas nuestras juntas el oficio, De Secretario fiel, pues por la pluma, No menos era noble y bien mirado, Que por la illustre espada que ceñia, Despues de todo aquesto se nombraron, Sesenta valerosos combatientes, Cuias grandiosas fuerças se aumentaron, Mediante la destreza y el trabajo, De Iuan Cortes, Alferez tan valiente, Quanto muy diestro y pratico en las armas, Que à fuerça de sus bracos puso en punto, Para poder romper sin que hiziessen, Al combatiente falta en la refriega, En que despues nos vimos y hallamos, Cuia persona de contino hizo, Muy grande falta à todo vuestro campo, Por la poca salud que siempre tuuo, Mas aqui quiso el Cielo la tuuiesse, Tan entera y cumplida que sin ella, Tengo por impossible que este hecho, En ninguna manera se acabara, Y porque largo trecho dibertido, Estoy ya de los baruaros sospecho, Que juntos en su fuerça van tratando, Dé nueuo nueuas cosas yo de nueuo, Para mejor notarlas y escreuirlas, En nueuo canto quiero proseguirlas.
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CANTO VEYNTE Y DOS Donde se declara la rota del maese de campo, y muerte de sus compañeros, causada por la traycion de los indios acomeses O Mundo instable de miserias lleno, Verdugo atroz de aquel que te conoze, Disimulado engaño no entendido, Prodigiosa tragedia portentosa, Maldito cancer, solapada peste, Mortal veneno, landre que te encubres, Dime traidor aleue fementido, Quantas traiciones tienes fabricadas, Quantos varones tienes consumidos, De quanto mal enrredo estas cargado, O mundo vario, o vana y miserable, Honrra con tantos daños adquirida, O varias esperanças de mortales, O varios pensamientos engañosos, sugetos siempre à miseros temores, Y a mil sucessos tristes y accidentes, O muy terrible caso lamentable, Que no se le conceda mas de vida, A la noble lealtad alta gallarda, De vn esforçado coraçon valiente, De quanto vn vil traidor cobarde y bajo, Quiera con encubierta y trato doble, Dar con su esfuerço en tierra y derribarle, A pesar de los braços belicosos, Cuias illustres prendas desbanecen, Qual presuroso viento que traspone, Luego que traicion quiere atrauesarse, Y con secreto tosigo cubrise, Para mayor ponçoña del estrago, Con que despues se muestra y embrabece, Dexenios los autores que escriuieron, Gran suma de sucessos desdichados, Por manos de traidores fenecidos, Y tomemos aqueste miserable, Caso por accidente sucedido, No bien señor los vieron derramados, Y a todos por el pueblo diuididos, Propria y comun dolencia de Españoles, Meterse en los peligros sin recato, Sospecha ni passion de mal sucesso, Cuio grande descuido con cuidado, Los baruaros notaron y con esto, Aduirtieron que solos seys soldados, Con el Maese de campo auian quedado, Y temiendo que presto se juntasen, Poniendo en auentura su partido, La furia popular fue descubriendo, La fuerça del motin que estaua armado, Y mormurando todos la tardança, Sedientos de acabar las flacas fuerças, Que alli los Españoles alcançauan, Por solo auer querido derramarse, Alborotados todos lebantaron, Vil portentoso estruendo de alaridos, Tan altos, tan valientes, y grimosos, Que a todos causó espanto imaginarlos, Viendo el Maese de campo la braueza, De la baruara gente rebelada, Con reportado rostro graue ayrado, Para los suyos se boluio diziendo, Caualleros cuía grandeza encierra, Todo valor, esfuerço, y buen consejo, Bien claro veys la grande desberguença, De toda aquesta chusma desmandada, Pues a nosotros vemos que rebueluen, Las omicidas armas lebantadas, Notad que toda viene al descubierto, La fee quebrada, rota la obediencia, Las treguas y los pactos quebrantados, Violado el vassallage que nos dieron, Por cuio manifiesto desengaño, Siento la cruda guerra ya encendida, Y vn diabolico fuego lebantado, Que consejo os parece que tomemos, Que mas à nuestra causa satisfaga, Guardando el punto que es razon se guarde, Al belico exercicio y al gouierno, Del graue General que nos encarga, Que siempre imaginemos y pensemos, En quan sin sangre tiene assegurada, Cosa de tanta afrenta y graue peso, Como es toda la tierra que pisamos, Y si por qual que desdichada suerte, Nosotros derramasemos alguna, Seria desdorar la gran grandeza, De la mas sossegada paz que alcanza, Por cuia justa causa soy de acuerdo, Pues tan buena ocasion el tiempo ofrece, Que luego nos salgamos retirando, Recogiendo al descuido nuestra gente, Pues para todo ay tiempo y coiuntura, Y como jamas vemos que a faltado, Para las cosas bien encaminadas, Vn fiscal que reprueue y, contradiga, Parece que la sobra de arrogancia, De vn torpe Capitan que cerca estaua, Dixo porque mas bien se descubriesse, Su vana presuncion y vano esfuerço, No es bien Maese de campo que sigamos, Por honrra de Españoles tal afrenta, Y si no solo à mi se de licencia, Y versea como solo me antepongo, A toda esta canalla, y la sugeto, Para que sin que nadie se retire, Decienda quando mas le diere gusto, Sano y salbo, à lo llano desta cumbre, Pasmado el de Zaldiuar sin aliento, De la sobrada replica encendido, Suspenso difirio la justa enmienda, Para mayor bagar del que le daua, La furia de la tropa que embestia, Por auerle aquel necio entretenido, Con sus necias palabras mal digestas, Pues como si le vbiesse ya passado, La precissa ocasion de retirarse, Cuia perdida triste lastimosa, Por marauilla vemos que la cobran, Aquellos que la pierden sin rezelo, Del graue inconueniente que se Sigue, Despues de ser perdida y acabada, Assi por no perderla desembuelto, Salio Zutacapan feroz diziendo, Mueran, mueran à sangre y fuego, mueran, Todos estos ladrones que han tenido, Tan grande atrebimiento y desberguença, Que sin ningun temor ni buen respecto, Han querido pisar los altos muros, De aquesta illustre fuerça poderosa, Luego tras del salieron replicando, Ezmicaio Amulco, y tambien Pilco, A quien siguieron Tempal y Cotumbo, Diziendo, mueran estos fementidos, Infames, viles, perros, alebosos, Perturbadores del comun sossiego, Esforçó aquesta voz la braua turba, De la infernal canalla belicosa, Las poderosas armas embracando, Viendo el Maese de campo sin remedio, El rigor de las armas lebantadas, Buelto à los suyos dixo a grandes vozes, No me dispare nadie, y solo apunten, Que con solo apuntar serà possible, Detener la gran fuerça que descarga, De la baruara furia que arremete La qual se abalançó con tanto aliento, Qual fuese vna deshecha y gran borrasca, Quando a la pobre nauezilla embiste, Cuias mas encumbradas y altas gauias, Al profundo del hondo mar derriba, Y luego al mismo Cielo las lebanta, Assi rabiosos todos embistieron, Las poderosas mazas descargando, Viendo el maese de callipo sin remedio, Cosa de tanto peso y graue afrenta, Y que por bien no pudo reduzirlos, Qual poncoñosa villora pisada, Del ancho pie del rustico villano, Que viendose perdida y quebrantada, En si toda se enciende y embraueçe, Tendida y recogida amenaçando Con la trifulca lengua y corbo diente, Assi el Zaldiuar todo embrauecido, A los suyos mandó con grande priessa, Que las fogosas llaues apretasen, Y escupiendo los prestos arcabuzes, Las escondidas valas derribaron, De la enemiga gente grande parte, Mas poco les valio tan buen efecto, Porque todos al punto se mezclaron, Sin que pudiessen darlos otra carga, Y assi la soldadesca en tanto aprieto, Qual suelen con fortuna los forçados, Bogar sobre los cabos rebentando, Por no desamarrarse y dessasirse, Y a fuerça de los puños y los bracos, Con roncos azezidos y gemidos, Contra el rigor del mar soberbio arfando, Embisten con las hondas y las rompen, Con sobra de corage lebantando, Al Cielo espunias de agua assi oprimidos, Los fuertes Españoles arrancaron, Las valientes espadas rigurosas, De las gallardas cintas en que estauan, Y assi rebueltos, todos deserribueltos, Por medio la canalla se lançauan, Desquartizando a diestro y à siniestro, Inormes cuerpos bratios y espantosos, Con horribles heridas bien rasgadas, Sangrientas cuchilladas desmedidas, Profundas puntas, temerarios golpes, Con que los vnos y otros bien mostrauan, De sus heroicos braços raras prueuas, En esto el brauo Tempal que corrido, Estaua ya sin seso, auergonçando, Al suelo se abajò por vn gran canto, Y atras el pie derecho fue haziendo, La espalda derribada y fue lançando, El canto de manera que hundida, Dexò la triste boca de Pereira, Y no bien vio los dientes derramados, Quando sobre el boluio y regañando, Pedazos la cabeça con vn leño, Le hizo al miserable, y viendo todos, Los cascos que mezclados con los sesos, Sangrientos se esparcieron por el suelo, Tan gran corage à una concibieron, Que assi como la poluora de hecho, Lebanta vn gran castillo y lo destroza, Siembra y lo derrama por mil partes, Assi la chusma baruara furiosa, La Castellana fuerça fue embistiendo, Por cierta la victoria alli cantando, Quan bueno es el callar, y que importante, Quando la dura guerra se platica, Porque aunque con gran fuerça pretendamos, Se ygualen las palabras con las obras, No Son los nobles hechos tan tenidos, Quanto aquellos que sin parlar se acaban, Todo esto digo por aquel furioso, Capitan indiscreto, mal mirado, Que por ganar gran fama blasonaua, Que està de todo punto ya rendido, Alebrastado, mudo, temeroso, Suspenso, manso, palido, cobarde, Y sin genero de armas en las manos, La vil, bana cabeça descubierta, Y escudando su timida persona, Con el Maese de campo valeroso, Que en la sangrienta guerra desdichada, Vn inuencible Godo se mostraua, Mas poco le turò el escudarse, Que al fin le dieron muerte vergonzosa, Pues sin que lastimasen su persona, De las manos las armas le quitaron, Y qual si fuera oueja miserable, Assi tambien la vida le rindieron, O soldados que al belico excercicio, Soys con grande razon aficionados, Aduertid que es grandissima grandeza, No ser nada muy prodigos de lengua, Y serio por la espada es cosa noble, Si con razon se y se ajusta compone, Notad aquesta historia porque os juro, Que si Dios nuestra causa no repara, Como bondad inmensa poderosa, Que fuera este hombre causa suficiente, Para que sin que cosa en pie quedara, En aquel nueuo mundo y nueua Iglesia, Todo se destruyera y se assolara, Y esto sin que viua anima pudiera, Salir a dar la nueua desdichada, Y para no venir en tanta afrenta, Dos cosas con grandissirno cuidado, A siempre de notar el buen guerrero, La vna es que considere bien si manda, Y la otra si es de aquellos que obedecen, Y mire qual de aquestos dos oficios, Le es fuerça que exercite y que professe, Y no permita quiebra ni se atreba, Y perder ni salir tan solo vn passo, Del termino que a cada qual se deue, Teniendo siempre por opuesto y, blanco, Al mismo poderoso Dios eterno, A cuia alteza inmensa y soberana, No esta bien se gouierne por nosotros, Y menos no es bien que gouernemos, A magestad tan alta y lebantada, Y porque se muy cierto que me entienden, Los que mandan , y aquellos que obedecen, Cada qual exercite con imperio, La fuerça del oficio que tuuiere, Y mande la cabeça poderosa, Y obedezcan los bajos pies humildes, Si quieren ver en todo buen gouierno, Pero dexemos esto gran Monarca, Que sale Pilco echando espumarajos, Por la rabiosa boca desmedida, Y vn gran baston en torno reboluiendo, Biene ciego de colera encendido, Con sobra de corage amenaçando, La lebantada frente de Bibero, Cuia fuerça fue en alto reparando, Cubriendo la cabeca con dos manos, Iunta la guarnicion con el adarga, La rodilla derecha en tierra firme, Todo el costado yzquierdo descubierto, Sobre cuio desocupado espacio, Descargo el braco del serrado leño, Con tan violenta fuerça y gran pujança, Que le quebró la hiel dentro del cuerpo, Haziendole pedazos las costillas, Y a penas dio consigo el pobre en tierra, Quando de lo mas alto de vna casa, De encima del pretil vna gran piedra, Fue de vna flaca vieja rempujada, Esta se vino aplomo de manera, Que le hizo pedazos la cabeça, Viendo al triste Español alli tendido, Y qual el compañero que hemos dicho, Los escondidos sesos derramados, Tan fuertes vozes todos lebantaron, Y con vn tan horrible y brauo estruendo, Que los mas altos y encumbrados Cielos, Por vna y otra parte parecian, Que tristemente todos se rasgauan, Dexandose venir de todo punto, Rotos y destrozados para el suelo, Y como todo andaua de rebuelta, Popolco arremetio para Costilla, Mulato de nacion, y tan muchacho, Que armas nunca jamas auia ceñido, Y abriendole de vn hijar al otro, Todas las tripas le vertio en el suelo, El misero muchacho lastimado, Que junto al cuerpo de Bitiero estaua, La daga le arrancó de la pretina, Y qual suele imprimirse y estampar, La figura del sello en blanda cera, Assi imprimio la llaga aquel mulato, En su mismo omicida de manera, Que en las rebueltas tripas tropeçando, El uno con el otro muy rabiosos, A los braços vinieron ya difuntos, Y estando bien assidos y abraçados, Por las terribles bocas sangrentadas, Las inmortales almas vomitaron, En esto Chontal baruaro arriscado, Que acaso fue passando por do estaua, El Alferez Zapata en yra ardiendo, Con mil salbages brauos peleando, Alçò el serrado leño y en el yelmo, Tan gran golpe le dio que estuuo en punto, De dar consigo en tierra casi muerto, Y luego que algun tanto fue Cobrado, De verse assi tratado y ofendido, No la braueza y furia desatada, Del corajoso toro ya vencido, Vertiendo gruessas bauas por vengarse, Assi se vio jamas qual vimos todos, Al Español furioso reboluiendo, El hierro de la espada auergonçado, Sobre el valiente baruaro atreuido, Y embebiendola toda casi ciego, Seys vezes la baño, y tinta y roja, Sacò de los costados poderosos, Vertiendo vn mar de sangre denegrida, Do el alnia zozobrò, y assi rabiosa, Salio de la vertiente sangrentada, No bien el fuerte baruaro difunto, En tierra dio consigo quando todos, Alçando vn alarido arremetieron, Muera, muera diziendo, y assi juntos, Qual el soberuio mar, quando combate, La lebantada roca, y ella fuerte, Las poderosas aguas contrastando, Inhiesta queda siempre estable y firme, Assi su grande esfuerço fue mostrando, El Español gallardo en tal conflicto, Zutacapan furioso viendo aquesto, Con toda su quadrilla fue embistiendo, A tres solos fortissimos guerreros, Y por ser la ventaja tan sobrada, A su pesar los fueron retirando, Para vn grimoso y gran despeñadero, Adonde les fue fuerça que prouasen, Los oprimidos Heroes afligidos, El vltimo rigor y postrer trance, Que pudo la fortuna embrauecida, Dar a sus tristes cuerpos esforçados, El primero de todos fue Camacho, Detras del luego se arrojò segura, Y à la postre aquel pobre de Ramirez, Que todos de la mal segura cumbre, Se fueron despeñando y lançando, Culpando en vano, y sin ningun remedio, A su triste ventura y mala suerte, Triste pues antes de llegar al suelo, Muertos llegaron dando cien mil botes, Por los mas crudos riscos lebantados, Pues como el valor de armas se encendiesse, Y el rigor de los clientes se apretase, Escalante, con Sebastian Rodriguez, Mostrando la fineza de quilates, De sus brauos gallardos coraçones, La mas cruenta refriega sustentaron, Hasta que faltos de vigor y aliento, Apedreados los dos nobles guerreros, Iuntos al otro inundo se partieron, El bueno de Araujo peleando, Con vn valiente baruaro que quiso, Fortuna que estuuiessen retirados, Dos poderosos lobos se mostraron, El vno contra el otro y, se embistieron, Tan esforçadamente que ponian, Horror en solo verlos tan heridos, Y de ambas partes tanto ensangrentados, Y despues que vendieron bien sus vidas, Sin ninguna ventaja, o diferencia, Rendidos los dos brauos fenecieron, En esto con gran furia descargauan, Sobre el Maese de campo fieros golpes, Cuio triste progresso à nueuo canto, Serà bien difirir porque me faltan, Fuerças para escreuir mi gran desdicha, Pues de dos camaradas y señores, Que por buena y gran suerte me cupieron, En toda aquesta guerra trabajosa, Me es fuerça llore al vno, y con quebranto, Viua de oy mas en vn azerbo llanto.
contexto
CANTO VEYNTE Y NVEVE Como los doze compañeros escalaron el primer Peñol, y batalla que tuuieron con los Indios, y junta que tuuieron para lebantar por General à Gicombo, y acetacion que hizo el cargo, y condiciones que sacó para exercerlo Cosa es patente, clara y manifiesta, Poderosos señor, si bien notamos, Que muchas vezes vemos se auentaja, A toda discrecion, saber y auiso, Vn necio razonar, si con prudencia, Sabe disimularse y proponerse, Cuio disfraz discreto vimos tuuo, Aqui el sagaz Sargento, hastuto y cauto, Porque siendo los baruaros que juntos, Los Castellanos todos arrancauan, Y al poderoso muro acometian, Y que anima viuiente no quedaua, Por todo nuestro assiento, cuias tiendas, Para mas encubrirnos derribamos, Temiendo ser verdad aquel portento, De tropel todos juntos arrancaron, A defender el passo mas guardado, Que pudo dessearse en todo el mundo, Viendo pues que dejauan despoblado, El primero Peñol aquellos brauos, Salieron de tropel y a escala vista, Quales al rico palio arremetian, Ligeros corredores assi juntos, Los doze Castellanos arrancaron, Cuios nombres es justo que se escriuan, Pues no piden sus obras que se callen, El Sargento mayor, y Leon de Isasti, Marcos Cortes, Munuera, Antonio Hernandez, Tambien el Secretario Iuan Belarde, Christoual Sanchez, Y Christoual Lopez, Hernan Martin, Cordero, y aquel Pablo, Que dizen de Aguilar, y yo con ellos Que assi fue necessario, porque el colmo, No fuesse tan cumplido, y que mermase, Pues como aquestos fuertes embistiessen, El mas valiente muro, y lo escalasen, Estaua el gran Gicombo, y Bempol juntos, Y el viejo Chumpo, y noble Zutancalpo, Con todos los amigos que las pazes, Pidieron con instancia, y procuraron, Por cuia Causa à todos despreciaron, Aquestos pobres baruaros perdidos, Y assi sin hazer dellos cuenta alguna, Como bruto animal sin mas sospecha, Dexando aquel peñol desocupado, Salio Zutacapan con todo el pueblo, A defender la entrada à los Castillas, Que estaua à solas aues reserbada, Notando pues Gicombo que ocupauan, El primero peñol los Castellanos, Y que era fuerça alli los acabasen, Por pensar que eran todos sus contrarios, Mando que Bempol luego arremetiesse, Con quatrocientos baruaros, y al punto, Que todos embistieron, y à las doze, La cumbre del peñol auian ganado, Y luego al passaman acometieron, Y en vn angosto estrecho todos juntos, Las armas sangrentaron de manera, Que si qual ellos yo me señalara, El numero de doze dentro en Francia, De todo punto es cierto se perdiera, Y en este angosto estrecho se hallara, Viendo pues el Sargento tal braueza, En braços tan valientes y esforzados, Caualleros de Christo les dezia, Oy es de san Vicente el santo dia, Con cuio santo nombre soy honrrado, Y en este heroico illustre y grande santo, Espero valerosos Españoles, Que auemos de salir de aqueste hecho, Triunfando como brauos desta gente, Idolatra perdida, vil infame, Oyendo pues aquesto todos juntos, Apretando los dientes soportauan, De flecha y piedra espesa tan gran lluuia, Que pedazos à todos los hazian, Hasta que el gran caudillo dio con Polco, Vn baruaro valiente en tierra muerto, Con cuia buena suerte el Secretario, Marcos Cortes, Cordero, y Leon de Isasti, Con cada quatro balas despedidas, De los prestos cañones derribaron, Diez baruaros gallardos, y tras destos, Otros catorze juntos despacharon, El buen Christoual Sanchez con Munuera, Y Pablo de Aguilar, y Antonio Hernandez, Y aquel Hernan Martin, al qual seguia, El gran Christoual Lopez, à quien vimos, De vna grande pedrada tan ayrado, Que apellas en el suelo fue tendido, Quando se puso en pie, y, assi encendido, Hizo tan gran destrozo que no auia, Quien ya esperar ossase su ossadia, En esto Antonio Hernandez Lusitano, Ganoso de estimarse por valiente, En sus soberuias fuerças confiado, Tanto quiso meterse y arriscarse, Que a palos y, à pedradas, assi muerto, Auiendo destrozado grandes cuerpos, Fue por solo el Sargento socorrido, Pues como Bempol viesse la bratieza, De aquel pequeño numero de espadas, Arrastrando los cuerpos ya difuntos, Y a cuestas los heridos retirando, Socorro fue pidiendo, y, luego en esto, Assi como de Irlanda vn brauo perro, Con vna grande esquadra de guerreros, Gicombo fue embistiendo, y Zutancalpo, Y viendo alli el Sargento que traia, Vn baruaro gallardo aquel bestido, Del caro hermano muerto ensangrentado, Assi como Iacob quedò suspenso, De ver la bestimenta tinta en sangre, De su Ioseph querido y regalado, Assi le vimos todos suspendido, Y luego que algun tanto fue cobrado, Poniendo en aquel baruaro los ojos, Para el arremetio con tal braueza, Qual suele vn brauo sacre arrebatado, Que de muy alta cumbre se abalança, sobre la blanca garza, y de encuentro, La priua de sentido, y luego, à pique, Hecha vn ouillo toda à tierra viene, Assi de aquesta suerte sin acuerdo, Para el se abalançó desatinado, Y tulliendo y matando, fue rompiendo, La baruara canalla reformada, Hasta que por mortaja aquella ropa, Quedò del miserable que en vn punto, Dexó sin vida y, alma alli difunto, En esto el gran Gicombo desembuelto, Furioso a todas partes reboluia, La baruara canalla alli alentando, Con vno y otro grito, y fue embistiendo, Con todos sus soldades de manera, Que la pequeña esquadra Castellana, De todo punto rota alli quedara, Si el Sargento mayor con gran presteza, Pedazos de vn valazo no le haze, Por lo alto del molledo el diestro braço, Con cuia buena suerte venturosa, Nunca se vio jamas que assi bramase, Bertiendo espumarajos por la lengua, La braueza y fiereza desatada, Del corajoso toro jarretado, Que à todas partes vemos arremete, La destroncada corba sacudiendo, Los muy agudos cuernos lebantando, Qual vimos a Gicombo embrauecido, Por vna y otra parte rebentando, De colera deshecha, y assi brauo, Esforçando a los suyos les hazia, Que de los prestos braços despidiessen, De flecha, palo, y piedra, tal vertiente, Qual vemos vn gran poluo, quando espeso, Los poderosos vientos nos derraman, Y en el inter aquellos valerosos, Que de falso embistieron al gran muro, Apenas arrancaron quando luego, De los cauallos presto se apearon, Aquel Francisco Sanchez el Caudillo, Tras del Diego Robledo, y Simon Perez, Guillen, y Catalan, Mallea, y Vega, Tambien Martin Ramirez y Montero, Ayarde, con Iuan Griego y assi juntos, Sacudiendo las crestas lebantadas, De las brauas zeladas se apegaron, Qual trepadora yedra al fuerte muro, Y fingiendo escalarle soportauan, De piedra desgalgada tal tormenta, Que assi como se rompe el alto Cielo, Con vno y otro trueno pauoroso, Y con fuerça de rayos nos assombra, Assi todos temiendo prohejauan, Contra la gran tormenta jamas vista, De cantos y peñascos que embiauan, Atonitos los baruaros confussos, De ver en Castellanos tal prodigio, Creyendo ser verdad que via el ciego, Y que bolaua el que alas no tenia, Y para mas engaño desembueltos, El poderoso muro acometian, Los Capitanes, Marques y Quesada, El Contador Romero, y Iuan Piñero, Tambien el prouehedor, y gran Zapata, Farfan, y Cauanillas, cuios braços, Apriessa espesas balas despedian, Contra Zutacapan, Cotumbo, y Tempal, Amulco, y gran Parguapo, y brauo Pilco, Derribando del alto muchos dellos, Que à pique se venian sin el alma, Que en la cumbre dexauan con la fuerça, De los gallardos braços ayudados, De Iuan Medel, Ribera, y de Naranjo, Francisco de Ledesma, y de Carrera, Iuan de Pedraça, Olague, y de Zumaia, Francisco Vazquez, y Manuel Francisco, Marcos Garcia, y Pedro de los Reyes, Y à bueltas Pedro Sanchez Damiero, Simon de Paz, Iuan Lopez, y Andres Perez, Pero Sanchez, Monrroi, tambien Villalua, Y Francisco Martin, y aquel Alonso, Que del Rio llamamos, cuias aguas, A muchos anegando zozobrauan, Y el Alferez Bañuelos rodeando, El poderoso muro, yua blandiendo, Vna terrible lança de los hierros, Tras del el fuerte braço lebantaua, En vn cauallo bayo remendado, De blancas manchas todo bien manchado, Aquel gallardo Inojos, mal sufrido, Carabajal, y Casas reportado, Tambien Alonso Gomez Montesinos, La fuerça de las armas fue sufriendo, Hasta que ya la noche fue tendiendo, Su lobrega tiniebla con que todos, Suspendiendo la colera encendida, Las armas reposaron fatigadas, Y encargando el Sargento cuidadoso, La fuerça de aquel alto ya ganado, A Pablo de Aguilar, y à Leon de Isasti, A quien Villauiciosa y otros buenos, Tambien acompañaron como brauos, El Sargento mayor bajó y en peso, Rondò toda la noche, y porque estauan, Dos muy profundas çanjas que partian, El alto passaman que auian ganado, Para poder passarlas mandó presto, Que vn buen madero luego se subiesse, Y haziendose assi sin que quedase, Mas que aquel pertinaz qeu auemos dicho, Todos se confessaron, y en rompiendo, La luz de la mañana comulgaron, Y viendo aquellos baruaros las muertes, Y estrago desgraciado, y que vencidos, Yuan de hecho ya y destrozados, A consejo llamaron, y assi juntos, Notaron que Gicombo y Zutancalpo, Y el valeroso Bempol no venian, Por cuia causa juntos acordaron, Que Mencal fuesse luego y los llamase, Por ser de todos tres muy grande amigo, Y saliendo al efecto vio que estaua, La pobre de Luzcoija lamentando, El destroncado braço de su amigo, A quien con alma y vida le rogaua, Que mas à la batalla no boluiesse, Pues guersana sin el alli quedaua, En esto llegó Mencal, y de parte, De toda aquella junta les propuso, Que a todos los llamauan, y que fuessen, Pues sin ellos el fuerte mal parado, Era fuerça perderse y acabarse, Y al fin supo tan bien encarecerlo, Que fue Bempol con el y Zutancalpo, Sin que possible fuesse que Gicombo, Con ellos se hallase, y por si acaso, Boluiessen a llamarlo, no te viessen, A Bempol le auisó se retiraua, A cierta parte oculta de aquel risco, Donde los aguardaua si boluiessen, Y partiendo los dos para la junta, Viendo que alli Gicombo no venia, Con grande instancia juntos les pidieron, Que luego le truxessen, pues que vian, Que sin el era fuerça que aquel fuerte, Quedase para siempre deshonrrado, Y diziendo con esto otras razones, Con que les obligaron, luego fueron, Al retirado puesto donde estaua, Y tanto le dixeron, que les dixo, Por vosotros yre, y nunca fuera, Si assi los dioses juntos lo mandaran, Y diziendo a Luzcoija se quedase, Y en aquel puesto sola se estuuiesse, En lastimosas lagrimas desheclia, Alli le respondio toda turbada, Si el Sol mil vezes sale y se me esconde, Y las altas Estrellas otras tantas, Vinieren y ausentaren sus antorchas, No faltarè señor aunque yo muera, Del solitario puesto en que me dejas, Y dejandola alli llegò à la junta, Y assi como le vieron con cuidado, Luego Zutacapan en pie se puso, Y dixo: bien serà varones nobles, Que antes que cosa alguna se proponga, Que sea de Gicombo remediado, El poderoso braço mal herido, Oyendo pues aquesto, dixo luego, Yo tuuiera mi braço remediado, Si como de enemigo yo tomara, El primero consejo que me diste, Diziendo que à la sombra de tu maça, Tendria yo mi vida bien segura, Mas dexemos aquesto por agora, Que pide mas respuesta lo que callo, Sepamos que mandais agora juntos, Al que quiso tan mal aconsejaros, Quando dixe ser bien que à los Castillas, En ninguna manera se aguardasen, Por cuia causa luego replicaron, Por sola essa razon queremos todos, Sugetar nuestras vidas y rendirlas, A no mas que tu gusto, y desde luego, Por General de todos te nombramos, Y todos como à tal te obedecemos, Y después que passaron grandes cosas, Y el oficio por fuerça fue acetado, Del gallardo Gicombo, fue debajo, De condicion y pacto, firme, expresso, Que si el dicho Gicombo memorable, Y el noble Zutancalpo, y brauo Bempol, En las presentes lides y batallas, Sus vidas acabasen, y con ellos, Tambien Zutacapan, Cotumbo, y Tempal, Que en vn sepulcro juntos con sus armas, Fuessen sin mas acuerdo sepultados, Porque en essotra vida los enojos, Y desafios graues que tenian, En las entrañas fijos y arraigados, Fuessen de todos juntos fenecidos, Y que si con victoria alli saliessen, Que entrasen en batalla, y acabada, Que fuesse aquella fuerça gouernada, Por solo el General, sin que ninguno, Ninguno otro dominio pretendiesse, Y que si caso juntos la perdiessen, Que hasta morir ninguno se entregase, Y despues de vencidos se matasen, Los vnos à los otros, sin que cosa, Dentro del fuerte viua les quedase, Con cuias condiciones fue exerciendo, El valiente Gicombo el nueuo oficio, Y pues nueuo gouierno ya tenemos, De nueuo, nueua pluma aqui cortemos.