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CANTO HONZE Como escriuio Don Iuan al Virrey, y como hizieron boluer al Padre Fray Diego Marquez: y como fue marchando el campo al Rio de San Pedro: y escolta que se embio, para que los Religiosos le alcançasen: y salida que hizo el Sargento mayor, à explorar el Rio del Norte, y trabajos que padecio siguiendo su demanda Como quiera que el alma lastimada, Es cierto que descansa quando cuenta, La fuerça del dolor, que la fatiga, Por solo descansar de sus trabajos, Cercado de dolor y desconsuelo, Aqueste molestado cauallero, Tomon papel y tinta, y vna carta, Despachò luego al Conde en que dezia, Las grandes aflicciones y congojas, Las perdidas, los gastos, y trabajos, Persecuciones, cargas, y disgustos, Que esta larga jornada auia tenido, Y aquel ardiente zelo y buen desseo, Que de seruir à Dios, y à vuestro padre, En el estuuo siempre, y aquel ansia, De ver la conuersion de tantas gentes, Al gremio de la Iglesia reduzidas, Y aquella gran paciencia y obediencia, Que à vn millon de disgustos y de agrauios, Tambien auia tenido y sustentato, Y la esperança firme que tenia, En las promesas, cartas, y palabras, Que tantas vezes quiso prometerle, Y aquella voluntad illustre y santa, De vuestro inmenso Padre en las mercedes, Que siempre fue seruido de mostrarle, En todos los despachos que hazia, Mediante cuia fuerça fue assentada, Con el aquesta entrada con empeño, Que de su fee y palabra le fue dada, De guardarle y cumplirle todo aquello, que con el se pusiesse, y se assentase, Cuia inuiolable prenda no sufria, Por ningun caso, quiebra, ni tardança, Y viendo como via tan mal logro, De todos sus seruicios y trabajos, De dos años y medio ya passados, Pensando que adelante muchos passos, Estaua ya, y muy cerca de la palma, Corona, gloria, y triunfo que esperaua, Quien tambien merecia ser premiado, Se via tan atras, que colegia, Dos cosas por muy ciertas, è infalibles, La vna, que esta entrada trabajosa, Que era cierta de Dios, pues que lleuaua, El camino derecho de sus obras, Pues à fuerça de Cruz, y de quebrantos, Auia sido siempre sustentada, Y en quanto à la segunda no sabia, Porque razon, camino, o porque causa, O por qual de las muchas obras buenas, Que por esta jornada auia sufrido, Era tan perseguido y maltratado, Si por lleuar la Iglesia y ensancharla, Por entre aquellos baruaros perdidos, Ciegos de lumbre, Fè, y de la sangre, Que fue por todo el mundo derramada, O si poner à riesgo por seruiros, Su vida, su persona, y su hazienda, Si el ser tratado siempre como esclauo, Si el sufrir tan gran tiempo los trabajos, De dilacion tan larga, y tan costosa, Pidiendole perdon si se quejaua, Porque estaua herido y lastimado, Y jamas de ninguno socorrido, Mas antes calumniado y probocado, Con otras muchas cosas lastimosas, Que assi quiso escreuirle y auisarle, Cerrada pues la carta y despachada, Luego tras desto vino vn grande golpe, Que à todos nos causò vn gran disgusto, Y fue, que ciertos tristes desalmados, Por inuencion diabolica secreta, Trazaron de manera que no fuesse, El buen fray Diego Marquez la jornada, Vnico confessor, amparo y fuerça, De todo aqueste campo perseguido, Que por mucho por su ausencia de dolia, Por auer sido la primera vassa, Sobre que fue fundado y lebantado, Y viendo el General su gran desgracia, Y que era ya forçosa su quedada, En prendas del amor que le tenia, Con mil abraços tiernos y apretados, Vna deuota Imagen, y vn Rosario, Y de dona Maria de Garlarça, Que era su muy amada y cara hermana, Vn bello niño Iesus quiso darle, Cuia hechura santa no tenia, Ningun valor ni precio, por la alteza, Con que el artista quiso figurarlo, Pues luego que de todos despedido, Salio el vendito Padre sin consuelo, Mandò el Gouernador se preuiniesse, Escolta suficiente, y se aprestase, Para traer los Padres Religiosos, Que con su Comissario ya venian, Marchando bien apriessa en nuestro alcançe, Cuia preuencion hizo con auiso, Por dezir que la gente Tepeguana, Estaua rebelada y alterada, Estando pues la escolta preuenida, La qual fue encomendada y encargada, Al Capitan Farfan, salio marchando, Y juntamente el campo fue saliendo, La buelta de san Pedro, que es vn Rio, De cristalinas aguas y pescado, Por todo extremo lindo y regalado, A cuio puesto yua enderezando, El pobre General qual gruessa naue, Que sin ningun registro va sulcando, El poderoso y largo mar tendido, No de otra suerte assi se fue lançando, Al ancho campo por camino incierto, Hasta llegar al puesto donde luego, Aguardando los Padres fue assentando, La fuerça del exercito en sus tiendas, Y estando algunos dias aguardando, Llegò toda la escolta con la Iglesia, Vna jornada larga de aquel sitio, Y dando auiso luego que venia, Fray Alonso Martinez Religioso, De singular virtud y nobles prendas, Por cabeça y patron de aquella naue, Cuia graue persona acompañauan, El Padre Fray Francisco de Zamora, El Padre Rozas, San Miguel, y Claros, El Padre Lugo, y Fray Andres Corchado, Y aquellos dos venditos Padres legos, Fray Pedro de Vergara, con el Padre, Fray Iuan, y tres hermanos que truxeron, Martin, Francisco, y Iuan de Dios el bueno, Pues luego cine don Iuan la nueua supo, Dos Capitanes despachò à darles, Con vna noble esquadra de guerreros, El bien venido à todos con palabras, De gran comedimiento, y buen respecto, Y tras dellos se fue con todo el campo, En formado esquadron, y sin tardança, Assi como los vicio seys hileras, Mando se adelantasen de banguardia, Con segundo recado cortesano, Y auiendo el Comissario de su parte, Despachado à dos nobles Religiosos, Para que la suya visitasen, A nuestro General, aquesto hecho, Los dos ilustres bracos poderosos, A mas andar se fueron acercando, Y escupiendo las llaues viuo fuego, Vna gran salua todos le hizieron, Y auiendose abraçado y recebido, Con terminos discretos y razones, Muy graues y pesadas reboluieron, Y luego que al exercito llegaron, Segunda salua todos le hizieron, Y en vna ancha enrramada se apearon, Donde estauan las mesas preuenidas, Y alli los Capitanes y oficiales, Con ellos todos juntos se assentaron, Y vna grande comida les siruieron, Con muy cortes criança regalada, Despues de todo aquesto por sus tiendas, Fueron los Religiosos recogidos, En este medio tiempo auia salido, El Sargento mayor à toda priessa, Con tres Pilotos grandes que dezian, Ser en aquella tierra bien cursados, Por solo descubrir las turbias aguas, Del caudaloso Rio que del Norte, Dieron con quatro baruaros que andauan, Acaso en el desierto monteando, Pensando de cazar, y fueron pressos, Y como al elefante, y vnicornio, Despues de pressos suelen regalarlos, Assi con blandas muestras y señales, A todos les mostraron noble pecho, De noble coraçon cenzillo y llano, Y solo les pidieron que los lleuasen, A las aguas del Norte con promesa, Que assi como las viesen les darian, A todos libertad, sin que quebrasen, La fuerça de palabra que en empeño, A todos ofrecieron y empeñaron, Y porque el Sol tres dias naturales, Auia dado buelta al alto Cielo, Y gota de agua nadie auia bebido, Llegò Manuel, Francisco, con Munuera, Iuan de Leon, Rodriguez, y Bustillo, Y Pablo de Aguilar con buenas nueuas, De vna apazible fuente descubierta, Y juntos todos ya con el Sargento, Que en busca de agua y gente diuididos, Andauan por el campo derramados, Para la fuente juntos embistieron, Y puestos en el agua como pezes, Assi se abalançaron sin sentido, Valiendose mas della que del ayre, Satisfechos pues todos otro dia, Mandò el Sargento que los tres pilotos, Con algunos amigos se boluiessen, Y por cumplir el orden que tenia, Del noble General mandò callasen, Y cosa de trabajos no dixessen, A nadie del Real, mas que contasen, Alegres nueuas todos publicando, Dexauan buen camino descubierto, Deciende manso, y tanto se embrabeze, Que tambien Rio brauo le llamamos, Saliendo pues las guias descubrieron, De san Martin los llanos mas tendidos, Y alli desatinaron de manera, Que como caçadores que disparan, Otra segunda jara desde el puesto, Para poder tomar mejor la via, De la primera saeta que perdieron, Assi determinaron de boluerse, Al puesto de los llanos, y otro rumbo, Seguir muy diferente que el primero, Mas qual veloz cometa cuio curso, No vemos que jamas atras rebuelue, Assi determinado en su distino, Disgustoso el Sargento nunca quiso, Que atras passo se diesse, ni pensase, Y que para adelante por la parte, Que mas gusto les diesse caminasen, En cuio pensamiento fue resuelto, Por la gran presuncion que auian mostrado, Aquestos tres Pilotos confiados, En su propia virtud y vana ciencia, Y assi fueron corriendo grandes tierras, Mas como ciegos, que à los ciegos guian, Que todos se embarrancan y se pierden, Assi perdidos todos zozobrados, Acudiendo à la tabla y al madero, Que mas à mano pudo ser topasen, Assi buscaron luego algunos indios, Que fuessen de la tierra naturales, Y viendo vn grande humo lebantado, Las riendas reboluieron con presteza, Marzelo de Espinosa, y Iuan Piñero, Villabiciosa, Olague, y assi juntos, Como astutos caudillos de pillage, Redoblando con fuerça el azicate, De buenos pastos, aguas, y buen monte, Y que si alguno fuesse preguntado, Que à que se detenia, o porque causa, Disessen que por descubrir mas tierra, De aquella que dexauan descubierta, Y esto determino porque faltauan, De todo punto ya los bastimentos, Bueltos pues los amigos con la nueuas, El Sargento mayor con sus soldados, Rompiendo por cien mil dificultades, De hambre, sed, cansancio, y de disgustos, Encuentros, y refriegas que tuuieron, Guiados de los baruaros llegaron, Por grandes riscos, tierras, y quebradas, Al Rio que buscauan, y alli juntos, Mataron vn cauallo, y le comieron, Con esto dieron buelta, y despidicron, Aquellos quatro baruaros amigos, Dandoles de la ropa que lleuauan, Y el General temiendo su gran falta, Mandò que el Capitan Landin saliesse, Y algun socorro luego le lleuasse, Tambien quiso que yo con el me fuesse, Y assi juntos los dos con seys soldados, Salimos en su busca, y le encontramos, Al cabo de diez dias ya cumplidos, El alma entre los dientes animando, El, y toda su esquadra à Iuan Rodriguez, Que en vn flaco cauallo atrauesado, De hambre ya rendido le traian, Esperando su muerte, y que acabase, En cuio puesto todos socorridos, Dexandonos alli nos encargaron, Que vn gran trecho fuessemos corriendo, Por las faldas de vn cerro prolongado, Y viessemos si el campo todo junto, Por el romper pudiesse algunas leguas, Con esto todo luego prosiguieron, A dar razon y cuenta del sucesso, A solo el General, y con contento, A todos los del campo consolaron, Con nueuas muy alegres de la tierra, Y entre tanto nosotros descubrimos, Vn buen pedazo de camino llano, De buenos pastos, y aguas regaladas, Aqui se le ofrecio hazer despacho, A la Ciudad de Mexico nombrada, A nuestro General, y confiado, Del Capitan Landin mandò boluiesse, Y vn pliego con presteza le lleuase, Hecho pues el despacho luego fuimos, Marchando con el campo muy gustosos, Hasta llegar al agua que llamaron, Del santo Sacramento, cuio nombre, Los Padres Religiosos le pusieron, Porque alli junto della celebraron, El Iueues Santo, de la santa Cena, Por cuia santa noche, y santo dia, Mandò el Gouernador que se hiziesse, De poderosos arboles y troncos, Vna grande capilla muy bien hecha, Toda con sus doseles bien colgada, Y enmedio della vn triste Monumento, Donde la vida vniuersal del mundo, En el se sepultase y encerrase, Con mucha escolta, y guarda de soldados, Y siendo el General alli de prima, Los Religiosos todos de rodillas, La noche toda entera alli belaron, Vbo de penitentes muy contritos, Vna sangrienta y grande deziplina, Pidiendo à Dios con lagrimas y ruegos, Que como su grandeza abrio camino, Por medio de las aguas, y à pie enjuto, Los hijos de Isrrael salieron libres, Que assi nos libertasse, y diesse senda, Por aquellos tristisimos desiertos, Y paramos incultos desabridos, Porque con bien la Iglesia se lleuase, Hasta la nueua Mexico remota, De bien tan importante y saludable, Pues no menos por ellos fue vertida, Aquella santa noche dolorosa, Su muy preciosa sangre que por todos, Aquellos que la alcançan, y la gozan, Y porque su bondad no se escusase, A grandes vozes por el campo à solas, Descalças las mujeres y los niños, Misericordia todos le pedian, Y los soldados juntos à dos puños, Abriendose por vno y otro lado, Con crueles azotes las espaldas, Socorro con gran priessa le pedian, Y los humildes hijos de Francisco, Cubiertos de zilicios y deuotos, Instauan con clamores y plegarias, Porque Dios los oyesse y aiudase, Y el General en vn lugar secreto, Que quiso que yo solo le supiesse, Hincado de rodillas fue vertiendo, Dos fuentes de sus ojos, y tras dellas Rasgando sus espaldas derramaua, Vn mar de roja sangre suplicando, A su gran magestad que se doliesse, De todo aqueste campo que à su cargo, Estaua todo puesto y assentado, Tambien sus dos sobrinos en sus puestos, Pedazos con azotes se hazian, Hasta que entrò la luz, y fue alumbrando, Al noble General en el oficio, Que deuia hazer porque acertase, Y assi aduirtio que pues pilotos diestros, En mar, y en tierra, no eran de importancia, Para el camino que la Iglesia santa, Auia de lleuar por el desierto, Que aquesta causa luego se encargase, A gentes de ignorancia, porque à vezes, Suele su gran bageza auentajarse, A los que son mas sabios y discretos, Y por notar mejor señor aquellos, Que cosa tan pesada les encargan, Quiero con atencion aqui pararme, Que no tendria à mucho que yo fuesse, Por ser tan grande idiota señalado, Y en cosas de ignorancia bien prouado.
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CANTO NVEVE Como se bolvio con algunos religiosos, Fray Rodrigo Duran, Comissario Apostolico de la jornada: y de otros trabajos que fueron sucediendo: y como el Virrey mando à don Iuan se sugetase à segunda visita, o que mandaria derramar la gente: y venida del visitador al despacho de la jornada, y contento que con el se tuuo: y del orden que tuuo en hazer su visita, y cosas que en ella sucedieron Si con fuerça de braços, y del tiempo, Han de quedar perfectos y acabados, Los memorables hechos que emprendemos, La cosa mas gallarda y lebantada, Que en ellos luze siempre y resplandeze, Despues que estan en puesto bien obrados, Es la importante ayuda de assistencia, Sin cuia grande alteza la esperança, Queda en si toda muerta y zozobrada, Està con dilacion tan triste y larga, Vino à desfallezer y destroncarse, En el cansado hijo de Francisco, Fray Rodrigo Duran cuia grandeza, De animo notable ya rendida, Vino à dexar la plaça sin embargo, De vn gran requerimiento que le hizo, Pidiendole don Iuan que pues estaua, Sobre sus graues hombros sustentado, Como en coluna fuerte todo el campo, Que en ninguna manera permitiesse, Pues era cosa llana que en boluiendo, La fuerça de la Iglesia la cabeça, Que todo se assolase y destruiesse, Mas como ya la suerte echada estaua, Respecto de dar cuenta à tu Perlado, De algunas cosas graues y secretas, Sin replica salio por cuia causa, Fray Baltasar, y algunos otros Padres, De notable importancia, nos dexaron, Siguiendo sus pisadas disgustosos, Y como à Rio buelto siempre vemos, Sobre las turbias aguas muchas cosas, Que nueua nouedad à todos causan, Tras desto luego vimos que quisieron, Ciertos soldados algo lebantados, Hazer aquesta entrada y proseguirla, Amotinando el campo cuio cancer, Fue con suma presteza y diligencia, Del hastuto sargento remediado, Cortando la cabeça al que queria, Serlo de aquesta causa perseguida, En este medio tiempo proueieron, A don Lope de Vlloa que era amparo, De todas nuestras causas mal paradas, Por General de China, y luego en esto, Dexandonos à todos vino nueua, Como en España estaua proueido, Don Pedro Ponçe, vn grande cauallero, De singular prudencia, y alto esfuerço, Por General de toda aquesta entrada, Y temiendo el Virrey se deshiziesse, Toda la soldadesca alborotada, Con aquesta mudança, y nueuo acuerdo, Mandò hechar luego vando que la gente, A sus vanderas toda se juntase, Y aquesta entrada luego prosiguiesse, Tras cuio vando, sin tardança alguna, A don Iuan auissò como tenia, Del Presidente Pablo de Laguna, Orden en que auisaua, y ordenaua, Que si entendiesse que el don Iuan tenia, Todo lo necessario preuenido, Para hazer la entrada y proseguirla, Que luego libremente permitiesse, Que el solo la hiziesse y acabase, Y si cumplido todo no estuuiesse, Que fin tardança alguna diesse auiso, Porque esta causa luego remediasse, Por cuias ocasiones le ordenaua, Que luego respondiesse si tenia, Expuesto todo aquello que importaua, Porque sin mas acuerdo proueheria, Persona tal qual fuesse conueniente, Y general visita le tomase, A la qual era fuerça sugetarse, Y que si no que luego mandaria, Despedir à la gente, y derramarla, Y que le parecia si no auia, De cumplir por entero que hiziesse, Gentileza y seruicio illustre y alto, A vuestra Magestad en desistirse, De aquella noble impressa començada, Sin gastar mas hazienda, ni mas vida, Que la que auia gastado y consumido, Aduirtiendo con esto que si estaua, De gusto y parecer que le tomasen, Segunda vez visita, que seria, El Comisario dentro de dos meses, De toda aquella Corte despachado, A cuia carta el General contento, Al Conde replicò que aunque el auia, Cumplido enteramente sus assientos, Que sin embargo desto, que el gustaua, Rendirse sin tardança, y sugetarse, A segunda visita, y à otras muchas, Si fuesse necessario se hiziessen, Y como en los dos Polos permanecen, Los dos exes, tan fijos, y clauados, Que esperança ninguna no tenemos De verlos de sus puestos apartados, Assi sin mouimiento estables firmes, Don Iuan, y su teniente se mostraron, Respondiendo que aquella gentileza, Era la que era fuerça se hiziesse, En vuestro Real seruicio, y se acabase, Pues como espuesto todo lo tuuiessen, Para el tiempo aplazado que les dieron, Segun que lo demas passose en flores, Porque no fue possible despacharse, A tiempo el Comisario de la Corte, Que pudisse venir sin detenerse, Por cuia causa todos se quejauan, Bien apretadamente, y con enojo, Trayendo à la memoria las palabras, Los lazos, y los tiempos mal cumplidos, Que siempre el General les daua à todos, Afirmando y jurando que eran trazas, Engaños, y cautelas, que tenia, Para solo assolarlos y abrasarlos, Y que no era possible que las cartas, Fuesen ciertas del Conde, fino embustes, Para el que dezian y afirmauan, Y assi se fueron muchos, y dexaron, Aquesta illustre entrada disgustosos, Mas el Sol de justicia condolido, Sus mansos ojos, luego fue boluiendo, A su afligido pueblo lastimado, Haziendole muy cierto que venia, Nueuo visitador, para que luego, La jornada de hecho despachase, A quien se hizo vn gran recebimiento, De mucha gente de armas bien luzida, Con su Maese de campo, y Real Alferez, Su Sargento mayor, y Capitanes, Y el General famoso, y oficiales, Que en orden todos fueron, y en llegando, Vna gran salua alegre de arcabuzes, Con destreza gallarda fue rompiendo, El secreto silencio, y fue turando, Hasta que juntos saludarse vimos, Los dos nobles varones, y abraçarse, Y luego en orden todos bien compuestos, A su posada juntos le lleuamos, Donde segunda salua les hizieron, Con notable contento y alegria, Porque entendieron del, que grande Padre, Auia de mostrarse en nuestra causas, Y assi como tal Padre, y tal amparo, Pidio al Gouernador que no le fuesse, Contrario en cosa alguna si queria, Ver de todas sus causas buen despacho, Con cuias buenas muestras y señales, Como pauones todos en sus ruedas, Vfanos y gallardos se mostrauan, Pues como assi estuuiessen ya contentos, Mandò el visitador se echase vando, Para que todo el campo luego fuesse, Siguiendo su derrota, y que marchase, Y viendo el General que aquel mandato, Era ruina total de nuestra entrada, Porque eran necessarios muchos dias, Para apretar los carros y carretas, En cuio tiempo toda la visita, Haziendo de vna via dos mandatos, Podia fenezerse y acabarse, Y que si aquesto assi no se hiziesse, Era perderse todo à cuia causa, Pidio con grande instancia que mirase, Que fuera deste grande inconueniente, Perdia otra gran suerte y coiuntura, En aprestar la gente y el bagaje, De vn tan largo tiempo entretenida, De mas de que era fuerça que sacando, De sus querencias todos los ganados, Que todos se perdiessen y ahuientasen, Y que para escusar tan grandes daños, Hiziesse su visita en aquel puesto, Y del saliessen todos de arrancada, Sin deternerse en parte que pudiessen, Perderse aquellas cosas que lleuauan, Y viendo los soldados lastimados, El tiempo que perdian con enojo, A vozes, y sin rienda desembueltos, Deziean que eran trazas porque el campo, Gastase el bastimento que tenia, Y assi se deshiziesse y acabase, Y fuera assi sin duda si el gran colmo, No fuera tal, qual vimos bien colmado, Y viendo el General que no podia, Hazer que le tomasen la visita, Con perdida del tiempo irrebocable, Salio con todo el campo sin consuelo, A fuerça de sudor y de trabajos, Que en aprestarlo todo padecieron, Y apenas fue marchando cinco leguas, Quando en vn puesto pobre de agua y monte, Mandò hiziessen alto y descargasen, Alli boluieron todos al trabajo, Haziendo sus assientos temerosos, De que era fuerça que agua les faltase, Mas Dios que à todos siempre nos socorre, Hizo que vnos charquillos bien pequeños, Que cerca de nosotros se mostrauan, Aguas en abundancia derramasen, Y que à vista de todos las vertiessen, Teniendolas de antes represadas, Y en sus secretas venas escondidas, Aqui el Visitador mandò echar vando, Que pena de la vida nadie ossase, Salir del quartel de armas sin embargo, Que del mismo don Iuan mandato fuesse, Con cuio vando luego los soldados, Desamparando todos los ganados, Se fueron à gran priessa recogiendo, Dexandolos perdidos sin sus guardas, Y aquesta desuentura fue tan grande, Que andauan a millares los corderos, Balando, por sus madres que perdidas, Baluan assimismo por hallarlos, Y atonitas las yeguas discurriendo, Cruzauan por los campos sin sentido, En busca de sus crias relinchando, Y assimismo las vacas y terneras, Hundian con bramidos las campañas, Los tiernos rezentales assombrados, Con el ganado prieto yuan rebueltos, Por verse de las cabras diuididos, Los buieies, los cauallos, los jumentos, El ganado vacuno y la mulada, Con todo lo demas que el campo pasta, Esparramados todos y perdidos, A su aluedrio y sin orden alguna, Andauan sin sus guardas descarriados, Y sin mirar aquesta desuentura, Y perdida sin traza desdichada, Vuestro visitador mandò tras desto, Que todos los soldados y oficiales, O gente de seruicio que quisiesse, Dexar de proseguir aquesta entrada, Que todos libremente se quedasen, Aunque alistados todos estuuiessen, Hizo demas de aquesto en su visita, Vna cosa tambien que fue notable, Andauan como digo los ganados, Sin guardas por el campo diuididos, Y de parte de noche nos mandaua, Que de mañana, yeguas, o cauallos, Ouejas, o las cabras, o las vacas, O el genero que mas apetecia, A registrar traxesemos, y en esto, Por ser el tiempo corto, y tan tassado, Saliamos perdidos à buscarle, Y si como perdida se traia, Alguna cantidad pequeña, o grande, Aquella registraua, y si tras della, Venia otra qualquiera, no passaua, Diziendo no podia recebirla, Porque cerrado ya el registro estaua, Con esto el general qual fuerte yunque, Viendo que lo demas assi corria, Sufriendo aquellos golpes con paciencia, Al Cielo suplicaua socorriesse, Que aquesto es lo que vale quando lejos, Estais inmenso Rey de lo que passa, Hizo notificar à los vezinos, Que en manera ninguna no vendiessen, Ganados à don Iuan, que fue vna cosa, Que à todos causò espanto imaginarla, Mandò tambien con pena de la vida, Que aquel que en esta entrada se alistase, Que si fuesse mestizo lo dixesse, Y mulato tambien si se alistase, En cuia lista fueron despedidos, Vnos por no querer que se assentasen, Diziendo no auian de yr à la jornada, Y por de poca hedad dexaron otros, Que se que estan señor allà sirbiendo, Con hartas mas ventajas que no aquellos, Que se tambien gran Rey que se boluieron, Sin verguença del peine que en la barua, Pudo quedar assido, y lebantado, Que con estos quisiera que tuuviera, Vuestro visitador aquellos brios, Que con vn buen soldado vimos tuuo, Y fue, que porque acaso, y con descuido, Sin quitarle la gorra fue passando, Determinò y mandò, por solo aquesto, Que seys tratos de cuerda alli le diessen, Pues como el General por el rogase, Y con esto tambien reprehendisse, El descuido que tuuo aquel soldado, Diziendole lo mal que auia hecho, Respondio al General, que mas justicia, Y mas puesto en razon era que honrrase, Vuestro visitador, y otro qualquiera, A los que en guerra os sirben con su sangre, Con vida, con hazienda, y con su honrra, Que no que aquestos tales con infamia, Viniessen por tan altos pensamientos, A ser infamemente condenados, Por vn solo descuido que tuuieron, En adorar à quien en paz gustosa, Le sembrauan de plata los caminos, Si en vuestro Real seruicio su persona, Mandauan se ocupase, y que os siruiesse, Y que otro hombre que el fue Carlos quinto, Vuestro Aguelo caro y esforçado, Y muchos mas soldado, y mas guerrero, Y que sabia cierto perdonaua, A aquellos que en las guerras le seruian, Y viendo el General su mucha furia, Y que era fuerça à todos regalarlos, Con palabras de Padre graue afable, Riñiendole mandò que mas no hablase, Y el qual rebuelta piedra de molino, Que quitandole el agua es fuerça pare, Assi parò, y tambien parò su causa, De mas de todo aquesto que hemos dicho, Otros que aquesta historia à cargo tienen, Diran en sus escritos otras cosas, Que acerca destas causas sucedieron, En las quales jamas tuuieron mano, El buen Iaime Fernandez secretario, Y el Capitan Guerrero, à quien el Conde, Mandò por Comissario aqui viniesse, El vno por la illustre y clara pluma, Y el otro por la fuerça de la lança, Hombres de buena estima, y noble punto, Y por venir al hecho desta causa, Al fin hizo visita, cala, y cata, Esta vino à tomar de tal manera, Que no se yo si ay testigo alguno, Que pueda con verdad dezir que vido, Las cosas que assentaron y escriuieron, Solo sabre dezir, que con instancia, Pidio el Gouernador que se le disse, De toda su visita vn testimonio, Para saber las sobras, o las faltas, Y componer la quiebra si la vbiesse, De manera que cosa no faltase, Esto le denegò con tanta fuerça, Que no solo no quiso darle gusto, Siendo justicia que al deudor que paga, Le den carta de pago por escrito, Mas hizo confessase que no auia, Cumplido con su assiento, y esto à escuras, Sin darle lumbre alguna de lo escrito, Pidiole demas desto, que Iuan Guerra, Y su muger doña Ana se obligasen, En quanto à los soldados que faltauan, Por publica escritura en esta forma, Que auian de poner en campo armados, Para cumplir su assiento ochenta hombres, A su minsion y costa, y que pagasen, Todos los daños que estos cometiessen, Y que tambien pagasen los salarios, A los ministros que el Virrey quisiesse, Viniessen al despacho desta entrada, Y que à su voluntad tambien pudiesse, Quitar, o reformar aquellas cosas, Que en su fabor se vbiessen concedido, Y que por el permiso que le daua, Para poder hazer aquesta entrada, No fuesse visto adquirir dominio, Ni derecho al gouierno de la tierra, En propriedad, ni possesion alguna, Y qual si fuera monte, o bronce duro, Con todo concedio los ojos bueltos, Al soberano Dios en cuyas manos, Pidiendole justicia con paciencia, Gustoso le dexò todas sus causas, Y porque su teniente ausente estaua, Porque acordò con el que se quedase, Para el socorro y cosas de importancia, De aquesta nueua tierra y nueuos Reynos, Mandò que me aprestase, y luego fuesse, Para tratar con el que se obligase, Con su muger doña Ana de Mendoza, Y apenas vido el pliego quando luego, Como aquellos dos Dezios memorables, Que alegremente juntos se ofrecieron, Por sola la salud de todo el campo, En braços de la muerte rigurosa, Assi los dos contentos se obligaron, Y junto las dos vidas ofrecieron, A vuestro Real serbicio, sin que cosa, Quedase para nadie reseruada, Passadas estas cosas, y otras muchas, Despues que vbo bien visto los poderes, Hecha ya su visita, y acabada, Mandò marchar el campo destrozado, Segun vereys señor aqui pintado.
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CANTO OCTAVO De la respuesta que dio don Iuan de Oñate, a la notificacion que se le hizo, y de la prudencia y discrecion, con que hablò a todo el campo, y fiestas que se hizieron de contento, y del generoso ofrecimiento de Iuan Guerra su teniente, y de otros trabajos que a estas fingidas alegrias sucedieron Quien vio jamas señor en este mundo, Caduco, fragil, debil, mouedizo, Sin notable discordia, paz alegre, Gustoso rato, sin tristeza amarga, Manso sossiego, sin pauor terrible, Y en fin noble bonança, y tiempo bueno, Sin aspera tormenta, y gran borrasca, O triste condicion de mundo breue, Y corto entendimiento de mortales, Si ciegos no conocen sus mudanças, Sus Lunas, sus enrredos, sus traiciones, Sus traças, sus palabras, sus reboços, Tanto mas encubiertos quanto sienten, Los pechos de los nobles mas cenzillos, Auiendo pues la india con sus redes, Persuadido al Virrey, porque alcançase, La cedula Real que auemos dicho, El pobre cauallero lastimado, De aquel nueuo accidente, y ofendido, Qual fuese con fortuna serle fuerça, Sufrir al que nauega golfos brauos, Assi con grande esfuerço y con paciencia, Vn ancho venenoso mar beuiendo, De mil amargas hieles enojosas, Temeroso que todo se esparciese, Con nouedad tan grande, y se acabase, Por atajar el pasmo que costaua, Mas de quinientos mil ducados largos, Con toda diligencia quiso luego, Acabar con don Lope le intimase, Con el mayor secreto que pudiesse, La voluntad Real, y el mandamiento, Que por vuestro Virrey le fue embiado, Pues haziendose assi, sin mas acuerdo, Qual suele responder con grato fruto, La fertil simentera bien labrada, Aquellos dos escritos fue tomando, Y con grande respecto qual si fueran, Coronas principales de dos Reynos, Rieron en su cabeça lebantados, Y buelto en vn gran monte de paciencia, Tocandoles los labios fue diziendo, Que aunque por justas causas y razones, Pudiera suplicar de aquel mandato, Por los daños y grande inconueniente, Que de perderse el campo se seguia, Con todos sus pertrechos y bagajes, Que tanta hazienda y sangre le costauan, Que no queria hazerlo ni pensarlo, Mas antes como leal vassallo vuestro, Con suma reuerencia obedecia, La cedula Real y mandamiento, Segun que en ella, y el se contenian, Y que el inouiolablemente guardaria, Todo quanto alli se le ordenaua, Sin que vna sola letra quebrantase, Y como todas estas diligencias, Con gran silencio fuessen acabadas, Estaua todo el campo tan suspenso, Quanto ansiosso por ver que contenia, El buen despacho, y pliego, que el correo, Con tan grande alegria auia traido, Y para quitar duda y sospechas, Qual suelen las castissimas auejas, Que en sabroso licor vemos conuierten, Aquello que es amargo y desabrido, Assi salio don Iuan la boca dulze, Diziendo à grandes vozes con contento, Señores compañeros que hazemos, Entremos, y à la entrada no durmamos, Que à pesar de fortuna estamos todos, Con notables ventajas despachados, Oyendo los soldados esta nueua, Qual suelen con aplauso dar gran grita, Los verdes años todos reboçando, Aquel sumo contento que nos muestran, Al pretender de cathedras honrrosas, Assi la soldadesca toda junta, Vn alarido fuerte fue subiendo, Y à fuer de caualleros hijos dalgo, Vizarros, y galanes, se juntaron, En gallardos cauallos animosos, Y despues de vna gran carrera alegre, Vna vistosa escaramuça hizieron, Los mas famosos hombres de à cauallo, Por el Maese de campo, y gran sargento, Los dos valientes cuernos gouernados, Entre los quales no con poco orgullo, Vizarro el General aquella fiesta, En vn brauo cauallo celebraua, Y luego que cansados suspendieron, El regozijo y gusto con descuido, Qual aquel discretissimo Zineas, Que por su gran prudencia valio tanto, Como el valiente Pirro por la espada, Assi don Iuan con rostro reportado, Alegre, preuenido, y recatado, Para mejor cubrir aquella herida, Que tanto le afligia y lastimaua, El cauallo enjaezado, y enfrenado, Luego que se apeo le dio en albricias, Pagandole al correo el buen despacho, Y presta diligencia con que vino, Por cuio hecho, y otros me parece, Los Fauios, Cipiones, y Metellos, Pompeio, Cilla, Mario, ni Locullos, Y entre ellos Iulio Cesar, no mostraron, En su tanto mas pecho à los trabajos, Ni en ellos mas discretos anduuieron, Que aqueste illustre y alto cauallero, O discrecion sagaz que bien pareces, Quando con buen auiso assi deslumbras, La vista mas aguda, y tracendida, Cerrando los caminos à las lenguas, En cosas de importancia mal sufridas, No de otra fuerte aquellos brauos Griegos, A los diestros Troianos engañaron, Quando el vello cauallo dentro en Troia, Fue dellos todos juntos recebido, Sabida pues la detención del campo, Por Iuan Guerra de Ressa su teniente, A quien con diligencia y gran secreto, El mismo General quiso auisarle, Por ser su deudo, y assi mismo dueño, De toda aquesta causa lebantada, Y vno de los vassallos importantes, Que ciñen noble espada en vuestras Indias, Cuios agudos filos à su costa, Muchas fronteras grandes han guardado, Que gran suma de plata os han valido, Sin el colmo excessivo que os ofrecen, De quintos sus haziendas cada vn año, Pues como en bien gastar exercitado, Estaua ya, y curtido en bien serbiros, Aqueste franco y brauo cauallero, Qual illustre Iacob por la belleza, De la linda Rachel de nueuo quiso, Assentar con Laban, y darle gusto, Sin mirar los serbicios ya passados, Assi escriuio à don Iuan con nueuos brios, Que cien mil pesos largos le ofrecian, De fruto cada vn año sus haziendas, Ganados y adqueridos por su lança, Que todos los gastase y consumiesse, Mostrandose qual ambar oloroso, Que quanto mas le afligen, y deshazen, Mas es su viua fuerça y gran flagrancia, Y que en manera alguna no mostrase, La fuerça de su pecho vil flaqueza, Porque el estaua alli que proueheria, A todos los del campo, de las cosas, Para poder valerse necessarias, Y como el gran Ioseph quando preuino, La gran fuerça de hambre que esperaua, Preuinole con tiempo que guardase, Todos los vastimentos que tuuiesse, Y que en manera alguna los gastasen, Por cuia justa causa agradezido, Don Iuan le replicò con gran contento, Haziendo mucha estima de su carta, Respecto de ser hombre cuias obras, Hizieron gran ventaja à sus palabras, En cosas de importancia y de verguença, Y assi luego por orden de don Lope, Hizo alto con el campo en vnas minas, De bastimentos faltas, montes y aguas, Que llaman las del Casco, donde el Conde, Despues de auer gran tiempo ya passado, Mandò segunda vez que le intimasen, La cedula Real, y mandamiento, Para que con mas fuerça se abstuuiesse, Y aquella noble entrada no intentase, De que podia estar bien descuidado, Por el grande respecto y reuerencia, Con que don Iuan guardaua y acataua, Las cosas de justicia, y sus ministros, Y como suelen darse à los enfermos, Algunas medicinas con que alibian, La fuerça del dolor que los lastima, Assi siempre el Virrey quiuso escriuirle, Que no lleuase mal lo que ordenaua, Porque aunque estaua cierto no haria, Cosa con que manchase su persona, Que sin mirar aquesto que entendiesse, Que por sola obseruancia de justicia, Mas que por otra cosa se mandaua, Que aquellas diligencias se hiziessen, Y que estuuiesse cierto se dolia, De todos sus trabajos y disgustos, Y assi cual los arroyos que de passo, Refrescan sus Riberas, y lebantan, Graciosas arboledas, y las visten, De tembladoras hojas, y entretejen, Diuersidad de flores olorosas, Amenos prados, frescos deleitosos, Y sombras apazibles agradables, No de otra suerte el Conde de contino, A nuestro General le entretenia, Y qual si vn diamante fino fuera, Cuia braua dureza empedernida, No ay riguroso golpe desmandado, Que sin violencia alguna no resista, Assi fue resistiendo, y contrastando, Las poderosas hondas lebantadas, Contra cuia braueza siempre vimos, Que regaladas cartas le embiaua, Pidiendole con veras se animase, En esforçar la gente ya cansada, Y del mucho esperar desesperada, Si queria gozar del buen sucesso, Y dichoso remate de las cosas, Que tan grandes trabajos le costauan, Y que aunque no podia dar seguro, Ni esperanças calientes de remedio, Que el esperaua en Dios con gran firmeza, Que vuestra Magestad seria serbido, De tener en memoria sus trabajos, Y que seria possible endererçarse, La mal torzida suerte desgraciada, Y con razon señor dixo torzida, Porque como al principio con cuidado, Con zelo de seruiros fue estoruando, Quando quiso despues faborecernos, Fue fuerça obedecer vuestro mandato, Y assi viendo don Iuan que le era fuerça, Auer de padecer aquel trabajo, Qual ternissimo Padre lastimado, Que à fuerça de dolor y de quebranto, Passa la furia del trabajo amargo, Que con violencia y fuerça le lastima, De ver sus caros hijos afligidos, Por vna y otra parte destrozados, No de otra suerte el noble cauallero, Miraua todo el campo destruido, Tambien à su Perlado ya cansado, Los pobres Religiosos mal parados, La flaca soldadesca entretenida, Con vno y otro engaño dilatado, Y fuerça de palabras mal cumplidas, La gente de seruicio y oficiales, Los niños inocentes, y à sus madres, Sugetos à viuir à campo auierto, Como si fueran vestias sin abrigo, Por los tendidos prados despoblados, Miraua à su teniente, cuio pecho, Despues de todo aquesto que hemos dicho, Auiendo con valor y grande esfuerço, Por tiempo de año y medio sustentado, A todo aqueste campo por disiertos, Y Paramos, que anduuo entretenido, Como la grosedad de sus haziendas, Estaua por mil partes derramada, Viendo que se gastaua à manos llenas, Por todo aqueste tiempo que hemos dicho, Aqueste excesso vino à tanto extremo, Que no se vio soldado conozido, Que en viendo hazienda suya, no dixesse, Esta hazienda es mia, y quando mucho, Dezia nuestra, si eran dos aquellos, Que dispensar querian de sus vienes, Y como el tiempo todo lo deshaze, Consume desbarata, y lo destruye, Assi todos se fueron deshaziendo, Por vna y otra parte derramando, Viendo pues doña Eufemia, vna señora, De singular valor, y grande esfuerço, Muger del Real Alferez Peñalosa, Hermosa por extremo, y por extremo, De bello, lindo, y claro entendimiento, Que todos los del campo ya cansados, Con tanta dilacion se despedian, Y que otros assimismo se ausentauan, Por no poder sufrir tan gran trabajo, Qual aquella gallarda y noble dama, Que en medio de la cuesta memorable, De aquel soberuio Arauco no domado, El poco esfuerço, y triste cobardia, De toda vna Ciudad auergonçaua, Assi esta gran matrona à grandes vozes, Dentro la plaça de armas fue diziendo, Nobleza de soldados descuidados, Dezidme en que estimais el noble punto, De aquellos coraçones que mostrastes, Quando à tan dura guerra os ofrecistes, Dandonos à entender ser todo poco, Para harta la fuerça y excelencia, De vuestros brauos animos gallardos, Si agora sin empacho y sin verguença, Qual si fueradeis hembras vais boluiendo, A cosa tan honrrosa las espaldas, Que cuenta es la que dais siendo varones, Desto que à vuestro cargo aueis tomado, Si todo lo dexais en estas tocas, Que de ver tal vageza, y tal afrenta, Afrentadas las siento ya caidas, Llenas de deshonor y corrimiento, De ver en Españoles tal intento, Quando todo se pierda, y todo falte, A de faltarnos tierra bien tendida, Y vn apazible Rio caudaloso, Donde vna gran Ciudad edifiquemos, A imitacion y exemplo de otros muchos, Que assi su fama y nombre eternizaron, Donde podemos yr que mas valgamos, Frenad el passo, no querais mancharos, Con mancha tan infame qual es fuerça, Que sobre todos vuestros hijos venga, Algo importò aquesto que les dixo, Aquesta noble dama generosa, Mas como pocas vezes el esfuerço, En flacos coraçones se detiene, Qual flaco gusanillo que royendo, Vn poderoso, gruesso, y alto pino, Que al suelo le derriba, y hecho astillas, En mil pedazos roto alli le dexa, Assi saltos de fuerças ya rendidos, Todos el noble campo despoblaron, Mas qual aquella naue poderosa, Que fue del gran dilubio combatida, Que tanto mas fue siempre lebantada, Quanto mas viuas aguas la embistieron, Al fin como primera que en el mundo, Se vido nauegar por aguas brauas, Assi el Gouernador mostraua siempre, A todos sus quebrantos tanto pecho, Quanto mas los trabajos se esforçaron, Estando pues el campo ya deshecho, Fue fuerça que don Lope le tomase, Visita general, en cuio tiempo, El General se supo dar tal maña, Y Iuan Guerra de Ressa su teniente, Que hechando de sus fuerças todo el resto, Sobraron diez mil pesos de buen oro, De solos los pertrechos ofrecidos, Con mas siete soldados de los hombres, Que por concierto y pacto estaua puesto, Que auia de poner en campo armados, Cuia grandeza y sobra puso espanto, A toda nueua España, porque auiendo, Detenidose el campo tanto tiempo, Era cossa dificil tal excesso, Y assi Luys Nuñez Perez ayudado, De don Fernando, y don Christoual luego, Suplicaron al Conde despachase, Aquesta entrada, pues don Iuan auia, Con colmo tan grandioso, y lebantado, La fuerça de su assiento ya cumplido, Y como con cuidado el Conde estaua, Aguardando el orden que de España, Mandauan que tuuiesse en esta entrada, No pudo ser possible que hiziesse, Cosa que alli nos fuesse de importancia, Y assi se fue segunda vez perdiendo, El puesto deste campo reformado, Por cuia causa el Conde siempre quiso, Animarle con cartas, y esforçarle, Pidiendo siempre no desfalleciese, Porque seria possible que las cosas, Se fuessen entablando de manera, Que fin dichoso en todo se alcançase, Y porque los cansados Religiosos, De nueuo nueuas cosas nos ofrecen, Sera bien nueua pluma aqui cortemos, Y en nueuo canto todo lo cantemos.
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CANTO QVARTO De la infamia y bageza que cometen los generales, oficiales, y soldados que salen a nueuos descubrimientos, y se bueluen sin perseberar, y ver el fin de de sus impresas Qvien muy bastantes prendas no sintiere, De los quilates y valor que alcança, Para seguir con valeroso esfuerço, Del iracundo Marte el duro oficio, Si no quiere viuir vida afrentosa, Infame, miserable, y abatida, Huiga de todo punto y no se empache, En el subido son de sus clarines, Roncas cajas y pisanos templados, Que presta que en la quieta paz se arrastren, Con muy vizarros passos gruessas picas, Y que con esmeriles y mosquetes, Arrojen por el aire prestas valas, De que firue el benablo mas tendido, Las plumas lebantadas y las galas, Gineta honrrosa y gran baston fornido, Los pomposos entonos y palabras, Promesas y brabeza que nos muestran, Los que al furor indomito le ofrecen, Si en llegando que llegan a las veras, Su animo se rinde y acobarda, Qual aquel que de ver los filos tiernos, De vna débil lançeta desfallece, No hay visoño soldado que no sepa, Ni corto cortesano que no alcançe, Que no ay palabras viles mas infames, Ni execucion de manos mas perdida, Que pretender por la nobleza de armas, Honor aquel que no es para alcançarle: Y assi no puede ser desemboltura, Ni soberuia que pueda compararse, Al que ocupa en el belico exercicio, Qualquiera de sus plaças lebantadas, No me da mas la que es de pobre infante, Que la del mismo General famoso, O qualquiera otro pratico guerrero, Si puesto en la ocasion a campo abierto, Rebuelue las espaldas sin empacho, De aquellos que de afuera los señalan, Y por sus mismos nombres los conocen, Cuio graue descuido descuidado, Es mucho màs dañoso y afrentoso, Que si en publica plaça las boluiese, Al braço de vn verdugo despojadas, Con voz de pregonero leuantada, Y publica trompeta conocida: Quien vio a los que hemos dicho yr marchando, La buelta desta impresa señalada, De la Audiencia y Virrey acompañados, Con tanto parabien de caualleros, Y apluso de las damas mas gallardas, De todas las que ciñe nueua España, Y qual otro Nembrot que pretendia, Subir y conquistar el alto Cielo, Assi nos dio a entender todo este campo, Ser poco todo el mundo y su grandeza, Para solo cebar su fiera diestra, En cosas de importancia que ygualasen, Al subido valor de sus personas, Y quien los ve boluer a rienda suelta, Con lenguas tan discordes y diuersas, Las vnas con las otras encontradas, Assi como sabemos se encontraron, Aquellos palabreros que oluidados, De sus vanos intentos se boluieron, Confusos del trabajo començado, En la gran Babilonia celebrada, De las diuinas letras consagradas, Assi los afligidos coronados, Viendo a su General de todo punto, Priuado de memoria y de sentido, Confusos se boluieron de la tierra, Vnos doliendole de auer dejado, Sus fuerças a la orilla zozobradas, Otros que sus trabajos fueron vanos, Pues en vano llegaron y boluieron, Sin ver de aquel estado la grandeza, Negando con gran fuerça de razones, Ser para solo heriazo alli criada, Pues la diuina mano poderosa, Siendo en pequeñas cosas admirable, En las que eran tan grandes y espaciosas, Era caso forçoso auentajarse, Otros por el contrario se afligian, Llorando hambre, desnudez, cansancio, Terribles yelos, nieues, y ventiscos, Pesados soles, aguas y granizo, Gran pobreza y trabajos de la tierra, Miserias del camino trabajoso, Postas y centinelas peligrosas, El peso de las armas desabridas, Inclemencia del Cielo riguroso, Y riesgos de la vida no pensados, Enfermedades, y otros disparates, Como si el duro oficio de la guerra, Boluiendo atras su natural vertiente, Y el poderoso impetu furioso, Con que su brabo curso va vertiendo, Acaso les vbiese prometido, No lo que el muy sangriento Marte ofrece, Sino aquello mas puro y regalado, Que de fertil razimo beneficia, El gran nieto de Cadmo y de Saturno, O lo que aquel Profeta prodigioso, Que en la casa de Meca reberencia, La gente Sarracena porque aguarda, Gran fuerça y opulencia de manjares, En el futuro siglo que pretende, Sin aduertir los pobres miserables, Que tocar vn clarin alto gallardo, Y ronca caja y pifano templado, Y arbolar a su tiempo vn estandarte, Y tremolar en campo vna vandera, Que no es para gustosos passatiempos, Contentos ni regalos delicados, Florestas ni vanquetes muy solenes, Mas para professar con brabo esfuerço, Aquel blason Romano belicoso, Que dize en altas bozes lebantadas, Nos por viuir en paz queremos guerra, O miserables tristes abatidos, Tristes, que fin valor quereis poneros, Assi como Faeton ponerse quiso, A gouernar el carro poderoso, Allà en la quarta Esfera lebantado, Tomando tanta altura, porque fuesse, Su ambiciosa soberuia mas sabida, De todos los mortales que notaron, Su misera desgracia triste infame, Y para no venir en tanta afrenta, Aduierta aquel que quiere someterse, Al belico furor y professarle, Que como firme harpon, o gallardete, Que en altissima cumbre està assentado, De poderosos vientos combatido, Que mientras mas le afligen y combaten Mas firme muestra el rostro a la braueza, De aquel que mas se esfuerça en contrastarle, Que assi firme esforçado y valeroso, A de poner el rostro a los trabajos, Miserias, y fatigas que vinieren, Y fuera de perder el alma entienda, Que no puede auer cosa que no aguarde, Y espere en todo trance el buen guerrero, Si ya no es que las leyes militares, Otra cosa dispensen y permitan, Porque esto significan los escudos, Con que muy alto Rey quereis honrrarlos, De fresca y roja sangre matizados, Con tantas barras, fuegos, y leones, Castillos, lobos, tigres, y serpientes, Con otros muchos fieros animales, Insignias y diuisas que nos muestran, La torpeza de aquellos que pretenden, Entre tantos disgustos tener gusto, Y a estos tales mejor les estuuiera, Serbir a los que tienen gruessas tiendas, De aquel licor sabroso que adormece, O a los que son mas praticos y diestros, En saber sazonar dulzes manjares, Que no serbir con tanto sobresalto, Peligro, riesgo, y costa de la vida, A vuestra Magestad, pues que no puede, Abilitar con otra a quien le falta, Y si por mas valer, y ser pretenden, Yr contra la corriente y agua arriba, Sigan aquellos hechos hazañosos, De aquel grande varon alto famoso, Del Impero Romano gran monarca, Y sobre cuios hombros descargauan, Negocios de grandissima importancia, Que por mas lebantar su brabo imperio, Todo lo mas del tiempo se ocupaua, En solo matar moscas sin cuidado, Del poderoso ceptro que tenia, Bageza cierto de varon indigno, De tal imperio, y digno de soldados, Tales quales aqui se van mostrando, Mal professaran estos las vanderas, De aquel muy esforçado Maçedonio, Pues para no dormirse en la milicia, Estaua de continuo tan alerta, Qual nos pintan aquella centinela, En vn pie puesta y toda lebantada, Con cuidado la piedra bien assida, No de otra fuerte siempre le pusieron, A este varon notable vna gran bola, De fina plata gruessa bien fornida, Sobre la diestra mano porque fuesse, Parte para que luego despertase, Dando sobre otra gruesa que tenia, Debajo de la mano poderosa, Y si haziendo aquesto es fuerça viertan, Aquestos pobres lagrimas amargas, Molestados de tantas desuenturas, Viertan aquellas lagrimas famosas, Deste mismo varon a quien abraca, Por vno de los nueue la gran fama, Cuia grandeza es cierto que lloraua, Porque otros nueuos mundos le dixeron, Tenia la megestad de Dios criados, Y que era fuerça tiempo le faltase, Para poder mostrar su brabo esfuerzo, En la grande conquista que pensaua, Hazer de todos ellos, si la vida, Se dilatara tanto, y se alargara, Quanto su brabo pecho se estendia, Y si algun gentil ombre que me escucha, Vbiere retirado su persona, Desamparando el puesto que pudiera, Ocupar otro mas auentajado, En propagar la sangre derramada, Por aquel soberano Dios que quiso, Que todos los del mundo se saluasen, Haga muy grande cargo de conciencia, En auer despreciado el santo riego, Que pudo derramarse por aquellos, A quien desamparò fin ver que estauan, A pique de perderse y condenarse, Y para confusion de aquestos tristes, Quiero traer señor a la memoria, Vn caso digno de que no le cubran, Las poderosas aguas del oluido, Y es, que cierto Virrey de nueua España, Escriuio a vuestro gran señor y Padre, A cerca de las rentas Filipinas, Diziendo, que por cierta y buena cuenta, Sacada con grandissimo cuidado, Auia notado, visto, y descubierto, Ser muchos mas los gastos que el prouecho, Que de todas las Islas resultaua, Por cuia suficiente y justa causa, Era de parecer se despoblasen, Y qual vemos aquel a quien lastiman, Con qual que siera llaga penetrante, Assi muy mal herido y lastimado, Del consejo que fin pensar le vino, Al punto respondio fin detenerse, El santo Rey Catholico diziendo: En lo que me aduertis que con cuidado, Aueis hechado cuenta de las rentas, Que Dios quiso serbirse de encargarnos, Y darnos en las Islas del Poniente, Que sois de parecer que se despueblen, Porque son mas los gastos que el prouecho, Digo que si es possible sustentarse, Vna muy pobre hermita lebantada, En toda aquella tierra y sus contornos, Mediante la qual venga a presumirse, Que fe puede saluar vn alma sola, Que si para este fin sin otro alguno, Las rentas y tesoros que tenemos, En todos essos Reynos no bastaren, Que luego me auiseis, porque con tiempo, Con las que aca alcançamos os socorra, Que en esso quiere Dios que se consuman, Dispensen, gasten, pierdan y derramen, O gentes que tomais tan alto buelo, Quales ormigas tristes, cuyas alas, Tan por su mal sabemos que les nacen, Frenad el passo, y aduertid que os notan, Que de la quieta paz quereis saliros, Sin suficientes fuerças que os sustenten, Las cortas prendas de los flacos braços, Que sin discrecion vemos que se arrojan, Tras del sangriento Marte belicoso, Para solo bolberos con las manos, En las cabeças tristes y llorosos, Infames, abatidos y afrentados, Llenos de desonor y de verguença, Dexad, dexad, aquesta noble impressa, Para aquellos heroicos que assistiendo, Enmienden vuestras faltas miserables, Y con illustre esfuerço las fenezcan Y buelua cada qual a sus madejas, Y dentro en su rincón passe su vida, Notando el gran tesoro que se ofrece, Por vna alma de aquellas que dexastes, Pobre, desamparada, y sin remedio, Y ponderad con esto que los vienes, De todo el vniuerso que gozarnos, No es precio suficiente ni bastante, Para rescate de vna sola gota, De la sangre vertida y derramada, Por el gran Dios que quiso redimirla, Y que si toda fuera necessaria, Para faborecerla y rescatarla, Sin duda que la vieranios vertida, Qual por todos la vemos derramada, Con cuio inmenso precio soberano, Podeis sacar el gran valor y estima, De lo que por tal precio se rescata: Pues siendo esto verdad como dezimos, Quando no lebanteis en nueuas tierras, Templo, ni pobre hermita, donde pueda, La magestad de Dios reberenciarse, Y solo consumais vuestros trabajos, En baptizar limpiando de la culpa, A un solo parbulito quando parte, Desta penosa vida donde estuuo, Priuado y condenado para siempre, A perpetuo destierro desterrado, De la diuina essencia soberana, Dezid donde pondremos el esfuerço, De vn hecho tan heroico y lebantado, Y es cosa muy donosa Rey sublime, Que para mas cubrir su gran vageza, Quieren hazerse grandes mayordomos, De vuestras Reales rentas, porque dizen, Fueron en estas cosas mal gastadas, Sin mirar que si fueran despenseros, Y ellos las manijaran y trataran, Que por menos del numero de treinta, Porque aquel triste quiso suspenderse, A ellos tambien los vieranios colgados, Sabe Dios que he notado muchas vezes, Que no à cien años que el horrible infierno, Tuuo todos los años de tributo, De mas de cien mil almas para arriba, Que en solos sacrificios bomitaua, La Oran Ciudad de Mexico perdida, Y qual del erizado inuierno escapan, Todas las mieses, arboles, y plantas, Y es primauera vemos que se visten, De infinidad de flores con que oluidan, El riguroso tiempo ya passado, Assi oluidada tanta desuentura, Tanta efusion de sangre derramada, Y tanto sacrificio desdichado, Podemos dezir cierto en nuestros tiempos, Que està todo lo bueno de la Iglesia, Dentro desta metropoli famosa, Que fue en tan corto tiempo tan perdida, Porque no sé que tenga parte el mundo, Donde el culto diuino mas se estime, Ni mas se reuerencie, ni se acate, Ni donde sus ministros mas se teman, Honrren, amen, respeten, y lebanten, Y assi parece que permite el Cielo, En pago de respectos tan gloriosos, Que pinten y florescan marauillas, De Martires, y Confessores santos, Que han sido luz de toda aquesta tierra, Donde por la bondad de Dios inmenso, Ay tanta suma de famosos templos, Hermitas, monasterios, y hospitales, Colegios y combentos muy poblados, De las grandes primicias que dexaron, Nuestros primeros Padres que vinieron, A reduzir en bien tan tristes males, Y todos a vna mano de admirables, Bellos y felicissimos ingenios, En todas ciencias y artes liberales, Y lo que mas se muestra y se señala, Es la caridad santa generosa, Que como Sol enmedio de su curso, Assi con bello resplandor descubre, Muchos grandes varones y mugeres, Que a manos llenas vierten y derraman, Limosnas tan grandiosas y admirables, Que solos Reyes pueden competirlas, Con cuia alteza vemos lebantados, Gran suma de hospitales generosos, Nobles templos, de bellos edificios, Gallardos monasterios sumptuosos, Peregrinos conuentos memorables, Y vna muy gran belleza de donzellas, Sin otro grande numero de pobres, Por sus limosnas santas socorridos, Y todo aquesto por el alto esfuerço, De aquel varon famoso que se puso, A descubrir aqueste nueuo mundo, Cuios ilustres hechos hazañosos, Despues de auer passado algunos años, No han de ser menos grandes y admirables, Que los de aquel gran Cesar y Pompeio, Artus, y Carlo Magno, y otros brabos, A quien el tiempo tiene lebantados, Con su larga memoria prolongada, Cuia antigualla es cierto que ennoblece, Los illustres sucessos ya passados, Y si los deste campo no boluieran, Las espaldas tan presto como vimos, Fuera possible auerse descubierto, Otro mundo tan grande y poderoso, Qual este que tenemos y gozamos, Sola vna terrible falta hallo, Christianissimo Rey en vuestras Indias, Y es, que estan muy pobladas, y ocupadas, De gente vil, manchada, y sospechosa, Y no siendo en España permitido, Que passen estos tales a estas partes, No se que causa puede auer bastante, Para que no los hechen de la tierra, Que les es por justicia prohibida, Pues la oueja roñosa es cosa llana, Que suele inficionar todo vn rebaño, Quanto mas gran señor que no sabemos, Lo que puede venir por vuestra España, Y si abreis menester aquestas tierras, Para faboreceros y ampararos, De alguna miserable desuentura, De las que Dios permite que sucedan, Por poderosos Reynos lebantados, Por cuia justa causa es bien se arranque, Aquesta mala hierua, y se trasponga, Sin que se dexe cosa que no sea, De buen sabor, color, olor, y gusto, En jardin que es tan nueuo, tierno, y bello, Principalmente con tan buena ayuda, Qual la del tribunal santo famoso, Que gouiernan aquellos eminentes, Insignes, y doctissimos varones, Don Alonso, gran gloria, lustre y triunfo, De la muy noble casa de Peralta,. Y Gutierre Bernardo que lebanta, La mas antigua de Quiros nombrada, Y aquel prudente Martos, que a Bohorques, Con singular valor subio de punto, Todos vigilantissimos guerreros, Contra la peste y cancer contagioso, Que por algunos miembros de la Iglesia, Los del vil campo heretico de Raman (sic); En cuia siembra vemos que descubren, Pestilenciales nidos y veneros, De perbersos errores contagiosos, Como mas largamente lo refiere, Aquel Ribera Illustre que compuso, De vuestro santo Padre las obsequias, En cuia docta y funeral historia, Me acuerdo que refiere un caso estraño, De vn Iosepho lumbroso relaxado, Que dixo en altas vozes que le oyeron, Con vna no pensada desberguença, Mal aya el tribunal del santo Oficio, Que si el no vbiera estado de por medio, Por estos solos dedos yo contara, Los Christianos de toda aquesta tierra, Cuia gran desberguença temeraria, Por solo auerse dicho en nueva tierra, Y que es de nuestra Fè tan nueua planta, Parece que insta fuerça y os combida, A que pongais el hombro de manera, Que todas vuestras Indias se despojen, Desta bestial canalla, y que se pueblen, De solos Hijosdalgo, y Caualleros, Y de Christianos Viejos muy ranciosos, Que con estos, y no con otra gente, Podeis bien descubrir el vniuerso, Y conquistarlo todo y reduzirlo, Al suabe jugo de la Iglesia santa, Y esto sin la tormenta de gemidos, Ansias, sollozos, y lamentos tristes, Que aquestos miserables derramaron: Y porque derrotado del camino, Estoi muy largo trecho remontando, Boluiendo por el rumbo que llebaua, Dandoos razon de las demas noticias, Y de aquellos gallardos pretensores, Y altos descubridores desta tierra, Destroçado de gente tan cansada, Tan desdichada, vil, y poco firme, Quiero al siguiente canto remitirme.
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CANTO QVINTO De otras noticias qve vbo de la Nueva Mexico, y de otros que assi mismo pretendieron la jornada Qvando con pertinacia el hombre figue, A solo su apetito, y del se ceua, Cosa dificil es que tal dolencia, Pueda ser de ninguno socorrida, Auiendo pues señor los coronados, Visto en aquesta tierra que dezimos, Vnos bellos y grandes alcatrazes, De fina plata y oro lebantados, En las agudas proas, y altas popas, De ciertas gruessas naues que toparon, A caso, y sin pensar, por la marina, Sin procurar saber que vasos fuessen, De donde, y para adonde nauegauan, De su mismo apetito ya vencidos, Segun que tengo dicho luego al punto, Boluieron todos juntos sin empacho, De aquellos caualleros esforçados, Que vageza tan grande abominaron, Viendo pues tan gran daño sin remedio, El santo Prouincial de san Francisco, Qual suelen los que à Dios se sacrifican, Que todo lo posponen, y lo dexan, Dexandolos à todos quiso solo, Quedarse à merecer en aquel puesto, La palma Illustre, y alta, del martirio, Que alli los brauos baruaros le dieron, Viendo pues don Francisco de Peralta, En militar oficio tanta mengua, Y que vuestro Virrey sintio en el alma, Con toda nueua España tal vageza, Ocupado de empacho y corrimiento, La buelta para Italia tomò luego, Y siguiendo la corte dentro en Roma, Vio por vista de ojos que tenia, El Duque de Saxonia retratada, Aquesta nueua tierra en sus tapizes, Y en muchos reposteros muy curiosos, Y estando embeuecido assi mirando, La peregrina tierra tan al viuo, Ayudado de cierto cauallero, Por vista de ojos vio tambien que el Duque, Tenia vna gran piel bella disforme, De aquella vacas sueltas que se crian, En los llanos de Cibola tendidos, De donde resultò que supo cierto, Que no de sola gente Castellana, A sido aquesta tierra pretendida, Mas tambien de remotos estrangeros, Demas de todo aquesto es ya notorio, Que saliendo de Francia vna gran naue, Fue con tormenta braua derrotada, A dar en estas tierras peregrinas, Y andando alguna gente en el esquife, Por solo ver la tierra y demarcarla, Vieron vna ensenada de dos puntas, Y en cada vna dellas lebantada, Vna grande Ciudad de gruessos muros, De donde les salieron al encuentro, Vn numero grandioso de vezinos, En prolongados varcos, o canoas, Las popas y las proas aforradas, Al parecer en planchas de oro bajo, Y siendo dellos presos los lleuaron, Al palacio de vn Rey de noble estado, Cuia frente ceñia y rodeaua, De aquel mismo metal vna corona, Con singular destreza bien facada, Este gran Rey mandò que con cuidado, A todos los lleuasen y les diesen, Su casa de aposento y regalasen, Y cumpliendo el mandato con presteza, Fueron de frutas, carnes y pescado, Con muy grandes caricias bien serbidos: Estando pues assi todos contentos, Como la carne en todos tiempos muestra, Su misera flaqueza y desbentura, Parece que vno dellos oluidado, Del buen comedimiento que deuia, Al beneficio noble recebido, Llegose à pellizcar con mal respecto, A vna hermosa barbara que estaua, Mirandolos à todos descuidada, De aquesto el Rey tomo tan grande enfado, Que fi la misma barbara ofendida, Por ellos con gran fuerça no intercede, Murieran sin remedio por el caso, Y assi mandò que luego los hechasen, De toda aquella tierra, y que les diesen, Su mismo esquife bien abastecido, Y assi salieron estos desterrados, Y cobrando la naue dieron buelta, A los Reynos de Francia, y desta historia, Teneis excelso Rey incomparable, Informacion muy cierta y verdadera, En vuestro Real Consejo de las Indias: Con estas relaciones, y otras muchas, (Que estas son las que suben y lebantan, Los nobles coraçones de mortales), Es cierto que en el año que contamos, Mil y quinientos sobre ochenta y vno, Por orden del gran Conde de Coruña, Fray Agustin, fray Iuan, y fray Francisco, Vnos deuotos Padres Religiosos, De aquel que presenta al mismo Christo, En pies, costado, y manos lastimadas, Con valeroso esfuerço se metieron, Por todas estas tierras, y con ellos, Aquel Francisco Sanchez Chamuscado, Con quien entrò Felipe de Escalante, Pedro Sanchez de Chaues, y Gallegos, Herrera, y Fuensalida, con Barrado, Tambien entrò Iuan Sanchez por ser todos, Valientes, y bonissimos guerreros, Estos corrieron parte desta tierra, Y dexandose allà los Religiosos, Salieron todos juntos y contentos, De auerla andado, visto y descubierto, Y assi luego por orden de Ontiberos, Que vuestra autoridad señor tenia, Entrò Anton de Espejo por el año, De los ochenta y dos, dexando en vanda, A los mil y quinientos que contamos, Y no vbo bien llegado quando supo, Que con vn gran martirio que les dieron, A los venditos Padres que quedaron, Aquestos mismos baruaros perdidos, Las vidas todos juntos les quitaron, Y despues de auer visto aquella tierra, Salio tambien diziendo marauillas, Loandola de muchas poblaciones, Y minas caudalosas de metales, Y gente buena toda, y que tenia, Bezotes, braçaletes y oregeras, De aquel rubio metal, dulze goloso, Tras que todos andamos desbalidos, De aquesto todo, luego se hizieron, Grandes informaciones que lleuaron, A vuestra insigne Corte lebantada, Por las quales constaua auerle dado, Casi quarenta mil mantas bien hechas, A este Capitan noble esforçado, Los Indios naturales de presente, De mas de todo aquesto bien sabemos, De aquel fray Diego Marquez perseguido, De gente luterana en mar y tierra, Que por la Reyna Inglesa se hizieron, Sobre esta nueua tierra que tratamos, Muy grandes diligencias y pesquisas, Por cuia causa dentro de su Corte, Estando este varon alli cautibo, Por ser de Iesu Christo gran soldado, Mandaron que jurase y declarase, Pues que era natural de nueua España, Que tierra fuesse aquesta, y que sentia, De las cosas que alli le preguntaron, Y luego que vbo en todo respondido, Y fue de cautiberio libertado, Acudiendo à el oficio que deuia, Porque de luteranos nunca fuesse, Aquesta noble tierra descubierta, Dando larga razon de todo aquesto, A vuestro insigne Padre luego al punto, Mandò que la jornada se assentase, Esta sin detenerse emprendio luego, Iuan Bautista de Lomas hombre rico, Antiguo en esta tierra acreditado, Este assentò su causa y no vbo efecto, Por el año de ochenta y nueue al justo, Y por el de nouenta entrò Castaño, Por ser allà teniente mas antiguo, Del Reyno de Leon à quien siguieron, Muchos nobles soldados valerosos, Cuio Maese de campo se llamaua, Christoual de heredia bien prouado, En cosas de la guerra y de buen tino, Para correr muy grandes despoblados, A los quales mandò el Virrey prendiese, El Capitan Morlete, y sin tardarse, Socorrido de mucha soldadesca, Braba, dispuesta, y bien exercitada, A todos los prendio, y boluio del pueblo, Despues de todo aquesto que he contado, Siguiendo el Capitan Leiua Bonilla, Por orden de don Diego de Velasco, Gouernador del Reyno de Vizcaia, Los indios salteadores rebelados, Precipitado de soberuia altiua, Determinò de entrarse en esta tierra, Con todos los soldados que tenia, No obstante que don Pedro de Cazorla, Vn noble Capitan salio à intimarle, De parte del don Diego vn mandamiento, Que pena de traidor no se atrebiese, A entrar la tierra adentro, y sin embargo, Perdiendo la verguença y el respecto, A vuestra Real persona, dio en entrarse, Y como la traicion tanto es mas graue, Quanto es la calidad del ofendido, Como rayos del sol que se diuiden, De la tiniebla triste amodorrida, Assi se diuidieron y apartaron, Del Capitan Bonilla, Iuan de Salas, Iuan Perez y Cabrera, y Simon Pasqua, Y Diego de Esquibel, y tambien Soto, Diziendo à vozes altas con enojo, Las lanças empuñando, y las adargas, Que mas querian morir como leales, Que cobrar como viles alebosos, Aquel infame nombre de traidores, Con que todos entrauan ya manchados, Y boluiendo las riendas los dexaron, Y ellos como milanos que à la parua, De miseros polluelos se abalançan, Assi desatinados y perdidos, Pensando que los baruaros cubiertos, Estauan de oro fino y perlas gruesas, Tomaron sin respecto ni verguença, Para la nueua Mexico el camino, Y apenas el Virrey y la nueua supo, Quando sin detenerse ni tardarse, Aquesta entrada quiso la hiziesse, Aquel gran Capitan noble afamado, Y que oy gouierna el Reyno de Galicia, Francisco de Vrdinola à quien se deue, La paz vniuersal, y gran sossiego, Que aquesta nueua España toda alcança, De aquellos brauos baruaros gallardos, Que por tan largos años sustentaron, Contra vuestro valor y braço fuerte, Las poderosas armas no vencidas, Hasta que ya cansados y afligidos, Corridos, destrozados, y oprimidos, Deste varon prudente se rindieron, Y à su pesar las treguas assentaron, Pues como muchas gentes entendiessen, Que à tan brauo soldado se le daua, Aquesta grande impressa alborotados, De gozo y alegria no cabian, Contentos de que cosa tan illustre, A sola su persona se encargase, Y como la inuidia miserable, Es mortifero cancer que en el alma, Arraiga su dolencia y la consume, Aquesta sola bestia fue bastante, Para desbaratar, y echar por tierra, Cosa tan importante y desseada, De toda nueua España y sus contornos, O beneno mortal, o inuidia triste, Gota coral, furioso derramado, Por lo intimo del alma desdichada, De aquel que semejante mal padece, Dios nos libre señor de su beneno, Y por su passion santa no permita, Que semejante hidra ponçoñosa, A ninguno persiga qual veremos, Por toda aquesta historia que escreuimos, Mas es caso impossible que ninguno, Pueda della euadirse y escaparse, Que esso tienen los hombres valerosos, Que es fuerça que los ladre y les persiga, Muerda, y los lastime con gran rabia, Aquesta braua perra venenosa, Bien fuera menester vn gran volumen, Para dezir las cosas que sufrieron, Por no mas que serbiros y agradaros, Todos estos varones que hemos dicho, Mas porque me es ya fuerça que de salto, Venga al punto y persona de aquel brauo, Que fin pensar fue electo y escogido, Para poner encima de sus hombros, Cosa de tanto peso y tanta estima, Con vuestra Real licencia tomo esfuerço, Para cortar la pluma disgustosa, Y en cosas de importancia trabajosa.
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CANTO QVINZE Como salio el campo para passar el Rio del Norte, y como se despacho el Capitan Aguilar, a espiar la tierra, y como estuuo para degollar, por auer quebrado el orden que le dieron, por cuya causa el Gouernador se adelanto para los pueblos, y de las cosas que fueron sucediendo, hasta que el Gouernador quiso hazer assiento y poblar la tierra La cumbre mas subida y mas gallarda, Que al buen soldado illustra y le lebanta, Dexo, la con que el alma se enrriqueze, Es la noble nobleza de la honrra, Que por solo valor, por excelencia, Por prudencia, por ser, y por esfuerço, De virtud propria, vemos que se alcaça, Y porque ay grandes honrras que deshonrran, Y vituperios ay tambien que honrran, Solo se aduierte, nota, y se pratica, Que aquella que es perfecta y verdadera, Que no consiste en mas, que en merecerla, Y si la grande alteza deste gusto, Faltase à los guerreros que professan, El belico exercicio, casi apenas, Hallaramos vn hombre que quisiera, Lleuar alegremente los trabajos, Que el rigor de la guerra trae consigo, Si el triunfo desta impressa no le hiziera, Ligera aquella carga tan pesada, Para arresgar por ella cien mil vidas, Y otras tantas con ellas si tuuiera, Y assi llamados todos los soldados, Desta su vida, gloria lebantada, Por solo merecerla, y alcançarla, Bueltos al gran trabajo lebantaron, A todo vuestro campo, y le pusieron, De essotra vanda de las aguas turbias, Que del Norte decienden en vn puesto, Seguro y abundante, de buen pasto, Cuia grandeza juntos la assentaron, Desnudos, y descalços quebrantados, A fuerça de sudor, y de los braços, Hechos pedazos todos, ya rendidos, Y porque ya muy cerca de poblado, Sentia el General que el campo estaua, Por preuenirse en todo, mandò luego, Que Pablo de Aguilar con seys soldados, En cauallos ligeros se aprestase, Y con todo secreto y buen recato, La tierra le espiase, y, que si viesse, Alguna poblacion, que luego al punto, Qual la libiana jara que se arroja, A la subida cumbre que en llegando, Al puesto donde el arco le permite, Luego la vemos todos que rebuelue, Que assi luego boluiesse, sin que en esto, Otra cosa ninguna dispensase, Y para mas forçarle y obligarle, Mandole que con pena de la vida, Deste mandato expreso no excediesse, Saliendo el Aguilar con este orden, El campo fue marchando las riberas, Deste copado Rio caudaloso, Cuios incultos baruaros grosseros, En la passada edad, y en la presente, Siempre fueron de bronco entendimiento, De simple vida, bruta, no enseñada, A cultiuar la tierra, ni romperla, Y en adquirir hazienda, y en guardarla, Tambien de todo punto descuidados, Solo sabemos viuen de la caza, De pesca, y de raizes que conozen, Tras cuia vida todos muy contentos, De las grandes Ciudades oluidados, Bullicio de palacio, y altas Cortes, Passan sin mas zozobra sus cuidados, Estos con gusto bien nos ayudaron, A passar por sus tierras sin rezelo, Y estando ya señor para dexarlos, Tomando otra derrota deste Rio, Llegò Aguilar, y dixo auer entrado, En el primero pueblo de la tierra, Sin respecto ninguno de aquel orden, Que nuestro General mandò tuuiesse, Por cuia justa causa estuuo à pique, De darle alli garrote, fino fuera, Por la fuerça de ruegos que cargaron, Por el, y por la gente que lleuaua, Ecepto Iuan Piñero, porque quiso, Guardar en todo el orden que les dieron, Y como no ay temor si con prudencia, Preuenimos el golpe que amenaça, Que vn sossegado puerto no nos muestre, Temiendo el General que luego alçasen, Todos los bastimentos con presteza, Los baruaros, y luego despoblasen, Cincuenta buenos hombres, bien armados, Con el mandò que fuessen, y dexando, Al Alferez Real por su teniente, Lleuando à nuestro Padre Comissario, Y al Padre fray Christoual, fue marchando, Con tan ligero passo, y presto curso, Que muy breue se puso por sus tierras, Y estando bien à vista de los pueblos, Parece que la tierra estremecida, Sintiendo la gran fuerça de la iglesia, Sacudiendo los idolos furiosa, Con violencia horrible arrebatada, Y tempestad furiosa y terremoto, Estremecida toda y alterada, Assi turbada fue con brauo asombro, Cubriendo todo el cielo de entricadas, Nuues tan densas, negras, y espantosas, Que paboroso pasmo nos causauan, Viendolas encender por cien mil partes, Con tremendos relampagos y fuegos, Y vertiendo gran lluuia fue rompiendo, Con truenos grimosisimos los montes, Los valles, cerros, riscos, y collados, Despidiendo de piedra tan gran fuerça, Que rendidos los Padres se pararon, Y al poderoso Dios à grandes vozes, Socorro le pidieron, y acabada, Toda la letania con sus prezes, Sin otras oraciones que rezaron, Con suma reuerencia alli contritos, Condolido el Señor, mostrò la fuerça, De aquel turbion grimoso lebantado, Qual poderoso mar soberuio hinchado, Que recogido el viento se sossiega, Y vna grande bonança à todos muestra, Assi dio buelta luego el alto Ciclo, Mostrandose tan claro, y tan sereno, Qual suele estar el Sol, quando sus rayos, Por medio de su curso nos descubre, Con cuio noble tiempo fue llegando, El General al pueblo, y luego juntos, Los baruaros salieron à nosotros, Y viendo al Comissario que lleuaua, Arbolada vna Cruz en la derecha, Todos con gran respecto la vesaron, Y a nuestro General ouedecieron, Alojandole dentro de su pueblo, En cuias casas luego reparamos, En vna grande suma que tenian, De soberuios demonios retratados, Feroces, y terribles por extremo, Que claro nos mostrauan ser sus dioses, Porque al dios del agua, junto al agua, Estaua bien pintado, y figurado, Tambien al dios del monte, junto al monte, junto à pezes siembras, y batallas, Y todos los demas que respetauan, Por dioses de las cosas que tenian, Y tienen una cosa aquestas gentes, Que en saliendo las mozas de donzellas, Son à todos comunes, sin escusa, Con tal que se lo paguen, y sin paga, Es vna vil bageza, tal delito, Mas luego que se casan viuen castas, Contenta cada qual con su marido, Cuia costumbre, con la grande fuerça, Que por naturaleza ya tenian, Teniendo por certissimo nosotros, Seguiamos tambien aquel camino, Iuntaron muchas mantas bien pintadas, Para alcançar las damas Castellanas, Que mucho apetecieron y quisieron, Tambien notamos, ser aquestas gentes, Manchadas del bestial pecado infame, Y en esto fue tan suelta su soltura, Que sino diera gritos vn muchacho, De nuestra compañía, le rindiera, Vn baruaro de aquellos que por fuerça, Le quiso sugetar, y fino fuera, Por la gran tierra que por medio puso, Fuera caso impossible que quedara, Semejante delicto sin castigo, Con ello fuimos todos por los pueblos, Con notable contento, aunque aguado, Por no saber las lenguas destas gentes, Y darles a entender nuestros intentos, Y por ser otro dia aquella fiesta, Del gran san Iuan Baptista, luego quiso, El General que el campo se assentase, En vn gracioso pueblo despoblado, De gentes y vezinos, y abundoso, De muchos bastimentos que dexaron, Aqui con gran recato preuenidos, La mañana graciosa celebraron, En los cauallos de armas los soldados, En dos contrarios puestos diuididos, Cuias ligeras puntas gouernauan, En vna bien trabada escaramuça, El buen Maese de campo, y gran Sargento, Las poderosas lanças rebouiendo, Con vizarro donaire desembuelto, Y luego que los vnos y los otros, Rompieron gruessas lanças y prouaron, Las fuerças de sus pechos en torneos, Que con bella destreza tornearon, Quedaron para siempre señalados, Por buenos hombres de armas, y de impresas, El Maese de campo, y el Sargento, El Capitan Quesada, con Bañuelos, El Capitan Marçelo de Espinosa, Pedro Sanchez, Monrroi, y Antonio Conde, El Alferez Romero, Alonso Sanchez, Iuan de Leon, Damiero, y los Robledos, Acabadas las fiestas, luego entraron, Tres baruaros graciosos desembueltos, Y estando el General con gran contento, Con todos los soldados platicando, Assi los tres se fueron à su puesto, Y estando junto del, algo risueño, El vno dellos, dixo en altas vozes, Iueues, y Viernes, Sabado, y Domingo, Y qual si fuera aquella gran culebra, Que en la expulsion de los Tarquinos vieron, Ladrar dentro de Roma los Romanos, Que atonitos quedaron del portento, Assi desatinados nos colgamos, De la lengua de aquel que mas no quiso, Hablar otra palabra Castellana, Y visto el General su gran silencio, A todos los prendio, por cuia causa, El mismo baruaro algo temeroso, Dixo Thomas, Christoual, señalando, Que los dos destos nombres, dos jornadas, Estauan de nosotros, bien cumplidas, Y apurandole mucho conozimos, Que nunca jamas supo mas palabras, Que aquestas que nos dixo Castellanas, Con sola aquesta lumbre alegres todos, Lleuandolos con gusto y con recato, Salio el Gouernador con toda priessa, En busca de los dos que baptizados, Por los dos Santos nombres parecian, Y haciendo jornada en vn buen pueblo, Que Pùarài llamauan sus vezinos, En el à todos bien nos recibieron, Y en vnos corredores jaluegados, Con vn blanco jaluegue recien puesto, Barridos y regados con limpieça, Lleuaron à los Padres, y alli juntos, Fueron muy bien seruidos, y otro dia, Por auerse el jaluegue ya secado, Dios que à su santa Iglesia siempre muestra, Los Santos que por ella padecieron, Hizo se trasluziesse la pintura, Mudo Predicador, aqui encubrieron, Con el blanco barniz, porque no viessen, La fuerça del martirio que passaron, Aquellos Santos Padres Religiosos, Fray Agustin, Fray Iuan, y Fray Francisco, Cuios illustres cuerpos retratados, Los baruaros tenian tan al vino, Que porque vuestra gente no los viese, Quisieronlos borrar con aquel blanco, Cuia pureza grande luego quiso, Mostrar con euidencia manifiesta, Que à puro azote, palo, y piedra fueron, Los tres Santos varones consumidos, Y como siempre prende el que assegura, Mandò el Gouernador con gran recato, Que alli desentendidos se mostrasen, Y que en manera alguna no pusiessen, La vista en la pintura, pues con esto, Assegurados todos passarian, Al pueblo de Thomas, y de Christoual, Y assi con el secreto que importaua, Cuia custodia y guarda es vna cosa, Con gran razon de todos estimada, Quando el Baruaro pueblo ya entregado, Estaua con reposo al dulze sueño, Qual vn valiente tigre que agachado, Con el oydo atento y vista aguda, Los gruessos pies y manos va sacando, El poderoso lomo recogiendo, Para alentar mejor el presto salto, Sobre el ligero pardo descuidado, Assi quando rindieron la modorra, Salio de aqueste pueblo recatado, Nuestro Gouernador, y fue marchando, La noche toda en peso, y puso cerco, Al pueblo de los dos que se llamauan, Christoual, y Thomas, en cuias casas, Aquellos que prendimos nos pusieron, Y luego dentro dellas se arrojaron, El prouehedor Zubra, y Iuan de Olague, El Alferez Zapata, y Leon de Isasti, Munuera, Iuan Medel, Alonso Nuñez, Y Pedro de Ribera, Gentiombre, De vuestro General, y de su mesa, Francisco Vazquez, y Christoual Lopez, Manuel, Francisco, Vido, y Montesinos, Segundo Paladin en bien feruiros, Que estos dieron con ellos en la cama, Y della los sacaron y truxeron, A nuestro General, con quien hablaron, En español, y en lengua Mexicana, Diziendo que ellos eran ya Christianos, Y que fueron de aquellos que Castaño, Trujo de nueua España, y que quisieron, Quedarse en aquel puesto donde estauan, A vsança de la tierra ya casados, Nunca jamas se hallò tan gran tesoro, Ni bien tan lleno, rico y abundoso, Quanto el Gouernador, sintio tenia, Con los dos baptizados que delante, Con el hablauan lengua que entendia, Y que tambien sabian y alcançauan, Aquella que los baruaros vsauan, Mediante cuios medios luego pudo, Manifestar su intento, y sus conceptos, Por toda aquella tierra donde vimos, Muy buenas poblaciones assentadas, Por sus quartos y plaças bien quadradas, Sin genero de calles, cuias casas, Tres, cinco, seys, y siete, altos suben, Con mucho ventanaje y corredores, A la vista graciosa desde afuera, Cuios vezinos tienen tantas hembras, Quantas les es posible dile sustenten, Son lindos labradores por extremo, Ellos hilan y tejen, y ellas guisan, Edifican y cuidan de la casa, Y visten de algodon vistosas mantas, De diuersos colores matizados, Son todos gente llana y apazible, De buenos rostros bien proporcionados, Rebueltos, prestos, sueltos, y alentados, No mancos, no tullidos, no contrechos, Mas de salud entera reforçada, De miembros muy bien hechos y trabados, Y tienen vna cosa aquestas gentes, Digna de noble estima y escelencia, Y es, que nunca han tenido, ni han vsado, Ninguna borrachera ni breuage, Con que puedan priuarse de sentido, Argumento euidente que los tiene, La Magestad del Cielo ya dispuestos, Para el rebaño santo, que escogido, Esta para saluarse señalado, Son lindos nadadores por extremo, Los hombres y mugeres, y son dados, Al arte de pintura, y noble pesca, No tiene ley, ni Rey, ni conozemos, Que castiguen los vicios ni pecados, Es toda behetria no enseñada, A professar justicia, ni tenerla, Y son supersticiosos hechizeros, Idolatras perdidos, inclinados, A cultiuar la tierra, y à labrarla, Cogen frisol, maiz, y calabaça, Melon, y endrina rica de Castilla, Y vbas en cantidad por los desiertos, Y después que con ellos nos tratamos, Cogen el rubio trigo y hortaliza, Como es lechuga, col, haua, garbanço, Cominos, zanaorias, nabos, ajos, Zebolla, cardo, rabano, y pepino, Tienen graciosa cria de gallinas, De la tierra, y Castilla, en abundancia, Sin el carnero, baca, y el cabrito, Tienen caudales Rios, abundosos, De gran suma de pezes regalados, Como es bagre, mojarra, y armadillo, Corbina, camaron, robalo, aguja, Tortuga, anguila, truchas, y sardinas, Sin otra buena suma que notamos, En tanta cantidad que à solo anzuelo, Vn solo Castellano, en solo vn dia, A venido con seys y mas arrobas, De pezes regalacios, y no cuento, Otras cosas grandiosas que la tierra, Produze, abraza, y tiene de nobleza, Con cuias buenas partes muy gustosos, Hizinios el assiento que tenemos, Segun que en otro canto lo veremos.
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CANTO SEGVNDO Como se aparecio el demonio a todo el campo, en figura de vieja, y de la traça que tuuo en diuidir los dos hermanos, y del gran mojon de hierro que assento para que cada qual conociesse sus estados Qvando la Magestad de Dios aparta, Del catholico vando algun rebaño, Señal es euidente y nadie ignora, Que aquello lo permite su justicia, Por ser aquel camino el menos malo, Que pudieron lleuar sus almas tristes, Y assi como a perdidos miserables, Y de la santa Iglesia diuididos, Marchando assi estos pobres reprouados, Delante se les puso aquel maldito, En figura de vieja reboçado, Cuya espantosa y gran desemboltura, Daua pauor y miedo imaginarla, Truxo el cabello cano mal compuesto, Y qual horrenda y fiera notomia, El rostro descarnado macilento, De fiera y espantosa catadura, Desmesurados pechos, largas tetas, Hambrientas, flacas, secas y fruncidas, Nerbudos pechos, anchos y espaciosos, Con terribles espaldas bien trabadas, Sumidos ojos de color de fuego, Disforme boca desde oreja a oreja, Por cuyos labrios secos desmedidos, Quatro solos colmillos hazia fuera, De vn largo palmo corbos fe mostrauan, Los braços temerarios, pies y piernas, Por cuyas espantosas coiunturas, Vna ossamenta gruessa rechinaua, De poderosos nerbios bien assida, Y assi como nos pintan y nos muestran, Del brauo Atlante la feroz persona, Sobre cuyas robustas y altas fuerças, El graue incomparable assiento y peso, De los mas lebantados cielos cargan, Por lo mucho que dellos alcançaua, En la curiosa y docta Astrologia, Assi esta feroz vieja judiciaria, Afirman por certisimo que truxo, Encima de la fuerte y gran cabeça, Vn graue inorme passo (sic) casi en forma, De concha de tortuga lebantada, Que ochocientos quintales excedia, De hierro bien mazizo y amasado, Y luego que llegò al forastero, Campo, y le tuuo atento, y bien suspenso, Con lebantada voz desenfadada, Herguida la ceruiz assi les dijo: No me pesa esforçados Mexicanos, Que como brauo fuego no domado, Que para su alta cumbre se lebanta, No menos seays mouidos y llamados, De aquella braua alteza y gallardia, De vuestra insigne ilustre y noble sangre, A cuya heroica Real naturaleza, Le es proprio y natural el gran desseo, Con que alargando os vais del patrio nido, Para solo buscar remotas tierras, Nueuos mundos tambien nueuas estrellas, Donde pueda mostrarse la grandeza, De vuestros fuertes braços belicosos, Ensanchando por vna y otra parte, Assi como el soberbio mar ensancha, Las hondas poderosas y las tiende, Por sus tendidas Plaias y Riberas, Que assi se esparza tienda y se publique, Por todo lo criado y descubierto, La justa adoración que se le deue, Al principe supremo y poderoso, Del tenebroso aluergue que buscamos, Y para que tomeis mejor el punto, Qual presurosa jara que se arranca, Para el opuesto blanco que se opone, Notad la voluntad que es bien se cumpla, De aqueste gran señor que aca me embia, Ya veis que la molesta edad cansada, De vuestro noble padre caro amado, Tiene su Real persona tan opresa, Desgraciada, cuitada y afligida, Que mas no puede ser en este siglo, Y que ya su vegez enferma y cana, A la debil decrepita a venido, Boluiendose a la tierna edad primera, Y para que los mas de sus estados, Qual vn veloz cometa que traspone, No queden por su fin v triste muerte, Sin natural señor que los ampare, Es forçoso que luego vno buelua, Y el otro siga de su estrella noble, El prospero distino y haga assiento, No donde vieron fuera de los hombros, Los antiguos Romanos destroncada, La cabeça de quel varon difunto, Ni donde la gran piel del buei hermoso, Tan gran tierra ocupò que fue bastante, A encerrar dentro de sus largas tiras, Los leuantados muros de Cartago, Mas donde en duro y solido peñasco, De christalinas aguas bien cercado, Vieredeis vna Tuna estar plantada, Y sobre cuias gruessas y anchas hojas, Vna Aguila caudal bella disforme, Con braueça cebando fe estuuiere, En vna gran culebra que a sus garras, Vereys que esta rebuelta y bien assida, Que alli quiere se funde y se lebante, La metropoli alta y generosa, Del poderoso estado señalado, Al qual expresamente manda, Que Mexico Tenuchtitlan se ponga, Y con aquesta insignia memorable, Leuantareis despues de nueuas armas, Y de nueuos blasones los escudos, Y porque la cobdicia torpe vicio, Del misero adquirir suele ser causa, De grandes disensiones y renzillas, Por quitaros de pleytos y debates, Serà bien señalaros los linderos, Terminos y mojones de las tierras, Que cada qual por solo su gouierno, A de reconocer fin que pretenda, Ninguno otro dominio mas ni menos, De lo que aqui quedare señalado, Y lebantando en alto los talones, Sobre las fuertes puntas afirmada, Alçò los flacos braços poderosos, Y dando a la monstruosa carba buelo, Assi como si fuera fiero rayo, Que con grande pauor y pasmo assombra, A muchos, y los dexa sin sentido, Siendo pocos aquellos que lastima, Assi con subito rumor y estruendo, La portentosa carga soltò en vago, Y apenas ocupò la dura tierra, Quando temblando y toda estremecida, Quedò por todas partes quebrantada, Y assi como acabò qual diestra Cirçe, Alli desuanecio fin que la viesen, Señalando del vno al otro polo, Las dos altas coronas lebantadas, Y como aquellos Griegos y Romanos, Quando el famoso Imperio diuidieron, Cuio hecho grandioso y admirable, El Aguila imperial de dos cabeças, La diuision inmensa representa, De aquesta misma fuerte traza y modo, La poderosa tierra diuidieron, Y assi como pelota que con fuerça, Del poderoso braço y ancha pala, Resurte para atras y en vn instante, Tan presto como viene vemos buelue, Assi con fuerte bote el campo herido, Con lo que assi la vieja les propuso, La retaguardia toda dio la buelta, Para la dulze patria que dexauan, Por la parte del Norte riguroso, Y para el Sur fue luego prosiguiendo, La banguardia contenta le da usana, Auiendose los vnos y los otros, Tiernamente abraçado y despedido, Y como aquella aguja memorable, Que por grande grandeza y marauilla, Oy permanece puesta y assentada, En la bella Ciudad santa de Roma, A la vista de quantos verla quieren, No de otra suerte assiste y permanece, El gran mojon que alli quedò plantado, En altura de veinte y siete grados, Con otro medio, y no vbo ningun hombre, De todo vuestro campo que atajado, Pasmado y sin sentido no parase, Considerando aquella misma historia, Y por sus mismos proprios ojos viendo, La grandeza del monstruo que alli estaua, Al qual no se acercauan los cauallos, Por mas que los hijares les rompian, Porque vnos se empinauan y arbolauan, Con notables bufidos y ronquidos, Y otros mas espantados resurtian, Por vno y otro lado rezelosos, De aquel inorme peso nunca visto, Hasta que cierto Religiosos vn dia, Celebrò el gran misterio sacrosanto, De aquella Redención del vniuerso, Tomando por Altar al mismo hierro, Y dende entonces vemos que se llegan, Sin ningun pauor, miedo, ni rezelo, A su estalage aquestos animales, Como a lugar que libertado ha sido, De qual que infernal furia desatada, Y como quien de vista es buen testigo, Digo que es vn metal tan puro y liso, Y tan limpio de orin como si fuera, Vna refina plata de Copella: Y lo que mas admira nuestro caso, Es que no vemos genero de veta, Horrumbre, quemazon ó alguna piedra, Con cuia fuerça muestre y nos paresca, Auerse el gran mojon alli criado, Porque no muestra mas señal de aquesto, Que el rastro que las prestas Aues dejan, Rompiendo por el aire sus caminos, O por el ancho mar los sueltos pezes, Quando las aguas claras van cruzando, Y aquesta misma historia que he contado, Sabemos gran señor que se pratica, En lo que nueua Mexico llamamos, Donde assi mismo fuimos informados, Ser todos forasteros y apuntando, De aquellos dos hermanos la salida, Al passar clan indicio se quedaron, Sus padres y mayores y señalan, Al lebantado norte donde dizen, Y afirman ser de alla su decendencia, Y dizen que contienen sus mojones, Gran suma de naciones diferentes, En lenguas, leies, ritos, y costumbres, Los vnos muy distintos de los otros, Entre los quales cuentan Mexicanos, Y Tarascos con gente de Guinea, Y no parando aqui tambien afirman, Auer como en Castilla gente blanca, Que todas son grandezas que nos fuerçan, A derribar por tierra las columnas, Del non Plus Vltra infame que lebantan, Gentes, mas para rueca y el estrado, Para tocas, vainicas, y labores, Que para gouernar la gruessa pica, Generoso baston, y honrrada espada, Y auer salido destas nueuas trierras, Los finos Mexicanos nos lo muestra, Aquella gran Ciudad desbaratada, Que en la nueua Galicia todos vemos, De gruessos edificios derribados, Donde los naturales de la tierra, Dizen que la plantaron y fundaron, Los nueuos Mexicanos que salieron, De aquesta nueua tierra que buscamos, Desde Cuios assientos y altos muros, Con todo lo que boja nueua España, Hasta dar en las mismas poblaciones, De lo que nueua Mexico dezimos, Quales van los solicitos rastreros, Que por no mas que el viento van sacando, La remontada, casa que se esconde, Assi la cuidadosa soldadesca, A mas andar sacaba y descubria, Desde los anchos limites que digo, Patentes rastros, huellas, y señales, Desta verdad que vamos inquiriendo, A causa de que en todo el despoblado, Siempre fuimos hallando fin buscarla, Mucha suma de loça, mala y buena, A vezes en montones recogida, Y otras toda esparcida y derramada, Que esto tuuieron siempre por grandeza, Los Reyes Mexicanos que dezimos, Porque la mas vagilla que tuuieron, Fue de barro cozido, y luego al punto, Que del primer seruicio se quitaua, Todo lo destroçauan y quebrauan, Y dentro de las mismas poblaciones, Todos los mas de vuestro campo vimos, Algunos edificios y pinturas, De antiguos Mexicanos bien sacadas, Y assi como por brujula descubre, El buen tahur la carta desseada, Assegurando el resto que ha metido, Assi con estas piritas y señales, Seguros assentamos todo el campo, En el gustoso aluergue descubierto, Tomando algun descanso que pudiesse, Esforçar y alentar alguna cosa, Los fatigados cuerpos quebrantados, Del peso de las armas trabajosas, Por manera señor que aqui sacamos, Que esta es la noble tierra que pisaron, Aquellos brabos viejos que salieron, De la gran nueua Mexico famosa, Por quien el peregrino Indiano dize, Que muy pocos la quieren ver ganada, Y con mucha razón nos desengaña, De verdad tan patente y conocida, Porque para ensanchar los altos muros, De nuestra santa Iglesia y lebantarlos, Son muchos los llamados, y muy pocos, Aquellos a quien vemos escogidos, Para cosa tan alta y lebantada, Mas dexemos aquesta causa en vanda, Que pide larga historia lo que encubre, Cerrando nuestro canto mal cantado, Con auer entonado todo aquello, Que de los mas antiguos naturales, A podido alcançarle y descubrirse, Acerca de la antigua decendencia, Venida, y población de Mexicanos, Que para mi yo tengo que salieron, De la gran China, todos los que habitan, Lo que llamamos indias, mas no importa, Que aquesto por agora aqui dexemos, Y porque vuestra gente Castellana, A quien parece corta la grandeza, De todo el vniuerfo que gozamos, Para pisarla toda, y descubrirla, Por si misma alcanço vna grande parte, De aqueste nueuo Mundo que inquirimos, Adelante diremos quales fueron, Y quienes pretendieron la jornada, Sin verla en punto puesta y acabada.
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CANTO SEPTIMO De algunos sucesos buenos, y malos, de la jornada, y de una cedula Real, y mandamiento del Virrey, que se intimò à don Iuan, para que hiciesse alto, y no prosiguiese la jornada Aquesta vida triste miserable, Solo vemos señor que se sustenta, De mezquinas y vanas esperanças, Cuia corta substancia apenas llega, A entrar por nuestras puertas quando luego, De subito se hunde y desuanece, Tan sin rastro de auer alli llegado, Qual si nunca jamas vbiera sido, Cuia verdad vissible bien nos muestra, Aquesta pobre historia que escreuimos, Donde vereys gran Rey que estando el campo, Alegre con la carta regalada, Que el Conde despachò con tanto gusto, Y sin esto animado y alentado, Con la mucha presteza y diligencia, Con que los estandartes despachaua, Al brauo Californio descuidado, Del Cantabro gallardo que nombraron, Por General del campo poderoso, Que para aquella entrada fue criando, De bella soldadesca y oficiales, En armas y quebrantos bien curtidos, Para lleuar trabajos tan pesados, Quanto jamas ningunos padecieron, Sulcando el brauo mar con gran tormenta, Y la tendida tierra con deshechas, Fortunas y miserias nunca vistas, Y assi por no poder ya ser sufridos, Entrando por sus tierras estos brauos, Viendo el heroico esfuerço que mostrauan, Poderoso señor en bien seruiros, Bomitados del mar, y de la tierra, Al fin boluieron estos esforçados, A vuestra nueua España donde muchos, Famosos Españoles que quisieron, Armar aquesta entrada, y lebantarla, Quedaron assolados y perdidos, Mas no cansados Rey de las fatigas, Miserias y trabajos ya passados, Cuia grandeza es lastima deshecha, Se quede para siempre sepultada, En materia tan llena y tan honrrosa, De hechos hazañosos rebocando, En campo tan vizarro y tan tendido, Quanto no fue possible mas tenderse, Pues dexando señor aquesto en vanda, Que pide muy gran pluma lo que encubre, Como el despacho bueno de vna cosa, Promete à la que viene buen sucesso, Y mas quando conuienen en los fines, Para que son las dos faborecidas, Viendo qual bien el Conde despachaua, Aquesta braua entrada que hemos dicho, Todos mas alentados y esforçados, Vn prospero sucesso conozido, De todas nuestras causas esperamos, Y assi el Gouernador solo aguardaua, No mas que à sus despachos confirmados, Y como aquel primero Padre à solas, No pudo ser Iglesia lebantada, Mas que principio della conocido, Porque ninguna cosa le faltase, Pidio le diessen Religiosos graues, De buena vida y fama, pues con ellos, Mas que con fuerça de armas pretendia, Seruiros gran señor en esta entrada, Y alibiaros la carga de los hombros, Que es fuerça sustenteis mientras el mundo, Nuestra ley sacrosanta no guardare, Estando todo vnido y congredado, Debajo de vn Pastor, y de vn rebaño, Por cuia justa causa fue nombrado, Por Comisario, y Delegado illustre, Con plena potestad de aquel monarca, Iuez vniuersal de todo el mundo, Fray Rodrigo Duran, varon prudente, Y en cosas de gouierno gran supuesto, Y por el tribunal del santo Oficio, Entrò con santo esfuerço trabajando, El buen fray Diego Marquez perseguido, De aquellos luteranos por quien vino, A ser primero mouedor, y el todo, De todo aqueste campo lebantado, Vino fray Baltasar, y fray Christoual, De Salazar, en letras eminente, Y con ellos vinieron otros Padres, De singular virtud y claro exemplo, Y como apenas llega el bien que viene, Quando cien mil disgustos nos fatigan, Resuelto va el Virrey en despacharnos, Vbo de reformar algunas cosas, Por parecerle justo se alterasen, Que estauan va tratadas y assentadas, En razon de franquezas y essenciones, A nuevos pobladores concedidas, Y como la estrecheza y escaseça, De libre libertad y nobles fueros, Es la que mas aflige, y mas lastima, A los hidalgos pechos que se meten, Por medio de las picas enemigas, De vuestra Real corona, y alli rinden, Las vidas, y las almas, por seruiros, Lleuaron con grandissimo disgusto, Todos los mas del campo trabajado, Esta reformacion que el Conde hizo, Diziendo en los corrillos, y en la plaça, Que lo vna vez tratado y assentado, No era ley ni justicia se alterase, Principalmente auiendo sido el pacto, Con ligitima parte celebrado, Por cuia causa todos sus haziendas, Auian ya deshecho y consumido, Por cumplir sus assientos ya assentados, Con su Rey natural, cuia palabra, Era fuerça sin quiebra se cumpliese, Y que imbiolablemente se guardase, Pues que en bajo lugar constituido, El hombre, o en el mas alto lebantado, Tener de Rey palabra y mantenerla, Era lo que illustraua y lebantaua, El claro resplandor de su persona, Y assi todos rebueltos y alterados, Maldiciendo la entrada se quejauan, Diziendo los auian engañado, Y echadolos por puertas ya perdidos, Y como por ley justa en la milicia, Las armas se suspenden quando tocan, A retirar, assi fue retirando, Don Iuan y su teniente à los soldados, Frenando sus disgustos de manera, Que todos sossegados concedieron, Con lo que el Conde hizo por dezirles, El pobre cauallero lastimado, Que con acuerdo santo y con justicia, Fue todo aquello hecho y ordenado, Y como en el inchado mar soberuio, Sobre vna gran resaca otra rebienta, Y en la tendida plaia se deshaze, En blanca espuma toda combertida, No de otra suerte vino rebentando, Con deshecha tormenta y terremoto, Vna gran sierra de agua lebantada, Imputando à don Iuan à grandes vozes, No menos que de aleue à la corona, Con que ceñis señor las altas sienes, Mas à penas llegò quando la vimos, Toda deshecha, llana, y quebrantada, En la inocente roca donde quiso, Quedar en blanca espuma combertida, Color de la inocencia que tenia, Aquel que pretendio manchar sin culpa, Y como siempre arrima algun consuelo, La magestad inmensa al afligido, Y mas si con esfuerço sufre y passa, El peso del trabajo que descarga, Assi vimos que vino gran consuelo, Por todo vuestro campo ya rendido, Con vn turbion de cosas que inuidia, Y fuerça de mentira à boca llena, Sin genero de rienda publicauan, Por solo deshazerlo y destruyrlo, Mas poco les valio, porque tras desto, Quiso vuestro Virrey hazer despacho, Y como su teniente despachase, A todo aqueste campo, y que hiziesse, Visita general de gente y armas, Y que tambien hiziesse cala y cata, De todos los pertrechos ofrecidos, De parte de don Iuan, y sus agentes, Y que si lleno todo lo hallasse, Que libremente luego permitiesse, Hiziesse su jornada y la acabasse, Y que Antonio Negrete secretario, Hiziesse aquel despacho por la pluma, Para todo lo qual mandò viniesse, Francisco de Esquibel por comisario, Con cuios oficiales quiso el Conde, Para mas animar aquesta entrada, Escreuir à don Iuan con gran regalo, Iuzgandole por pratico en las cosas, De aquella grande impressa que lleuaua, Suplicando con esto à Dios le diesse, Tan prospero sucesso, y buen viage, Qual siempre deffeaua que viniessen, Por las illustres prendas y las partes, Que su persona y deudos merecian, Y qual aquel que con señales claras, La fuerça de su intento nos descubre, Assi vuestro Virrey quiso aduertirle, Que mas por cumplimiento del oficio, Que por sospecha alguna que tuuiesse, Del pleno cumplimiento de su assiento, Mandaua que don Lope le tomase, Que todo lo ternia tan cumplido, Que assi para el don Iuan la diligencia, Vendria tan colmada, y tan honrrosa, Como para el descargo del oficio, Que de vuestro Virrey exercitaua, Y con esto tambien le fue diziendo, Otras muchas caricias regaladas, Con que contentos todos estimaron, Su prospera fortuna y buena andança Cuio fabor gallardo bien mostraron, Solenizando fiestas y torneos, Quinientos buenos hombres esforçados, Que para aquesta entrada se juntaron, Todos soldados viejos conocidos, Y entre baruaras armas señalados, Mas como siempre el tiempo faborable, Desaparece y queda surto en calma, Aquel que permanece siempre estable, Despues de todo aquesto que hemos dicho, Auiendo mucho tiempo ya passado, Llegò luego vn correo con gran priessa, Pidiendo albricias por el buen despacho, De las nueuas alegres que traia, De vuestro Visorrey, en que mandaua, Que luego todo el campo se aprestase, Y que la noble entrada prosiguiesse, Y como està mas cerca del engaño, Aquel que està mas fuera de sospecha, Assi fue, que el correo assegurado, Con gran contento entrò y dio su pliego, El qual se abrio en secreto, y con recato, Que ninguno supiesse ni entendiesse, Lo que el cerrado pliego alli traia, Y como no ay secreto tan oculto, Que al fin no se reuele y se nos muestre, El que en aqueste pliego se encerraua, Con inociencia à todos quiso darnos, Sin quitar vna letra ni añidirla, Quiero con atencion aqui escriuirla. El Rey Conde de Monte Rey, pariente, mi Virrey gouernador, y Capitan General, de la nueua España, o a la persona, o personas, a cuyo cargo fuese, el gouierno della: auiendo visto la carta que me escriuistes, en veynte de Diziembre, del año passado, en que tratays del assiento que el Virrey don Luys de Velasco, vuestro antecessor, auia tomado con don Iuan de Oñate, sobre el descubrimiento del nuevo Mexico, y las causas porque dezis os deteniades, en la resolución, aduirtiendo, que conuenia no aprouar el concierto, si aca se acudiesse a pedirlo, por parte del dicho don Iuan de Oñate, hasta que me boluiessedes a escreuir, y consultandoseme por los de mi Real Consejo de las Indias, con ocasion de auerse ofrecido don Pedro Ponçe de Leon, señor que disque es, de la villa de Bailen, à hazer el dicho descubrimiento, è determinado que se suspenda la execucion de lo capitulado, con el dicho don Iuan de Oñate. Y assi os mando no permitais que haga entrada, ni la prosiga, si la obiere començado, sino que se entretenga, hasta que yo prouea, y mande lo que me pareciere conuenir, de que se os auisara con breuedad. Fecha en Azeca, a ocho de Mayo, de mil quinientos y nouenta y seys años. Yo el Rey, por mandado del Rey nuestro señor, Iuan de Yuarra. Tras cuia cedula, para mas fuerça embio el mandamiento que se sigue: Mandamiento del Virrey Don Gaspar de Zuñiga, y Azeuedo, Conde de Monte Rey, señor de las casas y estado de Biedma, y Vlloa, Virrey, lugar teniente, y Capitan General de su Magestad, en esta nueua España, y Presidente de la Real Audiencia, y Chancilleria, que en ella reside. A vos don Lope de Vlloa, Capitan de mi guarda, a quien cometi la vista tocante a la muestra y aueriguacion del cumplimiento del assiento que con don Iuan de Oñate esta tomado, acerca la jornada del descubrimiento, pacificacion, y conuersion de las Prouincias del nueuo Mexico, con nombramiento de mi lugar teniente, para preuenir, ouiar, y castigar las desordenes, y excesos, que los soldados, y gente de la dicha jornada hiziere, en el transito è camino deste viage. Sabed que por cedula del Rey nuestro señor, a mi dirigida, dada en Azeca, a ocho de Mayo, deste año de mil y quinientos è nouenta y seys, se me manda y ordena, no permita, que el dicho don Iuan de Oñate, haga la entrada del dicho nueuo Mexico, ni la prosiga, si la vbiere començado, sino que se entretenga, hasta que su Magestad prouea y mande, lo que le pareciere conuenir: y que desto me embiarà auiso con breuedad, porque entre tanto su Magestad à determinado se suspenda, la execucion de lo capitulado, con el dicho don Iuan de Oñate: segun todo consta de la dicha Real cedula original, que con este mi mandamiento vos embio. Y porque conuiene que conste al dicho don Iuan de Oñate, lo que su Magestad manda, para que lo guarde y cumpla, os mandamos notifiqueis, y hagais notificar, al dicho don Iuan de Oñate, la dicha Real cedula original, y ansi mismo esta mi orden, y mandamiento, para que lo guarde y cumpla, como en el se contiene. Para lo qual, en nombre de su Magestad, y mio, como Virrey, lugar teniente suyo, y Capitan general, supremo, desta nueua España, y de las Prouincias y jornada, del nueuo Mexico: mando al dicho don Iuan de Oñate, que guardandola, y cumpliendola, luego que este mi mandamiento por vos le sea notificado, y hecho notificar, haga alto, y no passe de la parte y lugar, donde se le notificare, ni consienta passar la gente que tiene lebantada, ni los bastimentos, municiones, y bagajes, ni otra cosa alguna, ni prosiga la dicha jornada, antes la sobresea y entretenga, hasta ver nueua orden de su Magestad, y mia, en su Real nombre: y en defecto de no lo cumplir, en caso que passe adelante contra lo proueido en la dicha Real cedula, y por mi mandado, en este mi mandamiento, sino fuere algunas pocas leguas, y con expreso permiso vuestro, por escrito, para mejor entretener la dicha gente, desde luego en el dicho Real nombre, reboco y anulo, los titulos, patentes, y conductas, prouisiones, comisiones, y otros recaudos, que en nombre de su Magestad se han dado, al dicho don Iuan de Oñate, y a los Capitanes, y oficiales, que él nombrò, para la dicha jornada, y para el efeto della, para que en manera alguna no vsen, ni puedan vsar dellos, con apercibimiento, que lo contrario haziendo, no se le cumplira cosa, que en su fabor este otorgada, en el dicho assiento y capitulaciones, y se procedera contra sus personas y vienes, como contra transgressores, de las ordenes, è mandatos de su Rey, è señor natural, y como contra vassallos rebeldes y desleales, vsurpadores del derecho de los descubrimientos, entradas, y conquistas de Prouincias, a su Magestad pertenecientes, que para los processos que en razón desta inobidiencia, rebeldia, y delito tan graue, se ouieren de hazer, desde luego los llamo, cito, y emplaço, para que dentro de sesenta dias, de la notificacion deste mandamiento, parescan personalmente en esta Ciudad de Mexico, en las casas Reales della, donde es mi morada, ante mi persona, y las de los Iueces que para el conocimiento de las dichas causas, yo nombrare, donde pareciendo seran oydos, y se les hara justicia: y no pareciendo, en ausencia suya, y por su rebeldia se procedera, y se les notificaran los autos en estrados, y les pararan tanto perjuizio, como si en sus propias personas, se les notificasen. Lo qual mando como dicho es, no solo al dicho Iuan, sino a los Capitanes, soldados, oficiales, y gente que va a la dicha jornada, en qualquier manera, y a cada vno dellos, con los dichos apercibimientos y penas, citaciones, y señalamiento de estrados: y que este mi mandamiento si os pareciere, se notifique a los Capitanes, y oficiales del dicho campo, que estan prestos para la dicha jornada: y luego que os paresca, para que venga a noticia dellos, y de los demas soldados, y gente dicha, y hagais echar vando publico, para que se publique, declarando a todos los dichos oficiales, soldados, y gente que en qualquier manera van a la jornada, que so pena de la vida, y perdimiento de vienes, y de ser como dicho es, auidos por vassallos rebeldes, y desleales a su Magestad, no passen adelante su viage, y en razon dello, no sigan, ni ouedescan al dicho don Iuan. Y assi lo proueiò, è mandò, que este mi mandamiento vaya refrendado, de Iuan Martinez de Guillestigui, mi Secretario, y haga tanta fee, como si por gouernacion fuesse despachado: por quanto en virtud de la Real cedula particular, que yo tengo, para despachar, en los casos que me pareciere, con Secretarios mios: mando, por justos respectos, que el dicho mi Secretario lo refrende. Fecho en Mexico, a doze de Agosto, de mil quinientos è nouenta è seys años. El Conde de Monte Rey. Por mandado de su señoria, Iuan Martinez de Guillestigui. Con estas notificaciones, el Gouernador quedò suspenso: y porque yo lo estoy, quiero al siguiente canto remitirme.
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CANTO SEXTO Como se eligiò para esta jornada la persona de don Iuan de Oñate, y del fabor que para ello dio don Luys de Velasco, y de los estorbos que despues tuuo, para impedir sus buenos pensamientos: los quales tuuieron despues consuelo, por ser faborecidos del Conde de Monte Rey, Virrey de nueua España Llegado auemos gran señor al punto, Y engolfados en alta mar estamos, La tierra se ha perdido, y solo resta, El buen gouierno y cuenta de la naue, Y porque nada quede en el viaje, Que no se mida bien, ajuste y pese, Poned en lo mas alto bien tendida, La cuidadosa vista atenta y pare, En aquella pureza, y gran grandeza, De la diuina essencia soberana, Y alli echareis de ver patentemente, Las sendas descubiertas y caminos, Por donde su deidad alta encumbrada, Nos haze manifiestas y visibles, Las poderosas obras de sus manos, Y mas quando su grande alteza quiere, Que alguna dellas suba y se lebante, Con què facilidad alli notamos, Que los medios que pone simbolizan, Con los mismos principios y los fines, Que quiere que sus santas obras tengan, De aquesto gran señor bien claro exemplo, Tenemos entre manos, porque auiendo, Su grande Magestad por tantos siglos, Tenido aquestas tierras tan ocultas, Que à ninguno à querido Permitirle, Que sus secretos serios le descubra, Auiendose de abrir, notad el como, Y quienes son aquellos valerosos, Por cuyos medios viene à desatarse, Aqueste ñudo ciego que tenemos, Y estando bien atento y con cuidado, Aqui echareis de ver con euidencia, Que fuerça de los Reyes ya passados, Y de aquellos varones que hemos dicho, Que aquestas nueuas tierras descubrieron, Son los que agora bueluen al trabajo, Cuia verdad nos muestra su grandeza, Por los antiguos Reyes Mexicanos, Destos nuevos estados decendientes, En cuia hija de vnas tres Infantas, Que el postrero de todos ellos tuuo, Tuuo otra aquel Marques noble del Valle, Desta causa primero pretendiente, Y solo domador del nueuo mundo, Cuios beneros ricos poderosos, De poderosa plata descubiertos, Fueron por aquel Iuanes de Tolosa, A quien este Marques quiso por hierno, Dandole Por esposa regalada, A su querida hija y cara prenda, Estando en aquel Reyno de Galicia, Que conquistò con singular esfuerço, Y gouernò assimismo con prudencia, Aquel gran General noble famoso, Que Christoual de Oñate auemos dicho, Que fue su claro nombre, y también Tio, De Iuan, y de Vicente de Zaldibar, El vno General de Chichimecas, Y el otro Explorador de aquesta entrada, Y Padre de don Iuan que fue casado, Con viznieta del Rey, hija que he dicho, Del buen Marques, de cuio tronco nace, Don Christoual de Oñate decendiente, De todos estos Reyes, y no Reyes, Cuia persona sin tener cabales, Diez años bien cumplidos van saliendo, Assi como Anibal varon heroico, A serbiros señor en la conquista, De aquestos nueuos Reynos que escriuimos, En quien vereis al uiuo aqui cifrados, Todos los nobles Reyes que salieron, Destas nueuas Regiones, y plantaron, La gran ciudad de Mexico, y con ellos, Vereis tambien aquellos valerosos, Que à fuerça de valor y de trabajos, Estas remotas tierras pretendieron, Por cuia justa causa sin tardança, Assi como las aguas christalinas, Suelen sin detenerse ni tardarse, Yrse todas vertiendo y derramando, Llamadas de su curso Poderoso, Assi don Iuan sin aguardar mas Plazo, Llamado de la fuerça y voz de Marte, Y de la illustre sangre generosa, De todos sus maiores y passados, Y destos grandes Reyes que dezimos, Como el prudente Griego de las armas, Del valeroso Aquiles pretendia, Por deuida justicia que alegaua, Assi dio en Pretender aquesta impresa, Por el derecho grande que tenia, A serbiros en ella sin que alguno, Otro mejor derecho le mostrase, Y assi escribio el Virrey que se siruiese, Que pues aquesta impressa no se daua, Al Capitan Francisco de Vrdinola, Que à sola su Persona se fiase, Pues que della sabia y conozia, Tener aquellas prendas que bastauan, Para cosa tan graue, y tan Pesada, Como alli le pedia y suplicaua, Y como el buen señor no satisfaze, Al buen comedimiento que le ofrece, Aquel que à bien serbirle se adelanta, Si no es (à falta de obras) con palabras, Razones, y caricias, muy corteses, Assi el Virrey que bien le conocia, Luego le respondio como quisiera, Hazer lo que pedia y suplicaua, Mas que estauan las cosas de manera, Que no le era possible se entablasen, De fuerte cine que pudiesse bien mostrarle, La fuerça del buen pecho con que estaua, De darle en todo gusto, y buen despacho, Mas que el ternia siempre gran memoria, De aquella que à sus Padres se deuia, Y de la que à sus deudos y persona, Era tambien razon que se tuuiesse, Para todo lo qual ayudaria, El crecido desseo con que estaua, De mostrar con las obras la limpieza, Llaneza y voluntad de sus palabras, Pues auiendo don Iuan agradecido, Tan singular merced por muchas cartas, Como la gratitud continuo engendra, Mas voluntad y amor en los illustres, Altos y nobles pechos generosos, De quien largas mercedes esperamos, Fue el tiempo, yrebocable discurriendo, Y qual veloz correo fue llegando, A las cerradas puertas descuydadas, Y batiendo à gran priessa fue rompiendo, El secreto silencio y trujo luego, Oportuna sazon y coiuntura, En que el Virrey, resuelto sin estoruo, Tuuo por bien de darle y encargarle, Aquesta impressa en veinte y quatro dias, Del mes de Agosto, y año que contamos, Mil y quinientos y nouenta y cinco, Y porque aquesta entrada se hiziesse, Con la decencia y orden que pedia, Cosa tan importante, y tan pesada, Determinò escriuirle y animarle, En el intento y cansa començada, Y porque en cosas graues es muy justo, Si la ocasion lo pide, y lo requiere, Hazer vuestros Virreyes mas de aquello, Que vuestra larga mano les permite, Auisole assimismo con cuidado, Que aunque era cosa cierta no tenia, Mano para gastar vuestro tesoro, Ni para dispensar en cosa alguna, Mas de lo que la cedula dezia, En razon de aquellos que apetecen, A descubrir la tierra y conquistarla, Que estuuiesse certissimo haria, En todas ocasiones tanto efecto, Por solo darle gusto y agradarle, Quanto si de su hijo don Francisco, Todas fuessen y mucho le importasen, Y esto porque sabia y alcançaua, Los auian de merecer sus buenas obras, A las quales también aplicaria, Todas aquellas armas y pertrechos, De aquellos que se entraron contra vando, Para cuyo socorro le daria, La poluora y el plomo necessario, Y mas cuatro mil pesos con que luego, Pudiesse socorrer à los soldados, Pidiendole con esto diesse cuenta, De todo lo que assi quiso escreuirle, A Rodrigo del Rio cauallero, Del habito del gran patron de España, Y que junto con el lo confiriese, Con don Diego Fernandez de Velasco, Gouernador del Reyno de Vizcaia, A los quales mandò que diesse parte, Por las illustres prendas que alcançauan, Assi en cosas de paz como de guerra, Para que con pudencia le aduirtiesen, Cosas que por ventura no alcançase, Y porque tanto pierde y se desdora, La que es buena y cortes correspondencia, Quanto vemos que tiene de tardança, Don Iuan sin detenerse ni tardarse, Obedecio la carta, y esto hizo, Ante escriuano publico rindiendo, Su vida, su persona, y su hazienda, A vuestro Real seruicio sin que cosa, Quedase reseruada que no fuesse, En sola aquesta causa dispensada, Y luego embio poder à don Fernando, A don Christoual, y à Luys Nuñez Perez, Tambien à don Alonso sus hermanos, Todos varones ricos, y con esto, Gallardos cortesanos, y muy diestros, Para estas y otras cosas señaladas, Estos capitularon la jornada, Faborecidos siempre y amparados, De aquellos dos doctissimos varones, Santiago del Riego, y Maldonado, Columnas del Audiencia, y del derecho, Cibil, muy grandes y altos obseruantes, Tambien los fuertes hombros arrimaron, Con todas sus haziendas y personas, Christoual de Zaldibar, y Francisco, De Zaldibar, Lequetio, y don Antonio, De Figueroa, à quien tambien siguieron, Vicente de Zaldibar y Bañuelos, Ruidiaz de Mendoza, y con este, Don Iuan Cortes, del gran Cortes viznieto, Y don Iuan de Gueuara, à quien seguia, También Iuan de Zaldibar hijo illustre, De aquel varon famoso que primero, Entrò por estas tierras que buscamos, Al fin prendas los màs de aquestos Heroes, De Iuanes de Tolosa cuios braços, Fundaron con esfuerço y lebantaron, La famosa Ciudad de Zacatecas, Y aquel infigne Salas memorable, Primero Alcalde desta Ciudad rica, Rica digo señor, pues cien millones, Sabemos ya por cuenta se han quintado, Dentro de sus goteras no cansadas, De abrir sus ricas venas por seruiros, Y qual feroz Leon que la braueza, Rinde al que ve rendido sin soberuia, Assi don Iuan pidio que solo vn punto, Pidiesen de su parte, y no otra cosa, Y fue que se le diese mano abierta, Para poder hazer castigo entero, O para perdonar si conuiniese, Aquellos que se fueron contra vando, Porque seria possible auer tenido, Tan noble proceder que fuesse justo, Que à todos con las vidas los dexassen, Pues como sus agentes con acuerdo, Vbiessen esta entrada ya assentado, Sin perder tiempo el General prudente, Cuyo titulo graue acompañaua, El de Gouernador, y adelantado, Hizo Maese de Campo sin tardança, A don Iuan de Zaldibar, y à Iuan Guerra, Nombrò por su teniente, y luego puso, Sobre sus brauos hombros el gran peso, Gouierno y magestad de todo el campo, Y porque en todo vbiesse buen despacho, También quiso nombrar por su teniente, A don Christoual para todo aquello, Que fuesse necessario se hiziesse, En la illustre Corte Mexicana, Y al Capitan Vicente de Zaldibar, Por Sargento mayor nombrò, y por cabo, Y qual suelen las Aguilas Reales, Que à los tiernos polluelos de su nido, Largo trecho los sacan y remontan, Para que con esfuerço cobren fuerças, En el libiano buelo, y del se balgan, En prouechosa y diestra alteneria, Assi determinò don Iuan saliese, Su hijo don Christoual, niño tierno, Para que con el fuesse y se adestrase, Sirbiendoos gran señor en el oficio, De la importante guerra trabajosa, Siendo testigo fiel de sus palabras, Para que con las obras que alli viese, Le tuuiesse despues en bien serbiros, Por vnico dechado, y claro exemplo, Imitando en aquesto al diestro Vlixes, Quando del regalado y blando trato, Que tuuo entre las damas y donzellas, En el Real palacio el brauo Achiles, Que del quiso sacarle porque supo, Lo mucho que importaua à toda Grecia, Assi quiso que del regalo dulze, De su querida patria, y deudos caros, Saliese para impressa en si tan alta, Y como en grandes justas y torneos, Todo se enciende, alegra, y alborota, Triunfa, gasta, derrama, y se dispende, Assi muchos gustosos y contentos, Con toda priesa junto se aprestaron, Y no con mas presteza las auejas, Al sol en sus labores suelen verse, En la sazon que sacan sus enjambres, Por los floridos campos quando empieça, El nueuo Abril su fuerça, o quando hinchen, De aquel licor sabroso y regalado, Los bien compuestos vassos que ordenados, Estan para el efecto, y assi juntas, Las vnas à las otras se socorren, Qual vimos los soldados socorrerse, Los vnos à los otros, y aprestarse, Y heruerosos todos y alentados, Gastando sus haziendas se assentaron, A professar el vso y exercicio, Del gallardo estandarte que arbolaron, Echaron luego vandos y contentos, Por las calles mas publicas y plaças, Pregonaron aquellas libertades, Que concedeis señor à los que os siruen, En el oficio duro de las armas, Tocaronse clarines lebantados, Los pifanos y cajas con vizarro, Estrepitu y ruido de soldados, Brauos, dispuestos, nobles, y animosos, Y en prueuas de la guerra bien cursados, Pues estando ya todos preuenidos, Y con maduro acuerdo pertrechados, Rabiando por salir y despacharse, Como à los gustos siempre se les sigue, Vn millon de disgustos y tormentos, Llegò señor la flota, y como en ella, Mandò vuestro gran Padre y señor nuestro, Que don Luys de Velasco se partiese, Y que al Piru se fuesse, y que quedase, Gouernando el señor de Viloa y Bietma, Conde de Monte Rey à nueua España, Como la torpe inuidia siempre busca, Veredas y ocasiones donde pueda Bomitar su mortifera ponçoña, Con la sola esta mudança fue rompiendo, Y al nueuo Visorrey se fue acercando, Y qual el tentador que con cubierta, De grande santidad solo atendia, A salir con su causa, y con su hecho, Assi se fue llegando aquesta bestia, Haziendo relación de nuestra entrada, Y como toda estaua encomendada, Siendo de tanta alteza y excelencia, A quien era impossible la hiziesse, Y supole intimar tambien el caso, Que le dexò suspenso, y con cuydado, Y como el pecho noble tanto es facil, Quanto es mas reboçado el trato doble, Desseoso el Virrey de bien seruiros, A don Luys de Velasco escriuio luego, Vna carta Cortes, sobre este caso, Pidiendo que con pies de plomo fuesse, Y que esta nueua entrada dilatase, En el inter que à Mexico viniesse, Y con esto escriuio tambien a España, Con notable secreto y gran recato, A vuestro Real Consejo que si fuessen, De parte de don Iuan à que aprouasen, Aqueste assiento y causa ya tratada, Se suspendiese todo y dilatase Hasta que èl de otra cosa diesse auiso, Porque por no tener tomado el pulso, Ni tentado los vados desta tierra, De presente juzgaua conuenia, Que aquello se hiziese, y no otra cosa, Y como no nos basta tener limpia, El alma, y la conciencia, si con esto, Con toda diligencia no se quitan, Indicios y sospechas que lebantan, Escandalos y culpas en aquellos, Que libres desde afuera nos imputan, Assi qual Iulio Cesar que no quiso, Sufrir, tuuiesse culpa su consorte, Mas libre de sospecha quiso fuesse, Assi, el Virrey discreto tracendiendo, Como prudente, sabio, y recatado, Alguna gran calunnia por la carta, Que recibio del Conde, luego hizo, Qual pratico piloto recatado, Que las tendidas velas assegura, Antes que los assalte gran borrasca, Vna fuerte prouança tan bastante, Acerca de los Padres y los deudos, Persona, discrecion, prendas, y partes, Del don Iuan, que ninguno en nueua España, Pudo con mas justicia competirle, Aquesta noble impressa que le dieron, Pues en el inter que los dos Virreyes, Pudieron ventilar aqueste hecho, Qual fresca flor que luego se marchita, Sin el deuido riego que la enciende, Assi se fue secando y marchitando, Todo el luzido campo lebantado, Caiendo del buen nombre que tenia, Y como el vulgo es siempre tan amigo, De nouedad confussa y alboroto, Alborotados juntos en corrillos, Dezian y afirmauan sin verguença, Aquesto que la inuidia vil infame, A todos publicaua y les dezia, Dios no libre señor de aquesta sierpe, Cuia fiera braueza es cosa cierta, No tiene rayo el Cielo que assi rompa, Destruia, desbarate, ni destroçe, La fuerça de virtud qual es su lengua, Esta causò la muerte al que primero, Partio de aquesta vida trabajosa, Esta hizo que el hombre no tuuiesse, Segura su conciencia y se saluase, Esta poblò el infierno, y fue primera, En despoblar el Cielo, y tuuo aliento, Para atreuerse à Dios, mirad que tiro, Y à quantos derribò que ya los vimos, Sobre el impireo Cielo colocados, Viendo pues los soldados que arratrauan, Tan altos pensamientos por el suelo, Por solo deshazer aquesta entrada, Y que estauan ya todos tan gastados, Deshechas sus haziendas y negocios, En que estauan de assiento entretenidos, Afligidos los vnos y lo otros, Qual vemos à los flacos nauichuelos, De gran fuerça de vientos combatidos, Cortar apriesa rizas, y rendirse, A la inclemencia braua poderosa, Assi todos perdidos zozobrados, Estauan sin consuelo ya rendidos, Mas el Gouernador y su teniente, Como esforçados viendo la tormenta, Y deshecha borrasca que cargaua, Con tantos desatinos y juicios, Como la gente toda concebia, Diziendo que no auiendo de hazerse, Aquella entrada, que porque respecto, A todos los auian engañado, Otros à grandes bozes publicauan, Que assolados à todos los tenian, Sin poder lebantar jamas cabeça, Y como aquesto mucho lastimaua, Quales diestros bridones desembueltos, Que à fuerça de la espuela y duro freno, En manijos ligeros la braueça, Assi el Gouernador y su teniente, Cuias suabes lenguas parecian, Que las mismas auejas endulzauan, Segun que con Platon, y el fabio Omero, Es publico y notorio lo hizieron, Assi con mucha fuerça de razones, Dulzes palabras, y sentencias viuas, Los fueron gouernando y sossegando, Hasta que vino nueua que se auian, Visto los dos Virreyes en Oculma, En cuyo puesto fue informando luego, Don Luys de Velasco con auiso, De la buena eleccion que auia hecho, Y viendo manifiesto el desengaño, Qual suelen apagarse y deshazerse, Los lebantados Astros que bañados, Se ven del sol heridos quando viene, Rasgando la mañana alegre y clara, Assi el de Monte Rey quedò suspenso, Del todo satisfecho y agradado, Al qual don Iuan auia con prudencia, Escritole vna carta cortesana, Dandole el para bien de su venida, Y como la gran priesa que tenia, En el despacho desta nueua entrada, Cerraba los caminos que era justo, Estuuiesse auiertos y trillados, Para solo ofrecerse en su seruicio, Partiendo sin tardança y luego fuera, Sino dexara sin remedio aquello, Que con tan viua fuerça le pedia, Suplicole assimismo que si fuesse, Su persona de efecto para el caso, Que le tenian dado y encargado, Que sin su bendicion no permitiese, Que cosa se hiziesse, ni acabase, Con esto, y con la fuerça que pusieron, Aquellos dos Iuezes que hecmos dicho, Y todos, los agentes cuidadosos, Con notable contento luego el Conde, A don Iuan respondio con vn correo, Mostrandosele grato y obligado, Al parabien que dio de su venida, Y voluntad senzilla que mostraua, Tener à su persona y à sus cosas, Y que en lo tocaua à sus despachos, Auia ya mostrado sentimiento, De que no los tuuiesse despachados, Don Luys de Velasco pues podia, Como ministro de tan gran prudencia, Y también acertado en cosas graues, Por cuia justa causa le era fuerça, Aprouar todo aquello que estuuiesse, Tratado, y assentado, sin que cosa, En ninguna manera se alterase, Y assi determinaua, y le ordenaua, Que con la vendicion de Dios y suia, Saliesse sin estorbo, y se partiesse, Ofreciendo con veras de assistirle, Sin faltarle jamas en todo aquello, Que para proseguir tan justo intento, La experiencia y el tiempo le enseñasen, Y porque pueda yo dezir las cosas, Que à tan buenos principios sucedieron, Quiero con atencion buscar vereda, Por do mi tosca pluma por atajo, Pueda salir à luz de tal trabajo,
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CANTO TERCERO Como por si solos, los españoles tuuieron principio, para descubrir la nueua Mexico: y como entraron, y quienes fueron los que primero pretendieron, y pusieron por obra la jornada Blason gallardo, y alto, es el trabajo, De aquella ilustre fama memorable, Que en la triunfante Corte soberana, Y militante aluergue que viuimos, Sabemos que se anida, y se atesora, Mediante aquellos heroes valerosos, Que su inmortal vandera professaron, Cuia alta zima, y cumbre poderosa, Podeis notar señor incomparable, Que por escudo heroico y sublimado, Quiso aquel poderoso Dios eterno, Que por alterza grande y triunfo el hombre, que en Trinidad y essencia representa, Su beldad propria y alta semejança, Sacada de su mismo ser al viuo, Le guardase, y del mucho se estimase, Si todas las mas cosas desta vida, Seguras en buen puerto ver quisiesse, Y assi no se vera ningun trabajo, Si con heroico pecho es recebido, Que en èl el mismo Dios no resplandezca, Mostrandonos patente la belleza, De sus notables hechos y prohezas, Y esto quales resplandecientes soles, Alla en el quarto cielo lebantados, Con no pequeño assombro nos mostraron, Despues que en la Florida se perdieron, Por aquel largo tiempo prolongado, El grande negro Esteuan valeroso, Y Cabeça de Vaca memorable, Castillo, Maldonado, sin segundo, Y Andres Dorantes mas auentajado, Todos singularissimos varones, Pues en la tempestad mas fiera y braua, De todas sus miserias y trabajos, Por ellos quiso obrar la suma alteza, Vna suma gradiosa de milagros, Y como su Deidad con solo aliento, Infundio espiritu de vida al hombre, Y a otros sanò venditos de tu mano, Assi passando aquestos valerosos, Por entre aquestas barbaras naciones, No solo a sus enfermos los sanauan, Lisiados, paraliticos, y ciegos Mas dauan tambien vida a sus difuntos, Con solo vendicion y aliento santo, Que por sus santas bocas respirauan, Pitima viua, atriaca y medicina, Que solo en la botica milagrosa, Del poderoso Dios pudo hallarse, Por cuya virtud alta y soberana, Suspensos los Alarabes incultos, Assi como si fueran dioses todos, Vna vez por tributo y vassallage, Les consagraron, dieron, y ofrecieron, Passados de seyscientos coraçones, De muchos animales que mataron, Que no es pequeño pasmo y marauilla, Que gente bruta, barbara, grossera, De todo punto viesse y alcançase, Que con razon no mas que coraçones, Deuen sacrificarse y ofrecerse, A los que semejantes obras hazen, Porque no obstante que es porcion pequeña, Para satisfacer la debil hambre, De vn milano flaco acobardado, Nadie ignora el gran ser de su nobleza, Pues siendo en si tan corto y encogido, Sabemos que no cabe en todo el mundo, Y en el abreuiado que es el hombre, El es la primer vasa y fundamento, Que da calor de vida al artificio, De todo el edificio milagroso, Y es en si tan heroica su grandeza, Que como es fuerça passe y se registre, Por vna de las salas del juzgado, En cuio puesto assisten los sentidos, Lo que a la suma alteza y excelencia, Del bello entendimiento se propone, Assi no puede ser que llegue cosa, Que le hiera y de muerte le lastime, Sin que primero acabe y se destruia, El mundo breue, y toda su grandeza, Porque èl es el postrero que fenece, Y el que postrero pierde el mouimiento Y assi en el, como en hermoso templo, La magestad del alma se aposenta, De donde al poderoso Dios embia, Sus santas y deuotas oraciones, Sus obras, pensamientos, y alegria, Su verdadero amor, y su tristeza, Sus lagrimas, suspiros y gemidos, Y assi como abundante fuente villa, De donde manan cosas tan grandiosas, A solo Dios el coraçon se deue, Sacrificar en todas ocasiones, Y a todos los demas varones fuertes, Que sus venditos passos van siguiendo, Notando el sacrificio inestimable, Destos rusticos baruaros salbages, Que tantos coraçones ofrecieron, A estos quatro famosos que en sus tierras, Por tiempo de nueue años trabajados, Vn millon de miserias padecieron, Al cabo de los quales aportaron, A la Prouincia calida famosa, De Culiacan que en otros tiempos nobles, Muy nobles caualleros la poblaron, En cuyo puesto y siglo de oro illustre, Aquel humilde Prouincial celoso, De la orden del serafico Francisco, Que fray Marcos de Niça se llamaua, Auiendole bien dellos informado, Por auer descubierto cierta parte, Destas nueuas Regiones escondidas, Y como ya alcançaua de los Indios, La razon que atras queda referida, Que salieron que aqui los Mexicanos, Qual famoso Colon, que nueuo Mundo, Dio a vuestra Real corona de Castilla, Assi determinò luego de entrarse, Por cosa de dozientas leguas largas, Con solo vn compañero confiado, En aquel sumo bien que nos gouierna, Y por enfermedad que a el compañero Sobrebino, fue fuerça se quedase, Y èl se entro con diuino y alto esfuerço, Con cantidad de barbaron amigos, La tierra adentro, y como aquel que halla, Vn rico y preciosissimo tesoro, Cuya abundancia fuerça y le combida, Que buelua con presteza por socorro, Assi el gran Capitan de pobre gente, Con grande priessa roboluio diziendo, Notables excelencias de la tierra, Que auia visto, notado y descubierto, Y como no ay en todo el vniuerso, Cosa que mas parezca y represente, La magestad de Dios, como es el hombre, Como si fuera Dios emprende cosas, Que a solo Dios parece se referuan: Y assi podeis notar Rey poderoso, Que teniendo de aquesta nueua tierra, Copiosa relacion de aqueste santo, Y heroico Religoso de Franciscos, Aquel grande Cortes, Marques del Valle, Despues de auer sulcado la brabeza, Del ancho brauo mar, y echado a fondo, Las poderosas naues de su flota, Hecho de tanto esfuerço y ossadia, Tan qual nunca abraçò varon famoso, Lleuado del valor illustre y alto, De sola su persona no domada, Que ya por todo el Orbe no cabia, No porque no esta bien desengañado. Que solo siete pies de tierra sobran, Mas descubrir por cada pie pretende, Vn nueuo Mundo, y ciento si pudiesse, Para mejor subir el edificio, De nuestra santa Iglesia, y lebantarle, Por estas tierras barbaras perdidas, Pues poniendo la proa de su intento, Para largar al viento todo el trapo, Siguiendo desta impressa la demanda, Como amar, y Reynar jamas permiten, Ninguna competencia que les hagan, Sucedio lo que al muy famoso Cesar, Con el brabo Pompeio, sobre el mando, Que cada qual por fuerça apetecia, Porque le contradijo don Antonio, Primero Visorrey de nueua España, Diziendole que a el solo la jornada, Como a tal Visorrey le competia, Cortando el apretado y ciego ñudo, Que de amistad antigua y verdadera, El vno con el otro professauan, Mas Dios nos libre quando quiebra y rompe, Interes, y que puede atrabesarse, Porque al punto que quiere embrauecerse, No ay Rey, razon, ni ley, ni fuerça tanta, Que a su furor diabolico resista, Y assi dize muy bien el Mantuano, O sacra hambre, de riquezas vanas, Que desbenturas ay a que no fuerces, Los tristes coraçones de mortales, Y ponele este nombre sacrosanto, Grandioso, soberano, y lebantado, Porque ningun mortal jamàs se atreua, Emprenderla jamas contra justicia, Mas como nos aduierte la Escritura, Quien ferà aqueste, y alabarle hemos, Por auer hecho en vida marauillas, Pues porfiando los dos sobre esta causa, Como si fueran dioses poderosos, Cada qual pretendia y procuraua, Rendir a todo el mun si pudiese, Y vista aquella causa mal parada, Al punto procurò el Marques heroico, Por ser del mar del Sur Adelantado, Que por este derecho pretendia, Y alegaua ser suya la jornada, Y assi por no perderla, ni dexarla, Vino a tomar de España la derrota, Para tratar con la imperial persona, De vuestro bien auenturado Abuelo, Carlos Quinto de toda aquesta causa, Tuuo de los imperios mas notables, Reynos y señorios desta vida, La suprema y mas alta primacia, Siendo amado, acatado, y estimado, De todo lo que ciñe el vniuerso, Pues luego que dio fin a su carrera, Y recogio las velas destroçadas, De aquel largo viage trabajoso, Qual naue poderosa que da fondo, En desseado puerto, y al instante, La vemos yr a pique y sin remedio, Assi llegò la cruda y feroz muerte, Diziendo en altas vozes lebantadas, A ninguno perdonò y puso pazes, Quitandole de vista la jornada, Y con horrible imperio poderoso, Al punto le mandò se derrotase, Tomando sin escusa, y sin remedio, Aquel mortal y funebre camino, Tan trillado y seguido de los muertos, Quanto jamas handado de los viuos, Y mas de aquellos tristes miserables, Que vida prolongada se prometen, Y como muchas vezes acontece, Que con descuido suele deslizarse, Vn regalado vaso de las manos, Dexandonos muy tristes y suspensos, Y casi sin aliento boqui abiertos, De verle por el suelo destroçado, Assi causò grandissima tristeza. Assombro, pasmo, miedo y sobresalto, El ver aquel varon tendido en tierra, Resuelto todo en poluo y vil ceniza, Siendo el que auentajò tanto su espada, Que sugetò con ella al nueuo mundo, Mas quiè serà señor aquel tan fuerte, Que a la furiosa fuerça de la parca, Pueda su gran braueza resistirla, Si a Reyes, Papas, y altos potentados, Por funebres despojos y trofeos, Debajo de sus pies estan postrados, Mas que mucho si al hijo de Dios viuo, Sabemos todos le quitò la vida, Por cuya causa cada qual se apreste, Pues fin remedio es fuerça que se rinda, Y fin vital espiritu se postre, Debajo de su pala y fuerte azada, Con esto Don Antonia de Mendoza, Tomò y quedò por suyo todo el campo, Qual aquel que a su gran contrario dexa, En èl tendido palido y el alma, Del miserable cuerpo desassida, Y para descubrir mejor el blanco, Valiose del tercero dòn diuino, Que es quien mas bien nos lleua y encamina, Qual refulgente luz que nos alumbra, Con cuia claridad tornò consejo, Con aquel gran varon noble famoso, Que Christoual de Oñate se dezia, Persona de buen seso y gran gouierno, Y vno de los de mas valor y prendas, Que de capa y espada en nueua España, Y reynos del Piru auemos visto, Al qual pidio su parecer y voto, Acerca del soldado mas gallardo, Sufrido, astuto, fuerte, y mas discreto, Que le fuesse possible que escogiese, Para solo ocuparle y encargarle, Que por explorador de aquesta entrada, Con treinta buenos hombres se aprestase, Antes que todo el campo se partiese, Y como el buen fin tanto se adelanta, Quanto el principio es mas bien acertado, Qual vn agudo lince que trasciende, O Aguila Real que fin empacho, El mas brauo rigor del Sol penetra, Assi con gran presteza luego dixo, Poniendole delante la persona, De aquel Iuan de Zaldibar su sobrino, Soldado de verguença, y tan sufrido, Quanto para vna afrenta bien prouado, Al qual fin mas acuerdo le encargaron, Vna gallarda esquadra de Españoles, Que treinta brabas lanças gouernauan, Con estos se metio la tierra adentro, Por donde les corrio muy gran fortuna, Y tempestad deshecha de trabajos, Tan esforçados viuos y alentados, Que solo su valor pudo sufrirlos, Y en el inter el diestro Mendocino, Preuino como astuto gran socorro, Formando vn gruesso campo reforçado, De bella soldadesca tan vizarra, Quanto mas no pudieron esmerarse, Aquellos que llegaron y pusieron, El belico primor en su fineza, Pues viendo esta belleza lebantada, Con ellos se boluio el santo Niça, Prouincial de pobissimos Franciscos, Por solo que tuuiesse franca entrada, La voz de la Euangelica doctrina, Entre estos pobres barbaros perdidos, Y porque el cuerpo humano destroncado, Y puesto sin cabeça es impossible, Que pueda bien mandarse y gouernarse, Nombraron por gouierno deste campo, A vii grande cauallero que Francisco, Vazquez de Coronado se dezia, Persona de valor y grande esfuerço, Para cosas de punto y graue peso, Y porque reberencia le tuuiessen, Con titulo de General illustre, Quisieron illustrar a su persona, Y honrrandole el Virrey en quanto pudo, Para mas alentar aquesta entrada, En persona salio haziendo escolta, Hasta poner el campo en Compostela, De la Ciudad de Mexico apartada, Largas dozientas millas bien tendidas, Donde vino a salirles al encuentro, El Capitan Zaldibar quebrantado, Del aspero camino trabajoso, Que vino de explorarle y descubrirle, A fuerça de armas, hambre, y sed notable, Y otros muchos trabajos que no cuento, Que por inormes pàramos sufrieron, Y diziendo al Virrey que aquella tierra, Que auia visto, notado, y descubierto, No le parecia nada auentajada, Respecto de ser pobre y miserable, Y de rusticos barbaros poblada, Mas que no fuesse parte todo aquesto, Para que vn solo passo atras boluiesse, Porque donde se pierde la esperança, Alli los mas solicitos monteros, Suelen con mucho gusto y passatiempo, Lebantar sin pensar muy grande caza, Y como para el bien jamas le falta, Quien lo impugne, resista y contradiga, No faltò quien dixese y atizase, Ser pobrissima tierra, y que por serlo, Era terrible caso que aquel campo, En cosa tan perdida se ocupase, Al alma le llegò al Virrey la nueua, Mas como muy prudente y recatado, Considerando que de vn grande hierro, Suele salir vn grande acertamiento, Desimulose todo lo que pudo, Y assi como en el subito peligro, Se deue aconsejar con gran presteza, Aquel que viue del mas descuidado, Sin dilación mandò que se pusiese, Grandissimo silencio y se callase, Todo lo referido, sin que cosa, Quedase para nadie descubierta, Pues con esto era fuerça que el peligro, De deshazerse el campo se venciese, Cuia preuencion hizo, porque el gasto, Estatua ya perdido y consumido, Con cincuenta mil pesos de buen oro, Que Christoual de Oñate quiso darle, Prestandolos con pecho generoso, Por solo que esta entrada se hiziesse, Y que seria possible si se entrase, Segunda vez que fuesse de prouecho, Y corno siempre suele auentajarse, Al cansado montero la porfia, Porfiando mandò que luego al punto, El nueuo General diesse principio, A lebantar el campo, y que marchase, Y auiendose de todos despedido, Tomò el Virrey de Mexico la buelta, Y el Real fue tornando su derrota, Con grande furia y fuerça de trabajos, Los quales los lleuaron y aportaron, A los pueblos de Cibola llegados, A otros circunuezinos comarcanos, Donde el gran padre Niça y los Floridos, Y el capitan Zaldibar con su esquadra, Llegaron y boluieron con la nueua, En cuio puesto el general gustoso, De ver aquella tierra, mandò luego, Que grandes fiestas todos ordenasen, Y haziendose assi, salio en persona, En vii brabo cauallo poderoso, Y en vna escaramuça que tuuieron, Batiendo el duro suelo desembuelto, Desocupò la silla de manera, Que del terrible golpe atormentado, Quedò de todo punto fin juizio, Y assi como los miembros adolecen, Luego que en la cabeça sienten falta, Y cada qual dispara y no gouierna, Assi la soldadesca viendo estaua, La fuerça del gouierno zozobrada, Destroncada y enferma luego quiso, Teniendo tanta tierra en que estenderse, Parar con el trabajo y cercernarle, Y assi juntos a vna, y en vn cuerpo, Qual aquel que de hecho desespera, Assi dieron de mano a la esperança, Verdadero remedio de los fines, Que con grandes cuidados pretendemos, Y fin ver que mejor le vbiera sido, A todo aqueste campo disgustoso, No auer dado principio aquella impressa, Que boluer las espaldas vergonzosas, Auiendose vna vez metido dentro, De la dificil prueua y estacada, Con toda aquesta lastima furioso, Reboluio con grandissima presteza, Las presurosas plantas desembueltas, Y aunque muchos quisieron como buenos, Resistirlos a todos con razones, Y fuerça de palabras eficaces, Del santo Prouincial faborecidas, Y amparadas tambien por don Francisco, De Peralta grandissimo guerrero, Y del gallardo pecho del Zalbidar, Y de aquel cauallero insigne y raro, Don Pedro de Tobar Padre de aquella, Illustre, bella, y generosa dama, Tan cortes, como grande cortesana, Doña Ysabel en cuio ser se encierra, Vna virtud profunda lebantada, Al soberano amor en que se enciende, Valiendose del martir abrasado, En cuio templo vemos que se abrasa, Y como viua brasa se consume, En amoroso fuego del esposo, Que es vida de su vida y alma vella, Todas illustres prendas heredadas, De su esforçado padre valeroso, El qual con otros muchos caualleros, Instauan porque el campo no boluiese, Y como siempre el bulgo, y chusma torpe, No admiten lo que es fuera de su gusto, Sin hazer de ninguno cuenta alguna, Fue tanta su dureza y pertinacia, Que con muy grande perdida notable, Boluieron las espaldas al trabajo, Porque como no entraron tropezando, Con muchas barras de oro, y fina plata, Y como vieron que las claras fuentes, Arroyos y lagunas no vertian, Doradas sopas, tortas, y rellenos, Dieron todos en maldecid la tierra, Y a quien en semejantes ocassiones, Quiso que se metiesen y enrredasen, Y assi todos cuitados y llorosos, Como si fueran hembras se afligian, Cuia vageza digna de deshonrra, Con que estos sus personas infamaron, Lebantando las manos del trabajo, Que es fuerça que en la guerra se padezca, Serà bien se suspenda a nueuo canto, Si auemos de escreuir su triste llanto.