En esta escena el paisaje queda subordinado a las figuras de los caballos y sus jinetes. El pelaje de las monturas y las camisas de los jockeys muestran con evidencia la textura del pastel. Los rostros desaparecen buscando ahora Degas nuevos horizontes a través del color.
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Pocas escenas de Degas muestran, como ésta, la luz natural al representar a los jockeys y sus monturas al aire libre, resbalando esa luz por las brillantes camisas. Casi se podría hablar de Puntillismo cuando el espectador contempla esta imagen debido a la manera de emplear las pinceladas, a base de pequeños toques de color que se asemejan puntos. Precisamente el color es el gran protagonista de esta escena, recurriendo Degas a brillantes tonalidades como el verde, amarillo o azul, jugando con los colores complementarios propios del Impresionismo. Comparada con otras imágenes de carreras de caballos como En el hipódromo, se aprecia una diferencia tal que da la impresión de que ambas obras no son del mismo pintor. Sólo Carruaje en las carreras puede ser comparable. El artista utiliza una composición en diagonal, distribuyendo a los caballos en planos paralelos que se desarrollan en profundidad para dar sensación de perspectiva. A medida que avanzamos se difuminan los contornos, creando un sensacional efecto atmosférico. Resulta destacable el dibujismo, especialmente en los contornos de las figuras como si anticipara el cloisonismo de Gauguin al marcar las líneas con tonos más oscuros.
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El variado colorido de las chaquetillas de los jinetes llamará la atención a Degas como bien observamos en este pastel en el que la mayor parte de los caballos se introducen en profundidad mientras que otros avanzan hacia los espectadores. Los últimos rayos del sol iluminan las lomas del fondo, sacando tonalidades rosas y malvas muy habituales en la pintura impresionista. Las monturas se asientan sobre la hierba, obtenida con rápidas y diminutas pinceladas, aplicando en ocasiones el pastel en seco.
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En mayo de 1826 Friedrich, quien ha sufrido una grave enfermedad, realiza su último viaje a Pomerania, para restaurar su deteriorada salud. De este año sólo se constata un pequeño óleo. El resto de su trabajo se centra en unos estudios del natural, realizados junto al Báltico y la serie de sepias sobre las edades de la vida. Al comenzar 1827, el artista retoma su trabajo al óleo. En sus obras se nota ya, a consecuencia de la enfermedad y a medida que su carácter se torna amargado y enfermizo, una tendencia a los paisajes de contenido melancólico. Son numerosos, en este año, los paisajes de ambientación invernal. El centro de la obra está ocupado por una vieja cabaña cubierta por la nieve, rodeada de ramaje. Este 'memento mori', este recordatorio de la vanidad de las cosas, se expresa a través de las ramas secas de los sauces, de las hierbas secas, prefiguración de la muerte. Al tiempo, los brotes en el tronco seco aluden a la resurrección, a la primavera. Friedrich, como de costumbre opera en dos niveles diferentes: el simbólico, incorporado a los motivos aquí descritos con minuciosidad, y la dimensión puramente pasiva, retinal, por la que se desprende un disfrute estético inmediato de la obra. El cuadro fue adquirido por el príncipe Johann Georg de Sajonia en la exposición de la Academia de Dresde del mismo año.
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Gauguin decidió acompañar las reflexiones e impresiones que formaban "Noa Noa" - el libro escrito para dar a conocer la vida, la mitología tahitiana y el enigmático significado de sus obras - de imágenes tomadas en la Polinesia, para reflejar a la perfección ese mundo por el que sentía profunda admiración. Así surgen estas atractivas acuarelas - véase Jarrón de flores o Paisaje tahitiano - que sirven de base para los posteriores grabados, en las que destaca el colorido brillante que caracteriza la producción final del artista.
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Van Gogh considerará la luz nocturna fundamental para la pintura. Admirador de Rembrandt, las iluminaciones de la noche habían pasado al Barroco Holandés a través de la escuela veneciana donde Tiziano y Tintoretto las habían popularizado. Vincent continuará con esta tendencia y la perfeccionará, añadiendo luces artificiales tomadas gracias al contacto con Degas. En este paisaje podemos encontrar esa admiración ya en sus obras más tempranas al mostrarnos una de las típicas cabañas de Nuenen al anochecer, con una luz tenue que apenas resalta las tonalidades empleadas. El vestido azulado de la mujer contrasta con la oscuridad que la rodea, en un alarde cromático que parece anticipar su próxima etapa en París, contactando con los impresionistas.