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En este amplio territorio subsahariano de sabanas y estepas, que se extiende desde el sur del valle del Nilo a la costa atlántica, es donde van a ser más evidentes estos siglos de esplendor. Allí se desarrollaron los grandes Imperios de Ghana, Mali, Songhay y Kanem, cuya historia nos es mejor conocida gracias a la escritura árabe que acompaña al islamismo. Su vida está en contacto con el mundo mediterráneo a través de las tres grandes rutas transaharianas, que dieron lugar al florecimiento de estos grandes imperios. En la zona más occidental, el Imperio de Mali, convertido al islamismo en el siglo XI, se había ido extendiendo, desde el foco inicial en el alto Gambia, a costa del territorio del Imperio de Ghana, al que termina por hacer desaparecer en el siglo XIII, y había alcanzado su máximo esplendor en el XIV. A mediados de la centuria siguiente nos lo encontramos en franco retroceso frente al avance del Imperio de Songhay, prácticamente arrinconado en su lugar de origen en el siglo XVI y, desde 1645, reducido a la ciudad de Kangaba. En el momento de mayor expansión su territorio se extendía desde la costa atlántica hasta el recodo del Níger y mantenía relaciones políticas y comerciales con Egipto y el Magreb. Los contactos con el mundo árabe no fueron exclusivamente económicos ni religiosos, sino también culturales, y sabios, letrados, poetas y artistas del mundo mediterráneo descendieron hasta el mundo negro, dejando su huella en las realizaciones arquitectónicas y en la vida de la Corte. Si en un comienzo las tribus mandingas, o malinkes, carecían de unidad política, el contacto con el islamismo proporcionó un sistema de organización vertebrado alrededor de la figura del sultán, de cuya administración dependía directamente el núcleo central, dividido en demarcaciones provinciales, y éstas a su vez en cantones. A su alrededor existían unos territorios gobernados de forma autónoma por sus jefes tradicionales, y un entorno de reinos casi independientes pero que reconocían la soberanía del sultán. Este sistema dejaba a las regiones periféricas muy vulnerables, con lazos de dependencia respecto de la autoridad personal del sultán cada vez más débiles, lo que era evidente ya a fines del siglo XIV. En los momentos de dificultad originados por los avances de Songhay, Portugal entró en contacto con el Imperio de Mali, pudiendo aprovecharse de su debilidad para imponerle acuerdos comerciales ventajosos. El Imperio de Songhay heredó la brillantez perdida de Mali. El territorio inicial de los sonni se encuentra en el valle del Níger, alrededor de Gao, su capital. Convertidos al islamismo en el siglo XI, los sultanes sonni aprovecharon desde la segunda mitad del XIV la debilidad del Imperio de Mali para irle arrebatando espacio. En el último tercio del siglo XV, Alí Ber el Grande (1462-1492) se convirtió en el más importante conquistador del África negra, dominando desde Segou a Dahomey. En 1468 arrebató Tombuctú a los tuareg y en 1473 Djenné a Mali. El Imperio poseía una flota comercial y militar en el Níger, cuyas aguas se aprovechaban para irrigar buena parte de los campos de su entorno. Mal musulmán que nunca abandonó los cultos tradicionales animistas, Alí Ber, tanto por razones ideológicas como políticas, se enfrentó a la aristocracia musulmana que se le oponía y a los ulamas que lo criticaban, y persiguió a las tribus tuareg que se infiltraban de forma pacífica por su territorio, considerándolas un peligro para las tradiciones de los pueblos negros. Cuando Alí murió en 1492, su sucesor Baro fue expulsado por el general Mamadú Turé, que con el nombre de Askia Mohamed (1493-1528) fundó la dinastía Askia, que reinó hasta la conquista marroquí. Tras una peregrinación a La Meca, consiguió el título de califa de Sudán, y por tanto la legitimación musulmana de su nuevo poder. La política de expansión que siguió dio como resultado el dominio sobre toda el África sudanesa occidental, desde el lago Tchad hasta el río Senegal y desde el Sahara hasta la selva guineana. A pesar de las disputas surgidas a su muerte, la prosperidad se impuso en un territorio que comerciaba con el oro, el marfil, el índigo y las plumas de avestruz, que exportaba hacia el Mediterráneo a través del Sahara y hacia las factorías portuguesas de la costa atlántica. Comerciantes y hombres de letras fluían hacia Tombuctú. La cultura intelectual llegó a tales cotas que los libros constituían uno de los objetos más valorados. Sin embargo, como en todos los países musulmanes, la inexistencia de una línea dinástica clara provocó enfrentamientos entre los posibles herederos, debilitando el Imperio. La codicia que despertaban los ricos yacimientos de oro provocó en 1590 la expedición de los saadianos marroquíes contra Songhay, que perdió su independencia y pasó a ser gobernado por un pachá nombrado por el sultán de Marruecos. Desde 1612 éste renunció a nombrar al pachá, que pasó a ser elegido entre los mulatos resultantes de la unión de los indígenas con los renegados españoles enviados por los saadianos. Las luchas por el poder entre estos mulatos provocaron la ingobernabilidad del territorio, las altas contribuciones requeridas por Marruecos arruinaron al país, y todo ello originó el descontento de la población negra y el retroceso del islamismo. Sin embargo, el mundo cultural continuó teniendo un alto nivel y de ello nos dan cuenta las crónicas existentes para los siglos XVI y XVII. Existen en el Sudán central otros reinos que no alcanzaron la importancia de los Imperios reseñados, pero que contaron cada uno con su momento de prosperidad, dependiente siempre de la personalidad del rey que ocupara en ese momento el trono. Entre el Bajo Níger y el Tchad se encontraban las siete ciudades-Estado hausas: Kano, Daura, Gobir, Katsina, Zaria, Biram y Rano, alrededor de las cuales se constituirán otras ciudades hausas consideradas bastardas. Eran comunidades rurales, pero también con un importante papel comercial intermediario entre el África negra y la septentrional. Igualmente existía una importante artesanía textil y de artículos metálicos, por lo que su sociedad mantendrá cierta complejidad. Las luchas intestinas permanentes, sin embargo, les impidieron jugar un papel político más relevante. En el Sudán central y oriental, sólo el Kanem-Bornu, a orillas del Tchad, tuvo un imperio comparable a los de la zona occidental. La base de su economía era la venta de esclavos negros a Egipto y Trípoli, de tal manera que las diversas bandas de esclavistas eran quienes se disputaban el poder. A fines del siglo XV, con el rey Alí Ibn Dunama, el Conquistador (1472-1504), se inició una fase de esplendor, en la que el territorio se amplió a costa de los hausas y se organizó la administración en forma de monarquía feudal descentralizada. El sultán, divinizado, estaba asesorado por un Consejo de Estado compuesto por 12 príncipes, con competencia territorial o funcional, y por un Consejo privado para los asuntos corrientes. La justicia musulmana no tenía de hecho competencia más que en las ciudades, estando regidas las zonas rurales por las normas preislámicas. Un fuerte ejército, que llegó a tener 100.000 jinetes con caballos árabes conseguidos con la trata de esclavos, da idea de la potencia que llegó a alcanzar el Imperio de Kanem-Bornu, con numerosas fortalezas por todo el país, soldados profesionales o reclutados en las provincias vasallas y, sobre todo, armas de fuego. A fines del siglo XVI, bajo el rey Idris Alaoma (1571-1603), el Imperio conoció otro período de prosperidad, en el que la ampliación del territorio una vez más contribuyó al mejor control de las rutas comerciales, a un incremento del tráfico de esclavos y a una más elevada recaudación de impuestos. Idris Alaoma también llevó a cabo un amplio proselitismo islámico, construyó mezquitas y cuidó de la pureza de las costumbres. En los siglos siguientes, los Estados hausas reconquistaron parte de lo perdido y sustituyeron al Imperio en buena medida en los mercados del norte de África, aunque se mantuviera mal que bien hasta la colonización europea a fines del siglo XIX. Más al Este encontramos el Reino de Dar-Fur, unido al Alto Nilo por la ruta de caravanas de los cuarenta días, temida por su dureza. De lo poco que sabemos de esta región resalta su carácter de engarce entre el tráfico entre el este y el oeste del Sudán. En 1596, el árabe Suleimán Solón (1596-1637) ocupó el Dar-Fur, reemplazó a la dinastía Tunsan e islamizó a la población. Su hijo Musa acrecentó el territorio por el Norte de 1637 a 1682-, tarea que continuó Ahmed Bokor avasallando el Wadai, región islamizada a comienzos del siglo XVII. En la región más oriental del Sudán, los tres reinos cristianos de Nubia, en el Alto Nilo, Nobatia, Dongola y Aloa, sufrieron continuas incursiones árabes, aunque resistieron largo tiempo en la fuerte posición de la meseta etíope. Además, la protección del patriarca de Alejandría les permitió sobrevivir debido a los compromisos contraídos con él por los árabes. Sin embargo, los musulmanes se fueron extendiendo, y en 1504 la caída de Aloa ante los Fung de Sennar supuso la desaparición del último reino cristiano sudanés. El Reino de los Fung de Sennar se había formado por la unificación de diversas tribus del Nilo Azul por obra de una dinastía de origen árabe en el siglo XV. A comienzos del XVI, tras la mencionada conquista de Aloa, avanzaron por el Nilo, siendo capaces de resistir los ataques del exterior y las insurrecciones internas hasta el siglo XVIII.
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Las tierras africanas situadas al norte del desierto del Sahara formarán la llamada Africa blanca en donde se desarrollaron civilizaciones tan importantes como la del Egipto faraónico, o la del mundo púnico-cartaginés. El comienzo cronológico de la llamada Edad Media presentaba un panorama que se puede sintetiza en dos grandes áreas: Egipto y la parte más oriental, y la región más occidental o Magreb. Por un lado, Egipto, la Cirenaica y un trozo de la Tripolitania formarán parte del Imperio romano de Oriente, mientras que en la parte más occidental, el Magreb, quedará dominado parcialmente por los vándalos, que provenientes de la Peninsula Ibérica formarán, acaudillados por Genserico, un reino que durará desde fines del 430 hasta el 533. Desde su primera capital, Hipona, Genserico supo aglutinar a los mauros (mauri), conquistar Cartago e instalar en ella su capital definitiva. Un tratado con el emperador romano de Occidente, Valentiniano III, le permitió dominar toda el Africa proconsular, la Byzacena, y parte de Numidia y Tripolitania, para después de la muerte del citado emperador en 455 seguir expansionándose incorporando las dos Mauritanias y el resto de Numidia. El final del reino vándalo viene marcado por la usurpación del trono por Gelimer (530), hecho que sirvió de pretexto a Justiniano para enviar un ejército bizantino al mando de Belisario, que en una rápida campaña (533-534) lo conquistó. Desde entonces esta parte de Africa quedó incorporada a Bizancio como Exarcado de Africa con capital en Cartago. Procopio de Cesarea nos ha dejado una fuente histórica de innegable valor en su "Guerra vándala", en la que narra todos los pormenores de la campaña militar de conquista. Desaparecida la Monarquía vándala casi toda la franja litoral del Africa norsahariana quedó en poder bizantino, incluido el estratégico puerto de Septem (Ceuta). Hasta su conquista por los árabes no fue fácil para los bizantinos el dominio de estas tierras, ya fuere por levantamientos internos, ya por las amenazas exteriores, que en el caso de Egipto fueron los ataques de los persas sasánidas entre el 619 y el 627, o por las disputas internas en materia religiosa de los monofisitas en contra del patriarcado de Constantinopla; y en el área más occidental los continuos ataques de ciertas tribus bereberes sobre las ciudades bizantinas del Africa Menor, e incluso sobre una serie de fortificaciones y ciudades guarnecidas militarmente próximas a la costa. Fueron años de inseguridad que repercutieron en la economía de estos territorios sometidos a una dura presión fiscal, que en cierta manera produjo el descontento de buena parte de la población que vieron en los nuevos invasores, los árabes, una especie de libertadores. La conquista árabe del norte de Africa y la posterior islamización de gran parte de su población supuso arrebatar al Cristianismo unas tierras en las que habían surgido personajes tan importantes como san Agustín. En unos ochenta años el Islam se apoderó desde Alejandría hasta Agadir en la costa atlántica. En tiempos del segundo califa, Umar (634-644), se conquistó el Bajo Egipto y la Cirenaica, la capital bizantina de Egipto; Alejandría cayó en 642, mientras se fundaba una nueva ciudad, al-Fustat, la futura El Cairo. Con la dinastía Omeya entre 661 y 675 se conquistó la Tripolitania, y el África Menor que llamaron Ifriqyia, en donde fundaron la ciudad de Kairwan, como clara señal de su voluntad de quedarse en estos territorios. En tiempos del califa al-Walid (705-715) alcanzaron la orilla del Atlántico (707) y se inició la conquista de la Península ibérica. El Africa blanca musulmana mantuvo su unidad bajo los Omeyas, pero la subida al poder de la dinastía Abbasí en el 750 facilitó la aparición de diversos reinos independientes en todo el imperio, sobre todo en sus alas más extremas, debido a la inmensidad del territorio a gobernar y al traslado de la capital a la nueva ciudad de Bagdad. En 754, reinando al-Mansur, el gobernador de Kairwan se independizó políticamente del poder central de Bagdad y cuando el califa Harumar-Rasid envió un ejército para someterlo en el 300, el jefe de éste, el general Ibrahim ibn-Aglab, también se independizó, fundando la dinastía de los Aglabíes en Ifriqyia, que duró poco más de cien años (800-909) y que conquistó la parte más occidental de Sicilia. El final de los aglabíes se debió a la toma del poder en el 909 por parte de los fatimíes o seguidores de Ubayd Allah, que se decía descendiente de la hija de Mahoma, Fátima. Ubayd ADah (909-934) fundó su capital en al-Mahdiya en la costa de la actual Túnez, cerca de Kairwam. El expansionismo fatimí les llevó a dominar Sicilia y a extender su poder por el norte de África desde Tánger (947) hasta Egipto, que conquistaron en 969, instalando su nueva capital desde el 973 en El Cairo, ciudad nueva situada junto a la antigua al-Fustat. Egipto antes ya se había separado del dominio directo abbasí con la dinastía de los Tuluníes, fundada por Ahmad ibn Tulún (868-895), de origen turco-persa, que levantó en El Cairo la bella gran mezquita de su nombre, y después con la dinastía turca de los Ijsidíes (935-969).
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El máximo esplendor fatimí corresponde a este último periodo en que Egipto es su centro de gravedad, hasta que en 1171 la fastuosa vida de la corte fatimí se vio interrumpida por uno de sus jefes militares turcos, el visir Salah ad-Din ibn Ayyub (Saladino), que tuvo los suficientes apoyos para fundar una nueva dinastía, la Ayyubí (1171-1250), y destronar al último califa fatimí. Al pasar los fatimíes el centro de gravedad de su poder político de Túnez a Egipto, se produjo un vacío en el área de Ifriqyia que fue aprovechado por los gobernadores del Magreb para crear dos dinastías independientes del poder fatimí, una la de los Ziríes, instalada en Túnez, y otra la de los Hammadíes, con soberanía en la parte más oriental de la actual Argelia. Mientras tanto, en Egipto el nuevo sultán ayyubí Saladino (1171-1193) se convirtió en el mítico gran luchador del Islam del siglo XII tomando a los cruzados Jerusalén. El Cairo, con Saladino, se convirtió en una de las ciudades más importantes del Islam, a la vez que sus sucesores tuvieron que hacer frente a las últimas cruzadas en especial a la de san Luis de Francia, que fue hecho prisionero en Damieta en 1249 por el último sultán ayyubí al-Salih (1240-1249), el cual también había recuperado en 1240 Jerusalén, que por un pacto de su antecesor había pasado en 1229 a los cruzados de Federico II. El golpe de gracia a los ayyubíes se lo proporcionó el jefe de la guardia, formada por esclavos turcos (mamelucos), Aybak, en 1250, que se proclamo sultán e inició el periodo mameluco que duró hasta 1517. Dos dinastías mamelucas se sucedieron en este tiempo, la de los Bahri (1250-1382), y la de los Burjí (1382-1517). La primera de ellas fue la más importante, ya que con el sultán Baybars (1280-1277) ejerció una especie de protectorado sobre los califas de Bagdad, a los que trasladó a El Cairo, y derroto en 1260 a los mongoles, a la vez que conquistaba Nubia, al norte del Sudán. El régimen mameluco llevó a Egipto a días de gloria en el campo militar, de las artes y de las letras, siendo grandes constructores de suntuosas obras públicas, si bien su régimen politizo monopolizado por los jefes militares tenía una estructura de poder un tanto feudal. En el límite sur del Sahara, junto al río Senegal, el jefe religioso Abd Allah ibn Yasm, instalado en un ribat o monasterio fortificado, fundó a mediados del siglo XI la dinastía de los "Murabis" o almorávides, una especie de organización religiosa de monjes guerreros entre los beréberes tuareg acaudillada por el misticismo religioso de su fundador. Rápidamente extendieron sus dominios por el área norsahariana, conquistando Marruecos entre 1054 y 1084, gracias a su nuevo caudillo Yusuf ibn Tasufin, que fundó en 1070 la ciudad de Marrakech a la que convertió en capital del imperio almorávide. La conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI hizo que el rey taifa de Sevilla, al-Mutamid, les invitase a instalarse en al-Andalus para frenar el avance cristiano. Después de las victorias de Zalaca y Uclés los almorávides lograron someter a todos los reinos de taifas, menos el de Zaragoza, pero su austeridad inicial se desvaneció en la Península sucumbiendo como organización política en 1145. Paralelamente a que los almorávides se relajaban en al-Andalus, en Marruecos otro jefe beréber, Muhammad ibn Tumart, predicó una nueva vuelta a la austeridad en 1124 fundando la secta de los almohades, que sustituyó tanto en el plano poético como religioso a los almorávides. El sultán Abd al-Mumin (1130-1163) fue el auténtico creador del imperio almohade que se extendió desde la costa atlántica hasta Trípoli, que conquistó en 1160. Marruecos, Túnez, Argelia y parte de Libia quedaban sometidas al poderío almohade que lindaba con el imperio fatimí de Egipto. El máximo esplendor almohade se alcanza con Abú Yusuf Yaqub, más conocido como al-Mansur (1184-1199), que instaló su capital en Sevilla y se convirtió en el señor de ambas partes del estrecho de Gibraltar. La caída del poderío almohade se inició con la derrota de las Navas de Tolosa (1212) frente a una coalición de soberanos cristianos hispánicos. La pérdida de al-Andalus concentró de nuevo el poderío almohade en Marruecos todavía durante unos cincuenta años más, hasta que por su propia descomposición interna surgieron del mismo varios pequeños reinos independientes.
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La historia de las antiguas provincias romanas del norte de África bajo el siglo de dominación vándala fue la del progresivo debilitamiento militar del ejército vándalo, la de la incapacidad de sus reyes y aristocracia cortesana para encontrar un modus vivendi aceptable con los grupos dirigentes romanos, de fundamental radicación urbana y bien representados por el episcopado católico, y la de la paulatina vida aparte de amplios territorios del interior, más periféricos y montañeses, donde fueron consolidándose embriones de Estados bajo el liderazgo de jefes tribales bereberes más o menos romanizados y cristianizados. En este marco la Monarquía militar vándala de Genserico y sus sucesores bastante habría tenido con sobrevivir. Para ello utilizaría una política fundamentalmente defensiva y de amedrentamiento contra todos sus más inmediatos enemigos, la propia nobleza bárbara y la aristocracia provincial romana. Al mismo tiempo trataría de establecer coyunturales alianzas con cuantos enemigos de unos y otros pudiera encontrar, fundamentalmente el reprimido clero donatista, con fuerte implantación en las zonas más rurales y bereberes, y cuya extracción social era más bien humilde. En definitiva, una labor de desatención social y descabezamiento político que a la fuerza habría de afectar a las mismas estructuras administrativas heredadas del Imperio, lo que ocasionaría su definitiva ruina. La causa profunda de dicha ruina no sería otra que la misma base del poder de los reyes vándalos, el ejército, y las exigencias del mismo. El ejército vándalo estaba compuesto en lo fundamental por miembros de sus séquitos, en especial del de semilibres, y de los de la nobleza palaciega. Para sostener a este ejército los reyes vándalos contaron con dos medios. Uno fue la entrega beneficial de las rentas fiscales y dominicales de una de las zonas más fértiles de la antigua Proconsular, las llamadas "sortes vandalorum". El otro continuaba con las tradicionales entregas imperiales de bienes y salarios, para lo que era necesario mantener en pie la maquinaria fiscal romana en el más amplio territorio posible. Esta última ofrecía otra importantísima palanca de poder a los monarcas vándalos: la continuidad de unas exportaciones estatales de cereal y aceite, y de productos manufacturados asociados a los mismos, que además de su valor añadido eran un medio de presión estratégica sobre el gobierno imperial romano. Para ello contaban con el gran puerto de Cartago y con la flota annonaria imperial en él apresada. Sobre la base de esta última Genserico logró apoderarse de bases marítimas de gran valor estratégico para controlar el comercio marítimo del Mediterráneo occidental: las Islas Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia. Sin embargo, la desestructuración sociopolítica y administrativa que la Monarquía vándala produjo tenía a la fuerza que socavar las bases materiales de este edificio militar. Bajo este punto de vista se puede decir que el reinado de Genserico (428-477), el auténtico fundador del Reino vándalo, puso las bases del apogeo del mismo, pero también las de su futura decadencia. El cenit de su reinado y del poderío vándalo en África y el Mediterráneo lo constituyó la paz perpetua conseguida con Constantinopla en el verano del 474, en virtud de la cual se reconocían su soberanía sobre las provincias norteafricanas, las Baleares, Sicilia, Córcega y Cerdeña. Por su parte los inicios del proceso de entropía sociopolítica en el Reino vándalo se habrían manifestado desde muy pronto. Desde los primeros momentos de la invasión (429-430) Genserico golpeó a la importante nobleza senatorial y aristocracia urbana norteafricanas, así como a sus máximos representantes en estos momentos, el episcopado católico, procediendo a numerosas confiscaciones de propiedades; entregando algunos de los bienes eclesiásticos a la rival Iglesia donatista y a la nueva arriana oficial. Sin embargo, en modo alguno pudo destruir las bases sociales de la Iglesia católica, que se convirtió así en un núcleo de permanente oposición política e ideológica al poder vándalo. Respecto de su propio pueblo, Genserico en el 442 realizó una sangrienta purga en las filas de la nobleza vándalo-alana, pretextando una conjura anterior. Como consecuencia de ello dicha nobleza prácticamente dejó de existir, destruyéndose así el fortalecimiento de la misma consecuencia del asentamiento y reparto de tierras. En su lugar Genserico trató de poner en pie una nobleza de servicio adicta a su persona y a su familia. Unida por un juramentó de fidelidad al monarca los miembros de dicha nobleza cumplían funciones militares y administrativas, siendo reclutados no sólo entre vándalos sino también entre afrorromanos. Elemento importante de dicha nobleza de servicio sería el clero arriano, favorecido con importantes donaciones, y reclutado entre bárbaros y romanos. Con el fin de eliminar posibles disensiones en el seno de su familia y linaje por cuestión de la sucesión real, suprimiendo así también cualquier papel de la nobleza en la misma, Genserico creó un extraño sistema de sucesión, tal vez a imitación del que pudiera existir en los principados bereberes, denominado seniorato o "Tanistry", en virtud del cual la realeza se transmitía primero entre hermanos por orden de edad y sólo después del fallecimiento del último de éstos se pasaba a una segunda generación. Los reinados de los sucesores de Genserico no hicieron más que acentuar las contradicciones internas de la Monarquía, en medio de un debilitamiento constante del poder central y su falta de sustitución por otra alternativa. El reinado de su hijo y sucesor Hunerico (477-484) supuso un paso más en el intento de fortalecer el poder real destruyendo toda jerarquía sociopolítica alternativa. Su intento de establecer un sistema de sucesión patrilineal chocó con la oposición de buena parte de la nobleza de servicio y de su propia familia, con el resultado de sangrientas purgas. El que dicha oposición buscara apoyo en la iglesia católica supuso que Hunerico en el 483 iniciase una activa política de represión y persecución de la misma, que culminó en la reunión en febrero del 484 de una conferencia de obispos arrianos y católicos en Cartago en la que el rey ordenó la conversión forzosa al arrianismo. Sin embargo, Hunerico no lograría acabar con la Iglesia Católica, aunque si desarticular socialmente algunos territorios clave de la Proconsular y Byzacena. La muerte de Hunerico en medio de una gran hambruna testimonió el comienzo de una crisis en el sistema fiscal del Reino vándalo, que habría de serle fatal. Guntamundo (484-525) inútilmente trataría de buscar buenas relaciones con la antes perseguida Iglesia católica, en busca de su apoyo para impedir la extensión del poder de los principados bereberes, y como legitimación del Reino vándalo frente a un imperio constantinopolitano que con la política religiosa del emperador Zenón había roto con el Catolicismo occidental. Por contra, el reinado de su hermano y sucesor Trasamundo (496-523) sería una síntesis de los dos precedentes, claro síntoma del fracaso de ambos y de la falta de política y apoyos en que se estaba sumiendo la Monarquía, buscando desesperadamente crear un clero arriano adicto a base de la concesión de tierras y beneficios. A falta de apoyos internos, Trasamundo buscaría sobre todo alianzas externas con Bizancio y el poderoso Teodorico, matrimoniando con la hermana de éste, Amalafrida . La crisis política del final del reinado del ostrogodo incitó a su sucesor y sobrino Hilderico (520-530) a buscar a toda costa el apoyo del emperador Justiniano, para lo que intentó hacer las paces con la Iglesia católica africana, a la que restituyó sus posesiones. Política ésta que no dejó de crear descontentos entre la nobleza de servicio. Aprovechando una derrota militar frente a grupos bereberes esta oposición logró destronarle, asesinarle y nombrar en su lugar a uno de los suyos, Gelimer (530-534). Sin embargo, un intento de crear una segunda Monarquía vándala carecía de futuro. Falto de apoyos y debilitado militarmente, el Reino vándalo sucumbía ante la pequeña fuerza expedicionaria bizantina, de sólo 15.000 hombres, comandada por Belisario.
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El norte de Africa contiene una serie de tecnocomplejos al final del Paleolítico que se caracterizan, como en la vecina Europa, por industrias microlíticas con forma geométrica, que permiten establecer una serie de subdivisiones. Realmente esta serie de industrias no derivan claramente de industrias del Paleolítico Superior, ya que entre el utillaje Ateriense y el Iberomauritánico existe una laguna, correspondiente al Paleolítico Superior, que no permite establecer una serie continuada. Asimismo, el considerar estas industrias como alóctonas, traídas por el Homo sapiens sapiens desde el Próximo Oriente, no se ha podido verificar por el momento. En el Magreb y el norte del Sahara nos encontramos con dos tecnocomplejos más delimitados: el Iberomauritánico y el Capsiense. El Iberomauritánico es la industria más antigua del norte del Magreb, y su cronología está bien establecida. En Taforalt encontramos la datación más antigua en el nivel VI hacia el 10.100 a.C., la datación más reciente (nivel II): 8850+/-400 a.C. En Haua Fteah, en Cirenaica, una industria emparentada con el Iberomauritánico se escalona entre el 10.800 y el 8650 a.C. Datos más recientes han demostrado una mayor antigüedad, como el caso del yacimiento de Tamat Hat que se remonta al 18.650 a.C., el nivel más antiguo, alcanzando el más reciente el 10.500 a.C., por lo cual, el inicio de estas industrias es mucho más antiguo de lo que se sospechaba. Sin embargo, en las regiones más meridionales el Iberomauritánico llega más tarde y se mantiene hasta el 7000 a.C. Los hombres del Iberomauritánico forman verdaderas necrópolis con numerosos restos humanos del denominado tipo de Mechta el Arbi. En Taforalt, por ejemplo, la necrópolis contenía 160 individuos, de los que 45 eran niños muertos al nacer o de edades anteriores al año. El tipo Mechta el Arbi presenta individuos robustos, a lo que se une una práctica cultural por la que se ablacionan por lo general los incisivos medianos. Esta práctica continuará hasta el final del Neolítico. La industria microlaminar que efectúan la realizan sobre sílex para las hojitas, sin embargo, utilizan otras materias primas cuando necesitan piezas de mayor tamaño, como las calizas, cuarzo o rocas eruptivas. Las hojitas de dorso abatido predominan claramente, siendo siempre superiores al 45 por 100 de la industria y alcanzando a veces el 85 por 100. El resto de la industria se compone fundamentalmente de piezas de muesca, denticulados y pequeños raspadores. Entre los restos de talla son muy característicos los microburiles, ya que esta técnica se aplicó para la fabricación de otros objetos, especialmente las hojitas de dorso abatido. La punta que resta después de aplicar esta técnica, aguda y robusta, que subsiste después de ablacionar el microburil, recibe el nombre de puntas de la Mouillha. Existe una industria ósea muy simple y mucho más pobre que la lítica, distribuyéndose entre seis tipos de útiles cortantes, tres tipos de útiles romos y 14 tipos de útiles perforantes. El adorno era frecuente entre los individuos del Iberomauritánico, adornándose el cuerpo con ocres, especialmente el rojo, ya que subsiste esta coloración en los esqueletos y abundantes restos de colorantes en los yacimientos. A ello se suma la importancia de los colgantes de conchas, generalmente de dentalium o valvas de lamelibranquios perforados naturalmente. El Iberomauritánico ocupa el norte tunecino hasta el occidente de Marruecos y el Atlas telliense, con un clima de lluvias más abundantes que en la actualidad. Está muy bien representado en el este de Marruecos y la región de Orán, penetrando hacia el interior. En la actualidad se distinguen tres fases evolutivas. La fase arcaica anterior al 10.000 a.C. presenta hojitas de dorso con índices inferiores al 75 por 100, microburiles numerosos (15 al 20 por 100) y puntas de la Mouillah aunque no abundantes. La fase clásica, la mejor representada, con hojitas de dorso (75 al 90 por 100), puntas de la Mouillah, puntas de Ouchtata (15 por 100) y segmentos, se calibra entre el 10.000 y el 9000 a.C. La fase evolucionada es la más interesante, ya que representa el enlace con el Neolítico, pero es también la peor conocida, observándose mezclada con el Neolítico en la zona litoral y alcanzando las regiones predesérticas. Se caracteriza por una disminución de las hojitas de dorso (60 ó 40 por 100), escasos microburiles (3 por 100), aumento del índice de segmentos (5 por 100), triángulos y, a veces, trapecios. Las dataciones la sitúan entre el 7000 y el 5500 a.C. Es muy difícil poder asignar esta evolución a fases climáticas, ya que los análisis de fauna y vegetales impiden conocer otros datos fuera de los expuestos. El Capsiense delimitado en dos facies fundamentales Capsiense típico y Capsiense superior, a pesar de tener cronologías similares a partir de las dataciones radiométricas que aseguran una contemporaneidad entre ambos complejos y cuyos géneros de vida no parecen diferenciarse. El Capsiense típico no supera los 7900 a.C., caracterizándose por una industria de tamaño voluminoso, mientras que el Capsiense superior, de industria más laminar y más riqueza de microlitos geométricos y con numerosas facies, tiene una duración de más de dos mil quinientos años (7000 al 4500 a.C.). El hombre capsiense es un protomediterráneo que se asemeja físicamente a los bereberes actuales, más que al hombre de Mechta el Arbi, autor del Iberomauritánico. Se conoce bastante bien por los restos encontrados en los concheros, especialmente del conchero de Medjez II. Se observa un comportamiento distinto, ya que no aparece la ablación de los incisivos superiores. Una de las características es la peculiaridad de sus yacimientos, que forman auténticos tells de varios metros de espesor, a partir de amontonamiento de cenizas, conchas de caracoles y piedras quemadas, en zonas preferentemente estépicas al borde de lagunas, en donde además enterraban a sus muertos. El Capsiense típico se caracteriza por una industria lítica sobre hojas y lascas y en el que predomina el retoque abrupto. Esta técnica de retoque se extiende a las hojitas e incluso a otros úti1es, como raspadores (voluminosos y robustos), numerosos buriles (que constituye el elemento predominante, superando siempre el 27 por 100) y algunos perforadores. Las hojas de dorso abatido, incluso fragmentadas, conocen multitud de transformaciones. Los microlitos geométricos no suelen ser un elemento importante, siendo los más dominantes entre ellos los triángulos escalenos y trapecios muy irregulares. La industria ósea es muy pobre, limitándose a punzones, leznas y alisadores. La distribución del Capsiense típico es limitada, alcanzando una superficie de 12.000 kilómetros cuadrados. El Capsiense Superior se caracteriza por un conjunto de útiles cuya estructura varía con respecto al anterior. Los buriles nunca son numerosos, las hojitas de dorso dominan en algunas facies, pero en todos los niveles más recientes las hojitas y lascas denticuladas dominan, mientras que el índice de microlitos geométricos presenta variaciones de un yacimiento a otro o de una fase a otra, siempre es más elevado que el Capsiense típico. El Capsiense Superior presenta una diversidad de facies específicas que han sido denominadas independientemente, a lo largo de una evolución de casi tres mil años. Entre estas facies destacan algunas como el Tebesiense o el Tiaretiense. En el Capsiense no se han determinado estructuras, si bien se detectan, como decíamos antes, hogares delimitados por piedras en los amontonamientos de caracoles. En estos concheros es donde se han practicado las inhumaciones, si bien no tienen una estructura determinada. Un rasgo característico del Capsiense es la presencia de arte mueble compuesto por plaquetas con grabados geométricos generalmente, aunque se encuentran también representaciones zoomorfas. Un rasgo diferenciador es la presencia de huevos de avestruz utilizados como recipientes, decorados asimismo con temas geométricos. Es en este arte mobiliar cuando nos encontramos con sensibles diferencias, a lo largo del territorio, siendo las regiones saharianas las que muestran mayor riqueza. En los albores de los complejos capsienses las conchas se presentan decoradas con símbolos geométricos simples, que se irán haciendo más complejos a través del Capsiense Superior. Una característica de la unidad del Capsiense, a pesar de sus facies, es la práctica de determinados rasgos culturales comunes en todas las facies, como es la utilización de huesos humanos y su transformación en máscaras, copas (como en el yacimiento de Medjez II), armas y útiles. En los últimos años se ha incrementado el conocimiento sobre el Epipaleolítico en el valle del Nilo. A pesar de ello sigue siendo una región con muy escasa documentación. Realmente los nuevos avances de la investigación se refieren al Alto Nilo y Nubia, sin que se observe tampoco una relación clara con el norte de Africa ni con el Próximo Oriente. Hay dos formas distintivas en cuanto a la industria lítica; por un lado, industrias sobre lasca, y, por otro, industrias de hojas que acaban enlazando con el Neolítico de la zona. Entre las industrias sobre lascas con técnica levallois, tendríamos el Halfiense (18.000 y 15.000 a.C.), el Sebiliense (13.000 y el 9000 a.C.) y el Qadiense (12.500 al 4500 a.C.). Estas industrias llevan también útiles microlíticos y geométricos. Las industrias con hojas que conllevan microburiles y técnica laminar se inician con el Ballaniense (14.000 al 12.000 a.C.) y el Silsiliense, para continuar en el Kebekiense, el Arkimiense (7500 a.C.) y finalizar con el Elkabiense (6000 a.C.). Su economía se basa en la recolección de cereales, dada la presencia de morteros y piedras de moler y elementos de hoz, desconociéndose la transición hacia el Neolítico.
contexto
Los africanos recibieron la descolonización con grandes esperanzas: no es casual que una canción triunfante en los países francófonos durante los años sesenta se denominara "Indépendence cha-cha-cha". El fin de la presencia del colonizador fue concebido como una gran ocasión regeneradora que traía consigo promesas en todos los terrenos. El deseo de ruptura con el pasado a menudo se concretó en el cambio de nombre de los países: desde 1957 hasta 1984 hubo dieciocho que lo hicieron adecuándolo a la realidad física y a la lengua indígena: Zaire, nombre que adquirió el antiguo Congo belga quiere decir, por ejemplo, "el río". Algo parecido se produjo en el caso de una parte de las capitales. Además, algunos países eligieron el bilingüismo para reivindicar sus raíces propias introduciendo lenguas indígenas aparte de la europea de la potencia colonizadora. Pero muy a menudo la unidad de quienes habían logrado la independencia no existía sino que se trataba de países formados por etnias distintas que tenían el grave problema de mantener la unidad nacional luchando contra las fuerzas centrífugas existentes en su interior. Los "padres fundadores" desempeñaron siempre un papel importante, a menudo decisivo, en la vida política posterior a la independencia y recibieron denominaciones poco menos que sagradas. Nkrumah fue designado "Osaqyefo", es decir, "general victorioso"; Nyerere, en cambio, se hizo denominar, con mayor humildad, como "maestro". Pero ese género de exaltación no les proporcionó a los líderes de la independencia seguridad ni tampoco permanencia; tampoco proporcionó estabilidad a la política interna. A la altura de 1970 de diecisiete jefes de Estado que habían llegado a la independencia nueve habían sido asesinados o derrocados. Los golpes de Estado fueron más frecuentes en los primeros años afectando en 1963-9 a quince países, mientras que en los veinte años que siguieron se produjeron tan sólo en catorce. En esta segunda parte de la etapa posindependentista no se sobrepasó la cifra de tres derrocamientos por la fuerza anuales mientras que en tan sólo el año 1966 triunfaron seis golpes de Estado. El Oeste del continente fue la región más afectada por el golpismo militar hasta el punto de concentrar el setenta por ciento del total de los casos producidos. Esta situación contribuye a explicar la evolución de los regímenes constitucionales. A partir de 1963 el sistema presidencialista se generalizó y, sobre todo, lo hizo el partido único. Los regímenes autocráticos se convirtieron en lo más habitual en los años setenta. Además, cuando había democracia el multipartidismo en realidad representaba muy a menudo la pluralidad étnica y cultural. Las guerras civiles fueron otro factor importante de inestabilidad. Resultaron especialmente sangrientas las de Congo y Biafra, ambas producidas por la confrontación de etnias en países cuyas fronteras habían sido establecidas por el colonizador. Tampoco la situación económica respondió a las esperanzas despertadas por la independencia. René Dumont afirmó que África había partido mal en la senda del desarrollo y esta afirmación parece plenamente correcta. Hubo opciones muy diversas en cuanto a la política económica a seguir. La liberal siempre fue mitigada por la intervención del Estado y por la existencia de unos códigos de conducta de los inversores occidentales. Lo habitual fue una política económica estatista, a veces con una específica vinculación con cierta ideología africanista. En general, los años sesenta fueron buenos desde el punto de vista económico. Hubo pocos países, como Ghana, que vieron descender su tasa de crecimiento anual. Éste, sin embargo, fue muy variado: desde superior al 8% en Togo hasta poco más del 0 en Chad o Sudán; la media anual fue del 2.7%. En todo caso, el crecimiento de estos años no permitió en absoluto superar el subdesarrollo ni tan siquiera iniciar el despegue. A partir de los años setenta la situación, ya mala, tendió a empeorar. En parte se explica por el incremento de la población, que experimentó un espectacular cambio positivo a partir de los años setenta. La mejora de las condiciones de vida desde el punto de vista higiénico tuvo como consecuencia que la esperanza de vida pasara en el África subsahariana desde tan sólo 46-49 años a 52-55 años -según se tratara de varón o mujer- en 1975-1990. En África del Norte la edad media superó ya los 65 años. La población menor de 15 años pasó del 43 al 48% del total en el mismo período en el África subsahariana y rondaba el 40% en el Norte de África. Otro cambio decisivo fue debido a las migraciones internas. El acelerado proceso de urbanización tuvo como consecuencia que la población residente en ciudades pasara del 22% al 35% en 1970-90. El Cairo, con casi nueve millones de habitantes, tenía en esta última fecha un 17% de la población egipcia. Esta rápida urbanización tuvo consecuencias graves en una buena parte del continente. En su mayor parte, el crecimiento del sector terciario, relacionado con el medio urbano, tuvo como consecuencia una saturación que no resultó positiva para el conjunto del aparato productivo. Desde el punto de vista económico, la situación se convirtió en todavía más problemática por el deterioro de los términos de intercambio y las catástrofes naturales. Con respecto a lo primero, hay que tener en cuenta que para el índice 1980=100 se pasó en 1988 a tan sólo 60; por tanto, muchas de las materias primas habían reducido su precio casi a la mitad. Por otra parte, dos sequías catastróficas en los países del Sahel y Etiopía (1973-1975 y 1983-1985) redujeron a estas zonas a una extremada pobreza que requirió la intervención de organizaciones internacionales. El progreso de la industria fue muy lento: si en 1975 ocupaba al 9% de la población, en 1989 sólo se había llegado al 13%. A esta involución económica le acompañó la política, aunque ya hemos visto que tampoco el punto de partida había sido muy esperanzador. Los regímenes militares que eran 16 en 1975 pasaron a ser 23 a fines de los años ochenta. La tasa media de crecimiento de los presupuestos militares en los países africanos fue del 8%. El caso más grotesco de dictadura pudo ser el de Bokassa, en la República centroafricana, que acabó coronándose como emperador, y el más sangriento el de Idi Amin Dadá en Uganda que pudo causar 200.000 muertos. Libia gastó en 1983 los más elevados presupuestos militares e intervino en Chad, que tenía un gasto de defensa de casi tan sólo la cifra de su adversario dividida por setecientos. Hubo abundancia de conflictos fronterizos pero más característicos fueron todavía los conflictos de carácter étnico que ya en 1972 habían causado 100.000 muertos en Burundi y que adquirió dimensiones todavía más sangrientas en la época posterior. Al margen de esta evolución interna es preciso añadir que si África había permanecido en gran medida-con la excepción del caso de Argelia o del Congo en los años sesenta- al margen de la confrontación entre el mundo occidental y el mundo comunista y bajo una influencia preponderante de los países de Europa occidental, a partir de 1975 se integró en la conflictividad internacional en un momento en que ésta se había convertido en especialmente áspera. En 1981 existía ya una especie de subsistema socialista que ligaba a Congo, Angola, Mozambique y Etiopía al mundo socialista y que prometía un período de profunda inestabilidad, dado el hecho de que cada vez se planteaba con mayor agudeza la cuestión de la República Sudafricana. Un detonante fundamental para que se produjeran estos acontecimientos fue el hecho de que, tras el cambio de régimen en Portugal en abril de 1974, se independizaran sus antiguas colonias. Los movimientos independentistas, gran parte de los cuales ya habían recibido ayuda de los países socialistas, siguieron recibiéndola ahora y de este modo se incrementó hasta ser determinante la influencia de este bloque. Todavía, sin embargo, era mayor la influencia comunista en aquellos movimientos nacionalistas que reivindicaban la igualdad racial como, por ejemplo, los grupos de oposición en la República Sudafricana, Rodesia y Namibia. Entre agosto de 1974 y noviembre de 1975 accedieron a la independencia de forma sucesiva Guinea-Bissau, Cabo Verde, Mozambique y Angola, ésta en un clima de guerra civil. Ya en 1975 los cubanos intervinieron en este último país ( en la llamada "Operación Carlota") en apoyo del MPLA de Agostinho Neto. Los Estados Unidos, que en la práctica no habían apoyado la lucha por la independencia de las colonias portuguesas, se encontraron con una situación muy peculiar. Fueron los propios países africanos los que informaron de la penetración soviética pero el ejecutivo presidido por Ford no pudo hacer otra cosa que conceder una modesta ayuda económica a los adversarios del MPLA, dada la negativa del legislativo; ésta fue la primera ocasión en que una ofensiva soviética no encontró una contrapartida norteamericana. En cambio, los soviéticos proporcionaron a Neto 50 tanques y 200.000 fusiles automáticos y Angola a fines de los setenta se declaró "de orientación socialista". Es posible que esta primera intervención no estuviera motivada por una sugerencia soviética pero, en cambio, es seguro que su participación en la campaña de Ogadén a favor de Etiopía se debió a esa sugerencia. También en este país se había establecido un régimen sovietófilo en 1977, el cual inmediatamente se enfrentó con Somalia, que con anterioridad había presenciado una inicial implantación soviética. Los soviéticos parece que pensaron que era para ellos mucho mejor disponer de Etiopía como aliado pues eso les permitiría la penetración hacia el interior del continente. Cuba llegó a tener en los ochenta una cuarta parte de su Ejército en África siendo, en consecuencia, el primer poder militar del continente. A fines de los setenta la situación estratégica de África había cambiado por completo. En 1977 tuvo lugar el primer viaje de un jefe de Estado soviético (Podgorny) a África y por las mismas fechas Fidel Castro también viajaba por ella. Las razones de este común intervencionismo derivaron, en primer lugar, de la inestabilidad política del continente que, además, se veía multiplicada en la previsible evolución posterior de, por ejemplo, la República Sudafricana. En ella la situación se había convertido cada vez más dramática con constantes enfrentamientos interraciales. Como veremos inmediatamente, sólo en estos años los norteamericanos empezaron a ejercer una presión seria sobre ella y sobre la Rodesia de Smith; consiguieron mejores resultados en el segundo caso y nulos en el primero. Es verdad, sin embargo, que África posee importantes yacimientos de minerales estratégicos, como, por ejemplo, el 20% del uranio existente en el mundo. Finalmente el logro de bases en África permitiría amenazar las rutas mundiales del petróleo: un 60% del destinado a Europa pasaba por el Cabo de Buena Esperanza. De cara a esta situación, la actitud de las potencias occidentales empezó por otorgar un mayor grado de importancia a la defensa de la igualdad racial en la conciencia de que sólo una actitud decidida en este punto podía conseguir respetabilidad para su posición. En 1976 Kissinger empezó a tratar de convencer a la República Sudafricana de la necesidad de un cambio tras haber mantenido conversaciones en Suiza con el primer ministro Vorster. La Administración Carter, especialmente interesada en vincularse con la promoción de los derechos humanos continuó y acentuó esta presión y, con ayuda británica, consiguió al menos que Ian Smith cediera aceptando un Gobierno de mayoría en Rodesia. En marzo de 1978 se llegó a un acuerdo constitucional en el que si bien se preveía un Gobierno de mayoría, al mismo tiempo se reservaba una cuota parlamentaria a los blancos. El nuevo país adoptó el nombre de Zimbawe tras la celebración de unas elecciones (junio de 1979). Pero la persistencia de los actos de violencia y la victoria electoral del radical Mugabe mantuvieron una situación interna muy tensa. Pero el mayor interés de las superpotencias en relación con África estuvo siempre centrado en la República Sudafricana hasta el punto que puede decirse que lo sucedido en los países vecinos sólo se entiende en relación con lo que cada una deseaba que sucediera allí. A este respecto, es preciso indicar que si la política de la Administración Carter fue de neta condena del régimen del apartheid, en cambio la de Thatcher fue juzgada como demasiado benevolente con el gobierno blanco, lo que provocó una grave crisis en la "Commonwealth". Ambos regímenes, sin embargo, coincidieron en que no se adoptaran sanciones económicas en contra del régimen argumentando que ello sólo podía servir para que las consecuencias las sufriera la población. En realidad, sin embargo, los intereses estratégicos predominaban sobre cualesquiera otros. Estas dos potencias tenían muy en cuenta no sólo los importantes recursos mineros de Sudáfrica sino también su posición estratégica. La penetración soviética en este país hubiera sido desastrosa para sus intereses. El gobierno blanco sudafricano tenía a su favor un apoyo social algo más amplio que el de la antigua Rodesia, pues mientras que aquí el monopolio político representaba sólo el 4% de la población, en cambio, los blancos representaban el 20% de la sociedad sudafricana en donde había, además, una población mestiza evaluable en un 10%. Además, aunque el ANC representaba la mayoría negra no tenía el monopolio de la misma. Aun así, el Gobierno sudafricano, pese a su superioridad gracias a sus fuerzas policiales y desde el punto de vista militar con respecto a sus vecinos, no podía llevar a cabo más que una lucha en perpetua retirada y destinada inevitablemente a ser perdida porque una parte de la propia población blanca caminaba hacia la aceptación de una posible solución pactada. Desde el punto de vista de los dirigentes sudafricanos había, no obstante, alguna perspectiva más optimista. El temor a la penetración soviética proporcionaba al Gobierno sudafricano algún apoyo exterior en el mundo occidental. Por el momento, para dar una sensación de buena voluntad, el Gobierno multiplicó la creación de Estados indígenas en apariencia independientes aunque sometidos en todo desde el punto de vista económico. El Ejército sudafricano, por otro lado, estableció una especie de cordón sanitario para evitar las incursiones guerrilleras, llevando incluso la guerra al territorio que le servía de protección al adversario (en Angola, por ejemplo). Si en febrero de 1984 el Gobierno de Pretoria aceptó que sus tropas abandonaran este país fue a condición de que los elementos del SWAPO ("South West African People's Organisation", la guerrilla independentista que actuaba en Namibia) no se infiltraran en este país controlado por los sudafricanos. Durante la etapa de Gobierno de Voster (hasta 1978) y Botha (hasta 1989) no hubo la menor posibilidad de un cambio, pese a la existencia de unas circunstancias muy desfavorables desde el punto de vista externo e interno. Sólo la caída del comunismo haría viable la transición. Sin duda, el conflicto más grave de África desde mediados de los años setenta a mediados de los ochenta fue el de Sudáfrica, pero hubo otros de cierta importancia que, junto con la ya mencionada intervención soviético-cubana, convirtieron a este continente en malhadado protagonista de la escena internacional. La permanencia de las potencias coloniales en la zona, la persistencia de conflictos territoriales, la ausencia de cualquier tipo de organización regional capaz de arbitrar entre las naciones y la existencia de regímenes nacionalistas contribuyen a explicar este resultado. En primer lugar, Francia, que tenía tratados militares con buena parte de sus antiguas colonias y, además, bases militares actuó en repetidas ocasiones como una especie de gendarme internacional interviniendo para mantener el "statu quo" en el Congo y en el Chad. Lo pudo hacer porque la OUA a base de declarar que no se inmiscuía en los asuntos internos de los países ni siquiera ejerció un mínimo arbitraje entre ellos y en alguno de los peores conflictos -el del Sahara, por ejemplo- acabó por padecer una grave crisis interna. La heterogeneidad étnica y cultural de muchas naciones africanas, así como los efectos mismos de la colonización, provocaron frecuentes conflictos territoriales, en ocasiones con la colaboración de los regímenes nacionalistas. La intervención de Libia en Chad se debió a la existencia de un Norte musulmán frente a un Sur cristiano y animista. Finalmente, los Gobiernos nacionalistas de Argelia y Libia, con abundantes recursos petrolíferos y el segundo con escasa población demostraron una decidida voluntad de emplearlos en una política exterior muy activa. El abandono por parte de España del Sahara -en donde había tenido muy modesta presencia hasta el momento del descubrimiento de fosfatos- en beneficio de Marruecos creó un conflicto en esta zona, enfrentando a Argelia con este último país; dicho conflicto resultó tan duradero que todavía no está resuelto. Una parte de los países africanos apoyaron al Polisario independentista en el seno de la OUA. En definitiva, la desestabilización de la situación internacional, consecuencia del fin de la distensión, tuvo en todas partes graves inconvenientes pero de forma especial en África sin que, además, se llegara a dar ni siquiera una solución a los graves problemas objetivos -subdesarrollo y discriminación racial- que padecía el continente. Además, ni siquiera se percibía en el horizonte una posible solución a los mismos mientras persistiera esa nueva guerra fría en que había concluido el final de la distensión.
termino
acepcion
Ciencia que trata del estudio de los idiomas y las culturas africanas.
fuente
El Afrika Korps era una fuerza de voluntarios alemanes dispuesta por Hitler para intervenir en el norte de Africa cuando las tropas italianas se batían en retirada frente a las inglesas. Bajo el mando del general Rommel, en un primer momento sólo integraba fuerzas Alemanas, pues las tropas y material italiano seguían a cargo de los oficiales de Mussolini. Con el transcurso de la guerra, y vista la eficacia de las primeras operaciones, Rommel fue nombrado jefe de todas todas las tropas del Eje en el Norte de Africa. Extraordinariamente sagaz en cuanto a la dirección de las operaciones en la guerra en el desierto, el gran problema de Rommel fue el de los suministros, que, a pesar de los ingentes y bien organizados esfuerzos por reparar sobre el terreno los tanques averiados, impidio a las tropas alemanas contar con material bélico, combustible y provisiones en cantidad suficiente para oponer a las tropas de Montgomery. Otro problema fue que Hitler jamás creyó que el Afrika Korps tuviera una importancia total para la guerra.