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El Cuerno de África es la región de todo el Continente que más enfrentamientos ha sufrido y más crueles. Las luchas entre distintas tribus, entre musulmanes y cristianos, entre sectas de una y otra religión se han sucedido durante siglos. Está formada por las altas tierras al sur del Nilo y por la zona baja de la costa índica. Las diversidades climáticas que se derivan de esta situación geográfica hacen que encontremos en este área desde estepas y desiertos hasta zonas agrícolas, en las tierras situadas sobre los 1.000 metros, donde se concentra la mayor parte de la población. Etiopía es el Estado más conocido de esta región, en gran parte debido a la existencia de una tradición escrita en "ghezo", lengua africana de origen semítico. La continuidad de la civilización etíope a lo largo de los siglos, e incluso milenios, está originada por circunstancias geográficas favorables para ello: la templanza de la temperatura y la fertilidad del suelo, que permiten el arraigo de la población, unido a su localización en mesetas a más de 2.000 metros, inaccesibles a invasiones exteriores por estar rodeadas de profundos abismos. Los contactos con Egipto, Asia Menor y Arabia a través del Mar Rojo no sólo fueron motivo del intercambio de mercancías sino de culturas. Así, desde el siglo IV se inició la evangelización de Etiopía y los textos sagrados se tradujeron al "ghezo", que se convertirá en la lengua de la Iglesia etíope. La expansión del islamismo desde el siglo VI la aislará de Alejandría y Bizancio, por lo que desde entonces el Cristianismo copto etíope evolucionará por una vía propia en la que el culto a la Virgen tendrá una importancia destacada y la vida monástica, impregnada de la tradición eremita egipcia, alcanzará un gran desarrollo. Sin embargo, hasta el establecimiento en 1270 de una dinastía salomónida -que se pretendía descendiente de Salomón y la reina de Saba- el Cristianismo no estaba firmemente implantado más que en las antiguas provincias del centro y sur de Eritrea. A partir del último cuarto del siglo XIII se produjo la renovación de la Iglesia etíope con la fundación de numerosos conventos y monasterios que actuaron como focos de expansión de la fe cristiana. En los siglos siguientes el Imperio se irá extendiendo sobre los pueblos vecinos, algunos de los cuales eran musulmanes, como los situados en la costa somalí, y a través de ellos se restauró el contacto con Arabia y el Oriente. Hacia el interior del Continente, por el contrario, siguieron existiendo tribus animistas y a la amalgama de religiones hay que sumar los "falachas", judíos heréticos negros que vivían en el noroeste de Etiopía. Hasta comienzos del siglo XVI el Imperio más que un Estado unitario era una confederación de un gran número de principados de etnias, lenguas y religiones diferentes, sobre las que no había más nexo que el poder del emperador, el "Negus", el "León de Judá", el "Elegido de Dios". Las dificultades para la comunicación de las órdenes de gobierno y el traslado de las contribuciones obligaban a una Corte itinerante, que llevase de forma periódica la presencia siempre conveniente del emperador a provincias lejanas y mal asimiladas. Este nomadismo no impidió, sin embargo, que la Corte movilizara a miles de personas, entre el séquito, el ejército, los funcionarios, los sacerdotes, los comerciantes y artesanos y en general los súbditos procedentes de todas los confines del país. El continuo viaje de tan enorme número de personas acabó actuando como aglutinante de culturas y lenguas diferentes. A pesar de su teórico poder absoluto, el Negus no podía imponer su autoridad más que de forma indirecta, a través de los funcionarios enviados a las provincias, pero que siguieron guiándose por los usos locales. De esa manera, el emperador se veía obligado a apoyarse en dos bastiones: el ejército, muy numeroso y disperso por el Imperio de forma estratégica, y la Iglesia, muy poderosa, propietaria de la tercera parte de la tierra cultivada. Por lo demás, la propia Casa Real era muy rica, gracias a la propiedad sobre otra tercera parte del suelo fértil, a las abundantes recaudaciones que proporcionaban las regiones mesetarias de agricultura feraz y al control sobre el comercio costero. El reinado de Zara Jacob (1434-1468) marcó el apogeo del Imperio, gracias a las reformas de la Administración, con la creación de una capital estable en Dabra Berhan, que intentó sustituir al nomadismo de la Corte. Es, además, un reformador religioso, que persigue con mano dura las desviaciones, de la misma forma que se muestra beligerante con el islamismo. Durante largo tiempo, occidente había situado en Etiopía al legendario Preste Juan, con motivo de lo cual se enviaron numerosas legaciones desde países cristianos mediterráneos, para intentar conseguir un aliado contra los musulmanes. Este motivo, junto al deseo de encontrar un camino a Oriente alternativo al de la ruta africana portuguesa, llevó al viaje de Pedro de Covilháo, que permaneció en Etiopía hasta su muerte. Las negociaciones luso-etíopes para firmar una alianza contra el Islam no prosperaron, pero se mantuvieron las relaciones con Portugal, cuyas armas de fuego eran requeridas para luchar contra las tribus musulmanas que atacaban al Imperio, a su vez abastecidas de artillería por los turcos. Tras la ayuda prestada en 1541 por el ejército portugués de Stefano de Gama al negus Galawdewos (1540-1559), los lusitanos se quedaron permanentemente en el reino, donde intentaron imponer el catolicismo, dando lugar a numerosos problemas. A mediados del siglo XVI se inició la expansión de los etíopes por toda la meseta abisinia, pasando de ser pastores nómadas a agricultores sedentarios y formando Estados que resultarán difíciles de someter a la obediencia del emperador. A pesar de estos problemas, no dejaron de realizarse intentos de centralización del poder imperial. A ello respondió la conversión de Gondar, a mediados del siglo XVII, en la capital y residencia permanente del Negus durante dos siglos. Por su parte, Jesús el Grande (1682-1706) realizó numerosas reformas administrativas, afirmó la autoridad real sobre la Iglesia copra, detuvo el avance imparable del islamismo y se abrió a Europa tras un período de aislamiento, iniciando relaciones diplomáticas con Francia. Sin embargo, en el siglo siguiente un período de caos iniciará una clara decadencia e intromisión de las potencias extranjeras. Desde Mogadiscio a cabo Delgado se extendía la civilización swahili, de gran influencia islámica sobre una población muy diversa, mezclada con los árabes, persas e indios que frecuentaban la zona en busca del comercio de marfil, ámbar gris y pieles de leopardo a cambio de tejidos de algodón y seda o perlas de la India y porcelana china. La agricultura era la ocupación de la mayor parte de la población, que además del mijo producía legumbres, ñames, plátanos, cítricos y nuez de coco. No tenía menor importancia la pesca y la recolección de otros frutos del mar, como carey, ámbar, perlas o conchas, utilizadas como moneda. Relacionado con esto se hallaba el arte de la navegación y el conocimiento de la astronomía, necesaria para atravesar el Indico. El comercio marítimo propició el nacimiento de una civilización urbana, en las que las ciudades eran unidades administrativas que dominaban sobre su entorno rural. A la aristocracia, que era un grupo cerrado, correspondía el poder real, que con el nombre de "mfalme" correspondía al conjunto de una generación, o "ndugu". El título de "mfalme", que no era vitalicio, se transmitía de un hombre, de un "ndugu", a otro con el único requisito de ser mayor de edad. Las mujeres transmitían el derecho a la sucesión a sus esposos, aunque éstos no pertenecieran a esta aristocracia restringida, única vía que, aparte del nacimiento, permitía entrar en este círculo cerrado. En el seno de la sociedad swahili se fue formando un grupo de comerciantes enriquecidos, que comenzaron a disputarle el poder a la aristocracia tradicional, que se vio obligada a entablar relaciones de parentesco con ellos. La nueva realidad social se reforzó con la adopción de la religión musulmana por los sectores mercantiles, que la habían conocido en sus contactos con el mundo árabe y persa. De este modo comenzó a extenderse el Islam por el África oriental, donde en las zonas costeras se difunde a partir del siglo XIII, en coexistencia con los cultos tradicionales. La adopción del islamismo, seguido pronto por la antigua nobleza y por las capas populares más tarde, aportó nuevas conductas y nuevas formas de urbanismo y de construcción de edificios de piedra. El florecimiento de la civilización swahili estuvo, pues, en relación con el desarrollo mercantil, pero las fuerzas productivas permanecieron estancadas, de modo que cuando los portugueses destruyeron el comercio marítimo y saquearon las ciudades costeras del litoral oriental la civilización swahili no tuvo capacidad de recuperación. En el interior, en la región situada entre el lago Victoria, al Este, y los lagos Alberto, Eduardo y Tanganika, al Oeste, se crearon reinos donde los pastores de origen hamita (tutsis, humas, himas, etc.) dominan a los agricultores bantúes. Entre los siglos XIV y XV constituyeron el Reino de Kitara, el más antiguo sistema estatal de la región. A comienzos del siglo XVII el Reino de Kitara, antes hegemónico en la zona, se desmembró en diversos reinos independientes, entre los que destacan Uganda, Rwanda y Burundi. La fertilidad de la agricultura ugandesa proporcionó una gran prosperidad a una sociedad poco jerarquizada, que manifestó gran dinamismo y capacidad de liderazgo sobre los pueblos de alrededor, sobre los que se expandió. Una clara regulación de la sucesión eliminaba los conflictos dinásticos en el reino, que estaba dividido en provincias cuyos gobernadores formaban el "Luliko", o Gran Consejo de la Corona, que sólo actuaba en casos de gravedad. Los gobernadores se ocupaban además en sus demarcaciones del cobro de impuestos, el reclutamiento y las obras públicas, sobre todo carreteras de interés comercial. Rwanda manifestaba igual dinamismo, aunque con una sociedad claramente dividida entre los agricultores y los ganaderos que, amantes de la guerra, son capaces de extenderse en el siglo XVII hacia el Este. Burundi nace al sur de Rwanda en 1680 como reino unificado, en permanente estado de enfrentamiento militar con su vecino septentrional. El resto de los reinos no son más que jefaturas de tribus, de fronteras desdibujadas que cambian según los resultados de sus constantes luchas entre sí, con los portugueses asentados en la costa índica y con turcos, persas y árabes, todos ocupados en la trata de esclavos. Más al Sur, en la región interior tras el puerto de Sofala, se encuentra el Reino de Monomotapa, señor de las minas, del que quedan restos de millares de minas de oro y cobre antiguamente explotadas y del que sabemos que poseía una agricultura floreciente, con hondos pozos y canales de riegos e importante artesanía. Las ruinas de Zimbabwe o Mapumgubué nos hablan de edificaciones formidables, síntoma de una civilización que al llegar al XVI se encontraba en su mejor momento. Desde 1505, los portugueses, situados en Sofala en esta fecha, se hacen con el monopolio del comercio exterior, ratificado por un tratado firmado a comienzos del siglo XVII con el rey Gatsirusere, por el que Portugal explota las minas de oro, estaño, plomo, cobre y hierro, a cambio de prestar defensa militar frente a los enemigos. Igualmente, los príncipes recibirán educación cristiana con los dominicos. Sin embargo, la dominación portuguesa no estuvo exenta de problemas y continuamente tuvo que hacer frente a sublevaciones, que costaban numerosas vidas por ambas partes. Las enfermedades importadas y los trabajos forzados diezmaron la población, y los reyes del Monomotapa, cada vez más débiles, fueron incapaces de hacer frente a la situación. La desmembración política será evidente, y los portugueses conseguirán que Mozambique, nombre genérico que adoptará la zona, se convierta en una colonia que perdurará hasta finales del siglo XX.
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Procedente de la misma Edad de Piedra, con la tradición cultural wiltoniense cuyos legatarios son los Hadza y los Sandowé, cazadores y recolectores de la sabana, aparecerá, avanzado ya el conocimiento del hierro, una población bantuparlante de agricultores, cuyas tradiciones conservan el recuerdo de ciertos hombres pequeños que en el pasado vivían en el monte bajo y en el mismo bosque. Coetáneamente, culturas prehistóricas lacustres que se han manifestado en las orillas del lago Victoria acaban absorbidas por bantuparlantes que asumen de las mismas desde técnicas de pesca a cultos religiosos, como por ejemplo el que se rendía a Mugasa, dios del lago y señor de la tempestad. A la vez que el África oriental acusa la presencia de gentes bantuparlantes, cabe hablar de otras zonas de Uganda septentrional, Kenya y norte de Tanzania, que vienen conociendo una población de gentes que se expresan en lenguas kuchitas y nilóticas, asentadas en el país, incluso antes de la llegada del hierro, mientras que en la costa, independientemente de la evolución de las culturas del interior, se conocen, ya desde el siglo VII a.C., diversas transacciones ultramarinas que preludian cambios culturales, lo que da lugar a pensar que, con el tiempo, los pobladores protohistóricos kuchitaparlantes habrán de ser absorbidos por bantuparlantes, entre los que la economía pesquera ha alcanzado particular auge. De esta forma, se vislumbra ya un cierto tráfago comercial a través del Indico, aprovechando las corrientes monzónicas, espoleado por la necesidad que tienen los Ptolomeos egipcios de mercancías que, como el marfil índico, no podían conseguirse por vía terrestre, al haber quedado monopolizadas por los Seléucidas las rutas caravaneras. Con este tráfico, alcanzará particular relieve todo el litoral africano del mar Rojo. Se fortifica así, bajo Ptolomeo Filadelfo, el puerto de Ptolomais, donde se recibían la mayor parte de los productos eborarios llegados de la India. Ya en el siglo II a.C. la isla de Sokotora aparece poblada por traficantes de diversa extracción, entre los que hay incluso cretenses. Por entonces, el comercio de Egipto con el subcontinente indio y el Asia del sudoeste (que pasarán a ser las Indias, que a partir del siglo XIV promueven el interés de la Europa medieval) solía ser indirecto, al imponer diversos comerciantes de la Arabia del sudoeste su intermediación con el natural lucro. Desde el mismo siglo I a.C., los árabes habían establecido enclaves en la costa africana al sur del cabo Guardafui, con vistas a comerciar con marfil y especias (cinamono, etc.). Ya entonces el marfil se expendía desde Adulis a la vez que de otros puntos de la costa oriental africana, que habremos de mencionar más adelante, donde surgen ciudades-mercado, dependientes de los árabes de Himyar, que propician la emergencia de una población híbrida que orientará su vida al tráfico mercantil. Esta región será nombrada Azania por los geógrafos romanos tardíos, y se situarán en ella emporios como Serapion, Nikon y la isla de Menouthias -posiblemente Pemba-, y más al sur, Raptha, último baluarte del África oriental que pudieron conocer los romanos. A raíz de la crisis del Imperio, de los siglos III a V, conocerá ciertas vicisitudes, más tras la descendencia himyarita en el sudoeste de Arabia, en beneficio de los axumitas de Adulis, que llevan el marfil del Nilo al Mediterráneo y a los lugares más insólitos, tras el control Sasánida del Índico, que propicia a su vez emigraciones de su población -Shirazi- al África oriental. Ya al clausurarse el siglo VIl se ha restablecido el tráfico transíndico a base de marfil, aceite de copra y otros productos, amén de la trata esclavista, afianzando contactos que como veremos se mantendrán más al sur siglos después, con los monarcas de Monomotapa y los régulos de Zimbabwe.
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En una costa de más de 5.000 kilómetros en la parte más occidental del océano indico se va a desarrollar una manera de vivir completamente diversa de la del interior del Continente africano, debido a su historia esencialmente marítima y sobre todo a la aparición de una serie de mercaderes procedentes de Persia, India y Arabia que monopolizarán el comercio de la zona y sobre todo marcarán su ritmo de vida. Los precursores de la zona fueron Escílax de Carianda, el marino de Darío de Persia que hacia el 520 a. de J.C. realizó la primera travesía del indico, y después Nearco, el capitán de Alejandro Magno, quien, en 327-326 a. de J.C. hizo viaje de ida y vuelta entre el Indo y el mar Rojo. A partir de entonces los viajes por dicha área serán numerosísimos y los productos básicos intercambiados serán el coral, los cuernos de rinoceronte, marfil, armas de hierro y toda una serie de productos locales que entraban así en la ruta comercial índica. Esta situación no varió hasta las primeras conquistas musulmanas del siglo VII, que supusieron el inicio de un periodo de intenso trafico comercial, que desde las costas más orientales de Africa, pasando por el sur de Asia, llegaba hasta China. Desde finales del siglo IX existían colonias musulmanas en las islas Manda, próximas a la costa septentrional de Kenia. En el siglo X el geógrafo árabe al-Masudi menciona el oro y el marfil africano exportado desde Sofala (actual costa de Mozambique) a la India y la China. En el siglo XIV (1331) el marroquí ibn-Battuta visitó la importante ciudad comercial de Kilwa, a la que describe como el lugar más hermoso que jamás hubo visitado. A partir del siglo VI; numerosos poblados comerciales de esta costa fueron abandonando su religión tradicional frente el empuje del Islam, lo que supuso el asentamiento de colonias árabes y musulmanas que hicieron crecer los poblados y renovaron su arquitectura con la construcción de espectaculares edificios construidos con roca coralina del litoral. Las principales ciudades de esta costa, situadas de modo estratégico en la costa africana del Indico son: Mogadiscio, Malindi, Mombasa, Pemba, Zanzíbar, Kilwa, Mozambique y Sofala. Todas ellas gobernadas por la poderosa minoría de mercaderes árabes o persas, que formaban una verdadera oligarquía, que controlaba a los pequeños comerciantes hindúes, mientras los negros servían como esclavos, servidores y soldados. Las oligarquías musulmanas que controlaban cada una de dichas ciudades nunca intentaron islamizar las tribus del interior, ya que su único interés consistió en mantener su privilegiada situación a base de comerciar con dichas tribus los productos que producían más ganancias, como el oro, el marfil, el coral, las perlas y los esclavos. El Cristianismo penetro en Nubia en el siglo V procedente de Egipto, produciéndose una lenta y gradual conversión de los habitantes de la zona, retardada en parte por las disputas y rivalidades internas de la Iglesia oriental, ya que el clero ortodoxo de Bizancio era mayoritariamente melquita, mientras que el ortodoxo de Egipto o copto siguió el monofisismo. Estas diferencias se hicieron patentes en los distintos reinos nubios, ya que mientras el de Nobatia, situado al Norte, con capital en Faras, fue convertido por el misionero monofisita Julián, y algo parecido sucedió con el de Alodia, situado al Sur; en medio de ambos, el Reino de Makuria, con capital en Dongola, abrazó el credo ortodoxo bizantino. A partir de la conquista árabe de Egipto, los tres reinos nubios quedaron aisladas del resto del mundo cristiano, pasando al monofisismo y convirtiéndose en una extensión de la cultura copta. Los reinos cristianos nubios pudieron resistir el empuje del poder islámico de Egipto, entre otras cosas por su posición alejada de las centros de decisión de las diferentes dinastías que dominaron Egipto, y también al mantenimiento de las relaciones comerciales (Nubia poseía una próspera agricultura de regadío, ganadería y una cierta producción minera), pero sobre todo a la tolerancia inicial del Islam. Las siglos mas florecientes de esta cultura cristiana fueron del VII al XI, como lo demuestran las grandes iglesias y los frescos encontrados en Faras, capital del Reino de Nobatia, que actualmente pueden admirarse en el Museo Nacional de Varsovia. En Abisinia, el Reino de Aksum desarrolló de las civilizaciones más prestigiosas del Africa nororiental, que después fue continuada por la de Etiopía. Los orígenes de ambas hay que buscarlos hacia el 400 a. de J.C., cuando la llegada de colonos procedentes del sudoeste de Arabia, mezclados con los habitantes agricultores y ganaderos de la zona, desarrolló una cultura urbana que conoció la escritura, y de la que se formó en el siglo I de nuestra era el Reino de Aksum, nombre que proviene de su capital, situada en el actual territorio etíope. Con un importante puerto comercial en Adulis, al sur de la actual Masaua, el Reino de Aksum se convirtió en la potencia dominante de la región, gracias a sus fuertes vínculos con Arabia y con sus vecinos africanos, lo que le permitió desarrollar un importante comercio con el noroeste de la India. Aksum monopolizó en cierta manera el comercio del marfil del valle del Alto Nilo. Entre los siglos III y VIII los reyes aksumitas acuñaron monedas de oro y bronce, gracias a las cuales conocemos 23 de ellos. Según la tradición el Cristianismo fue aceptado por el rey Ezana (320-350), que según parece se convirtió en el 340, aunque hoy en día se cree que la citada conversión no tuvo lugar hasta casi un siglo más tarde, en 425. El rey Ezana nacionalizó la cultura de su Estado en beneficio de la herencia etíope, divulgando la escritura gheez, basada en la de los sabeos. El Reino cristiano de Aksum jugo un papel muy importante como aliado de Bizancio, que le empujó a conquistar el Yemen y a amenazar La Meca, justo en el preciso momento en que los árabes ponían por vez primera sitio a Constantinopla. Pero el empuje islámico fue reduciendo a partir del siglo VIII su hegemonía comercial en el mar Rojo, obligando a los aksumitas a extenderse hacia el Sur por territorio etíope, y a ir consumiéndose lentamente a lo largo de casi tres siglos.
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El área más oriental del Continente africano se encontraba en la llamada Edad Media más o menos repartido entre dos grupos de pueblos: los islamizados, que se extendían y todavía se extienden a lo largo de la costa del océano Indico y que tenían como ejemplo más claro una serie de ciudades-Estado, y los pueblos cristianizados del curso alto del río Nilo: Nubia y Abisinia.
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En el norte de África la descomposición del Reino del Magreb era prácticamente un hecho. La inexistencia de una línea sucesoria predefinida, las disputas entre sectas musulmanas, las discordancias entre las tribus nómadas y sedentarias, entre las ciudades mercantiles costeras y el interior, junto a la baja densidad de población y el desvío hacia Egipto del comercio transahariano, son factores que minaban el poder político. A fines del siglo XV, la dinastía Hafsida sólo era efectiva en Túnez, mientras en Tremecén dominaba la Abdalawadida y en Fez la Mairinita. Argelia y Tunicia estaban divididas en multitud de principados y de tribus, y en las ciudades costeras los corsarios habían constituido casi repúblicas independientes. Esta decadencia se produjo en un momento en que las potencias vecinas fortalecían su poder político y militar. La toma de Ceuta en 1415 por Portugal marcó el inicio de la agresión de los reyes cristianos, que el propio Reino lusitano continuó, necesitado de salvaguardar el descenso de sus naves por la costa africana. Por otra parte, la unión de Castilla y Aragón y la finalización de la conquista del Reino de Granada permitieron a la Corona española retomar la vieja ambición castellana de expandirse más allá del Estrecho. La necesidad de asegurar el tráfico marítimo entre las costas mediterráneas y las atlánticas de la Monarquía hispánica y la imposibilidad de acceder a los mercados subsaharianos tras el tratado de Alcaçovas con Portugal, habían concentrado la atención española en las plazas norteafricanas. El resultado fue la conquista de Mazalquivir (1505), Orán (1509), Bugía y Trípoli (1510) y Peñón de Vélez de la Gomera. Las posibilidades que se abrieron en el Nuevo Mundo relegaron a un segundo puesto la empresa africana, que quedó reducida al establecimiento de presidios, plazas fortificadas sin contacto con el exterior y sólo relacionadas por mar con la metrópoli. El enfrentamiento entre las tropas españolas y los piratas berberiscos facilitó la intervención del Imperio otomano. En 1517 los hermanos Barbarroja pidieron ayuda al sultán en su enfrentamiento con los españoles, a cambio del reconocimiento de su soberanía. El dominio turco se extendió por Tripolitania de 1553 a 1565 y por la costa del Magreb entre 1568 y 1587. Una vez ocupado, se reorganizó el territorio en tres Regencias, Argel, Túnez y Trípoli, cada una gobernada por un pachá, muy mediatizado por el Cuerpo de jenízaros y la Corporación de capitanes corsarios, que tenían miembros en el diván o consejo. La generalización de la venta y arrendamiento de cargos permitió a los indígenas acceder a puestos de responsabilidad, en principio ocupados por foráneos. Entre los notables también hay que incluir a los Mama, sacerdotes, maestros y jueces a la vez, con una posición social privilegiada. Con la protección del Imperio otomano, las plazas costeras se desarrollaron rápidamente. Argel se convirtió en el principal centro de poder otomano en el Magreb y en una de las ciudades más populosas del Mediterráneo. Unos 60.000 habitantes a mediados del siglo XVI, más de 100.000 en los años centrales del XVII, dan idea del crecimiento, con una constante de alrededor de 30.000 cautivos cristianos, muy solicitados si eran artesanos o muchachas. Los cautivos también eran provechosos por los rescates que se conseguían de ellos o al menos como medio de recuperar a los musulmanes apresados en tierra cristiana. La relativa paz que se fue estableciendo en el Mediterráneo occidental a lo largo del siglo XVII hizo disminuir el número de cautivos cristianos, sustituidos por esclavos negros. Los comerciantes europeos fueron asentándose en los puertos, a cambio del pago de una serie de derechos aduaneros. Aparte de los judíos, los marselleses fueron los más favorecidos por estas licencias, al menos hasta que en 1663 se firmó la paz con Holanda, cuyos súbditos obtuvieron un trato preferente sobre los franceses, siguiendo la costumbre otomana de no tener relaciones comerciales con más de una potencia extranjera a la vez. Las buenas relaciones con Luis XIV se volvieron a imponer, y, en conjunto, Francia fue la nación que más se benefició en esta zona del mundo, situación que se mantendría en los siglos siguientes. Unos y otros europeos apreciaban la lana en bruto, los cueros, la cera y el coral, así como también los dátiles y el cereal, que intercambiaban en general por artículos manufacturados, como tejidos, espejos, cristales, relojes y lozas, además de armas y vino. Situados tras los corsarios comerciantes en la escala social, los artesanos estaban agrupados en corporaciones que recibían privilegios a cambio de ciertos impuestos. Los campesinos realizaban los trabajos no especializados necesarios en las ciudades, a donde emigraban cuando en el siglo XVII se endurecieron las condiciones en el campo. En los alrededores de las ciudades, realizaban un cultivo intensivo en huertas, olivares, naranjales y arrozales, a los que dio un fuerte impulso la expulsión de los moriscos españoles. Los notables, sobre todo los altos funcionarios, poseían grandes propiedades, generalmente de cereal, que arrendaban en pequeños lotes a colonos, a cambio de rentas abusivas, permitidas por el excedente de mano de obra. La propiedad colectiva seguía existiendo en las zonas montañosas, cuya disponibilidad de tierras era obviamente menor.
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El Sahara ha sido siempre una importante barrera natural que ha servido de división primordial entre el África blanca y el África negra. El África negra subsahariana por sus civilizaciones y las influencias recibidas puede dividirse en diferentes áreas geopolíticas: el Imperio de Malí, el Imperio de Songay, el Imperio Kanem-Bornu, las ciudades-estado hausa y los reinos feudales.
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Nuestro conocimiento actual del África subsahariana, en lo que se refiere a sus más antiguas culturas y sociedades humanas -y que hoy permiten la elaboración de una historia del ámbito, basada en logros en distintos campos, que van desde la Climatología hasta la Arqueología- ha permitido elaborar una visión en cierto modo histórica del que tradicional y genéricamente se ha venido a llamar Sudán, para señalar una amplia zona del África central, entre el Atlántico y el mar Rojo y que se extiende al sur del Sahara. Sus límites no son muy precisos, dado que la única línea de referencia que viene siendo aceptada la constituyen los confines meridionales del Sahara, mientras que al sur se aludirá un tanto vagamente a un paralelo comprendido entre los 5° y los 10° de latitud norte, en correspondencia con la zona ecuatorial. El nombre de esta inmensa región deriva de la expresión árabe bilad-al-Sudan, que significa "país de los negros", topónimo harto ambiguo con el que se intenta designar toda aquella parte del África habitada por negros, distinguiéndola de la zona septentrional mediterránea, habitada por gentes de piel clara. En realidad, se trata de un ámbito bastante homogéneo pese a su vasta extensión, más bien llana, que adolece de un clima constante, cálido y húmedo, no influido por las montañas ni por el mar y cuya flora viene a ser la propia de la sabana. Abarca la llamada franja sudanesa, que comprende tres grandes cuencas hidrográficas, la del Níger, la del Chad y la del Nilo. Desde que esta franja adquiere el conocimiento del hierro -aproximadamente siglo I a.C.-, que habrá de compartir con legados de la anterior contigua Edad del Bronce e incluso de la más lejana Edad de Piedra que seguirá manteniéndose en diversas regiones, se manifiesta la gran movilidad que han conocido muchas de sus poblaciones, promoviendo contactos de todo tipo. Si en un primer momento éstas proceden del África mediterránea y del ámbito oriental, en el siglo VII se verán reforzadas por aportaciones del mundo árabe-musulmán cuyo ideario habrá de extenderse a la trashumancia pastoril y a instituciones como la esclavitud, organizaciones militares y diversos factores económicos. Desde la Protohistoria se vislumbra que la organización social y política del Sudán presenta características comunes a todas las poblaciones asentadas en la región, con soberanos a quienes rinden honores divinos, y que se mantiene una particular reserva por lo que se refiere a su vida privada. Se supone que de su bienestar físico depende la fertilidad de los campos, no tolerándose por ello ni su enfermedad o decadencia, ni su decrepitud. En tales circunstancias se les sacrifica ritualmente con solemnes honores fúnebres. Los reinos sudaneses no fueron de tipo feudal; tampoco conocieron privilegios hereditarios, privativos de ciertas familias. Más bien se fundamentaron en una particular estructura burocrática, con funcionarios elegidos a voluntad del soberano, cuya función primordial estribaba en el cobro de los tributos necesarios para el sostenimiento de su casa y corte, independientemente de que se ejerciera un particular control sobre el comercio con el exterior. Los reinos-Estados sudaneses, por otra parte, no constituyeron la expresión de unas sociedades surgidas espontáneamente. Fueron producto de la superposición de estructuras surgidas de comunidades esencialmente rurales, tal vez de origen neolítico. En algunos casos, el comienzo de tal situación habría que buscarlo en acciones de conquista, aunque en otros, en la progresiva agregación de sociedades tribales que desde tiempo atrás existirán en la zona. Naturalmente, no puede precisarse la fecha de formación de estos Estados, ni siquiera apelando al radiocarbono, o a la termoluminiscencia de los restos cerámicos. Puede asegurarse, sin embargo, que algunos ya existían a finales del I milenio d.C., como verbigracia los de Ghana, Mali y Songhai. Su expansión se produjo hacia el oeste y el sur, muy posiblemente a partir de focos nilóticos. Estos reinos del África subsahariana acabarán presentando un sustrato común de ideas políticas, anteriores a la cimentación en el continente, ya del cristianismo, ya del Islam. No obstante, el Corán no prendió en el Sudán hasta cerca del I milenio d.C. y el cristianismo se expansionó desde Egipto a Nubia hacia el siglo VI d.C. Durante los primeros siglos de la Era Cristiana, los Estados sudaneses vivieron la influencia del antiguo Egipto, a través de los logros de las civilizaciones de Meroe y Axum. Muy posiblemente influyeron en ellos las culturas preislámicas de regiones tempranamente islamizadas, sobre todo tras la introducción del camello en el África del Norte, lo que favoreció la expansión de la población de origen árabe. Por todo ello, muy posiblemente los Estados del ámbito sudanés emergieron y evolucionaron durante los primeros siglos de la Era Cristiana, merced al encuentro de elementos coptos y semitas, que se impondrían sobre comunidades anteriores de economía agrolítica. Este encuentro, que da lugar a fenómenos politéticos, se dio particularmente en las regiones centrales del continente antes que en las zonas litorales, que sólo más tarde recibirían influencias del este y el oeste por vía marítima. Durante más de 1.200 años toda la franja septentrional del África al norte del Sahara -la que hemos denominado África Menor, pero también Tripolitania y el Fezzan- conoció desde el mundo mediterráneo una especie de transfusión más o menos directa de vida y cultura a partir de los inicios del Bronce y hasta el Hierro, con realizaciones políticas y culturales. Ya se ha visto cómo los púnicos hicieron de Cartago un foco de irradiación política y cultural. Por otro lado, el legado que supuso la herencia de Alejandro y el florecimiento del helenismo, hicieron de Alejandría -en el mismo delta del Nilo- un foco de saber. Asimismo, el Imperio romano, al anexionarse el África Menor, favoreció la difusión del cristianismo con las consiguientes elaboraciones teológicas hasta que el reino vándalo de Genserico propiciase su desarraigo de Roma, con el natural aislamiento del África romana respecto al mundo clásico, lo que facilitará los movimientos y emigraciones de los beréberes nómadas, como los Zénata, con sus continuas incursiones en las hasta entonces provincias romanas. Se plantea entonces la cuestión de la posible miscegenación y endoculturación -aparte de Egipto, Meroe y Axum- por la que los libios de piel clara pudieron influir sobre gentes de tez tostada, utilizando parámetros culturales propios de la cuenca mediterránea. Es decir, cabe plantear la cuestión de si la endoculturación mediterránea que conoce el África Menor y que se clausura con el ocaso de Roma, pudo afectar de alguna manera al África sudanesa, es decir, al África subsahariana, pese a que se tenga constancia de que ni púnicos ni romanos llegaron nunca más allá del desierto. En realidad, los cartagineses se preocuparon más del dominio comercial que del territorial, y cuando los romanos empezaron a interesarse por el Sahara, lo hicieron buscando la defensa de sus provincias ante los nómadas: jamás llegaron más allá del oasis de Germa -centro de los llamados Garamantes- al sur del Fezzan. Sin embargo, sabemos que a partir del siglo V a.C., hubo intercambios un tanto indirectos entre el África mediterránea y el África negra, mediante vías utilizadas por carros. De esta forma, Leptis Magna, en el litoral mediterráneo -hoy en la República de Libia-, vino a constituir la estación terminal de una aleatoria ruta de tráfico, procedente del sur, a través del Fezzan y Lixus -Larache-, ya en la costa atlántica de Marruecos, convirtiéndose en la salida comercial a través del desierto de Mauritania. Ambas rutas seguirán conservando su importancia hasta tiempos históricos. No obstante, el contacto existente entre los moradores del Sahara y los negros del Sudán tuvo sus limitaciones. En realidad, el Sudán ofrecía como mercancías, esclavos, pieles, marfil, plumas de avestruz y algún que otro producto suntuario. Mientras, el África subsahariana importaba sal, que se obtenía en ciertos parajes del Sahara mediante una drástica organización esclavista. Pero no debieron ser meramente mercantiles las injerencias del norte del Sudán. Tradiciones milenarias recuerdan que los primeros reyes de Ghana eran blancos procedentes del norte, y en este sentido se conservan noticias más o menos vagas, referidas a supuestas inmigraciones desde el norte, en relación con el origen de los Haussa, que se establecieron en Nigeria septentrional. Es muy posible, sin embargo, que todo se limitase a la penetración de algunos grupos de la etnia tuareg, es decir, pastores beréberes del Sahara, en un ámbito en el que la población melanoderma poseía ya su organización política e instituciones propias. Por ello pudiera ser evidente que si hubo endoculturaciones y transculturaciones entre el África subsahariana y el África septentrional propiamente dichas, éstas pudieron marcar el desarrollo de los reinos sudaneses. Esto pudo muy bien traer expresiones de origen ya mediterráneo, ya oriental o egipcio. Tal es el caso dé los llamados peuls, conjuntos de poblaciones de distinto origen sobre los que los antropólogos han elaborado un sinfín de teorías. No obstante, con M. Delafosse (1912), puede seguir admitiéndose que "tras todas las tradiciones recogidas en diferentes regiones del Sudán, las tribus Fulbé, escalonadas desde el Bajo Senegal y desde el Futa Jalon hasta el país que se extiende entre el Chad y el Nilo declaran haber llegado del Futa senegalés o Mali, es decir, de regiones situadas entre el Atlántico y el Níger". Bajo una perspectiva lingüística se llega a conclusiones parecidas aunque a la inversa, relativas a emigraciones que llegan hasta el siglo XIV y entre las que se podría tener incluso en cuenta las que producen distintos intercambios entre el Bilad al Sudan o "país de los negros" y el África mediterránea, recordadas por el historiador galo R. Mauny, emigraciones que darán lugar a singulares establecimientos, como las que conoce incluso la España musulmana, afianzados por la islamización que habrá de conocer el África septentrional. No obstante, remontándonos a varios milenios antes de nuestra Era, parece probado que desde el Sahara central, a la sazón fértil y productivo, y las tierras altas próximas al Sahel, irradió el cultivo del mijo y del sorgo, en tanto que en el límite del bosque con la actual Nigeria se impuso el cultivo del ñame y la palmera aceitera, mientras que más al oeste, en la región costera, se llega a cultivar arroz. A su vez, diversos pueblos pastoriles nomadeando por el Sahara septentrional y oriental, en dirección suroeste y empujados por la progresiva desecación saharaui, terminaron formando en la cuenca del Níger una concentración demográfica humana pareja a la que conoce la cuenca del Nilo, aun cuando las menores crecidas del Níger y la falta en éste del limo fertilizante tuvieran como resultado salidas distintas tanto en el campo de la economía, como en el de la cultura. Así, la que conocen los Nok, complejo humano identificado por B. Fagg (1943), que según dataciones mediante el C-14 puede situarse entre el 500 a.C.-200 d.C., localizado en un ámbito de unos 500 kilómetros cuadrados, de este a oeste, y de unos 300 de norte a sur. Población cuyo origen quizá haya que buscar en la segunda mitad del primer milenio a.C., cuando toda la franja central del África, desde su confín atlántico al confín índico, sufre un período pluvial y una vasta red hidrográfica hoy fósil llevaba sus aguas producto de las precipitaciones hacia la cuenca del Benué y desde allí al Níger hasta el golfo de Benin. Las lluvias e inundaciones obligaron al abandono de numerosas aldeas costeras hoy localizadas merced a las hachas de piedra pulimentada conservadas, restos de hierro e incluso fragmentos en terracota, que hacen pensar en el sentido estético de estos alfareros Nok. Ellos incluso llegaron a conocer concretas técnicas metalúrgicas, compaginadas con el uso preciosista de la piedra y cierto progreso agrícola. Su arte habrá de influir en Ife y Benin echando las bases de una extraordinaria tradición escultórica naturalista. Por otra parte, hacia el siglo VIl y a orillas del lago Chad, surge otra civilización de alfareros, pareja en ciertos aspectos a la de Nok. Las gentes del Chad y de Nok terminarán por enzarzarse entre sí, luchando por su asentamiento en las tierras húmedas, lo que quizá explica las defensas que circundan sus aldeas. Entretanto, en el Níger medio, van proliferando otras poblaciones que viven del cultivo del mijo y arroz, a la vez que de la pesca, y asimismo hay indicios de importantes núcleos humanos en la región que se extiende entre Segú y Tombuctú. Más al norte, en la actual Mauritania, la metalurgia del cobre, que se domina desde el siglo V a.C., seguirá animando unas relaciones norte-sur.
contexto
Los orígenes del Reino de Ghana se remontan posiblemente al siglo IV cuando una dinastía blanca, de origen bereber, lo creó en la zona esteparia entre los ríos Níger y Senegal. Esta primera dinastía fue sucedida por la negra de los Sarakolé, hasta que en siglo VIII apareció el primer Imperio de Ghana. Ghana es el nombre dado por los árabes al Imperio soninke de Wagadu, y que probablemente podría derivar de la deformación de la palabra árabe ghani, cuya significación sería riqueza. Ghana desde el siglo VIII adquirió fama de tierra rica en oro y se convirtió en el principal depósito del oro sudanés que se extraía de los yacimientos aluviales, explotados por la población local en el marco de las estructuras familiares, durante la estación seca, tras los trabajos agrícolas. Los orígenes de Ghana, como los de casi todos los demás pueblos, son confusos; investigadores como Bath y Delafosse sostienen que fue fundada por gente de raza blanca, hacia principios del siglo IV, pero mientras para el primero fue obra de los fulbé, para el segundo es obra de semitas judeo-sirios. Un jefe de los inmigrados, Kara, organizo el Estado que permaneció bajo su dinastía hasta el siglo VII, en que surgió una dinastía de negros Soninke, cuyo primer monarca fue Kaya-Magam. Los sucesores de este fueron los Sissé-Tunkara, que extendieron en gran manera el Imperio. El apogeo del imperio ghanés fue en el siglo X, cuando se venció a la confederación de bereberes Sanhaja y se tomó su capital, Awdagost, en 990. Después de esta victoria los límites de Ghana se extienden desde Tagant, al Oeste, hasta Tombuctú, al Este, y casi hasta Bamako, al Sur. La capital del poderoso y rico imperio ghanés fue Kumbi Saleh (antigua Ghana) situada en la encrucijada del África negra y el mundo árabe. Kumbi Saleh se componía de dos aglomeraciones distantes entre sí unos 11 kilómetros: una, la musulmana o ciudad comercial, habitada por los mercaderes arabo-beréberes con una población de unos 20.000 habitantes; la otra era la ciudad de los soninke o ciudad del rey. Este alejamiento es interpretado como una muestra de desconfianza entre las dos culturas que convivían en el Imperio. La ciudad árabe, con sus doce mezquitas, era un claro exponente del poderío islámico, que presionaba sobre la cultura ancestral negra representada por una tecnología rudimentaria y unas construcciones tipo choza de techo redondo, destacando únicamente las más consistentes en donde vivía la corte del rey o tunka, nombre que se dio a los últimos y más poderosos soberanos. Los más famosos reyes fueron el tunka Menin y el tunka Beci, del siglo XI. Según al-Bakri, ambos soberanos eran tío y sobrino y la sucesión era matrilineal. El tunka ejercía los poderes políticos y religiosos que emanaban de su propia pertenencia legitima a la familia real. Un Consejo del tunka formado por numerosos dignatarios le asistía en los actos y decisiones oficiales en medio de un vestuario y ceremonial rico en colorido y en adornos de oro, que para muchos recordaba a la corte del Egipto faraónico. El tunka delegaba sus poderes en administradores locales representantes de los principales clanes territoriales que controlaban la situación política en las llamadas provincias imperiales. Mientras que en las provincias conquistadas la administración la ejercían gobernadores que daban cuenta directamente al rey. La justicia era impartida por el tunka personalmente en los casos de litigios menores, pero en los grandes asuntos de Estado era asistido por jueces, que incluso podían ser musulmanes cuando afectaba intereses de dicha comunidad. Las sanciones eran muy rígidas, lo cual tranquilizaba a la comunidad islámica que se sentía arropada institucionalmente en sus tratos comerciales. La economía del imperio de Ghana tenía dos aspectos muy diferenciados: por un lado, la agricultura y la ganadería de las que vivían la mayor parte de la población, y por otro, el comercio transahariano y las actividades artesanales. Desde el siglo VIII hasta el siglo XII el imperio de Ghana fue una especie de meta comercial a la que la gente iba a hacer fortuna en busca sobre todo de oro que después servía para acuñar los dinares de las dinastías islámicas del Africa mediterránea. Por otro lado el comercio de la sal y su monopolio por los reyes de Ghana fue la otra de las bases económicas de este imperio que controlaba su comercio con los países negros del Sur. Después del oro y la sal, Ghana proporcionaba al comercio transahariano esclavos, marfil y goma, y recibía a su vez del Norte, cobre, trigo y productos de lujo como perlas y vestidos. En la época de su máximo esplendor Ghana llegó a contar, según las fuentes árabes, con un ejército de 200.000 hombres de los cuales 40.000 eran arqueros. Pero todas estas estructuras no pudieron contener el empuje de los almorávides que en 1076 ocuparon la capital rompiendo la unidad del imperio que a partir de entonces quedó seccionado en un Norte musulmán controlado por los almorávides y un Sur soninke en donde se habían refugiado los no musulmanes y que a su vez debido a sus riquezas auríferas fue conquistado por los reyes de Sosso hasta que en el siglo XIII pasó a formar parte del imperio de Malí.