Cómo el marqués se partió de Chitrula para ver al gran Muteczuma. Y de aquí despachó los mensajeros que de Muteczuma tenía, a los cuales había hecho siempre mucha honra, y envió con ellos a dar cuenta al dicho Muteczuma de lo que en aquella ciudad había hecho, y la causa porque lo hiciera, y cómo ellos habían levantado que él era en ello; pero que el marqués no le daba crédito, y que él se partía luego para allá. Y luego que estos mensajeros se partieron, el marqués se partió de esta ciudad por donde les pareció a los que habían ido a la sierra del volcán que debía ser el mejor camino. Y fue un día a dormir cuatro leguas de ahí al pie del volcán, y otro día subió la sierra, y encima de ella halló gente que le salía a recibirle y a traer comida, y halló cierto albergue de casas de paja que los indios habían hecho para donde reposasen, y allí durmió esta noche; y porque en la sierra había mucho monte se salió con toda su gente a un raso que en la sierra había, porque le pareció que entre el monte había mucha gente, y llamó e hizo saber a ciertos señores y capitanes de aquella gente, diciéndoles: "Sabed que éstos que conmigo vienen no duermen de noche, y si duermen es un poco cuando es de día; y de noche están con sus armas, y cualquiera que ven que anda en pie o entra donde ellos están, luego lo matan; y yo no basto a lo resistir81; por tanto, hacedlo así saber a toda vuestra gente, y decidles que después de puesto el sol ninguno venga donde estamos, porque morirá, y a mí me pesará de los que murieren". Y así mandó esa noche a todos los de su compañía estar apercibidos, y puso sus centinelas y escuchas82, y vinieron algunos indios a espiar qué hacíamos, y las escuchas y centinelas los mataban; y en esto no se habló más por su parte ni por la nuestra. Y otro día el marqués bajó la sierra, y dende a cuatro leguas de ahí halló una gran población en la costa de una laguna grande, y allí se aposentó, y le hicieron casas de paja donde su gente se albergase y estuviese junta, y le dieron mucha comida. El marqués habló con el señor y con algunos principales de este pueblo y le dijeron cómo eran vasallos de Muteczuma, y en secreto se le quejaron del dicho Muteczuma, diciendo que les hacía muchos y grandes agravios en les pedir tributos y cosas que no eran obligados a dar ni hacer. Y aquí vinieron mensajeros de Muteczuma y trabajaron con su embajada de que el marqués no fuese a ver a Muteczuma, y él siempre les dijo que no lo dejaría de ver, porque le deseaba mucho hablar, y su venida no era por otra causa más que por le conocer y comunicar; y haciéndole creer los dichos indios que no había camino, si no era por agua y con unas canoas muy pequeñas pasaban, determinó de hacer barcas; y en cuatro días que allí estuvo, supo que había camino, aunque peligroso, porque había de ir por una calzada de piedra que por el agua entraba y a trechos tenía puentes de madera. Cómo el Muteczuma salió a recibir al marqués. Partió el marqués con su gente de este pueblo, y así en él como siempre avisaba a los indios que no entrasen donde los españoles estaban después de puesto el sol; y fue a dormir a otro pueblo en la costa de la dicha laguna, y allí vinieron espías por el agua en canoas pequeñas, y nuestras escuchas y centinelas les tiraban con ballestas a bulto, y así no saltaron en tierra. Y otro día comenzó el marqués con su gente a entrar por una calzada angosta de piedra que por el agua entraba, y puentes a trechos, como hemos dicho, y fue a dormir a un pueblo que está en el agua, y tuvo guarda como mejor pudo para que no le rompiesen las puentes ni la calzada; y de dos a dos horas o poco más venían siempre mensajeros y luego que fue de día caminó y salió de esta calzada a tierra y fue a dormir diez millas de México a una población que estaba en la ribera de una laguna salada, y allí estuvo un día; y este pueblo era de un hermano de Muteczuma83; y después que entramos en la tierra de Muteczuma, siempre nos dieron de comer de lo que tenían. Y dende este pueblo fue el dicho marqués y su gente por otra calzada que por el agua entraba hasta México, y Muteczuma le salió a recibir, habiendo enviado primero un su sobrino con mucha gente y bastimentos. Salió el dicho Muteczuma por en medio de la calle, y toda la demás gente arrimada a las paredes, porque ansí es su uso, e hizo aposentar al marqués en un patio donde era la recámara de los ídolos, y en este patio había salas asaz grandes donde cupieron toda la gente del dicho marqués y muchos indios de los de Tascala y Churula que se habían llegado a los españoles para los servir84. Cómo el marqués determinó de prender a Muteczuma, y lo que sobre ello hubo. En este tiempo, poco antes que en México entrase, el marqués supo que los españoles que había dejado en la costa poblados yendo a un pueblo de un vasallo de Muteczuma a le decir que les diese de comer, los del pueblo habían peleado con ellos y muértoles un caballo y un español, y herido a los más de ellos. El marqués, después que reposó algo de aquel día que a México llegó, con el cuidado que de su vida y de los de su compañía tenía, andábase paseando por dentro de su aposento, y vio una puerta que le pareció que estaba recién cerrada con piedra y cal, e hízola abrir, y por ella adentro entró y halló mucho gran número de aposentos, y en algunos de ellos mucha cantidad de oro en joyas y en ídolos y muchas plumas, y de esto muchas cosas muy para ver; y había entrado con dos criados suyos, y tornose a salir sin llegar a cosa alguna de ello. Y luego por la mañana hizo apercibir a su gente, y temiéndose, como en la verdad era así y así lo tenían acordado, que quitando una o dos puentes de las por donde habíamos entrado no podíamos escapar las vidas, se fue a la casa de Muteczuma, en la cual había asaz de cosas dignas de notar, y mandó que su gente dos a dos o cuatro a cuatro se fuesen tras él. Muteczuma salió a él y lo metió a una sala donde él tenía su estrado, y con él entramos hasta treinta españoles y los demás quedaban a la puerta de la casa; y en un patio de ella, el marqués dijo a Muteczuma con los intérpretes: "Bien sabéis que siempre os he tenido por amigo, y os he rogado por vuestros mensajeros que siempre conmigo se trate verdad, y yo en cosa no os he mentido, y agora sé que los españoles que dejé en la costa han sido maltratados de vuestra gente, y están los más de ellos heridos, y han muerto a uno, y dicen algunos de los indios que los españoles prendieron peleando que esto se hizo por vuestro mandado; y para que lo quiero averiguar habéis de ir preso conmigo a mi aposento, donde seréis servido y bien tratado de mí y de los míos; y caso que tengáis alguna culpa de la que os ponen vuestros vasallos, yo miraré por vuestra persona como por mi hermano; y esto hago porque si lo disimulase, los que conmigo vienen se enojarían de mí, diciendo que no me daba nada de verlos maltratar; por tanto, mandad a vuestra gente que de esto no se altere, y tened aviso que cualquiera alteración que haya la pagaréis con la vida, pues es en vuestra mano pacificarlo". Muteczuma se turbó mucho, y dijo con toda la gravedad que se puede pensar: "No es persona la mía para estar presa, y ya que yo lo quisiese, los míos no lo sufrirían". Y así estuvieron en razones más que cuatro horas, y al fin se concertaron que Muteczuma fuese con el marqués, y lo llevó a su aposento, y le dio en guarda a un capitán, y de noche y de día siempre estaban españoles en su presencia, y él no decía a los suyos que estaba preso, antes libraba y despachaba negocios tocantes a la gobernación de su tierra. Cómo Muteczuma y los más de los señores de la tierra se ofrecieron por vasallos del marqués. Y muchas veces el marqués se iba a hablar con él, y con el intérprete le rogaba que no recibiese pena de estar allí, y le hacía todos los regalos que podía, y cierta vez le dijo: "Estos cristianos son traviesos, y andando por esta casa han topado ahí cierta cantidad de oro, y la han tomado; no recibáis de ello pena". Y él dijo liberalmente: "Eso es de los dioses de este pueblo: dejad las plumas y cosas que no sean de oro, y el oro tomáoslo, y yo os daré todo lo que yo tenga; porque habéis de saber que de tiempo inmemorial a esta parte tienen mis antecesores por cierto, y así se platicaba y platica entre ellos de los que hoy vivimos, que cierta generación de donde nosotros descendemos vino a esta tierra muy lenjos85 de aquí, y vinieron en navíos, y éstos se fueron desde ha cierto tiempo, y nos dejaron poblados. Y dijeron que volverían, y siempre hemos creído que en algún tiempo habían de venir a nos mandar y señorear; y esto han siempre afirmado nuestros dioses y nuestros adivinos, y yo creo que agora se cumple, por ende quiero os tener por señor, y ansí haré que os tengan todos mis vasallos y súbditos a mi poder". Y ansí lo hizo, e hizo llamar a muchos de los señores de la tierra, y díjoles: "Ya sabéis lo que siempre hemos tenido creído acerca de no ser señores naturales de estas tierras, y parece que este señor debía ser cuyos somos, y ansí como a mí me tenéis dada la obediencia, se la dad a él, y yo se la doy". Y así puestos todos uno ante otro y Muteczuma primero, cada cual hizo su razonamiento ofreciéndose por vasallos y criados del dicho marqués, y poniéndose so86 su amparo; y esto fue una cosa muy de ver, lo cual hicieron con muchas lágrimas, diciendo: "Parece que nuestros hados quisieron en nuestro tiempo que se cumpliese lo que tanto ha que estaba pronosticado". Y así, el marqués les respondió y consoló, y prometió a Muteczuma que siempre mandaría en su tierra como antes, y sería tan señor y más, porque se ganarían otras tierras de que también fuese señor como de esta suya. Y Muteczuma le dijo: "Váyanse con estos míos algunos vuestros, y mostrarles han una casa de joyas de oro y aderezos87 de mi persona". Y quien esto escribe y otro gentilhombre fueron por mandado del marqués con dos criados de Muteczuma, y en la casa de las aves, que así la llamaban, les mostraron una sala y otras dos cámaras donde había asaz de oro y plata y piedras verdes88, no de las muy finas; y yo hice llamar al marqués, y fue a verlo, y lo hizo llevar a su aposento. De la grandeza de las comidas de Muteczuma. Después que Muteczuma vio la manera de la conversación de los españoles, parecía holgarse mucho con ellos, y así es que todos le hacían todo el placer posible. Y a él le venían a servir sus criados, y le traían cada vez que comía más que cuatrocientos platos de vianda en que había fruta y yerbas y conejos y venados y codornices y gallinas y muchos géneros de pescados guisados de diversas maneras, y debajo de cada plato de los que a sus servidores les parecía que él comería, venía un braserico con lumbre; y sabed que siempre le traían platos nuevos en que comía, y jamás comía en cada plato más de una vez, ni se vestía ropa más de una vez; y lavábase el cuerpo cada día dos veces. Cómo Muteczuma avisó al marqués que un su sobrino andaba levantando la tierra. En este tiempo Muteczuma avisó al marqués que un su sobrino, que se decía Cacamací, señor de una ciudad que está en la costa de esta laguna y de mucha otra tierra y pueblos89, era hombre mal reposado, y como mozo era deseoso de guerra; por tanto, que convenía que le pusiese cobro en él; y el marqués así lo hizo, y lo encomendó a ciertos gentileshombres españoles. De los aposentos de Muteczuma, y de la grandeza de ellos. Este Muteczuma tenía una casa con muchos patios y aposentos en ella, donde tenía ropa y otras cosas, y en esta casa, en algunos patios de ella, tenía en jaulas grandes leones y tigres y onzas90 y lobos y raposos, en cantidad cada uno por sí; y en otros patios tenía en otra manera de jaulas halcones de muchas maneras y águilas y gavilanes y todo género de aves de rapiña; y era cosa de ver cuán abundantemente daban carne a comer a todas estas aves y fieras, y la mucha gente que había para el servicio de éstas; y había en esta casa en tinajas grandes y en cántaros culebras y víboras asaz; y todo esto era no más que por manera de grandeza. En esta casa de las fieras tenía hombres monstruos y mujeres: unos contrahechos, otros enanos, otros corcovados91; y tenía otra casa donde tenía todas las aves de agua que se pueden pensar, y de toda otra manera de aves, cada género de aves por sí; y es ansí sin falta, que en el servicio de estas aves se ocupaban más de seiscientos hombres, y había en la misma casa donde apartaban las aves que enfermaban y las curaban; en la casa de estas aves de agua tenía hombres y mujeres todos blancos, cuerpos y cabello y cejas. Del templo de los ídolos. El patio de los ídolos era grande que bastaba para casas de cuatrocientos vecinos españoles. En medio de él tenía una torre que tenía ciento trece gradas de a más de palmo92 cada una, y esto era macizo, y encima tenía dos casas de más altor que pica y media93, y aquí estaba el ídolo principal de toda la tierra, que era hecho de todo género de semillas, cuantas se podían haber, y éstas molidas y amasadas con sangre de niños y niñas vírgenes, a los cuales mataban abriéndolos por los pechos y sacándoles el corazón y por allí la sangre; y con ella y las semillas hacían cantidad de masa más gruesa que un hombre y tan alta, y con sus ceremonias metían por la masa muchas joyas de oro de las que ellos en sus fiestas acostumbraban a traer cuando se ponían muy de fiesta; y ataban esta masa con mantas muy delgadas y hacían de esta manera un bulto; y luego hacían cierta agua con ceremonias, la cual con esta masa la metían dentro en esta casa que sobre esta torre estaba, y dicen que de esta agua daban a beber al que hacían capitán general cuando lo elegían para alguna guerra o cosa de mucha importancia. Esto metían entre la postrer pared de la torre y otra que estaba delante, y no dejaban entrada alguna, antes parecía no haber allí algo. De fuera de este hueco estaban dos ídolos sobre dos basas de piedra grande, de altor las basas de una vara de medir, y sobre éstas dos ídolos de altor de casi tres varas de medir cada uno94 y serían de gordor95 de un buey cada uno; eran de piedra de grano bruñida, y sobre la piedra cubiertos de nácar, que es conchas en que las perlas se crían, y sobre este nácar, pegado con betún a manera de engrudo, muchas joyas de oro, y hombres y culebras y aves e historias96 hechas de turquesas, pequeñas y grandes, y de esmeraldas y de amatistas, por manera que todo el nácar estaba cubierto, excepto en algunas partes donde lo dejaban para que hiciese labor con las piedras97. Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, y por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, y por rostro una máscara de oro, y ojos de espejo, y tenían otro rostro en el colodrillo98, como cabeza de hombre sin carne. Habría más de cinco mil hombres para el servicio de este ídolo; eran en ellos unos más preeminentes que otros, así en oficio como en vestiduras; tenían su mayor a quien obedecían grandemente, y a éste así Muteczuma como todos los demás señores lo tenían en gran veneración. Levantábanse al sacrificio a las doce de la noche en punto. El sacrificio era verter sangre de la lengua y de los brazos y de los muslos, unas veces de una parte y otras de otra, y mojar pajas en la sangre, y la sangre y las pajas ofrecían ante un muy gran fuego de leña de roble, y luego salían a echar incienso a la torre del ídolo. Estaban frontero de esta torre sesenta o setenta vigas muy altas hincadas, desviadas de la torre cuanto un tiro de ballesta, puestas sobre un treatro99 grande, hecho de cal y piedra, y por las gradas de él muchas cabezas de muertos pegadas con cal, y los dientes hacia fuera. Estaba de un cabo y de otro de estas vigas dos torres hechas de cal y de cabezas de muertos, sin otras alguna piedra, y los dientes hacia afuera, en lo que se podía parecer, y las vigas apartadas una de otra poco menos que una vara de medir100, y desde lo alto de ellas hasta abajo puestos palos cuan espesos cabían, y en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes en el dicho palo. Y quien esto escribe y un Gonzalo de Umbría, contaron los palos que había, y multiplicando a cinco cabezas cada palo de los que entre viga y viga estaban, como dicho he, hallamos haber ciento treinta y seis mil cabezas, sin las de las torres101. Este patio tenía cuatro puertas, y en cada puerta un aposento grande, alto, lleno de armas; las puertas estaban a levante y a poniente, y al norte y al sur. Cómo el marqués mandó quemar a un señor que se decía Qualpupoca. Muteczuma, cuando lo prendió el marqués, envió por el señor del pueblo que había peleado con los españoles en la costa, y dio un sello con cierto carácter en él figurado, el cual se quitó del brazo, y dijo al marqués: "Váyanse dos de vuestros hombres con estos mensajeros que yo envío, y traerán al que ha hecho el daño en vuestra gente". Esto porque el marqués se lo pidió ansí, y dijo a sus mensajeros Muteczuma: "Id y llamad a Qualpupoca (que así se llamaba el señor); y si no quisiese venir por la creencia de esta mi seña, haréis gente de guerra en mi tierra e iréis sobre él y destruirlo y prenderlo por fuerza, y no vengáis sin él; y mirad por esos cristianos mucho". Fueron y trajéronlo, y confesó haber él hecho el daño en los españoles, es caso que dijo que Muteczuma se lo había mandado. El marqués hizo sacar de los almacenes de armas que hemos dicho todas las que hubo, que eran arcos y flechas y varas y tiraderas102 y rodelas y espadas de palo con filos de pedernal103, y serían más que quinientas carretadas, e hizo quemarlas y con ellas a Qualpupoca, y para esto dijo que las quemaba, para quemar aquél.
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Cómo llegamos al puerto de Sant Juan, y lo que allí nos sucedió. Salidos de aquí nos hizo buen tiempo para ir la costa abajo y llegamos Viernes Santo al puerto de Sant Juan, que así le llaman los españoles. El marqués sacó la más de su gente en tierra, dejando guarda en los navíos, y en nombre del rey de Castilla, nuestro señor, fundó una villa, a quien puso por nombre la Villa Rica de la Vera Cruz. Aquí vinieron indios de aquella tierra a le hablar, y nuestro español intérprete no los entendía, porque es la lengua muy diferente de la de donde él había estado; y dábannos los dichos indios algunas cosas para que comiésemos, de frutas y pan de maíz, de lo que ellos comen. El marqués había repartido algunas de las veinte indias que dijimos que le dieron entre ciertos caballeros, y dos de ellas estaban en la compañía donde estaba el que esto escribe; y, pasando ciertos indios, una de ellas les habló, por manera que sabía dos lenguas, y nuestro español intérprete la entendía, y supimos de ella que siendo niña la habían hurtado unos mercaderes y llevádola a vender a aquella tierra donde había criado29. Y así, tornamos a tener intérprete, y con él el marqués hizo llamar ciertos indios de los principales que por allí aparecían y les preguntó por el señor o señores de aquella tierra, y le dijeron que toda ella era de un gran señor que se llamaba Muteczuma y que a él servían todos los otros señores de aquella tierra, porque en cada pueblo había señor o gobernador, pero que todos eran vasallos de éste. Este Muteczuma se servía de sus vasallos en esta manera: que como él y sus antecesores fuesen extranjeros de esta tierra donde él señoreaba y obiesen entrado en ella so especie de religión, y creció mucho su partido, estando metidos en una isla que se hacía donde agora es la ciudad de México y lo de alrededor era agua y acequias hondas, de manera que en algunas partes sembraban en cierta manera30, viéndose con poder para ello hicieron guerra a los naturales de la tierra, y a los que se les daban de paz sin querer pelear con ellos tomaban de ellos tributo y parias31, y a los que vencían por fuerza de armas, no queriéndoseles dar la paz, servíanse de ellos como de esclavos, y tenían por suyo todo lo que los tales poseían; y además de servir con sus personas y con las de sus hijos y mujeres dende que el sol salía hasta que se ponía en lo que les mandaban, si después en su casa les hallaban algo, también se lo tomaban los recibidores de las rentas de los señores; y en esta costa había de éstos algunos pueblos y provincias. Informado el marqués de esto, procuró de hablar con algunos de los naturales de la tierra que vivían en esta sujeción, los cuales se le quejaron y pidieron los remediase, y él les ofreció que haría por ellos todo su poder y que no consentiría que les hiciesen agravio. Envió la costa abajo a ciertos navíos ligeros a que viesen la costa y a que buscasen algún puerto si había. Visto esto, los indios que por Muteczuma en aquella parte residían hacíanle mensajeros que iban y venían muy en breve, magüer32 haya sesenta leguas desde el puerto de Sant Juan a la ciudad de México, donde Muteczuma estaba; y él mandó que diesen al marqués cierto presente de oro y plata, y en ello una rueda de oro y otra de plata, cada una tamaña como una rueda de carreta, aunque no muy gruesa, las cuales decían que tenían hechas a semejanza del sol y de la luna. El marqués dio ciertas ropas de su persona y gorras y calzas y collares de cuentas de vidrios de colores para que llevasen a Muteczuma y asimismo dio de lo que tuvo a los mensajeros y a otros señores de los que venían a le ver y hablar. Aquí hubo noticia de un motín que entre su gente se pensaba haber, e hizo prender a ciertos gentileshombres de su compañía y meterlos en los navíos con buena guarda, e hizo irse a un puerto pequeño, que está diez leguas abajo de este, porque era mejor tierra para pueblo de españoles y tenía más cerca buenas aguas y montes. Y el marqués se fue por tierra la costa abajo con la más de su gente, y halló una ciudad en el camino adonde asimismo se le quejaron de los agravios que Muteczuma y sus recaudadores les hacían, y él les dijo que a Muteczuma que le tenía por amigo, pero que no por eso consentiría que hiciese agravio alguno a ellos ni a otros que quisiesen ser amigos del dicho marqués. Y, así, envió a rogar a Muteczuma y lo dijo a sus criados que le rogaba que no quisiesen hacer agravio a los naturales de la tierra. Llegó el marqués al puerto donde había mandado ir los navíos y allí asentó el pueblo de españoles que había hecho en el puerto de Sant Juan, y halló a media y a una legua33 del puerto ciertos pueblos de indios, que asimismo se le quejaron, como los demás, de los agravios que recibían de ciertos recaudadores que a la sazón allí eran venidos a les pedir tributos y mandar que hiciesen otras cosas que ellos no solían hacer. El marqués les dijo lo que otras veces les había dicho, y les certificó que sería su amigo y no les consentiría hacer mal ni daño. Y con este favor ellos acuerdan de dar en los recaudadores y gente que con ellos venía, y ataron muchos de ellos y les dieron de palos. Algunos se huyeron donde el marqués estaba, y como a él no le pesaba de la discordia que entre ellos obiese, solamente los amparó para que no los matasen, pero no del todo se los quitó de poder. Y así hizo soltar algunos de ellos con quienes envió recado a Muteczuma, diciéndole que él era llegado en aquella tierra, y que había hallado allí aquella gente suya a quien los de aquellos pueblos habían querido matar y que él los había amparado, y que le decían que, sin ser obligados a dar tributo, se lo pedía, y como recién llegado a la tierra no sabía la razón que cada uno tenía o no; que él le hacía saber lo sucedido. Y así quedaron rebelados contra el servicio del dicho Muteczuma todos aquéllos, y muy amigos del marqués y de los cristianos. Visto por el marqués que entre los suyos había algunas personas que no le tenían buena voluntad, y que de estos y otros que mostraban voluntad de se tornar a la isla de Cuba, de donde habíamos salido, había cierto número, habló con algunos de los que iban por maestros de los navíos34, y a algunos rogó que diesen barrenos a los navíos y a otros que le viniesen a decir que sus navíos estaban mal acondicionados. Y como lo hiciesen así, decíales: "Pues no están para navegar, vengan a la costa y romperlos, porque se excuse el trabajo de sostenerlos". Y así dieron al través con seis o siete navíos, y en uno, que era la capitana en que él había ido a aquella tierra, hizo meter todo el oro que le habían dado y las cosas que en aquella tierra había habido, y enviólo al rey de Castilla, nuestro señor, que entonces era rey de romanos, electo emperador. Obo personas españolas en su compañía que pusieron en plática y por obra de hurtar un navío pequeño y salir a robar lo que llevaban para el rey. Sabido por el marqués, prendió a algunos e hizo justicia de los más culpados, y a otros perdonó. E hizo decir en su real cómo él quería enviar un navío, que era el mejor de los que allí había, a la isla de Cuba; por tanto, que los que no quisiesen su compañía se podrían ir en él. Y así, vinieron algunas personas a le pedir licencia para se ir, y él se la daba y decía: "porque yo determino de ganar de comer en esta tierra o morir en ella, échense todos los demás navíos al través, demás de los que se habían echado, y los que no quisiesen seguir mi opinión, ahí queda ése en que se vayan". Y así los echó al través; y, después que los otros fueron echados al través, echó también éste, y quedó certificado de quiénes eran los que no querían su compañía. Cómo Diego Velázquez, gobernador de Cuba, envió a un Juan de Grijalva, deudo suyo, a descubrir la tierra, y cómo el Diego Velázquez andaba descontento con el marqués. Es así que un Diego Velázquez, gobernador que era de la isla de Cuba, a quien el almirante don Diego Colón había enviado a la dicha isla de Cuba por su teniente de gobernador, y el dicho Diego Velázquez con ayuda del marqués del Valle y de otros había conquistado la dicha isla y tenido inteligencia35 en Castilla con los del consejo del rey para que le diesen una cédula del rey, como se la dieron, por donde se le mandaba que no acudiese al almirante con la dicha isla y que tuviese la gobernación de ella. Este Diego Velázquez, teniendo la dicha gobernación, se hizo rico, y, habiéndosele muerto su mujer, procuró amistad con don Juan de Fonseca, obispo de Burgos, que a la sazón era presidente en el consejo de Indias, y señaló a algunos de los del consejo del rey pueblos de indios en la dicha isla para los aprovechar36. El dicho obispo pretendía casarle con una pariente suya y así estaba hablado y concertado; y de esta manera el dicho Diego Velázquez se creía que en el consejo del rey tenía mucho favor. Y como supiese que un Francisco Hernández de Córdova y otro vecino de la villa de la Trinidad, que es en la isla de Cuba, habían enviado un navío que tenían con intención de pasar a unas islas que dicen de los Guanajos a traer gente para sus minas, con una tormenta que les dio aportaron a una parte de la Tierra Firme, y habían descubierto en cierta parte de la costa, que es algo bajo de la isla de Cozumel, tierra poblada, determinó el dicho Diego Velázquez de enviar una armada, y envióla por la vía que aquel navío de los dos vecinos había ido, y en ella por capitán a un su deudo, o que decía que lo era, que se llamaba Juan de Grijalva37. Y éste fue y desembarcó con su gente donde el otro navío había llegado, y allí peleó con los naturales de la tierra y le mataron un hombre que se decía Juan de Guitalla38 y al capitán dieron con una flecha por la boca, donde le derribaron un diente, y se tornó a embarcar con asaz peligro de su gente, y anduvo por la costa abajo, y viéndola poblada no se atrevió a quedar en ella. Y en tanto que este capitán era ido, platicose entre Diego Velázquez y el marqués del Valle, que agora lo es porque entonces era vecino de la isla de Cuba, de que el dicho marqués fuese en busca del dicho Grijalva, y para esto se comenzó a hacer alguna gente. Y como Diego Velázquez viese que el marqués gastaba largo de su hacienda y hacía más gente de la que a él le parecía que bastaba, recelose y quisiera estorbar la ida al dicho marqués. El marqués estaba muy bien quisto39 de la gente que había hecho, y el dicho Diego Velázquez no fue bastante para le estorbar la ida. Y ansí el marqués salió de aquel puerto de la ciudad de Santiago, que es en Cuba, no tan bien abastecido cuanto fuera menester, y se fue por el largo de la isla abasteciendo y llegando navíos y gente, como ya hemos dicho. Y Diego Velázquez no decía en público que el marqués fuese contra su voluntad, ni el marqués tampoco publicaba que iba por enemigo del dicho Diego Velázquez, puesto que el marqués decía a sus amigos: "Ved si será bien que habiendo yo gastado toda mi hacienda, y tanta que con ella pudiera vivir en España, que acuda a Diego Velázquez con la tierra que hallare, y con lo que trabajaremos en buscarla". Y por esto, Diego Velázquez pretendía ser suya la conquista y demanda que el marqués traía, magüer40 en ella no había gastado mucho; porque el que esto escribe llegó al puerto de Cuba, donde es la ciudad de Santiago, y dije a Diego Velázquez cómo yo le iba a servir, y que quería ir a aquella jornada41 con el marqués del Valle; y él me dijo: "No sé qué intención se lleva Cortés para conmigo, y creo que mala, porque él ha gastado cuanto tiene y queda empeñado, y ha recibido oficiales para su servicio, como si fuera un señor de los de España; pero con todo holgaré que vais42 en su compañía, que no ha más de quince días que salió de este puerto y en breve lo tomaréis, y yo os socorreré a vos y a los que más quisieren ir". Juntámonos ciertos gentileshombres, y dionos de socorro a cada uno un libramiento de cuarenta ds.43 para que nos lo diesen en ropa en una tienda, que era lo que en ella se vendía del dicho Diego Velázquez. Con decirme a mí que era su sobrino y hacerme muchos ofrecimientos, me dieron en los cuarenta pesos de oro cosas que por diez pesos hubimos yo y otros mis compañeros más cantidad de ellas en otras tiendas; y por esto nos hizo hacer obligaciones, a cada uno de los dichos cuarenta pesos, y se las hicimos y se los pagamos después44. Cómo escribimos a S. M. dando cuenta de los negocios de Diego Velázquez. Lo dicho en este capítulo es para que se entienda la razón que tuvieron después de enviar armada de españoles contra el dicho marqués y contra sus compañeros. Y sepa quien esto leyere que es así que cuando el navío de que hemos dicho se partió a traer lo que hasta entonces habíamos habido a nuestro rey, nos juntamos todos unánime, y dijimos al dicho marqués del Valle nuestro parecer acerca de lo que temíamos que podría suceder por la confederación y amistad que había entre el obispo de Burgos, presidente de Indias, y Diego Velázquez. Y de acuerdo de todos escribimos a S.M. el emperador y rey, nuestro señor, una carta firmada de todos o los más de los que había en la compañía del marqués, y dada cuenta a S. M. de lo sucedido hasta estonces, le jurábamos y prometíamos que por lo que a su real servicio convenía (y porque creíamos que Diego Velázquez con el favor del obispo de Burgos podría ganar o habría ganado alguna provisión de S. M. en perjuicio de su patrimonio real, pidiéndole aquella tierra en gobernación o mercedes en ella, y S. M. se lo concediese, creyendo ser como en alguna otra parte de las Indias, de lo que hasta entonces estaba descubierto),45 que todas las cartas y provisiones de S. M. y de su consejo que nos fuesen mostradas las obedeceríamos como mandado de nuestro rey y señor; y en cuanto a la ejecución del cumplimiento, suplicamos desde entonces de ello y suplicaríamos hasta ser certificados que S. M. era informado de aquella nuestra relación y de lo que habíamos trabajado y pensábamos trabajar en su servicio; y para que otra cosa en contrario de lo que le escribíamos no se hiciese (que S. M. sin saber de qué hacía mercedes, no las hiciese) estábamos prestos de morir y tener la tierra en su real nombre hasta ver respuesta de esta carta que le escribíamos. Ido el navío para España, hobo algunas revueltas entre los naturales de la tierra, y no queriendo los de un pueblo que se llama Tiçapancinga dejar de hacer daño a otros, aunque el marqués se lo envió a decir que no lo hiciesen, el marqués fue a los castigar con cierta gente y los castigó, magüer ellos se pusieron en armas. Y dejando en la villa que había poblado la gente que le pareció que bastaba para estar seguros, con toda la demás que tenía se partió la tierra adentro, por donde le decían que era la vía para ir donde Muteczuma estaba (a). Cómo el marqués se llegó a Çacotlan, y lo que luego pasó con unos indios emboscados. A este tiempo ningún indio de los vasallos de Muteczuma había quedado por no mostrar el camino, y como mejor los naturales de aquella tierra sabían a casi a tiento46 lo iban mostrando. Y después de haber andado el marqués con toda su gente poco más de veinte leguas de despoblado, salido de la tierra de éstos que se habían dado nuestros amigos, las cuales veinte leguas anduvo por cabe47 unos lagos de agua salada como de la mar y por tierra de salitrales, donde el dicho marqués y su gente pasaron alguna necesidad de hambre, aunque más de sed, llegó a un pueblo que se dice Çacotlan. Preguntó al señor de él si era vasallo de Muteczuma, y él le respondió: "¿Pues quién hay que no sea vasallo de ese señor?". El marqués del Valle hacía poner cruces en todos los lugares donde allegaba, y puestas en éste se partió de él con once de a caballo que en su compañía llevaba y algunos peones, los más sueltos que le parecían, e iba siempre descubriendo el campo. Y subida una cuesta mandó decir al capitán de la gente de pie que caminase apriesa; y el marqués con los de a caballo se adelantó y fue a dar en ciertos indios que estaban por espías, que dicen que serían hasta ocho. Y queriendo tomar alguno de ellos para saber de dónde eran, se defendieron y mataron de dos cuchilladas dos caballos e hirieron a dos españoles, y al fin no pudieron tomar ninguno de los dichos indios a vida. Allí nos esperó el marqués porque ya era tarde, y llegamos a él puesto el sol, y supimos y vimos lo que he dicho. El marqués hizo poner sus centinelas y dormió allí aquella noche, y otro día levantó su real, y como a cosa de las ocho del día salía a nos tanto número de gente de guerra que me parece que serían más de cien mil, y hay opiniones que eran muchos más de los que digo. Algunos de ellos nos aguardaron en ciertas quebradas hondas de unos arroyos que atravesaban el camino; y pasándolas con harto trabajo, nos metíamos en medio de ellos. Ayudábannos algo ciertos indios que iban con nosotros de los que se habían dado por amigos en la costa de la mar, de que ya dijimos. El marqués y los de caballo iban siempre en la delantera peleando, y volvía de cuando en cuando a concertar su gente y hacerlos que fuesen juntos y en buen concierto, y así lo iban. Hubo indios que arremetían con los de caballo a les tomar las lanzas. Y así, peleando, se fue este día a aposentar a una casa de un ídolo que tenía alrededor de sí dos o tres casillas, y allí pusieron los españoles el hato que llevaban, y salieron a pelear por la orden que el marqués les mandaba. Estuvimos en este cerro diez y ocho días, y teníase en el pelear esta orden48.
contexto
De la cruda guerra que los tascaltecas dieron al marqués del Valle. Los indios venían ordinariamente a pelear con nosotros unas veces por la mañana y otras algo más tarde, y otras veces a la puesta del sol. Y como probasen esto los tres días primeros, acordaron de para saber el daño que hacían en nosotros venir a hablar al marqués, y dijéronle que les pesaba mucho de que en aquella tierra se le hiciese enojo, y que era no por voluntad de ellos sino que aquella gente que con nosotros peleaba era de otra nación, y que moraban tras de unas sierras que nos señalaban, y que ellos les decían que no lo hiciesen, y que no querían hacer menos. Y de esta manera ordinariamente venían y traían algunas tortillas de pan y algunas gallinas y cerezas, y luego preguntaban: "¿Qué daño han hecho estos bellacos en vosotros?". El marqués les decía que se lo agradecía, y que no era ninguno el daño que en nosotros hacían, y que le pesaba mucho del que ellos recibían. Y con tanto se volvían, y los veíamos entrar entre la gente de guerra que con nosotros peleaba. Por manera que ellos probaron su fortuna en todas las horas del día, y viendo que no les aprovechaba cosa alguna, dieron en nuestro real ciertas otras veces de noche e iban algo aflojando en nos acometer. Y el marqués, viendo que aflojaban, los iba a buscar por una y por otra parte del real, hacia donde de noche veíamos que había humos y podría haber población, y siempre hallábamos pueblos y gente en ellos con quien pelear, y ellos venían a nos buscar, aunque no tantas veces. Con que luego que allí llegamos, en este tiempo dieron al marqués ciertas calenturas, y acordó de se purgar, y llevaba cierta masa de píldoras que en la isla de Cuba había hecho; y como no obiese quien las supiese desatar49 para las ablandar y hacer las píldoras, partió ciertos pedazos y tragóselos así duros; y otro día, comenzando a purgar, vimos venir mucho número de gente, y él cabalgó y salió a ellos y peleó todo ese día, y a la noche le preguntamos cómo le había ido con la purga, y díjonos que se le había olvidado de que estaba purgando, y purgó otro día como si entonces tomara la purga. Cómo el marqués fue a Zimpanzingo, y lo que pasó por el camino. El marqués posaba en la torre del ídolo, como ya hemos dicho, y algunas veces de noche, en lo que le cabía de dormir, miraba desde allí a todas partes para ver humos, y vio a algo más que cuatro leguas de allí, cabe50 unos peñoles51 de sierra y por entre cierto monte, cantidad de humos, por donde creyó haber mucha gente en aquella parte. Y otro día partió su gente y dejó en el real la que le pareció, y luego que fueron dos o tres horas de noche comenzó a caminar hacia los peñoles a tino52, porque la noche era oscura, y yendo como una legua del real, súpitamente53 dio en los caballos una manera de torozón54 que se caían en el suelo sin poderlos menear. Y con el primero que se cayó y se lo dijeron al marqués, dijo: "Pues vuélvase su dueño con él al real". Y al segundo dijo lo mismo, y comenzámosle a decir algunos de los españoles: "Señor, mirad que es mal pronóstico, y mejor será que dejemos amanecer; luego veremos por donde vamos". Él decía: "¿Por qué mirais en agüeros? No dejaré la jornada, porque se me figura que de ella se ha de seguir mucho bien esta noche, y el diablo por lo estorbar pone estos inconvenientes". Y luego se le cayó a él su caballo como a los otros e hizo un poco alto, y de diestro llevaban los caballos55, que serían ocho. Y así caminamos hasta que perdimos el tino de la vía de los peñoles. Y dimos en una mala tierra de pedregales y barrancas, y atinando a una lumbrecilla que estaba en una choza, fuimos allá y tomamos dos mujeres. Y unos españoles que el marqués había puesto en un camino tomaron dos indios; éstos nos llevaron hacia los peñoles y llegamos allá al amanecer, y los caballos iban ya buenos, y llegando al, cabo a los peñoles, a un pueblo grande que allí estaba que se dice Zimpanzingo, como habíamos ido fuera de camino estaba la gente de él muy descuidada, y el marqués mandó que no matasen ningún indio, ni les tomasen cosa alguna, y cada uno de ellos salía de su casa y haciéndoles señas que no obiesen miedo se reposaron algún tanto, puesto que todavía huían. Y luego que comenzó a salir el sol, el marqués se puso en un alto a descubrir tierra y vio lo más de la población de Tascala, que dende allí se aparecía, y llamó a los españoles y dijo: "Ved qué hiciera al caso matar unos pocos de indios que había en este pueblo, donde tanta multitud de gente debe haber". Cómo los espías de los indios se entraron en nuestro real, y lo que sobre ello se hizo. Tres o cuatro días antes de esto habían venido ciertos indios al real y traído al marqués cinco indios, diciéndole: "Si eres dios de los que comen sangre y carne, cómete estos indios, y traerte hemos más; y si eres dios bueno, ves aquí incienso y plumas; y si eres hombre, ves aquí gallinas y pan y cerezas". El marqués siempre les decía: "Yo y mis compañeros hombres somos como vosotros; y yo mucho deseo tengo de que no me mintáis, porque yo siempre os diré verdad, y de verdad os digo que deseo mucho que no seáis locos ni peleéis, porque no recibáis daño". Y luego que éstos se fueron, a la tarde, pareció atravesar por cabo56 un cerro mucho número de gente, y desde a poco vinieron al marqués de hacia aquella parte quince o veinte indios en compañía de unos mensajeros que vinieron a decir que venían a saber cómo estábamos y qué pensábamos hacer. El marqués les dijo con los intérpretes dichos: "Os he ya avisado siempre que conmigo habláis que no me mintáis, porque yo nunca os miento, y agora venís por espías y con mentiras". Y apartolos unos de otros, y confesaron que era verdad y que aquella noche habían de dar en nosotros mucha cantidad de gente, y morir o matarnos. El marqués les hizo a algunos de ellos contar57 las manos, y así los envió diciendo que a todos los que hallase que eran espías haría lo mismo, y que luego iba a pelear con ellos. Y puesta su gente en orden hizo que los de caballo se pusiesen pretales de cascabeles58, y ya anochecía cuando salió hacia donde había visto pasar la gente, y con el ruido que llevaban y con haber visto sus espías sin manos, se pusieron en huida, y el marqués los siguió hasta dos horas de la noche. Y este capítulo se había olvidado de poner antes59. Cómo el marqués del Valle hizo las paces con los tascaltecas. Pues como los indios vieron la buena obra que se les había hecho en no los querer matar, y el marqués los llamó y les dijo con los intérpretes que llamasen a los señores, y los esperó con toda su gente cabo una fuente grande que cabo aquel pueblo está. Vinieron algunos principales indios y trajeron cantidad de comida, y dijeron que agradecían mucho el daño que se les había dejado de hacer, y que servirían dende aquí en adelante en lo que se les mandase, y llamarían a los señores de toda aquella tierra. El marqués les certificó que sabía que aunque le llevaban de comer eran ellos los que con nosotros peleaban, y que todo se lo perdonaba y les rogaba fuesen amigos por excusar el daño que en ellos se hacía, pues veían lo poco que recibíamos. El marqués se volvió a su real, y mandó que no se hiciese daño a indio alguno dende aquí en adelante. Cómo el marqués se determinó de ir a México, y de las pláticas que en el real hubo sobre ello. Llegado el marqués al real muy alegre de lo sucedido dijo: "Yo creo que la guerra de esta provincia placerá a Dios que hoy la hemos acabado, y que éstos serán nuestros amigos de aquí adelante, y conviene que pasemos a la tierra de este gran señor, de quien nos dicen". Y llamó a un indio principal que con él andaba, y se había ido en nuestra compañía desde la costa por capitán de cierta gente, y llamábase este indio Teuche, y era hombre cuerdo, y según él decía criado en las guerras de entre ellos. Este indio dijo al marqués: "Señor, no te fatigues en pensar pasar adelante de aquí, porque yo siendo mancebo fui a México, y soy experimentado en las guerras, y conozco de vos y de vuestros compañeros que sois hombres y no dioses, y que habéis hambre y sed y os cansáis como hombres; y hágote saber que pasado de esta provincia hay tanta gente, que pelearán contigo cien mil hombres agora, y muertos o vencidos éstos vendrán luego otros tantos, y así podrán remudarse o morir por mucho tiempo de cien mil en cien mil hombres, y tú y los tuyos, ya que seáis invencibles, moriréis de cansados de pelear, porque como te he dicho, conozco que sois hombres, y yo no tengo más que decir de que miréis en esto que he dicho; y si determináredes de morir, yo iré con vos". El marqués se lo agradeció y le dijo que con todo aquello quería pasar adelante porque sabía que Dios, que hizo el cielo y la tierra, les ayudaría, y que así él lo creyese. Antes de esto había habido plática entre los españoles, y se hablaba en que sería bien hablar al marqués para que no pasase adelante, antes se volviese a la costa, y dende allí poco a poco se tendría inteligencia con los indios, y se haría según el tiempo mostrase que era bien hacerse, y así se lo habían hablado al marqués algunos en secreto. Y él, estando una noche en la torre del ídolo, habiendo alrededor de ella algunas chozas donde los españoles se metían, oyó que en una de ellas hablaban ciertos soldados, diciendo: "Si el capitán quisiere ser loco e irse donde lo maten, váyase solo, y no lo sigamos". Y otros decían que si se le siguiesen había de ser como Pedro Carbonero, que por entrarse en tierra de moros a hacer salto60, se había quedado él y todos los que con él iban, y habían sido muertos. El marqués hizo llamar dos amigos suyos, y les dijo: "Mirad qué están diciendo aquí; y quien lo osa decir, osarlo ha de lo hacer. Por tanto conviene irnos hacia donde está este señor que nos dicen". Y viniendo indios de Tascala, que es aquella provincia donde entonces estábamos, le dijeron: "Hecho hemos nuestro poder por te matar, y a tus compañeros, y nuestros dioses no valen nada para nos ayudar contra ti; determinamos de ser tus amigos y te servir, y rogámoste que porque estamos cercados de todas partes en esta provincia de enemigos nuestros nos ampares de ellos, y rogámoste te vayas a la ciudad de Tascala a descansar de los trabajos que te hemos dado". El marqués hizo poner cruces en el real y en la torre del ídolo y en otras partes alrededor, y mandó alzar el real y caminó con buen concierto61 para la ciudad de Tascala. De las guerras que los tascaltecas tenían con Muteczuma, y de lo que pasó cuando a ella llegamos. Llegados allí, el marqués se aposentó en unos aposentos de unos ídolos y mandó hacer señales y poner límites para donde los de su compañía llegasen, y nos mandó que de allí no pasásemos ni saliésemos, y así es verdad que lo cumplimos, y que para llegar a un arroyo a un tiro de piedra de allí le pedíamos licencia. Estos indios por todas partes de su provincia partían término62 con sus enemigos, vasallos de Muteczuma y de otros sus aliados; y cada vez que Muteczuma quería hacer alguna fiesta y sacrificio a sus ídolos, juntaba gente y enviaba sobre esta provincia a pelear con los de ella y a cautivar gentes para sacrificar, puesto que muchas veces los de la provincia mataban mucha gente de los contrarios; pero muy averiguado parecía que si Muteczuma y sus vasallos y aliados quisieran poner su poder a dar cada cual por su parte en esta provincia, los desbarataran en breve y feneciera la guerra con ellos; y así yo que esto escribo pregunté a Muteczuma y a otros sus capitanes qué era la causa porque teniendo aquellos enemigos en medio no los acababan en un día, y me respondían: "Bien lo pudiéramos hacer; pero luego no quedara donde los mancebos ejercitaran sus personas, sino lejos de aquí; y también queríamos que siempre obiese gente para sacrificar a nuestros dioses". Estos de esta provincia no alcanzaban sal, ni en su tierra la había, sino por grandes rescates63 la habían de sus enemigos comarcanos; y asimismo no alcanzaban oro ni ropa de algodón sino de rescate64. El marqués estuvo allí con su gente ciertos días, y de los naturales de la tierra se venían muchos a vivir con los españoles y mostraban ser verdadera el amistad; y el marqués siempre que con ellos hablaba les encargaba mucho que dejasen sus ídolos: algunos decían que el tiempo andando verían nuestra manera de vivir, y entenderían mejor nuestras condiciones y las razones que se les daban, y podría ser tornarse cristianos. El marqués hacía poner cruces en todas las partes donde le parecía que estarían preeminentemente, y con licencia de los indios hizo una iglesia en una casa de un ídolo principal, donde puso imágenes de Nuestra Señora y de algunos santos, y a veces se ocupaba en les predicar a los indios, y les parecía bien nuestra manera de vivir, y de cada día se venían muchos a vivir con los españoles. El marqués se partió de aquí habiendo tomado la más noticia que pudo de la tierra de adelante, y los indios de aquellas provincias dijeron que irían con él a le mostrar hasta donde ellos sabían el camino; y dijeron cómo a cuatro leguas de ahí había una ciudad que se llama Chitrula, que eran sus contrarios y señoría por sí, aliada y amigos de Muteczuma, que era en nuestro camino, y así salieron para esta ciudad en compañía de los españoles hasta cuarenta mil hombres de guerra, apartados de nosotros, porque así se lo mandaba el marqués. Cómo el marqués entró en la ciudad de Chitrula, y lo que luego acaeció. Llegados a esta ciudad de Chitrula, un día por la mañana salieron en escuadrones diez o doce mil hombres, y traían pan de maíz y algunas gallinas, y cada escuadrón llegaba al marqués a le dar la norabuena65 de su llegada, y se apartaban a una parte, y rogaron con mucha instancia al marqués que no consintiese que los de Tascala entrasen por su tierra. El marqués les mandó que se volviesen y ellos siempre dijeron: "Mira que estos de esta ciudad son mercaderes, y no gente de guerra, y hombres que tienen un corazón y muestran otro, y siempre hacen sus cosas con mañas y con mentiras, y no te querríamos dejar, pues nos dimos por tus amigos". Con todo esto el marqués les mandó que volviesen a enviar toda su gente, y si algunas personas principales se quisiesen quedar, se aposentasen fuera de la ciudad con algunos que los sirviesen, y así se hizo. Y entrando por la ciudad, salió la demás gente que en ella había, por sus escuadrones, saludando a los españoles que topaban, los cuales íbamos en nuestra orden; y luego, tras esta gente, salió toda la gente de ministros de las que servían a los ídolos, vestidos con ciertas vestimentas, algunas cerradas por delante como capuces66 y los brazos fuera de las vestiduras, y muchas madejas de algodón hilado por orla de las dichas vestiduras, y otros vestidos de otras maneras. Muchos de ellos llevaban cornetas y flautas tañendo, y ciertos ídolos cubiertos y muchos incensarios; y así llegaron al marqués y después a los demás echando de aquella resina en los incensarios, y en esta ciudad tenían por su principal dios a un hombre que fue en los tiempos pasados, y le llamaban Quezalquate, que según se dice fundó éste aquella ciudad y les mandaba que no matasen hombres, sino que al criador del sol y del cielo le hiciesen casas a donde le ofreciesen codornices y otras cosas de caza, y no se hiciesen mal unos a otros ni se quisiesen mal; y diz67 que éste traía una vestidura blanca, como túnica de fraile, y encima una manta cubierta con cruces coloradas por ella. Y aquí tenían ciertas piedras verdes, y la una de ellas era una cabeza de una mona, y decían que aquéllas habían sido de este hombre, y las tenían por reliquias68. En este pueblo el marqués y su gente estuvieron ciertos días, y de aquí envió a ciertos que de su voluntad quisieron ir a ver un volcán que se aparecía en una sierra alta, cinco leguas de ahí, de donde salía mucho humo; y para que de allí mirasen a una y a otra parte y trajesen nueva de la disposición de la tierra69. A esta ciudad vinieron ciertas personas principales por mensajeros de Muteczuma, e hicieron su plática una y muchas veces. Y unas veces decían que a qué íbamos y a dónde, porque ellos no tenían donde vivían bastimento70 que pudiésemos comer; y otras veces decían que decía Muteczuma que no le viésemos, porque se moriría de miedo; y otras decían que no había camino para ir. Y visto que a todo esto el marqués les satisfacía71, hicieron a los mismos del pueblo que dijesen que donde Muteczuma estaba había mucho número de leones y tigres72 y otras fieras, y que cada vez que Muteczuma quería las hacía soltar, y bastaban para comernos y despedazarnos. Y visto que no aprovechaba nada todo lo que decían para estorbar el camino, se concertaron los mensajeros de Muteczuma con los de aquella ciudad para nos matar; y la manera que para ello daban era llevarnos por un camino sobre la mano izquierda del camino de México, donde había mucho número de malos pasos que se hacían de las aguas que bajaban de la sierra donde el volcán está; y como la tierra es arenisca y tierra liviana, poca agua hace gran quebrada, y hay algunas de más de cien estados73 en hondo, y son angostas, tanto que hay madera tan larga que basta a hacer de ella puentes en las dichas quebradas, y así las había, porque después las vimos. Estando para nos partir, una india de esta ciudad de Cherula, mujer de un principal de allí, dijo a la india que llevamos por intérprete con el cristiano que se quedase allí, porque ella la quería mucho y le pesaría si la matasen, y le descubrió lo que estaba acordado; y así el marqués lo supo y dilató dos días su partida, y siempre les decía que de pelear los hombres no se maravillaba ni recibía enojo, aunque peleasen con él; pero que de decirle mentiras le pesaría mucho, y que les avisaba en cosa que con él tratasen no le mintiesen, ni trajesen maneras de traición. Ellos se le ofrecían que eran sus amigos y lo serían, y que no le mentirían ni le habían mentido, y le preguntaron que cuándo se quería ir. Él les dijo que otro día, y le dijeron que querían allegar74 mucha gente para se ir con él, y les dijo que no quería más de algunos esclavos para que le llevasen el hato de los españoles. Ellos porfiaron que todavía sería bien que fuese gente, y el marqués no quiso, antes les dijo que no quería más que los que le bastasen para llevar las cargas. Y otro día de mañana sin se lo rogar vino mucha gente con armas de las que ellos usan, y según pareció éstos eran los más valientes que entre ellos había, y decían que eran esclavos y hombres de carga. El marqués dijo que se quería despedir de todos los señores de la ciudad; por tanto, que se los llamasen; y en esta ciudad no había ningún señor principal, salvo capitanes de la república, porque eran a manera de señoría, y así se regían75. Y luego vinieron todos los más principales, y a los que pareció ser señores, hasta treinta de ellos metió el marqués en un patio pequeño de su aposento, y les dijo: "Dicho os he verdad en todo lo que con vosotros he hablado, y mandado he a todos los cristianos de mi compañía que no os hagan mal, ni se os ha hecho, y con la mala intención que tenéis me dijisteis que los de Tascana76 no entrasen en vuestra tierra; y magüer no me habéis dado de comer, como fuera razón, no he consentido que se os tome una gallina, y he os avisado que no me mintáis; y en pago de estas buenas obras tenéis concertado de matarme, y a mis compañeros, y habéis traído gente para que peleen conmigo, desde que esté en el mal camino por donde me pensáis llevar; y por esta maldad que teníais concertada, moriréis todos, y en señal de que sois traidores, destruiré vuestra ciudad, sin que más quede memoria de ella; y no hay para qué negarme esto, pues lo sé como os lo digo". Ellos se maravillaron, y se miraban unos a otros, y había guardas porque no pudiesen huir, y también había guarda en la otra gente que estaba fuera en los patios grandes de los ídolos para nos llevar las cargas. El marqués les dijo a estos señores: "Yo quiero que vosotros me digáis la verdad, puesto que yo la sé, para que estos mensajeros y todos los demás la oigan de vuestra boca, y no digan que os lo levanté77". Y apartados cinco o seis de ellos, cada uno a su parte, confesaron cada uno por sí, sin tormento alguno, que así era verdad como el marqués se lo había dicho; y viendo que conformaban unos con otros, los mandó volver a juntar, y todos lo confesaron así; y decían unos a otros: "Este es como nuestros dioses, que todo lo saben; no hay para qué negárselo". El marqués hizo llamar allí a los mensajeros de Muteczuma, y les dijo: "Estos me querían matar, y dicen que Muteczuma era en ello, y yo no lo creo, porque lo tengo por amigo, y sé que es gran señor, y que los señores no mienten; y creo que éstos me querían hacer este daño a traición, y como bellacos y gente sin señor que son, y por eso morirán, y vosotros no hayáis miedo, que además de ser mensajeros, soislo de ese señor a quien tengo por amigo, y tengo creído que es muy bueno, y no bastará cosa que en contrario se me diga". Y luego mandó matar los más de aquellos señores, dejando ciertos de ellos aprisionados, y mandó hacer señal para que los españoles diesen en los que estaban en los patios y muriesen todos, y así se hizo. Y ellos se defendían lo mejor que podían, y trabajaban de ofender; pero como estaban en los patios cercados y tomadas las puertas, todavía murieron los más de ellos. Y hecho esto, los españoles e indios que con nosotros estaban salimos en nuestras escuadras por muchas partes por la ciudad, matando gente de guerra y quemando las casas; y en poco rato vino gran número de gente de Tascala, y robaron la ciudad y destruyeron todo lo posible y quedaron con asaz despojo, y ciertos sacerdotes del diablo se subieron en lo alto de la torre del ídolo mayor y no quisieron darse presos, antes se dejaron allí quemar, lamentándose y diciendo a su ídolo cuán mal lo hacía en no los favorecer. Así es que se hizo todo lo posible por destruir aquella ciudad, y el marqués mandaba que se guardasen de no matar mujeres ni niños; y duró dos días el trabajar por destruir la ciudad, y muchos de los de ella se fueron a esconder por los montes y campos, y otros se iban a valer a la tierra de sus enemigos comarcanos78. Y luego, pasados dos días, mandó el marqués que cesase la destrucción, y así cesó. Y dende a otros dos o tres días, según pareció, se debieron de juntar muchos de los naturales del dicho pueblo, y enviaron a suplicar al marqués que los perdonase y les diese licencia para se venir a la ciudad, y para esto tomaron por valedores79 a los de Tascala. El marqués los perdonó y les dijo que por la traición que tenían pensada había hecho en ellos aquel castigo y tenía voluntad de asolar la ciudad sin dejar en ella cosa enhiesta, y que así lo haría dende en adelante en todas las partes donde viese que no le mostraban buena voluntad y le procuraban de hacer malas obras, porque esto tenía por muy malo, y no tenía en tanto que peleasen con él dende luego80 que a alguna parte llegase. Y así se tornó la ciudad a poblar y le prometieron de ser amigos leales dende en adelante.
contexto
La irrupción pública y escandalosa de esta nueva vanguardia se produjo en junio de 1943. Dos obras de Adolph Gottlieb y Marc Rothko (The Rape of Persefone -El rapto de Perséfone- y Syrian Bull -Toro sirio-), expuestas en la galería Wildenstein, desataron las iras de Jewell, el crítico del "Times", que se mostró sorprendido y avergonzado ante pinturas que no comprendía, a pesar de que unían un cierto surrealismo con aspectos tradicionales. La respuesta de los implicados fue fulminante. Rothko, Gottlieb y Barnett Newman contestaron al crítico desde las páginas del periódico con violencia y expusieron los principios del credo vanguardista de la nueva pintura americana, en un programa de cinco puntos. El "Times" reprodujo los cuadros, dedicándoles toda una página -algo inaudito hasta entonces- y convirtió la polémica artística en un acontecimiento popular. La vanguardia se empezaba a institucionalizar.A la afirmación de estas nuevas ideas contribuyeron los escritos de Motherwell en 1944 y los de Clement Greenberg. Pero la verdadera apoteosis fue la aparición -la epifanía- de Jackson Pollock, una especie de mesías que venía a llenar las ilusiones y las esperanzas de todos: críticos liberales partidarios de un arte apolítico como única garantía de la libertad del artista -que era a la vez una garantía de la LIBERTAD con mayúsculas de la cultura occidental asegurada por Estados Unidos una vez que Europa se había demostrado incapaz de mantenerla-; coleccionistas ávidos de arte moderno americano, ávidos también de distinción social y prestigio -frente a los compradores de arte tradicional-; nacionalistas que conocían al pintor por sus trabajos anteriores de carácter academicista con Benton y que le apreciaban por su "sensibilidad autóctona", como escribió Sweeney en 1943; pero también internacionalistas, que valoraron su capacidad para dejar de pintar esas "tonterías de Benton" y hacer algo que sería como la versión norteamericana del surrealismo.En Estados Unidos se identificó fascismo con barbarie y destrucción de toda la cultura y de todo el arte. Por ello el rechazo norteamericano del fascismo suponía una defensa de la cultura y el arte que los fascistas atacaban y destruían: el arte moderno. Porque, en realidad, y aunque eso no se viera todavía al otro lado del Atlántico, "Hitler y sus secuaces hacían un uso, interesado e inteligente -como ha escrito M. Pleynet- del arte y la cultura clásicas". De este modo el arte moderno, que había sido atacado e incomprendido antes -basta recordar las críticas al Armory Show en 1913-, pasó a ser algo admitido, no sólo tolerado, y empezó a entrar en las casas americanas a través de la prensa.Un cambio crucial se produjo en el mercado en los años sesenta: los coleccionistas europeos -y los franceses, sobre todo- empezaron a comprar pintura en Estados Unidos, dejando a París como una Bella Durmiente, en espera no del Príncipe Azul, sino de "una buena patada en el culo", como dijo Pierre Cabanne en 1967, en un artículo titulado "Pourquoi Paris n'est plus le fer de lance de l'art". También por este camino la vanguardia americana triunfaba. Los principales artífices eran Jackson Pollock, Barnett Newman, Robert Motherwell, Franz Kline y Mark Rothko.
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Los comandos enviados al asalto del Gran Sasso abandonaron rápidamente los restos del planeador. Estaban a 15 metros de un lateral del hotel. El general italiano gritó a los sorprendidos centinelas que no disparasen; Skorzeny, seguido de ocho hombres, penetró por una pequeña puerta lateral gritando: "Mani in alto, mani in alto".Allí había una emisora de radio, que destruyeron sin que el sorprendido operador pudiera dar la alarma. Pero la habitación no tenía acceso al hotel y salieron de nuevo a la calle."Había allí una especie de terraza a la que subí con ayuda de mis hombres. A mis espaldas escuchaba el ruido de los planeadores que seguían llegando y estrellándose contra aquel maldito campo.Varios soldados italianos salían en aquellos momentos a la terraza con dos ametralladoras. No les dejamos emplearlas. Las retiramos a patadas, mientras les arrinconábamos con nuestras armas. Miré hacia arriba; allí, asomado a una ventana del primer piso, estaba Mussolini. Le grité que se retirara.Penetré rápidamente en el hotel. Los italianos se agolpaban confusos en los pasillos y, la mayoría, tiraban las armas al vernos aparecer. Subí las escaleras de tres en tres y calculé la posición del cuarto donde había visto al Duce.Derribé la puerta de una patada y entré en la habitación, abarcándola con mi pistola ametralladora. Allí, junto a dos oficiales italianos que no tenían armas en la mano, estaba Mussolini. Había llegado a tiempo.!Mi Duce, el Führer me envía para libertaros! ¡Sois libre, le dije emocionado y aún con la respiración entrecortada.Tenga en cuenta -dice al entrevistador- que desde nuestro aterrizaje a este momento habían transcurrido menos de diez minutos.El Duce me respondió, abrazándome:-Sabía que mí amigo Adolf Hitler no me abandonaría.Después de su liberación, Mussolini narró aquellos hechos."Todo fue vertiginoso. Cuando quisimos darnos cuenta de la llegada de los planeadores de los alemanes éstos ya franqueaban la entrada del hotel. Ante mi apareció un gigante rubio que sudaba mucho. Entre la llegada del primer planeador y la entrada en mi habitación no habrían pasado ni cuatro minutos".-Skorzeny, ¿qué le pareció a usted Mussolini?"-Yo recordaba a Mussolini de un viaje que siendo muy joven hice por Italia. Le vi pronunciando un discurso rodeado por sus camisas negras. Por eso me conmovió aquel hombre envejecido que encontramos en el Gran Sasso. En aquel momento me pareció un hombre acabado. Sin embargo, cuando volábamos en avión hacia Viena se fue reponiendo y comenzó a hablarme con entusiasmo juvenil de sus proyectos, de la fundación de la república de Italia, cosa que debiera haber hecho -según él- al concluir la campaña de Abisinia".Pero la misión no había terminado. Quedaba conducir a Mussolini hasta Roma para que pudiera tomar un avión y viajar a Alemania. La operación debía hacerse con suma rapidez antes que el gobierno de Badoglio se enterase de la liberación.El viaje por carretera era impensable, dado lo escaso de las fuerzas alemanas. Había que salir por aire. Tal como se pensó al planificar el asalto, minutos después logró aterrizar en la explanada del hotel una avioneta biplaza, Cigueña, pilotada por uno de los ases de la aviación alemana, el capitán Gerlach, que expuso a Skorzeny las dificultades para salir de allí, por lo desigual y corto del terreno que terminaba sobre un precipicio.Italianos y alemanes colaboraron para despejar el terreno de los restos de los planeadores y de algunas piedras. Los tres hombres se apretujaron en la ligera avioneta, que recorrió el desigual terreno sin despegarse del suelo.De pronto, el precipicio. Se me encogió el corazón. Un fuerte golpe con una piedra rompió una de las ruedas delanteras del tren de aterrizaje. El avión comenzó a caer como una piedra. Cuando ya creí que nos estrellaríamos, Gerlach logró enderezarlo y hacerlo volar. Pero aún el piloto debería demostrarnos otra vez su maestría a la llegada a Roma, cuando aterrizamos casi suavemente sobre una rueda delantera y la de cola. El aeropuerto estaba tomado por nuestras fuerzas, de modo que no fue difícil meter a Mussolini en un He-111 sin que nadie se apercibiera de la identidad de nuestro pasajero. Cuando los italianos se enteraron, nosotros estábamos llegando a Austria.La aventura de aquel 12 de septiembre tuvo una indudable transcendencia en el curso de la guerra. Poco después, Mussolini ponía en marcha la República de Saló, que mantendría el norte de Italia, la zona más poblada, rica e industrializada del país, al lado de Alemania hasta el último día de la contienda.
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¿Conocía Colón las tierras que quería descubrir? Viejo asunto éste que empezó a gastar tinta y papel a poco de descubrirse América. Los primeros cronistas de Indias recogieron en forma de tradición o leyenda algo que con escasas variantes tenía un mismo fondo: el preconocimiento colombino de lo que descubrió en 1492. La historiografía colombina y del Descubrimiento ha seguido en este tema dos posturas bien definidas: la de los que rechazan de plano tal supuesto y, por otro lado, la de aquellos que lo aceptan. Aquí no valen las medias tintas ni las matizaciones. Tanto la persona de Colón como su proyecto descubridor cobran distinta dimensión según se analice desde una perspectiva u otra. Hasta hace bien poco el panorama colombinista estaba abrumadoramente a favor del rechazo sistemático, sin paliativos, de cuanto sonase a predescubrimiento o preconocimiento de tierras al otro lado del Océano por parte de don Cristóbal. Continuaba la línea interpretativa brindada por Hernando Colón y Bartolomé de Las Casas, cantores como nadie del Colón genial, intuitivo, soñador, especulativo y sabio, a la par que luchador incansable contra todo y contra todos. El siglo XIX, con sus aires románticos y de celebraciones centenarias, sintonizaba perfectamente con el enfoque dado a esta figura, encaramada entre brumas y nebulosas al primer plano de la Historia Universal. El reto para los estudiosos posteriores fue intentar explicar razonablemente tantos enigmas y contradicciones como envolvían al descubridor desde la perspectiva, eso sí, del rechazo rotundo del predescubrimiento54. Los defensores de la teoría del preconocimiento colombino o predescubrimiento pueden ser divididos en dos grupos: el primero se remonta a los años finales del siglo pasado y se prolonga hasta los años treinta aproximadamente. Son muy contados nombres, algunos excesivamente hipercríticos, y de ánimo muy polémico, lo que desdibujó un tanto sus tesis55. Más que abrir camino hacia el reconocimiento público de dicha teoría y ganar partidarios, sirvieron de revulsivo a sus oponentes, que multiplicaron sus trabajos ensanchando en algunos casos los conocimientos colombinos y en otros enturbiándolos, que de todo hubo. El segundo grupo data, como quien dice, de anteayer. De anteayer sus trabajos, se entiende, porque no les faltan ni años de colombinismo activo ni mucho menos conocimiento profundo del descubridor y del Descubrimiento. Dos nombres pueden ser elevados a la categoría de renovadores definitivos de esta teoría, y a la luz de la misma de todos los estudios colombinos y del descubrimiento de América: Juan Manzano y Manzano y Juan Pérez de Tudela y Bueso. Manzano, hace sólo ocho años, sacó a la luz un libro de larga resonancia, pormenorizado y exhaustivo que tituló Colón y su secreto. Significaba la revisión más completa, sugestiva y novedosa del predescubrimiento de América; una idea que se creía arrinconada ya, y que ahora, de la mano de una pluma bien distinta de las de antaño, reverdecía con gran rigor histórico. A través de la leyenda del piloto anónimo, informante de Colón allá por 1477-78, año más, año menos, según Manzano, cobraba nuevo sentido interpretativo todo lo relacionado con el descubrimiento de América y su protagonista. No es exageración si definimos este libro como un hito merecedor de poder decir que la teoría de predescubrimiento era una cosa antes de Manzano y después de él, otra muy distinta. Hace un año y poco más, Pérez de Tudela, cuando muchos, infundadamente, lo creían alejado del colombinismo, nos sorprendió con un trabajo denso y muy compacto, propio tan sólo de un hombre de ancha preparación humanística y saberes varios, que tituló Mirabilis in altis. Partiendo del reconocimiento del hecho predescubridor que había hecho Manzano, discrepa no obstante de él en la forma o canal transmisor, a través del cual dicho conocimiento llega a Colón. Para Pérez de Tudela se producirá a través del encuentro e información de unas Amazonas amerindias --hacia 1482-83-- y no de un piloto anónimo. Pero no es lo anecdótico de esas mujeres aguerridas lo que importa destacar aquí sino las asociaciones de ideas, relaciones culturales y religiosas producidas en la mente colombina que adquieren protagonismo en este libro. De cualquier manera, la grandeza de esta obra radica, a nuestro entender, sobre todo y por encima de todo en la explicación coherente y lógica del mundo interior colombino, de ese edificio ideológico, articulado a partir de unos hechos conocidos por el gran navegante, que conforman su plan descubridor, haciéndolo muy razonable desde esas claves. Para concluir, sirva decir que el gran punto de coincidencia de estas dos importantes obras reside en el hecho capital de hacer a Colón conocedor de lo que hay en la otra Orilla del Océano. Defienden sus autores que dicho conocimiento le ha llegado al navegante a través de otras personas, no por sí mismo; es decir, descartan rotundamente un viaje secreto de ida y vuelta por parte de Colón. Sin embargo, y dejando a un lado lo llamativo de si fue un piloto anónimo (tesis, por otro lado, con más visos de verosimilitud) o bien unas Amazonas amerindias que perdieron su rumbo en plena huida o a las que el mar se lo hizo perder, conviene resaltar otra discrepancia mucho más profunda: la valoración que cada uno de estos autores hace del descubridor y de sus ideas. Para Manzano, Colón es una personalidad sorprendente y genial sólo mientras trate de demostrar a los demás lo que sabe de antemano. Fuera de eso, le merece una consideración bastante pobre, con errores de principiante, fruto de una formación muy escasa, y que hace gala de un gran empecinamiento. Pérez de Tudela, por el contrario, asigna a la personalidad colombina un sentido religioso-profético capital, que empapa todas sus acciones, ideas y proyectos con esa trascendencia de sentirse siervo elegido por la Providencia para cumplir su misión. Con la seguridad del predestinado rectifica a quien haya que rectificar y elabora teorías originales y grandiosas.
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La contracción de los envíos de plata a España, anteriormente señalada, condujo a Hamilton hace medio siglo a elaborar su hipótesis de la crisis económica americana en el siglo XVII. Pierre Chaunu concluyó que el comercio se contrajo porque América se saturó de manufacturas europeas; Borah que la crisis era consecuencia de una disminución en la producción de metales preciosos, debida a la falta de mano de obra indígena; Chevalier que el hundimiento minero hizo resurgir la hacienda; y Bakewell que, efectivamente, la producción argentífera novohispana se contrajo enormemente en la primera mitad del XVII a causa del agotamiento de los filones y de la falta de azogue. Este último autor advirtió, sin embargo, que la contracción de la producción minera no evidenciaba necesariamente una crisis económica general, pues se advertían signos de gran desarrollo en los sectores agropecuarios amparados por la minería. Posteriormente Brading, Lynch, Israel, Sempat, Tepaske y Klein, Céspedes, Florescano, Chiaramonte y otros historiadores, emprendieron una revisión crítica de las hipótesis de la crisis económica, confirmando sus dudas al respecto. El desarrollo agropecuario quedó patente al comprobarse que durante la primera mitad del siglo XVII México exportó el 35% en tales productos y sólo el 65% en plata, en contraste con la centuria anterior, cuando los agropecuarios eran el 10% y la plata el 90%. La Real Hacienda tampoco acusó una contracción significativa de los ingresos, y esto en momentos de enorme contrabando. La planta administrativa y defensiva gastó, además, mucho numerario que necesariamente se sustrajo de los envíos a España (en 1690 la Real Hacienda de México envió a España el 17,2% de sus ingresos, que ascendieron a 2.261.831 pesos, 2 reales y 7 tomines, gastando el 64,8% de los mismos en defensa). Incluso la producción argentífera fue revisada con mayor cuidado, comprobándose que en Nueva España la producción se mantuvo hasta 1640 y tuvo luego una reactivación hacia 1670 que duró prácticamente cien años, y que la producción argentífera y de azogue en Perú se sostuvo hasta fines del XVII, cuando empezó el bajón. No casan, así, las fechas de disminución de la producción con las de los envíos de plata a España. Finalmente, se ha comprobado que el oro producido en el Nuevo Reino de Granada no se refleja tampoco en los envíos a España, que en algunos períodos llega a ser el 5,4% de lo extraído, esfumándose misteriosamente el resto. Todo esto ha inducido a replantear la hipótesis de una crisis económica general en América durante esta centuria, sustituyéndose por la de un reajuste general de dicha economía, con traslado de capitales del sector minero a otros como el agrícola, el ganadero o el de las manufacturas obrajeras. García Fuentes afirma, incluso, que en la década de los setenta se inició una situación de reactivación en la Carrera de las Indias, evidente ya a fines de siglo, y alertándonos sobre el peligro de fiarse excesivamente de los datos de dicho tráfico en un momento en que los indultos reales al comercio encubrían el verdadero valor de las transacciones realizadas. La pretendida crisis económica americana durante el siglo XVII es actualmente uno de los grandes temas de controversia.
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¿Cristóbal Colón corsario? Seguramente esa fue su actividad entre los 20 y los 25 años (1472-1476) y no la de lanero en Génova. El corso o corsario había nacido y se había desarrollado en el Mediterráneo al amparo de tanta guerra entre vecinos. El pirata, más tarde, será como la degeneración del corso: puro bandolerismo que no conoce patria ni religión; más cruel y sanguinario, y también más característico del Atlántico. Pero a pesar de esta matización, corsario y pirata serán términos empleados con frecuencia indistintamente. En suma, una actividad corsaria --como la que se puede atribuir durante esos años a Colón-- era una forma lícita de guerra, legalizada por atentes de corso, es decir, autorizaciones de una ciudad o de un estado para actuar contra el adversario, sin olvidar ciertas reglas de juego, compromisos y negociaciones, como llegar a un acuerdo entre el atacante y su presa. En tal ambiente y zona como la del Mediterráneo tanto da hablar de guerra política como de guerra comercial, que ambas formaban un entramado perfecto. Quizá esta experiencia de corsario le haga exclamar en 1500, al recordar el duro despojo que sufrió a manos de Bobadilla, despojo y proceder inusuales en un código corsario: Corsario nunca tal usó con mercader20. Cuando en sus tiempos de balance recuerde a los mismos Reyes Católicos experiencias marineras y hazañas de juventud, los que no lo imaginan corsario lo tacharán de embustero o en el mejor e los casos de fantasioso. ¿Por qué dudar de una persona que confiesa en 1501: De muy pequeña edad entré en la mar navegando, e lo he continuado fasta hoy... Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he andado?21. Cristóbal Colón es un ejemplo consumado de saber náutico adquirido en cien experiencias y observaciones. Su estancia portuguesa desde 1476 a 1485 será trascendental para poder surcar el Atlántico; pero es en el Mediterráneo donde se curte primero, donde adquiere hábitos y capacidades que le preparan precisamente para sacar el máximo provecho cuando tome contacto con el Océano. Sólo un hombre que conoce a la perfección el Mediterráneo y la ruta comercial entre la Península Ibérica e Italia podía dar el 6 de febrero de 1502 el siguiente consejo: estos que han de ir de Cádiz a Nápoles, si es tiempo de invierno, van a vista del cabo de Creo en Catalunya; por el golfo de Narbona entonzes vienta muy rezio y las veces las naos conviene le obedezcan y corran por fuerza hasta Berbería, y por esto van más al cabo Creo por sostener más la bolina y cobrar las Pomegas de Marsella o las Islas de Eres, y después jamás se desabarcan de la costa hasta llegar donde quier. Si de Cádiz ovieren de ir a Nápoles en tiempo de verano, navegan por la costa de Berbería hasta Cerdeña, ansí como está dicho de la otra costa de la Tramontana22. Entre 1470 y 1473 se conocen cinco documentos pertenecientes al genovés Cristóforo Colombo que reflejan sus actividades comerciales: por el primero (de 22 de septiembre de 1470) Cristóforo, asociado con su padre Doménico Colombo, tiene que pagar 35 libras genovesas al mercader Girolamo del Porto; en el segundo (31 de octubre de 1470), denota solvencia económica al declararse mayor de 19 años y reconocer una deuda contraída con el mercader Pietro Bellesio; en el tercero (20 de marzo de 1472) firma como testigo de un testamento; en el cuarto (26 de agosto de 1472) reconoce con su padre una deuda contraída con el mercader Giovarini di Signorio; y en el quinto (7 de agosto de 1473) aparece asistiendo con su firma a una escritura de venta de una casa que Doménico Colombo efectúa en favor de su mujer Susana Fontanarossa23. Ante estas fechas, queda clara su gran movilidad, característica de un mercader navegante de la muy comercial República italiana. No se detiene en Génova o Savona sino esporádicamente, como final o inicio de algún negocio. Tampoco tales datos entran en contradicción con el episodio ya citado de la guerra entre Renato de Anjou y Juan II. La persecución de la galera aragonesa Fernandina de la que alardea Colón pudo llevarse a cabo durante el otoño de 1472. En ese balance bélico, el mercader navegante se trocaría en fuerza de apoyo o actividad corsaria en favor del de Anjou. Visto con ojos de la época, una ocupación tan honrosa como otras, y a veces más lucrativa. ¿Es nuestro Cristóforo Colombo el mismo corsario llamado Colón que en octubre de 1473, y tras derrotar a la flota aragonesa, atacaba en las costas valencianas y amenazaba las catalanas? El curioso dato procede de un documento24 descubierto hace años y debe relacionarse con uno de los episodios finales de la guerra entre la casa aragonesa y la de Anjou, donde tan gran papel jugaron naves y marineros genoveses. No se puede afirmar rotundamente que el futuro descubridor de América sea este mismo corsario, pero tampoco se puede negar. Pudiera tratarse del famoso Almirante-corsario francés Guillaume de Casanove-Coullon, conocido en España por Colón el Viejo. Aún en el caso de que ello fuera así, no debe olvidarse que el descubridor de América formaba entonces parte de su flota. Un dato más para terminar con la etapa mediterránea del navegante genovés: el conocimiento de la isla de Quío o Chío, posesión genovesa en pleno mar Egeo. En el Diario de a bordo y en la Carta a Santángel el mismo Colón nos ha dejado referencias muy puntuales sobre la citada isla y su principal riqueza: la almáciga que la cogen por marzo. Este y otros detalles dejan traslucir no un viaje esporádico, sino viajes y acaso estancias, relación periódica. Nadie lo pone en duda. Y se apuntan como fechas más probables de su realización los años inmediatos a su arribo a Portugal en 1476.
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De igual modo que, sin mucha base real, se ha hablado de la existencia durante el siglo XVIII de un gusto burgués contrapuesto al cortesano o nobiliario, los términos de cultura de elite y de cultura popular se nos han presentado como referidos a contenidos no sólo diferentes sino hasta enfrentados. Tal visión parte del supuesto de la diversidad en las mentalidades de los grupos sociales y de que la relación entre ellas responde a una dialéctica de conflicto, como lo prueban los intentos de los gobernantes por reformar las prácticas populares y los numerosos puntos de contraste hallados. Ciertamente ambas cosas existen, pero también es verdad que esta perspectiva de enfrentamiento cultural sólo pone énfasis en señalar las diferencias. En realidad, el nivel incipiente de las actuales investigaciones, su diversidad, los problemas metodológicos que encuentran y las dificultades de las fuentes obligan a ser muy cautos en las conclusiones sobre el tema. Lo primero que no está muy claro es el propio concepto de cultura popular, cuya dificultad para definirlo obliga a Burke a dedicar a tal empresa gran número de páginas en su ya clásico estudio. En segundo lugar, más oral que escrita, los testimonios que nos han llegado de la cultura popular de otras épocas proceden mayoritariamente de fuera de ella, de personas letradas que, en el período que estudiamos, intentan contrastar su pensamiento racional, ensalzar sus beneficios frente al irracional y tradicional del vulgo. De ahí que pasen por alto, con frecuencia, los contactos e intercambios de ideas que en la práctica hubo entre elites y pueblo; contactos sacados a la luz por los estudios de revisión que sobre la Ilustración y su mundo se llevan a cabo. Ellos han cuestionado, como vimos, la caracterización del período sólo como descristianizado e ilustrado; han mostrado que nobles y estado llano, en general, acudían a los mismos teatros, leían los mismos almanaques, recibiendo, por tanto, los mismos mensajes y compartiendo los mismos gustos. Es más, lo popular atrae tanto a intelectuales y artistas que se encargaron de recopilar sus canciones y cuentos -hermanos Grimm-. Por todo ello, sería más adecuado referir los términos cultura popular y cultura de elite no a dos realidades enfrentadas, sino a dos formas distintas de expresar problemas y emociones comunes y en ningún caso interiormente uniformes. Diríamos que a la luz de nuestros conocimientos, o desconocimientos, actuales sobre el tema "parece razonable sugerir que junto a la evidencia de formas culturales de elite variadas... y una diversidad de cambios estilísticos, es necesario apreciar que la, cultura popular fue también cambiante y no signa algo herméticamente separado de la alta cultura".
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Durante la batalla de Kursk, mientras llegaban de todos los frentes noticias alarmantes, los jefes nazis comenzaron a advertir la sensación de inseguridad y de miedo. El mismo Goebbels, ministro de la propaganda, en un momento de desahogo confió al general Guderian que tal vez había llegado el momento de pensar seriamente que los rusos podían entrar en Berlín. Así como "envenenar a nuestras mujeres y a nuestros hijos". La Unión Soviética da miedo. Aunque vencida varias veces, el Ejército Rojo demostró tener unas capacidades ilimitadas para rehacerse. Frente a las 29 divisiones de infantería y las 13 divisiones acorazadas de su Grupo de Ejércitos, Manstein identificó en julio 109 divisiones y 9 brigadas de tiradores, 7 cuerpos de caballería, 7 cuerpo mecanizados, 10 cuerpos, 20 brigadas y 16 regimientos autónomos de carros armados. Aunque elevada, la estimación coincide con el cuadro general del ejercito soviético de 1943: 513 divisiones o brigadas de infantería, 41 divisiones de caballería, 290 brigadas mecanizadas o acorazadas. Orgánicamente, las formaciones rusas son menos robustas que las correspondientes unidades alemanas, aunque en éstas hay algunos vacíos importantes. El grupo sur, por ejemplo, en julio-agosto perdió 133.000 hombres, siendo sustituidos sólo 33.000. Rusia fue terriblemente arrasada, pero disponía de un potencial humano cuatro veces mayor que el de su adversario alemán. Alemania consiguió una notable mejora. Como ministro de Armamentos, para suceder a Todt, muerto el 8 de febrero de 1942 en un accidente aéreo, Hitler propuso a su arquitecto Albert Speer. La puesta en juego es de nota ya que Speer era un genio. En unos pocos meses se vio encargado de toda la producción bélica, y el ejército que se puso a sus ordenes para el trabajo pasó de 2.600.000 a 14.000.000 de hombres. Los bombarderos aliados destruyeron las ciudades alemanas y los centros industriales, mientras la producción bélica alemana aumento dos, tres y cuatro veces en relación a 1939. Speer revigorizó la Aviación. Desde 1940 hasta 1942 el número de aviones construidos en Alemania ascendió de 10.247 a 15.409. Speer llegará en 1943 a 24.807, y en 1944 a 40.593. Alemania consiguió sacar mas fuerzas de un imperio que se estaba destruyendo, en un territorio saqueado que empezaba a tener cada vez menos reservas. Y sin embargo, los rusos lo hicieron aún mejor. La producción y la puesta en circulación de los carros armados llegó a 2.000 unidades al mes, es decir, dos veces la producción alemana. El arma favorita rusa, el cañón, conoció un desarrollo aún más rápido: 30.000 cañones de calibre superior a los 100 mm fabricados en 1943 permitieron formar divisiones y cuerpos de artillería que reintrodujeron en la guerra el "Trommelfeuer" (fuego tamboreante) de 1916 a 1918. En los sectores ofensivos, la densidad de las piezas alcanzaba normalmente los 300 por kilómetros; el ataque de Belgorod estuvo apoyado por no menos de 6.000 bocas de fuego. A pesar de ello, la ofensiva alemana en el sector de Kursk no llegó a agotarse. Es evidente el objetivo al que se dirigía el mariscal von Kluge: comprometer, mediante la eliminación del saliente, la suerte de toda la formación central soviética. Fue entonces cuando el mando ruso ordeno a Timoshenko una contraofensiva de gran alcance en el cercano sector de Orel, centro logístico y táctico de gran importancia para los alemanes. Iniciado a mitad de julio con un número relevantes de fuerzas, este intento de diversión obtuvo el efecto esperado: los alemanes se vieron obligados a aligerar su presión en el sector de Kursk para dirigirse al norte en ayuda de Orel. El centro de la lucha se desplazó en aquella dirección: los rusos no consiguieron liberar Orel, pero consiguieron quitarle al enemigo la capacidad de continuar con la ofensiva; de todas formas, seguían decididos a conquistar el saliente, ya que estaban convencidos de que dicha operación tendría un efecto importante en el frente septentrional. Por ello, prosiguieron con la presión ejercida sobre dicho sector utilizando reservas de hombres y medios muy superiores a las de los alemanes. Estos últimos intentaron en vano equilibrar la superioridad enemiga: los rusos no se detuvieron. Finalmente, el 5 de agosto, Orel cayó y el contingente alemán consiguió el milagro de salvarse. El 18 de agosto, el saliente de Orel fue totalmente eliminado.