[Cómo el marqués se partió de Chitrula para ver al gran Muteczuma.]
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Cómo el marqués se partió de Chitrula para ver al gran Muteczuma. Y de aquí despachó los mensajeros que de Muteczuma tenía, a los cuales había hecho siempre mucha honra, y envió con ellos a dar cuenta al dicho Muteczuma de lo que en aquella ciudad había hecho, y la causa porque lo hiciera, y cómo ellos habían levantado que él era en ello; pero que el marqués no le daba crédito, y que él se partía luego para allá. Y luego que estos mensajeros se partieron, el marqués se partió de esta ciudad por donde les pareció a los que habían ido a la sierra del volcán que debía ser el mejor camino. Y fue un día a dormir cuatro leguas de ahí al pie del volcán, y otro día subió la sierra, y encima de ella halló gente que le salía a recibirle y a traer comida, y halló cierto albergue de casas de paja que los indios habían hecho para donde reposasen, y allí durmió esta noche; y porque en la sierra había mucho monte se salió con toda su gente a un raso que en la sierra había, porque le pareció que entre el monte había mucha gente, y llamó e hizo saber a ciertos señores y capitanes de aquella gente, diciéndoles: "Sabed que éstos que conmigo vienen no duermen de noche, y si duermen es un poco cuando es de día; y de noche están con sus armas, y cualquiera que ven que anda en pie o entra donde ellos están, luego lo matan; y yo no basto a lo resistir81; por tanto, hacedlo así saber a toda vuestra gente, y decidles que después de puesto el sol ninguno venga donde estamos, porque morirá, y a mí me pesará de los que murieren".
Y así mandó esa noche a todos los de su compañía estar apercibidos, y puso sus centinelas y escuchas82, y vinieron algunos indios a espiar qué hacíamos, y las escuchas y centinelas los mataban; y en esto no se habló más por su parte ni por la nuestra. Y otro día el marqués bajó la sierra, y dende a cuatro leguas de ahí halló una gran población en la costa de una laguna grande, y allí se aposentó, y le hicieron casas de paja donde su gente se albergase y estuviese junta, y le dieron mucha comida. El marqués habló con el señor y con algunos principales de este pueblo y le dijeron cómo eran vasallos de Muteczuma, y en secreto se le quejaron del dicho Muteczuma, diciendo que les hacía muchos y grandes agravios en les pedir tributos y cosas que no eran obligados a dar ni hacer. Y aquí vinieron mensajeros de Muteczuma y trabajaron con su embajada de que el marqués no fuese a ver a Muteczuma, y él siempre les dijo que no lo dejaría de ver, porque le deseaba mucho hablar, y su venida no era por otra causa más que por le conocer y comunicar; y haciéndole creer los dichos indios que no había camino, si no era por agua y con unas canoas muy pequeñas pasaban, determinó de hacer barcas; y en cuatro días que allí estuvo, supo que había camino, aunque peligroso, porque había de ir por una calzada de piedra que por el agua entraba y a trechos tenía puentes de madera. Cómo el Muteczuma salió a recibir al marqués. Partió el marqués con su gente de este pueblo, y así en él como siempre avisaba a los indios que no entrasen donde los españoles estaban después de puesto el sol; y fue a dormir a otro pueblo en la costa de la dicha laguna, y allí vinieron espías por el agua en canoas pequeñas, y nuestras escuchas y centinelas les tiraban con ballestas a bulto, y así no saltaron en tierra.
Y otro día comenzó el marqués con su gente a entrar por una calzada angosta de piedra que por el agua entraba, y puentes a trechos, como hemos dicho, y fue a dormir a un pueblo que está en el agua, y tuvo guarda como mejor pudo para que no le rompiesen las puentes ni la calzada; y de dos a dos horas o poco más venían siempre mensajeros y luego que fue de día caminó y salió de esta calzada a tierra y fue a dormir diez millas de México a una población que estaba en la ribera de una laguna salada, y allí estuvo un día; y este pueblo era de un hermano de Muteczuma83; y después que entramos en la tierra de Muteczuma, siempre nos dieron de comer de lo que tenían. Y dende este pueblo fue el dicho marqués y su gente por otra calzada que por el agua entraba hasta México, y Muteczuma le salió a recibir, habiendo enviado primero un su sobrino con mucha gente y bastimentos. Salió el dicho Muteczuma por en medio de la calle, y toda la demás gente arrimada a las paredes, porque ansí es su uso, e hizo aposentar al marqués en un patio donde era la recámara de los ídolos, y en este patio había salas asaz grandes donde cupieron toda la gente del dicho marqués y muchos indios de los de Tascala y Churula que se habían llegado a los españoles para los servir84. Cómo el marqués determinó de prender a Muteczuma, y lo que sobre ello hubo. En este tiempo, poco antes que en México entrase, el marqués supo que los españoles que había dejado en la costa poblados yendo a un pueblo de un vasallo de Muteczuma a le decir que les diese de comer, los del pueblo habían peleado con ellos y muértoles un caballo y un español, y herido a los más de ellos.
El marqués, después que reposó algo de aquel día que a México llegó, con el cuidado que de su vida y de los de su compañía tenía, andábase paseando por dentro de su aposento, y vio una puerta que le pareció que estaba recién cerrada con piedra y cal, e hízola abrir, y por ella adentro entró y halló mucho gran número de aposentos, y en algunos de ellos mucha cantidad de oro en joyas y en ídolos y muchas plumas, y de esto muchas cosas muy para ver; y había entrado con dos criados suyos, y tornose a salir sin llegar a cosa alguna de ello. Y luego por la mañana hizo apercibir a su gente, y temiéndose, como en la verdad era así y así lo tenían acordado, que quitando una o dos puentes de las por donde habíamos entrado no podíamos escapar las vidas, se fue a la casa de Muteczuma, en la cual había asaz de cosas dignas de notar, y mandó que su gente dos a dos o cuatro a cuatro se fuesen tras él. Muteczuma salió a él y lo metió a una sala donde él tenía su estrado, y con él entramos hasta treinta españoles y los demás quedaban a la puerta de la casa; y en un patio de ella, el marqués dijo a Muteczuma con los intérpretes: "Bien sabéis que siempre os he tenido por amigo, y os he rogado por vuestros mensajeros que siempre conmigo se trate verdad, y yo en cosa no os he mentido, y agora sé que los españoles que dejé en la costa han sido maltratados de vuestra gente, y están los más de ellos heridos, y han muerto a uno, y dicen algunos de los indios que los españoles prendieron peleando que esto se hizo por vuestro mandado; y para que lo quiero averiguar habéis de ir preso conmigo a mi aposento, donde seréis servido y bien tratado de mí y de los míos; y caso que tengáis alguna culpa de la que os ponen vuestros vasallos, yo miraré por vuestra persona como por mi hermano; y esto hago porque si lo disimulase, los que conmigo vienen se enojarían de mí, diciendo que no me daba nada de verlos maltratar; por tanto, mandad a vuestra gente que de esto no se altere, y tened aviso que cualquiera alteración que haya la pagaréis con la vida, pues es en vuestra mano pacificarlo".
Muteczuma se turbó mucho, y dijo con toda la gravedad que se puede pensar: "No es persona la mía para estar presa, y ya que yo lo quisiese, los míos no lo sufrirían". Y así estuvieron en razones más que cuatro horas, y al fin se concertaron que Muteczuma fuese con el marqués, y lo llevó a su aposento, y le dio en guarda a un capitán, y de noche y de día siempre estaban españoles en su presencia, y él no decía a los suyos que estaba preso, antes libraba y despachaba negocios tocantes a la gobernación de su tierra. Cómo Muteczuma y los más de los señores de la tierra se ofrecieron por vasallos del marqués. Y muchas veces el marqués se iba a hablar con él, y con el intérprete le rogaba que no recibiese pena de estar allí, y le hacía todos los regalos que podía, y cierta vez le dijo: "Estos cristianos son traviesos, y andando por esta casa han topado ahí cierta cantidad de oro, y la han tomado; no recibáis de ello pena". Y él dijo liberalmente: "Eso es de los dioses de este pueblo: dejad las plumas y cosas que no sean de oro, y el oro tomáoslo, y yo os daré todo lo que yo tenga; porque habéis de saber que de tiempo inmemorial a esta parte tienen mis antecesores por cierto, y así se platicaba y platica entre ellos de los que hoy vivimos, que cierta generación de donde nosotros descendemos vino a esta tierra muy lenjos85 de aquí, y vinieron en navíos, y éstos se fueron desde ha cierto tiempo, y nos dejaron poblados. Y dijeron que volverían, y siempre hemos creído que en algún tiempo habían de venir a nos mandar y señorear; y esto han siempre afirmado nuestros dioses y nuestros adivinos, y yo creo que agora se cumple, por ende quiero os tener por señor, y ansí haré que os tengan todos mis vasallos y súbditos a mi poder".
Y ansí lo hizo, e hizo llamar a muchos de los señores de la tierra, y díjoles: "Ya sabéis lo que siempre hemos tenido creído acerca de no ser señores naturales de estas tierras, y parece que este señor debía ser cuyos somos, y ansí como a mí me tenéis dada la obediencia, se la dad a él, y yo se la doy". Y así puestos todos uno ante otro y Muteczuma primero, cada cual hizo su razonamiento ofreciéndose por vasallos y criados del dicho marqués, y poniéndose so86 su amparo; y esto fue una cosa muy de ver, lo cual hicieron con muchas lágrimas, diciendo: "Parece que nuestros hados quisieron en nuestro tiempo que se cumpliese lo que tanto ha que estaba pronosticado". Y así, el marqués les respondió y consoló, y prometió a Muteczuma que siempre mandaría en su tierra como antes, y sería tan señor y más, porque se ganarían otras tierras de que también fuese señor como de esta suya. Y Muteczuma le dijo: "Váyanse con estos míos algunos vuestros, y mostrarles han una casa de joyas de oro y aderezos87 de mi persona". Y quien esto escribe y otro gentilhombre fueron por mandado del marqués con dos criados de Muteczuma, y en la casa de las aves, que así la llamaban, les mostraron una sala y otras dos cámaras donde había asaz de oro y plata y piedras verdes88, no de las muy finas; y yo hice llamar al marqués, y fue a verlo, y lo hizo llevar a su aposento. De la grandeza de las comidas de Muteczuma. Después que Muteczuma vio la manera de la conversación de los españoles, parecía holgarse mucho con ellos, y así es que todos le hacían todo el placer posible.
Y a él le venían a servir sus criados, y le traían cada vez que comía más que cuatrocientos platos de vianda en que había fruta y yerbas y conejos y venados y codornices y gallinas y muchos géneros de pescados guisados de diversas maneras, y debajo de cada plato de los que a sus servidores les parecía que él comería, venía un braserico con lumbre; y sabed que siempre le traían platos nuevos en que comía, y jamás comía en cada plato más de una vez, ni se vestía ropa más de una vez; y lavábase el cuerpo cada día dos veces. Cómo Muteczuma avisó al marqués que un su sobrino andaba levantando la tierra. En este tiempo Muteczuma avisó al marqués que un su sobrino, que se decía Cacamací, señor de una ciudad que está en la costa de esta laguna y de mucha otra tierra y pueblos89, era hombre mal reposado, y como mozo era deseoso de guerra; por tanto, que convenía que le pusiese cobro en él; y el marqués así lo hizo, y lo encomendó a ciertos gentileshombres españoles. De los aposentos de Muteczuma, y de la grandeza de ellos. Este Muteczuma tenía una casa con muchos patios y aposentos en ella, donde tenía ropa y otras cosas, y en esta casa, en algunos patios de ella, tenía en jaulas grandes leones y tigres y onzas90 y lobos y raposos, en cantidad cada uno por sí; y en otros patios tenía en otra manera de jaulas halcones de muchas maneras y águilas y gavilanes y todo género de aves de rapiña; y era cosa de ver cuán abundantemente daban carne a comer a todas estas aves y fieras, y la mucha gente que había para el servicio de éstas; y había en esta casa en tinajas grandes y en cántaros culebras y víboras asaz; y todo esto era no más que por manera de grandeza.
En esta casa de las fieras tenía hombres monstruos y mujeres: unos contrahechos, otros enanos, otros corcovados91; y tenía otra casa donde tenía todas las aves de agua que se pueden pensar, y de toda otra manera de aves, cada género de aves por sí; y es ansí sin falta, que en el servicio de estas aves se ocupaban más de seiscientos hombres, y había en la misma casa donde apartaban las aves que enfermaban y las curaban; en la casa de estas aves de agua tenía hombres y mujeres todos blancos, cuerpos y cabello y cejas. Del templo de los ídolos. El patio de los ídolos era grande que bastaba para casas de cuatrocientos vecinos españoles. En medio de él tenía una torre que tenía ciento trece gradas de a más de palmo92 cada una, y esto era macizo, y encima tenía dos casas de más altor que pica y media93, y aquí estaba el ídolo principal de toda la tierra, que era hecho de todo género de semillas, cuantas se podían haber, y éstas molidas y amasadas con sangre de niños y niñas vírgenes, a los cuales mataban abriéndolos por los pechos y sacándoles el corazón y por allí la sangre; y con ella y las semillas hacían cantidad de masa más gruesa que un hombre y tan alta, y con sus ceremonias metían por la masa muchas joyas de oro de las que ellos en sus fiestas acostumbraban a traer cuando se ponían muy de fiesta; y ataban esta masa con mantas muy delgadas y hacían de esta manera un bulto; y luego hacían cierta agua con ceremonias, la cual con esta masa la metían dentro en esta casa que sobre esta torre estaba, y dicen que de esta agua daban a beber al que hacían capitán general cuando lo elegían para alguna guerra o cosa de mucha importancia.
Esto metían entre la postrer pared de la torre y otra que estaba delante, y no dejaban entrada alguna, antes parecía no haber allí algo. De fuera de este hueco estaban dos ídolos sobre dos basas de piedra grande, de altor las basas de una vara de medir, y sobre éstas dos ídolos de altor de casi tres varas de medir cada uno94 y serían de gordor95 de un buey cada uno; eran de piedra de grano bruñida, y sobre la piedra cubiertos de nácar, que es conchas en que las perlas se crían, y sobre este nácar, pegado con betún a manera de engrudo, muchas joyas de oro, y hombres y culebras y aves e historias96 hechas de turquesas, pequeñas y grandes, y de esmeraldas y de amatistas, por manera que todo el nácar estaba cubierto, excepto en algunas partes donde lo dejaban para que hiciese labor con las piedras97. Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, y por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, y por rostro una máscara de oro, y ojos de espejo, y tenían otro rostro en el colodrillo98, como cabeza de hombre sin carne. Habría más de cinco mil hombres para el servicio de este ídolo; eran en ellos unos más preeminentes que otros, así en oficio como en vestiduras; tenían su mayor a quien obedecían grandemente, y a éste así Muteczuma como todos los demás señores lo tenían en gran veneración. Levantábanse al sacrificio a las doce de la noche en punto. El sacrificio era verter sangre de la lengua y de los brazos y de los muslos, unas veces de una parte y otras de otra, y mojar pajas en la sangre, y la sangre y las pajas ofrecían ante un muy gran fuego de leña de roble, y luego salían a echar incienso a la torre del ídolo.
Estaban frontero de esta torre sesenta o setenta vigas muy altas hincadas, desviadas de la torre cuanto un tiro de ballesta, puestas sobre un treatro99 grande, hecho de cal y piedra, y por las gradas de él muchas cabezas de muertos pegadas con cal, y los dientes hacia fuera. Estaba de un cabo y de otro de estas vigas dos torres hechas de cal y de cabezas de muertos, sin otras alguna piedra, y los dientes hacia afuera, en lo que se podía parecer, y las vigas apartadas una de otra poco menos que una vara de medir100, y desde lo alto de ellas hasta abajo puestos palos cuan espesos cabían, y en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes en el dicho palo. Y quien esto escribe y un Gonzalo de Umbría, contaron los palos que había, y multiplicando a cinco cabezas cada palo de los que entre viga y viga estaban, como dicho he, hallamos haber ciento treinta y seis mil cabezas, sin las de las torres101. Este patio tenía cuatro puertas, y en cada puerta un aposento grande, alto, lleno de armas; las puertas estaban a levante y a poniente, y al norte y al sur. Cómo el marqués mandó quemar a un señor que se decía Qualpupoca. Muteczuma, cuando lo prendió el marqués, envió por el señor del pueblo que había peleado con los españoles en la costa, y dio un sello con cierto carácter en él figurado, el cual se quitó del brazo, y dijo al marqués: "Váyanse dos de vuestros hombres con estos mensajeros que yo envío, y traerán al que ha hecho el daño en vuestra gente".
Esto porque el marqués se lo pidió ansí, y dijo a sus mensajeros Muteczuma: "Id y llamad a Qualpupoca (que así se llamaba el señor); y si no quisiese venir por la creencia de esta mi seña, haréis gente de guerra en mi tierra e iréis sobre él y destruirlo y prenderlo por fuerza, y no vengáis sin él; y mirad por esos cristianos mucho". Fueron y trajéronlo, y confesó haber él hecho el daño en los españoles, es caso que dijo que Muteczuma se lo había mandado. El marqués hizo sacar de los almacenes de armas que hemos dicho todas las que hubo, que eran arcos y flechas y varas y tiraderas102 y rodelas y espadas de palo con filos de pedernal103, y serían más que quinientas carretadas, e hizo quemarlas y con ellas a Qualpupoca, y para esto dijo que las quemaba, para quemar aquél.
Y así mandó esa noche a todos los de su compañía estar apercibidos, y puso sus centinelas y escuchas82, y vinieron algunos indios a espiar qué hacíamos, y las escuchas y centinelas los mataban; y en esto no se habló más por su parte ni por la nuestra. Y otro día el marqués bajó la sierra, y dende a cuatro leguas de ahí halló una gran población en la costa de una laguna grande, y allí se aposentó, y le hicieron casas de paja donde su gente se albergase y estuviese junta, y le dieron mucha comida. El marqués habló con el señor y con algunos principales de este pueblo y le dijeron cómo eran vasallos de Muteczuma, y en secreto se le quejaron del dicho Muteczuma, diciendo que les hacía muchos y grandes agravios en les pedir tributos y cosas que no eran obligados a dar ni hacer. Y aquí vinieron mensajeros de Muteczuma y trabajaron con su embajada de que el marqués no fuese a ver a Muteczuma, y él siempre les dijo que no lo dejaría de ver, porque le deseaba mucho hablar, y su venida no era por otra causa más que por le conocer y comunicar; y haciéndole creer los dichos indios que no había camino, si no era por agua y con unas canoas muy pequeñas pasaban, determinó de hacer barcas; y en cuatro días que allí estuvo, supo que había camino, aunque peligroso, porque había de ir por una calzada de piedra que por el agua entraba y a trechos tenía puentes de madera. Cómo el Muteczuma salió a recibir al marqués. Partió el marqués con su gente de este pueblo, y así en él como siempre avisaba a los indios que no entrasen donde los españoles estaban después de puesto el sol; y fue a dormir a otro pueblo en la costa de la dicha laguna, y allí vinieron espías por el agua en canoas pequeñas, y nuestras escuchas y centinelas les tiraban con ballestas a bulto, y así no saltaron en tierra.
Y otro día comenzó el marqués con su gente a entrar por una calzada angosta de piedra que por el agua entraba, y puentes a trechos, como hemos dicho, y fue a dormir a un pueblo que está en el agua, y tuvo guarda como mejor pudo para que no le rompiesen las puentes ni la calzada; y de dos a dos horas o poco más venían siempre mensajeros y luego que fue de día caminó y salió de esta calzada a tierra y fue a dormir diez millas de México a una población que estaba en la ribera de una laguna salada, y allí estuvo un día; y este pueblo era de un hermano de Muteczuma83; y después que entramos en la tierra de Muteczuma, siempre nos dieron de comer de lo que tenían. Y dende este pueblo fue el dicho marqués y su gente por otra calzada que por el agua entraba hasta México, y Muteczuma le salió a recibir, habiendo enviado primero un su sobrino con mucha gente y bastimentos. Salió el dicho Muteczuma por en medio de la calle, y toda la demás gente arrimada a las paredes, porque ansí es su uso, e hizo aposentar al marqués en un patio donde era la recámara de los ídolos, y en este patio había salas asaz grandes donde cupieron toda la gente del dicho marqués y muchos indios de los de Tascala y Churula que se habían llegado a los españoles para los servir84. Cómo el marqués determinó de prender a Muteczuma, y lo que sobre ello hubo. En este tiempo, poco antes que en México entrase, el marqués supo que los españoles que había dejado en la costa poblados yendo a un pueblo de un vasallo de Muteczuma a le decir que les diese de comer, los del pueblo habían peleado con ellos y muértoles un caballo y un español, y herido a los más de ellos.
El marqués, después que reposó algo de aquel día que a México llegó, con el cuidado que de su vida y de los de su compañía tenía, andábase paseando por dentro de su aposento, y vio una puerta que le pareció que estaba recién cerrada con piedra y cal, e hízola abrir, y por ella adentro entró y halló mucho gran número de aposentos, y en algunos de ellos mucha cantidad de oro en joyas y en ídolos y muchas plumas, y de esto muchas cosas muy para ver; y había entrado con dos criados suyos, y tornose a salir sin llegar a cosa alguna de ello. Y luego por la mañana hizo apercibir a su gente, y temiéndose, como en la verdad era así y así lo tenían acordado, que quitando una o dos puentes de las por donde habíamos entrado no podíamos escapar las vidas, se fue a la casa de Muteczuma, en la cual había asaz de cosas dignas de notar, y mandó que su gente dos a dos o cuatro a cuatro se fuesen tras él. Muteczuma salió a él y lo metió a una sala donde él tenía su estrado, y con él entramos hasta treinta españoles y los demás quedaban a la puerta de la casa; y en un patio de ella, el marqués dijo a Muteczuma con los intérpretes: "Bien sabéis que siempre os he tenido por amigo, y os he rogado por vuestros mensajeros que siempre conmigo se trate verdad, y yo en cosa no os he mentido, y agora sé que los españoles que dejé en la costa han sido maltratados de vuestra gente, y están los más de ellos heridos, y han muerto a uno, y dicen algunos de los indios que los españoles prendieron peleando que esto se hizo por vuestro mandado; y para que lo quiero averiguar habéis de ir preso conmigo a mi aposento, donde seréis servido y bien tratado de mí y de los míos; y caso que tengáis alguna culpa de la que os ponen vuestros vasallos, yo miraré por vuestra persona como por mi hermano; y esto hago porque si lo disimulase, los que conmigo vienen se enojarían de mí, diciendo que no me daba nada de verlos maltratar; por tanto, mandad a vuestra gente que de esto no se altere, y tened aviso que cualquiera alteración que haya la pagaréis con la vida, pues es en vuestra mano pacificarlo".
Muteczuma se turbó mucho, y dijo con toda la gravedad que se puede pensar: "No es persona la mía para estar presa, y ya que yo lo quisiese, los míos no lo sufrirían". Y así estuvieron en razones más que cuatro horas, y al fin se concertaron que Muteczuma fuese con el marqués, y lo llevó a su aposento, y le dio en guarda a un capitán, y de noche y de día siempre estaban españoles en su presencia, y él no decía a los suyos que estaba preso, antes libraba y despachaba negocios tocantes a la gobernación de su tierra. Cómo Muteczuma y los más de los señores de la tierra se ofrecieron por vasallos del marqués. Y muchas veces el marqués se iba a hablar con él, y con el intérprete le rogaba que no recibiese pena de estar allí, y le hacía todos los regalos que podía, y cierta vez le dijo: "Estos cristianos son traviesos, y andando por esta casa han topado ahí cierta cantidad de oro, y la han tomado; no recibáis de ello pena". Y él dijo liberalmente: "Eso es de los dioses de este pueblo: dejad las plumas y cosas que no sean de oro, y el oro tomáoslo, y yo os daré todo lo que yo tenga; porque habéis de saber que de tiempo inmemorial a esta parte tienen mis antecesores por cierto, y así se platicaba y platica entre ellos de los que hoy vivimos, que cierta generación de donde nosotros descendemos vino a esta tierra muy lenjos85 de aquí, y vinieron en navíos, y éstos se fueron desde ha cierto tiempo, y nos dejaron poblados. Y dijeron que volverían, y siempre hemos creído que en algún tiempo habían de venir a nos mandar y señorear; y esto han siempre afirmado nuestros dioses y nuestros adivinos, y yo creo que agora se cumple, por ende quiero os tener por señor, y ansí haré que os tengan todos mis vasallos y súbditos a mi poder".
Y ansí lo hizo, e hizo llamar a muchos de los señores de la tierra, y díjoles: "Ya sabéis lo que siempre hemos tenido creído acerca de no ser señores naturales de estas tierras, y parece que este señor debía ser cuyos somos, y ansí como a mí me tenéis dada la obediencia, se la dad a él, y yo se la doy". Y así puestos todos uno ante otro y Muteczuma primero, cada cual hizo su razonamiento ofreciéndose por vasallos y criados del dicho marqués, y poniéndose so86 su amparo; y esto fue una cosa muy de ver, lo cual hicieron con muchas lágrimas, diciendo: "Parece que nuestros hados quisieron en nuestro tiempo que se cumpliese lo que tanto ha que estaba pronosticado". Y así, el marqués les respondió y consoló, y prometió a Muteczuma que siempre mandaría en su tierra como antes, y sería tan señor y más, porque se ganarían otras tierras de que también fuese señor como de esta suya. Y Muteczuma le dijo: "Váyanse con estos míos algunos vuestros, y mostrarles han una casa de joyas de oro y aderezos87 de mi persona". Y quien esto escribe y otro gentilhombre fueron por mandado del marqués con dos criados de Muteczuma, y en la casa de las aves, que así la llamaban, les mostraron una sala y otras dos cámaras donde había asaz de oro y plata y piedras verdes88, no de las muy finas; y yo hice llamar al marqués, y fue a verlo, y lo hizo llevar a su aposento. De la grandeza de las comidas de Muteczuma. Después que Muteczuma vio la manera de la conversación de los españoles, parecía holgarse mucho con ellos, y así es que todos le hacían todo el placer posible.
Y a él le venían a servir sus criados, y le traían cada vez que comía más que cuatrocientos platos de vianda en que había fruta y yerbas y conejos y venados y codornices y gallinas y muchos géneros de pescados guisados de diversas maneras, y debajo de cada plato de los que a sus servidores les parecía que él comería, venía un braserico con lumbre; y sabed que siempre le traían platos nuevos en que comía, y jamás comía en cada plato más de una vez, ni se vestía ropa más de una vez; y lavábase el cuerpo cada día dos veces. Cómo Muteczuma avisó al marqués que un su sobrino andaba levantando la tierra. En este tiempo Muteczuma avisó al marqués que un su sobrino, que se decía Cacamací, señor de una ciudad que está en la costa de esta laguna y de mucha otra tierra y pueblos89, era hombre mal reposado, y como mozo era deseoso de guerra; por tanto, que convenía que le pusiese cobro en él; y el marqués así lo hizo, y lo encomendó a ciertos gentileshombres españoles. De los aposentos de Muteczuma, y de la grandeza de ellos. Este Muteczuma tenía una casa con muchos patios y aposentos en ella, donde tenía ropa y otras cosas, y en esta casa, en algunos patios de ella, tenía en jaulas grandes leones y tigres y onzas90 y lobos y raposos, en cantidad cada uno por sí; y en otros patios tenía en otra manera de jaulas halcones de muchas maneras y águilas y gavilanes y todo género de aves de rapiña; y era cosa de ver cuán abundantemente daban carne a comer a todas estas aves y fieras, y la mucha gente que había para el servicio de éstas; y había en esta casa en tinajas grandes y en cántaros culebras y víboras asaz; y todo esto era no más que por manera de grandeza.
En esta casa de las fieras tenía hombres monstruos y mujeres: unos contrahechos, otros enanos, otros corcovados91; y tenía otra casa donde tenía todas las aves de agua que se pueden pensar, y de toda otra manera de aves, cada género de aves por sí; y es ansí sin falta, que en el servicio de estas aves se ocupaban más de seiscientos hombres, y había en la misma casa donde apartaban las aves que enfermaban y las curaban; en la casa de estas aves de agua tenía hombres y mujeres todos blancos, cuerpos y cabello y cejas. Del templo de los ídolos. El patio de los ídolos era grande que bastaba para casas de cuatrocientos vecinos españoles. En medio de él tenía una torre que tenía ciento trece gradas de a más de palmo92 cada una, y esto era macizo, y encima tenía dos casas de más altor que pica y media93, y aquí estaba el ídolo principal de toda la tierra, que era hecho de todo género de semillas, cuantas se podían haber, y éstas molidas y amasadas con sangre de niños y niñas vírgenes, a los cuales mataban abriéndolos por los pechos y sacándoles el corazón y por allí la sangre; y con ella y las semillas hacían cantidad de masa más gruesa que un hombre y tan alta, y con sus ceremonias metían por la masa muchas joyas de oro de las que ellos en sus fiestas acostumbraban a traer cuando se ponían muy de fiesta; y ataban esta masa con mantas muy delgadas y hacían de esta manera un bulto; y luego hacían cierta agua con ceremonias, la cual con esta masa la metían dentro en esta casa que sobre esta torre estaba, y dicen que de esta agua daban a beber al que hacían capitán general cuando lo elegían para alguna guerra o cosa de mucha importancia.
Esto metían entre la postrer pared de la torre y otra que estaba delante, y no dejaban entrada alguna, antes parecía no haber allí algo. De fuera de este hueco estaban dos ídolos sobre dos basas de piedra grande, de altor las basas de una vara de medir, y sobre éstas dos ídolos de altor de casi tres varas de medir cada uno94 y serían de gordor95 de un buey cada uno; eran de piedra de grano bruñida, y sobre la piedra cubiertos de nácar, que es conchas en que las perlas se crían, y sobre este nácar, pegado con betún a manera de engrudo, muchas joyas de oro, y hombres y culebras y aves e historias96 hechas de turquesas, pequeñas y grandes, y de esmeraldas y de amatistas, por manera que todo el nácar estaba cubierto, excepto en algunas partes donde lo dejaban para que hiciese labor con las piedras97. Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, y por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, y por rostro una máscara de oro, y ojos de espejo, y tenían otro rostro en el colodrillo98, como cabeza de hombre sin carne. Habría más de cinco mil hombres para el servicio de este ídolo; eran en ellos unos más preeminentes que otros, así en oficio como en vestiduras; tenían su mayor a quien obedecían grandemente, y a éste así Muteczuma como todos los demás señores lo tenían en gran veneración. Levantábanse al sacrificio a las doce de la noche en punto. El sacrificio era verter sangre de la lengua y de los brazos y de los muslos, unas veces de una parte y otras de otra, y mojar pajas en la sangre, y la sangre y las pajas ofrecían ante un muy gran fuego de leña de roble, y luego salían a echar incienso a la torre del ídolo.
Estaban frontero de esta torre sesenta o setenta vigas muy altas hincadas, desviadas de la torre cuanto un tiro de ballesta, puestas sobre un treatro99 grande, hecho de cal y piedra, y por las gradas de él muchas cabezas de muertos pegadas con cal, y los dientes hacia fuera. Estaba de un cabo y de otro de estas vigas dos torres hechas de cal y de cabezas de muertos, sin otras alguna piedra, y los dientes hacia afuera, en lo que se podía parecer, y las vigas apartadas una de otra poco menos que una vara de medir100, y desde lo alto de ellas hasta abajo puestos palos cuan espesos cabían, y en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes en el dicho palo. Y quien esto escribe y un Gonzalo de Umbría, contaron los palos que había, y multiplicando a cinco cabezas cada palo de los que entre viga y viga estaban, como dicho he, hallamos haber ciento treinta y seis mil cabezas, sin las de las torres101. Este patio tenía cuatro puertas, y en cada puerta un aposento grande, alto, lleno de armas; las puertas estaban a levante y a poniente, y al norte y al sur. Cómo el marqués mandó quemar a un señor que se decía Qualpupoca. Muteczuma, cuando lo prendió el marqués, envió por el señor del pueblo que había peleado con los españoles en la costa, y dio un sello con cierto carácter en él figurado, el cual se quitó del brazo, y dijo al marqués: "Váyanse dos de vuestros hombres con estos mensajeros que yo envío, y traerán al que ha hecho el daño en vuestra gente".
Esto porque el marqués se lo pidió ansí, y dijo a sus mensajeros Muteczuma: "Id y llamad a Qualpupoca (que así se llamaba el señor); y si no quisiese venir por la creencia de esta mi seña, haréis gente de guerra en mi tierra e iréis sobre él y destruirlo y prenderlo por fuerza, y no vengáis sin él; y mirad por esos cristianos mucho". Fueron y trajéronlo, y confesó haber él hecho el daño en los españoles, es caso que dijo que Muteczuma se lo había mandado. El marqués hizo sacar de los almacenes de armas que hemos dicho todas las que hubo, que eran arcos y flechas y varas y tiraderas102 y rodelas y espadas de palo con filos de pedernal103, y serían más que quinientas carretadas, e hizo quemarlas y con ellas a Qualpupoca, y para esto dijo que las quemaba, para quemar aquél.