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Cuando en 1897 murió la madre de Cézanne, los hermanos vendieron algunas propiedades para repartir la herencia, entre ellas el Jas de Bouffan, uno de los lugares favoritos del artista. Desde ese momento buscó un lugar en el que establecer un estudio, considerando la posibilidad de comprar el Château Noir, una edificación en la zona oriental de Aix que era propiedad de un rico comerciante de carbón, de ahí el nombre. El propietario rechazó la oferta del pintor pero le permitió tener alquilada una habitación como estudio. El edificio se observa entre las ramas de los árboles que aparecen en primer plano, fórmula ya empleada en la época impresionista. Cada una de las líneas de los troncos se remarca en color negro, continuando su objetivo de resaltar el volumen y las formas. El color es aplicado de manera fluida, con manchas de color toscas y diluidas con las que no reproducen las formas reales de cada uno de los árboles sino que describen impresiones cromáticas que le acercan al impresionismo de Monet e incluso anticipa la abstracción.
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A diferencia de su pareja, la vista de la ventana izquierda del estudio, esta sepia nos presenta una vista frontal de la ventana, guardando una cierta similitud con la composición que, en 1822, llevará a cabo en Mujer en la ventana. Al otro lado de la ventana, frontera de la realidad interior, de rigurosa austeridad moral y contemplación metafísica, y la exterior, se divisan el Elba y su otra orilla. Un largo mástil se alza en la misma posición que en el cuadro antes citado. Con todo, la visión de esta sepia es más realista, más detallada, no exenta, aun así, de simbolismo: en este contexto debe apreciarse la cruz girada (como en el Altar de Tetschen) que se forma en el cristal de la hoja derecha abierta. En el espejo de la parte izquierda se observa un fragmento del rostro del propio Friedrich, cuya mirada se dirige, directamente, a los ojos del espectador.
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El mismo orden matemático que presidía su austera y solitaria vida, plasmada en su desnudo estudio en su casa de la calle An der Elbe 26 de Dresde, se trasladaba a sus obras en una particular simbiosis. En esta sepia de 1805-06 y su pareja, sobre la ventana derecha, todo se reduce a una simplificación geométrica, de gran precisión. El estudio nos es conocido por dos célebres obras de Kersting de 1811-1812 que presentan a Friedrich trabajando en su taller. Entre el año de esta sepia y el del primer óleo de Kersting, 1811, el pintor pomerano instaló unos cierres en la parte inferior de las ventanas, con los que podía regular la cantidad de luz de la sala; imprescindibles para su peculiar forma de trabajo, los llevó consigo a su nueva casa de la misma calle en 1820, como aparece en Mujer en la ventana. En contraste con la desnudez del cuarto, como la de una iglesia protestante limpia de imágenes en semi-penumbra, se divisa, en el exterior, una animada escena fluvial en el Elba. Desde el asiento de trabajo de Friedrich poco más se aprecia. La ausencia de elementos que pudieran distraer su visión interior, de donde obtenía todas las imágenes que necesitaba, se hizo célebre entre todos los que le trataron. El escultor francés David d'Angers, quien rindió visita al pintor en 1834, describió así la sala: "Una pequeña mesa, una cama, que más bien parecía un féretro, un caballete vacío, eso es todo. Los muros de la sala, pintados en tono verde, están completamente desnudos y sin ningún ornamento; uno busca en vano con la mirada un cuadro o un dibujo".
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En opinión de diversos autores, y como ocurre con su compañera conocida como La tarde, esta vista de la Villa Médici fue realizada por Velázquez durante su segundo viaje a Italia, entre 1649 y 1650. El maestro se muestra interesado por conseguir impresiones y efectos de una luz en un momento determinado del día. Los arcos del fondo nos permiten ver un paisaje de cipreses a plena luz mientras que en primer plano los árboles impiden el paso de los rayos solares, quedando esta zona en sombra. Esta sensación luminosa hace que denominemos a la escena El mediodía. Las figuritas que aparecen dan un efecto más realista a la escena, incluyendo una estatua de Ariadna semejante a la que el propio Velázquez adquirió en Roma para Felipe IV y que hoy se puede contemplar en el Museo del Prado. Con esa pincelada suelta que define ambas escenas y su peculiar estudio lumínico, se puede considerar al maestro como el primer impresionista de la historia.
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Velázquez realizaría esta preciosa escena casi con total seguridad entre 1649 y 1650, durante su segunda estancia en Roma, junto a su compañera llamada El mediodía, aunque no existe acuerdo al respecto. Se trata de una obra tomada directamente del natural, interesándose el maestro por dar una impresión de la luz en un momento determinado del día, por lo que recibe el sobrenombre de La tarde. Al interesarse por captar la luz del atardecer, Velázquez se anticipa en dos siglos a Claude Monet, siendo considerado así el primer impresionista. Más difícil sería responder a por qué eligió este tema. Lo lógico sería pensar en una crítica al interés de los pintores por representar arquitecturas como protagonistas, siendo aquí la luz lo que más atrae nuestra atención. Su pincelada cada vez es más deshecha, aplicando el óleo con gran rapidez y soltura, casi manchas de color y luz.
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El auge del paisajismo durante el Romanticismo tiene, entre sus precedentes y causas inmediatas, el "descubrimiento" de los Alpes a fines del siglo XVIII, en relación con la acuñación del concepto de lo sublime, es decir, la apreciación del impacto psicológico que la contemplación de cierta naturaleza produce en el espíritu del espectador. Este descubrimiento de lo terrible que subyace en la Naturaleza, que será la base de los paisajistas románticos como Friedrich, comenzó en los Alpes. A fines de siglo, esta formación montañosa permanecía semi-olvidada; sus alturas, precipicios y pasos inspiraban un temor reverencial. En esta época, pintores y científicos comenzaron a interesarse por la cordillera alpina desde la doble perspectiva de la investigación y la plasmación pictórica de lo sublime. Años antes de que Balmat y Paccart lograran por vez primera coronar el Mont Blanc en 1786, el suizo Caspar Wolf había descubierto para toda Europa el poder evocador del paisaje alpino. En 1774 se estableció en Berna para hacer frente al encargo del editor Abraham Wagner de realizar una serie de doscientas pinturas sobre el tema. Desde esta ciudad, Wolf realizaba numerosas excursiones en busca de lugares poco conocidos, en los que hacía dibujos al natural a lápiz y carboncillo, que luego trasladaba al lienzo. La primera serie de láminas se publicó en 1776, el mismo año en que realizó esta obra. A pesar del detallado estudio topográfico que llevaba a cabo, Wolf modificaba los elementos que trasladaba a sus cuadros buscando producir ese efecto de lo sublime, de lo aterrador, que luego sería característico de Friedrich. De este modo, la Naturaleza desbordaba la escala humana y se imponía sobre ella. Este nuevo tipo de paisaje se plasma en obras como ésta y 'La gruta de Saint-Béat vista desde el Oeste', también de 1776. Se caracteriza por un primer plano en penumbra, a la izquierda, dominado por la gruta, cuyo contraste con el fondo iluminado obliga a dirigir la vista hacia el lago y las montañas en la distancia. Esta técnica será habitual en Friedrich y es una de las razones por las que se considera a Wolf un claro prerromántico.