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Esta pequeña acuarela se halla muy relacionada con la posterior Luna nueva sobre el Riesengebirge, de después de 1835, pues ambas se basan en un estudio del natural del 14 de julio de 1810. En ese año, Friedrich visitó esta formación montañosa en compañía de Georg Friedrich Kersting. Fruto de esa visita fueron diversas obras, en especial el afamado Amanecer en el Riesengebirge, de 1811. El dibujo sobre el que se asienta esta acuarela posee anotado: "La luz recorre rozando el borde de las montañas". En esta misma época volvió a aprovechar los apuntes del Riesengebirge, aunque en una vista invertida, para situar, de modo fantástico, la Ruina de Eldena en el Riesengebirge.
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Desde 1860 el espíritu romántico va desapareciendo en la pintura de Barrón para trabajar el paisaje de una manera más concreta y realista como podemos observar en esta escena adquirida por la reina Isabel II al artista. En un plano medio aparece el puente de Isabel II o de Triana, construido entre 1845-52 por G. Steinacher y F. Bernadet, siguiendo el modelo del puente del Carrusel de París. Al fondo se vislumbra la Torre del Oro y la Catedral, con su Giralda. El efecto lumínico de atardecer es una muestra de la habilidad de Barrón a la hora de emplear las luces con el mayor realismo posible.
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En esta escena Domínguez Bécquer nos muestra una vista panorámica de la ciudad de Sevilla desde la Cruz del Campo, destacando al fondo las siluetas de la Giralda y de la Catedral. Nos llama la atención la minuciosidad dibujística a la hora de colocar tantos personajes, todos y cada uno en actitudes cotidianas. El pintor juega muy bien con la iluminación, subrayando el atardecer con la luz muy difusa, casi amarillenta, que deja en sombra la zona de la izquierda. El colorido empleado tiene unas tonalidades brillantes y luminosas.
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Vista de Tabera (Rioja). En primer término, el puente medieval. A la derecha, la ermita del Santo Cristo y, al fondo, la de Santa María de la Hoz, ambas del siglo XIII.
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El contacto con Marruecos será el detonante que provoque un importante cambio en la pintura de Fortuny, hasta ahora enclavado en el estilo nazareno de fuerte tendencia romántica. La luz y el ambiente africano supondrán un nuevo aliciente para el artista, entusiasmándose con la temática oriental que pondrá de moda en toda Europa. Los paisajes ejecutados durante los dos meses y medio que estuvo en el país norteafricano nos hablan de la génesis de un nuevo estilo donde el toque del pincel es mucho más rápido y abocetado, eligiendo como principal protagonista a la luz, una luz potente, que ilumina con fuerza allí donde incide. Estas nuevas aportaciones las podemos contemplar en esta excelente vista de Tánger, resaltando el edificio de la mezquita iluminado por el fuerte sol del atardecer. Las pinceladas son sueltas y empastadas, anticipándose a la pintura impresionista francesa, eliminando detalles superfluos para captar un ambiente, una atmósfera llena de vida y fuerza.
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Resulta muy extraño encontrar un paisaje aislado en la pintura española del Renacimiento e incluso en la época barroca. La aparición de esta Vista de Toledo hace considerar a El Greco como el primer paisajista de la historia del arte español. La explicación a la ausencia de paisajes vendría motivada por la menor consideración de los clientes a este tema, situándose los pintores que trataban este género en una segunda categoría. Eso no quiere decir que en las colecciones de estos clientes no existieran cuadros de paisaje; cuando había demanda de ellos se recurría al mercado italiano o flamenco, donde sí hay más ejemplos de paisajes aislados. Esto hace aún más importante la obra que contemplamos. Se trata de un paisaje bastante fantaseado, a pesar de partir de la realidad. Doménikos centra su atención en los edificios emblemáticos: el Alcázar, el puente de Alcántara, el castillo de San Servando y la catedral, situándose en un punto de vista frontal a la ciudad para mostrar el río Tajo. La aridez del terreno ha sido sustituida por un acentuado verdor más característico del norte de España. Unas nubes grisáceas amenazan tormenta. La silueta de los edificios se recorta sobre esas nubes, iluminándose por efecto de la tormenta. Las tonalidades verdes, azules y grises dan un aspecto dramático a la escena y ponen de relieve la grandeza de la ciudad. Esta misma idea la representa el maestro en San José con el Niño y San Martín con el mendigo, obras que tienen como lejano fondo una vista de Toledo muy similar a ésta. El significado exacto de la imagen nos resulta desconocido, planteándose que podría tratarse de una exaltación de la Ciudad Imperial, capital oficiosa del estado en los últimos tiempos hasta que en 1567 Felipe II decidió trasladar la capitalidad a Madrid. También se opina que podría estar relacionada con el espíritu místico que vivía la ciudad en aquellos momentos, hábilmente recogido por El Greco en sus lienzos religiosos.