Se distinguen varias etapas en el estilo pictórico de Hugo van der Goes, pese a lo relativamente corto de su carrera. Esta obra representa su etapa de madurez plena, con ciertos rasgos influidos por la pintura italiana, mientras que obras como el tríptico Portinari nos hablan de su etapa final, más personal y radicalizada hacia la tradición flamenca. La Adoración de los Magos era en origen el panel central de un tríptico que se encontraba en el Monasterio de Monforte de Lemos, en España. Desmembrado, se perdieron tres tablas complementarias: las alas laterales, con la Natividad y la Presentación en el templo respectivamente, y el remate, que mostraba un coro de ángeles sobrevolando la escena central. La composición es una de las más armoniosas de su autor; el ritmo interno de las figuras, suavemente respaldado por las arquitecturas y por la elección de los colores, recuerda sin duda a los modos italianos del Quattrocento. Por ello, se hace más fuerte la teoría de que Van der Goes viajó a Italia, en fechas desconocidas pero obviamente previas a este tipo de obras de madurez estilística.
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La iglesia de Santa Columba, en Colonia, tenía en su altar un tríptico, realizado por Rogier van der Weyden, cuya tabla central es la que ahora podemos contemplar. Representa la Adoración de los Reyes Magos y en esta imagen podemos comprobar hasta qué punto su autor había asimilado las enseñanzas del arte italiano, conocido durante su viaje a las tierras del sur. La escena está simétricamente dispuesta, con el eje axial establecido en el pilar central, donde vemos nada menos que un crucifijo. La Virgen y el niño están ligeramente desplazados hacia la izquierda, quedando en el centro el rostro del rey que besa los pies del recién nacido. Los tres reyes son blancos, puesto que la introducción de un rey negro no se realizará hasta avanzado el siglo XV, como norma general. De esta forma, los tres reyes no representan los tres continentes conocidos (Europa, Asia, Africa) sino las tres edades del hombre, o los tres estados del conocimiento filosófico. Todas las figuras están alineadas en un friso horizontal, estructura que repiten las ruinas del establo, como un parapeto tras ellas.
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La Adoración de los Magos es una de las mayores obras que guarda el Museo del Prado, siendo pintada por Rubens en dos partes claramente diferenciadas. El lienzo original, es decir, la zona de la izquierda que recoge la Adoración, fue encargada por uno de los magistrados de la ciudad de Amberes - llamado Nicolas Rockox- al maestro en 1609 para decorar el Salón de los Estados del Ayuntamiento. Con motivo del viaje del marqués de Siete Iglesias, lugarteniente del todopoderoso valido español -Duque de Lerma- a Amberes en 1618 recibió como regalo esta Adoración, que fue ampliada en sus partes derecha y superior por Rubens durante su estancia en Madrid en 1628-1629.Rubens fue un gran admirador del Renacimiento italiano, especialmente de la Escuela veneciana, donde buscó su fuente de inspiración. Considerará a Tiziano como su "padre espiritual" pero también admirará las obras de Tintoretto y Veronés. Esta influencia veneciana es la que apreciamos en la parte inicial de la Adoración, en la izquierda. El Niño es el foco del que parte la luz, iluminando los rostros de los Reyes Magos y sus correspondientes pajes. La riqueza de las telas, la variedad del color y la cantidad de figuras existentes sorprende al espectador. Sin embargo, en la zona añadida en 1628 existe un evidente homenaje a Miguel Ángel en las figuras de los porteadores y de los jinetes sobre sus caballos. En esta zona todo es escorzo y movimiento, que contrasta con la serenidad de la zona inicial. Las masas musculosas y en tensión son muy significativas del impacto que produjo en el maestro la contemplación de la Capilla Sixtina de Roma. La zona superior, con los angelitos que van hacia el Niño, también es un añadido del año 1628.La atmósfera que ha obtenido el maestro con el juego de luces procedente de las antorchas, la riqueza de los paños de brillante colorido y la postura de las figuras, hacen de esta escena una clara representación de las Adoraciones del Barroco. Otra de las cuestiones que causa mayor sorpresa al espectador es la inexistencia de un espacio vacío que nos permita apreciar alguna nota de paisaje. A pesar de estar la escena llena de figuras, Rubens ha sabido obtener el efecto de profundidad al colocar los personajes en diferentes planos, en un equilibrio de masas perfecto, que no provoca que una zona se recargue más que otra. Hasta el propio artista no quiso perderse el acontecimiento y se autorretrató en la zona derecha, sobre un caballo, de espaldas. Mención especial merece el interés del maestro por captar la expresión de las figuras, que parecen auténticos retratos, especialmente el pajecillo negro que sopla en la zona izquierda de la composición.
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La ubicación de esta Adoración de los Magos en el Políptico de Pisa es admitida por la mayor parte de los especialistas, situándola en el centro de la tarima, bajo la Virgen con Niño. Se trata de una de las composiciones más atractivas del conjunto por la cantidad de figuras que se incluyen, el recurso del paisaje como fondo y la arquitectura del portal donde encontramos a la Sagrada Familia. Los caballos en diferentes posturas servirán a autores de posteriores generaciones como Paolo Ucello o Piero della Francesca. Masaccio parece haber tomado como referencias a Masolino y a Gentile da Fabriano, considerándose que admiró la pintura de Pisanello. Sus figuras gozan de la monumentalidad que acostumbran, distribuyéndose por el espacio de manera acertada para crear el efecto de perspectiva. La luz resbala por sus cuerpos y acentúa las tonalidades de los vestidos, reforzando el incipiente naturalismo que encontramos en la imagen. Las dos figuras embozadas que forman parte del cortejo podrían tratarse de retratos por su individualización aunque no están identificados. Incluir personajes de su entorno en sus obras ya lo había hecho Masaccio en la capilla Brancacci o en La Consagración.
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Nos informan las crónicas de que Giotto realizó para la iglesia de la Santa Croce, en Florencia, la decoración mural de cuatro capillas, además de otros tantos retablos. A uno de esos retablos puede pertenecer este panel de la Adoración de los Reyes. Las medidas de la obra son medianas. Existen otras seis tablas con las mismas dimensiones y un estilo de similares características. Por lo tanto, todas ellas, ahora dispersan por distintos museos de todo el mundo, podrían formar parte del mismo retablo, que desarrolla los episodios más importantes de la vida de Cristo, desde esta Adoración hasta la Crucifixión. La obra no presenta un desarrollo espacial claro, aunque las posiciones de los personajes y la estructura oblicua del pesebre dan cierta sensación de profundidad. Las figuras están muy adelgazadas en sus formas y, junto con un colorido unitario donde predomina la luminosidad del rojo y el fondo dorado, dan a la obra una cualidades armónicas y refinadas, que acerca el arte de Giotto a la corriente estilística del Gótico Internacional.
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En el transepto sur de la basílica Inferior de Asís, se presenta este fresco con la Adoración de los Magos. Giotto (o algún colaborador de su taller) ha representado un lugar muy concreto donde tiene lugar el acontecimiento. El motivo argumental de la obra está desplazado hacia la derecha, donde se sitúa la Virgen sosteniendo a Jesús, ante el que se inclina, ya de rodillas, uno de los Reyes. El marco en el que se encuentra el grupo, aunque de concepción perspectiva dentro de la racionalidad en los espacios en que los figura Giotto, es de líneas muy estilizadas, muy decorativas, muy verticales. Estos detalles nos hace suponer que, aunque Giotto diera el modelo, la ejecución de la obra corresponda a un ayudante. La composición se compensa y completa en el lado izquierdo, donde los otros dos reyes aguardan su turno para adorar al Mesías, escoltados por el séquito de pajes y camellos. A este grupo lo cubre una arquitectura que nada tiene que ver con el "trono" de la Adoración, a la derecha. Todos estos elementos parecen suficientes para dudar de la autoría del maestro italiano.
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Como todas las obras de El Bosco presentes en el Prado, este tríptico formó parte originariamente de la colección personal de Felipe II. Sin embargo, resulta sorprendente dentro del estilo minucioso y fantástico de El Bosco, puesto que presenta un retablo de formato y tema perfectamente tradicionales. Se la considera obra tardía, y pese a su normalidad aparente, las intrusiones extrañas tan frecuentes en el maestro también se deslizan en esta apacible escena. Aparecen los donantes que encargaron la pintura, representados en los laterales. En la tabla central, la Adoración de los Reyes Magos empieza a mostrar personajes extraños, movimientos inexplicables. Destaca la presencia bufonesca de los pastores, grotescos, que han trepado al tejado del pesebre para contemplar la escena; tras ellos, dos ejércitos se aprestan a un violento encontronazo, desligado de la serenidad del tema principal. El propio rey negro viste extraños ropajes, adornados con símbolos, y un dragoncillo se enrosca sobre el vaso de su ofrenda. Para coronar la situación, un grupo de personajes siniestros asoma por uno de los ventanucos, tras la Virgen, liderados por un rey oriental semidesnudo, enjoyado, con una sonrisa que más parece una mueca. ¿Su identidad? Tal vez se trate de Herodes, tal vez sea el Anticristo que amenaza la llegada de Cristo, tal vez el hereje Balaak, herido en la pierna, como se observa en su tobillo: una llaga cubierta por un brazalete transparente... Demasiadas incógnitas, como casi siempre que nos enfrentamos a la obra de este pintor.
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Esta Adoración de los Magos, pintada por Tiziano en 1561, fue adquirida por Carlos IV posiblemente para decorar la casita del Príncipe de El Escorial, donde la obra estaría inventariada. Así se nos manifiesta el amor del rey español por la pintura clásica.En esta escena, el maestro se aleja de lo que realiza por aquellas fechas -Oración en el Huerto, por ejemplo- al emplear tonos más vivos y luces más doradas que no provocan contrastes lumínicos. Sí resulta novedoso el trasladar las figuras principales a un lateral, por lo que tiene cierta similitud con la Adoración de los Magos de Rubens que también guarda el Museo del Prado.
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Juan Bautista Maíno, autor de este enorme lienzo, muestra en la imagen cómo los pintores del Barroco madrileño recibieron las influencias del Naturalismo tenebrista de Caravaggio. En el cuadro, el colorido intenso se combina con zonas oscuras que contrastan con áreas fuertemente iluminadas, como puedan ser las pieles desnudas de algunos personajes. La composición aglomera varias figuras de gran tamaño en un espacio reducido y tanto las poses como los gestos ofrecen una imagen dinámica, llena de acción y movimiento. Aparece el rey negro como un tipo africano, perfectamente plasmado con gran realismo, y no como se solían representar, estereotipos de europeos teñidos de negro. Este rey aporta un toque de exotismo con su turbante, joyas y plumas. El cuadro es pareja de otro similar en temática y ejecución, también en el Museo del Prado, titulado Adoración de los Pastores.