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La riqueza y variedad de la escultura en la Corona de Castilla a fines de la Edad Media fue grande, igual que la calidad, pero no siempre conocemos a los escultores. Cerca del grupo que trabaja en Toledo está el escultor del sepulcro de Martín Vázquez de Arce, muerto en la guerra de Granada. Al carácter funerario une una desaparición en guerra divina que le confiere una dignidad que a veces se compara a la de los mártires. La fama no estriba tanto en la calidad técnica, como en el gesto cansino y crepuscular de la lectura que le obliga a enderezarse más allá de la muerte. Se cree que esta obra fue realizada por algún escultor de gran calidad cercano al círculo de Guas.
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El propio duque de Lerma adquirió, entre otros inmuebles de Valladolid, el patronato de san Pablo, costeando la reforma interior y exterior de la iglesia, como atestiguan sus escudos y cartelas, con leyendas en latín y castellano, que figuran en las torres con que enmarcó su fachada. En la capilla mayor, al lado del evangelio, erigió una tribuna para asistir a los cultos y encargó a Pompeyo Leoni y Juan de Arfe los magníficos bultos orantes de su mujer Catalina de la Cerda y suyo, que se conservan hoy en la vecina capilla de San Gregorio.
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Durante la estancia en Italia de Suñol, que se prolongó de 1867 a 1875, recibió el encargo de llevar a cabo el sepulcro del general O'Donnell, duque de Tetuán, para situarlo en el Panteón de Hombres Ilustres. Frente a otras obras del mismo artífice, de mayor intimismo y originalidad, aquí Suñol tiene que adaptarse a los aires oficialistas marcados por lo que se ha venido en denominar reacción nacionalista, con frecuentes alusiones plásticas a estilos castizos hispanos. De esta forma, este sepulcro se configura como un arcosolio plateresco, con multitud de elementos y motivos característicos de este período, con grifos, candelieri y láureas de primoroso valor decorativo, destacando entre todo ello la figura yacente del general, de un naturalismo hiperrealista en su concepción.
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La reina Isabel quiso que los restos de su joven hermano hallaran adecuada sepultura también en Miraflores. En esta ocasión, la idea del sepulcro adosado en el muro, con arco solio que cobija un amplio espacio destinado a la figura del difunto, tenía amplios antecedentes. Aunque resulta menos normal que éste se represente arrodillado en oración mirando al altar, también en esto Gil encontraba modelos. Sin embargo, ninguno de ellos presenta un desarrollo como el del infante. En primer lugar, amplia la altura de los haces de columnillas que enmarcan el arco, así como el conopio de éste, de modo que el conjunto se extiende hacia arriba, como forma e incluyendo alguno de los temas principales. Aunque se conserva bien en líneas generales, ha perdido parte de la decoración cairelada que cerraba parcialmente el nicho donde estaba el orante del príncipe. De haberse conservado por completo, habría creado un ámbito más cerrado en el volumen del nicho, viéndose la estatua como a través de un celaje alabastrino. Con todo está en un estado que permite darse cuenta del punto de exhibición técnica en el tratamiento de los tallos vegetales entremezclados con niños y otros elementos. Temáticamente el sepulcro es claro y relativamente sencillo. El difunto reza mirando hacia el altar. Los elementos salvíficos básicos están estrechamente relacionados con la tradición y con las peticiones de ayuda que se repiten en numerosos testamentos contemporáneos. Así, todo culmina en la Anunciación de la zona superior, tanto normal en sepulcros burgaleses, como clara en cuanto refleja la idea de encarnación presagio de la liberación del pecado original que ata a los hombres. Entre el arco escarzano que limita el nicho y el conopial superior ornamental, queda una superficie que ocupan una cabeza triple y un san Miguel venciendo al dragón diabólico. Es posible que en lo primero se aluda a la Trinidad, a la que se recurre a la hora de la muerte y se encomienda el alma. San Miguel también es recordado entonces y su triunfo sobre el diablo es especialmente apreciado. En numerosos libros de horas algo anteriores, el oficio de difuntos se ilustra con un muerto cuya alma surge ya del cuerpo y por ella luchan un ángel y un diablo. Finalmente, los dos pilares de enmarcamiento se dividen en tres pisos de modo que en la base de cada uno hay dos apóstoles, hasta completar los doce, aunque faltan Matías y Simón; sustituidos por Pablo y Juan Bautista. Como santos protectores figuraban en el frente san Esteban y un santo dominico, hoy trasladados al sepulcro de Juan II. La zona baja central la ocupa un gran escudo real flanqueado por ángeles, mientras en los extremos hay dos hombres armados acompañados por putti y ramas. De nuevo hay que contar con la diversidad de franjas ornamentales tan bien cinceladas como los caireles que bordean el arco solio. Sobre todo las dos amplias fajas que corren de arriba abajo en los extremos despliegan un mundo animado de figuras animales y humanas enredadas en vegetales, con puntos de semejanza con otra situada en lugar similar de la portada de San Gregorio de Valladolid.