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Para dar el golpe definitivo a la guerra con Roma, Aníbal decidió invadir la península Itálica con su potente ejército. Tras vencer en Tesino, Trebia y Trasimeno alcanzó la ciudad de Roma pero no llegó a entrar, prefiriendo dirigirse a Apulia donde pasó el invierno. Estableció su campamento en las cercanías del río Aufidus, a finales del julio del año 216, ante la presión de los ejércitos romanos dirigidos por los cónsules Paulo Emilio y Terencio Varrón. El encuentro entre ambas tropas tuvo lugar en las primeras horas del día 2 de agosto. Varrón estableció su ejército con la infantería en el centro, flanqueada a ambos lados por la caballería. Aníbal dio muestras de su excelente estrategia al disponer a su infantería en un semicírculo central, apoyada por dos alas de infantes galos y africanos, flanqueadas por la caballería, aprovechando el viento a su favor y el sol de espaldas. Ante la presión de la infantería romana los cartagineses formaron una U que envolvió a los legionarios mientras la caballería cartaginesa vencía a la romana y atacaba a los infantes romanos por la espalda. Al mediodía había finalizado la batalla con un saldo de bajas para los romanos cifrado en 70.000 soldados por Polibio, mientras que los prisioneros serían 5.000. Aníbal perdió unos 6.000 hombres y alcanzó la gloria, aunque el final de la guerra se decantó del lado romano cuando Escipión cortó el apoyo cartaginés procedente de Hispania y derrotó a Aníbal en Zama (202 a.C.).
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En 1504 el regidor de la República de Florencia, Soderini, encargaba a Miguel Ángel un cartón con la Batalla de Cascina que sirviera como precedente al fresco que decoraría la sala del Consejo del Palacio "Vecchio" de la capital toscana. En la pared de enfrente se situaría la Batalla de Anghiari que ya se había encargado a Leonardo, convirtiéndose la sala en el lugar donde competirían artísticamente los mejores creadores de la ciudad. Buonarroti inició los trabajos en marzo de 1505, acabándolos hacia el mes de noviembre del año siguiente; el cartón se ejecutó en una estancia del hospital "dei Tintori" en San Onofre, junto a la iglesia de Santa María Novella, desde donde se llevó a su destino. En la segunda mitad del siglo XVI fue dividido en varios fragmentos que se han ido perdiendo, encontrándose en la actualidad copias parciales como ésta que contemplamos, realizada posiblemente por Aristoteles da Sangallo, apuntándose también a Bastiano da Sangallo. Algunos especialistas consideran que Miguel Ángel inició la ejecución del fresco que fue interrumpida de manera inmediata, quedando el encargo sin realizar por parte de ninguno de los dos maestros.La historia que se recoge en la Batalla de Cascina está inspirada en la "Crónica" de Filippo Villani que narra los hechos acaecidos el 29 de julio de 1364 cuando el jefe de las tropas florentinas que iban a atacar Pisa, Galeotto Malatesta, se sitúa a seis millas de la ciudad, en los lugares de Cascina. El calor reinante provoca que los soldados se despojen de sus armas y se bañen en el Arno, momento que sería aprovechado por los pisanos para atacar. Pero Marino Donatti dio la alarma, resolviéndose el enfrentamiento a favor de los florentinos.Buonarroti ha sabido interpretar en esta composición la tensión de una batalla y el movimiento, utilizando figuras desnudas para su ejecución, conservándose algún dibujo preparatorio apreciándose la calidad y firmeza del trazo para obtener una obra maestra del Renacimiento.
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Azincourt fue un duro golpe para la moral francesa. En 1427 los ingleses pusieron sitio a la plaza de Orleans. Cuando parecía próxima la capitulación aparece la figura de Juana de Arco, la Doncella de Orleáns. Ésta reanima la resistencia francesa y consigue que los ingleses levanten el cerco a la ciudad tras dos años de asedio. Convertida en heroína, Juana logró aglutinar la resistencia francesa en torno a su rey, Carlos VII, y que éste se reconciliase con su enemigo, Borgoña. En 1449 se reanudaron las hostilidades entre Francia e Inglaterra. La campaña de Normandía fue muy rápida: en octubre de 1449 capituló Ruán y en agosto de 1450 Cherburgo. Una fuerza de socorro llegada desde Inglaterra fue destrozada en Formigny. La conquista de Gascuña, la última posesión inglesa en suelo francés, será la última campaña de la Guerra de los Cien Años. El desenlace se producirá en la localidad de Castillon, en 1453. Los franceses, unos 10.000, instalaron estratégicamente a sus infantes y cañones en un campamento fortificado al este de Castillon. Por su parte, los ingleses partieron de Burdeos con una fuerza de 7.000 hombres, asentándose en Saint Laurent. Al observar los ingleses que, tras los primeros escarceos, el enemigo se retiraba, ordenaron un ataque impetuoso de su caballería e infantería. La ofensiva fue recibida por una lluvia de proyectiles disparados por los cañones franceses. A pesar de todo, los ingleses mantuvieron su ataque, momento en el que la infantería francesa, superior en número, aniquiló a los maltrechos supervivientes. La batalla de Castillon es considerada como el primer triunfo en la historia de la artillería móvil de campaña. La victoria francesa supuso la rendición de Castillon y de Burdeos, así como el fin de las posesiones y la presencia inglesa en Francia, aunque todavía conservarían Calais otros 134 años.
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Batalla de Cintla No se durmió aquella noche Cortés; antes bien hizo llevar a las naos a todos los heridos, ropa y otros embarazos, y sacar los que guardaban la flota, y trece caballos y seis tiros de fuego. Estos caballos fueron los primeros que entraron en aquella tierra, que ahora llaman Nueva España. Ordenó la gente, puso en concierto la artillería, y caminó hacia Cintla, donde el día antes fue la riña, creyendo que allí hallarían a los indios. Ya también ellos, cuando los nuestros llegaron, comenzaban a entrar en el camino, muy en orden, y venían en cinco escuadrones de ocho mil cada uno; y como donde se encontraron eran barbechos y tierra de labranza, y entre muchas acequias y ríos hondos y malos de pasar, se embarazaron los nuestros y se desordenaron; y Hernán Cortés se fue con los de a caballo a buscar mejor paso sobre la mano izquierda, y a encubrirse con unos árboles, y caer por allí, como de emboscada, en los enemigos por las espaldas o lado. Los de a pie siguieron su camino derecho, pasando a cada paso acequias, y escudándose, pues los contrarios les tiraban; y así, entraron en unas grandes rozas labradas y de mucha agua, donde los indios, como hombres que sabían los pasos, que estaban diestros y sueltos en saltar las acequias, llegaban a flechar, y hasta a tirar varas y piedras con honda. De manera que, aunque los nuestros hacían daño en ellos y mataban a algunos con ballestas y escopetas y con la artillería, cuando podía jugar, no los podían rechazar, porque tenían refugio en árboles y valladares; y si intencionadamente los de Potonchan esperaron en aquel lugar, como es de creer, no eran bárbaros ni mal entendidos en guerra. Salieron, pues, de aquel mal paso, y entraron en otro algo mejor, porque era espacioso y llano, y con menos ríos, y allí se aprovecharon más de las armas de tiro, que daban siempre en blanco, y de las espadas, pues llegaron a pelear cuerpo a cuerpo. Pero como los indios eran en número infinito, cargaron tanto sobre ellos, que los arremolinaron en poco trecho de tierra, y les fue forzado, para defenderse, pelear vueltas las espaldas unos a otros, y aun así, estaban en muy grande aprieto y peligro, porque ni tenían espacio para tirar su artillería, ni gente de caballo que les apartase a los enemigos. Estando, pues, así, caídos y a punto de huir, apareció Francisco Morla en un caballo rucio picado, arremetió a los indios, y les hizo arredrar un tanto. Entonces los españoles, pensando que era Cortés, y teniendo algo más de espacio, arremetieron a los enemigos, y mataron a algunos de ellos. Con esto el de a caballo no apareció más, y con su ausencia volvieron los indios sobre los españoles, y los pusieron en el trance que antes. Volvió luego el de a caballo, se puso junto a los nuestros, corrió a los enemigos, y les hizo dejar espacio. Entonces ellos, con la ayuda del hombre a caballo, van con ímpetu a los indios, y matan y hieren a muchos de ellos; pero en lo mejor del tiempo los dejó el caballero, y no lo pudieron ver. Como los indios no vieron tampoco al de a caballo, de cuyo miedo y espanto huían, pensando que era un centauro, vuelven de nuevo sobre los cristianos con gentil denuedo, y los tratan peor que antes. Volvió entonces el de a caballo por tercera vez, e hizo huir a los indios con daño y miedo, y los peones arremetieron también, hiriendo y matando. A esta sazón llegó Cortés con los otros compañeros de a caballo, harto de rodear y de pasar arroyos y montes, pues no había otra cosa por allí. Le dijeron lo que habían visto hacer a uno de a caballo, y preguntaron si era de su compañía; y como dijo que no, porque ninguno de ellos había podido venir antes, creyeron que era el apóstol Santiago, patrón de España. Entonces dijo Cortés: "Adelante, compañeros, que Dios es con nosotros y el glorioso San Pedro." Y en diciendo esto, arremetió a más correr con los de a caballo por medio de los enemigos, y los lanzó fuera de las acequias, a un sitio donde muy a su talante los pudo alancear, y alanceándolos, desbaratar. Los indios dejaron entonces el campo raso, y se metieron por los bosques y espesuras, no parando hombre con hombre. Acudieron entonces los de a pie, y los siguieron; y al darles alcance, mataron muy bien a más de trescientos indios, aparte otros muchos que hirieron de escopeta y de ballesta. Quedaron heridos en este día más de setenta españoles de flechas y hasta de pedradas. Con el trabajo de la batalla, o con el grande y excesivo calor que allí hace, o por las aguas que bebieron nuestros españoles por aquellos arroyos y balsas, les dio un dolor súbito de costillas, que cayeron en tierra más de cien de ellos, a los cuales fue menester llevar a cuestas o arrimados; pero quiso Dios que se les quitase del todo aquella noche, y a la mañana siguiente estuviesen todos buenos. No pocas gracias dieron nuestros españoles cuando se vieron libres de las flechas y muchedumbre de indios, con quienes habían peleado, a nuestro Señor, que milagrosamente les quiso librar; y todos dijeron que vieron por tres veces al del caballo rucio picado pelear en su favor contra los indios, según arriba queda dicho; y que era Santiago, nuestro patrón. Hernán Cortés quería mejor que fuese San Pedro, su especial abogado; pero cualquiera que de ellos fuese, se tuvo a milagro, como de veras pareció; porque, no solamente lo vieron los españoles, sino también los indios lo notaron por el estrago que en ellos hacía cada vez que arremetía a su escuadrón y porque les parecía que los cegaba y entorpecía. De los prisioneros que se tomaron se supo esto.
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Fue en Flandes donde se inició la guerra. En febrero de 1340 los ingleses realizaron un desembarco, y en junio barrieron a la flota francesa. Pero la gran ofensiva se inició en 1346, cuando las tropas inglesas desembarcaron en Saint-Vaast, avanzaron rápidamente hacia el interior y luego se desviaron al norte, cruzando el Somme. En Crécy, ocuparon excelentes posiciones en espera de la caballería francesa, que venía a su alcance. El 26 de agosto de 1346 se producirá la gran batalla. El rey inglés Eduardo III situó a su ejército entre los pueblos de Crécy y Wadicourt. Él mismo y su segunda línea de jinetes ocuparon el centro, flanqueados por dos cuerpos de arqueros. Por detrás, cerca de un bosque, se situaron carros y caballos con las provisiones de flechas. La formación inglesa principal contaba con dos grupos de a pie y jinetes con un millar de arqueros entre ellos, dispuestos en flecha. En total, eran unos 7.000 soldados. Enfrente, los franceses situaron un ejército de cerca de 12.000 hombres, confusamente formados debido a la impaciencia por entrar en combate. A las 6 de la tarde comenzaron los combates con una sucesión de cargas frontales de la caballería francesa, recibidas con una lluvia de flechas inglesas. Cuando el ataque francés se volcó en su lado izquierdo, los infantes ingleses avanzaron para amenazar a la derecha francesa, lo que provocó la desbandada de buena parte de las tropas galas. El empuje de la retaguardia francesa aumentó el caos, al tiempo que los ataques por la izquierda no hicieron sino aumentar las pérdidas. Hasta quince cargas realizaron los franceses, todas ellas rechazadas. La victoria en Crécy dio a Inglaterra el control de Calais y la convirtió en una nación militar. El triunfo inglés se debió no sólo a la mejor conducción y disciplina de las tropas, sino también a su uso del arco largo, un arma eficaz, que permitía a cada arquero disparar hasta diez flechas por minuto. Tras una tregua de ocho años, la guerra se reanudó en 1354. El príncipe de Gales, Eduardo, llamado el Príncipe Negro, asoló desde Burdeos el sur de Francia hasta el Languedoc y destrozó en 1356 en Maupertuis al ejército francés, cuyo rey cayó prisionero y fue conducido a Londres. La ausencia del monarca abrió un período crítico entre 1358 y 1360, con una insurrección en París y una sangrienta revolución social campesina, la Jacquerie, en el norte del país. Sofocadas ambas revueltas, finalmente en 1360 Francia e Inglaterra firmaron un acuerdo de paz, por el que los ingleses pasaban a controlar la Francia sudoccidental.
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La Guerra de los Cien Años se inició en Flandes. En febrero de 1340 los ingleses realizaron allí un desembarco, y en junio barrieron a la flota francesa. Pero la gran ofensiva se inició en 1346, cuando las tropas inglesas desembarcaron en Saint-Vaast, avanzaron rápidamente hacia el interior y luego se desviaron al norte, cruzando el Somme. En Crécy, ocuparon excelentes posiciones en espera de la caballería francesa, que venía a su alcance. El 26 de agosto de 1346 se producirá la gran batalla. El rey inglés Eduardo III situó a su ejército entre los pueblos de Crécy y Wadicourt. Por la tarde, mientras los soldados ingleses comían, estalló una tormenta, que descargó un fuerte aguacero. Cuando volvió a brillar el sol, Eduardo III pudo ver al ejército francés desplegado: 40.000 hombres avanzando hacia las líneas inglesas en largas y compactas líneas erizadas de armas que centelleaban al sol. Allí estaba la mejor caballería pesada del siglo, flor y nata de la nobleza de Francia y centenares de famosas lanzas, llegadas de media Europa; allí, también, la reputada infantería francesa y 6.000 mercenarios genoveses, los mejores ballesteros de la época, que marchaban al frente. Su avance, marcado por el redoble de los tambores y las fanfarrias de la trompetería, infundía pavor, pero los ingleses, aunque apenas sumaban 17.000 hombres, habían preparado minuciosamente la batalla, disponían de un terreno favorable y de un arma secreta: unos 9.000 arqueros muy especiales. Eduardo III colocó en el centro a su caballería desmontada, 4.000 lanzas, oponiendo al enemigo una muralla de puntas de hierro; a su lado, unos 4.000 peones y en las alas, los arqueros, protegidos por filas de estacas hincadas oblicuamente en la tierra y terminadas en afiladas puntas. Cuando ambas formaciones se hallaban a unos 250 metros, Eduardo III ordenó a sus arqueros que disparasen contra los ballesteros enemigos. Un silbido siniestro rasgó el aire de aquella tarde de agosto y una nube de flechas cayó sobre los ballesteros genoveses, que no esperaban el ataque a distancia tan larga, ni semejante ritmo de disparo: "El cielo se oscureció y parecía que granizaba", dice la Crónica de Froissart. Al parecer, las ballestas, con las cuerdas mojadas por la reciente lluvia, carecían de fuerza para alcanzar a los arqueros, que durante la tormenta habían tenido el arma en sus fundas y bien protegidas sus cuerdas. Los mercenarios genoveses quedaron desbaratados y en fuga en apenas tres o cuatro minutos, estorbando en su desorganización a los caballeros, que fueron el siguiente blanco. Bestias y hombres -algunos clavados a sus monturas por las flechas- cayeron en confuso desorden ante las líneas inglesas. De nada valieron sus intentos de reorganizarse, ni las dieciséis cargas sucesivas de aquellos caballeros que se negaban a reconocer su impotencia. En el campo verde de Crécy quedaron tendidos, cosidos por las saetas, los primeros caballeros de Francia, unos 1.800, junto con 4.000 escuderos procedentes de casas nobiliarias. Aquel día no hubo casa importante de Francia que no se viera vestida de luto, dice un cronista de la época; allí comenzó el declive de la caballería nobiliaria, tan valerosa como indisciplinada e ineficaz ante formaciones profesionales. La victoria en Crécy dio a Inglaterra el control de Calais y la convirtió en una nación militar. El triunfo inglés se debió no sólo a la mejor conducción y disciplina de las tropas, sino también a su uso del arco largo, un arma eficaz, que permitía a cada arquero disparar hasta diez flechas por minuto.