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Las primeras obras de Fortuny están absolutamente relacionadas con el estilo nazareno de sus maestros Lorenzale y Milà i Fontanals como se aprecia en esta composición religiosa inspirada en el mundo renacentista protagonizada por san Pablo, ocupando el centro de la escena al ser el protagonista. Un amplio número de figuras se sitúa a su alrededor, observándose diversas posturas para demostrar el joven artista su dominio de la anatomía humana, de la misma manera que se resalta la perspectiva al ubicar unas ruinas clásicas al fondo. El dibujo es correcto y la concepción general acertada aunque peca de academicismo, especialmente si la comparamos con obras posteriores como La vicaría.
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En esta atractiva escena, Rembrandt ha recurrido a dos iluminaciones diferentes en su afán de conseguir la unidad pictórica gracias a la luz; así observamos una fuente lumínica en la zona de la izquierda considerada como natural mientras que en la derecha encontramos una luz artificial cuyo foco no apreciamos al encontrarse oculto tras los libros. De esta manera se crea una sensación atmosférica perfecta, resaltando la zona del fondo y dejando en penumbra el primer plano, apreciándose los volúmenes. Un anciano barbado vestido con una amplia túnica es el protagonista de la composición. Se identifica con san Pablo gracias a los libros que encontramos sobre la mesa y su espada oriental desenvainada que cuelga de la esquina superior derecha. El apóstol se sienta en una silla y su brazo derecho cuelga sobre el respaldo, en una postura de abatimiento reforzada por la mirada perdida, dirigida hacia el suelo. Se trata de una figura tomada directamente del natural, llegándose a identificar con el padre del maestro aunque no existan datos suficientes que avalen la hipótesis. De esta manera, Rembrandt continúa con el naturalismo aprendido con Lastman, apreciable también en el estudio lumínico y en las tonalidades empleadas, predominando el marrón y el ocre. El ambiente creado por el maestro demuestra su valía, utilizando la luz a su deseo para conseguir obras inolvidables.
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San Pablo es uno de los pilares básicos del cristianismo siendo una de las figuras más repetidas en la historia de la pintura. En esta obra, vemos al santo en el interior de una celda con multitud de escritos a su alrededor y con su atributo, la espada con la que sería decapitado. La figura está sentada y en actitud pensativa. Gracias al juego de luz, Rembrandt ha destacado el interesante rostro del apóstol caracterizado como un hombre anciano, con la frente despejada y larga barba blanca. Ese juego de luz y sombra está inspirado en el naturalismo tenebrista de Caravaggio, al igual que la gama cromática oscura empleada por el artista. Los pliegues de las telas y los papeles están ejecutados con un tremendo detalle que demuestran la altísima calidad de su pintura. Mención especial merece el interés por las expresiones; la actitud pensativa del santo llevándose la mano a la boca y los ojos muy abiertos son una auténtica maravilla digna de contemplación. Los detalles y las expresiones serán las características principales de los retratos que pronto realizará el maestro holandés.
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La presencia del pan en primer término y del cuervo al fondo ha hecho considerar a los especialistas que esta figura sería San Pablo, primer ermitaño. Ribera emplea un tratamiento absolutamente tenebrista, situando la figura del santo ante un fondo neutro para resaltar gracias a un potente foco de luz procedente de la izquierda su anciana figura. San Pablo está representado de manera absolutamente naturalista, destacando todas y cada una de sus arrugas e interpretado como un hombre popular, cargado de espiritualidad como,podemos observar en el gesto de sus manos o su cabeza. Un libro y una calavera acompañan al santo, dispuestos los diferentes elementos en planos paralelos para dotar de mayor profundidad al conjunto. La pincelada ligera y pastosa con la que Ribera ha interpretado cabellos y manos indica que este lienzo se realizó hacia 1637.En el Inventario del Alcázar de Madrid realizado en 1666 aparece con San Pedro como pareja en la alcoba donde murió Felipe III.
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Las ideas contrarreformistas aportarán a la iconografía católica grandes dosis de piedad, misticismo y penitencia como observamos en este excelente cuadro en el que Ribera repite el esquema de un lienzo realizado más de 20 años antes, incorporando las novedades estilísticas características de esta década de 1640. El santo eremita aparece en una postura forzada, con las piernas dispuestas en profundidad y volcándose hacia primer término, acodado sobre un sillar que simboliza la penitencia. Ante él encontramos la calavera que alegoriza la fugacidad de la vida. La figura se encuentra en una cueva que se abre al fondo para permitirnos contemplar un ligero paisaje mientras que en el interior se aprecia un tronco de árbol, sobre el que se recorta la figura del santo.La iluminación tenebrista de épocas anteriores ha dejado paso a una luz dorada que resalta todos y cada uno de los detalles de la composición, inspirándose ahora en los clasicistas boloñeses, la escuela veneciana y Van Dyck. Sin embargo, no abandona el naturalismo tanto a la hora de representar al santo, como si de un anciano captado de un modelo popular se tratara, como de captar las calidades de los diferentes elementos: la calavera, las arrugas de la piel, la barba o el esparto con el que se cubre el santo su desnudez. La factura también supone una novedad al emplear una pasta rica y espesa, aplicada en algunas zonas -la barba o el paisaje del fondo- de manera rápida y vibrante con la que pretende conseguir cierto efecto atmosférico. El resultado sigue siendo igual de impactante en cuanto al sentimiento de la figura pero el colorido y la iluminación hacen más vistosa la composición.
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Huyendo de la persecución del emperador Decio, San Pablo huyó al desierto para dedicarse al ascetismo, siendo el primero de los ermitaños egipcios. El santo sería alimentado a diario por un cuervo que le llevaba el pan eucarístico. Antes de su muerte recibió la visita de San Antonio Abad. En esta composición que contemplamos aparece en primer plano el santo ermitaño en actitud orante, cubierto con hojas de palma entrelazadas y dirigiendo su mirada al cielo. A su lado apreciamos la calavera y sus escritos. La figura está en una cueva y al fondo podemos observar dos de los elementos de la historia: el cuervo volando, trayendo el alimento, y San Antonio que camina hacia la cueva para realizar la visita que pone fin a los días de San Pablo. La iluminación empleada por Ribera recuerda al tenebrismo, al crear un acentuado contraste de luces y sombras, pero en el fondo observamos un paisaje característico de estos años, con las nubes plateadas y el cielo azulado. El naturalismo con el que trata a la figura del santo no es novedoso, captando su gesto y expresión de manera delicada e interesándose por las calidades táctiles de los objetos y la piel. Sí es cierto que el maestro emplea una pincelada más vibrante, rápida y empastada, como se puede apreciar en la barba o el cabello, creando con la luz una sensación atmosférica que recuerda a los venecianos.
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San Pantaleón era natural de Nicomedia y alcanzó el cargo de médico del emperador Diocleciano. Falleció en su ciudad natal el año 303 y es considerado el santo protector de médicos y nodrizas. Ribera presenta a la figura de medio cuerpo, de frente pero dirigiendo su mirada hacia arriba. En su mano derecha porta un frasquito con la medicina, considerado su tradicional atributo. La expresividad del rostro del santo enlaza con obras juveniles -véase San Simón- siguiendo las pautas del naturalismo al emplear a un modelo popular. Sin embargo, sí apreciamos una sustancial diferencia respecto al color y la luz, enlazando con la escuela veneciana y Van Dyck, de la misma manera que la aplicación del óleo en el lienzo se hace más empastada y vibrante.
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Apenas existen datos sobre esta pequeña obra, quizá pintada por devoción personal o familiar o quizá se trate de un boceto preparatorio de un cuadro de altar, de la misma manera que hacían Goya o Francisco Bayeu. San Pascual se sitúa en la zona derecha del lienzo, casi arrodillado, elevando su mirada hacia el Ángel portador de la Custodia, llevando su mano al pecho en señal de devoción. Junto al santo encontramos un cayado y un perro y al fondo la silueta de una supuesta iglesia. El Ángel viste de blanco y se acompaña de querubines y de nubes para resaltar el efecto de aparición. Las figuras están diseñadas con grandes trazos, desapareciendo los detalles e interesándose por las masas de luz y de color, lo que se aleja del estilo neoclásico imperante, haciéndonos suponer que estamos ante un boceto.
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San Pascual Bailón, junto al Angel portador de la Eucaristía, formaba parte del lienzo que decoraba el altar mayor de la iglesia del convento de San Pascual en Aranjuez, encargado a Tiépolo tras finalizar la decoración de los techos del Palacio Real de Madrid. La animadversión que sentía por el pintor el padre Eleta -confesor de Carlos III- motivó la sustitución de este lienzo por otro de Mengs, provocándose su división en dos partes que en la actualidad se conservan en el Museo del Prado. Esta imagen que aquí contemplamos sería la zona baja del lienzo original. En ella vemos al santo - vistiendo hábito franciscano - arrodillado y levantando la cabeza hacia el ángel, que nosotros no vemos porque el cuadro está dividido pero originalmente el espectador contemplaba la visión en su totalidad. Dicha visión se produjo cuando San Pascual trabajaba en el huerto del convento por lo que observamos una valla roja tras él y los aperos de labranza en primer plano. La luz sobrenatural procedente de la escena superior envuelve la figura. Tiépolo se ha interesado especialmente por mostrarnos los detalles, como el cordón, la medalla con el crucifijo o los pliegues del hábito, siguiendo a su pintor preferido, Veronés. El gesto del santo -medio incrédulo, medio convencido de lo que ve- está extraordinariamente conseguido. El magnífico dibujo del maestro queda demostrado en la perfección con la que traza el rostro, las manos o el hábito del santo. Sus contemporáneos calificaron la figura de muy sincera y católica.