Provincias, diócesis y prefecturas
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Datos principales
Rango
Hispania Bajo Imperio
Desarrollo
Como resultado de la nueva organización administrativa , Hispania, a la que se añadió la Mauritania Tingitana, una parte del territorio norteafricano con capital en Tingis (Tánger), pasó a denominarse Diocesis Hispaniarum. La razón que se ha encontrado para explicar esta inclusión es que, en esta época de inestabilidad, la zona costera norteafricana se comunicaba más fácilmente con Hispania que con la Mauritania Cesariense. La diócesis hispana queda inicialmente dividida en seis provincias: Betica y Lusitania, que no sufren modificaciones, Gallaecia, Tarraconense y Cartaginense, además de Mauritania Tingitana. Esta primera división debió de ocurrir, según Albertini, sobre el 297. Posteriormente se crea una séptima provincia, desgajada de la Cartaginense, que es la provincia de Baleares, Insulae Balearum. Como anteriormente vimos, entre el 383-388, el usurpador Magno Máximo creó una nueva provincia en Hispania, la llamada Nova Provincia Maxima, cuya situación y delimitación se desconocen, si bien se tiende a situarla en la Tarraconense (Chastagnol) lo que equivalía a haber reducido el territorio de ésta. No obstante, la Provincia Maxima desapareció tras la victoria de Teodosio sobre Máximo y la situación volvió a ser la anterior. Las capitales de las provincias creadas por Diocleciano eran: Cartagena para la Cartaginense, Bracara o Braga para la Gallaecia, Tarragona para la Tarraconense, Córdoba para la Betica, Mérida para la Lusitania y Tingis o Tánger para la Mauritania Tingitana.
La capital de la provincia Baleares parece que era Palma. Sobre la capitalidad de la diócesis hay diferentes versiones, inclinándose unos autores hacia Hispalis (Sevilla) y otros hacia Emerita (Mérida). El carácter itinerante que tenía el vicarius, que era el funcionario encargado de dirigir la administración en toda la diócesis, impide saber con seguridad cuál era su residencia habitual, encontrándose menciones relativas a diferentes vicarii en diversas ciudades. El vicarius tenía bajo su jurisdicción a los gobernadores provinciales. Estos eran inicialmente praesides, pero hacia mediados del siglo IV tres provincias fueron promocionadas al rango consular: Gallaecia, Lusitania y la Tarraconensis, a cuyo frente estaba un cónsul. La diferencia entre unos y otros era más honorífica que de funcionamiento. En todo caso, se había roto la antigua división entre provincias senatoriales como la Betica y provincias imperiales como la Citerior y Lusitania; ahora eran todas imperiales. Las diócesis se incluían en unidades administrativas aun más amplias, las llamadas prefecturas. En el caso de la diócesis de Hispania era el prefecto del Pretorio de las Galias quien la tenía a su cargo, así como a la diócesis de Britania y las dos de las Galias. Del prefecto de las Galias dependían directamente los vicarios de estas diócesis. Estos términos tienen hoy para nosotros un sentido más eclesiástico que civil. La razón es que la Iglesia tendió a organizarse siguiendo los modelos de la administración civil del Imperio.
En varios concilios (Nicea, entre otros) se afirmó la superioridad del obispo de la capital de la provincia (metropolitano) sobre los otros obispos de ciudades de la misma provincia. Asimismo, el obispo asentado en la capital de la diócesis tenía una preeminencia sobre los demás obispos; así, el patriarca de Antioquía sobre la diócesis de Oriente, el de Alejandría sobre la de Egipto, el de Milán sobre la de Italia Annonaria, etc. En Hispania esta primacía se ve claramente en el caso del obispo de Toledo, en época de los reyes visigodos, cuando Toledo pasa a ser la capital. Antes de esta época no parece que se hubiera establecido la preeminencia absoluta de una sede (fuera Hispalis o Emerita la capital) sobre todas las demás.
La capital de la provincia Baleares parece que era Palma. Sobre la capitalidad de la diócesis hay diferentes versiones, inclinándose unos autores hacia Hispalis (Sevilla) y otros hacia Emerita (Mérida). El carácter itinerante que tenía el vicarius, que era el funcionario encargado de dirigir la administración en toda la diócesis, impide saber con seguridad cuál era su residencia habitual, encontrándose menciones relativas a diferentes vicarii en diversas ciudades. El vicarius tenía bajo su jurisdicción a los gobernadores provinciales. Estos eran inicialmente praesides, pero hacia mediados del siglo IV tres provincias fueron promocionadas al rango consular: Gallaecia, Lusitania y la Tarraconensis, a cuyo frente estaba un cónsul. La diferencia entre unos y otros era más honorífica que de funcionamiento. En todo caso, se había roto la antigua división entre provincias senatoriales como la Betica y provincias imperiales como la Citerior y Lusitania; ahora eran todas imperiales. Las diócesis se incluían en unidades administrativas aun más amplias, las llamadas prefecturas. En el caso de la diócesis de Hispania era el prefecto del Pretorio de las Galias quien la tenía a su cargo, así como a la diócesis de Britania y las dos de las Galias. Del prefecto de las Galias dependían directamente los vicarios de estas diócesis. Estos términos tienen hoy para nosotros un sentido más eclesiástico que civil. La razón es que la Iglesia tendió a organizarse siguiendo los modelos de la administración civil del Imperio.
En varios concilios (Nicea, entre otros) se afirmó la superioridad del obispo de la capital de la provincia (metropolitano) sobre los otros obispos de ciudades de la misma provincia. Asimismo, el obispo asentado en la capital de la diócesis tenía una preeminencia sobre los demás obispos; así, el patriarca de Antioquía sobre la diócesis de Oriente, el de Alejandría sobre la de Egipto, el de Milán sobre la de Italia Annonaria, etc. En Hispania esta primacía se ve claramente en el caso del obispo de Toledo, en época de los reyes visigodos, cuando Toledo pasa a ser la capital. Antes de esta época no parece que se hubiera establecido la preeminencia absoluta de una sede (fuera Hispalis o Emerita la capital) sobre todas las demás.