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PROEMIO AL LECTOR DEL NUEVO MUNDO e Indias Occidentales han escrito muchos autores diversos libros y relaciones, en que dan noticia de las cosas nuevas y extrañas, que en aquellas partes se han descubierto, y de los hechos y sucesos de los españoles que las han conquistado y poblado. Mas hasta agora no he visto autor que trate de declarar las causas y razón de tales novedades y extrañezas de naturaleza, ni que haga discurso e inquisición en esta parte, ni tampoco he topado libro cuyo argumento sea los hechos e historia de los mismos indios antiguos y naturales habitadores del Nuevo Orbe. A la verdad ambas cosas tienen dificultad no pequeña. La primera, por ser cosas de naturaleza que salen de la filosofía antiguamente recibida y platicada, como es ser la región que llaman Tórrida, muy húmeda, y en partes muy templada, llover en ella cuando el sol anda más cerca, y otras cosas semejantes. Y los que han escrito de Indias Occidentales, no han hecho profesión de tanta filosofía, ni aún los más de ellos han hecho advertencia en tales cosas. La segunda, de tratar los hechos e historia propia de los indios, requería mucho trato y muy intrínseco con los mismos indios, del cual carecieron los más que han escrito de Indias, o por no saber su lengua o por no curar de saber sus antigüedades; así se contentaron con relatar algunas de sus cosas superficiales. Deseando pues yo, tener alguna más especial noticia de sus cosas, hice diligencia con hombres pláticos y muy versados en tales materias, y de sus pláticas y relaciones copiosas pude sacar lo que juzgué bastar para dar noticia de las costumbres y hechos de estas gentes, y en lo natural de aquellas tierras y sus propriedades, con la experiencia de muchos años y con la diligencia de inquirir, y discurrir y conferir con personas sabias y experar; también me parece que se me ofrecieron algunas advertencias que podría servir y aprovechar a otros ingenios mejores, para buscar la verdad o pasar más adelante, si les pareciese bien lo que aquí hallasen. Así que aunque el Mundo Nuevo ya no es nuevo sino viejo, según hay mucho dicho y escrito de él, todavía me parece que en alguna manera se podrá tener esta Historia por nueva, por ser juntamente historia y en parte filosofía y por ser no sólo de las obras de naturaleza, sino también de las del libre albedrío, que son los hechos y costumbres de hombres. Por donde me pareció darle nombre de Historia Natural y Moral de Indias, abrazando con este intento ambas cosas. En los dos primeros libros se trata lo que toca al cielo y temperamento y habitación de aquel orbe; los cuales libros yo había primero escrito en Latín, y agora los he traducido usando más de la licencia de autor que de la obligación de intérprete, por acomodarme mejor a aquellos a quien se escribe en vulgar. En los otros dos libros siguientes se trata lo que de elementos y mixtos naturales, que son metales, plantas y animales, parece notable en Indias. De los hombres y de sus hechos (quiero decir de los mismos indios, y de sus ritos y costumbres, y gobierno y guerras y sucesos) refieren los demás libros, lo que se ha podido averiguar y parece digno de relación. Cómo se hayan sabido los sucesos y hechos antiguos de Indios, no teniendo ellos escritura como nosotros, en la misma Historia se dirá, pues no es pequeña parte de sus habilidades haber podido y sabido conservar sus antiguallas, sin usar ni tener letras algunas. El fin de este trabajo es, que por la noticia de las obras naturales que el Autor tan sabio de toda naturaleza ha hecho, se le dé alabanza y gloria al Altísimo Dios, que es maravilloso en todas partes. Y por el conocimiento de las costumbres y cosas propias de los indios, ellos sean ayudados a conseguir y permanecer en la gracia de la alta vocación del Santo Evangelio, al cual se dignó en el fin de los siglos traer gente tan ciega, el que alumbra desde los montes altísimos de su eternidad. Ultra de eso podrá cada uno para sí, sacar también algún fruto, pues por bajo que sea el sujeto, el hombre sabio saca para sí sabiduría y de los más viles y pequeños animalejos se puede tirar muy alta consideración y muy provechosa filosofía. Sólo resta advertir al lector, que los dos primeros libros de esta historia o discurso se escribieron estando en el Pirú, y los otros cinco después en Europa, habiéndome ordenado la obediencia volver por acá. Y así los unos hablan de las cosas de Indias como de cosas presentes, y los otros como de ausentes. Para que esta diversidad de hablar no ofenda, me pareció advertir aquí la causa.
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PROEMIO AL LECTOR Conversando mucho tiempo y en diversos lugares con un caballero, grande amigo mío, que se halló en esta jornada, y oyéndole muchas y muy grandes hazañas que en ella hicieron así españoles como indios, me pareció cosa indigna y de mucha lástima que obras tan heroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo olvido. Por lo cual, viéndome obligado de ambas naciones, porque soy hijo de un español y de una india, importuné muchas veces a aquel caballero escribiésemos esta historia, sirviéndole yo de escribiente. Y, aunque de ambas partes se deseaba el efecto, lo estorbaban los tiempos y las ocasiones que se ofrecieron, ya de guerra, por acudir yo a ella, ya de largas ausencias que entre nosotros hubo, en que se gastaron más de veinte años. Empero, creciéndome con el tiempo el deseo, y por otra parte el temor, que si alguno de los dos faltaba perecía nuestro intento, porque, muerto yo, no había él de tener quién le incitase y sirviese de escribiente, y, faltándome él, no sabía yo de quién podría haber la relación que él podía darme, determiné atajar los estorbos y dilaciones que había con dejar el asiento y comodidad que tenía en un pueblo donde yo vivía y pasarme al suyo, donde atendimos con cuidado y diligencia a escribir todo lo que en esta jornada sucedió, desde el principio de ella hasta su fin, para honra y fama de la nación española, que tan grandes cosas ha hecho en el nuevo mundo, y no menos de los indios que en la historia se mostraren y parecieren dignos del mismo honor. En la cual historia --sin hazañas y trabajos que, en particular y en común, los cristianos pasaron e hicieron, y sin las cosas notables que entre los indios se hallaron-- se hace relación de las muchas y muy grandes provincias que el gobernador y adelantado Hernando de Soto y otros muchos caballeros extremeños, portugueses, andaluces, castellanos, y de todas las demás provincias de España, descubrieron en el gran reino de la Florida. Para que de hoy más (borrado el mal nombre que aquella tierra tiene de estéril y cenagosa, lo cual es a la costa de la mar) se esfuerce España a la ganar y poblar, aunque sin lo principal, que es el aumento de nuestra Santa Fe Católica, no sea más de para hacer colonias donde envíe a habitar a sus hijos, como hacían los antiguos romanos cuando no cabían en su patria, porque es tierra fértil y abundante de todo lo necesario para la vida humana, y se puede fertilizar mucho más de lo que al presente lo es de suyo con las semillas y ganados que de España y otras partes se le pueden llevar, a que está muy dispuesta, como en el discurso de la historia se verá. El mayor cuidado que se tuvo fue escribir las cosas que en ella se cuentan como son y pasaron, porque, siendo mi principal intención que aquella tierra se gane para lo que se ha dicho, procuré desentrañar al que me daba la relación de todo lo que vio, el cual era hombre noble hijodalgo y, como tal, se preciaba tratar verdad en toda cosa. Y el Consejo Real de las Indias, por hombre fidedigno, le llamaba muchas veces (como yo lo vi), para certificarse de él así de las cosas que en esta jornada pasaron como de otras en que él se había hallado. Fue muy buen soldado y muchas veces fue caudillo, y se halló en todos los sucesos de este descubrimiento, y así pudo dar la relación de esta historia tan cumplida como va. Y si alguno dijere lo que se suele decir, queriendo motejar de cobardes o mentirosos a los que dan buena cuenta de los particulares hechos que pasaron en las batallas en que se hallaron, porque dicen que, si pelearon, cómo vieron todo lo que en la batalla pasó, y, si lo vieron, cómo pelearon, porque dos oficios juntos, como mirar y pelear, no se pueden hacer bien, a esto se responde que era común costumbre, entre estos soldados, como lo es en todas las guerras del mundo, volver a referir delante del general y de los demás capitanes los trances más notables que en las batallas habían pasado. Y muchas veces, cuando lo que contaba algún capitán o soldado era muy hazañoso y difícil de creer, lo iban a ver los que lo habían oído, por certificarse del hecho por vista de ojos. Y de esta manera pudo haber noticia de todo lo que me relató, para que yo lo escribiese. Y no le ayudaban poco, para volver a la memoria los sucesos pasados, las muchas preguntas y repreguntas que yo sobre ellos y sobre las particularidades y calidades de aquella tierra le hacía. Sin la autoridad de mi autor, tengo la contestación de otros dos soldados, testigos de vista, que se hallaron en la misma jornada. El uno se dice Alonso de Carmona, natural de la Villa de Priego. El cual, habiendo peregrinado por la Florida los seis años de este descubrimiento, y después otros muchos en el Perú, y habiéndose vuelto a su patria, por el gusto que recibía con la recordación de los trabajos pasados escribió estas dos peregrinaciones suyas, y así las llamó. Y sin saber que yo escribía esta historia, me las envió ambas para que las viese. Con las cuales holgué mucho, porque la relación de la Florida, aunque muy breve y sin orden de tiempo ni de los hechos, y sin nombrar provincias, sino muy pocas, cuenta, saltando de unas partes a otras, los hechos más notables de nuestra historia. El otro soldado se dice Juan Coles, natural de la Villa de Zafra, el cual escribió otra desordenada y breve relación de este mismo descubrimiento, y cuenta las cosas más hazañosas que en él pasaron. Escribiolas a pedimiento de un provincial de la provincia de Santa Fe en las Indias, llamado fray Pedro Aguado, de la religión del seráfico padre San Francisco. El cual, con deseo de servir al rey católico don Felipe Segundo, había juntado muchas y diversas relaciones de personas fidedignas de los descubrimientos que en el nuevo mundo hubiesen visto hacer, particularmente de esto primero de las Indias, como son todas las islas que llaman de Barlovento, Veracruz, Tierra Firme, el Darién, y otras provincias de aquellas regiones. Las cuales relaciones dejó en Córdoba, en poder y guarda de un impresor, y acudió a otras cosas de la obediencia de su religión y desamparó sus relaciones, que aún no estaban en forma de poderse imprimir. Yo las vi, y estaban muy maltratadas, comidas las medias de polilla y ratones. Tenían más de una resma de papel en cuadernos divididos, como los había escrito cada relator, y entre ellas hallé la que digo de Juan Coles; y esto fue poco después que Alonso de Carmona me había enviado la suya. Y, aunque es verdad que yo había acabado de escribir esta historia, viendo estos dos testigos de vista tan conformes con ella, me pareció, volviéndola a escribir de nuevo, nombrarlos en sus lugares y referir en muchos pasos las mismas palabras que ellos dicen sacadas a la letra, por presentar dos testigos contestes con mi autor, para que se vea cómo todas tres relaciones son una misma. Verdad es que en su proceder no llevan sucesión de tiempo, si no es al principio, ni orden en los hechos que cuentan, porque van anteponiendo unos y posponiendo otros, ni nombran provincias, sino muy pocas y salteadas. Solamente van diciendo las cosas mayores que vieron, como se iban acordando de ellas; empero, cotejados los hechos que cuentan con los de nuestra historia, son los mismos; y algunos casos dicen con adición de mayor encarecimiento y admiración, como los verán notados con sus mismas palabras. Estas inadvertencias que tuvieron, debieron de nacer de que no escribieron con intención de imprimir, a lo menos el Carmona, porque no quiso más de que sus parientes y vecinos leyesen las cosas que había visto por el nuevo mundo, y así me envió las relaciones como a uno de sus conocidos nacidos en las Indias, para que yo también las viese. Y Juan Coles tampoco puso su relación en modo historial, y la causa debió de ser que, como la obra no había de salir en su nombre, no se le debió de dar nada por ponerla en orden y dijo lo que se le acordó, más como testigo de vista que no como autor de la obra, entendiendo que el padre provincial que pidió la relación la pondría en forma para poderse imprimir. Y así va la relación escrita en modo procesal, que parece que escribía otro lo que él decía, porque unas veces dice: "Este testigo dice esto y esto"; y otras veces dice: "Este testigo dice que vio tal y tal cosa"; y en otras partes habla como que él mismo la hubiese escrito, diciendo vimos esto e hicimos esto, etc. Y son tan cortas ambas relaciones que la de Juan Coles no tiene más de diez pliegos de papel, de letra procesada muy tendida; y la de Alonso de Carmona tiene ocho pliegos y medio, aunque, por el contrario, de letra muy recogida. Algunas cosas dignas de memoria que ellos cuentan, como decir Juan Coles que yendo él con otros infantes --debió de ser sin orden del general-- halló un templo con un ídolo guarnecido con muchas perlas y aljófar, y que en la boca tenía un jacinto colorado de un jeme en largo y como el dedo pulgar en grueso, y que lo tomó sin que nadie lo viese, etc., esto, y otras cosas semejantes, no las puse en nuestra historia, por no saber en cuáles provincias pasaron, porque en esto de nombrar las tierras que anduvieron, como ya lo he dicho, son ambos muy escasos, y mucho más el Juan Coles. Y, en suma, digo que no escribieron más sucesos de aquellos en que hago mención de ellos, que son los mayores, y huelgo de referirlos en sus lugares por poder decir que escribo de relación de tres autores contestes. Sin los cuales tengo en mi favor una gran merced que un cronista de la Majestad Católica me hizo por escrito, diciendo, entre otras cosas, lo que sigue: "Yo he conferido esta historia con una relación que tengo, que es la que las reliquias de este excelente castellano que entró en la Florida, hicieron en México a don Antonio de Mendoza, y hallo que es verdadera, y se conforma con la dicha relación, etcétera". Y esto baste para que se crea que no escribimos ficciones, que no me fuera lícito hacerlo habiéndose de presentar esta relación a toda la república de España, la cual tendría razón de indignarse contra mí, si se la hubiese hecho siniestra y falsa. Ni la Majestad Eterna, que es lo que más debemos temer, dejará de ofenderse gravemente, si, pretendiendo yo incitar y persuadir con la relación de esta historia a que los españoles ganen aquella tierra para aumento de nuestra Santa Fe Cató1ica, engañase con fábulas y ficciones a los que en tal empresa quisieron emplear sus haciendas y vidas. Que cierto, confesando toda verdad, digo que, para trabajar y haberla escrito, no me movió otro fin sino el deseo de que por aquella tierra tan larga y ancha se extienda la religión cristiana; que ni pretendo ni espero por este largo afán mercedes temporales; que muchos días ha desconfié de las pretensiones y despedí las esperanzas por la contradicción de mi fortuna. Aunque, mirándolo desapasionadamente, debo agradecerle muy mucho el haberme tratado mal, porque, si de sus bienes y favores hubiera partido largamente conmigo, quizá yo hubiera echado por otros caminos y senderos que me hubieran llevado a peores despeñaderos o me hubieran anegado en ese gran mar de sus olas y tempestades, como casi siempre suele anegar a los que más ha favorecido y levantado en grandezas de este mundo; y con sus disfavores y persecuciones me ha forzado a que, habiéndolas yo experimentado, le huyese y me escondiese en el puerto y abrigo de los desengañados, que son los rincones de la soledad y pobreza, donde, consolado y satisfecho con la escasez de mi poca hacienda, paso una vida, gracias al Rey de los Reyes y Señor de los Señores, quieta y pacífica más envidiada de ricos, que envidiosa de ellos. En la cual, por no estar ocioso, que cansa más que el trabajar, he dado en otras pretensiones y esperanzas de mayor contento y recreación del ánimo que las de la hacienda, como fue traducir los tres Diálogos de Amor de León Hebreo, y, habiéndolos sacado a la luz, di en escribir esta historia, y con el mismo deleite quedo fabricando, forjando y limando la del Perú, del origen de los reyes incas, sus antiguallas, idolatría y conquistas, sus leyes y el orden de su gobierno, en paz y en guerra. En todo lo cual, mediante el favor divino, voy ya casi al fin. Y aunque son trabajos, y no pequeños, por pretender y atinar yo a otro fin mejor, los tengo en más que las mercedes que mi fortuna pudiera haberme hecho cuando me hubiera sido muy próspera y favorable, porque espero en Dios que estos trabajos me serán de más honra y de mejor nombre que el vínculo que de los bienes de esta señora pudiera dejar. Por todo lo cual, antes le soy deudor que acreedor, y como tal, le doy muchas gracias, porque a su pesar, forzada de la divina clemencia, me deja ofrecer y presentar esta historia a todo el mundo, la cual va escrita en seis libros, conforme a los seis años que en la jornada gastaron. El libro segundo y el quinto se dividieron en cada dos partes. El segundo, porque no fuese tan largo que cansase la vista, que, como en aquel año acaecieron más cosas que contar que en cada uno de los otros, me pareció dividirlo en dos partes, porque cada parte se proporcionase con los otros libros, y los sucesos de un año hiciesen un libro entero. El libro quinto se dividió porque los hechos del gobernador y adelantado Hernando de Soto estuviesen de por sí aparte y no se juntasen con los de Luis de Moscoso de Alvarado, que fue el que le sucedió en el gobierno. Y así, en la primera parte de aquel libro, prosigue la historia hasta la muerte y entierros que a Hernando de Soto se le hicieron, que fueron dos. Y en la segunda parte se trata de lo que el sucesor hizo y ordenó hasta el fin de la jornada, que fue el año sexto de esta historia. La cual suplico se reciba en el mismo ánimo que yo la presento, y las faltas que lleva se me perdonen porque soy indio, que a los tales, por ser bárbaros y no enseñados en ciencias ni artes, no se permite que, en lo que dijeren o hicieren, los lleven por el rigor de los preceptos del arte o ciencia, por no los haber aprendido, sino que los admitan como vinieren. Y llevando más adelante esta piadosa consideración, sería noble artificio y generosa industria favorecer en mí (aunque yo no lo merezca) a todos los indios, mestizos y criollos del Perú, para que, viendo ellos el favor y merced que los discretos y sabios hacían a su principiante, se animasen a pasar adelante en cosas semejantes, sacadas de sus no cultivados ingenios. La cual merced y favor espero que a ellos y a mí nos la harán con mucha liberalidad y aplauso los ilustres de entendimiento y generosos de ánimo, porque mi deseo y voluntad en el servicio de ellos (como mis pobres trabajos pasados y presentes, y los por salir a la luz, lo muestran), la tiene bien merecida. Nuestro Señor, etc.
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PROEMIO DEL AUTOR, QUE SE DECLARA EL INTENTO DE ESTA OBRA Viéndome en estas nuevas regiones de indias, habiendo gastado mis ciertos años, y hallándome con don Pedro de Valdivia en los reinos del Perú, cuando emprendió el descubrimiento y conquista de las provincias de Chile en nombre de Su Majestad, determiné de escribir y poner por memoria, y hacer una relación y crónica de los hechos heroicos de don Pedro de Valdivia y de los españoles que con él se hallaron en la jornada. Comenzaré del principio que tuvo hasta venir a ser gobernador por Su Majestad, y de cómo antes pasó a Italia, y en lo que se halló en servicio de Su Majestad y de cómo pasó a Indias en tiempo del marqués don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro. Y escomenzaré desde el Perú y en lo que se halló en servicio de Su Majestad, donde contaré toda la conquista y las ciudades que se poblaron y provincias que se descubrieron, y temples de tierra y de árboles y de hierbas y de ríos tan caudalosos, y de todos los puertos de mar que se descubrieren y en los grados que cada uno está, y las batallas que con estos infieles hubieren, y de las diferencias de lenguas y diferentes trajes y de sus costumbres y ritos y ceremonias tan diferentes, puesto que no se haya hallado de quién fue su origen, y sus ceremonias sean gentiles y judaicas, y que sean tan crueles y que en ellos no haya amor ni caridad, mas careciendo de la verdadera, que es nuestra Santa Fe católica, carecen de todas las demás virtudes, y como el demonio, nuestro adversario, tenga gran sujeción y de ellos sea tan reverenciado y tenido. Y puesto que todos descendemos de nuestros primeros padres Adán y Eva, que por ser tan desobedientes a nuestro Creador y por aquella desobediencia fuesen echados del paraíso terrenal donde fueron criados, y que de allí heredásemos el pecar y de allí tuviese el demonio sujeción sobre el género humano. Viendo nuestro Padre Eterno el daño que se recrecía, acordó enviar a su hijo por gracia de Espíritu Santo que encarnase en el vientre de la Virgen María, y que en sus entrañas virginales recibiese nuestra humanidad, y que de ella naciese Dios y hombre verdadero, y que anduviese por el mundo treinta y tres años mostrando su grandeza por el mundo, y al cabo de estos treinta y tres años recibiese muerte y pasión en el árbol santo de la Vera Cruz por todo el género humano, y de allí fuésemos más libres del demonio, y dejase sus santos apóstoles para que publicasen y manifestasen su sagrada pasión a todas las criaturas, y puesto que éstos quisiesen disculparse que no les fue manifestado, no tendrían buena disculpa, porque entre ellos de sus pasados ha venido de mano en mano. Dicen que antiguamente anduvo un hombre que se puede creer que fue apóstol por estas tierras, como en otras provincias se ha visto muy cierto, y que ellos por ser tan malos no quisieron entender aquello que les decía. Y siendo Dios servido, en vida del Emperador don Carlos Quinto de España, se descubriesen estas regiones y provincias, y que en ellas se sembrase nuestra Santa Fe católica y religión cristiana, y que de ellos fuese lanzado el demonio, y quebrasen los ídolos y derribasen sus templos, cayendo en los engaños y lazos que el demonio los insistía, y se poblase de templos donde se celebrase el culto divino, y de religiosos donde han hecho y cada día hacen muy grande fruto. Será nuestro Señor servido así se haga en las demás provincias por descubrir y por conquistar están, puesto que los daños y muertes de cristianos que ha habido por mano de estos infieles, ha sido por dar lugar y más se guardar y peor ordenar los españoles. En lo cual contaré el suceso del gobernador don Pedro de Valdivia, y después de su muerte lo que en la tierra sucedió hasta la entrada de don García Hurtado de Mendoza por gobernador y Capitán General de estos reinos de Chile, y el suceso que le aconteció, con lo cual acabaré con esta relación y crónica copiosa y verdadera. Y en ella no pondré ni me alargaré más de como ello pasó y como yo lo vi y como ello aconteció, puesto que parte de ella me trasladaron sin yo verlo ni sabello, a los cuales lectores, si esta obra no fuere sabrosa de leer, me perdonen y no miren más de mi intención y fin que lo hice.
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En que se declara el intento desta obra y la división della Habiendo yo salido de España, donde fuí nacido y criado, de tan tierna edad que casi no había enteros trece años, y gastando en las Indias del mar Océano tiempo de más de diez y siete, muchos dellos en conquistas y descubrimientos y otros en nuevas poblaciones y en andar por unas y por otras partes, y como notase tan grandes y peregrinas cosas como en este Nuevo Mundo de Indias hay, vínome gran deseo de escrebir algunas dellas, de lo que yo por mis propios ojos había visto y también de lo que había oído a personas de gran crédito. Mas como mirase mi poco saber, desechaba de mí este deseo, teniéndolo por vano; porque a los grandes juicios y dotos fue concedido el componer historias dándoles lustre con sus claras y sabias letras, y a los no tan sabios, aun pensar en ello es desvarío; y como tal, pasé algún tiempo sin dar cuidado a mi flaco ingenio, hasta que el todopoderoso Dios, que lo puede todo, favoreciéndome con su divina gracia, tornó a despertar en mí lo que ya yo tenía olvidado. Y cobrando ánimo, con mayor confianza determiné de gastar algún tiempo de mi vida en escrebir historia. Y para ello me movieron las causas siguientes: La primera, ver que en todas las partes por donde yo andaba ninguno se ocupaba en escrebir nada de lo que pasaba. Y que el tiempo consume la memoria de las cosas de tal manera, que si no es por rastros y vías exquisitas, en lo venidero no se sabe con verdadera noticia lo que pasó. La segunda, considerando que, pues nosotros y estos indios todos, todos, traemos origen de nuestros antiguos padres Adán y Eva, y que por todos los hombres el Hijo de Dios descendió de los cielos a la tierra, y vestido de nuestra humanidad recibió cruel muerte de cruz para nos redemir y hacer libres del poder del demonio, el cual demonio tenía estas gentes, por la permisión de Dios, opresas y captivas tantos tiempos había, era justo que por el mundo se supiese en qué manera tanta multitud de gentes como destos indios había fue reducida al gremio de la santa madre Iglesia con trabajo de españoles; que fue tanto, que otra nación alguna de todo el universo no los pudiera sufrir. Y así, los eligió Dios para una cosa tan grande más que a otra nación alguna. Y también porque en los tiempos que han de venir se conozca lo mucho que ampliaron la corona real de Castilla. Y cómo siendo su rey y señor nuestro invictísimo emperador se poblaron los ricos y abundantes reinos de la Nueva España y Perú y se descubrieron otros ínsulas y provincias grandísimas. Y así, al juicio de varones dotos y benévolos suplico sea mirada esta mi labor con equidad, pues saben que la malicia y murmuración de los ignorantes y insipientes es tanta, que nunca les falta que redargüir ni que notar. De donde muchos, temiendo la rabiosa envidia destos escorpiones, tuvieron por mejor ser notados de cobardes que de animosos en dar lugar que sus obras saliesen a luz. Pero yo ni por temor de lo uno ni de lo otro dejaré de salir adelante con mi intención, teniendo en más el favor de los pocos y sabios que el daño que de los muchos y vanos me puede venir. También escrebí esta obra para que los que, viendo en ella los grandes servicios que muchos nobles caballeros y mancebos hicieron a la corona real de Castilla, se animen y procuren de imitarlos. Y para que, notando, por el consiguiente, cómo otros no pocos se extremaron en cometer traiciones, tiranías, robos y otros yerros, tomando ejemplo en ellos y en los famosos castigos que se hicieron, sirvan bien y lealmente a sus reyes y señores naturales. Por las razones y causas que dicho tengo, con toda voluntad de proseguir, puse mano en la presente obra; la cual, para que mejor se entienda, la he dividido en cuatro partes, ordenadas en la manera siguiente: Es primera parte trata la demarcación y división de las provincias del Perú, así por la parte de la mar como por la tierra, y lo que tienen de longitud y latitud; la descripción de todas ellas; las fundaciones de las nuevas ciudades que se han fundado de españoles; quién fueron los fundadores; en qué tiempo se poblaron; los ritos y costumbres que tenían antiguamente los indios naturales, y otras cosas extrañas y muy diferentes de las nuestras, que son dignas de notar. En la segunda parte trataré el señorío de los ingas yupangues, reyes antiguos que fueron del Perú, y de sus grandes hechos y gobernación; qué número dellos hubo, y los nombres que tuvieron; los tempos tan soberbios y suntuosos que edificaron; caminos de extraña grandeza que hicieron, y otras cosas grandes que en este reino se hallan. También en este libro se da relación de lo que cuentan estos indios del diluvio y de cómo los ingas engrandescen su origen. En la tercera parte trataré el descubrimiento y conquistas deste reino del Perú y de la grande constancia que tuvo en él el marqués don Francisco Pizarro, y los muchos trabajos que los cristianos pasaron cuando trece dellos, con el mismo marqués (permitiéndolo Dios), lo descubrieron. Y después que el dicho don Francisco de Pizarro fue por su majestad nombrado por gobernador, entró en el Perú, y con ciento sesenta españoles lo ganó, prendiendo a Atabaliba. Y asimesmo en esta tercera parte se trata la llegada del adelantado don Pedro de Albarado y los conciertos que pasaron entre él y el gobernador don Francisco Pizarro. También se declaran las cosas notables que pasaron en diversas partes deste reino, y el alzamiento y rebelión de los indios en general, y las causas que a ello les movió. Trátase la guerra tan cruel y porfiada que los mismos indios hicieron a los españoles que estaban en la gran ciudad del Cuzco, y las muertes de algunos capitanes españoles y indios; donde hace fin esta tercera parte en la vuelta que hizo de Chile el adelantado don Diego de Almagro, y con su entrada en la ciudad del Cuzco por fuerza de armas, estando en ella por justicia mayor el capitán Hernando Pizarro, caballero de la orden de Santiago. La cuarta parte es mayor escriptura que las tres dichas y de más profundas materias. Es dividida en cinco libros, y a éstos intitulo Las guerras civiles del Perú; donde se verán cosas extrañas que en ninguna parte del mundo han pasado entre gente tan poca y de una misma nación. El primero libro destas Guerras civiles es de la guerra de las Salinas: trata la prisión del capitán Hernando Pizarro por el adelantado don Diego de Almagro, y cómo se hizo recebir por gobernador en la ciudad del Cuzco, y las causas por que la guerra se comenzó entre los gobernadores Pizarro y Almagro; los tratos y conciertos que entre ellos se hicieron hasta dejar en manos de un juez árbitro el debate; los juramentos que se tomaron y vistas que se hicieron de los mismos gobernadores, y las provisiones reales y cartas de su majestad que el uno y el otro tenían; la sentencia que se dio, y cómo el Adelantado soltó de la prisión en que tenía a Hernando Pizarro; y la vuelta al Cuzco del Adelantado, donde con gran crueldad y mayor enemistad se dio la batalla en las Salinas, que es media legua del Cuzco. Y cuéntase la abajada del capitán Lorenzo de Aldana, por general del gobernador don Francisco Pizarro, a las provincias de Quito y Popayán; y los descubrimientos que se hicieron por los capitanes Gonzalo Pizarro, Pedro de Candía, Alonso de Albarado, Peranzúrez y otros. Hago fin con la ida de Hernando Pizarro a España. El segundo libro se llama La guerra de Chupas. Será de algunos descubrimientos y conquistas y de la conjuración que se hizo en la ciudad de los Reyes por los de Chile, que se entienden los que habían seguido al adelantado don Diego de Almagro antes que le matasen, para matar al marqués don Francisco Pizarro de la muerte que le dieron; y cómo don Diego de Almagro, hijo del Adelantado, se hizo recebir por toda la mayor parte del reino por gobernador, y cómo se alzó contra él el capitán Alonso de Albarado en las Chachapoyas, donde era capitán y justicia mayor de su majestad por el marqués Pizarro y Perálvarez Holgín y Gómez de Tordoya, con otros, en el Cuzco. Y de la venida del licenciado Cristóbal Vaca de Castro por gobernador; de las discordias que hubo entre los de Chile, hasta que, después de haberse los capitanes muertos unos a otros, se dio la cruel batalla de Chupas, cerca de Guamanga, de donde el gobernador Vaca de Castro fue al Cuzco y cortó la cabeza al mozo don Diego, en lo cual concluyo en este segundo libro. El tercero libro, que llamo La guerra civil de Quito, sigue a los dos pasados, y su escriptura será bien delicada y de varios acaescimientos y cosas grandes. Dase en él noticia cómo en España se ordenaron las nuevas leyes, y los movimientos que hubo en el Perú, juntas y congregaciones, hasta que Gonzalo Pizarro fue recebido en la ciudad del Cuzco por procurador y capitán general; y lo que sucedió en la ciudad de los Reyes entre tanto que estos ñublados pasaban, hasta sel el Visorey preso por los oidores, y de su salida por la mar; y la entrada que hizo en la ciudad de los Reyes Gonzalo Pizarro, adonde fue recebido por gobernador, y los alcances que dio al Visorey, y lo que más entre ellos pasó hasta que en la campaña de Añaquito el Visorey fue vencido y muerto. También doy noticia en este libro de las mudanzas que hubo en el Cuzco y Charcas y en otras partes; y los recuentras que tuvieron el capitán Diego Centeno, por la parte del Rey, y Alonso de Toro y Francisco de Carvajal, en nombre de Pizarro, hasta que el constante varón Diego Centeno, constreñido de necesidad, se metió en lugares ocultos, y Lope de Mendoza, su maestre de campo, fue muerto en la de Pecona. Y lo que pasó entre los capitanes Pedro de Hinojosa, Juan de Illanes, Melchior Verdugo y los más que estaban en la Tierra Firme. Y la muerte que el adelantado Belalcázar dio al mariscal don Jorge Robledo en el pueblo de Pozo; y cómo el Emperador nuestro señor, usando de su grande clemencia y benignidad, envió perdón, con apercebimiento que todos se reduciesen a su servicio real; y del proveimiento del licenciado Pedro de la Gasca por presidente, y de su llegada a la Tierra Firme, y los avisos y formas que tuvo para atraer a los capitanes que allá estaban al servicio del Rey; y la vuelta de Gonzalo Pizarro a la ciudad de los Reyes, y las crueldades que por él y sus capitanes eran hechas; y la junta general que se hizo para determinar quién irían por procuradores generales a España; y la entregada del armada al presidente. Y con esto haré fin, concluyendo con lo tocante a este libro. En el cuarto libro, que intitulo de La guerra de Guarina, trato de la salida del capitán Diego Centeno, y cómo con los pocos que pudo juntar entró en la ciudad del Cuzco y la puso en servicio de su majestad; y cómo asimismo, determinado por el presidente y capitanes, salió de Panamá Lorenzo de Aldana, y llegó al puerto de los Reyes con otros capitanes, y lo que hicieron; y cómo muchos, desemparando a Gonzalo Pizarro, se pasaban al servicio del Rey. También trato las cosas que pasaron entre los capitanes Diego Centeno y Alonso de Mendoza hasta que juntos todos dieron la batalla en el campo de Guarina a Gonzalo Pizarro, en la cual Diego Centeno fue vencido y muchos de sus capitanes y gente muertos y presos; y de lo que Gonzalo Pizarro proveyó y hizo hasta que entró en la ciudad del Cuzco. El quinto libro, que es de la guerra de Jaquijaguana, trata de la llegada del presidente Pedro de la Gasca al valle de Jauja, y los proveimientos y aparejos de guerra que hizo sabiendo que Diego Centeno era desbaratado; y de su salida deste valle y allegada al de Jaquijaguana, donde Gonzalo Pizarro con sus capitanes y gentes le dieron batalla, en la cual el presidente, con la parte del Rey, quedaron por vencedores, y Gonzalo Pizarro y sus secuaces y valedores fueron vencidos y muertos por justicia en este mismo valle. Y cómo allegó al Cuzco el presidente y por pregón público dio por traidores a los tiranos, y salió al pueblo que llaman de Guaynarima, donde repartió la mayor parte de las provincias deste reino entre las personas que la paresció. Y de allí fue a la ciudad de los Reyes, donde fundó la Audiencia real que en ella está. Concluído con estos libros, en que se incluye la cuarta parte, hago dos comentarios: el uno, de las cosas que pasaron en el reino del Perú después de fundado el Audiencia hasta que el presidente salió dél. El segundo, de su llegada a la Tierra Firme y la muerte que los Contreras dieron al obispo de Nicaragua, y cómo con pensamiento tiránico entraron en Panamá y robaron gran cantidad de oro y plata, y la batalla que les dieron los vecinos de Panamá junto a la ciudad, donde los más fueron presos y muertos, y de otros hecho justicia; Y cómo se sobró el tesoro. Concluyo con los motines que tuvo en el Cuzco y con la ida del mariscal Alonso de Albarado, por mandato de los señores oidores, a lo castigar; y con la entrada en este reino, para ser Visorey, el ilustre Y muy prudente varón don Antonio Mendoza. Y si no va escripta esta historia con la suavidad que da a las letras la sciencia ni con el ornato que requería, va a lo menos llena de verdades, y a cada uno se da lo que es suyo con brevedad, y con moderación se reprenden las cosas mal hechas. Bien creo que hubiera otros varones que salieran con el fin deste negocio más al gusto de los lectores, porque siendo más sabios, no lo dudo; mas mirando mi intención, tomarán lo que pude dar, pues de cualquier manera es justo se me agradezca. El antiguo Diodoro Sículo, en su proemio, dice que los hombres deben sin comparación mucho a los escriptores, pues mediante su trabajo viven los acaescimientos hechos por ellos grandes edades. Y así, llamó a la escriptura Cicerón testigo de los tiempos, maestra de la vida, luz de la verdad. Lo que pido es que, en pago de mi trabajo, aunque vaya esta escriptura desnuda de retórica, sea mirada con moderación, pues, a lo que siento, va tan acompañada de verdad. La cual subjeto al parecer de los dotos y virtuosos, y a los demás pido se contenten con solamente la leer, sin querer juzgar lo que no entienden.
contexto
Siendo yo hijo del Almirante D. Cristóbal Colón, varón digno de eterna memoria, que descubrió las Indias Occidentales, y habiendo navegado con él algún tiempo, parecía que, entre las demás cosas que he escrito, debía ser una y la principal su vida y el maravilloso descubrimiento que del Nuevo Mundo y de las Indias hizo; pues los ásperos y continuos trabajos y la enfermedad que sufrió, no le dieron tiempo para convertir sus memorias en Historia. Yo me apartaba de esta empresa sabiendo que otros muchos la habían intentado; pero leyendo sus obras, hallé lo que suele acontecer en la mayor parte de los historiadores, los cuales engrandecen o disminuyen algunas cosas, o callan lo que justamente debían escribir con mucha particularidad. Mas yo determiné tomar a mi cargo el empeño y fatiga de esta obra, creyendo será mejor para mí tolerar lo que quisiere decirse contra mi estilo y atrevimiento, que dejar sepultada la verdad de lo que pertenece a varón tan ilustre, pues puedo consolarme con que si en esta obra mía se hallare algún defecto, no será el que padecen la mayor parte de los historiadores, que es la poca e incierta verdad de lo que escriben. Por lo cual, solamente de los escritos y cartas que quedaron del mismo Almirante, y de lo que yo vi, estando presente, recogeré lo que pertenece a su vida e historia; y si sospechase alguno que añado algo de mi paño, esté cierto que de esto no podía seguírseme ninguna utilidad en la otra vida, y que si diese algún fruto mi trabajo, gozarán de él solamente los lectores.
obra
Como reacción al dibujo que le enseñaban en la escuela de la Royal Academy, Millais empleará un estilo angular, con agitados movimientos, inspirado en los maestros del Renacimiento Italiano anteriores a Rafael: Masaccio, Piero, Mantegna, Botticelli, Ucello,... El tema está tomado de las "Vidas de las reinas de Inglaterra", obra de Agnes Strickland donde narra la profanación de los restos de santa Matilda. En la ciudad de Caen estaban enterrados los restos del rey Guillermo el Conquistador y su esposa la reina Matilda. Tras la toma de la ciudad por los calvinistas en 1562, la iglesia de la Santísima Trinidad fue saqueada y los restos de la reina profanados. Uno de los saqueadores quitó un anillo de la mano de la reina y se lo entregó a la abadesa, momento que recoge Millais con su preciso toque dibujístico. Numerosas figuras componen la escena, distribuidas las monjas en estructuradas filas mientras que los saqueadores se sitúan de manera tumultuosa, en variadas posturas. Millais se interesa especialmente en los rostros de los personajes, resultando una escena cargada de tensión y dramatismo.
obra
La introducción de sendos profetas en la Leyenda de la Vera Cruz tiene una difícil justificación; algunos especialistas aluden al carácter profético de la historia como referencia directa a Cristo, de la misma manera que se sintoniza la Anunciación y el Sueño de Constantino. Se considera que esta figura situada a la izquierda de la capilla sería de la mano de Giovanni di Piamonte, uno de los colaboradores conocidos de Piero en la ejecución de los frescos, identificado como Isaías. El acertado lenguaje del maestro es perfectamente interpretado por el discípulo, que sigue fielmente los cartones que Piero puso a su disposición.
obra
Mientras que el profeta que le acompaña se considera obra de Giovanni di Piamonte, esta bella figura es interpretada como de mano de Piero. El profeta se recorta sobre un fondo neutro de tonalidad oscura, obteniendo una sensacional volumetría gracias a la iluminación que procede de la izquierda, resbalando por el reverso del manto rojizo con el que se cubre. La anatomía del personaje está sabiamente interpretada, continuando Piero el estilo iniciado por Masaccio en la Capilla Brancacci
termino