La abundancia de mano de obra barata y de fácil conformar no alentaba, o más exactamente no hacía rentables, las innovaciones técnicas, lo que no impidió la realización de productos de excelente terminación durante el periodo mogol. Así se fabricaba un acero de alta calidad, que se exportaba a alto precio. Esta buena factura del metal permitía una industria militar, que abastecía las propias necesidades de armas de fuego. Los astilleros navales eran otro sector en auge, puesto que ya no sólo se construían navíos para las propias necesidades, sino para las de las compañías comerciales europeas. Pero era la industria textil la que absorbía mayor cantidad de mano de obra, y las telas de algodón la rama principal de su producción artesanal. Las indianas, con sus vistosos estampados, desconocidos por los occidentales hasta entonces, hicieron furor entre las europeas en cuanto los portugueses se las mostraron, como ya lo habían hecho en los mercados de Extremo Oriente. Bengala, Gujarat y Cachemira serán las grandes zonas productivas. La manufactura se desarrollaba en cualquier parte, en el campo, en las aldeas y, sobre todo, en el entorno de los puertos comerciales. En la India, a diferencia de Europa, el trabajo se realizaba en horizontal, por medio de redes productoras dedicadas a cada fase de la fabricación. Por ello, a los europeos les resultaba más fácil dirigirse a un solo proveedor, y utilizar los servicios de los comerciantes locales como intermediarios entre tan variadas ramas de la producción. El sistema de trabajo doméstico era el predominante, y, al contrario que en Europa, se remuneraba al trabajador antes y no después de realizado el encargo. Sin embargo, también existían concentraciones manufactureras, que generalmente trabajaban para un solo gran cliente, un noble o el mismo emperador, aunque les estaba permitida la exportación.
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El paso de la Grecia clásica al mundo helenístico no se caracteriza por haberse producido una transformación revolucionaria de la capacidad productiva en el terreno de las manufacturas. Sólo cabe aludir a la especificidad de los modos de producción, integrados en el sistema dominante, el mismo de la explotación agraria, ya que el desarrollo de las cortes provocó un aumento de la demanda de objetos de lujo, que favoreció el auge de algunos talleres, generalmente vinculados asimismo a las cortes reales. Así, en la producción cerámica se generalizó la elaboración de vasos con relieves, a imitación de los metálicos, lo que servia para difundir entre las clases propietarias dentro de las ciudades los gustos refinados de la corte. Las terracotas y los vidrios se encuentran en el mismo terreno productivo. Más incidencia en el mundo económico tuvo la producción metalúrgica, creadora, junto con la fabricación de objetos de lujo, de instrumentos agrarios y de vehículos para el transporte. Ello se encuentra relacionado con la producción minera, que experimentó un importante progreso, no tanto por el refinamiento de las técnicas extractivas, como por el acceso a nuevas fuentes de riqueza minera en territorios lejanos, de Nubia y del Ponto, favorecido por el desarrollo de los nuevos sistemas políticos capaces de asegurar el control territorial. La actividad industrial más sobresaliente del mundo helenístico fue sin duda la relacionada con el urbanismo y la construcción. Los reyes y los ricos de las ciudades dedicaron un importante esfuerzo de inversión de sus rentas al fortalecimiento y al embellecimiento de las ciudades, a la construcción de puertos y faros que garantizaran la seguridad de los intercambios y de los viajes, de negocios y de placer, cada vez más frecuentes, así como a la edificación de lugares públicos y, sobre todo, de templos. Al aspecto utilitario se añade el aspecto ideológico, al promover la existencia de lugares de reunión, teatros, estadios, simbólicos de la unidad ciudadana apoyada habitualmente en la producción procedente de una chora cada vez más desligada de la polis. La nueva ciudad no simboliza, como la ciudad clásica, la unión de campo y urbe, sino, todo lo contrario, la exclusión del productor agrícola. Muy próxima a este campo constructivo se hallaba la labor de los ingenieros militares, destinada fundamentalmente a fortalecer la ciudad y a desarrollar las técnicas de la poliorcética, pues la defensa y la victoria se han consolidado, dentro de este mundo, como parte de la vida económica, método de subsistencia y de control de poblaciones y recursos. La actividad militar de Demetrio Poliorcetes, sitiador de ciudades, tenía su paralelo científico en el desarrollo de la ingeniería y en el protagonismo de figuras como Ctesibio, Filón o Arquímedes, que aplicaban a la guerra el progreso del conocimiento científico, poco útil para aplicarse en cambio al mundo productivo, distanciado y sólo conocido de cerca por sectores de la población alejados del acceso a la ciencia.
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En las villas y ciudades de la Corona había multitud de familias dedicadas a los oficios más diversos, sin que apenas destacara otra industria que no fuera la de los tejidos. No había contratación de centros de producción especializada y automatizada y de dirección centralizada donde se organizara el trabajo en serie y se alcanzaran altas cotas de producción. Las innovaciones técnicas y organizativas fueron escasas, y, por tanto, no mejoró sensiblemente la productividad del trabajo. Si hubo un incremento del volumen de producción durante el siglo XIV, probablemente se debió a la multiplicación de talleres y al desplazamiento de fuerza de trabajo del sector primario al secundario. Los límites del sistema social feudal, que no favorecían la inversión, eran los principales responsables de la debilidad de la oferta y la escasez de la demanda. La producción era de tipo familiar, diversificada y de escaso volumen, atendiendo más a las necesidades cotidianas del mercado interior que a la exportación. Esta misma primacía de la demanda interior, unida a la necesidad de aproximarse a las zonas productoras de primeras materias, explica también la dispersión de los centros manufactureros. Podría hablarse, no obstante, de una cierta concentración y especialización en Barcelona, donde C. Carrére piensa que sólo en el sector textil debía trabajar un tercio de las familias de la ciudad, una situación quizá comparable únicamente a la de Valencia a finales del siglo XV. El sector básico de la producción artesanal era el destinado a cubrir necesidades cotidianas de la población. En este campo trabajaban carpinteros, zapateros, cordeleros, menestrales del vestido (sastres, calceteros, guanteros), tejedores de lino, jaboneros, vidrieros, especialistas en el trabajo del algodón, artesanos del metal (herreros, cuchilleros, caldereros, cerrajeros), alfareros, etc. El trabajo de la madera, procedente de bosques aragoneses y valencianos, adquirió singular importancia en Valencia durante el siglo XV, cuando se hicieron famosos los artesonados y muebles obrados por artesanos de esta ciudad, que exportaban una parte de su producción. Algo parecido sucedió con la industria barcelonesa del vidrio, que progresó cualitativamente y pasó, de alimentar únicamente la clientela local, a constituir una manufactura rica que, a finales del siglo XV, celebraba dos ferias anuales y exportaba. Entre las artesanías de lujo, destinadas sobre todo a satisfacer la demanda de una clientela selecta de la Corona, destaca la argentería, la orfebrería y el esmalte, actividades que prosperaron en las principales ciudades de la Corona a partir del siglo XIV, quizá introducidas por maestros originarios de tierras ultrapirenaicas. En este grupo podría incluirse también la construcción, referida a obras patrocinadas por la clase dominante y las instituciones civiles y religiosas. Es una actividad que, junto a la textil, requería una infraestructura técnica y económica algo compleja, la movilización de un número elevado de trabajadores y una cierta especialización en áreas y utillaje. Otras producciones artesanales cubrían necesidades de la demanda interior, al tiempo que alimentaban corrientes de exportación importantes. Es el caso de la producción de cuchilleros, armeros, curtidores, ceramistas, coraleros y, sobre todo, fabricantes de paños. Aunque la Corona, y en especial Cataluña, no se desarrolló una producción metalúrgica de alto tecnicismo, y tuvieron que importar del extranjero productos de la metalurgia diferenciada, cuchilleros y armeros aragoneses (sobre todo de la zona del Moncayo), catalanes y valencianos exportaron una gran parte de su producción (cuchillos, espadas, lanzas, corazas, ballestas, puñales) hacia Castilla, Sicilia y los países del Mediterráneo oriental. Uno de los sectores más importantes, por el número de trabajadores, los capitales movilizados y el volumen de producción, fue el de los curtidores, que transformaban las pieles en cuero apto para su trabajo. Artesanos del cuero los había en todas las ciudades de la Corona, pero la producción valenciana era especialmente apreciada en Barcelona en el siglo XV, como también lo era la zaragozana, que aprovechaba la tradición mudéjar. Artesanía peculiar, estrechamente controlada por los mercaderes, era la del coral, recogido en diferentes puntos del Mediterráneo occidental, trabajado en Barcelona y exportado (en mayor cantidad que la producción de cuchilleros y menestrales del cuero) a Alemania, Saboya, Flandes y los países musulmanes. Réplica del coral barcelonés era la cerámica mudéjar valenciana, de Paterna, Cárcer y Manises, que desde mediados del siglo XIV desplazó a recipientes de madera y cerámica de más pobre manufactura en muchos hogares de la Corona, en rivalidad a veces con la cerámica también mudéjar de Teruel. La cerámica de Cárcer y Paterna, de esmalte blanco y decoración a base de ornamentaciones, figuras zoomórficas y figuraciones humanas, pintadas en verde y morado, era la de uso más común. La cerámica de Manises, dorada, con barniz blanco y de reflejos metálicos, gozó de gran reputación en los ambientes más refinados de Europa.
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Según Bartolomé Bennassar, en Valladolid, que había alcanzado un buen promedio anual de 7,12 libros de 1544 a 1559, se observa un declive tras la marcha de la Corte en 1559, pero el crecimiento es continuo de 1570 a 1605 y a comienzos del siglo XVII la ciudad produce cada año una veintena de títulos. En Sevilla, la producción desciende ligeramente de 1550 a 1590, después sube vertiginosamente hasta alcanzar unos treinta títulos anuales hacia 1620. En Madrid, donde la imprenta no comienza hasta 1566, el ritmo de las publicaciones aumenta sin cesar hasta los años 1621-1626. En cambio, las producciones de Toledo y de Medina del Campo, que habían sido débiles siempre, descienden considerablemente en los años 1600, mientras la de Valladolid no alcanza ya a mantenerse, después de 1605, en el elevado nivel que había sido el suyo anteriormente. Después de 1625 el declive es general y continuo. La imprenta castellana fue perjudicada también por los monopolios. Un buen ejemplo fue la exclusividad concedida en los años 1661-1670 al importante impresor de Amberes Christophe Plantin para el aprovisionamiento de los Estados del rey de España en breviarios, misales, libros de horas y otras obras litúrgicas. La evolución en la Corona de Aragón la conocemos a través de la producción de sus centros principales: Barcelona y Valencia. En Barcelona, a través de los registros de Millares Carlo, se adivinan tres fases en la producción de los 817 libros impresos en esta ciudad en el siglo XVI. La primera, de 1480 a 1513, de débil crecimiento; la segunda, de 1513 a 1550, de inflexión negativa; y la tercera, de 1550 a 1600, de claro crecimiento, salvo el pequeño paréntesis de 1570-79. La debilidad de la primera mitad del siglo, según M. Peña, parece estar ligada a las propias estrategias de los libreros barceloneses, que quieren rentabilizar al máximo sus inversiones a corto plazo prefiriendo la importación desde las prensas de Lyon o Venecia. La escasez de capital entre los impresores sería la causa. Los libreros-editores de Barcelona actuaron ocasionalmente como socios-capitalistas de los impresores, en obras cuyo riesgo era poco elevado y en unos años, sobre todo a partir de 1570, en que la inversión era semejante a la que se necesitaba para editar en Lyon (guerras de religión francesas) o en Venecia. El desarrollo de los estudios universitarios en la segunda mitad del XVI en Barcelona contribuyó a este auge del número de publicaciones. En Valencia se observa que los niveles de producción impresa a comienzos del siglo XVI eran muy modestos. A partir de estas fechas, el crecimiento de Valencia es mucho más elevado que el de Barcelona. La presencia del libro impreso parece haberse producido entre aquellos grupos que ya de por sí estaban familiarizados con la literatura escrita, y muy especialmente entre aquellos grupos que observaron en él criterios de utilidad práctica: profesiones liberales como los juristas o médicos, clero... Los fines económicos que se perseguían y la inercia con que éstos condicionan siempre la actividad comercial obligaban a imprimir libros de venta segura, destinados a quienes tuvieran la necesidad de la lectura o del estudio, profesionales o aprendices de la casta intelectual que además pudiesen pagar los libros impresos, cuyo precio solía ser realmente alto. Estos productos de la primera imprenta no eran otros que los que ya estaban asentados en los ambientes intelectuales, los de mayor difusión y que más reconocimiento tenían: libros para el aprendizaje en ámbitos universitarios, en sus facetas jurídicas o teológicas, propios de una cultura escolástica en relación umbilical con las aulas universitarias. Frente a lo que ocurre con la literatura profesional, en sus vertientes jurídica, teológica o litúrgica, que tiene un público seguro y uniforme, la edición de los textos literarios está condicionada por su aceptación. También es evidente que la imprenta no supuso inicialmente un desplazamiento del mundo del manuscrito. Como ha subrayado R. Chartier (observación del libro como un sucedáneo: apreciación del manuscrito por su mayor consideración estética...), la persistencia del manuscrito fue bien patente. Incluso puede decirse que inicialmente el libro suscitó recelos ante la belleza reconocida de la artesanía de los productos salidos de los scriptoria. Por eso, los libros impresos, los incunables, procuran imitar e incluso parecer manuscritos, con el mantenimiento del tamaño pequeño folio, y de la riqueza de la encuadernación, que contribuyó posiblemente a vencer las primeras resistencias a incorporar el impreso a las bibliotecas. El manuscrito siguió desempeñando utilísimas funciones como difusor de todo tipo de escritos. Hay libros que casi exclusivamente circulan en manuscrito: crónicas, libros de linajes, manuales de artes aplicadas se mueven en gran cantidad durante los siglos XVI y XVII. Hay géneros, como la lírica, que han llegado hasta nosotros gracias a las copias manuscritas. También numerosísimas obras de teatro han podido sobrevivir a través de este medio de difusión, al igual que bastantes obras comprometidas, que por su carácter satírico, político o religioso circulaban entre grupos reducidos, pues no cabía más posibilidad que la circulación clandestina de estos manuscritos que corren de mano en mano. Sólo con examinar los procesos inquisitoriales de algunos de los tribunales castellanos o de la Corona de Aragón pueden verse en ellos cosidos libros o folletos incautados a los acusados: así, las Clavículas de Salomón, los compendios de Picatrix. Hoy sabemos (A. Rojo Vega) que determinadas obras científicas de médicos españoles redactadas en latín circulaban en forma manuscrita por las dificultades de ser impresas en España en tal lengua. Algunas alcanzaban finalmente la luz si hallaban financiación: por ejemplo, la literatura de tratados de peste, muy favorecida por el mecenazgo municipal por sus fines prácticos, regímenes de salud, manuales de cirugía. Como ha señalado acertadamente F. Bouza, frente a la idea general de que la tipografía sirvió a la causa de la moderna revolución en el conocimiento en contra de la medieval oscuridad manuscrita, bien expresada en el tópico que hace de Gutenberg un padre de la modernidad, hay que decir que la imprenta de los primeros tiempos publicó, ante todo, textos de las autoridades clásicas y medievales más que obras de nuevos creadores, y que éstos por el contrario eligieron muchas veces la vía del manuscrito para la transmisión de sus descubrimientos (Copérnico se niega a la impresión de su De revolutionibus orbium coelestium hasta el mismo año de su muerte). Conviene recordar que buena parte de la subsistencia inicial de las primeras imprentas se logró, en algunos casos, a la demanda eclesiástica y, fundamentalmente, estatal (literatura gris). Por ejemplo, como han destacado P. Cátedra y M. V. López Vidrieros, resulta indudable el papel que en este sentido tuvo la política emprendida por los Reyes Católicos. El Estado difunde y fija en el reino la legislación nacional o municipal, mediante impresos que suelen ser de una hoja o un pliego, como máximo. La literatura gris parece guardar una cierta relación con el tipo de ciudad en la que se edita; no es infrecuente que la legislación sobre una determinada materia salga de una concreta imprenta de un núcleo urbano vinculado directamente a ella. Así, la imprenta burgalesa edita algunas de estas piezas legislativas, íntimamente unidas a su definición de urbe comercial, evidentemente en relación con el tráfico de la lana hacia puertos del Norte, una vez que queda establecido el Consulado en 1494. Igualmente, en la década de 1480, la enorme demanda de impresiones de la bula de cruzada para la campaña de Granada no resulta en nada intrascendente en la supervivencia y en la pugna de algunos impresores por hacerse con su privilegio de impresión, constituyéndose en un aliciente económico indudable entre las ciudades de Valladolid y Toledo. Para la Corona, las colaboraciones cobradas a la Iglesia se convirtieron en una importante fuente de financiación: sus ingresos proceden de las tercias reales y del impuesto de cruzada, recaudado a partir de la venta de esas bulas. Valladolid y Toledo reciben el privilegio de su impresión. En la primera, la orden de los jerónimos del monasterio del Prado. En Toledo, los dominicos de San Pedro Mártir, que mantienen su privilegio para todo el siglo XVI.
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Las diferencias estructurales observadas entre los sectores agropecuarios de Aragón, Cataluña, Mallorca y Valencia también estaban presentes en la producción de minerales y materias primas: en este campo Cataluña era más importadora, mientras que Valencia y Aragón eran más exportadores. Todos importaban estaño (de Inglaterra), cobre (de Castilla, Oriente Medio y Alemania) y oro (del norte de Africa). Cataluña poseía mineral de hierro suficiente para alimentar su industria metalúrgica (la fragua), que producía objetos de uso corriente y calidad media, y exportaba mercurio, antimonio y plata. Aragón, en cambio, aprovisionaba sus ferrerías con mineral de hierro del Cantábrico. Valencia exportaba cera y sebo, materias con las que los menestrales barceloneses fabricaban velas. La artesanía del cuero, que era una manufactura importante en Aragón, Cataluña y Valencia, trabajaba con pieles de la ganadería castellana, navarra, aragonesa y valenciana. La particular industria barcelonesa del coral trabajaba con el coral recogido en aguas de Cataluña, Berbería, Sicilia y Cerdeña. Mención aparte merecen las fibras vegetales y animales, que constituían la materia primera de la industria más importante de las ciudades medievales: la textil. De las tierras de Alicante procedían generalmente el esparto, los juncos y las palmas con las que en muchas ciudades de la Corona trabajaban los menestrales especializados en la fabricación de cuerdas, cestos, esteras, etc. La producción catalana de lino y cáñamo era insuficiente para las necesidades de su manufactura de cordajes, velas de navío y tejidos gruesos, mientras que la valenciana era excedentaria y abastecía parcialmente al Principado. Cataluña no cultivaba algodón pero lo trabajaba activamente; sus proveedores eran Sicilia, Malta y los países del Mediterráneo oriental. Los fabricantes de tejidos de seda de la Corona trabajaban con seda bruta valenciana, aunque los catalanes, que no la producían, también tenían que comprarla en otros países. Entre las industrias medievales, la más importante y especializada era la pañería, cuyos artesanos trabajaban la lana. En todas las ciudades y villas importantes de la Corona había gente dedicada a la producción de paños, lo que suponía una demanda de lana en bruto muy elevada. En este terreno, Aragón y Valencia cubrían las necesidades de su industria y exportaban, mientras que Cataluña, deficitaria, compraba lana aragonesa y valenciana. La aragonesa, con una salida superior a los dos millones y medio de kilogramos, era el artículo más importante del comercio aragonés en los siglos XIV y XV (J. A. Sesma). Se exportaba a Cataluña, Francia e Italia. Los datos reunidos llevan a una serie de conclusiones: 1) la producción de minerales y materias primas de Cataluña fue insuficiente para alimentar una fuerte exportación de estos productos y cubrir las necesidades de la manufactura propia; 2) el sector primario catalán no resiste la comparación con el valenciano y el aragonés; 3) la industria catalana fue, por tanto, tributaria de las materias primas que le proporcionaban Aragón y Valencia, además de otros países; y 4) la manufactura valenciana, menos dependiente del exterior, podía llegar a ser un serio competidor de la catalana. Entre tanto (antes de la crisis), la fortuna de Cataluña reposaba en la exportación de productos manufacturados de mediana calidad y de algún producto agrícola concreto (azafrán), además del papel de intermediario que ejercía en el gran comercio internacional.
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El tipo de intercambio mejor documentado es el del sílex, en torno al IV-III milenios: tenemos un buen registro en las minas de Grimes Graves (Inglaterra), Grand Pressigny (Francia) y Krzemionki (Polonia), entre otras. Se trata de explotaciones mineras complejas, con un sistema de extracción basado en la construcción de pozos y galerías interconectadas; los productos se distribuyen a larga distancia. Algunos autores han relacionado esta circulación de materia prima con el aumento de la deforestación (hachas de sílex), así como también con la elaboración de un instrumental especializado como es el caso de las grandes hojas (equiparables o sustitutorias de los puñales de cobre, más escasos), que se documentan hasta finales del III milenio a.C. Otros materiales, quizás una mayoría que nos es desconocida, también deberían formar parte de la circulación de bienes, ya sea como materia bruta o como productos manufacturados; en todo caso podemos pensar en objetos más bien de carácter social, y no tanto de tipo utilitario, como, por ejemplo, los primeros metales. La metalurgia empieza a extenderse hacia el IV milenio, cuando llegan los primeros ítems a Dinamarca, ya fuera del foco originario del sudeste europeo; en el III milenio se documentan las primeras explotaciones locales en Alemania, Austria y Checoslovaquia occidental. Principalmente, se elaboran productos de ornamentación sobre láminas de cobre, hachas de combate asociadas a las cerámicas cordadas, etc. Con el horizonte campaniforme se produce un gran crecimiento de las producciones metalúrgicas: por el norte de Francia, las costas nordoccidentales y Gran Bretaña.
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Es, sin duda, en la nueva forma de producción industrial donde serán más notables los cambios debidos a la Revolución Informática. La nueva industrialización prescindirá cada vez más de la mano de obra humana, que irá siendo sustituida por máquinas de nuevo cuño controladas por otras máquinas. De forma que, por primera vez en la Historia, el hombre puede liberarse del trabajo y ser sustituido por robots en las tareas industriales.Un robot no es una especie de monstruoso androide que haya de entrar en conflicto con el hombre. Es simplemente una máquina provista de fuerza y de sensores que, debidamente programada, puede realizar muchas de las tareas que hasta el presente han realizado operarios humanos. Este tipo de máquinas está actualmente en plena evolución, sólo frenada por dos grandes barreras: la complejidad propia de los problemas a resolver en su construcción y las grandes alteraciones sociales que produciría una implantación demasiado rápida de ellas.Como lejanos antecedentes de los robots de hoy se podría citar a los autómatas mecánicos, muy extendidos en el siglo XVIII, utilizados en la sonería de los relojes o exhibidos como maravillas en salones y ferias. Más antiguo es el "Hombre de palo" que se paseaba por las calles de Toledo, y cuya construcción es atribuida a Juanelo Turriano, famoso relojero e ingeniero de Carlos V. Otro antecedente importante que encontramos en nuestro siglo es el Ajedrecista de Torres Quevedo, consistente en una máquina automática que jugaba finales de ajedrez y pronunciaba algunas palabras dirigidas a su contrincante: de aviso como jaque, o de advertencia si su jugada no era correcta. Pero el origen de la palabra robot es más reciente, y fue acuñada en 1917 por el dramaturgo checo Capek, para designar a los trabajadores artificiales que aparecen en su obra R.U.R.: robot es palabra que en lengua checa significa siervo. También el cineasta Fritz Lang crea un robot femenino en su película Metrópolis, de 1927. Pero fue Isaac Asimov quien a partir de los últimos años treinta difundió ampliamente los robots y la robótica en sus novelas de ciencia ficción.Dejando atrás mitos y antecedentes, podemos decir que comienzan a fabricarse robots para tareas muy específicas después de la Segunda Guerra Mundial. Como por ejemplo los que se necesitaban en las investigaciones espaciales (como el Surveyor que aterriza en la Luna, en 1966, o el Viking, que aterriza en Marte diez años después) para aquellas funciones en las que se exigían ciertas destrezas para resolver situaciones no completamente definidas, o las que se requerían para trabajar en ambientes altamente nocivos para la vida humana como las centrales nucleares, o ciertos ambientes químicos o biológicos de alta toxicidad. En general estaban asociados a proyectos de investigación de presupuestos muy elevados, en los que incluir partidas para la construcción de costosos robots resultaba factible. De estas investigaciones también saldrían los diseños de robots aplicados a actuaciones militares.También por estos años surgieron algunos robots orientados a atender ciertas tareas en los procesos de fabricación. Aunque la primera patente de un robot industrial está registrada en Inglaterra en el año 1954, suelen considerarse como primeros robots industriales los Unimates instalados en las fábricas de la General Motors y construidos por George Devol y Joe Engelberger (a quienes se conoce como padres de la robótica) a finales de los años cincuenta y primeros sesenta.Al principio los robots industriales eran llamados máquinas de transferencia, ya que su tarea era tomar piezas de unas máquinas herramienta y transferirlas a otras para su terminación o montaje. Después aparecieron "los brazos industriales", provistos de sensores y actuadores que pueden hacer tareas muy variadas según los programas de control cargados en los ordenadores. Estos brazos pueden elegir, por una parte la herramienta adecuada para la realización de cada tarea y, por otra, las piezas sobre las que deben actuar. Además, pueden trabajar en ambientes químicos o biológicos muy hostiles, o en condiciones térmicas no soportables por seres humanos.Todas estas realizaciones técnicas, y su evolución, vienen precedidas por los resultados de los trabajos teóricos que, desde 1960, se realizaban en diversos centros de investigación: como el Stanford Research Institute (SRI) de California, la Universidad de Edimburgo en Escocia, o en el Massachusetts Institute of Tecnology (MIT). Temas importantes de investigación son los relativos al desarrollo de sensores (en particular la visión mecánica), o a desarrollos relacionados con la movilidad y agilidad (manos mecánicas), equilibrio, etcétera.Entre los países que comienzan a utilizar robots industriales están los Estados Unidos, donde son usados principalmente por la General Motors; Noruega, que instala en su industria los primeros robots pintores; Japón que los usa en las cadenas de montaje de Nissan o de Hitachi; Suecia, que los emplea en las fábricas de acero, etcétera. El primer robot PUMA (ensamblador universal programable) fue desarrollado en 1978 por Unimation para General Motors. A1 año siguiente los japoneses introducían en las cadenas de montaje su robot SCARA de gran versatilidad, y los italianos, en Turín, desarrollaban el robot PRAGMA, que cedían bajo licencia a la General Motors. En 1981, IBM entraba en el campo de la robótica con dos sistemas de fabricación. Durante los años 80 a 84 los robots experimentaron una evolución muy rápida, sobre todo en sus aspectos de movilidad, en la posibilidad de comunicarse por la voz, en el desarrollo de los sensores táctiles, en el perfeccionamiento de los lenguajes de programación orientados a la robótica y en los lenguajes de comunicación con la máquina. También en este periodo se desarrollan robots militares, como el PROWLER (Programable Robot Observer with Local Enemy Response) que es el primero de los que introduce el Ejército americano para ser usados en el campo de batalla.A finales de los años 80 se produjo una gran caída en la demanda de robots, que hizo desaparecer a muchas empresas del sector. En los años siguientes fue recuperándose paulatinamente hasta conseguirse que en 1994 se superasen las ventas de 1985. Las marcas más difundidas fueron las americanas Fanuc, Asea Brown Boveri, y las japonesas Motoman, Panasonic, Sony y Nachi. En EE.UU., las ventas realizadas en ese año pueden estimarse en aproximadamente 9.000 sistemas con un costo total de cerca de 800 millones de dólares. Así pues, tras el bache de actividad de hace unos años, en la actualidad el sector de la robótica vuelve a mostrarse floreciente.A mediados de los años 80 se produce igualmente otro hecho destinado a tener una gran transcendencia: la aparición de los microrrobots de bajo costo y construidos con microchips de gran tirada. Uno de los primeros robots de este tipo fue el Modelo 695 construido, en 1984, por la empresa Intelledex utilizando los chips de Intel 8086 y 8087 empleando un lenguaje de programación llamado Robot Basic, que era una versión especial del BASIC de Microsoft. En la actualidad son decenas las empresas que ofrecen microrrobots, desde los que permiten automatizar pequeños talleres, a los vehículos de exploración, o pequeños brazos industriales... También se ofrecen elementos o componentes de robots (como sensores de diversos tipos, servomotores, motores de pasos...) con los que ensamblar unidades completas. Pieza muy importante para estos tipos de robots es el "microcontrolador" (parte inteligente que equivale a los microprocesadores, protagonistas de los grandes cambios de la microinformática), en los que se recibe la información de los sensores del robot y de acuerdo con ella, y con los programas establecidos previamente, construye las respuestas adecuadas que deben realizar los actuadores correspondientes. Para dar una idea de la difusión de estos elementos mencionaremos algunos de los microcontroladores más difundidos: entre otros los Motorola 68xx y 683xx, los Intel 80C1686, 8051 y 8096, el Parallax BASIC Stamp, el National Semiconductor LM628 / 629...
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El cambio en la situación del campesinado llevado a cabo por Akbar le posibilitó la introducción de mejoras en la explotación y a su vez le obligó a ello, puesto que los impuestos venían a suponer la tercera parte de la cosecha, porcentaje no excesivo para arruinarlo y hacerlo emigrar, pero lo suficientemente alto como para empujarlo a arrancar del suelo todo lo que éste pudiese dar. A pesar de la dependencia de la climatología, en general a finales del siglo XVI el aumento de la producción agrícola había evitado las grandes hambrunas del pasado. Estimaciones generales nos hacen pensar que la productividad del suelo cultivado de la India estuvo por encima de la europea, al menos hasta el siglo XIX. Las dos cosechas anuales, de arroz y de trigo sobre todo, marcaban asimismo la superioridad de la agricultura india sobre la occidental. El cultivo que mejor permitía el mantenimiento de gran número de personas era el arroz de regadío, por su alta productividad, por encima de la alcanzada entonces en Europa. El arroz de regadío, conocido en la India desde el segundo milenio a.C., se ceñía al valle de los ríos, mientras en el resto, la mayoría del territorio, predominaba el cereal de secano, trigo y cebada como grano de primavera y mijo como grano de otoño. La India diversificaba sus posibilidades de nutrición con una horticultura variada de frutales y la caña de azúcar. Apenas una pequeña parte de la población puede acceder a la volatería y la mantequilla, sustituto del consumo de carne, impedido por la moral brahmánica. Por otro lado, la presión de las numerosas bocas por alimentar obligaba al aprovechamiento más idóneo del suelo, que implicaba el cultivo de los cereales frente a los pastizales. Pero sin duda era la pimienta el producto estrella del suelo indio. La región de Malabar producía los mejores granos de pimienta verde, que se exportaban por los puertos de Cannanore y Cochín. Ella sola alimentó un intenso tráfico en el Indico, que se extendía, por un lado, hacia el Japón, y por el otro, hacia el mar Rojo, y después por la ruta portuguesa que bordeaba África. La pimienta alargada, de calidad inferior, se producía en Bengala y Ceilán y tenía una importancia muy secundaria. Otras especias variaban los sabores de la monótona alimentación asiática y permitían convertirla en exquisita. En Malabar y en Bengala se sembraba el jengibre, rizoma que era la especie más barata, al contrario que la costosa canela, cuya mejor calidad la producía Ceilán, en régimen de monopolio real, frente a la más mediana de Malabar. Otras plantas producían drogas, término genérico para denominar a medicamentos, perfumes, afrodisíacos y tintes. El opio del Gujarat, el betel de la costa occidental, el sándalo rojo de Coromandel, los áloes de Bengala y Gujarat, los cardamomos de Ceilán y Malabar eran objeto de un tráfico intenso de China a Portugal, de Malaca a Adén.
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Sumerios y acadios tuvieron una economía basada en la agricultura y fundamentada en el aprovechamiento de los recursos hidráulicos. La irrigación de los campos, la fertilidad del suelo y la habilidad de los campesinos -no olvidemos que la "invención" de la agricultura es un proceso de miles de años- hace que las cosechas sean abundantes y se pueda cultivar una gran variedad de productos. La base de la producción agrícola de Mesopotamia eran los cereales, principalmente la cebada y el trigo, además del sorgo. Muy importante fue la palmera datilera, cuyo consumo, según algunos autores, pudo proporcionar casi 4000 calorías por persona y día. De la palmera datilera los pueblos de Mesopotamia pudieron conocer hasta 360 modalidades de aprovechamiento. Se cultivaron también algunas herbáceas como el sésamo y productos de la huerta, como legumbres, verduras y frutas (higos, granadas).
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Para el campesino indio los tributos impuestos por la reforma de Akbar se fueron volviendo cada vez más duros y apenas le quedaba para la subsistencia una vez los había pagado. Aurangzeb dictó una serie de medidas encaminadas al aumento de la productividad del suelo, como una forma de incrementar los recursos del Estado, cada vez más necesitado para hacer frente a los levantamientos, insurrecciones y guerras que estaban estallando en el Imperio. Así, se alzaron los precios de los productos agrícolas, para mejorar la situación del agricultor y beneficiar su labranza, e igualmente se suprimieron tasas que gravaban al campesinado, muchas de ellas ya en el reinado de Akbar. En principio, tales medidas sólo tenían aplicación en las regiones bajo control directo del Gobierno central y no en los territorios autónomos, pero, además, había que contar con la buena voluntad de los altos funcionarios que conseguían buenas entradas con el cobro de tales contribuciones. El descontrol creciente a fines del siglo XVII da lugar a muchas dudas respecto a la efectividad de las órdenes imperiales. De hecho, muchas de las rebeliones religiosas estaban alentadas por el descontento campesino y su negativa a pagar más impuestos. Los impuestos, las levas, las hambres, como las terribles de 1630 y 1650, la tiranía y arbitrariedad de los jefes locales creaban en el campo indio un ambiente mucho más sombrío de miseria y desolación que el que nos pueden indicar el lujo de la vida cortesana, la suntuosidad desmesurada de los palacios y tumbas y los hermosos templos que salpican el paisaje indio. Mientras, ciertos cultivos dedicados a la exportación y que exigían fuertes inversiones para financiar las preparaciones industriales de transformación, como el índigo o la caña de azúcar, dieron lugar a empresas capitalistas en las que participaban los sectores que disponían de mayor cantidad de numerario, como comerciantes, recaudadores de impuestos o el mismo Gobierno. Producción agrícola de lujo, y producción artesanal de lujo también. El boato y el fasto que presidía la Corte imperial eran imitados por los funcionarios, por los nobles y, en definitiva, por todo aquel que pudiese permitírselo. Los numerosos palacios, mezquitas y hasta ciudades edificados por Akbar requerían también productos suntuarios para su acabado: joyas, marfil, cuero, muebles, sedas y, sobre todo, tapices. Así, la artesanía de lujo era muy abundante en la India y existían excelentes artesanos de cada ramo, que maravillaban a los pueblos extranjeros y los hacían desear apoderarse del país. La multiplicación del comercio exterior, con la apertura directa a los mercados europeos, supuso también un aumento en la demanda de productos artesanales, ya de por sí solicitados por el crecimiento del consumo interior. Innumerables artesanos se afanaban en ampliar la gama de los productos ofertados, y para ello traspasaban las barreras que levantaba una sociedad de castas, lo que en principio habría dejado estancada a la India, al impedir ejercer otra profesión que no fuera exactamente la de los padres. Así, los oficios se diversificaron: más de cien se distinguieron en Agra en este siglo, como ocurría en las otras grandes ciudades.