Con veintitrés años abandona la Escuela de Bellas Artes de París y empieza a trabajar con su padre, también arquitecto de profesión. En la Avenue Wragan de París se puede apreciar uno de sus primeros diseños, donde adopta recursos clásicos. El edificio más emblemático de esta época es el que proyecta en Rue Franklin de París. Su exterior se enmarca en las corriente neoclásica. A los treinta años se asocia con su hermano Gustave y abre un estudio en 1905. Una de las claves que determina su obra es el uso de hormigón. Este fue el primer arquitecto en emplear dicho material como elemento de construcción. Pero no sólo se utilizó para la estructura de los edificios, sino que sirvió para la realización de elementos decorativos. Igual que Tony Garnier se convertiría en una de las figuras revolucionarias de la nuevas corrientes arquitectónicas galas del siglo XX. Entre sus obras de referencia cabe citar el Garage Pontheu, donde se impone de nuevo el uso del hormigón. Perret combinó el uso de este material con la estética neoclasicista, como demuestra el Teatro de los Campo Elíseos de París. Sus proyectos también se distinguen por los grandes vanos y ventanales que se abren en sus fachadas. Los parámetros externos de Notre-Dame de París y el Musée des Travaux Publics son obras suyas.
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obra
Llama la atención la enorme expresividad de esta figura, sin embargo es especialmente destacable el movimiento y la vivacidad que el artista ha logrado en este animal, realizado en fecha incierta y procedente, probablemente, del Brauronión.
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Como ya veíamos en Juegos de Niños, el Maestro del Livre de raison saca en estos grabados todo su buen humos para mostrarnos escenas muy cotidianas y graciosas de nuestro entorno (o del entorno de la vida diaria de un alemán en el siglo XV). Además, este perro le sirve al artista para realizar un estudio de la anatomía descoyuntada del animal que con la pata trasera se rasca la cabeza, totalmente girada en escorzo y con el resto del cuerpo apenas sostenido de manera desgarbada. La postura resulta tan inestable que provoca la risa del espectador, una risa muy humana sin ánimo de crítica o desprecio del objeto que se nos presenta, por su misma naturalidad y proximidad a nosotros.
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Esta cabeza de perro es una de las pinturas más inquietantes del Goya avejentado y recluido en su quinta, la Quinta del Sordo, como la llamaban peyorativamente sus vecinos. Por el tratamiento y su ubicación, pudiera incluirse perfectamente en las Pinturas Negras, aunque el estilo es diferente. Pero esa cabeza hundida en la arena, con la mirada lastimera hacia arriba, tiene el aire lúgubre, casi demoníaco, de esos paneles llenos de brujas y aquelarres. El estilo es ya el del Goya maduro, despreocupado por las convenciones académicas que se basan en la línea y la composición equilibrada. Esta escena, de formato marcadamente vertical, se halla completamente vacía en más de sus dos terceras partes. El tema está restringido por una diagonal, un modo poco habitual de resolver un horizonte. La separación entre el cielo y la tierra es por completo arbitraria, puesto que ambos tienen un tono amarillento desvaído, que solo la intensidad puede hacer que se diferencien, levemente. Y el tema es tan mínimo y a la vez tan impactante como esa pequeña cabeza animal. Es por lo tanto, una pintura de lo menos convencional, en la estela de la última producción goyesca.
Personaje
Pintor
Miembro de una familia burguesa, inició su formación con Natoire pero pronto se distancia del estilo de éste y se entrega de lleno al pastel, convirtiéndose en el principal rival de La Tour. Su factura es mucho más atrevida y directa, sin disimular las posibles imperfecciones del modelo. Tal vez esta falta de adulación en sus retratos y la avasalladora competencia de La Tour determinó que su clientela procediera de la burguesía y de los habitantes de provincias, de los que nos ha dejado deliciosos ejemplos. Cuando intentó entrar en la Academia tuvo que presentar cuadros al óleo debido a que la institución había decidido no recibir a ningún pastelista. Como prueba de su ingenuidad frente al astuto y mal intencionado La Tour, que por su orgullo y su codicia no consentía en tener rivales en la Corte, está la historia ocurrida con ocasión del Salón de 1748. Perroneau decide presentar un homenaje al maestro, La Tour con traje de terciopelo negro, para el que, según las malas lenguas, posó al día siguiente de una francachela, marcados en su rostro los efectos. El avieso La Tour pintó un autorretrato con sus mejores cuidados y lo expuso al lado del de su rival, con lo que salió vencedor en la comparación. Ante la dura competencia existente en la capital trabajó en varias provincias francesas y viajó por Italia, Rusia y Holanda, muriendo en Amsterdan en 1783.
Personaje
Arquitecto
Perronet fue el primer director de la Escuela de Puentes y Calzadas, la más antigua escuela de ingeniería francesa del país y que, en 1775, se convirtió en Escuela Real. Como arquitecto e ingeniero proyectó la construcción de hasta veinte puentes, proponiendo además nuevos modelos artísticos, apoyándose en su formación de arquitecto y en las reflexiones de la época sobre la hidrodinámica y la búsqueda de materiales más resistentes al agua. Su puente más importante fue el Luis XVI, actual puente de la Concordia. También fue un gran constructor de carreteras y destacó en el acondicionamiento de de puertos marítimos. En 1763 fue nombrado Primer Ingeniero y Arquitecto, miembro de la Academia de Aquitectura. Fue amigo de Voltaire, Diderot, Buffon o Belidor, entre otros.
obra
Desechada en un principio para grabar la lámina n? 6, Goya retomó el tema de esta estampa en la titulada Echan perros al toro, suprimiendo algunas figuras para concentrar la atención en los animales.
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Este fue uno de los primeros cartones realizado por Goya al llegar a Madrid en 1775 e iniciarse su fructífera relación con la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. El cartón debía servir como modelo a un tapiz destinado a decorar el comedor de los Príncipes de Asturias en el Palacio de San Lorenzo de El Escorial. Formaba parte de una serie de cinco que tenían como tema genérico la caza. Hay que advertir que el genio posterior de Goya está un poco solapado en esta primera muestra, precisamente por ser la primera y por estar atentamente dirigido por su cuñado, Francisco Bayeu; esto provoca que el estilo de Bayeu se aprecie en esta escena, confundiéndose las obras de ambos artistas en ocasiones. Es una obra que carece de la gracia que caracterizarán estampas posteriores, como la Riña en la Venta Nueva o el Cacharrero. El pintor ha recurrido a un punto de vista bajo, colocando a los perros en un montículo, formando una pirámide muy del gusto de Mengs, el dictador artístico del momento. Sí es significativo la perfección con que pinta Goya a los animales, especialmente a los perros que protagonizarán múltiples cartones. Las tonalidades de los cielos y árboles preludian escenas posteriores, al utilizar ese colorido azulado y verdoso tan habitual en el maestro.