Se trata de otro de los espléndidos dibujos de Poussin conservados en el Ermitage. Con una sutil poesía y un romanticismo discreto, conjugado con un amplio y detallado paisaje, a la manera típica del pintor francés, plasma uno de los momentos de la historia de la vida de Paris, en la línea de los grandes temas mitológicos, imprescindibles en un pintor humanista. Hijo del rey troyano Príamo, Paris fue entregado para su crianza a un pastor. Siendo muchacho, fue el amante preferido de Enone, hija del río Eneo, una ninfa de las fuentes. Solían cuidar los rebaños y cazar juntos, hasta que Paris se enamoró de la célebre Helena. Fue inicialmente realizado a lápiz y repasado a pluma, de manera que las líneas de tinta no siempre coinciden con las originales, un rasgo típico de los trabajos preliminares y dibujos de Poussin. La línea temblorosa, propia del estilo tardío del francés, nos remonta a sus últimos años.
Busqueda de contenidos
contexto
En los años noventa del siglo XIX, los artistas españoles asumirán la evolución plástica europea, y en particular la procedente de París a partir de las aportaciones del impresionismo. París se ha convertido en el centro de atracción para los artistas, a pesar de que las academias u otros centros de arte oficial continuaban enviando sus alumnos a Roma. Roma era la capital del arte oficial, mientras París atraía a los nuevos artistas que buscaban crear un arte más al gusto de la nueva clientela burguesa, y acorde con las nuevas formas de vida. Porque los artistas no buscaban en París únicamente nuevos modelos plásticos, sino también otros caminos para canalizar su producción. Los talleres de los artistas y las escuelas privadas substituyen a las academias oficiales, los nuevos marchantes les ofrecen una nueva forma de establecer contacto con los posibles compradores, y, sobre todo, París permitía una amplia posibilidad de exposición de la obra de los artistas en la pluralidad de Salones, según las distintas tendencias plásticas. En una palabra, tenía todos los elementos necesarios para convertirse en el centro de atracción de artistas de todo el mundo: la atmósfera de libertad artística que se respiraba en sus calles, la bohemia de los círculos de artistas y escritores, entre otras causas, convierten a París en el centro de producción del arte moderno, y -lo que nos interesa resaltar especialmente- de su difusión. Serán los artistas catalanes y los vascos los que inicien el que será, durante todo el siglo XX, el viaje obligado a París. Los pintores Santiago Rusiñol (1861-1930) y Ramón Casas (1866-1932) fueron en Cataluña los primeros entusiastas innovadores de la modernidad. Rusiñol llegó a París a inicios de 1889, donde se encontró con Miguel Utrillo y el escultor Enric Clarasó (1857-1941). Los tres compartían el mismo taller y forman un grupo de trabajo al que se les une enseguida Ramón Casas. La renovación que se aprecia en la pintura catalana de esta década -una renovación tanto técnica como temática- se debe al intenso trabajo de Casas y Rusiñol en este período, en el que producen una serie de obras de muy similar factura, en las que la huella personal de uno u otro queda muy matizada por el trabajo colectivo. Para los artistas catalanes más jóvenes, como Hermenegildo Anglada Camarasa (1871-1959), Isidre Nonell (1873-1911), Ricard Canals (1876-1931) o el malagueño formado en Barcelona, Pablo Picasso (1881-1973), el viaje a Francia fue también una cita imprescindible. El primer artista vasco que inicia el viaje a París es Adolfo Guiard (1860-1916), por su parte, Ignacio Zuloaga (1870-1945), amigo de Rusiñol, llega a París en 1889, pero Italia juega también un papel importante en su formación; finalmente, señalamos los artistas que trabajan allí, ya en la primera década del siglo XX: Juan de Echevarría (1875-1931), Francisco Iturrino (18641934), o Aurelio de Arteta (1879-1940), que asimilan las corrientes de las primeras vanguardias europeas.
video
Pocas ciudades del mundo tienen una relación tan especial con el río que las cruza como París. El Sena es el punto de referencia de la Ciudad de la Luz: define los números de las calles, las distancias se miden desde él y divide el entramado urbano en dos zonas limitadas por sus orillas. Y será el río quien nos sirva de enlace a lo largo de este recorrido. El núcleo originario de la ciudad los encontramos en la Ile-de la Cité, pequeña isla que fue habitada por primera vez hacia el año 200 a.C. por una tribu celta. En esta isla se encuentra la catedral de París, Nôtre-Dame. La primera piedra fue puesta en 1163, prolongándose durante dos siglos los trabajos. Su fachada oeste es una de las obras maestras de la arquitectura gótica, gracias a sus cuidadas proporciones. Las tres portadas exhiben una magnífica decoración escultórica, ejecutada a lo largo del siglo XIII. En su interior, de cinco naves, destacan sus rosetones, por los que la luz penetra para inundar el espacio sagrado. También aquí se alza la Sainte-Chapelle, cuyas vidrieras de la planta superior la convierten en "la puerta del cielo", según los devotos medievales. La iglesia de Saint Eustache fue construida a lo largo de más de 100 años. Se trata de una de las mejores muestras de la arquitectura renacentista. En el Centro Pompidou podemos contemplar una excelente colección de arte contemporáneo, con obras de los mejores artistas del siglo XX. Pero hablar de museos en París es hablar del Louvre. El edificio ha sido ampliado a lo largo de casi cuatro siglos, para alojar en su interior una de las colecciones artísticas más importantes del mundo. En ella se incluye pintura, esculturas y antigüedades desde la época neolítica. El espectáculo es sublime a lo largo de todo su recorrido. La majestuosa avenida de los Campos Eliseos es una de las principales arterias de París. Tiene su punto final en la plaza de l'Étoile, donde se alza el excelso Arco de Triunfo. Su construcción fue iniciada en 1806, alcanzando 45 metros de anchura y 50 de altura. François Rude es al autor de la decoración escultórica, relacionada con la Revolución Francesa. Nuestros pasos se dirigen ahora a los Jardines del Trocadero. Un largo estanque rectangular, rodeado de estatuas de piedra y bronce dorado constituye su pieza central. El puente de Jena nos lleva a la Torre Eiffel, el símbolo parisino por excelencia. Fue construida para la Exposición Universal de 1889, conmemorando el centenario de la Revolución. Alcanza los 324 metros y desde tercer piso se contemplan espectaculares vistas de la ciudad. A sus pies encontramos un busto de su creador, Gustave Eiffel, denostado por algunos críticos cuando creó su obra maestra. Desde la Torre Eiffel y hasta la Escuela Militar se extienden los jardines del Campo de Marte, lugar elegido tradicionalmente para la celebración de masivas ceremonias. En sus cercanías se alza Les Invalides. El imponente edificio fue construido por Mansart para alojar a los veteranos del Ejército, muchos de ellos heridos y sin hogar. En el centro se alza la iglesia del Dôme, con su espectacular cúpula sobredorada. La orilla izquierda del Sena está asociada desde siempre a artistas y pensadores radicales. Allí se encuentra el Quartier Latine. Vinculado a la Sorbona, en este bullicioso barrio se puede tomar el pulso a la vida urbana de París, con sus tiendas y restaurantes. Aquí también se halla el Museo d'Orsay. El edificio fue construido como estación término del ferrocarril procedente de Orleans. En 1846 era reinaugurado como museo, conservando obras de arte que cronológicamente se sitúan entre 1848 y 1914, destacando especialmente las pinturas de los impresionistas. El barrio de los pintores impresionistas por excelencia es Montmartre. La empinada colina de estrechas callejuelas está asociada al mundo de los artistas desde los primeros años del siglo XIX. Gran parte del barrio, que debe su nombre a los mártires asesinados aquí hacia el año 250 de nuestra era, conserva su ambiente original. El corazón de Montmartre es la Place du Tertre. Aquí empezaron a exponer sus obras los pintores decimonónicos, y hoy aún conserva ese aire de galería al aire libre. En el Museo de Montmartre se exhiben un buen puñado de obras de artistas que vivieron en el barrio. Los cafés y restaurantes pueblan las calles, en las que se respira el ambiente bohemio y soñador que vivieron Van Gogh o Cézanne. El lugar donde el viajero mejor puede palpar este ambiente es, sin duda, el Moulin Rouge, convertido en salón de baile en 1900. Los pinceles de Toulouse-Lautrec inmortalizaron sus espectáculos, que todavía hoy siguen celebrándose. La colina se corona con la iglesia del Sacré-Coeur. Dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, fue construida como resultado de un voto religioso efectuado al estallar la Guerra Franco-Prusiana. Dos hombres prometieron financiar las obras del templo si Francia se salvaba de la invasión. Paul Abadie fue elegido responsable de los diseños y las obras empezaron en 1875, finalizando en 1914. Sus poderosos volúmenes neorrománicos la convierten en uno de los símbolos de la ciudad. A su lado se alza la iglesia de Saint Pierre, cuyo origen se remonta al siglo VI. El edificio se fecha en el siglo XII, siendo utilizada durante más de seis centurias como iglesia parroquial y capilla conventual. Montmartre también tiene un cementerio en sus cercanías. Este camposanto será la última morada de numerosos genios de las artes creativas desde los primeros años del siglo XIX. Entre otros podemos encontrar los mausoleos de los compositores Héctor Berlioz, del escritor Emile Zola o de la familia del pintor Edgar Degas. De esta manera, el cementerio de Montmartre se convierte también en una cita necesaria para acercarnos al París de los impresionistas. Ese aire bohemio que adquiere la Ciudad de la Luz en algunos de sus barrios contrasta con la frialdad de sus nuevos edificios, encabezados por el Arche de la Défense, una impresionante construcción de más de 100 metros de altura. Una vez el viajero haya paseado por los lugares que los artistas impresionistas frecuentaron tendrá la oportunidad de vivir más intensamente sus obras, especialmente aquellas que narran escenas de la vida de esta ciudad, de la Ciudad de la Luz, centro del arte mundial a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX.
contexto
La confluencia de personalidades excepcionales, Tzara y Picabia, procedentes de Zurich los dos, con Breton, Aragon, Soupault y Fraenkel, en París en enero de 1920 hizo nacer en esta ciudad el movimiento Dada. Juntos organizan el "Primer viernes de Littérature", la revista de Aragon, Breton y Soupault, un acto que tuvo lugar en el Palais de Fêtes y que acabó como ya era habitual en los acontecimientos dada. Tzara leía un discurso político, mientras Breton y Aragon tocaban unas campanas que impedían oír nada.Antes, como en otros lugares, también en París había actitudes o comportamientos dada, pero con carácter individual, protagonizados casi todos por un poeta, Arthur Cravan. Cravan venía publicando su revista "Maintenant" desde 1912 y en 1914 dio una célebre y peculiar conferencia en la que mezclaba los insultos al público con movimientos de baile, de boxeo y teorías antiartísticas. En 1917 Jacques Vaché, el amigo de Breton, vestido de oficial inglés, apuntó con un revólver al público en un estreno de Apollinaire. Las actitudes de Mallarmé, Rimbaud, Apollinaire o Jarry iban por el mismo camino.Las manifestaciones dada en París fueron muchas y mucha también la literatura que se generó, más que en los otros centros. La siguiente aparición al Palais de Fêtes tuvo lugar en febrero de 1920 en el Grand Palais en el Salón de los Independientes, donde con falsos reclamos, aparecidos en el "Bulletin Dada" -la asistencia y adhesión al movimiento dada del príncipe de Mónaco y Charles Chaplin, entre otros-, consiguieron atraer una enorme cantidad de público, que quedó sorprendido ante el número de oradores que recitaban simultáneamente manifiestos dadaístas. También en París el grado de implicación del público fue creciendo. En la Maison de l'Oeuvre, en el mes de marzo, el espectáculo acabó con insultos, pero en la siguiente, el Festival Dada, celebrado en mayo, el público pasó de la palabra a la acción y arrojó toda clase de objetos a los dadaístas. Cuando anunciaron que se iban a cortar el pelo unos a otros en público, los asistentes bramaron y asaltaron el escenario.El año 1921 en París, Man Ray, el pintor norteamericano, que había participado en el movimiento dada en Nueva York con collages y ready-mades, empezó a fabricar sus rayogramas, al mismo tiempo que Moholy-Nagy, un húngaro, hacía investigaciones en un campo similar. Los dos las llevaron más lejos que Schad, al colocar no sólo papeles recortados y objetos planos, sobre el papel sensible, sino también objetos tridimensionales, con lo cual las sombras y las texturas pasaban a incorporarse a la nueva imagen. Estos objetos solían ser pequeñas ruedas, partes de engranajes, etcétera, lo que les acercaba a los trabajos de otro dadaísta, Picabia, cuando mojaba en tinta ruedas, piñones, resortes..., y después hacía presión sobre el papel. El azar y las máquinas eran en los dos casos las bases de la nueva imagen. Man Ray publicó en 1922 una serie de doce rayogramas, Les Champs Délicieux -jugando con Elysées- con un texto de Tzara. Las imágenes aparentemente frías se obtenían a partir de objetos con valor evocativo para el artista, como el Merz de Schwitters: la llave de un cuarto de hotel, un trozo de película de cine...También Max Ernst, que trabaja en Colonia, expone en París en 1921 collages y pinturas, de la mano de Breton, que le descubrió con buen ojo surrealista. Tzara publicó en el sexto número de su revista, con el título de "Bulletin Dada", y el séptimo como "Dadaphone". Picabia en el año 20 editó "Cannibale", y "Littérature" dedicó un número a veintitrés manifiestos dada. En la Colección dada aparecieron libros de Breton y Picabia, de poemas y filosofía dada.Pero Dada tenía que morir de Dada y el equilibrio de fuerzas entre la actitud rupturista de Tzara y el orden de Breton no podía durar mucho. El Proceso Barrés lo puso de manifiesto. Se trataba de un acto en el que se debía juzgar a una personalidad importante del mundo oficial. Breton y sus seguidores -ya no podemos hablar de dadaístas- lo tomaron muy en serio, y se erigieron en jueces, mientras Tzara y los suyos intentaron seguir jugando a Dada. La guerra se había iniciado. Todavía Breton, a finales de 1921, intentó organizar el Congreso de París, una reunión internacional para la determinación de las directrices y la defensa del espíritu moderno, pero la rigidez que mostró en la organización irritó a los dadaístas y supuso la ruptura entre Tzara y Breton y entre éstos y Picabia. La guerra siguió hasta el verano de 1923, cuando la representación del "Coeur à gaz", de Tzara, acabó, una vez más, en batalla; pero esta vez no entre dadaístas y burgueses, sino entre partidarios de Tzara y de Breton. "Me acuerdo de esa velada -escribía Hugnet- cuyo fin estuvo señalado por un escándalo que casi se convirtió en carnicería. Cuando llegó el momento de representar el Corazón de gas, los cantores, colocados ante los decorados de Cranovsky, fueron violentamente interrumpidos. Desde la platea llegaban airadas protestas. Y de pronto -intermedio inesperado - Breton saltó al escenario y atacó a los cantores, quienes, embutidos en trajes de Sonia Delaunay, de cartón rígido, intentaron inútilmente protegerse de los golpes y huir a pasos pequeños. Sin ningún miramiento Breton abofeteó a Crevel y, de un bastonazo, le rompió un brazo a Pierre de Massot. Recuperado de su estupor, el público reaccionó. El implacable atacante fue derribado despiadadamente. Aragon y Peret se unieron a él y los tres fueron apaleados, arrastrados y expulsados a la fuerza, con las ropas hechas jirones".Dada terminaba como había empezado, con escándalo y provocación. Los futuros surrealistas acababan con Dada.
obra
Durante el Romanticismo se impusieron los temas exóticos y orientales. Delacroix será uno de los pintores que más sintieron la admiración por los asuntos exóticos y una de las fuentes más admiradas por los jóvenes artistas impresionistas como Cézanne o Renoir.Con el objetivo de conseguir el triunfo en el Salón de París -institución oficial controlada por la Academia de Bellas Artes en la que el triunfador tenía el éxito asegurado- Renoir no dudó en realizar una escena con aire africano pero el Salón no la admitió ya que la burguesía parisina, tras la reciente Guerra Franco-Prusiana, no estaba dispuesta a innovaciones. Esa es la razón por la que el lienzo quedó en el estudio de la rue Notre-Dame-des-Champs del que el pintor fue desahuciado, siendo conservado por la portera, quien lo vendió al pastelero Murer.Como bien refleja el título, la composición está protagonizada por tres modelos parisinas ataviadas a la moda argelina, en un ambiente cercano a los harenes de Ingres. Las pinceladas son rápidas, interesándose el joven pintor por efectos de luz y color, sin renunciar al dibujo y al modelado como observamos en los sensuales cuerpos femeninos. Los detalles de las indumentarias y los diversos elementos que crean el ambiente apenas están esbozados, contrastando con el preciosismo y la minuciosidad de los trabajos académicos.
fuente
El Parizhskaya Kommuna pertenece a la clase Marat, como el mismo Marat y el Gangut, más tarde llamado Oktyabrskaya Revolutsiya. La puesta de quilla de estos buques se produjo en 1909, siendo finalizados entre 1914 y 1915. Los tres fueron los únicos "dreadnoughts" (acorazados con mayor capacidad de fuego, protección y potencia motora) rusos que quedaron tras la Revolución de 1917. En los años 20, estos buques recibieron ligeras modificaciones, pues la Marina no recibió una especial atención por parte de los dirigentes soviéticos. Entre los cambios, se produjo una modificación de los puentes y las instalaciones de dirección de tiro, se añadieron grúas para el manejo de los botes y se les dotó de uno o dos aviones, que debían maniobrar sin catapulta. En cuanto a las máquinas, el Parizhskaya Kommuna vio instaladas nuevas calderas. Como en el caso de sus gemelos, durante la II Guerra Mundial el Parizhskaya Kommuna desempeñó misiones de apoyo de fuego, estando destacado en el Mar Negro. Participó en el bombardeo del cerco alemán de Sebastopol entre 1941 y 1942, siendo averiado por el ataque de la Luftwaffe alemana. Seriamente dañado, no fue reparado hasta el final de la guerra. En 1943 recibió el nombre de Sebastopol, siendo desguazado a mediados de los 50.