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acepcion
Grupo de parentesco bilateral en el que el ego traza relaciones en filiaciones colaterales lineales y de ascendencia.
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acepcion
Vínculo entre personas establecido por consaguinidad, afinidad, adopción, matrimonio u otra relación estable de afectividad análoga a ésta.
contexto
Los sistemas de parentesco de los distintos grupos que pueblan las islas de Micronesia se rigen por el principio de matrilinealidad. Esto significa que la mujer tiene un papel destacado dentro del grupo familiar, aunque siempre corresponde al hombre un rol preponderante. Además, la mujer participa activamente en diversos sectores sociales, y existen referencias importantes a lo femenino en el universo simbólico. La matrilinealidad regula los grupos de residencia, las relaciones de propiedad, la ayuda mutua, la autoridad y el poder. Son las relaciones de parentesco matrilineales, es decir, la posición que cada individuo ocupa dentro de su grupo de parentesco en función de la línea materna, las que serán tenidas en cuenta a la hora de fijar dónde va a vivir, con quién se puede o no casar, cuál será su grado de importancia política dentro del grupo y a quien puede solicitar auxilio en momento de apuro. En este principio general, no obstante, existen algunas excepciones. Así ocurre en Yap, donde el sistema predominante es el patrilinaje; o en las islas Gilbert, donde predomina el sistema de parentesco ambilineal. En las Marianas, los escasos datos apuntan a la matrilinealidad, aunque la colonización occidental ha impuesto el sistema bilateral. Veamos algunos casos concretos. En Palaos o Belau predomina la forma de organización matrilineal. El término Ngalek Tang designa a aquellas personas que se relacionan matrilinealmente, ya sean parientes vivos o muertos. También se usa para referirse a aquellos individuos que continuarán el linaje, aunque sólo a las mujeres. Existen otros dos términos para diferenciar la descendencia a través del padre o la madre, ulechell y ochell, respectivamente. Esto significa que se reconocen ambas líneas, aunque la femenina aparece como la dominante. Un individuo, no obstante, es libre de determinar su posición social según el linaje del padre o el de la madre, es decir, en función del valor y calidad de la tierra y el número de personas (competidores) que poseen derechos sobre ella. Se trata de un sistema muy flexible, así como un importante instrumento adaptativo. En Belau siempre se reconoce a las mujeres como las fundadoras de un linaje. En consecuencia, la tierra, los títulos y el dinero ritual que un individuo puede heredar tienen más valor si se hacen a través del ochell que del ulechell. En Phonpei, el grupo más importante de descendencia es el subclán, en el que cada persona establece su posición a través de la línea materna. El subclán posee propiedades y una jerarquía interna propia, marcada por el grado de proximidad con respecto a la mujer fundadora. Dentro del subclán existen linajes jerarquizados, cada uno de ellos dirigido por un jefe que detenta funciones económicas y sociales. Todos los clanes tienen nombres de animales. En consecuencia, para los miembros del clan estos animales son sagrados y no pueden servir de alimento. Los matrimonios entre los individuos se regulan a través de la exogamia de clan, aunque también existen otras regulaciones, como la exogamia de linaje o diversos criterios de jerarquización social. Así, un individuo tiene prohibido casarse con alguien de su propio clan, aunque también puede estar obligado a casarse con alguien que no sea de su propio linaje o que pertenezca a su propio rango social. Elegir bien el matrimonio es importante, pues otorga ciertos derechos. Así, los derechos adquiridos mediante el matrimonio pueden otorgar a los contrayentes seguridad ante determinadas contingencias (enfermedad, malas cosechas, enfrentamientos bélicos, etc.); hospitalidad (ser acogido por parientes del cónyuge cuando se ha de realizar un desplazamiento largo, aunque estos parientes no se hayan visto nunca antes); ayuda mutua, posibilidad de ejercer funciones rituales y promoción política. La elección del matrimonio es, pues, una cuestión de primer orden y una estrategia esencial en coyunturas de escasez de recursos. La diseminación de los miembros del clan a lo largo de un extenso territorio hace que ésta sea una buena estrategia adaptativa, pues difícilmente la desgracia afectará a todos por igual, existiendo siempre algún pariente a quien recurrir en casos de necesidad. En Truk al grupo de parentesco más importante se le llama faameni. La pertenencia a este grupo se establece matrilinealmente. Su organización interna se basa en las relaciones de hermanos, estableciéndose entre ellos una relación jerárquica en función de la edad. El faameni forma en sí mismo una unidad territorial, recibiendo el nombre de la misma. Por último, los nativos de Truk consideran muy importante el conocimiento genealógico de 4 ó 5 ascendientes, saber sus nombres. Esta es una forma de cohesionar al grupo familiar, pues pueden así conocer a parientes muy alejados en la línea de parentesco. En Yap el grupo de parentesco más importante es el tabinaw, formado por el varón, la esposa, los hijos e hijas de estos y sus esposas e hijos solteros. El sistema de parentesco que predomina es el patrilinaje. Entre los distintos individuos se establece una distinción de rango en función de la edad y el género al que pertenecen. Cada persona debe obtener lo necesario para su sustento de parcelas de tierra separadas. Los pueblos nativos de Yap reconocen hasta 4 estructuras de parentesco: - clan. Se rige por un principio matrilineal y no está localizado en un territorio concreto. Sus miembros generalmente han de casarse con miembros de otros clanes. No todos los clanes tienen la misma importancia, existiendo una jerarquía en función de su antigüedad. - subclan. Se compone de los miembros de los distintos linajes que son capaces de trazar una relación común entre ellos, es decir, dos miembros de un linaje que s reconocen a sí mismos como parientes. Se trata de l grupo más amplio entre los existentes que pueden defender fácilmente sus derechos a la herencia de la tierra. - linaje. Es la unidad básica de propiedad de la tierra. - grupo doméstico, la mínima unidad de parentesco, con los parientes más próximos. Constituye, dentro del linaje, el grupo básico de trabajo y subsistencia. Dentro del tabinaw la familia nuclear es la unidad básica de explotación de la tierra y residencia. Ocupa una casa propia, separada de los demás, y produce, procesa y consume su propia comida. Cada grupo doméstico se relaciona con el más próximo dentro del esquema de parentesco a través de los lazos padre-hijo o hermano-hermano. Existe un criterio de jerarquía cronológico, que regula cuestiones como la herencia o la autoridad. Las posiciones de dominio son sólo ocupadas por varones. A la muerte del jefe del tabinaw puede haber una división dentro del grupo si el hermano mayor decide dividir las tierras, lo que da lugar al surgimiento de nuevos tabinaw. Finalizando este repaso somero, los nativos de las islas Gilbert siguen el principio de ambilinealidad en sus relaciones de parentesco. Esto significa que el individuo puede participar de cualquier grupo de parentesco del que es capaz de establecer su ascendencia genealógica. El ooi es el grupo de descendencia más significativo. Sus miembros establecen su pertenencia al mismo a través tanto de mujeres como de varones, aunque siempre en referencia a un ancestro masculino. Todos sus miembros comparten los derechos a disfrutar de las tierras que pertenecen al ooi. Se trata de un sistema flexible, pues cualquier persona puede reclamar su pertenencia a más de un ooi, según los lazos que escoja (varón o mujer) y el número de generaciones que decida tener en cuenta.
contexto
Las relaciones familiares y las pautas seguidas por las clases privilegiadas a la hora de concertar los matrimonios de sus hijas reflejan en cierto modo la movilidad social y las redes de poder que se establecían entre las familias principales. El matrimonio brindaba a los hombres de reciente fortuna -como los comerciantes- un medio de unir a los individuos y las familias en grupos y clanes de parentesco. Por lo tanto, el entorno social y geográfico de las mujeres con las que se casaban, así como la posición legal y social de éstas, era crucial para la organización y para los patrones de vida de los individuos que querían ennoblecer su linaje o entrar en los grupos privilegiados de poder. Los matrimonios se convertían así en una manera de transformar la familia. La mujer, al hacer un buen matrimonio sacaba a sus padres de apuros económicos. A través de una adecuada política matrimonial las familias poseedoras de mayorazgos o títulos y nobiliarios procuraban acrecentar su patrimonio, al casarse con hijas de familias socialmente inferiores, pero económicamente pudientes como comerciantes o mineros. Si además enviudaba joven se encontraba con una buena fortuna y lista para un mejor matrimonio. Sólo contadas familias entre las más distinguidas, de acreditado y limpio origen hispano, pusieron especial empeño en conservar su abolengo mediante enlaces ventajosos dentro de su propio nivel, mientras que los españoles pobres, que eran casi todos, se mezclaron sin prejuicios con miembros de las castas. Tan irrelevantes eran estas mezclas que ni siquiera se consignaban en los libros de matrimonios, en los que sólo excepcionalmente se encuentran referencias a la calidad de los contrayentes antes el último tercio del siglo XVIII. Incluso en los expedientes previos al matrimonio, tramitados en la vicaría eclesiástica, son mucho más completas las referencias a enlaces de parejas de las clases altas de la sociedad. Los linajes de la primera época colonial supieron adaptarse a los cambios suscitados tras la crisis de la encomienda. Su tradicional desprecio hacia los comerciantes y mineros -quizá por su origen oscuro- cedió ante la fortuna con la que contaban y, a partir del siglo XVII, buscó claramente la alianza con este grupo social. Los capitales de los nuevos grupos dio aliento a los viejos linajes, de modo que las familias pudieron diversificar sus inversiones y la proyección de sus miembros. En el siglo XVIII era ya común que una familia nobiliaria tuviera un latifundio e invirtiera en el comercio y la explotación de minas. Estos negocios estaban destinados a sus hijos o yernos. Gráfico En el caso de los comerciantes ya asentados en las grandes ciudades se observa un comportamiento similar, aunque en sentido inverso. En un primer momento, los matrimonios tienen lugar entre los de su propia clase. De hecho, la mayor parte de las esposas de éstos eran a su vez hijas de comerciantes y casi todos sus padres se dedicaban al comercio. Resulta curioso observar que muy pocas mujeres casadas con comerciantes procedían del estamento militar y prácticamente ninguna tenía padres propietarios de tierras. Las mujeres eran en su mayoría criollas de nacimiento, relacionadas con familias establecidas, con raíces locales, mientras que los esposos generalmente eran de fuera. El matrimonio era el vehículo por el cual el hombre venido de España consolidaba su posición en la sociedad. Este patrón matrimonial que unía a mujeres criollas con hombres españoles se repitió durante varias generaciones en el período colonial. Hay muchos ejemplos de hijas de comerciantes o encomenderos que se casaban con españoles, lo mismo que sus madres. Generalmente eran jóvenes que contaban con pocos medios al llegar a las tierras americanas. Comenzaban a trabajar en el comercio y después de unos diez años se casaban en la nueva tierra, eligiendo a su esposa entre las mujeres de las familias ya establecidas. La línea de comportamiento entre los comerciantes era casar a sus hijas con hombres jóvenes, que se estaban abriendo camino en el mundo mercantil porque suponía la continuación del negocio familiar, la introducción de nuevas energías y capital y una vida adecuada para su hija. Los comerciantes tendían a casarse con mujeres jóvenes que pudieran proporcionarles las conexiones sociales y profesionales necesarias. Sólo los más ricos, o los hijos de comerciantes establecidos, se casaban con mujeres criollas de otros grupos sociales o de otras provincias geográficas. Estos hombres más seguros en su posición económica y social tendían a casar a sus hijas con militares, burócratas o profesionales. Aunque las familias no mercantiles no brindaban el apoyo económico de las familias comerciantes, casarse con la hija de un militar importante o de un hombre de gobierno podía fortalecer la posición social de un joven comerciante. La continuidad de las empresas familiares y comerciales en la comunidad mercantil se conseguía más a través del matrimonio de las hijas que de los hijos que seguían la misma carrera de sus padres. Normalmente era el yerno y no el hijo, quien generalmente heredaba la posición económica del comerciante, sus relaciones y sus actividades comerciales, porque aunque los aspectos materiales del patrimonio tenían que dividirse en el momento de la muerte, podían mantenerse las relaciones sociales y comerciales. Gran parte de la continuidad comercial entre las generaciones se mantuvo a través de la línea femenina de las familias mercantiles. Así se establecieron los grandes clanes mercantiles en las principales ciudades portuarias como Buenos Aires o Acapulco. Todas estas familias nobles o comerciantes enriquecidos siempre buscaron concertar ventajosos enlaces con los que asegurar el futuro familiar y el acrecentamiento de la fortuna. El segundo objetivo era ocupar un puesto en el cabildo municipal, en los patronatos de las instituciones religiosas y de las obras pías de la ciudad.
contexto
Cuando el rey optó por llamar de nuevo a los conservadores al poder, en enero de 1884, Cánovas quiso dejar la presidencia del Consejo de ministros a Romero Robledo; en aquellos momentos le interesaba más la historia que la política. Pero ni el partido -es decir, sus notables- ni, sobre todo, Alfonso XII aceptaron la jubilación anticipada del hombre clave de la Restauración. En el gobierno conservador que se formó en aquella ocasión figuraba nuevamente Romero Robledo como ministro de Gobernación. Pero el hecho más significativo era la presencia en el mismo de Alejandro Pidal y Mon, el hombre más representativo de la Unión Católica, como ministro de Fomento, no se sabe si por iniciativa del rey mismo o de Cánovas. Pidal era un destacado neocatólico, nombre que durante el reinado de Isabel II se dio a un grupo de políticos e intelectuales caracterizados por la defensa de las tesis católicas más extremas, tal como fueron expuestas en el Syllabus. Al producirse la revolución del 68, la mayoría de sus componentes, encabezados por Cándido Nocedal, ingresaron en las filas del carlismo. Pidal, que nunca dio ese paso, se significó, no obstante, por la oposición rotunda que presentó a Cánovas en la discusión constitucional de 1876, en defensa de la unidad católica. Sin embargo, ya en 1880, en una ocasión solemne, Pidal había manifestado públicamente su aceptación de la legalidad vigente, haciendo un sonado llamamiento a las "honradas masas que, arrojadas al campo por los excesos de la revolución", formaron el partido carlista para que se agruparan en defensa de los intereses conservadores. Con este fin, Pidal fundó en 1881 La Unión Católica. La tendencia que Pidal y la citada asociación representaban, respondía a las nuevas orientaciones que emanaban del Vaticano donde, en 1878, León XIII había sustituido a Pío IX. En lugar de la anterior intransigencia frente al Estado liberal, el nuevo pontífice promovió en toda Europa la aceptación de las instituciones vigentes y la unión de los católicos -o ralliement, como fue llamada en Francia- para participar en la vida política, en defensa de los intereses de la Iglesia. El Papa aconsejaba explícitamente a los neocatólicos españoles "someterse respetuosamente a los poderes constituidos (...) para trabajar unidos (...) por la reforma de la legislación en sentido católico". Durante su estancia en España, entre 1883 y 1887, el nuncio Rampolla -tan profundamente identificado con el pontífice que ocupó la secretaría de Estado vaticana tras su marcha de España- impulsó decididamente esta política católica. La jerarquía eclesiástica española se dividió ante las nuevas orientaciones: algunos obispos continuaron condenando el liberalismo -en teoría y en la práctica-, pero otros, los obispos más importantes e influyentes, se desmarcaron abiertamente de un carlismo cada vez más marginal, que había optado por el retraimiento, y optaron por la colaboración con el sistema. La incorporación de Pidal al gobierno conservador significaba, por tanto, en aquellos momentos, el fin de la identificación entre católicos y carlistas existente desde 1868. Pero no sólo eso: también supuso un importante cambio en el partido conservador que, a partir de entonces, contó con una importante nómina de católicos oficiales en sus filas. Habitualmente se ha considerado que el intento de Pidal fue un fracaso, a largo plazo, ya que en lugar de atraer a las honradas masas carlistas al sistema de la Restauración, sólo integró en el mismo a unos contados aunque influyentes personajes, como Marcelino Menéndez Pelayo. Este juicio negativo, sin embargo, podría ser matizado si en lugar del número de los allegados nos atenemos al contenido de la política conservadora y a la efectiva defensa que realizó de los intereses católicos, en lo relativo a temas como la enseñanza o las órdenes religiosas. En el fondo, este juicio está pendiente de una evaluación, no llevada a cabo todavía, de la obra de gobierno conservadora en la Restauración. A corto plazo, sin embargo, la alianza con los católicos convirtió la situación conservadora en un campo de minas. A Cánovas y su ministro de Fomento le saltaba una a cada paso que daban, y en distintas direcciones: con motivo de cualquier referencia a la mera existencia del reino de Italia -que encrespaba a un Vaticano que todavía no llegaba tan lejos-; al inaugurar el curso universitario en la universidad Central -donde un catedrático masón, Miguel Morayta, entonaba himnos a la libertad, considerados estridentes y provocativos- o con motivo de las pastorales de los obispos intransigentes que originaban conflictos con el Estado. Las dificultades más importantes, sin embargo, le vinieron al gobierno a causa de la política de Romero Robledo en el ministerio de la Gobernación. En las elecciones a diputados de 1884 extremó éste tanto su tendencia al amiguismo y la arbitrariedad que, según Fabié, el mismo Cánovas se vio obligado a intervenir; en las elecciones provinciales siguió el mismo comportamiento, y creó tantos agravios que, un incidente en el Ayuntamiento de Madrid, dio pie a la unión de las oposiciones liberales y republicanas en las elecciones municipales de mayo de 1885. El gobierno fue derrotado en Madrid y en otras 27 capitales de provincia. Las críticas internas arreciaron y Romero dimitió de su cargo. Era el primer paso de un alejamiento de Cánovas que habría de consumarse al ocurrir el gran acontecimiento de aquel año: la muerte del rey, seguida por el abandono del poder por parte de los conservadores y su sustitución por los liberales. La muerte de Alfonso XII en noviembre de 1885 produjo una importante conmoción política en el país. Lo monarquía había sido restaurada hacía sólo once años, y aunque las oposiciones eran débiles y la situación creada estaba perfectamente prevista en la Constitución -la esposa del rey difunto, María Cristina de Habsburgo Lorena, debía hacerse cargo de la regencia durante la minoría de edad del futuro rey o reina (que no se sabía por estar la reina embarazada al morir su esposo)-, la misma gravedad del trance y la debilidad en que parecía quedaba la máxima institución del Estado -en manos de una mujer joven, extranjera, con escaso tiempo de permanencia en España, poco popular y con fama de escasamente inteligente- habían hecho que cundiera la alarma. "La muerte del rey -escribía Menéndez Pelayo a Juan Valera, ministro de España en Washington, por aquellas fechas- ha producido aquí un singular estupor e incertidumbre. Nadie puede adivinar lo que acontecerá". En aquellas circunstancias, Cánovas decidió dimitir y aconsejar a la regente que encargara del gobierno a los liberales. "Nació en mí el convencimiento -diría Canovas en Congreso, meses más tarde- de que era preciso que la lucha ardiente en que nos encontrábamos a la sazón los partidos monárquicos (..) cesara de todos modos y cesara por bastante tiempo. Pensé que era indispensable una tregua y que todos los monárquicos nos reuniéramos alrededor de la Monarquía (...) y una vez pensado esto (...) ¿qué me tocaba a mí hacer?, ¿es que después de llevar entonces cerca de dos años en el gobierno y de haber gobernado la mayor parte del reinado de Alfonso XII, me tocaba a mí dirigir la voz a los partidos y decirles: porque el país se encuentra en esta crisis no me combatáis más; hagamos la paz alrededor del trono; dejadme que me pueda defender y sostener? Eso hubiera sido absurdo y, además de poco generoso y honrado, hubiera sido ridículo. Pues que yo me levantaba a proponer la concordia y a pedir la tregua, no había otra manera de hacer creer en mi sinceridad sino apartarme yo mismo del poder". Cánovas hizo saber a Sagasta su decisión -que éste aceptó- en una reunión que, por mediación del general Martínez Campos, mantuvieron en la sede de la presidencia del Consejo, y que ha recibido el nombre de Pacto de El Pardo. Este entendimiento, como indica Raymond Carr -oponiéndose a la interpretación que le dieron los críticos de la Restauración- "no puede presentarse como la partida de nacimiento del constitucionalismo bastardeado". El turno de los partidos se había iniciado cuatro años antes, y el acuerdo de 1885 no entrañaba nada contrario a la pureza del régimen parlamentario; era, por el contrario, una muestra extraordinaria de sabiduría política y de altruismo -al colocar los intereses generales por encima de los particulares- por parte de Cánovas.
Personaje Pintor
Ya en el final del Barroco Español se destaca la figura de Luis Paret y Alcázar, que trabajó en la tradición dieciochesca. Realizó cuadros de brillante colorido y animadas escenas galantes, muy influidas por el último Barroco Francés. Uno de sus cuadros más conocidos es Carlos III almorzando con su corte, expuesto en el Museo del Prado de Madrid.Estuvo en Italia de 1763 a 1766. En sus pinturas se aprecian las influencias del rococó francés e italiano por un lado, y por otro las de la escuela española del Siglo de Oro.Sus abundantes pinturas sobre personajes y acontecimientos de la época le ganaron el título extraoficial de "cronista espiritual de la corte". Llevó a cabo una serie de "parejas reales", que también se encuentran en el Museo del Prado.
fuente
Postiza emplazada en el costado del barco que, sin aumentar su manga, permitía una boga más eficaz.
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