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Será en 1856 cuando J. Lubbock introduzca el término Neolítico, haciendo referencia a un cambio tecnológico. La aparición de útiles de piedra pulimentada -etimológicamente neos-lithos, nueva piedra- supondrá una evolución respecto a la piedra tallada del Paleolítico. La llegada del Neolítico también traerá consigo una serie de innovaciones como el mayor desarrollo de los poblados, la transformación de la economía de subsistencia por la puesta en marcha de prácticas agrícolas y ganaderas, innovaciones en las actividades artesanales -especialmente la cerámica-, o el desarrollo de los intercambios. Tradicionalmente se considera que es en Oriente Próximo donde se producen las primeras transformaciones hacia el VIII milenio. Posteriormente esos cambios se manifiestan en Europa, bien por influencia de Oriente o por un desarrollo propio. El siguiente estadio de la evolución serán los procesos de estatalización que se viven en Mesopotamia y Egipto.
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La peste negra llegó a Europa desde el exterior. En concreto desde el Continente asiático. Nuestros conocimientos apuntan hacia el territorio chino de Yunnan como foco endémico de la enfermedad. Allí contrajeron el mal, según todos los indicios, los mongoles, propagándolo posteriormente hacia las mesetas de Asia Central, previsiblemente hacia los años 1338-1339. El lugar en donde se produjo el contagio con los europeos fue la ciudad de Caffa, colonia genovesa situada en la península de Crimea. Todo sucedió con motivo del ataque efectuado por los mongoles contra la mencionada ciudad. Entre los asaltantes había soldados enfermos, causantes de la transmisión del mal a los genoveses instalados en Caffa. Después, la epidemia se difundió hacia el Occidente, por medio de los marinos genoveses enfermos que viajaron a través del Mediterráneo. Uno de los primeros territorios afectados por la peste fue la isla de Sicilia. Allí, según el testimonio del cronista Michel de Piazza, "a comienzos del mes de octubre del año de la Encarnación del Señor de 1347, llegaron al puerto de la ciudad de Mesina doce galeras (genovesas). Los genoveses transportaban consigo, impregnada en los huesos, una enfermedad de tal naturaleza que todo el que hubiera hablado con alguno de ellos habría sido alcanzado por el mal. La enfermedad provocaba una muerte inmediata, absolutamente imposible de evitar". Los siguientes hitos alcanzados por la peste negra fueron las islas de Cerdeña y Córcega. En la primera mitad del año 1348 el mal estaba presente en casi toda Italia, una gran parte de Francia y los territorios de la Corona de Aragón. Entre julio y diciembre de 1348 la epidemia se propagó al noroeste de Francia , zonas meridionales del Imperio germánico, sur de Inglaterra, Corona de Castilla y Reino de Portugal. En 1349 seguía el viaje macabro de la enfermedad hacia el norte de Europa, extendiéndose por las zonas germánicas e inglesas, que hasta entonces habían permanecido ajenas a la misma. Paralelamente, la peste hacía acto de presencia en el mundo escandinavo. Los últimos territorios europeos alcanzados por la epidemia fueron Suecia y Rusia, lo que sucedió en el año 1350. Pero sus efectos aún continuaban en el sur de Europa, pues en ese mismo año moría en el cerco de Gibraltar, víctima de la peste negra, el rey de Castilla Alfonso XI. "Et fue la voluntad de Dios que el Rey adolesció, et ovo una landre", leemos en la crónica que relata la vida del mencionado monarca. La peste se presentaba bajo diferentes formas. La más conocida, a tenor tanto de los testimonios literarios como de los iconográficos, es la bubónica, llamada así porque en el enfermo aparecía un bubón (ganglio linfático abultado) en la ingle, la axila o el cuello. Así se expresaba Bocaccio en su "Decamerón": "al empezar la enfermedad les salían a las hembras y a los varones en las ingles y en los sobacos unas hinchazones que alcanzaban el tamaño de una manzana o de un huevo. La gente común llamaba a estos bultos bubas. Y en poco tiempo estas mortíferas inflamaciones cubrían todas las partes del cuerpo". La variedad pulmonar, que afectaba al aparato respiratorio, era menos espectacular en sus manifestaciones externas. La variedad septicémica, sin duda la más grave para el enfermo, se acompañaba de hemorragias cutáneas con placas de color negro azulado, lo que explica la denominación de negra que se da con carácter general a la epidemia (peste negra o muerte negra). En cuanto a los síntomas de los afectados por el morbo nos consta que después de una etapa de incubación aparecían fiebre alta, nauseas, sed y una extrema fatiga. Conviene no olvidar, por otra parte, que la peste, cuyo agente patógeno era la bacteria "Pasteurella pestis", era básicamente una enfermedad de los roedores, que se transmitía a los seres humanos, mediante su inoculación en el sistema linfático, por intermedio de un parásito, la pulga de la rata. Las especiales condiciones de temperatura y de humedad que requiere para vivir el parásito citado explican que la peste, al menos en sus variedades bubónica y septicémica, irrumpiera en los meses cálidos y, por lo general, después de haber tenido lugar importantes precipitaciones. En cualquier caso es evidente que las condiciones en que vivían los seres humanos en la Europa del siglo XIV, particularmente en los núcleos urbanos, en donde abundaban las ratas, y la elevada promiscuidad era moneda corriente, facilitaban el contagio de la enfermedad. No obstante, los europeos de mediados del siglo XIV, aunque ignorantes lógicamente de la interpretación científica del mal que padecían, buscaron una explicación de la epidemia, sacando a colación los más variopintos argumentos. Podía simplemente buscarse un chivo expiatorio, al que culpar de las desgracias padecidas. ¿Por que no acusar a los leprosos o mejor aún a los judíos, al fin y al cabo un grupo marginado de la sociedad, tachado de numerosas lacras y sobre el que pesaban gravísimas acusaciones históricas, como la de haber dado muerte a Cristo? De acuerdo con esa explicación ellos habrían envenenado las aguas y corrompido el aire. De todas formas ese punto de vista, aunque fácilmente asumido por las capas populares, debido a su notorio carácter demagógico, fue rechazado por las autoridades de la época. En su lugar se ofrecieron otras posibles explicaciones del origen del morbo. Una de ellas tenía un sustrato ético: la peste negra era simplemente un castigo enviado por la divinidad como respuesta a los pecados cometidos por los humanos. Pero también se barajó otra hipótesis, de carácter astrológico: la epidemia quizá era una consecuencia de una fatal confluencia de los astros. Oigamos a los testigos. Bocaccio dudaba entre las dos últimas hipótesis. La peste negra se difundió, nos dice el escritor italiano, "fuera por la influencia de los cuerpos celestes o porque nuestras iniquidades nos acarreaban la justa ira de Dios para enmienda nuestra". Un texto muy diferente del anterior, proveniente de la Corte pontificia de Aviñón, las "Vitae Paparum Avinonensium", apuntaba en la misma dirección, pues, tras rechazar la culpabilidad de los judíos, también mantenía sus dudas entre la explicación astrológica y la de carácter ético: "Corrió el rumor de que algunos criminales, y en particular los judíos, echaban en los ríos y en las fuentes veneno. En realidad la peste provenía de las constelaciones o de la venganza divina". Los universitarios de la época, por su parte, ponían el acento en la idea de que la epidemia había tenido su génesis en una determinada conjunción planetaria. Así, por ejemplo, el cirujano Guy de Chauliac, una persona de gran prestigio en su época, afirmaba que la causa del morbo se encontraba en la coincidencia de los planetas Saturno, Júpiter y Marte en un determinado día del año 1345. Era la interpretación académica, lo que explica que fuera, a la postre, la que gozara de mayor predicamento.
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Tal y como predijo Darwin la cuna de la Humanidad se encuentra en África. Allí, hace unos 5 millones de años, aparecieron los primeros homínidos y allí continuaron su evolución durante casi 4 millones de años más. Sin embargo, alcanzado cierto grado de transformación, en el que la capacidad instrumental y los modos de comportamiento tuvieron que ser decisivos, un antiguo representante de nuestro género salió de África y pobló Asia y Europa. Esta migración, cuyos detalles son todavía objeto de fuertes debates, significó el comienzo de la expansión humana sobre el planeta, proceso que culminó mucho más tarde con el hombre anatómicamente moderno. El papel desempeñado por la Península Ibérica en todo este proceso es periódicamente objeto de atención preferente por parte de los especialistas, ya que no debe olvidarse que si Europa fue colonizada desde África, tuvo que serlo necesariamente a través de Gibraltar. Comprender toda esta dinámica es el único camino para entender la discusión que se plantea sobre los más antiguos restos humanos de la Península.
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El problema del origen y la cronología está en estrecha relación con las relaciones y contactos que este arte pueda haber mantenido con otros círculos artísticos o manifestaciones plásticas más o menos aisladas o simplemente con las relaciones que se han querido ver. Como ya se ha apuntado, en los primeros momentos de la investigación se puso en relación con el Arte Paleolítico francocantábrico. Buena prueba de estas tesis son las palabras del abate Breuil recogidas por A. Beltrán: "Las pinturas del Levante español no tienen relación directa o, si se quiere, demasiado directa, con las pinturas francocantábricas, salvo que en las pinturas del Levante español la concepción general del diseño es en buena parte mucho más magdaleniense que perigordiense. Parece, pues, como si en el arte levantino la fuente estuviese en el arte perigordiense francocantábrico, pero más evolucionado e influido progresivamente por el arte magdaleniense o solutreomagdaleniense de la región original". Abandonadas estas tesis a mediados del siglo XX ante la dificultad de conectar ambos círculos geográfica y cronológicamente, se buscaron paralelos con el Arte Paleolítico de la propia área mediterránea, sin explicar muy bien la existencia del hiatus cronológico existente entre estas dos manifestaciones. Así, A. Beltrán encuentra difícil que el arte levantino pueda surgir sin ninguna relación con el arte paleolítico y añade que "no es imposible admitir la perduración de tradiciones paleolíticas, máxime si se tiene en cuenta que el Parpalló y las cuevas paleolíticas de la provincia mediterránea de Graziosi vienen a aportar un elemento geográfico. Si la continuidad se corta, como quiera que las semejanzas en convencionalismos y tipos animales son evidentes, habría que admitir una dificilísima reaparición tardía de elementos paleolíticos sin saber por qué causas. Esto no excluye una fuerte dosis de originalidad y de autoctonía para el Arte levantino, especialmente en lo que se refiere al movimiento y a La figura humana". Por el contrario, F. Jordá piensa que este arte se inserta dentro de la corriente artística mediterránea que se desarrolla a partir del Calcolítico (III milenio a. de C.), dentro de la cual se explica también el desarrollo del Arte esquemático. Una de las características más destacables de esta corriente artística sería el antropocentrismo plasmado a través del protagonismo que cobra la figura humana.También son numerosas las referencias hechas sobre las semejanzas entre Arte levantino y algunos círculos artísticos africanos desde Rhodesia y Tanganica al Tassili, aunque las coincidencias observadas han resultado de difícil valoración, sobre todo si se tiene en cuenta la enorme diferencia cultural que existe entre los grupos postpaleolíticos africanos e hispanos, a lo que se suman los problemas cronológicos que plantean tanto las manifestaciones africanas como las propias levantinas y, por tanto, la imposibilidad de comprobar su sincronía o diacronía. Más realistas son los planteamientos de quienes han buscado en el arte mueble de la zona, más o menos sincrónico a los frisos pintados, los apoyos cronológicos y los propios orígenes. Dentro de estos postulados se pueden encuadrar las tesis de J. Fortea y M. Hernández. El primero de ellos ha relacionado las industrias y obras de arte mueble próximas a los abrigos pintados y avaladas por una estratigrafía fiable, con las manifestaciones pictóricas, cuya antigüedad relativa ha sido fijada mediante el estudio de las superposiciones de trazos. Así ha observado que algunos signos geométricos de las cuevas de La Araña, Cantos de la Visera, La Sarga y Labarta se encuentran por debajo de representaciones naturalistas animales de gran tamaño por lo que serían más antiguas que ellas, observación coincidente con la hecha por A. Beltrán. Además piensa que los mencionados signos geométricos pueden estar relacionados con los grabados rectilíneos formando tramas, haces o simples bandas complejas que fueron grabados sobre plaquetas de piedra localizadas en la cueva de La Cocina, en el barranco de Dos Aguas (Valencia), próxima a algunos abrigos con pinturas levantinas. Este horizonte lineal-geométrico puede ser fechado por la posición estratigráfica de las plaquetas de La Cocina en torno a fines del VI milenio y primera mitad del V milenio a. de C.M. Hernández, por su parte, a partir del descubrimiento en tierras alicantinas de una serie de representaciones de gran tamaño, algunas de ellas infrapuestas a pinturas levantinas, piensa que existe un horizonte de Arte macroesquemático, en parte relacionable con el lineal-geométrico de Fortea, que constituye el primer momento del ciclo levantino. Sus paralelos mobiliares se encuentran en la ornamentación de algunos recipientes cerámicos decorados con la técnica de impresión cardial y de gradina que pertenecen al Neolítico antiguo de la zona, fechado en el V milenio a. de C. En este caso los paralelos estilísticos de algunas representaciones humanas y animales son todavía mucho más estrechos que los existentes entre el lineal-geométrico de las plaquetas grabadas y los signos pintados, por lo que la hipótesis adquiere una gran fuerza. El problema planteado por estas dos teorías estriba en la escasez de piezas mobiliares decoradas y, sobre todo, en su reducida repartición geográfica. Este hecho obligaría a pensar que, en una primera fase de formación, el Arte levantino tiene una doble manifestación mueble y parietal y se desarrolla en un área muy reducida para, posteriormente, alcanzar una amplia extensión geográfica. En esta segunda etapa sus frisos pintados en las paredes rocosas no tendrían ya parangón en manifestaciones mobiliares, pues no existe ningún paralelo para los grandes conjuntos expresionistas dotados de movimiento en piezas arqueológicas procedentes de niveles estratigráficos.
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Diego Rodríguez de Silva Velázquez, hijo de Juan Rodríguez de Silva y de Jerónima Velázquez, fue bautizado el 6 de junio de 1599 en la parroquia de San Pedro de Sevilla, ciudad en la que había nacido pocos días antes. Aunque sus padres eran sevillanos de modesto origen, por vía paterna sus raíces se hundían en turbios linajes portugueses, vergonzantes para las futuras aspiraciones nobiliarias. Fue el primogénito de una familia de siete hermanos de economía modesta que tuvo que sobrevivir en una Sevilla en declive, azotada por entonces con pestes, hambres e inundaciones, que incidieron en la maltrecha economía tras la expulsión de los moriscos. Con unos once años, Diego Velázquez -pues habitualmente utilizó el apellido materno- fue puesto a aprender el oficio de pintor, primero con Francisco Herrera y luego, desde diciembre de 1610, en el taller de Francisco Pacheco. Como todas las relaciones contractuales del momento, el aprendizaje del oficio iba unido a otros trabajos de pura servidumbre doméstica: el aprendiz se integraba en la familia del maestro y recibía enseñanza, comida y vestido. Frente al mal genio de Herrera -su propio hijo, pintor, huyó del hogar paterno-, Pacheco era hombre más reflexivo y heredero espiritual de las tradiciones humanistas de las academias sevillanas del Renacimiento, además de pintor influyente por sus relaciones con el Santo Oficio. En los cinco años que duró el aprendizaje, cuyo contrato fue suscrito el 27 de septiembre de 1611, con efecto retroactivo desde diciembre del año anterior, el ambiente del taller de Pacheco, práctico y a la vez preocupado por los ideales iconográficos de la Contrarreforma, fue proporcionando al joven Velázquez buena formación técnica y amplia información teórica, imprescindibles para superar con su genio innato los modestos resultados pictóricos de su maestro. Esta formación se basó, según narra el propio Pacheco en el "Arte de la Pintura", en el estudio del natural, es decir, en la copia o interpretación de modelos humanos (figuras, retratos) y objetos inertes (bodegones) que son los dos aspectos más sobresalientes de la primera producción independiente de Velázquez, en la que el fuerte aire naturalista y cotidiano, de recetas compositivas muy simples, se presenta con una técnica individualizada, muy moderna para la Sevilla del momento. Poco más de quince meses habían transcurrido desde que finalizara el contrato con Pacheco, cuando la madurez en el oficio de pintor fue sancionada con un examen gremial el 14 de marzo de 1617, autorizándosele desde entonces a Velázquez el ejercicio público del mismo, la apertura de taller y la admisión de aprendices. El gremio velaba oportunamente por la calidad, que no residía tanto en el genio, como en el cumplimiento de las reglas. Así que por los mismos años intentaba impedir que Zurbarán ejerciera el oficio en Sevilla, pues no había sido examinado. El afianzamiento profesional fue la puerta abierta a otros sucesos relevantes, en especial la formación de su futura familia mediante el matrimonio con Juana de Miranda Pacheco, hija mayor de su maestro, que tuvo lugar el 23 de abril de 1618. La familia fue creciendo con el nacimiento de sus hijas Francisca (1619) e Ignacia (1621), sin contar con los aprendices del nuevo maestro, con Diego de Melgas, admitido en 1620, o el aldeanillo que hacía de modelo en las composiciones de Velázquez y cuya imagen surge con frecuencia en las obras sevillanas.
Personaje Religioso
Recibió educación cristiana y parece ser que estudió bajo los consejos de Clemente de Alejandría. Cuenta la tradición que durante casi treinta años se dedicó a la enseñanza en su ciudad natal. De él afirma el historiador Eusebio de Cesarea que llegó a castrarse para evitar la tentación. A lo largo de su vida escribió numerosos tratados dogmáticos y otras obras críticas. En Palestina fue invitado por los obispos, a pesar de su condición de seglar, para que hablara en las iglesias sobre las Escrituras. A comienzos de los años treinta del siglo III le ordenaron presbítero, pero Demetrio de Alejandría no se mostró de acuerdo con este nombramiento. Para resolver la cuestión se celebraron dos sínodos en Alejandría. En el primero se le prohibió enseñar y en el segundo se le despojó del sacerdocio. Orígenes se estableció en Cesarea y abrió un escuela donde se impartían clases de literatura, filosofía y teología. En el año 250 se iniciaron las persecuciones de Decio y Orígenes fue encarcelado y torturado. Muy afectado y débil, falleció hacia el año 253. Este teólogo pasó a la historia como uno de los mejores conocedores de la Biblia y del Antiguo Testamento de la Iglesia primitiva. Escribió cartas, tratados de teología dogmática y práctica, apologías, exégesis y críticas de textos. Se opuso a los planteamientos de Celso, uno de los más importantes pensadores platónicos de Alejandría, en su escrito "Contra Celso". Su obra más importante es "Hexapla". A Orígenes se le atribuye la invención del método alegórico de la interpretación de las escrituras. Predicó el principio del triple sentido que divide a la persona en cuerpo, espíritu y alma. En materia de filosofía se inclinaba por el platonismo, por lo que trató de fusionar la filosofía griega y cristiana. Fue el fundador de la escuela catequista y de la escuela teológica superior, conocida como el Didaskaleion, y cuya actividad tuvo lugar hasta el siglo IV.
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Las primeras manifestaciones del neolítico chino son todavía un interrogante. Los inicios de la agricultura y los cambios culturales se sitúan actualmente al principio del Holoceno. Las diferencias climáticas y ambientales de este vasto territorio hacen que China no pueda ser considerada como una unidad. Encontramos dos tradiciones líticas diferenciadas que nacen en el Paleolítico Medio y se acentúan en el Paleolítico Superior. Mientras que en la zona norte de China se producen las primeras manifestaciones alrededor del 26.000 a. C. y en el 10.000 nos encontramos con yacimientos mesolíticos que darán lugar al Microlítico, en la China del sur se aprecia una menos influencia de la tradición microlítica. El desarrollo de sociedades humanas y de diferentes modelos económicos viene determinado por la existencia de tres grandes zonas ecológicas. Se trata del valle del río Amarillo, de China del sur y de los bosques de las estepas del norte de China. La principal división climática y cultural es aquella que opone China del Norte, centrada en los valles del río Amarillo y caracterizada por el cultivo del mijo, y China del Sur, centrada sobre el valle del Yangzi y globalmente caracterizada por el cultivo del arroz. Los estudios han demostrado que el paisaje chino del principio del Holoceno era diferente del actual, siendo el clima más caliente en su conjunto, y en el sur más húmedo. Las llanuras orientales del norte de China estarían sumergidas al igual que los grandes lagos del sur y la región costera de la actual desembocadura del Yangzi.
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En las obras artísticas de la España cristiana, al igual que en algunas de carácter pagano, se observa un fenómeno reiterado que diferencia las piezas de las distintas manifestaciones: junto a las importaciones de buena calidad, traídas directamente de Roma, se registran objetos de factura local, que dependen en sus técnicas y motivos del mundo oriental o del africano. Resulta así que el arte de mejor calidad y más cercano no deja influencia en la producción propia, mientras que se mantiene un intercambio fluido de ideas y experiencias con el otro extremo del Mediterráneo. Algo similar se observa durante toda la época romana, y esto se intensifica tanto desde el siglo IV, que se hace frecuente la referencia al arte peninsular como bizantino, mucho más que latino. Puede servir de ejemplo a esta apreciación el análisis de las tres figuras del Buen Pastor que conocemos hasta el momento. La más completa y mejor conservada está en la Casa de Pilatos, el palacio sevillano de los duques de Medinaceli, y puede proceder de la región andaluza, aunque hay en la misma colección piezas venidas de Italia en la Edad Moderna; su material es mármol italiano y sus paralelos están en Roma, donde debió de ser fabricada. Otras dos esculturas del mismo tema se encontraron en Gádor (Almería) y están en el museo de su provincia; responden a modelos orientales, inusuales en Italia, y están ejecutadas en mármol local y por un taller de escaso nivel artístico. Estas mismas raíces orientales de la producción local se observan en los sarcófagos decorados, tanto paganos como cristianos, en los mosaicos o en la cerámica doméstica. Parece que las costas españolas, especialmente las de la Andalucía mediterránea, estuvieron siempre abiertas a los navegantes orientales; en ellas desembarcaron los doce varones apostólicos que originaron la iglesia de Guadix y la cristianización de la Bética, y por allí debieron confluir también textos apócrifos de los evangelios y de historias de santos, poco difundidos en Occidente, y que tienen en España, precisamente, sus mejores ilustraciones artísticas.
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Según José María Jover, a quien sigo en estas líneas, en los inicios de la organización del obrerismo en España es conveniente distinguir entre las actitudes que brotan espontáneas del naciente proletariado español y el influjo de teorías y doctrinas extrapeninsulares. Hay que partir de la base, ya apuntada, de la exigüidad del proletariado industrial y el hecho de que las manifestaciones de disconformidad social serán siempre minoritarias en la España del siglo XIX. En lo que se refiere a los influjos exteriores, fueron más propios de los años posteriores a 1868. En el período del reinado de Isabel II, la primera importación de doctrinas socialistas corresponde al socialismo utópico de Fourier y Cabet que va a penetrar en España por dos puertos: Cádiz y Barcelona. Desde Andalucía el fourierismo llegará a Madrid, donde encontrará incansable apóstol en la persona de Fernando Garrido. Lo más característico de los años que transcurren entre 1833 y 1868 son las actitudes espontáneas: a) Tendencia, heredada de los gremios, a la organización social en el seno de cada localidad o comarca a lo sumo. La asociación se inicia tempranamente en Cataluña, en una cierta relación de continuidad con los antiguos gremios. En 1840 la Asociación Mutua de Obreros de la Industria Algodonera, con un carácter mutualista y benéfico, respalda a una no tolerada Sociedad de Jornaleros. Los objetivos de estos obreros barceloneses, además del mutualismo, son obtener de las autoridades el reconocimiento del derecho de asociación y de los patronos, una mejora de salarios. Los conflictos sociales que protagonizan los obreros barceloneses tuvieron un carácter semejante al movimiento ludista inglés, que entrañaba una oposición a la mecanización. El primer episodio de destrucción de máquinas en la ciudad ocurrió en 1824, aunque ya había habido otro en Alcoy tres años antes. En 1835 los obreros prendieron fuego, al parecer, a la fábrica de Bonaplata, totalmente mecanizada. La primera huelga general de la historia de España (verano de 1854) pretendía impedir la introducción de nuevos telares mecánicos. b) Simpatía por los partidos políticos que, en parte, les apoyan en sus pretensiones (Progresista, Demócrata y Republicanos) y que, a su vez, se benefician de la fuerza de choque que aporta un sector de las clases trabajadoras en las ciudades. Como consecuencia de esta simbiosis, la Revolución de Septiembre, en la que participan, reconocerá el derecho de reunión y asociación, con la limitación de practicarlo con independencia de todo país extranjero. c) En lo que se refiere al proletariado agrícola es habitual el recurso al motín a través del cual se manifiestan esporádicamente grupos aislados de los jornaleros del sur, o en escasísimas ocasiones, algunos sectores urbanos o rurales de Castilla (como en el caso del Motín del Pon de 1856 en Valladolid y Medina de Rioseco). Entre los años 1965 y 1985 fueron bastantes las monografías que se centraron en los orígenes del movimiento obrero urbano. Era una tarea necesaria que, además, respondía a un interés historiográfico, no sólo español. Sin embargo, la concentración de investigaciones en este campo de la historia social en gran medida dejó fuera del objeto de trabajo las clases bajas urbanas del siglo XIX, en su mayoría ajenas al sindicalismo que entonces surgía en muy pocas ciudades. Asimismo, salvo en las esporádicas y dispersas situaciones conflictivas, el grueso de la sociedad española -las clases bajas del mundo rural- permaneció en un olvido del que apenas se ha salido. El resultado es que está por hacer en buena parte el estudio de las condiciones y modo de vida de la clase trabajadora española en los cien años que van desde los gremios (década de 1810) a los sindicatos (década de 1910).
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En la Roma de Augusto estalló una polémica entre defensores y detractores del ius imaginum en su forma tradicional. M. Valerio Mesala Corvino, que como otros miembros de su familia militaba en las filas de los primeros, protestó airadamente cuando unos Valerios inferiores trataron de encaramarse a su árbol genealógico. Plebs non habet gentes clamaban estos defensores de los usos antiguos. De un Mesala es probablemente la formulación de esta queja: Aliter apud maiores in atriis haec erant, quae spectarentur; non signa extemorum artificum nec aera aut marmora: expressi cera vultus singulis deponebantur armariis (Otras cosas eran las que se veían en los atrios de nuestros mayores; no estatuas de artistas extranjeros, ni bronces, ni mármoles; rostros modelados en cera era lo que se colocaba en sus correspondientes armarios). Y en efecto, en un nicho de una mansión de Pompeya, tan lujosa como la Casa del Menandro, se han recuperado, por el procedimiento de rellenar de yeso los huecos existentes en la masa de ceniza volcánica, los vaciados de unas cabezas humanas de una tosquedad inconcebible si no estaban conservadas como reliquias desde tiempo inmemorial. Las primeras máscaras debieron de ser como las más antiguas que se conocen en Italia, los cánopos de Chiusi y el rostro del Guerrero de Capestrano, que no en vano se interpreta como efigie de un difunto. En todas ellas está ausente la pretensión de reproducir el semblante de una persona concreta. Pronto, sin embargo, se debió de sentir la conveniencia de señalar tanto la forma general del semblante -redondo, alargado- como sus rasgos más sobresalientes. El material empleado habitualmente era la arcilla -pintada, en Chiusi, desde fecha muy temprana- y en algunos casos el bronce. No hay indicios, en cambio, de mascarillas de oro como las de Oriente. Los siglos V y IV no fueron propicios, ni en Grecia ni en Italia, para el retrato personal. A lo más que se llega es a piezas como la cabeza de bronce de un adolescente etrusco del Museo de Florencia, una obra maestra del retrato itálico en la que el núcleo estereométrico de la cabeza sirve de asiento a los rasgos que se consideran definitorios, sin llegar a constituir un conjunto orgánico. A finales del siglo IV se produce en Grecia una innovación trascendental que Plinio expone en estos términos: Hominis autem imaginem gypso e facie ipsa primus omnium expressit ceraque in eam formam gypsi infusa emendare instituit Lysistratus Sicyonius, frater Lysippi (Lisístrato de Sicione, hermano de Lisipo, fue el primero que para hacer el retrato de un hombre lo sacó en yeso, de su rostro mismo, e hizo una impronta de cera del molde para retocarlo a la perfección). Cuando los romanos conquistan Tarento en el 272, sus artistas tienen ya ocasión de examinar de cerca retratos del tipo del de Aristóteles de Lisipo, el Demóstenes de Polyeuktes y otros que inauguran el retrato helenístico. La respuesta romana la da la obra maestra del retrato itálico, el llamado Bruto del Palacio de los Conservadores, que sin dejar de ser itálico, no se explica sin modelos griegos como los acabados de citar. A su misma escuela, pero de fecha algo posterior, pertenece la cabeza de un hombre rasurado, de cabello algo revuelto y ejecución similar, procedente de Bovianum Vetus, conservada en la Biblioteca Nacional de París, y otra de Fiésole, en el Louvre, todas ellas parte de estatuas honoríficas de bronce. En los retratos de personajes históricos reproducidos en monedas de época dé César, como ilustres antepasados de los jóvenes responsables de las acuñaciones, se observa una curiosa variedad de estilos. Los personajes pertenecientes al siglo I, como Sila o Aulo Postumio Albino, se amoldan a los estilos bien acreditados por los retratos escultóricos existentes. Son retratos republicanos típicos. Pero si uno se remonta más allá de la frontera del año 100 a. C., se ve cómo los monetarios recurren a dos tipos artificiosos: para los reyes y altos magistrados, cabeza idealizada con barba inspirada en el arte griego del siglo IV, o bien cabeza del tipo príncipe helenístico (si no se dispone de un retrato auténtico de ese estilo como era el caso de Flaminino, Escipión el Africano y algún otro). Estos últimos retratos, que sin duda existieron, pertenecen más al arte griego que al romano. Por eso nunca se llegará a probar a gusto de todos si el Déspota helenístico del Museo de las Termas representa a un griego o a un romano.