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Los Reyes Católicos, partiendo del Consejo Real de la época medieval, establecieron el sistema polisinodial en torno a tres grandes Consejos: el de Castilla (1480), el de Aragón (1494) y el del Santo Oficio (1483). Con Carlos Iy Felipe II este sistema de gobierno se irá completando y perfeccionando. De este modo, se desgajarán de los Consejos de Castilla y de Aragón los Consejos de Indias, de Italia y de Hacienda, así como la Cámara de Castilla, a la vez que se crearán nuevos Consejos tales que los de Estado, Guerra, Portugal y Flandes. Todos estos órganos colegiados de gestión, de carácter consultivo, pues su finalidad principal era la de asesorar al monarca en los asuntos de sus respectivas competencias, estaban integrados por un presidente -salvo en el Consejo de Estado- y un número variable de consejeros -regentes, en los tribunales de la Corona de Aragón- y ministros subalternos nombrados por el monarca -los de inferior rango podían ser designados por los presidentes- y reclutados preferentemente entre la nobleza media o baja y el clero, con formación jurídica y reconocida experiencia. El funcionamiento de los consejos seguía unas pautas bien definidas: los consejeros, reunidos en sesión ordinaria o extraordinaria, debatían los asuntos asignados por el secretario y enviaban al rey la correspondiente consulta en la que se exponía la opinión unánime del consejo o, si no la había, el parecer de la mayoría, con indicación expresa en este caso de los votos de cada consejero. El Consejo de Estado (1520), que carecía de presidente por serlo el soberano, no tenía unas atribuciones bien definidas, aunque trataba todas las materias importantes que afectaban a la conservación y reputación de la Monarquía, en especial las relaciones con otros reinos en tiempo de paz y de guerra, el casamiento de las personas reales, atendiendo siempre al beneficio que los enlaces dinásticos podían deparar a la Corona y al conjunto de los reinos, así como los nombramientos de virreyes, gobernadores y otros altos cargos. Íntimamente ligado a este organismo aparece el Consejo de Guerra, hasta el punto de que su presidente y sus consejeros pertenecían también al Consejo de Estado. A partir de 1586 su organigrama queda configurado de forma definitiva -se crean dos secretarías, una de mar y otra de tierra-, ampliándose sus competencias, pues a sus funciones administrativas (organización y suministro de los ejércitos y de las flotas, fabricación de armas, construcción de buques y mantenimiento de los presidios) se añaden otras judiciales relacionadas con la defensa de las personas que disfrutaban el fuero militar, la contravención de los tratados, el contrabando de géneros y las presas marítimas en tiempo de guerra. Junto a estos tribunales, que pueden considerarse temáticos y estrechamente asociados al gobierno de la Monarquía, aparece el Consejo de la Inquisición, si bien su jurisdicción territorial sólo comprendía las Coronas de Castilla -las Indias incluidas- y de Aragón, pues no se logró implantar en los Países Bajos, mientras que Portugal tenía sus propios tribunales inquisitoriales, lo mismo que Nápoles. Como tribunal eclesiástico recibe sus poderes del Pontífice, aunque queda vinculado políticamente a los soberanos españoles, ya que el nombramiento del presidente del consejo y de los consejeros corresponde al rey, como también es una prerrogativa suya designar al Inquisidor General -en este caso el nombramiento debe ser confirmado por el Santo Padre-, quien a su vez nombra a los inquisidores provinciales, que son los encargados de velar por la ortodoxia religiosa, persiguiendo la herejía, cualquiera que sea la forma en que se manifieste. El Consejo de la Inquisición, por tanto, actúa como tribunal superior en los delitos relacionados con la fe, al que se puede apelar contra las sanciones de los tribunales provinciales, y, sobre todo, como órgano administrativo que gestiona la hacienda inquisitorial y que supervisa la actuación de los ministros dependientes de su jurisdicción. Otro consejo que participa de las características de los anteriores es el de Cruzada. Su actividad se desarrollaba únicamente en los territorios de las Coronas de Castilla y de Aragón, así como en Indias. Circunscritas sus competencias en un principio a la aplicación de las gracias espirituales concedidas por el Pontífice a través de la Bula de Cruzada, a la recaudación del caudal obtenido por la venta de estas indulgencias y a los litigios que se producían con los vasallos por dicha causa, sus atribuciones se amplían más adelante al administrar también el subsidio de galeras, concedido por Pío IV en 1560, y el excusado, otorgado en 1567 por Pío V. De menor importancia es el Consejo de las Ordenes Militares, ya que su jurisdicción abarcaba tan sólo el territorio de las Ordenes Militares de Alcántara, Santiago y Calatrava, incorporándose más tarde la Orden de Montesa, asentada en la Corona de Aragón, pero no así la de San Juan de Jerusalén, cuyos órganos máximos de gobierno se hallaban fuera de la Península Ibérica. Las funciones encomendadas a este consejo eran muy variadas: tramitaba todas las causas seguidas contra los caballeros, concedía hábitos militares, nombraba dignidades y administraba las posesiones y rentas de las Ordenes. Mayor transcendencia tenía el Consejo de Hacienda. Aunque su actividad se centraba en la administración de las contribuciones de la Corona de Castilla y luego de los caudales procedentes de América, quedando fuera de su ámbito el sistema fiscal de los reinos de la Corona de Aragón, Portugal y los Países Bajos, lo cierto es que en la práctica su carácter de tribunal castellano fue evolucionando hasta convertirse en uno de los principales de la Monarquía Hispánica, ya que estaba al tanto de las aportaciones realizadas por los otros reinos, es decir, por Nápoles, Sicilia, Aragón, Cataluña, Navarra, Portugal y los Países Bajos. Creado entre el 9 y el 15 de febrero de 1523, venía a superponerse a la Contaduría Mayor de Cuentas y a la Contaduría Mayor de Hacienda existentes en la época de los Reyes Católicos e integradas en el Consejo Real o Consejo de Castilla, experimentando diversas reorganizaciones bajo Felipe II, Felipe III y, sobre todo, Felipe IV, en cuyo reinado se incorpora la Comisión de Millones que administraba en nombre del reino los servicios de millones otorgados por las Cortes castellanas. Entre sus cometidos figuraba la negociación de los encabezamientos, arrendamientos, anticipos y préstamos de los asentistas, el conocimiento de la cuantía de los ingresos de las rentas, la averiguación de los recursos existentes y de las necesidades financieras del Estado, la enajenación de juros, oficios y demás regalías de la Corona, así como los asuntos judiciales relacionados con el fraude fiscal, las usurpaciones de las rentas por los particulares o las apropiaciones indebidas de los ingresos recaudados, pudiendo sancionar a los infractores con las penas establecidas en las leyes del reino. A este grupo de Consejos temáticos, según la clasificación más comúnmente utilizada por los historiadores, hay que añadir los Consejos de Castilla, Aragón, Portugal, Italia, Indias y Flandes, denominados territoriales porque su función esencial era la de gobernar los reinos sobre los que tenía asignada su jurisdicción. Entre todos destaca el Consejo de Castilla, llamado también Consejo Real. Su rango queda confirmado por el hecho de que su presidente ocupaba el segundo lugar en la etiqueta cortesana, a continuación del soberano. Integrado en su mayor parte por letrados, sus funciones eran muy amplias, motivo por el cual Felipe II a finales de su reinado procedió a establecer varias secciones o salas (de Gobierno, de Justicia, de Provincias y de Mil y Quinientas), cada una con un cometido muy concreto. Como órgano de gobierno para la Corona de Castilla, tenía el encargo de transmitir las órdenes reales a las demás autoridades del reino, supervisar la gestión de los corregidores y alcaldes de las ciudades a través de visitas y juicios de residencia, aprobar o modificar las ordenanzas municipales y las de los gremios, autorizar los gastos extraordinarios de los municipios y su participación en las obras viarias (calzadas, puentes, etc.), conceder arbitrios a los pueblos para su mantenimiento y regular la vida económica del reino. Además actuaba como tribunal superior de justicia civil y criminal, admitiendo las apelaciones contra las sentencias dadas por las Audiencias y Chancillerías, pero respetando las competencias del Consejo de Inquisición en asuntos de fe, así como las de los Consejos de Hacienda y de Cruzada en litigios de su exclusivo campo de actuación. Por último, asesoraba al rey en las peticiones de los procuradores a Cortes y en la elaboración de leyes, que publicaba e interpretaba. Por su parte, la Cámara de Castilla, un pequeño comité creado dentro del Consejo de Castilla en el siglo XVI y constituido por los consejeros más antiguos, tenía el cometido de proponer al rey el nombramiento de los cargos de la administración de justicia y de gobierno, presentar los candidatos a ocupar las encomiendas de las Ordenes Militares y las dignidades eclesiásticas que dependían del patronato real -incluidos los obispados-, conceder hidalguías, constituir mayorazgos y legitimar hijos naturales. El Consejo de Aragón, instituido por Fernando el Católico en 1494 sobre la antigua estructura del Consejo Real aragonés, y a cuya cabeza estaba el Vicecanciller, tenía las mismas competencias que el Consejo de Castilla pero sobre los reinos que pertenecían a la Corona de Aragón. Entre sus funciones de gobierno estaba el transmitir las órdenes y disposiciones promulgadas por el monarca a las autoridades de cada reino y consultar o proponer todas las medidas relacionadas con cualquier asunto que afectase al interés público o privado de la Corona de Aragón (económicos, fiscales, jurídicos). También le competía la concesión de títulos y de honores, y como tribunal superior de justicia resolvía las apelaciones que se presentaban contra las sentencias de las Audiencias de Valencia y Mallorca, y en ocasiones excepcionales respecto de las emitidas por los tribunales de justicia propios de Aragón y de Cataluña. El descubrimiento y colonización de América dio lugar a la creación en 1511 de una Junta de Indias que asumió la tarea que hasta entonces había desempeñado un pequeño grupo de consejeros de Castilla y secretarios reales. A partir de 1523 este organismo desaparece y es sustituido por el Consejo de Indias, organizado según el modelo del Consejo de Castilla, experimentando algunas reformas importantes en 1542 y en 1568-1570 después de la visita realizada por Juan de Ovando. Tenía como función primordial administrar la América española en sus aspectos político, militar, económico, judicial y religioso. Contaba con une Cámara semejante a la de Castilla para la provisión de los cargos de justicia y las dignidades eclesiásticas en América, bajo su autoridad se encontraba la Casa de la Contratación, fundada en Sevilla en 1503, que regulaba todo lo relacionado con la navegación y el comercio. Los asuntos de Sicilia, Cerdeña, Nápoles y luego Milán se despachaban por el Consejo de Aragón, pero en el último año de su reinado Carlos I decidió establecer un nuevo consejo territorial que se ocupase de los asuntos de estas posesiones, a excepción de Cerdeña, en los mismos términos que lo hacían los otros consejos de iguales características. Nace así el Consejo de Italia, si bien su efectiva puesta en marcha se fecha el 3 de diciembre de 1559, cuando se le dota de una planta y una organización análoga a la del Consejo de Aragón, experimentando modificaciones en 1579, en que se crean tres secretarías. La incorporación de Portugal a la Monarquía hispánica en 1580 se hizo conservando el reino todas sus instituciones de gobierno, pero en 1582 Felipe II opta por crear el Consejo de Portugal con la finalidad de ser asesorado en los asuntos relativos a esta Corona y su imperio de ultramar. Sus competencias, sin embargo, eran muy inferiores a las que tenía asignadas el Consejo de Castilla: no parece ser que fuera órgano judicial y sí, en cambio, tenía atribuciones en asuntos relacionados con la guerra, aunque sus resoluciones debían coordinarse con las de los Consejos de Estado y de Guerra. El Consejo de Navarra, cuyas ordenanzas datan de 1467, recibe una nueva planta en 1525 tras la visita realizada por Valdés. Además de asesorar al virrey en la gobernación ordinaria y extraordinaria del reino, y de promulgar leyes de carácter general que no contraviniesen los fueros y las disposiciones establecidas por las Cortes, actuaba como tribunal de apelación en segunda y tercera instancia en causas civiles, criminales, fiscales, militares e incluso eclesiásticas. No entraba en su campo de competencia el nombramiento de cargos ni la concesión de mercedes, que recaían en la Cámara de Castilla. Finalmente, hay que mencionar el Consejo de Flandes, creado por Felipe II en 1588 y reorganizado en 1628 por Felipe IV, con el cometido de asesorar al monarca en los diversos aspectos de gobierno de los Países Bajos. Cuando estas posesiones se ceden a la infanta Isabel Clara Eugenia y a su esposo el archiduque Alberto, el consejo se traslada a Bruselas, donde permanece hasta la muerte de ambos. No tenía, por supuesto, competencias en materias de política exterior ni de guerra, aunque los archiduques desarrollaron durante su gobierno una incesante actividad diplomática al margen de Madrid.
Personaje Militar
Gracias a su magnífica intervención en el frente de Marruecos, fue premiado con la Medalla Militar Individual. Era un gran enemigo de la República, por lo que intervino en todas las conspiraciones que se organizaron para derrocar este sistema político. Su implicación en la sublevación de Sanjurjo le llevó a prisión. En 1936 reaparece en escena para participar en el levantamiento del 18 de julio. Trasladado a las islas Canarias por el Frente Popular, apoyó la conspiración junto a Franco, que en aquel momento estaba destinado en las islas. Cuando se celebró la Junta de Defensa Nacional, apoyó la candidatura de Franco para estar el mando de los tres Ejércitos. Nombrado general de división, intervino en el Jarama y Guadalajara. Tras este episodio fue elegido jefe del Servicio de Movilización, Instrucción y Reclutamiento. Desde este puesto formó las academias de alféreces y sargentos provisionales. Al cabo de un año del comienzo de la guerra ocupó el cargo de consejero nacional de FET y de las JONS. Cuando terminó la contienda le nombraron teniente general y fue destinado a Capitanía General de la IV Región Militar en Cataluña. Al comienzo de la década de los cuarenta fue alto comisariado de España en Marruecos y en 1945 jefe del Alto Estado Español.
obra
En su primera producción Cézanne presenta una significativa admiración por los pintores clásicos, fruto de sus largas estancias en el Louvre copiando y admirando a Rubens, Rembrandt o Veronés. También manifestaba una especial admiración por Delacroix así como por Thomas Couture. Este "clasicismo" se refleja en esta obra cargada de voluptuosidad, punto de partida de posteriores desnudos. La escena tiene lugar al aire libre, presidida por una oblicua mesa alrededor de la cual se ubican los diferentes comensales en las más variadas y dinámicas posturas. Un fondo arquitectónico cierra la composición en la zona de la derecha mientras que en la parte superior apreciamos una amplia tela, recurso compositivo muy utilizado para dotar de color y movimiento a un espacio vacío. Las tonalidades son ahora más vivas que en obras precedentes -véase el Rapto o el Negro Escipión- empleando amarillos, verdes, rojos, azules... Las pinceladas continúan siendo aplicadas con fuerza, dotando de mayor intensidad al conjunto al emplear pincel y espátula. De esta manera, Cézanne aporta una significativa energía a su producción. Algunos especialistas aluden a la temática voluptuosa de algunos cuadros de esta época como una clara muestra de los problemas del pintor con el sexo femenino, presentándole como un hombre desconfiado y con ciertos reparos en sus relaciones. Posiblemente esta cuestión no deje de ser anecdótica y no tenga una estrecha relación con la temática de estas obras.
obra
Géricault conoció a este hombre en desgraciadas circunstancias: el naufragio de un barco oriental en las costas francesas. El artista persuadió a su maestro Vernet para tomar a este hombre a su servicio como sirviente, y esto explica la presencia de los retratos del oriental en la producción del pintor francés. El gusto por lo exótico y lo oriental estaba muy en boga en la época de Géricault. Incluso el academicista Ingres planteaba numerosas escenas de odaliscas, harenes y baños turcos. Los pintores viajaban a Marruecos, Jerusalén, Grecia, y tomaban apuntes de los tipos humanos que encontraban. Géricault tuvo el modelo en su casa y se ocupó de retratar la fisonomía de piel cobriza y labios llenos propio de los turcos. El turbante también parece haber interesado mucho al pintor, que le dedica un gran espacio y fuerza a través del color.
contexto
En realidad, éste es uno de los problemas fundamentales que se derivan de la interpretación general de la obra de Alejandro. A partir de un momento determinado, el control real de los territorios orientales se llevaba a cabo a través de las aristocracias iranias. El problema se presenta cuando se comprueba el papel que pudieron tener los miembros de las hetairías macedónicas, formaciones aristocráticas y despóticas adaptadas parcialmente al mundo de la polis en el proceso de contacto con el mundo griego. En definitiva, el hetairos sigue desempeñando el papel de vehículo para la integración de las comunidades en el sistema de dominación personal, donde no es fácil discernir lo que procede de la tradición macedónica adaptada a nuevas circunstancias y lo que se recibe del mundo iranio a través de personajes de otras procedencias. Al final, las acciones llevadas a cabo en Babilonia, como punto de concentración de flotas orientales y occidentales, parecen indicar que también en la opuesta dirección la actividad de Alejandro mostraba aspiraciones integradoras. Allí, fenicios y chipriotas, griegos y orientales, pretendían transformar el puerto fluvial, regulado por la monarquía, en el nudo de comunicaciones integrador del Oriente y del Occidente. La muerte de Alejandro, en 323, frustró igualmente este proyecto, nunca se sabrá si realizable o no.
termino
acepcion
Estilo artístico, desarrollado durante el periodo arcaico griego, que se caracterizó por la adopción de elementos típicos del arte Oriental.
contexto
Ya antes de que los portugueses consiguiesen pasar el Cabo de Buena Esperanza, habían sido enviados por vía terrestre algunos agentes para tratar de obtener información acerca de las posibilidades de comercio de especias en la India y de un paso eventual que comunicase el océano índico con el Atlántico, y naturalmente desvelar en lo posible el misterio del reino cristiano del preste Juan. Cuando Vasco de Gama realizó su viaje a la India, los portugueses acabaron por darse cuenta de que si bien las poblaciones de la costa eran totalmente negras y hablaban una lengua que no era el árabe, las ciudades comerciales se hallaban, en cambio, en manos de poblaciones musulmanas, árabes o arabizadas. Tras la caída de Fuerte Jesús, en 1698, y a pesar de una breve tentativa por recuperar Mombasa, 1728-1729, los árabes de Omán se hicieron con el control de la costa oriental africana hasta la altura de Cabo Delgado. De dos siglos de dominación portuguesa, apenas si quedó nada; sólo la existencia de unas sesenta palabras de origen portugués integradas en la lengua swahili. Bajo la soberanía portuguesa, los árabes de lengua swahili no habían dejado de comerciar con la península arábiga y el Golfo Pérsico. Ahora, con el dominio de Omán, arrojaría sobre el litoral un nuevo contingente de inmigrantes árabes, procedentes de Omán o del Hadramaut. A lo largo del siglo XVIII, jefes salidos de las dinastías locales africanas impugnaron la autoridad del sultán de Omán, y un cambio de dinastía en Omán, a mediados del siglo, les proporcionó un pretexto para mantener su posición. Hasta finales del siglo, 1784, no se esbozó un cambio de política del sultán de Omán con respecto a sus dependencias africanas; a medio camino entre Mombasa -en permanente rebelión hasta 1847- y Kilwa -también indómita y demasiado lejana-, el sultán eligió como base de acción la isla de Zanzíbar, más extensa y menos poblada, que se convertiría en el centro de un activo mercado de esclavos, destinados en parte a la exportación hacia el mundo musulmán, pero sobre todo a proporcionar allí mismo la mano de obra necesaria a una economía de plantación especializada en el clavo de giroflé que trabajaba, en beneficio de la aristocracia árabe, para el mercado mundial, es decir, en la coyuntura de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, para la Gran Bretaña. Las informaciones sobre el sudeste africano se centraron en torno al Imperio de Monomotapa, instalado en una zona delimitada por dos grandes ríos, el Zambeze, al Norte, y el Limpopo, al Sur. El reino ocupaba una meseta irregular que se extendía en diagonal, de Nordeste a Sudoeste, con una longitud de 600 kilómetros y con un clima muy saludable, lo que permitía la instalación de poblaciones relativamente densas. Además, al Este, la planicie se hallaba aislada de la llanura mozambiqueña por la cadena montañosa de Inyanga, mientras que al Oeste estaba protegida por el mar de arena de la sabana desértica del Kalahari; pero sobre todo la planicie quedaba a salvo de la mosca tsé-tsé, que infestaba los valles húmedos y sombríos de las tierras bajas de Mozambique. La pluviosidad era suficiente para asegurar la agricultura y los bosques, poco extensos, y los pastos, relativamente abundantes, permitían la práctica de la ganadería. Monomotapa se convirtió desde muy pronto en tema clave, junto con el Congo, del conocimiento de África. Extendiéndose al Norte hacia el Zambeze, los monomotapas habían puesto bajo su soberanía una amplia zona, que incluía además el gobierno sobre las partes septentrional y oriental de la gran meseta de Zimbabwe del Sur y las bajas tierras de Mozambique meridional. La región que no consiguieron dominar, o que escapó rápidamente a su control, fue la región de la que ellos se habían trasladado, situada entre el gran Zimbabwe y Bulawayo, donde surgió un Estado rival bajo gobernantes que llevaron el título dinástico de Changamire, que terminó con una gran invasión de guerreros zulúes, procedentes de Natal hacia 1830 aproximadamente, unos cincuenta años antes de que se instalaran en la zona los británicos. El Monomotapa se caracterizó por el paso de una civilización de constructores a otra de mineros, pero la agricultura y la ganadería también ocuparon un lugar importante. La producción, basada en cereales como el mijo y el sorgo, no se vio sustancialmente modificada hasta el siglo XVIII en que la introducción de plantas americanas como el maíz y el cacahuete, transformó los métodos de producción. Cabe añadir que la sociedad karanga que habitaba el Monomotapa era contraria totalmente a la acumulación, que consideraba una amenaza contra el equilibrio igualitario de la sociedad, lo que explica sus bajos índices de productividad: cada uno tenía miedo de producir más que los demás pues una producción excesiva podía ser interpretada como resultado de una acción de brujería. Esto acentuaba el rechazo de la acumulación, salvo en lo referente al poder central; en ese caso particular, la acumulación nunca era personal y los tesoros así esterilizados traducían simplemente el predominio del poder central. La organización de la sociedad karanga se basaba en la aldea, musha, bajo la dirección del mukuru; en el nivel inmediatamente superior se hallaba la ciudad, muzinda, bajo la dirección del fumo o encosse, mientras que el zimbabwe se destinaba a residencia del rey o del emperador que recibía el nombre de mambo. No había en esta organización nada de sorprendente, la estructura jerárquica era homóloga a las organizaciones reales, como el reino del Congo o el Imperio lunda. La existencia de un consejo de un mínimo de nueve personas constituía elemento esencial. El personal político era reclutado entre la nobleza y poseía tierras y súbditos. En el siglo XVIII se sumó un décimo personaje, el nenzou o tesorero. Aunque una parte del personal político se hallaba vinculada directamente a la persona del emperador, el resto estaba especializado en la guerra y esta compleja estructura política se complicaba aún más con las nueve mujeres del rey, consideradas como sus mujeres principales, tres de las cuales ejercían importantes funciones: la primera, mazarira, que era siempre una hermana suya, llevaba él titulo de madre de los portugueses y se encargaba de presentar al rey sus demandas; la segunda, inhahanda, intercedía por los árabes, mientras que la tercera, nabuiza, era su verdadera esposa. Las otras seis poseían, como las tres primeras, sus tierras y súbditos. Entre tanto, al norte del Zambeze, el Imperio Maravi era una organización política mucho menos hostil a los portugueses. En 1667 los maravi, bajo la dirección del emperador Caronga, ocuparon unas 200 leguas entre el Zambeze y el Quelimane, pero es importante subrayar que este grupo amplió su zona de acción durante el siglo XVIII y aceptó las proposiciones comerciales de los portugueses, a los que abasteció de productos ya clásicos: marfil, esclavos, hierro y paños de fabricación local. Este Imperio perdió poco a poco su coherencia interna, desgarrado por los continuos combates entre pequeñas organizaciones políticas que recuperaron su autonomía al aumentar la presión europea, tanto en la costa como en los territorios del interior.