En el mundo tradicional judío el papel preponderante lo han tenido los hombres, que son quienes han ocupado los cargos públicos y quienes han interpretado los textos y las doctrinas teológicas, mientras que para la mujer quedaban el cuidado de la casa y de los hijos durante sus primeros años. Esta exclusión se manifestaba también en la sinagoga, en la que debían sentarse separadas de los hombres y en la que no estaban obligadas a estudiar los textos religiosos por lo que, en puridad, estaban excluidas de la educación religiosa. Los rabinos justificaban esta discriminación alegando que gracias a ella las mujeres están exentas de obligaciones religiosas a horas determinadas (mitzvot), de las que quedaban dispensadas. Con el surgimiento del judaísmo liberal el papel de la mujer ha ido adquiriendo importancia, tanto en la vida religiosa como en la civil. Los reformistas fueron los primeros en defender que la mujer debería tener un papel más activo dentro de la sinagoga. Las congregaciones más aperturistas decidieron dar a la mujer el mismo papel que el hombre en los servicios de la sinagoga. En 1972 el movimiento reformista logró ordenar a mujeres como rabinas y cantoras. También la ortodoxia ha debido dejar paso a la mujer. Recientemente se ha reconocido el papel que las mujeres pueden aportar en el estudio de la Torá y se han modificado diversos aspectos de la ley judía, como lo referente al divorcio, que implican directamente a las mujeres. Finalmente, el auge de este punto de vista femenino ha servido para que ganara reconocimiento el papel de lo femenino en Dios. La Shekhinah, término femenino que denomina la presencia de Dios en el mundo, es actualmente un concepto central para la teología feminista moderna.
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Si, por un lado, el acceso de más mujeres a niveles más altos del sistema educativo les abre nuevas posibilidades profesionales, y es importante ahí el factor generacional, por otro, las mujeres van a formar un contingente importante de la mano de obra que emplea la economía sumergida, modalidad de trabajo que reaparece bajo formas cambiantes, que está presente en la economía preindustrial y en los momentos de crisis del capitalismo, pero que coexistió también con las etapas de auge capitalista, mediante la subcontratación. En las últimas décadas el fenómeno no es exclusivo de algunos países o de algún continente. En Europa existe otro ejemplo característico; se trata del caso de Italia, especialmente en sus provincias del centro, como Emilia-Romagna.Para España, conocemos el peso de la economía sumergida en la producción levantina de calzado, o el hecho de que la industria de la confección, por ejemplo, se nutra en los últimos tiempos, en buena medida, del trabajo de chicas muy jóvenes que cobran salarios muy bajos, y no gozan de ningún tipo de protección legal. El mundo rural ha visto crecer el número de talleres clandestinos, que ofrecen una alternativa ante la falta de trabajo en la agricultura y se benefician de una mano de obra que no está en situación de plantear fuertes exigencias laborales. Todo esto no es nuevo. En los comienzos de la industrialización, la manufactura acudía al mundo rural en busca de una mano de obra barata, y donde ese salario representara solamente un complemento dentro de la economía familiar. Aspectos ya conocidos se insertan en nuevas realidades.Los últimos años detectan la presencia creciente de mujeres con una elevada preparación en el mundo laboral público y privado. Las mujeres con una titulación superior encuentran, en general, una realidad menos discriminatoria por razones de género en el ámbito de la administración del Estado que en los empleos privados; así lo ha mostrado, por ejemplo, un estudio dedicado al empleo de las ingenieras y arquitectas.Cada vez se escribe más sobre las empresarias y las ejecutivas, mostrándolas como prototipo de los avances de las mujeres en el mundo laboral. Para un número muy alto de mujeres, sin embargo, los empleos accesibles son precarios, mal pagados, y, en muchos casos, a tiempo parcial.La consideración de que los puestos de trabajo bien pagados son para los varones sigue vigente. Cuando varias mujeres superaron las pruebas para trabajar como mineras en la cuenca asturiana, la oposición de los sindicatos a que ocuparan efectivamente esos puestos hizo saltar el debate a la opinión pública. Se invocaba la protección de la salud de las trabajadoras, al esgrimir la norma de la OIT que prohibe el trabajo subterráneo de las mujeres, pero en el curso de la polémica, las posiciones sindicales en favor de que esos puestos fueran ocupados por cabezas de familia se dejaron oír. El caso ofrece materia para la reflexión acerca del papel que la legislación laboral protectora ha jugado en el campo del empleo femenino, y acerca de la composición de los sindicatos y de los intereses que éstos defienden prioritariamente. Ya ha dado lugar también a peticiones para que se derogue la citada norma.Ya se ha citado la relación entre el descenso del índice de fecundidad (número de hijos por mujer) y la presencia femenina en el mercado de trabajo; para España, la disminución ha sido más tardía que en otros países europeos (se situaba en 2`8 en 1975), pero en los tres lustros siguientes ha descendido tanto que comparte con Italia y Hong Kong el nivel más bajo del mundo: 1`3. El índice de participación de las mujeres en el mercado de trabajo ha seguido subiendo a lo largo de los años ochenta, hasta llegar al principio de los noventa al 33,5 por 100 de la población considerada activa, cifra todavía muy baja comparada con la media comunitaria europea, un 45 por 100. Algo que parece desmentir la posibilidad de regreso al hogar, a pesar de la fuerte incidencia del paro entre las mujeres.En la etapa de ralentización de las economías occidentales, que empieza hacia 1975, y, de decrecimiento que se inicia una década más tarde, la cuestión del empleo va a estar en el centro de las políticas de austeridad y de lucha contra la inflación. Los intentos de movilidad, flexibilidad, reconversión, van a incrementar la segmentación del mercado de trabajo. La división del trabajo en función del género se convertirá en una palanca de la flexibilización. Y el paro va a afectar a las mujeres más que a los varones en todos los países de la Comunidad Europea, con la excepción del Reino Unido.La distribución por carreras de las universitarias continúa respondiendo a las pautas descritas; aunque se registra un progreso en el número de mujeres que acceden a los estudios de tipo científico y técnico, siguen representando porcentajes muy bajos en algunos de ellos. Así, las mujeres no superan el 7,3 por 100 de quienes estudian ingeniería en Bélgica en 1982; el 10 por 100 de quienes lo hacen en Alemania en 1981; el 10,3 por 100 en Suiza en 1983, o el 3,5 por 100 en Francia en 1985. Al mismo tiempo, existe una devaluación en el mercado de trabajo de los títulos más masificados.Por otra parte, al aumentar la competencia en el plano internacional, tal como se explica más adelante, distintos países llevan a cabo intentos de contener los salarios y ponen en práctica nuevas modalidades de empleo. Crece el empleo a tiempo parcial, y la proporción que éste representa dentro del conjunto del empleo femenino.Así pues, el crecimiento del número de mujeres consideradas activas en la población europea se lleva a cabo mediante el aumento del empleo a tiempo parcial, a pesar de que las investigaciones muestran que para la mayoría de ellas no se trata de una preferencia, sino de la única opción a que tienen acceso.En esas condiciones, paradójicamente, a las razones que se suelen aducir para explicar la resistencia de las mujeres en el mercado de trabajo en tiempos de crisis -aumento del nivel de instrucción y de los empleos públicos, nuevas actitudes ante el matrimonio y el divorcio, escolarización infantil más precoz- habría que añadir el incremento del número de empleos precarios, ya que el trabajo a tiempo parcial lo es. El horizonte profesional es limitado; la promoción, escasa; la protección social y el salario son menores y el riesgo de despido, mayor. Las características del marco económico-social en que se produce este aumento del empleo a tiempo parcial, y las connotaciones de segregación que quedan señaladas, impiden considerarlo, hoy por hoy, como una puerta abierta a esa mayor y mejor distribución del trabajo y del ocio que algunas mentes avanzadas han querido imaginar para el futuro.
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Con estas páginas pretendemos mostrar la actividad musical de la mujer española en la Edad Moderna, principalmente como creadora e intérprete de música vocal e instrumental, así como del valor de ese trabajo. Al hablar de música nos referimos tanto a música llamada 'culta' (o de concierto) como a música popular, ya que nadie duda de su papel como artífice de la improvisación y del arraigo de la música en las tareas cotidianas. Para describir estas imágenes mostraremos testimonios puntuales de la actividad musical de las mujeres en los tres ámbitos en los que siempre ha ejercitado esta actividad: su casa, la calle y el convento; su propio hogar y su familia, el medio social que le rodea y en el que se desenvuelve, y la creación artística musical que ejercita en el convento . (194) Gráfico Desde la antigüedad tenemos noticia de mujeres intérpretes que componen sus danzas y cantan, bien solas o acompañadas. Los comienzos de manifestaciones musicales en las civilizaciones avanzadas antiguas nos muestran la aparición de ciertos instrumentos de viento y percusión con el hombre del Neardental. En el caso de la Península Ibérica, podemos ver en yacimientos importantes del Paleolítico los primeros vestigios de una incipiente cultura musical. Y son numerosos los instrumentos musicales que, bajo forma aparente de objetos comunes, son utilizados para las primeras formas de expresión musical (que nos recuerdan el acompañamiento que ejercen ciertos instrumentos de trabajo de uso cotidiano en la música popular como la tabla de lavar, la escoba, la mesa camilla, la lata de atún...). Además, desde la antigüedad, la mujer es la informante, por excelencia, de toda la tradición musical de canciones y romances que van unidos al acontecer del ciclo vital del individuo; ha sido en el ámbito cotidiano donde la mujer ha vivido con la música, formando parte de su acontecer de cada día; desde las canciones para dormir a sus hijos, y así poder seguir trabajando, hasta las rondas juveniles donde podía expresar con chanzas e improvisaciones sus preferencias o animadversiones masculinas, las despedidas de solteras, o las canciones petitorias por los difuntos (195) . Analizando lo que han cantado, y todavía cantan las mujeres, llegamos a la conclusión de que ellas son la principal fuente de información sobre la tradición oral musical, ya que aunque todos cantamos, las verdaderas informantes que siempre responden a la preguntas y cantan al recopilador, buscando a vecinas y amigas para que también canten a esos desconocidos que se introducen en su hogar, son las mujeres; sin ellas sería imposible el trabajo de campo.
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Mientras Pieter de Hooch vivió en Delft, se prendó de sus soleados interiores, pintándolos con intimidad próxima a la de Vermeer aunque más cálidos de color y en una atmósfera más familiar, además de con un concepto de la representación absolutamente cursivo. A diferencia de él, sus salas de las casas, abiertas al exterior y no bloqueadas por el cubo perspectivo de un único espacio, se desfondan por medio de sucesivas puertas, patios y pórticos distintamente iluminados, creando un curioso efecto de perspectiva de cajas chinescas y consiguiendo efectos de contraluz que dan el sentir de las diversas horas del día. La representación de un patio o de un interior se convierten en algo tan importante como las figuras que lo habitan.
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Cassatt va a unir en sus obras el academicismo junto al más destacable Impresionismo. Sus inolvidables imágenes nos acercarán a la vida cotidiana de la burguesía francesa, mostrándonos escenas de elegante intimismo. En este caso, una madre y su hija viajan en un carruaje acompañadas por un joven vestido de negro y tocado con una chistera. La influencia de la fotografía se observa a la hora de cortar los planos pictóricos de la misma forma que hacía Degas. La pincelada de Cassatt es bastante suelta, recordando la empleada por los maestros impresionistas. En el colorido existe cierta similitud con la obra de Manet, aunque Mary incorpora tonalidades más alegres, especialmente en la figura de la niña. El grado de intimidad alcanzado por la pintora en sus escenas provoca que el espectador se integre plenamente en la composición, resultando un conjunto de gran belleza.
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Son escasos los retratos de personajes indígenas en la producción de Gauguin. Aita Parari te Tamari Vahine Judith, Joven con abanico o esta imagen que contemplamos forman parte de esos retratos casi anónimos de enorme belleza. Una mujer madura sentada preside la composición en primer plano. Lleva un discreto vestido rosado con bordados, alejado de los exotismos de otras composiciones. La mujer tiene mucho de estatua primitiva, marcando el estatismo y el rostro de máscara. Tras ella hay un joven con rasgos más realistas, lleno de vitalidad. Podría tratarse de una alusión simbólica a las edades del ser humano, la adolescencia frente a la madurez. El fondo está pintado en una tonalidad intensa, a base de amarillos y verdes con una decoración vegetal que recuerda las estampas japonesas. La gama cromática empleada es muy armónica, destacando los tonos oscuros de la piel de ambas figuras. Como viene siendo habitual desde la estancia en Bretaña, Gauguin emplea una línea oscura para delimitar los contornos, como si se tratara de un esmalte.
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Acompañando a la serie de las cuatro estaciones - formada por La vendimia, La era, La nevada y Las floreras - Goya también realizó dos lienzos más para el comedor de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo: el Albañil herido y los Pobres en la fuente. Las seis escenas fueron ejecutadas previamente en boceto para ser presentadas al rey y a la Academia de San Fernando, quienes tenían que supervisar los trabajos. Se puede constatar que apenas existen diferencias entre los "borrones" y los lienzos definitivos, a excepción, claro está, de la rápida pincelada empleada por el artista en estas imágenes de pequeño y manejable formato.
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Entre las líneas de investigación que han cobrado gran auge en los últimos tiempos está el análisis de las mujeres en la política y el estudio de las reinas, princesas y gobernadoras que ejercieron mayor o menor poder. De gran interés ha sido, y sigue siendo, el estudio de las princesas como instrumentos para establecer alianzas entre los distintos reinos europeos: las mujeres como elementos de paz. Asimismo, ha suscitado gran interés el estudio de la capacidad de las reinas para mantener relaciones con los personajes integrantes de la Corte y detentadores del poder. Por otro lado, los estudios han hecho hincapié también en el papel que jugaban los grupos sociales que rodeaban a la reina, conformando lo que se dio en llamar "Casa de la Reina". No es menos importante el estudio del acceso a la política y las acciones ejercidas por la reina, así como la reproducción biológica para la consolidación de la dinastía. Gráfico Sobre las mujeres cercanas al poder, es decir, las señoras de las élites o aristócratas, hay todavía mucho que investigar. Sorprende que su magnífica presencia en la pintura de la época no se corresponda con un conocimiento mayor sobre ellas. El análisis de estas figuras femeninas permite arrojar alguna luz sobre la influencia o el poder de las mujeres en las cuestiones relativas al patrimonio nobiliario, a su influencia social, patronazgo, etc. Dentro de este capítulo, no hay que olvidar la influencia política que tuvieron algunas mujeres religiosas, quienes desde su celda fueron consejeras de los reyes. El caso más conocido es el de Sor María de Agreda. Finalmente, hay que destacar el interés que ha despertado entre los estudiosos la participación de la mujer en la guerra: bien desde la retaguardia (muchas mujeres seguían a los tercios españolas como proveedoras de las necesidades de los soldados) bien en primera línea: unas veces disfrazadas de soldado varón, otras actuando como verdaderas heroínas (Agustina de Aragón), sin olvidar su papel como espías. 1.1. Reinas, gobernadoras y regentes. 1.2. Un caso especial: Juana La Loca. 1.3. Honras a la reina Isabel de Borbón. 1.4. Las "validas" de las reinas (la condesa de Paredes, secreta valida de la reina Isabel de Borbón) y las damas de la corte. 1.5. Espacios visuales del poder femenino. 1.6. Mujeres en la guerra
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Al igual que el resto de la sociedad española, la mujer llegó a 1975 con un alto déficit democrático. No se puede afirmar, sin caer en un simplismo, que la mujer estuviese ausente de las inquietudes sociales y políticas durante el franquismo y que no colaborase con sus propuestas a solucionar los problemas que se planteaban en la sociedad. Como el hombre, su aportación se veía limitada en tanto que se hacía posible sólo a través de los canales que estaban permitidos, que no eran otros que los instituidos por el Estado. Gráfico
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El discurso oficial de la Iglesia sobre el papel de la mujer influirá en buena parte de la relación entre la mujer y la religión durante la Edad Media. La virginidad será exaltada en numerosos sermones al tiempo que se valoraba la renuncia al matrimonio carnal para enlazarse con Dios a través del ingreso en un convento. Un buen número de mujeres ingresaron en conventos como si de una válvula de escape se tratara, alejándose así de matrimonios impuestos o de regresos indeseados a núcleos familiares tras enviudar. De alguna manera, la entrada en un convento venía a recoger la rebeldía de las mujeres en algunos campos y expresar su voluntad -limitada, eso sí- eligiendo una vida acorde con sus deseos. En los monasterios encontramos numerosas mujeres ejemplares como Hildegard de Bingen, santa Clara, santa Catalina de Siena o santa Isabel de Portugal. No en balde, hasta el siglo XII todas las mujeres canonizadas por la Iglesia fueron abadesas o monjas. Si embargo, también debemos admitir que no todas las mujeres que entraban en el convento lo hacían por vocación. Un buen número de jóvenes eran donadas a los conventos por sus padres en los testamentos al tiempo que numerosas viudas los escogían como retiro. Esto motivaría cierto libertinaje en algunos conventos, convirtiéndose en focos de vida licenciosa. Desde el siglo XII encontramos algunas mujeres que adoptan formas de vida religiosa alejadas del convento. Es el caso de Christina de Markyate en el siglo XII al huir de un matrimonio no deseado y su estancia de por vida en una ermita donde tendrá algunas visiones. En los siglos XIV y XV se desarrollará el fenómeno de las emparedadas, mujeres que se introducían en una celda cuya puerta era tapiada. También se encuentran grupos de mujeres que participaron en las órdenes mendicantes como terciarias. Algunas mujeres medievales no se conformaban con la religión tradicional y buscaban nuevos caminos como el misticismo. Las místicas buscan la fusión con la Divinidad a través de la negación de su propia voluntad. Esta fusión elimina a los intermediarios y contacta de manera directa al individuo con Dios. Las experiencias místicas medievales son muy numerosas pudiendo citar a Margarita de Ypres, Beatriz de Nazaret, Angela de Foligno o Catalina de Siena como ejemplos del misticismo entendido como una relación de amor humano y posesión. Estas místicas medievales reivindican su derecho a amar a Dios sin intermediarios y ser amadas por El del mismo modo. Las nuevas experiencias espirituales llevaron a un buen número de mujeres a abrazar las herejías medievales en las que se anunciaba la llegada del Espíritu Santo, el fin del mundo, la posibilidad de alcanzar la perfección o la igualdad ante el hombre. De alguna manera una libertad de expresión que rompía con la rigidez de la Iglesia ortodoxa y que llevará a numerosas mujeres a la hoguera víctimas de la Inquisición.