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Cuando Eumenes II, rey de Pérgamo, decidió enriquecer su palacio con mosaicos, los encargó a dos afamados artistas: Hefestión y Soso de Pérgamo, el único mosaísta que mereció ser recordado en las páginas de Plinio; El ingenio de Soso fue brillante; para el centro de una habitación imaginó un emblema, o cuadro en mosaico, que representaba unas palomas bebiendo en una vasija de bronce; su ejecución era tan realista que una de las aves proyectaba sobre el agua la sombra de su cabeza; sin duda se trataba del adorno central de un dormitorio, y las palomas simbolizaban a Afrodita. Este sensacional mosaico nos resulta conocido gracias a una copia pompeyana que se conserva en el Museo de Nápoles.
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La virtualidad de los mosaicos es que con ellos se podían conseguir diseños adecuados para la gran variedad de espacios que las necesidades y los caprichos de los propietarios podían requerir, tanto en las villae de recreo de las afueras de la ciudad como en las grandes explotaciones agropecuarias. Realizados con pequeñas piezas de piedra o vidrio, llamadas teselas, estos pavimentos podían representar una gran variedad de motivos y temas decorativos a elegir por el cliente. El mosaico era, además, un suelo vistoso, fresco e higiénico, perfectamente adecuado para los espacios nobles de las villae, a cuyas formas y dimensiones el pictor imaginarius adaptaba los diseños elegidos, de tal modo que hoy podemos reconstruir esas salas a través de sus pavimentos. Así, mosaicos de composición radial, como el de Arróniz, pavimentaron espacios poligonales y mosaicos de composición lineal, espacios rectangulares. El mosaico que podemos ver, procedente de la villa de Complutum (Alcalá de Henares, Madrid), está decorado con una procesión de esclavos llevando copas para el banquete, motivo adecuado para el pasillo que uniría la cocina con el comedor. En Clunia (Burgos), una habitación con ábside permitió añadir una venera al diseño, y en el de Cuevas de Soria, el umbral y los dos ambientes que éste separa se subrayan con decoraciones distintas.
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Mosaico de los peces, procedente de la Vega Baja, Toledo. Pertenece a la época bajoimperial, entre los siglos III y V.
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Fotografía cedida por el Museo Nacional de Arte Romano, Mérida. Archivo fotográfico.
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En las ruinas de una casa situada en las cercanías del Foro Provincial de Emerita Augusta se descubrió en 1983 un interesante mosaico llamado de los Siete Sabios ya que aparecen en él representados los Siete Sabios de Grecia: Chilon de Lacedomonia, Tales de Mileto, Biante de Priene, Periandros de Corinto, Cleobulos de Lindos, Solón de Atenas y Pítacos de Mitilene, cuya figura está muy perdida. Los siete sabios aparecen sentados en una habitación con las paredes decoradas en tonalidades rojizas, cada uno en actitud reflexiva. La disposición de Agamenón y Aquiles en el friso superior del pavimento invita a considerar que los sabios reflexionen sobre las funestas consecuencias de la guerra de Troya, suponiendo una clara muestra del elevado ambiente intelectual que se vivía en la Mérida del siglo IV.