El 16 de julio de 1805, el emperador de Alemania y Austria y rey de Hungría, Francisco II de Habsburgo, se adhirió al pacto firmado dos meses antes por Rusia y Gran Bretaña contra el Imperio francés, establecido el año anterior por Napoleón Bonaparte. Nacía así la Tercera Coalición y Francia quedaba expuesta a una invasión desde el Este. Durante el verano, los austriacos ocuparon el Electorado de Baviera, principal aliado de Napoleón, en lo que parecía el inicio de una ofensiva contra los franceses en el área del Rin y en el Norte de Italia. Napoleón actuó rápidamente para conjurar el peligro. Desde hacía meses, el grueso de su Ejército, la Grande Armée, se concentraba en Boulogne, preparándose para invadir Inglaterra. A finales de agosto, el Emperador ordenó su traslado hacia la frontera renana. Un mes después, la gigantesca masa de casi 200.000 hombres se alineaba a lo largo del curso medio del Rhin, esperando la orden de atacar. Mientras tanto, los aliados se movían con lentitud y estaban muy dispersos. El ejército austriaco que había ocupado Baviera, mandado por el general Mack, estaba concentrado en torno a la ciudad de Ulm, en espera de las tropas del archiduque Carlos y del archiduque Juan situadas, respectivamente, en el Norte de Italia y en el Tirol. Dos ejércitos rusos, que debían unírseles para la invasión, se hallaban aún más allá de los lejanos Cárpatos, mientras que Prusia no se decidía a integrarse en la coalición. El emperador francés comprendió que su salvación estaba en atacar de modo fulminante, antes de que las fuerzas enemigas se reunieran.
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Australia es una isla gigantesca, un verdadero continente de 7.682.300 kilómetros, unas 16 veces la superficie de España. 4.135 kilómetros separan Sidney de Perth, al oeste, es decir, cinco horas y media de avión o sesenta de autobús. "De todos los salvajes que he visto en mi vida, los aborígenes australianos son los más desagradables". Tal era la opinión del filibustero inglés Dampier a finales del siglo XVII. Y la misma debió de ser la de los colonizadores hasta tiempos muy recientes, quienes, al parecer, no tenían tiempo de cuestionarse sobre los legítimos ocupantes de las tierras, de las que ellos se iban apropiando: al igual que los canguros y que los eucaliptos, los aborígenes debían ceder su lugar a las vacas y a las ovejas. En los mejores momentos de la conquista, los colonos no dudaron en poner precio a las orejas de los australianos, que fueron tiroteados o envenenados por cazadores profesionales. Las enfermedades infecciosas propias de los europeos, contra las que los aborígenes no estaban inmunizados, fueron también causantes de la rápida caída de su demografía. Pero la privación más grave, y la que sin duda causó más estragos, fue la de sus territorios ancestrales y de sus lugares sagrados, que dejó a los aborígenes sin su razón de vivir. El alcohol hizo el resto. Sin embargo, poco a poco, las historias y relatos de las atrocidades cometidas en algunos lugares comenzaron a sensibilizar a la opinión pública. Ello se tradujo en la adopción de una serie de medidas para impedir que los australianos se extinguieran como se extinguió Truganini, la última Tasmania, hace, relativamente, poco tiempo. "No sé -dice la especialista Margarita Bru- si la tragedia de los tasmanios habrá dado lugar a alguna película, pero merecería la pena". Tasmania comenzó a colonizarse en 1706. En 1831 los ingleses decidieron terminar de una vez por todas con el problema tasmanio, y los nativos supervivientes fueron acorralados en las inhóspitas tierras centrales, donde se habían atrincherado. Tuvieron en jaque al ejército inglés desde 1831 a 1836, pero lo que no pudo hacer el ejército lo consiguió un misionero, George Robinson, quien congregó a todos los supervivientes y logró convencerles para que se pusieran bajo la protección de los blancos. Fueron trasladados a la isla Flinders, al NE, y allí se les indujo a abandonar sus costumbres, a llevar vestidos y a vivir en casas. Se les dio comida y educación religiosa. Se les enseñó geografía, matemáticas e historia: en 1847 la población había quedado reducida a 47 individuos. Pero en el continente australiano esto no sucedió. En 1967 se celebró un referéndum nacional -entre los blancos, claro- que aprobó la concesión a los aborígenes de algo parecido a la nacionalidad australiana: derecho al voto, derecho a la libre circulación y prestaciones sociales. Sin embargo, los aborígenes quisieron poner de manifiesto que se consideraban extranjeros en su propio país, y un grupo de ellos abrió una embajada en Camberra en 1972. Las primeras medidas realmente eficaces comenzaron a tomarse poco después. Se reconoció a los aborígenes la propiedad de un territorio de 80.000 kilómetros, en el Territorio del Norte, dentro del cual se halla el famoso Parque Nacional de Kakadu, y una zona similar en el Desierto Central. En ellos viven unos 200.000 aborígenes, muchos de los cuales son racialmente puros, y allí pueden llevar una existencia más o menos acorde con sus propias tradiciones y desarrollar sus propias iniciativas, tanto comerciales como sociales. Sin embargo, estas medidas resultan más difíciles de tomar en el resto de las provincias, donde los gobiernos federales suelen poner dificultades a cualquier injerencia de Camberra en este asunto. Por otra parte, quedan aún muchos problemas por solucionar: los aborígenes son dueños del suelo, pero no del subsuelo, por lo que, continuamente surgen conflictos entre las tribus y los mineros allá donde se descubre cualquier posibilidad de explotación de un yacimiento.
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El primer descubrimiento de los australopitecos se produjo en Africa del Sur, y lo constituía un cráneo infantil procedente de Taung, cuyo estudio realizó R. Dart en 1924. La mayoría de los yacimientos proceden de Africa del Sur, principalmente Sterkfontein y Makapansgat, encontrándose restos de probables africanus en el Omo (formación Shungura) y Koobi Fora. Por lo general, en Africa del Sur los restos se encuentran en yacimientos en cueva, o procedentes de cuevas posteriormente desmanteladas por la erosión, de manera que aparecen en brechas concreccionadas que presentan una gran dificultad de extracción. En este sentido, la antigüedad y características de los hallazgos hacen más difícil su datación que en África oriental. Así en el caso de Taung la tendencia más reciente es asociar el depósito a la actividad de carnívoros y no a los homínidos. Durante largo tiempo el problema de la asociación a útiles líticos y fauna introdujo la polémica sobre la capacidad cazadora y utilización de instrumentos por el Australopiteco, surgiendo la teoría osteodontoquerática de R. Dart. En la actualidad no se les niega la capacidad de utilizar instrumentos, dada la protocultura detectada en los chimpancés, pero sí su capacidad cazadora. La cronología es difícil de determinar, situándose como probable los 2 millones de años, según se ha detectado en Sterkfontein y Makapansgat. Sterkfontein era una cueva en la que se acumularon los depósitos a través de fisuras. Estos depósitos fueron después cimentados con los derrumbes del techo y paredes de la misma, formando una brecha que la erosión posterior dejó en superficie. Los fósiles, entre ellos el cráneo femenino denominado señora Ples (Plesianthropus), provienen de las capas 4 a 6 y la cronología deducida a través de comparaciones de la fauna se sitúa alrededor de 2,5 millones de años. Makapansgat se debe a una acumulación de fauna producida por una ocupación de hienas, sin que aparezcan instrumentos líticos y se le ha atribuido una edad, quizá demasiado antigua, de 3 millones de años. Las características de A. africanus, también denominados A. gracilis por oposición al A. robustus, se basan en una capacidad craneana de 430 a 520 centímetros cúbicos, con una media de 440 centímetros cúbicos, un 10 por 100 más que en el A. afarensis. En general la cara es más corta y presenta menor prognatismo, unido a un menor tamaño de las piezas dentarias. Los caninos son cortos y no se ha detectado dimorfismo sexual en el tamaño de los mismos. Asimismo desaparece el diastema, o es muy raro. En resumen, se ofrece una reducción de los caninos e incisivos, y hay un mayor énfasis de la masticación en el resto de la dentición. El esqueleto postcraneal es similar al A. afarensis. Era bípedo pero también un ágil trepador de árboles. El peso y la altura estimada recientemente para individuos adultos se encontraría entre los 33 y los 67 kilos y su estatura media oscilaría alrededor del 1,45 metros.
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Por el momento muchos investigadores opinan que ambos (A. robustus y A. boisei) pertenecen a una sola especie con diferencias geográficas, ya que los especímenes de Africa oriental son los denominados boisei. Otros los incluyen en el género Paranthropus. La especie de A. robustus fue detectada por vez primera en Africa del Sur, en los yacimientos de Kromadraii y Swartkrans, que comparten características con los citados antes para el A. africanus. Es decir, son yacimientos en cueva, con problemas de concrecciones y sin la cualidad de poder ser datados con métodos radiométricos. Los descubrimientos en Africa oriental son los que mejor ofrecen esta posibilidad. Swartkrans se conoce mejor en la actualidad dados los trabajos de C. K. Brain. Los restos encontrados pertenecen a los A. robustus más modernos. El depósito se formó a partir de filtraciones desde el exterior, cementándose posteriormente y quedando expuesto al exterior por una fuerte erosión. La cronología para el sedimento con los restos de Australopitecos parece situarse en 1,8 millones de años. Asociados a ellos se encontraron huesos con los extremos aguzados, que C. K. Brain asoció con la utilización parecida a la de los palos cavadores. Además de una industria lítica, se ha detectado la presencia de huesos quemados, lo que implicarla la utilización del fuego. En Kromadraii se distinguen dos cuevas con el mismo proceso que los anteriores, en la que se encontraron los restos de A. robustus. La cronología estimada a partir de la semejanza morfológica las sitúan en 2 millones de años. Para C. K. Brain el depósito obedece a los carnívoros y/o carroñeros, a lo que se suma la interpretación de H. Vrba, según la cual la cueva se rellenó desde la superficie, y que los restos de fauna y hominidos que se encuentran son el resultado de sucesivos accidentes. Uno de los principales yacimientos de Africa oriental se debe a la larga investigación de Louis y Mary Leakey en la garganta de Olduvai. Louis Leakey trabajaba desde los años treinta en esta garganta de 100 metros de profundidad y una longitud de 50 kilómetros. Fue, sin embargo, cuando Mary Leakey encontró un cráneo de un homínido antiguo, el momento en que pudo prolongar y tuvo recursos para continuar sus trabajos hasta su muerte. Los depósitos de Olduvai están formados por depósitos lacustres, fluviales y volcánicos, susceptibles de ser datados. Las capas I y II inferiores son de las que proceden la mayor parte de los homínidos antiguos y al poderse fechar entre 1,8 y 1,7 millones de años, sirvieron de referencia para separar el Pleistoceno en 1,8 millones de años en el Congreso panafricano en los anos sesenta. El homínido encontrado fue denominado Zinjanthropus (el hombre de Africa oriental), y para la determinación científica como Australopithecus boisei. Este homínido se asociaba en estas capas a los primeros restos de Homo habilis conocidos. Además, la presencia de útiles líticos asociados a ellos suscitó la polémica de quién fue el autor de los mismos. Para Leakey no habría duda de que pertenecían al Homo habilis. En las capas superiores los restos de Homo erectus iban asociados asimismo a una industria lítica del complejo Achelense, ininterrumpida desde el Olduwayense y con una cronología entre 1,2 millones de años a 620.000 años. Las características de estas especies se basan en primer lugar por una capacidad endocraneana entre 500 y 530 centímetros cúbicos (la media se sitúa en 520 cm3), la mayor entre los australopitecos. Sus rasgos presentan una clara robustez, de lo que deriva su nombre especifico. Sus incisivos y caninos son pequeños y se presenta una mayor expansión de premolares y molares. Los arcos cigomáticos muestran unos pómulos amplios y unas grandes mandíbulas. La mayoría presenta una cresta sagital pronunciada, que unida a los otros caracteres ha llevado a considerar una gran adaptación masticatoria, especializada en aplicar una mayor fuerza vertical en la masticación. Para algunos autores la degradación que presentan en el esmalte dental viene de elementos abrasivos (posiblemente tierra), durante la masticación de plantas y bulbos subterráneos. Para otros, el desgaste de las piezas dentarias radica en una dieta más rica en vegetales fibrosos que la que poseía el A. africanus. Dadas estas interpretaciones sobre su comportamiento, al Zinjanthropus se le denominó cascanueces. Los restos postcraneales descubiertos presentan similitudes con el A. africanus, si bien era algo más grande, ya que su peso se ha estimado entre 46 y 62 kilos y una altura media entre 1,5 y 1,6 metros. Puede haber debates sobre la filogenia del australopiteco en relación con el Homo, pero hoy nadie pone en duda que el A. robustus y el A. boisei están fuera de esta línea, extinguiéndose hace 700.000 años y calculándose su aparición hace aproximadamente 2 millones de años.
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Los años que van desde el Congreso de Viena hasta los acontecimientos revolucionarios de 1848 son conocidos como la época del sistema Metternich en la vida del Imperio austriaco, para subrayar la preeminencia, tanto en el plano de la política interior como en el exterior, del que fue ministro de Asuntos Exteriores desde 1809 y canciller desde 1821. La imagen más común de Metternich ha sido la de un reaccionario preocupado por los avances de la Revolución, que no supo asumir el liderazgo que reclamaba el nacionalismo alemán, ni aplacar al resto de los nacionalismos que se manifestaron en el seno del Imperio austriaco. Una persistente imagen historiográfica, sugerida por Palmerston, lo presentó como un inmovilista (no propiamente un conservador) empeñado en cerrar la espita de una caldera que terminaría por reventar en 1848.El Imperio estaba regido por la dinastía de los Habsburgo, que había personificado el Sacro Romano Imperio, casi ininterrumpidamente, desde mediados del siglo XV. En 1804 Francisco I había tomado el título de Emperador de Austria, y en 1806 había decretado la desaparición del Sacro Romano Imperio, que había regido desde 1792 con el nombre de Francisco II.Francisco, que era un convencido reaccionario, asentó su poder sobre medidas de represión policiaca y censura, para conjurar la amenaza del liberalismo. En esa tarea contó con la ayuda inestimable de Metternich, con el que llegó a identificarse plenamente en los años finales del reinado.A su muerte, en 1835, le sucedió Fernando I, que había dado muestras de retraso mental (lo cual no le impedía conocer cuatro idiomas). Francisco, en todo caso, prefirió que no se quebrase el principio de legitimidad, con la interrupción de la línea sucesoria, y dio instrucciones muy precisas para que pudiese contar con la tutela y consejo de Metternich, aunque éste habría de compartir su influencia con los componentes de un órgano colectivo, Conferencia de Estado, que se constituyó bajo la inspiración de la familia imperial. En todo caso, el emperador Fernando fue siempre muy querido por unos súbditos, entre los que había ganado fama por su bondad. Los sentimientos antimonárquicos fueron muy endebles en aquellos años y la dinastía no estuvo en peligro ni siquiera durante los acontecimientos revolucionarios de 1848.El Imperio austriaco era el resultado de la acumulación de una serie de posesiones territoriales entre las que, aparte de los propios territorios austriacos, había que añadir los reinos de Hungría, Bohemia y Dalmacia, las provincias italianas de Lombardía y Venecia, la zona de Galitzia y Cracovia, y los ducados de Salzburgo y Bukovina. Entre esos territorios no había otro vínculo de unidad que la fidelidad personal de los súbditos al emperador, que no tenía que verse en peligro por la diversidad de dichos súbditos. En realidad, la denominación de Austria sólo correspondía a un reducido territorio, pero englobaba la realidad de una vinculación que era puramente dinástica.Tan variados territorios englobaban una población también muy diversa en sus lenguas y sentimientos nacionales. Sobre los escasos 38.000.000 de habitantes que contaba el Imperio a la altura de 1848, sólo unos 8.000.000 eran de lengua alemana. Otros grupos importantes eran los magiares, que se acercaban a los 6.000.000; los italianos, 5.000.000; y los checos, 4.000.000. Después, en orden descendente, hay que aludir a las poblaciones de rutenos (3.000.000), rumanos (2,5), polacos (2), eslovacos (2), serbios (1,5) y eslovenos (1), aparte de una dispersa población de judíos, que no debió alcanzar el millón de personas.Austria era así, obligadamente, un Estado multinacional que trataba de adaptarse a las exigencias de un Imperio autoritario. Se presentaba así como una solución a los problemas planteados por las nacionalidades, aunque no han faltado historiadores que lo han caracterizado como un simple vehículo del poder territorial de los Habsburgo.Los checos de Bohemia y Moravia, en el norte, estaban dirigidos por una nobleza muy integrada, que hablaba alemán, y era una nación que registraba un considerable renacimiento cultural desde comienzos de siglo, bajo la inspiración de Frantisek Palacky. La tradición del husismo fue empleada para enfrentarla a los valores germánicos. Sus vecinos eslovacos, sin embargo, se debatían, para encontrar sus señas de identidad nacional, entre la tradición husita que compartían con los checos, o la búsqueda de la formación de una gran nación eslava.El reino de Hungría planteaba problemas por las tensiones entre una alta nobleza terrateniente, muchas veces no magiar y germanizada, que monopolizaba la Cámara alta de la Dieta húngara, junto con los obispos católicos, y una baja nobleza, que controlaba la vida política local, y que coincidía en la Cámara baja de la Dieta con los hombres de profesiones liberales y de más profundas convicciones nacionalistas antigermanas. Su nacionalismo era nobiliario y exclusivista, y chocaba con las demandas de los eslovacos, en el norte; los rumanos, en el este, y los serbios, eslovenos y croatas, en el sur. Estos dos últimos alentaban la reivindicación de la vuelta a las Provincias de Iliria, creadas por Napoleón, que agruparían también el territorio de Dalmacia.Estos nacionalismos desbordaban las posibilidades de establecimiento del liberalismo, que se veía también amenazado por los partidarios de las posiciones radicales de demócratas y socialistas. Ese es el caso de la península italiana, en donde los fracasos del nacionalismo mazziniano habían permitido una cierta consolidación de las posturas liberales, como puede ser la gestión de gobierno de Massimo d`Azeglio en Piamonte, o la posición adoptada por Carlo Cattaneo en Milán.El liberalismo también comienza a apuntarse en la misma Austria, en la que se registra la organización de sociedades liberales y asociaciones profesionales, pero encontró la total oposición de Metternich a cualquier tipo de reformas que pudieran satisfacer a las clases medias y beneficiar a sus rivales políticos.