Para la decoración de su despacho en el Palacio de El Escorial,Carlos IV eligió asuntos campestres y jocosos, entre los que destacan La boda, las Mozas del cántaro o El pelele. Siguiendo su costumbre, Goya realizó bocetos preparatorios que eran presentados al rey para otorgar su consentimiento o presentar alguna modificación. Apenas existen diferencias entre estos "borroncillos" y los lienzos definitivos lo que indica el grado de aceptación de las obras que presentaba el maestro, a excepción de la rápida pincelada que muestra aquí debido a la rapidez con que estaban realizados. Las pinceladas son fluidas, con rápidos toques empastados, mostrando la maestría del aragonés.
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Las muchas mujeres que tenía Moctezuma en palacio Moctezuma tenía muchas casas dentro y fuera de México, así para recreo y grandeza, como para morada: no hablaremos de todas, pues sería muy largo. Donde él moraba y residía continuamente la llaman Tepac, que es como decir palacio, el cual tenía veinte puertas que responden a la plaza y calles públicas. Tres patios muy grandes, y en uno de ellos una fuente muy hermosa. Había en él muchas salas, cien aposentos de veinticinco y treinta pies de largo y hueco cada uno, cien baños. El edificio, aunque sin clavazón, todo muy bueno; las paredes de canto, mármol, jaspe, pórfido, piedra negra, con unas vetas encarnadas como rubí, piedra blanca, y otra que se trasluce; los techos de madera bien labrada y tallada de cedros, palmas, cipreses, pinos y otros árboles; las cámaras pintadas, esteradas, y muchas con paramentos de algodón, de pelo de conejo y de plumas; las camas, pobres y malas, porque, o eran de mantas sobre esteras o sobre heno, o esteras solas. Pocos hombres dormían dentro de estas casas, mas había mil mujeres, y algunos afirman que tres mil entre señoras, criadas y esclavas. De las señoras, hijas de señores, que eran muchísimas, tomaba para sí Moctezuma las que bien le parecía; las otras las daba por mujeres a sus criados y a otros caballeros y señores. Y así, dicen que hubo vez que tuvo ciento cincuenta preñadas a un tiempo, las cuales, a persuasión del diablo, abortaban, tomando cosas para expulsar a las criaturas, o quizá porque sus hijos no habían de heredar. Tenían estas mujeres muchas viejas para guardarlas, que ni aun mirarlas dejaban a hombre alguno, pues los reyes querían la mayor honestidad en palacio. El escudo de armas que estaba en las puertas de palacio y que llevan las banderas de Moctezuma y las de sus antecesores, es un águila abatida a un tigre, las manos y uñas puestas como para hacer presa. Algunos dicen que es grifo, y no águila, afirmando que en las sierras de Teoacan hay grifos, y que despoblaron el valle de Auacatlan, comiéndose los hombres, y tienen por argumento que se llaman aquellas sierras Cuitlachtepetl, de cuitlachtli, que es grifo, como también león. Ahora creo que no los hay, porque todavía no los han visto los españoles. Los indios muestran estos grifos, que llaman quezalcuitlactli, por sus antiguas figuras, y tienen vello en lugar de pluma, y dicen que rompían con las uñas y dientes los huesos de hombres y venados; tiran mucho a león, y parecen águilas, porque los pintan con cuatro pies, con dientes y con vello, que casi es más lana que pluma; con pico, con uñas, y alas con las que vuela; y en todas estas cosas responde la pintura a nuestra escritura y pinturas, de manera que ni es del todo ave ni del todo bestia. Plinio tiene por mentira esto de los grifos, aunque hay muchos cuentos sobre ellos. También hay otros señores que tienen por armas este grifo, que va volando con un ciervo en las uñas.
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Con esta estampa Goya quiere hacer un homenaje al heroico papel desempeñado por las féminas durante la Guerra de la Independencia, exaltando y apoyando a los combatientes o luchando ellas mismas como en la estampa Y son fieras.
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El papel principal que desempeñarán las mujeres en Roma será el de fiel y abnegada esposa ya que dependían en todo momento de su marido. Los enlaces matrimoniales solían ser concertados por las familias y el padre de la joven debía entregar una dote a la muchacha. Ella tenía derecho de sucesión respecto a su padre e incluso capacidad de testar por lo que se dieron matrimonios donde la esposa era más rica que el marido y rehusaba su autoridad, recibiendo en ocasiones todas las clientelas del padre. Pero lo habitual era que la mujer estuviera absolutamente supeditada a su esposo. Si tradicionalmente es el pater familias el que dirige la casa, quien da las órdenes a los esclavos y dirige la administración del hogar, ¿cuál es el papel de la mujer en las casas respetables de Roma? Lo habitual es que las matronas mataran la mayor parte del tiempo en los trabajos relacionados con la costura y el tejido. Paulatinamente la mujer irá ocupando un papel protagonista en la organización de la familia, incluso por prescripción médica ya que los galenos consideraban que las mujeres debían desarrollar alguna actividad. Algunos hombres empezaron a dejar en manos de sus esposas la dirección del hogar, incluso la llave de la caja de caudales. El contar con varios esclavos permitía a la matrona poder delegar en ellos todos los trabajos de la casa, incluso los relacionados con su propia higiene personal. El esclavo viste y calza a la dama, aunque no lava sus dientes. Los esclavos acompañan a la señora en la alcoba, aunque la matrona duerma sola o en compañía de su esposo. Era frecuente que los esclavos durmieran en las puertas de las alcobas, contándonos un poeta satírico que "cuando Andrómaca hacía el amor con Héctor, sus esclavos, con la oreja pegada a la puerta, se masturbaban". Esta omnipresencia de los esclavos en las vidas de las clases acomodadas romanas provocarán que las infidelidades fueran públicas en la mayor parte de los casos. Para mantener una relación amorosa secreta lo mejor era alquilar una habitación a un sacristán ya que estaba obligado a guardar silencio. Si el esposo fallecía, la matrona vería protegida su virtud por su familia, ante la inminente llegada de una legión de pretendientes que deseaban hacerse con su fortuna. Previamente debía haber muerto el padre porque sino como pater familias era dueño de todo lo que pertenecía a la familia. El sino de esta viuda es volver a contraer matrimonio o buscarse un amante que la complazca en el lecho, a pesar de la indignación de los moralistas romanos. Si era el hombre el que quedaba viudo podía buscarse una concubina, mujer o mujeres con los que un hombre solía acostarse habitualmente. No olvidemos que los emperadores contaban con un amplio harén de concubinas en palacio. Pero llegaría un momento en que ese hombre viudo decidiera establecer un vínculo más estrecho con esa concubina de inferior rango social por lo que se produce una unión de hecho entre ambos denominada concubinato. La concubina debía ser una mujer libre y la unión monogámica. Este concubinato no da lugar a consecuencias jurídicas, siendo libres los hijos nacidos de esa relación.
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A pesar de la existencia de un sistema democrático en Atenas, las mujeres carecían de derechos ciudadanos. Su función primordial era el matrimonio que se realizaba a edad temprana, aproximadamente a los 15 años. Las niñas de las clases acomodadas iniciaban su educación a los seis años, bajo la tutela de sus madres, enfocada al conocimiento de las labores domésticas, el hilado y el tejido. Sólo en época tardía acudirán a las escuelas. El matrimonio solía ser concertado por los padres, quienes debían dotar a la novia. Se hacía pública la intención de casar a una hija e inmediatamente se presentaban los pretendientes que a veces se aposentaban en la casa como se manifiesta en la Odisea cuando el héroe de Itaca no llega y Penélope debe contraer matrimonio. Una vez elegido el mejor pretendiente, éste hace diversos regalos a su futuro suegro. El amor entre los cónyuges, como es lógico pensar, no era el instrumento que llevaba a la boda. La mujer quedaba absolutamente sometida al marido, siendo el objetivo de la esposa tener hijos varones con los que perpetuar la especie. Ni siquiera tenía derecho a las propiedades del esposo y podía ser expulsada del hogar cuando éste fallecía. La viuda era de nuevo casada con otro pretendiente elegido por el tutor. La vida de las mujeres atenienses acomodadas no debía ser muy divertida. Normalmente estaban encerradas en casa, saliendo con ocasión de las fiestas religiosas o para visitar amistades. Su ocupación giraba en torno a la educación de los hijos y a la dirección de las labores domésticas realizadas por la servidumbre. No participaban en los grandes banquetes y dormían separadas de su esposo, que las requería en la cámara nupcial cuando deseaba mantener relaciones sexuales con ella. La dependencia del marido era tal que podía amonestarla, repudiarla o matarla en caso de adulterio, siempre que éste estuviera probado. Las mujeres de menor rango social tenían una vida más agradable ya que podían salir de sus casas sin ningún inconveniente, acudir al mercado o a las fuentes públicas e incluso regentar algún negocio. Al no existir presiones económicas ni sociales, los matrimonios apenas estaban concertados, siendo difícil la existencia de dotes. Si es cierto que numerosas niñas eran abandonadas por sus padres ya que se consideraban auténticas cargas para la familia. Los ciudadanos atenienses con posibles contaban con un buen número de concubinas con las que mantener relaciones sexuales a su deseo. Algunas de ellas vivían en su propia casa, bajo el techo conyugal y con el "visto bueno" de la esposa legítima. Pero también podía acudir a las numerosas prostitutas que vivían en la ciudad. La mayoría eran extranjeras ya que Solón en el siglo VI a. C. reclutó un buen número de mujeres y las introdujo en burdeles (llamados dicteria) dirigidos por un funcionario público, regulando de esa manera la prostitución. En el exterior de los burdeles se colocaban símbolos fálicos para indicar la actividad del negocio. El precio solía rondar el óbolo, la sexta parte de la dracma de plata. Estos establecimientos incluían en sus servicios masajes, baños y comida, la mayoría de carácter afrodisiaco e incluso algunas para estimular la virilidad como los testículos de asno salvaje. Para atraer al público, las mujeres solían vestir atuendos llamativos y llevar el cabello más largo que las atenienses, incluso algunas caminaban con un seno descubierto. Con el paso del tiempo las atenienses imitaron las modas de las prostitutas, proceso que se repetirá en numerosos momentos de la Historia. Así las prostitutas se maquillaban de manera ligeramente escandalosa con vistosos coloretes, utilizaban zapatos que elevasen su altura, se teñían el cabello de rubio y se depilaban, utilizando navajas de afeitar, cremas u otros útiles. Utilizaban todo tipo de postizos y pelucas. Estas modas serán rápidamente adaptadas por las mujeres decentes, provocando continuas equivocaciones según nos cuentan algunos cronistas. Las prostitutas de lujo recibían el nombre de hetairas. Eran una mezcla entre compañera espiritual, poetisa, artista y mercancía sexual. Solían vestir con una ligera gasa que permitía contemplar sus encantos e incluso llevar un pecho descubierto. Los más importantes políticos, artistas y filósofos gozaban de su compañía. El escultor Praxíteles estuvo locamente enamorado de Friné quien sirvió de modelo para algunas estatuas. La encantadora Friné vivía con cierta discreción, acudiendo a tertulias literarias y artísticas, aunque fue acusada de impiedad y condenada a muerte, salvándose al mostrarse desnuda al tribunal por indicación de su abogado. En un momento de su vida, Friné acumuló tal fortuna que decidió reconstruir las murallas de su ciudad natal, Tebas. Aspasia fue la amante y esposa de Pericles, siendo también acusada de impiedad y salvada tras las lágrimas derramadas por su marido. Aspasia colaboraba estrechamente con Pericles según nos cuentan los poetas cómicos, quienes la acusan de ser la promotora de la mayoría de las guerras que vivió Atenas en aquellos momentos. Otra de las más famosas hetairas será Lais de Corinto, considerada la mujer más bella que se haya visto jamás. El escultor Mirón ofreció a la dama todas sus posesiones a cambio de una noche, lo que Lais rechazó. Pero no tuvo inconveniente de entregarse a Diógenes por un óbolo ya que tenía ilusión de acostarse con un filósofo. Targelia será la amante del persa Jerjes I. A pesar de la importancia de la prostitución griega, los filósofos más importantes como Sócrates, Platón o Aristóteles ensalzaron el amor que se daba entre los hombres. Quizá esa homosexualidad impidió una relación más estrecha entre hombres y mujeres.
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Si tradicionalmente es el pater familias el que dirige la casa, quien da las órdenes a los esclavos y dirige la administración del hogar, ¿cuál es el papel de la mujer en las casas de Roma? El papel principal que desempeñarán las mujeres en Roma será el de fiel y abnegada esposa, ya que dependían en todo momento de su marido. Los enlaces matrimoniales solían ser concertados por las familias y el padre de la joven debía entregar una dote a la muchacha. Ella tenía derecho de sucesión respecto a su padre e incluso capacidad de testar, por lo que se dieron matrimonios donde la esposa era más rica que el marido y rehusaba su autoridad, recibiendo en ocasiones todas las clientelas del padre. Pero lo habitual era que la mujer estuviera absolutamente supeditada a su esposo. Lo habitual es que las matronas mataran la mayor parte del tiempo en los trabajos relacionados con la costura y el tejido. Paulatinamente la mujer irá ocupando un papel protagonista en la organización de la familia, incluso por prescripción médica, ya que los galenos consideraban que las mujeres debían desarrollar alguna actividad. Algunos hombres empezaron a dejar en manos de sus esposas la dirección del hogar, incluso la llave de la caja de caudales. El contar con varios esclavos permitía a la matrona poder delegar en ellos todos los trabajos de la casa, inclusive los relacionados con su propia higiene personal. El esclavo viste y calza a la dama, aunque no lava sus dientes. Los esclavos acompañan a la señora en la alcoba, a pesar de que la matrona duerma sola o en compañía de su esposo. Era frecuente que los esclavos durmieran en las puertas de las alcobas. Un poeta satírico nos cuenta que "cuando Andrómaca hacía el amor con Héctor, sus esclavos, con la oreja pegada a la puerta, se masturbaban". Esta omnipresencia de los esclavos en las vidas de las clases acomodadas romanas provocarán que las infidelidades fueran públicas en la mayor parte de los casos. Para mantener una relación amorosa secreta lo mejor era alquilar una habitación a un sacristán, ya que estaba obligado a guardar silencio. Si el esposo fallecía, la matrona vería protegida su virtud por su familia, ante la inminente llegada de una legión de pretendientes que deseaban hacerse con su fortuna. Previamente debía haber muerto el padre, porque si no era así, como pater familias era dueño de todo lo que pertenecía a la familia. El sino de esta viuda es volver a contraer matrimonio o buscarse un amante que la complazca en el lecho, a pesar de la indignación de los moralistas romanos. Si era el hombre el que quedaba viudo podía buscarse una concubina, mujer o mujeres con los que un hombre solía acostarse habitualmente. No olvidemos que los emperadores contaban con un amplio harén de concubinas en palacio. Pero puede llegar un momento en que ese hombre viudo decida establecer un vínculo más estrecho con esa concubina de inferior rango social, lo que produce una unión de hecho entre ambos denominada concubinato. La concubina debía ser una mujer libre y la unión monogámica. Este concubinato no da lugar a consecuencias jurídicas, siendo libres los hijos nacidos de esa relación.
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A pesar de la existencia de un sistema democrático en Atenas, las mujeres carecían de derechos ciudadanos. Su función primordial era el matrimonio, que se realizaba a edad temprana, aproximadamente a los 15 años. Las niñas de las clases acomodadas iniciaban su educación a los seis años, bajo la tutela de sus madres, enfocada al conocimiento de las labores domésticas, el hilado y el tejido. Sólo en época tardía acudirán a las escuelas. El matrimonio solía ser concertado por los padres, quienes debían dotar a la novia. Se hacía pública la intención de casar a una hija e inmediatamente se presentaban los pretendientes, que a veces se aposentaban en la casa, como se manifiesta en la Odisea cuando el héroe de Ítaca no llega y Penélope debe contraer matrimonio. Una vez elegido el mejor pretendiente, éste hace diversos regalos a su futuro suegro. El amor entre los cónyuges, como es lógico pensar, no era el instrumento que llevaba a la boda. La mujer quedaba absolutamente sometida al marido, siendo el objetivo de la esposa tener hijos varones con los que perpetuar la especie. Ni siquiera tenía derecho a las propiedades del esposo y podía ser expulsada del hogar cuando éste fallecía. La viuda era de nuevo casada con otro pretendiente elegido por el tutor. La vida de las mujeres atenienses acomodadas no debía ser muy divertida. Jenofonte nos explica cómo era en el siguiente texto: "Tu obligación será recogerte en casa, hacer salir a los esclavos ocupados en las faenas externas a la mansión, vigilar a los que han de trabajar dentro de ella, recibir lo que se traiga, distribuir lo que se ha de gastar; prever lo que ha de quedar sobrante y velar para que el presupuesto de un año no se malgaste en un mes. Cuando te traigan lana, debes cuidar de que se hagan vestidos a los que lo precisen; también has de procurar que el grano seco se conserve bien comestible. Y quizá una de las tareas que te incumben no será muy de tu agrado: que si un esclavo enferma, debes procurar por todos los medios que sea atendido... Pero otras faenas te serán placenteras: cuando tomes a una esclava ignorante de la hilanza y hagas de ella una buena hilandera, redoblando su valor; y cuando te sea posible recompensar a los esclavos buenos y provechosos para tu hacienda y castigar; en cambio, a los que te resulten malos". Normalmente las mujeres estaban encerradas en casa, saliendo con ocasión de las fiestas religiosas o para visitar amistades. Su ocupación giraba en torno a la educación de los hijos y a la dirección de las labores domésticas realizadas por la servidumbre. No participaban en los grandes banquetes y dormían separadas de su esposo, que las requería en la cámara nupcial cuando deseaba mantener relaciones sexuales con ella. La dependencia de la mujer con respecto al marido era tal que podía amonestarla, repudiarla o matarla en caso de adulterio, siempre que éste estuviera probado. Las mujeres de menor rango social tenían una vida más agradable, ya que podían salir de sus casas sin ningún inconveniente, acudir al mercado o a las fuentes públicas e incluso regentar algún negocio. Al no existir presiones económicas ni sociales, los matrimonios apenas estaban concertados, siendo difícil la existencia de dotes. Numerosas niñas eran abandonadas por sus padres, ya que se consideraban auténticas cargas para la familia.
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Las mujeres No se sabe aún la fecha exacta, ni aproximada, de la muerte de Juan Rodríguez Freyle, aunque puede suponerse que no acaecería mucho después de poner punto final a la redacción de su obra, ya que ésta, como acaba de verse, está escrita entre los setenta y los setenta y dos años de la vida de su autor11. Tal dato tiene solamente, por otra parte, un mero interés erudito, ya que lo más importante radica en el conocimiento de la personalidad del autor, y acerca de ésta, él mismo ha dejado suficientes rasgos en su obra. Uno de éstos, por ejemplo, hace referencia a su trato con el vino. En los vinos --escribe (cap. XVII)-- hay malos y buenos, y en los hombres que lo beben corre la mesma cuenta. Hace de entender que los buenos lo beben destemplado con agua, para conservar la salud; y los malos lo beben puro hasta embriagarse y perderla, y suele costar también la vida. De mí sé decir que en todo el año no lo veo ni sé qué color tiene, y no me lo agradezcan porque esto no es por la voluntad, sino a más no poder. Me parece que la conclusión es clara: a la edad en que esto escribe, al autor le habían prohibido los físicos o médicos la bebida. Pero si este dato es meramente anecdótico en la interpretación de la personalidad de Juan Rodríguez Freyle, no lo es, en cambio, la actitud y el pensamiento que muestra en su obra acerca de la mujer y de la hermosura femenina. Ya Miguel Aguilera apuntó el recelo, si no la animadversión, que el autor tuvo contra la mujer y contra la belleza de ésta, para acabar afirmando que esta preocupación es una forma de complejo12. Por su parte, Oscar Gerardo Ramos alude también al mismo tema, pero libra al cronista de la posible tacha de misoginia: Y no es un misógino. Sus retahilas no van contra toda mujer, sino contra esa mujer que usufructúa la belleza para el devaneo, la lujuria y aun el adulterio. Por tanto, se le irroga injusticia al endilgarle misoginia. El conjunto de citaciones indica que, por igual, a varón y fémina zahiere, si se desempeñan hasta el desenfreno13. La cuestión, no obstante, debe plantearse, a mi juicio, desde un punto de vista muy diferente al de los expresados por ambos autores. Se trata, en síntesis, de un tipo de reflexión moral sobre la mujer y su hermosura, propio de la época y que pretende contrarrestar el "daño" que en los lectores pudiera causar la lección de los hechos reales que el autor relata. Así lo demuestran, según leo, las abundantes citas de Rodríguez Freyle sobre la materia, ya que todas, o casi todas, constituyen comentarios o apostillas a los hechos punibles que relata. ¡Oh hermosura, causadora de tantos males! ¡Oh mujeres! No quiero decir mal de ellas, ni tampoco de los hombres; pero estoy por decir que hombres y mujeres son las dos más malas sabandijas que Dios crió (cap. VIII). En otro lugar (cap. X), con motivo de un suceso ocurrido en Tunja, nuestro autor escribe: La hermosura de doña Inés llamó así a don Pedro Bravo de Rivera (con razón llamaron a la hermosura "callado engaño", porque muchos hablando engañan, y ella, aunque calle, ciega, ceba y engaña). Paréceme que me ha deponer pleito de querella la hermosura en algún tribunal, que me ha de dar qué entender; pero no se me da nada, porque ya me colgué sobre los setenta años. Yo no la quiero mal; pero he de decir lo que dicen de ella; con esto la quiero desenojar. La hermosura es un dato de Dios, y usando los hombres mal de ella, se hace mala. Y añade: ¡Oh hermosura! Los gentiles la llamaron dádiva breve de naturaleza, y dádiva quebradiza, por lo presto que se pasa y las muchas cosas con que se quiebra y pierde. También la llamaron lazo disimulado, porque se cazaban con ella las voluntades indiscretas y mal consideradas. Yo les quiero ayudar un poquito. La hermosura es flor que mientras más la manosean, o ella se deja manosear, más presto se marchita. Otro ejemplo: ¡Oh hermosura desdichada, mal empleada, pues tantos daños causaste por no corregirte con la razón. Esos son los males que produce la hermosura de la mujer, la cual no pone límite a sus propósitos cuando se propone lograr algo: Dios nos libre, señores, cuando una mujer determina y pierde la vergüenza y el temor de Dios, porque no habrá maldad que no cometa, ni crueldad que no ejecute; porque, a trueque de gozar sus gustos, perderá el cielo y gustará de penar en el infierno para siempre. ¡Ah hermosura! ¡Lazo disimulado! (cap. XII). ¡Oh mujeres, malas sabandijas, de casta de víboras! Ellas son, en realidad, debido a sus aventuras galantes, las responsables de todos los problemas que tenía planteados el Nuevo Reino de Granada. Ejemplo: el fiscal Orozco quería que muriese el marido de su dama, y ésta deseaba que la mujer de su galán muriera también. En vista de ello, Rodríguez Freyle concluye: Concertadme, por vida vuestra, estos adjetivos. La casa a donde sola la voluntad es señora, no está segura la razón, ni se puede tomar un punto fijo. Esto fue el origen y principio de los disgustos de este Reino y pérdidas de haciendas, y el ir y venir de visitadores y jueces, polilla de esta tierra y menoscabo de ella (cap. XIII). Así lo demostraba, en efecto, el caso del licenciado Orozco, fiscal de la Audiencia, hombre mozo, de espíritu levantado y orgulloso, que el cronista relata y del cual extrae esta conclusión: Seguía el fiscal los amores de una dama hermosa que había en esta ciudad, mujer de prendas, casada y rica. Siempre topo con una mujer hermosa que me dé en que entender. Grandes males han causado en el mundo mujeres hermosas. Y sin ir más lejos, mirando la primera, que sin duda fue la más linda, como amasada de la mano de Dios, ¿qué tal quedó el mundo por ella? De la confesión de Adán, su marido, se puede tomar, respondiendo a Dios: "Señor, la mujer que me disteis, ésa me despeñó". ¡Qué de ellas podía yo agora ensartar tras Eva! Pero quédense. Dice fray Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, que la hermosura y la locura andan siempre juntas; y yo digo que Dios me libre dé mujeres que se olvidan de la honradez y no miran al ¡qué dirán!", porque perdida la vergüenza, se perdió todo (cap . XIII) Así pues, la hermosura femenina es, según Rodríguez Freyle, el origen de casi todos los males, aunque después matizará tal aserto en función del uso que de ella haga la mujer. ¿Qué es mejor: tener mujer hermosa o fea? Peligrosa cosa --escribe (cap. XV)-- es tener la mujer hermosa, y muy enfadosa tenella fea; pero bienaventuradas las feas, que no he leído que por ellas se hayan perdido reinos ni ciudades, ni sucedido desgracias, ni a mi en ningún tiempo me quitaron el sueño, ni agora me cansan en escribir sus cosas; y no porque falte para cada olla su cobertura. Y agrega, poco después: ¡Oh hermosura, dádiva quebradiza y tiranía de poco tiempo! También le llamaron reino solitario, y yo no sé por qué; por mí sé decir que yo no la quiero en mi casa ni por moneda ni por prenda, porque la codician todos y la desean gozar todos; pero paréceme que este arrepentimiento es tarde, porque cae sobre más de los setenta. Siempre la hermosura fue causa de muchas desgracias, pero no tiene ella la culpa, que es don dado de Dios. Los culados son aquellos que usan mal de ella (cap. XVIII). Queda claro que el cronista no se considera incluido entre los culpados, y por si ello no se hubiera entendido bien, Rodríguez Freyle remacha su afirmación: Déjame, hermosura, que ya tienes por flor el encontrarte a cada paso conmigo, que como me coges viejo, lo harás para darme pasagonzalos, pero bien está. La hermosura es red, que si la que alcanza este don la tiende, ¿tal cual pájaro se le irá? Porque es red barredora de voluntades y obras. La hermosura es don de naturaleza, que tiene gran fuerza de atraer a sí los corazones y benevolencias de los que la miran. Pocas veces están juntas hermosura y castidad, como dice Juvenal (cap. XIX). Por último, al referirse a doña Jerónima de Mayorga, nuestro autor escribe (cap. XXI): ¡Oh hermosura, causadora de semejantes desgracias!, y cuán enemiga eres de la castidad, que siempre andas con ella a brazo partido; y la mujer que te alcanza y no se corrige con la razón, viene al paradero que vino esta desdichada o a otro su semejante. Como ha podido comprobarse, las invectivas de Rodríguez Freyle contra la hermosura se dirigen específicamente contra la belleza femenina y van, por consiguiente, encaminadas a la denigración de la mujer. El capítulo XVIII de la obra es muy ilustrativo a este respecto. Cosa maravillosa es para mí, que del hablar he visto muchos procesos, y que del callar no baya visto ninguno, ni persona que me diga si lo hay. Bien dicen que el callar es cordura. Otras muchas justicias se hicieron en estos tiempos, unas justiciadas, otras no tanto, porque si entran de por medio mujeres, Dios nos libre. Y añade: Quien comúnmente manda el mundo son mujeres .... ¿Cómo se le puede quitar a la mujer que no mande, siendo suya la jurisdicción, porque es primera en tiempo, por mande, siendo suya la jurisdisción, porque es primera en tiempo, por la cual razón es mejor en derecho? Demás que le viene por herencia; pruébolo: Mándale Dios a Adán: "No comas del árbol que está en medio del paraíso, porque en la hora que comieres de ese, morirás". Pues Eva, su mujer, va y tráele la fruta, y mándale que coma de ella, y obedece Adán a su mujer. Come la fruta vedada, pasa el mandato de Dios y sujétanos a todos a muerte. Llama Dios a Adán a juicio, y dale por disculpa diciendo: "Mulier quem dedisti mihi, ipsa me decepit". Andad, señor, que no es esa la disculpa de vuestra golosina; no la dejárades vos irse a pasear, que aquí estuvo todo el daño. La mujer y la hija, la pierna quebrada y en casa; y si les dieres licencia para que se vayan a pasear, o ellas se la tomaren y sucediere el mal recaudo, no le echeis a Dios la culpa, ni tampoco os abroqueleis con la disculpa de Adán: quejaos de vuestro descuido. Para apoyar su idea, el autor cita los casos de Nabot, Sansón, David, Salomón y San Juan Bautista, y concluye: ¿Qué diferencia hay entre mandar las mujeres la república, o mandar a los varones que manden las repúblicas? Las mujeres comúnmente son las que mandan el mundo; las que se sientan en los tribunales y sentencian y condenan al justo y sueltan al culpado; las que ponen y quitan leyes y ejercitan con rigor las sentencias; las que reciben dones y presentes y hacen procesos falsos. Y todavía agrega, aunque excusándose por su edad: Son muy lindas las sabandijas, y tienen otro privilegio, que son muy queridas, que de aquí nace el daño. Buen fuego abrase los malos pensamientos, por que no lleguen a ejecutarse. ¡Válgame Dios! ¿Quién al cabo de setenta y dos años y más, me ha revuelto con mujeres?¿No bastará lo pasado? Dios me oiga y el pecado sea sordo: no quiera que llueva sobre mí algún aguacero de chapines y chinelillas que me baga ir a buscar quien me concierte los huesos; pero yo no sé por qué... Yo no las he ofendido, antes bien las he dado la jurisdicción del mundo. Ellas lo mandan todo, no tienen de qué agraviarse. Y, en efecto, Rodríguez Freyle desea desagraviar a las mujeres, pero no sólo no lo consigue, sino que insiste en sus ataques contra ellas. Quiero volver a las mujeres --escribe-- y desenojarlas, por si lo están, y decir un poquito de su valor. Grandísima es la fama de las diez Sibilas, pues con palabras tan divinas trataron de los dichos y hechos, muerte resurrección y ascensión de nuestro Redentor, y de todos los demás artículos de fe católica. La casta y famosa viuda Judith, con sabiduría y ánimo más que humano, guardó su decoro y limpieza, cortó la cabeza de Holofernes y libró la ciudad de Betulia .... Quíteseles el enojo, señoras mías, que como he dicho de éstas, dijera de muchas más. Pero agrega en seguida: La mujer es arma del diablo, caberza de pecado y destrucción del paraíso. Y pocas páginas después: ¡Oh mujeres, armas del diablo! Las malas digo, que las buenas, que hay muchas, no toca mi pluma si no es para alabarlas; pues si dan en crueles, Dios nos libre, que por venganza echan todo el resto, sin que reparen en honra y vida ni tampoco se acuerden de Dios, de quien no pueden huir para ser juzgadas; todo lo atropellan por salir con la suya y vengarse (cap. XVIII). Algo parecido había escrito antes (cap. XV), cuando reflexionó sobre el amor y, de paso, atacó a la mujer: El amor es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una gustosa y fiera herida y una blanda muerte. El amor, guiado por torpe y sensual apetito, guía al hombre a desdichado fin .... El día que la mujer olvida la vergüenza y se entrega al vicio lujurioso, en ese punto muda el ánimo y condición, de manera que a los muy amigos tenga por enemigos, y a los extraños y no conocidos los tiene por muy leales y confía más de ellos. Acerca del hombre, en cambio, es decir, del varón, nuestro autor tiene una opinión favorable, como indica el párrafo siguiente (cap. XVIII): Ya me estarán diciendo que por qué no digo que los hombres; que si son benditos o están santificados. Respondo: que el hombre es fuego y la mujer estopa, y llega el diablo y sopla. Pues a donde se entremeten el fuego, el diablo y la mujer, ¿qué puede haber bueno? Con esto lo digo todo, porque querer decir del hombre, en común o en particular, sería nunca acabar. El hombre se dice mucho menor, porque todo lo que se halla en el mundo se halla en él, aunque conforma más breve, porque en él se halla ser, como en los elementos; vida, como en las plantas; sentido, como en los animales; entendimiento y libre albedrío, como en los ángeles; y por esto le llama San Gregorio al hombre "toda criatura", porque se hallan en él la naturaleza y propiedades de todas las criaturas, por lo cual Dios le crió en el sexto día, después de todas las criaturas criadas, queriendo hacer en él un sumario de todo lo que había fabricado. Como habrá podido comprobarse, los datos que el propio Juan Rodríguez Freyle proporciona acerca de sí mismo, de su vida y de algunos aspectos de su pensamiento permiten afirmar que el hombre tenía una curiosa o rara personalidad. Parece indudable, a mi juicio, que no se trata, pese a sus ocasionales escarceos militares, de un hombre de acción, de un conquistador guerrero ni de un agresivo comerciante o intrépido o arriesgado hombre de empresa. En ambos sentidos, ni su participación en algunas campañas contra los indios rebeldes ni su dedicación a la agricultura permiten incluirle entre capitanes ni empresarios, y ello no por falta de inteligencia ni de posición social, aunque ésta no pasara de mediana. La personalidad de Rodríguez Freyle --escribe Aguilera14--, si se resiente por la faz del esfuerzo y de la decisión para hacerle frente a la vida, gana mucho en cuanto a la conducta de hombre de bien y de criterio sano. Por la falta denunciada en esta advertencia previa, deducida de informaciones francas o veladas de él propio, se verá que no fue capaz de emplear su inteligencia y buenas bases sociales para alcanzar la honra y prez que tantos otros compañeros y contemporáneos suyos, menos bien dotados, obtuvieron con pequeña dosis de iniciativa y firmeza de carácter. Algo parecido opina Oscar Gerardo Ramos: Rodríguez Freyle es, en definitiva, un santafereño de acento español, un temperamento urbano, a lo más agrícola, muy tímido para ir a incursionar nuevas regiones y sentir el desconcierto geográfico que subyugó a los primeros cronistas15. El talante de Juan Rodríguez Freyle era, en efecto, muy otro. Lo que él dice de sí mismo autoriza el afirmar que fue un joven de carácter abierto, de inteligencia clara y despierta, de buenas condiciones para bienquistarse a las personas, de temperamento conciliador, de buena fama y estimado por sus vecinos y conocidos. Que intentó hacer fortuna y que no lo consiguió por su mala suerte --el fallecimiento de su protector, licenciado Pérez de Salazar-- parece claro, como lo es igualmente el hecho de refugiarse, ya al final de sus días, en la literatura. Ello muestra, en definitiva, su aspiración --típica aún de su época-- de dejar fama, de pasar a la Historia, siquiera fuese por la vía de la creación literaria, lo que si no logró en su tiempo --su obra no alcanzó la publicidad de la imprenta hasta algo más de dos siglos después de escrita, aunque en su época fuese conocida por algunos--, sí consiguió doscientos años después. Por desgracia, la iconografía del autor no ayuda casi nada a conocer la personalidad de éste, ya que no se conoce --ni, probablemente, lo hubo-- retrato alguno suyo de su tiempo. El único de que se dispone, en efecto, es el del maestro Miguel Díaz, que éste pintó en 1936. Aguilera expone así el origen y la realización de ese único retrato que figura en su edición de El carnero, en la de Mario Germán Romero y en algunas otras. Ante la necesidad --escribe-- de consagrar un recuerdo pictográfico al primer cronista de nuestra ciudad capital, la Academia Colombiana de la Historia acordó, coincidencialmente, al cumplirse el III centenario de la iniciación de la crónica, la ejecución con pincel de una imagen que, viso más, viso menos, simbolizase la persona de aquél. Designóse para el difícil cometido al notable pintor don Miguel Díaz, bogotano nacido en el clásico barrio de Santa Bárbara. Una constante y reiterada lectura del Carnero y de la compaginación de las calidades literarias del libro le sugirieron la figura regordeta, sonrosada, campechana y, saludable del vecino de Guatavita. Diséñala sobre el fondo de la plaza y de la iglesia parroquial del lugar donde se presume que la crónica fue clasificada y compuesta. La edad setentona se advierte allí con la misma robustez y acometida de lo trasunto en los capítulos del infolio. Grata sonrisa socarrona, diestramente captada por el pincel y noblemente iluminada por la paleta, se filtra en mitad del rostro, mientras la péñola de ánade o de ganso se desliza sobre los pliegos amarillentos. Nunca un hombre flaco, desmarrido, arrugado, inquisitorial, de tez cetrina y de ojos encuerados hubiese podido escribir aquellas memorias ágiles, traviesas, irónicas y saturadas de buen humor. Así pues, es de creerse que la fantasía del maestro Díaz, tan hábil en el manejo de sus instrumentos pictóricos como buen intérprete de los sentimientos que florecen en el rostro de los hombres, dio en el clavo al consumar el "retrato" (llamémoslo así) de don Juan Rodríguez Freyle, entregado por él a la pinacoteca de nuestra Academia. No divagaríamos si dijéramos que el artista, a su modo, también preparó una biografía sin palabras sobre la trama de un lienzo. Cuando muy joven, y también por rara coincidencia, era yo discípulo de Miguel Díaz en la Escuela de Bellas Artes, leí por primera vez El carnero. Imaginé entonces a su autor muy próximo a lo que muchos años después mi profesor de dibujo concebiría y ejecutaría para ornamento de nuestro ilustre instituto de investigación histórica16.
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Uno de los casos de estudio más interesantes es el de las mujeres al frente de un ejército. En la historia de Castilla es probablemente donde ha habido más mujeres a la cabeza de un ejército interviniendo en una guerra ofensiva. (64) Hasta el siglo XVIII, las mujeres podían heredar la corona, pues no se impuso la ley Sálica hasta el siglo XVIII, y esto las posibilitaba para hacer la guerra, sobre todo en defensa de sus derechos al trono. Lo mismo ocurrió con algunas mujeres de la nobleza para defender sus estados. En la época medieval hubo bastantes casos como Doña Sancha de Navarra, DoñaUrraca, Doña Berenguela, etc. Gráfico En la guerra moderna fue más raro encontrar una reina al frente de sus tropas, pero también hubo algunos ejemplos de reinas o mujeres nobles que tomaron las armas y defendieron con ellas sus derechos. En primer lugar, destacó la reina Isabel la Católica. Su reinado se inició con una guerra contra los derechos sucesorios de su sobrina Juana la Beltraneja a la que logró arrebatar la corona castellana. Dos mujeres en liza, pero la participación mayor en la guerra correspondió a Isabel. Juana defendía la herencia de su padre, mientras Isabel luchaba por acceder al poder. Tras el triunfo de la guerra civil, Isabel continuó la lucha para dominar a la nobleza levantisca y participó activamente en la Guerra de Granada. Según Cristina Segura, la actuación de Isabel I fue siempre muy beligerante y luchó decididamente por el poder, a pesar de que los cronistas de la época la presenten de forma distinta. (65) Gráfico Otro ejemplo de una mujer al frente de sus tropas fue el de la soberana de los Países Bajos, Isabel Clara Eugenia, quien en alguna ocasión se puso a la cabeza de su ejército en lugar de su marido el Archiduque Alberto. De esta manera se significaba claramente quien ostentaba el poder y a quien le pertenecía Flandes. El esfuerzo personal de la archiduquesa por comprometer sus joyas para extraer dinero para el pago de las soldadas, así como su presencia física entre las tropas llevó a muchos a considerarla como madre de los soldados: "Car en fin el n´y a rien si superbe et brave qu´une belle, brave et grande dame, quand elle veut et qu´elle a du courage, comme estoit celle-là, et qui se plaisoit fort au nom que lui avoieut donné les soldats espaignols qui, comme ils appelaient l´empereur son frere: el padre de los soldados eux l´appelaient "la madre", ainsy que Victoria ou Victorina, jadis du temps de Romains fut appellée en ses armées "la mère du camps" (Victoria, madre de Victorin I, tyran des Gaules, morte en 268. Ses médailles lui donnent le titre de "mater exercitum: mere des armées). Certes, si une dame grande et belle entreprend une charge de guerre, elle y sert de beaucoup, et anime fort ses gens: comme j´ai veu en nos guerres civiles la reine mère qui bien souvent venoit en nos armées, et les asseuroit tout plain et encourageoit fort, et comme fait aujourd´huy l´infante Isabelle, sa petite fille en Flandres qui preside en son armée, et se fait paraitre à ses gens de guerre toute valeureuse, si que sans elle et sa belle et agreable presence la Flandre n´auroit moyen de tenir, ce disent tous. Et jamais la reine de Hongrie, sa grande-tante, me parut ell en beauté, valeur, generosité et belle grace." (66) Gráfico Entre las mujeres nobles, el mejor ejemplo lo ofrece María Pacheco, esposa del comunero Juan de Padilla. Tras la derrota de Villalar el 23 de abril de 1521, ella mantuvo la rebelión en Toledo contra Carlos I. Capituló unos meses después exigiendo el restablecimiento del honor de su marido, muerto en el cadalso, y el reconocimiento para su hijo de los mismos oficios municipales del padre, así como la devolución de la hacienda incautada. Unos meses después volvió a levantarse pues no se habían cumplido las capitulaciones pactadas; pero esta vez fue derrotada y tuvo que huir a Portugal; fue juzgada y condenada a muerte en rebeldía. Con su rebelión, María Pacheco, que procedía de la más alta nobleza de Castilla, defendió no sólo un ideal, también a su familia, su hijo y su hacienda.
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La Inquisición en España tuvo gran predicamento a partir de 1478, año en que los Reyes Católicos consiguieron del Papa Sixto IV mediante la Bula Exigit sincerae devotionis, la refundación del tribunal en Castilla, ampliado a la Corona de Aragón en 1481 (124) . Desde el siglo XIII hasta finales del XV, el Santo Oficio dependió de los obispos y actuó con moderación. Pero la expulsión de los judíos (1492) y de los moriscos (1609) planteó nuevos problemas (125) La alternativa era conversión o exilio. La mayor parte de estas minorías étnicas salieron de España permaneciendo fieles a sus creencias; el problema se recrudeció con la aparición de falsos conversos que habían sido bautizados, pero mantenían sus ritos y costumbres en el ámbito privado. Las mujeres, transmisoras principales de los hábitos familiares, jugaron un importante papel (126) . Gráfico Respecto a los judíos que vivían en Sefarad (España en el idioma ladino) hubo una habitual enemistad con la mayoría de la población, que culminó en una ola de asesinatos en las aljamas en 1381. Tras la expulsión de 1492, la mayor parte de los juzgados por la Inquisición eran judeoconversos. Concretamente entre 1481 y 1530 fueron procesadas unas 45.000 personas; el 90% de ellos eran cristianos nuevos con antecesores judíos, acusados de mantener sus antiguas costumbres religiosas (127). Estudiando la información aportada por los tribunales de la península ibérica, R. García Cárcel ha podido determinar la proporción de mujeres judeoconversas en los siguientes tramos cronológicos: 1481-1530 47,1% 1531-1560 39,1% 1561-1620 41,8% 1621-1700 40,5%. El mismo autor ha señalado el porcentaje de mujeres moriscas acusadas de mantener su fe islámica después del bautismo: 1481-1530 16,7% 1531-1560 41,2% 1561-1620 35,3% 1621-1700 36,4% (128). Según B. Vincent, estudioso del problema de los falsos conversos procedentes del Islam, las mujeres eran elementos de resistencia pasiva ante la cultura e idiosincrasia cristianas y mantuvieron la llama encendida de la fe de sus padres en la clandestinidad ya que "la mujeres moriscas desempeñaron un papel fundamental en la supervivencia del Islam"(129) . Según este autor, entre 1561 y 1620, el 35,3% de los acusados de islamismo son mujeres. Existen también algunos datos parciales sobre las mujeres moriscas condenadas por el Santo Oficio en algunos tribunales concretos: <table> <tr> <td>Tribunal de Valencia</td> <td>27%</td> </tr> <tr> <td>Tribunal de Zaragoza </td> <td>30,8%</td> </tr> <tr> <td>Tribunal de Cuenca </td> <td>35% (130).</td> </tr> </table> En definitiva, las mujeres conversas tuvieron gran peso específico en la permanencia religiosa de las minorías judía e islámica.