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Al lado de la representación del Cristo a la columna de la celda 27, se escenificaba ésta otra de Jesús con la cruz. Correspondiente a uno de los episodios de la Pasión de Cristo, hilo argumental de las estancias del ala oriental del convento de San Marcos, Fra Angelico sigue formulando una composición de gran simplicidad, pero también de gran significado para el contemplador. En medio de un paraje vacío, en donde predominan las líneas claras del macizo árido que ambienta la dificultad del viacrucis de Jesús, éste camina penosamente con la cruz a cuestas camino del Calvario. Por detrás de él y levemente más adelantada del plano del Salvador, se sitúa la figura de la Virgen, que acompaña a su hijo a su destino final. Aunque mostrando su rostro de riguroso perfil, los pliegues de la túnica de María, suavemente trabajados, dan el efecto de corporeidad de la figura. Interrumpiendo el camino de Cristo, Santo Domingo arrodillado mira fijamente a Jesús, en actitud de plegaria. El libro abierto del santo fundador de la orden se sitúa en el suelo, apenas esbozado en su color. La iluminación, proveniente de la derecha, unifica el cuadro de la escena, proyentando sombras en el macizo áspero que se figura como telón de fondo. Fra Angelico renuncia a cualquier detalle anecdótico que desvíe la atención del contemplador. Por eso una composición tan sintetizada en medio de paisaje de extrema aridez, lo que acentúa en cierto modo la potencia expresiva de los protagonistas. Posiblemente la obra la realizara un colaborador del fraile pintor, que seguro dio el modelo a ejecutar a su discípulo.
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Este maravilloso grabado recibe también el nombre de la Estampa de los cien florines aludiendo a su precio. Los especialistas la consideran como el mejor grabado salido de las manos del maestro. Los numerosos personajes han sido entrelazados ante la arquitectura, creando una soberbia sensación de continuidad, destacando la figura de Cristo a pesar de la complejidad de los elementos.
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Perla de la imaginería del Nazareno es el Jesús del Gran Poder, realizado en 1620 para la cofradía del Traspaso, de Sevilla, claramente influenciado por el Jesús de la Pasión de su maestro, Martínez Montañés. El estro de Juan de Mesa se muestra en esta escultura por su tremendo expresivismo. Sin la menor complacencia hedonista, la imagen está pensada para alcanzar la compasión. Cristo ha padecido tanto que ha ingresado en breves días en el territorio de la ancianidad. Este Nazareno de vestir es el más popular paso sevillano, quizás porque cumple a la perfección su misión de conmover a los fieles, lo que consigue con un patetismo y una garra emocional únicos.
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En sus primeras obras, Rembrandt mostrará los acontecimientos en su momento culminante como en el caso del Profeta Balaam y su burra, la Lapidación de San Esteban o la escena que aquí contemplamos. La barca ocupada por Cristo y sus discípulos recibe el fuerte oleaje y los impactos del viento, aportando un intenso dramatismo a la escena a través de la iluminación empleada, destacando la zona del barco que ha sido elevada por la ola. Algunos apóstoles se dirigen a Jesús para que solucione el problema mientras que otros luchan con las velas y dos de ellos vomitan. El contraste de claroscuro se debe a la influencia de Caravaggio a través de Pieter Lastman, el maestro de Rembrandt, acentuando la tensión del momento. Es una forma de mostrar la acción de la manera más real posible, convirtiéndose el espectador en testigo del acontecimiento. La sensación de dinamismo, de violencia, que se ha creado hace de esta obra una de las mejores de la primera etapa.
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Este es uno de los frescos más significativos que decoraban las celdas del ala oriental del convento de San Marcos. Si bien la mayoría de las estancias de esta zona figuraban escenas alusivas a episodios de la Pasión de Cristo, Fra Angelico optó aquí por una representación simbólica de la muerte de Jesús, a modo de resumen del ciclo de su pasión. Por eso, de manera muy conceptual y abstracta, el artista suspende en el espacio los instrumentos del calvario del Crucificado. La composición se abre con la figura de Jesús saliendo del sarcófago y mostrando las llagas en sus manos. Delante del sepulcro se sitúan la Virgen, derrumbada, que medita sobre el destino de su hijo, en la parte izquierda y, a la derecha, Santo Domingo arrodillado mirando el desangelado cuerpo del Crucificado. Completando la composición, los elementos sintéticos de los que hablábamos antes: la cruz con los clavos continúa la vertical del cuerpo del Resucitado; la lanza, una vara con la esponja mojada en vinagre y la columna se sitúan a ambos lados del sepulcro; mientras que el escarnio, la negación de Pedro, el beso de Judas, la corona de espinas y unas manos recogiendo unas monedas, que simbolizan sin duda la traición de Iscariote, se recortan en el espacio del fondo, sin figuración alguna y de tonos oscuros en su mitad superior. Un telón de fondo de color claro, que sugieren unas montañas apenas esbozadas, ocupan el resto del último plano. Fra Angelico ha sintetizado en esta escena una imagen que llama a la reflexión y a la solidaridad y compasión con Jesucristo. Por lo tanto, la imagen se nos antoja de gran efectividad para el contemplador. La composición guarda similitudes compositivas con Las santas mujeres en el sepulcro, de la celda 8.
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Las escenas grandilocuentes, llenas de figuras y en un marco arquitectónico grandioso, serán las preferidas por Veronés. En su obra más famosa, La cena en casa de Leví, fue llamado por la Inquisición para que explicara por qué había introducido en una escena religiosa tantos animales y personajes profanos. Esta anécdota es significativa de los gustos del maestro. Jesús entre los doctores no presenta animales pero sí un importante número de personajes -ataviados de manera lujosa- en el interior de un templo de estructura típicamente palladiana. Cristo joven protagoniza la escena, reforzando su oratoria con el gesto de las manos, mientras los doctores -en diferentes posturas- escuchan con atención o charlan entre ellos. En todas las figuras nos muestra el artista su amplia facilidad para obtener las expresiones de los rostros. Entre los doctores escucha un hombre vestido con el hábito de Caballero del Santo Sepulcro que podría ser quien encargó el lienzo. Al fondo de la composición, María y José, junto al pueblo, buscan a su hijo. Como buen representante de la Escuela veneciana, las principales preocupaciones de Veronés serán la luz y el color. La luz está perfectamente estudiada, creando espacios en contraste y obteniendo un efecto atmosférico muy característico. El color es muy variado, debido al gran interés del maestro por mostrarnos los trajes de la alta sociedad veneciana y de los grandes personajes que llegaban a la ciudad, abierta al mundo por su dedicación comercial. Las actitudes y las posturas de las figuras indican el conocimiento, por parte de Veronés, de la escultura clásica.
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Lienzo de 1629 ubicado actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, trata de uno de los episodios de la infancia de Cristo: Jesús, apenas un niño, se escapa de sus padres aprovechando que éstos acuden a la cita con el emperador romano para censarse, y marcha al templo judío. Allí se pone a discutir de teología con los rabinos, que quedan asombrados por la sabiduría del pequeño. Este cuadro tiene características atípicas del estilo de Zurbarán, lo cual se explica porque parece estar ejecutado en su mayor parte por el taller del maestro. Lo que más llama la atención es la distribución del espacio, bastante amplio y correcto. La luz es más clara de lo habitual, los personajes no se arremolinan... Sin embargo, las calidades materiales y la expresión de los rostros son inferiores a las de Zurbarán. El Niño aparece destacado sobre una escalinata, como el auténtico foco de atención. Al fondo, subrayados por una arquería que da al exterior, se encuentran los preocupados padres, María y José, que le estaban buscando.