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Durante la primavera de 1890 Van Gogh va a emplear como modelos de sus trabajos las flores que recogía en el frondoso jardín del hospital de Saint-Paul. Su delicado estado de salud le impedía trasladarse a los alrededores por lo que decidió realizar una serie protagonizada por lirios y rosas en un jarrón. En estos trabajos encontramos una interesante similitud con los girasoles elaborados en otoño de 1888, cuando Vincent esperaba la llegada de Gauguin a Arles. El florero se deposita sobre un espacio de color ocre y se recorta ante un amplio fondo amarillo, aplicando en esta zona el color de manera plana en sintonía con la estampa japonesa. Esa misma influencia le lleva a eliminar las sombras. Las varas de lirios se disponen ocupando la mayor superficie de la tela, trabajadas con una pincelada arremolinada característica de estos momentos. Los colores complementarios - amarillo y morado - avanzados por Delacroix y asimilados por el Impresionismo alcanzan su máximo esplendor, recuperando Vincent su admiración por el color con el que pretende manifestar sus sentimientos.
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Las escenas protagonizadas por lirios serán especialmente atractivas para Van Gogh. La similitud con los girasoles hace pensar en la evocación al feliz momento de la espera ante la llegada de Gauguin, en el otoño de 1888. Cuando realiza esta imagen que contemplamos, Vincent está empezando a sentir deseos de abandonar el hospital de Saint-Paul - donde está ingresado por voluntad propia - y regresar al norte para pintar ese paisaje que tanto le motivó en sus primeros años como artista. Pero su hermano Theo, recientemente padre, no pude hacerse cargo de él. Quizá por este motivo los colores empleados son algo más tristes aunque mantiene el estilo definido en obras anteriores: silueta marcada por una línea más oscura -continuando con el simbolismo de Bernard y Gauguin -; pincelada arremolinada, en espirales, apreciándose claramente por el espectador en el lienzo; contrastes cromáticos - blancos, verdes y malvas -; ausencia de sombras siguiendo la estampa japonesa.
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Van Gogh consideraba la pintura de naturalezas muertas fundamental para un artista en formación atrayéndole los bodegones con diferentes objetos o los jarrones con varios tipos de flores, siendo estas últimas composiciones más coloristas. En esta escena observamos un pequeño jarrón que apenas puede sostener el gran ramo de lunarias, mientras que un segundo ramo se ubica en primer plano. La pincelada rápida conecta con el impresionismo, pudiendo conocer Vincent las obras de Manet.
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Los contactos con Signac provocarán la admiración de Vincent hacia el puntillismo, interesándose por esa manera de aplicar el color en numerosos trabajos de la primavera y el verano de 1887. En este florero podemos encontrar dicho estilo puntillista en el fondo y en la mesa, creados gracias a una serie de ligeros toques de pincel que contrastan con la pincelada segura con la que pinta el jarrón y las flores. Por supuesto que no se trata de un estilo minucioso o detallista pero encontramos una mayor delicadeza en las flores, provocando una mayor volumetría al contraponer las dos formas de ejecución. El colorido vivo de las flores y el jarrón indican la superación definitiva de la fase de Nuenen y avanza una etapa más colorista en Arles.