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Las cerámicas pintadas elaboradas por los pueblos prerromanos se siguieron fabricando tras la conquista, porque el impacto tecnológico romano no supuso, en la península Ibérica, la desaparición inmediata de los alfares de tradición local. De modo que, durante cinco siglos, estas cerámicas convivieron en las despensas hispanas con productos de origen romano, como la cerámica sigillata o la de "paredes finas", en un signo evidente de fusión cultural. Pieza conservada en el Museo Arqueológico Nacional.
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Los talleres nazaríes produjeron gran variedad de objetos de lujo continuando la tradición artesanal andalusí, aunque tuvieron que adaptarse a la escasez de materiales preciosos que, anteriormente, habían llegado desde África y desde Oriente. Sin embargo, tanto la Alhambra y las residencias cortesanas como el comercio de exportación siguieron demandando piezas suntuosas, tales como lozas doradas, arquetas de plata o taracea y bordados de seda. También la cerámica decorada con la técnica llamada de "cuerda seca" siguió fabricándose durante el periodo nazarí, aunque estas piezas, sin llegar a ser de uso cotidiano, debieron de quedar relegadas al consumo local porque no han aparecido fuera del territorio nazarí.
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En los yacimientos tartésicos se han recuperado magníficas producciones de bronce. En las necrópolis se repite un característico juego ritual compuesto de un jarro y una amplia pátera con asas -denominada habitual e impropiamente braserillo-, que debía de utilizarse en ceremonias de libación o purificación durante los enterramientos. Son particularmente notables los jarros, con tamaños que oscilan entre los 20 y los 40 centímetros de altura aproximadamente. Los más sencillos -como los hallados en Alcalá del Río, Carmona, Torres Vedras, en Portugal, y Coca (Segovia)- tienen figura piriforme, con un anillo en relieve en la unión del cuerpo y el cuello, y terminación en una boca trilobulada, con pico para verter; las asas, amplias y voladas, se unen a la panza mediante una placa en forma de palmeta.
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Este jarro que se conserva en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid es un espléndido ejemplar, de origen tartésico, que destaca por su hermosa decoración. En el detalle se destaca la configuración de la boca como una cabeza de león, según prototipos documentados en Corinto, Etruria y otros ámbitos de la koiné orientalizante del Mediterráneo. A la cabeza de felino se acerca por detrás, en el asa, la cabeza de una serpiente. Puede corresponderle una fecha del siglo VI a.C. La presencia de animales en la decoración de los jarros se considera, junto a las florales y vegetales, alusiva a la naturaleza y la muerte, equiparable a la semita Astarté.
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El tesoro más rico en joyas de oro del periodo orientalizante tartésico se ha encontrado en Aliseda, Cáceres, como parte del ajuar de una tumba principal casualmente destruida. Las joyas de oro constituyen un precioso conjunto, finamente decorado con filigrana y granulado. Además de sellos de escarabeo, numerosos colgantes y piezas de collar, con formas muy propias de la joyería de producción fenicia, destacan en el conjunto la diadema, las arracadas, los brazaletes y el cinturón. Su fecha de fabricación debe situarse en el último cuarto del siglo VII a. C., o los comienzos del siglo VI.