Una gran avenida de tierra introduce al espectador hacia los últimos planos de profundidad, donde se sitúa la vivienda. La presencia de ese camino condiciona el aspecto general del cuadro, que tiende enormemente a la geometrización, ya que las líneas de flores se convierten en direcciones paralelas. Frente a esa zona terrenal, los árboles son tratados de manera distinta, como masas informes de color y luz, en la mejor tradición del Impresionismo. Sin embargo, este cuadro presenta un aspecto general contradictorio, ya que la selección de los colores remite de manera directa a otros códigos de la pintura de paisaje, sobre todo al simbolismo o al modernismo. En efecto, ante esta obra podemos recordar de inmediato el arte de pintores españoles como Santiago Rusiñol, Darío de Regoyos, Joaquín Mir o Muñoz Degrain. Todos ellos optan por colores en la gama de los malvas, naranjas, violetas, lo que produce una sensación de paisaje sentido o soñado más que experimentado objetivamente.
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En diciembre de 1630 Rubens vuelve a contraer matrimonio -había enviudado en 1626- con Hélène Fourment, joven de 16 años, hija de un próspero comerciante de sedas amigo del pintor. Su matrimonio será un tónico para el ya maduro pintor y la felicidad conyugal que vivirá la pareja se pone de manifiesto en el Jardín del Amor. En este lienzo, Rubens parece presentar a su bella esposa al conjunto de damas y caballeros que participan en una fiesta junto a un palacete barroco, que supuestamente se trata de la casa de campo que tenía el maestro a las afueras de Amberes. Pero esa escena amorosa, totalmente real, con figuras ricamente vestidas y en posturas muy forzadas, se anima con la presencia de varios amorcillos, mezclando así lo real con lo fantástico, en un claro precedente de las escenas galantes tan famosas en el siglo XVIII. Resulta una obra de gran encanto por la riqueza y belleza del colorido, la gracia de los amorcillos, las calidades de las telas de los vestidos y la expresividad de los personajes.
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Tras la marcha de Gauguin a París en diciembre de 1888, Van Gogh será internado en el hospital de Arles. Su autolesión en la oreja será curada y se le tratará de uno de sus primeros ataques de locura en el que pasó tres días delirando. Dado de alta en enero de 1889, Vincent volverá al centro sanitario en febrero y en marzo, acudiendo a visitar al doctor Félix Rey y siendo internado en varias ocasiones. En el mes de abril lo abandona aunque como paciente externo realizará esta encantadora vista del patio junto a otras imágenes menos alegres como el Dormitorio del hospital de Arles. Vincent se sintió especialmente atraído por la luz del sur de Francia , mostrándola en muchos de sus trabajos. Sus raíces impresionistas le "obligaban" a captar las diferentes luces diarias, mostrando en esta imagen una iluminación de mediodía que resalta el colorido del jardín con sus flores naranjas, blancas o amarillas, elaboradas con un pequeño toque de su delicado pincel. En primer plano y enmarcando la composición, hallamos dos árboles y varios arbolitos entre ellos, formando una acentuada diagonal. Precisamente éstos presentan esas formas retorcidas que caracterizan algunos de los cuadros posteriores - Noche estrellada, por ejemplo -. Los árboles laterales tiene muy acentuada la silueta con una línea oscura, recordando al método cloisonista empleado por Bernard y Gauguin. Las crujías del claustro que observamos al fondo están plenamente iluminadas, resaltando sus vivos colores, especialmente el amarillo; las sombras malvas típicas del Impresionismo también se encuentran presentes en esta zona. Gracias a las figurillas que ocupan ambas partes del claustro, Van Gogh consigue dotar de mayor gracia y vivacidad al conjunto, resultando una delicada estampa arlesiana, contemplada por los ojos de un hombre sensible que teme volver a enfermar, posiblemente porque su creación se interrumpe durante sus crisis y él sólo se siente atraído por la pintura.
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A unos veinte kilómetros al norte de Arles, en la localidad de Saint-Remy-de-Provenze, se levantaba el sanatorio mental de Saint-Paul-de-Mausole, situado en un antiguo convento de agustinos abandonado. Van Gogh llegará a este lugar por decisión propia en el mes de mayo de 1889, acompañado por el pastor calvinista Salles. Su marcha de Arles se ha debido a la presión de un grupo de vecinos para que fuera internado en el hospital, la inundación de la casa amarilla y el traslado de los Roulin a Marsella. Ya nada le ata a Arles; por consiguiente se traslada a un lugar más tranquilo donde puede continuar su recuperación. Theo ha alquilado dos habitaciones y una le sirve de estudio ya que Vincent sólo está interesado en crear, teniendo pánico a sus crisis porque no le permiten pintar. El jardín y el parque del sanatorio se convierten en los modelos favoritos de esta nueva etapa, sin olvidar las flores como los lirios. En esta ocasión, nos muestra una bella vista del descuidado jardín eligiendo una luz nocturna que enlaza con la empleada en obras como Noche estrellada sobre el Ródano o la Terraza del café. Los tonos oscuros dominan la composición, animados ligeramente por la hierba verdosa. Las líneas ocupan un importante papel tanto en la construcción del edificio como en los árboles o en los matojos de hierba, quizá para reforzar la oscuridad nocturna. El color es aplicado con rapidez, eligiendo en algunos lugares la aplicación plana de las estampas japonesas que también utilizaba Gauguin, posiblemente como un recuerdo de añoranza al amigo perdido.
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Durante su estancia en París, Van Gogh tuvo la oportunidad de relacionarse con el círculo de impresionistas que ya estaban en sus horas más bajas, contactando especialmente con Pissarro. También contactó con los jóvenes que consideraban al Impresionismo caduco por lo que había que abrir caminos nuevos: Toulouse-Lautrec, Seurat, Signac, Bernard ... Aunando los dos conceptos, Vincent elaborará un estilo propio que parte de ideas impresionistas avanzando en asuntos como el color y la luz, resultando obras tan llamativas como este jardín del hospital en el que el holandés estaba internado desde mayo de 1889. Las luces otoñales, aun cargadas de fuerza, resaltan el colorido característico de esta estación, aplicado con rápidos y empastados toques que aportan un sensacional vigor a la escena. Entre los árboles podemos observar el edificio del hospital, importante punto de referencia para el artista.
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El jardín del hospital donde Vincent estaba internado se convertirá en uno de los temas principales en los cuadros realizados durante el otoño de 1889 debido al temor a alejarse del sanatorio ante una nueva crisis. En esta ocasión recoge una sensacional vista del atardecer, dotando de diversas tonalidades al cielo mientras que en primer plano los árboles se bañan con las últimas luces del día, resaltando sus colores verdes. La fachada del edificio queda a la derecha, presentando ante ella un empedrado donde muestra diferentes sombras malvas en sintonía con el Impresionismo. Las pinceladas son cortas y rápidas en su mayoría, compaginándolas con las arremolinadas y los trazos más intensos de los contornos, siempre en negro, siguiendo a Bernard. Los pacientes que pasean por el jardín animan la composición y nos trasladan a la realidad, el internamiento del artista buscando la cura de la enfermedad para poder trasladarse al norte, su último deseo.