Durante los dos meses de estancia en Auvers, Van Gogh se sentirá especialmente atraído por este jardín que repetirá en varios lienzos. El amplio espacio está cerrado al fondo por el edificio rodeado de árboles, creando una admirable sensación de profundidad. Las flores de primer plano se convierten en el centro de atención, iluminadas por una luz de atardecer primaveral que resalta sus vivos tonos igual que ocurre con la hierba. La pincelada ha sido aplicada con tremenda soltura, apreciándose los diversos trazos en la tela ya que Vincent apenas emplea el dibujo para elaborar sus creaciones; sólo con el color consigue obtener las formas, enlazando con la manera de trabajar de Monet.
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Uno de los motivos más tratados por Van Gogh durante su estancia en Auvers será el jardín de Daubigny por el que sentía especial admiración. Es ésta una delicada vista de un amplio espacio, cerrado por el grandioso edificio y la iglesia al fondo, en el que podemos contemplar todos los elementos del jardín: desde el gato negro en primer plano hasta el cenador del fondo, sin olvidar las flores, los árboles, la señora o la verja, en un esplendoroso interés por mostrarnos todos los detalles. Evidentemente, Vincent no emplea un estilo preciosista y minucioso como los artistas académicos; más bien su maestría esté en plasmar en el lienzo todos esos elementos a través de una pincelada suelta, con manchas y pequeños toques de pincel que configuran la composición, como si de un puzle se tratara. Precisamente será esta pequeña pincelada la que haga de Van Gogh un artista inconfundible, especialmente las espirales. Partiendo del puntillismo de Seurat y de la estampa japonesa, Vincent desarrollará un estilo propio que le caracteriza. Curiosamente, en algunas zonas otorga una mayor importancia a las líneas al marcarlas con un trazo más fuerte como en la iglesia. Esto será una clara influencia del simbolismo de Bernard pero también se produce por el deseo del artista de demostrar que había alcanzado una importante soltura en el dibujo, su gran preocupación. Sus colores son habitualmente muy vivos, jugando con las gamas de complementarios y empleando el malva para las sombras como tanto gustaban los impresionistas, cuyo estilo sirve a Van Gogh de punto de partida llegando a realizar estas inolvidables escenas.
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En 1815 Constable pintó dos vistas de las posesiones de su padre, Golding Constable, que pronto heredaría el pintor. La visión de este Jardín y la del Huerto de Golding Constable nos hablan de una intención diferente a la que encontrábamos en los cuadros previos, como la Iglesia de East Bergholt o la Vista de Dedham. Aquí la mirada del artista recorre con primor topográfico los elementos del paisaje, con la recreación del propietario que siente amor por sus propiedades. En el caso de este cuadro, el artista está pintando directamente desde la casa de su padre, desde una de las ventanas del piso superior: podemos apreciar la sombra del edificio en la parte inferior del lienzo. El jardincito del primer plano, las granjas, las alquerías del fondo, son un repaso a las posesiones de la familia.
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Originalmente la tabla sólo mostraba el jardín de la casa de Fortuny en Granada pero a la muerte del artista en 1874 su cuñado, Raimundo de Madrazo, añadió las figuras del perro y Cecilia, personalizando de alguna manera la escena y firmando el trabajo. Las colaboraciones entre ambos cuñados se dieron en más de una ocasión - el Museo del Prado guarda dos pequeños cuadros que certifican este asunto - aunque desconocemos si esta obra fue fruto de colaboración o Madrazo añadió las figuras por gusto. Independientemente de este tema, la escena goza de todas las características típicas de Fortuny, interesándose por la luz, enlazando con el Impresionismo incluso al aplicar la sombra de colores. A pesar de primar la iluminación en la composición, no se olvida el artista de presentar todos los elementos del jardín con una minuciosidad casi caligráfica como se observa en las piedras, la textura de las plantas, los árboles o los tiestos, conjugando dos estilos aparentemente opuestos para crear una fórmula particular de trabajar. El color es captado en su máximo esplendor, resaltando sus brillos y su viveza gracias a la luz mediterránea que más tarde popularizará Sorolla. La verticalidad de la escena viene determinada por los árboles, que tienden a crear un efecto ascendente, contrastando su colorido con la tapia y el cielo. El resultado es una pequeña obra maestra.
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En otoño de 1871 Monet alquila una pequeña casa en Argenteuil con un amplio y frondoso jardín. En este lugar pasará unos seis años, siendo un periodo muy fecundo donde empieza a desarrollar con fuerza su estilo impresionista. Esta bella escena presenta el jardín lleno de flores, con la casita al fondo; dos figuritas completan el conjunto, pudiendo ser una referencia al propio pintor y a su esposa, Camille. Pero los protagonistas no son ellos sino las flores, entre las que abundan las de color rojo pero también amarillo, blanco o rosa, en una prodigiosa sinfonía. Las nubes toman un aspecto plomizo, coloreándose de tonalidades malvas ya que el interés del pintor se centra en ofrecer la sensación lumínica de una tarde primaveral en la que el cielo amenaza lluvia. Las formas pierden importancia, anticipando en varias décadas el arte abstracto.