Las tres primeras placas del Ara Pacis, muy incompletas, estaban ocupadas por los doce lictores que acompañaban a Augusto a todas partes según Dión Casio. La cabeza de Augusto, velada, se encuentra en el límite de las placas 3 y 4, mirando a la izquierda y extendiendo el brazo derecho, probablemente hacia una arqueta de incienso que le ofrecía un acólito. A su espalda, un magistrado no identificado. Detrás, en primer plano, los tres "flamines maiores" (de Iuppiter Mars y Quirinus), con el gorro de cuero provisto de un disco con una punta en lo alto. Sobre la toga llevan la muceta llamada "laena". Con ellos, pero en segundo plano, otro sacerdote con aspecto de mayor que los otros tres. Era Sexto Apuleyo, añadido por Augusto a los "flamines maioris" como "flamen Iulialis", y el cuñado del emperador. El flamen joven que está a su izquierda brilla. Por el extremo contrario, un sapo se aleja, con su torpe andar, del escenario del minúsculo drama. La composición de que ste pormenor forma parte es la mayor que se conoce del mismo género en el mundo antiguo.
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En la escena vemos un detalle del friso del Ara Pacis que representa la Gran Procesión en la que podemos distinguir algunos retratos de familiares de Augusto como el de su esposa, Livia (primera figura de la izquierda) que aparece elegantemente ataviada y coronada con laurel, probablemente en el papel de regina sacrorum. Escolta a la emperatriz el mayor de sus hijos, Tiberio, a quien siguen, en primer plano, Antonia Minor, la hermosa hija de Octavia y Marco Antonio, y su marido, Druso, con las ropas cortas de militar. Entre ellos se encuentra un niño con bulla al cuello, su hijo Germánico, de dos años entonces.
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Son abundantes los apuntes tomados por Fortuny durante su viaje a Tánger en 1871, consciente ya de su pasión por la luz tras el año de estancia en Granada con Martín Rico. Su objetivo era otro bien distinto ya que debía buscar la inspiración necesaria para concluir su Batalla de Tetuán, largamente reclamada por la Diputación de Barcelona, que pagó en su momento la pensión al joven pintor; sin embargo, cuando desembarcó en la costa africana descubrió una vez más su amor hacia la luz, la atmósfera, el ambiente marroquí, ejecutando una serie de pequeñas tablas donde los rápidos toques de color, la pasión por la luz y las sombras coloreadas le acercan a los aspectos más destacados del Impresionismo. La figura del hombre queda entre sol y sombra, produciéndose un admirable contraste lumínico captado del natural, siendo destacable la rapidez de pincelada con un empastado ajeno al preciosismo de los Marroquíes o la Matanza de los abencerrajes.
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Uno de los grabados más atractivos de la carrera de Fortuny sería éste que contemplamos, que recoge a la perfección la tristeza del momento, inspirado en anotaciones tomadas durante su estancia marroquí en 1860. El cadáver yace tendido en el suelo, reforzando la línea horizontal que domina el conjunto mientras su compañero sentado en el suelo agacha la cabeza sumido en el más absoluto dolor. El dibujo y la distribución de la luz serán los dos grandes logros de Fortuny, que utiliza líneas entrecruzadas para obtener el efecto de claroscuro.