El anuncio de la próxima divina maternidad se realiza en una habitación que Tintoretto describe con minuciosa veracidad: los ladrillos y la desconchada columna; el suelo con losas de dos colores; la silla de paja con el asiento roto, apreciándose el paso del tiempo; la cesta de labores a los pies de María; el amplio lecho cubierto con dosel que vemos al fondo de la estancia; o la escena de san José trabajando en su taller de carpintero, apreciándose sus instrumentos colgados de la pared de la izquierda. Esta realista descripción contrasta con la aparición del mensajero que se introduce en la estancia; el arcángel se acompaña de una amplia corte de ángeles, grupo precedido por la paloma del Espíritu Santo. La sombra se adueña de la estancia, aportando mayor monumentalidad a las figuras, creando sensacionales efectos de luz y oscuridad.
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Entre los artistas de la escuela barroca madrileña que sentían una mayor atracción hacia la escuela veneciana debemos destacar a Antonio de Pereda, protegido por Giovanni Battista Crescenzi, el noble romano que tuvo un importante papel en la transformación del gusto artístico en Madrid. Esta Anunciación que contemplamos demuestra la maestría de Pereda a la hora de componer sus escenas y de aplicar el color. Ha recurrido a una organización a base de líneas zigzagueantes, interrumpidas por algunas horizontales y por la verticalidad de ambos personajes. La luz ilumina y modela a María y al Arcángel, recortados sobre el fondo dorado para crear efecto de sobrenaturalidad, de la misma manera que había hecho Murillo o Zurbarán. La idealización de las figuras se acerca a la escuela veneciana, igual que en cuanto al colorido o el tratamiento de los ropajes. Sin embargo, se aprecia aun cierto recuerdo a los pintores de la generación anterior, especialmente Vicente Carducho.
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Desde que se conoce esta tabla con la Anunciación, se creyó que era de Doménico Ghirlandaio, un excelente pintor contemporáneo de Leonardo da Vinci. Pero en 1867 se descubrieron datos, dibujos, bocetos que permitían atribuir el cuadro a Leonardo. Fue un encargo para el convento de San Bartolomé en Monte Olivetto, de donde pasó a los Uffizi tras conocerse su verdadero autor. Lo más posible es que ambos pintores trabajaran juntos en la pintura, o que se trate de una obra del taller de Verrocchio, reservándose el paisaje de fondo para Leonardo. Esta última hipótesis se basa en que el pupitre donde la Virgen está leyendo así como las arquitecturas detrás de ella son diseños típicos de Verrocchio. La composición del cuadro está dividida en dos mitades desiguales. Una es la mitad que ocupa el ángel, respaldado por el jardín y el bosquecillo de fondo. La otra es la mitad de la Virgen, respaldada por edificios y elementos arquitectónicos. La manera de dar unidad a estas dos mitades es doble. Por un lado, la acción: el ángel se inclina hacia la Virgen en el saludo, gesto ante el que María reacciona. Además, tras los dos personajes, un murete corrido, que tan sólo se interrumpe para enmarcar la mano del ángel que saluda y la vara de azucenas, unifica la escena, que de esta manera posee un continuo espacio-temporal.
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En 1596 El Greco recibe uno de los encargos más importantes de su carrera: la decoración del Colegio de Doña María de Aragón en Madrid, cuyo lugar es ocupado en la actualidad por el viejo edificio del Senado, en cuya sala de sesiones se emplazaba la iglesia y los retablos que diseñó el cretense. Desconocemos la disposición original del retablo principal, en el que estaba la Anunciación, pero se piensa que ocupaba el cuerpo bajo, acompañando al Bautismo de Cristo. Ésta es la Anunciación más hermosa de cuantas realizó el maestro, aunque curiosamente fue considerada indigna de mostrarse en el Museo del Prado por lo que fue cedida al Museo Balaguer de Vilanova i la Geltrú de Barcelona en el año 1883. La composición se organiza con una doble diagonal que forma un aspa, situando en el centro la paloma del Espíritu Santo, que une el mundo celestial del Rompimiento de Gloria, con los ángeles músicos, y el mundo terrenal, con María y el arcángel Gabriel, que viste túnica verde y lleva las alas desplegadas. María ha abandonado su lectura -por eso vemos el reclinatorio con un libro junto a ella- y mira al arcángel. La figura de la Virgen es gigantesca ya que aun estando arrodillada -se ven los pliegues de su túnica- tiene una estatura anormal; igual ocurre en el ángel, cuyo canon es muy estilizado, como vemos en San Andrés y San Francisco. Entre ambas figuras se observa la zarza ardiendo, donde Moisés prefigura a Cristo. La luz es la gran protagonista de la escena, luz muy blanca y potente que anula el color, como en la túnica de María. La pincelada es cada vez más suelta, aplicada con gran rapidez y soltura. Resulta interesante el contraste entre el estatismo de la zona baja y el movimiento del Rompimiento de Gloria, recurso muy empleado en la pintura del cretense.
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Esta obra es atribuida a Leonardo por muy pocos autores. Tradicionalmente se cree de Ghirlandaio o de Lorenzo de Predis. En cualquier caso parece evidente que era una obra del taller de Verrocchio que sus colaboradores habituales llevaron a cabo. La intervención de Leonardo, un Leonardo muy joven, es discutida. Se quiere creer que la composición general es suya, así como parte del ángel y el manto de la Virgen. Sin embargo, respecto a la composición, si es de Leonardo habría que decir que se somete a ciertos convencionalismos que se creían abandonados ya por el joven artista.
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Esta Anunciación es una de las obras más importantes entre los trabajos realizados por Botticelli en la década de 1480. Fue encargada por Ser Francesco Guardi, miembro de la burguesía media en la Florencia del Quattrocento, para la decoración de la capilla familiar, elevando así su prestigio social a la vez que obtenía una importante ayuda para su Salvación eterna, según el pensamiento de la época. Las dos figuras se insertan en un espacio cerrado, destacando el contraste entre paredes grises y baldosas rojizas. Tras ese suelo embaldosado contemplamos una puerta abierta a una balconada que permite observar un paisaje de claras reminiscencias flamencas, producto de los intensos contactos comerciales entre Italia y Flandes. Tanto el ángel como la Virgen se sitúan en posturas algo forzadas, remarcando el movimiento a través de los paños. Sus manos son el elemento fundamental de la composición, acercándose pero manteniéndose quietas a la vez, colocándolas en el lugar más observado de la tabla. El ángel quiere tocar a María y ésta admitir el mensaje que le transmite pero Botticelli parece haber detenido el tiempo. Los dos personajes tienen un sensacional aspecto escultórico reforzado por esos amplios paños que cubren sus cuerpos, que demuestra la calidad como dibujante que exhibe el maestro en toda su producción. Los deseos de manifestar la perspectiva a través del suelo embaldosado y el paisaje al fondo relacionan a Botticelli con Mantegna o Piero della Francesca, maestros que buscan el efecto de profundidad para alejarse de la planitud gótica. Los colores empleados por Sandro son de gran viveza, destacando la minuciosidad de los detalles y los pliegues de las telas, mostrándose como un pintor serio aunque con un cierto aire de frialdad, como si faltara un hálito de vida en sus composiciones.
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Comparada con la Anunciación del Museo de Arte de Filadelfia, es obvio que Zurbarán ha dado un giro a su estilo. No sólo ha mejorado su composición, presentando un espacio más coherente y armónico, sino que sus colores densos y primarios se han suavizado y se aplican con mayor fluidez. La iconografía de la Anunciación con un coro de ángeles sobre San Gabriel se ha establecido ya como la norma, aunque nada se comenta a este respecto en las Escrituras. La Virgen aparece en una pose poco convencional, arrodillada tras interrumpir su oración y con una expresión grave que indica lo consciente que es de la situación. El ángel aparece más tímido y menos impulsivo que en otras representaciones, igualmente arrodillado sobre unas nubes. El talento bodegonista del pintor se manifiesta en los objetos aislados como naturalezas muertas en la parte inferior del lienzo: la canastilla de labores de la adolescente María, el par de libros abiertos sobre el reclinatorio y el hermosísimo jarro de azucenas blancas que simboliza la virginidad de la joven.
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La Anunciación que guarda el Museo del Prado supone la culminación del estilo de Murillo. La escena está dividida en dos zonas, apareciendo en la inferior la Virgen con el arcángel san Gabriel y en la superior un rompimiento de Gloria con querubines que rodean al Espíritu Santo, formando una aureola a su alrededor. El Anuncio se realiza en un interior, contemplándose las baldosas bicolores que otorgan cierta profundidad a la estancia, limitada por las nubes del rompimiento de Gloria. El arcángel abre sus manos en un gesto teatral mientras que la Virgen las lleva al pecho asumiendo su destino. El bello rostro de María recuerda a Rafael aunque Murillo muestre una mayor naturalidad. La espiritualidad de la escena parece romperse por las actitudes de los angelitos que se dirigen con cierta violencia hacia el lugar, empujándose entre ellos. La luz dorada procedente del Espíritu Santo ilumina toda la composición, creando un espectacular efectos atmosféricos y reafirmando las tonalidades, especialmente los azules y rojos de la indumentaria de la Virgen. La composición se organiza través de dos diagonales que forman un aspa, dejando la zona central para la paloma. En primer plano contemplamos el cesto de labor de María que sirve al artista ara adentrar al espectador en la escena, haciéndonos partícipes de la Anunciación.
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Maddalena degli Oddi encargó a Rafael la ejecución de un retablo para la iglesia de San Francisco en Perugia presidido por la Coronación de la Virgen. En la predela se ubicarían la Anunciación, la Adoración de los Magos y la Presentación de Jesús en el Templo. El estudio preparatorio de la Anunciación que aquí contemplamos apenas tiene diferencias con el trabajo definitivo, mostrándose una perfecta perspectiva a través del embaldosado suelo y la logia que se abre al fondo, completado con un paisaje. Hasta la figura de Dios Padre entre los arcos aparece en esta escena, mostrando Sanzio un excelente dibujo que manifestará a lo largo de toda su carrera.