Con 16 años Filipo V alcanzaba el trono de Macedonia. Se alió con los cartagineses para luchar contra Roma, prolongándose la guerra durante diez años, finalizando con la paz de Fenice que era favorable a Filipo. Su política de alianzas continuó con la firmada con Antíoco III de Siria frente a Ptolomeo V de Egipto. La expansión macedónica en el Egeo sería una de las causas del conflicto al perjudicar a Rodas y Pérgamo. Roma intervino apoyando a Ptolomeo, derrotando en Cinoscéfalos a Filipo e imponiendo una paz muy dura para el macedonio. Entregado a la preparación de la revancha, Filipo falleció.
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Filipo II, decidido a intervenir en Grecia, sintió desde muy pronto la necesidad de ahondar en esta política helenizadora. Atrajo a Aristóteles para que, desde el 342 a. C., se ocupase de la educación de su hijo Alejandro, que entonces tenía catorce años de edad; y no contento con albergar al historiador Teopompo (quien escribiría una historia de su reinado, Historia Filípica, desgraciadamente perdida), utilizó los servicios del orador Pitón de Bizancio, discípulo de Isócrates, y aceptó los servicios de personajes como Nearco y Eumenes de Cardia, destinados a ganar fama en las campañas de su hijo. También en el campo de las artes hizo lo posible Filipo por dar de sí una imagen helénica, sobre todo a raíz de su victoria definitiva sobre atenienses y tebanos en Queronea (338 a. C.). Quien ya era indiscutible señor de los destinos de Grecia veía sin duda -como Roma más tarde- que la helenización era no sólo el paso necesario hacia un nivel cultural superior, sino además una herramienta política para eliminar resquemores. Planteábase, pese a todo, a la hora de llevar a cabo este proyecto, un problema de gran importancia. Cuando se quisiesen decorar palacios o templos, cabría, desde luego, comprar sin más cualquier pieza griega, pero ¿cómo elaborar la imagen del rey -algo prácticamente desconocido en la Grecia clásica-, cómo crear la iconografía regia destinada a imponerse a los súbditos? Abríanse varias posibilidades, desde luego. El monarca macedónico -una institución de carácter muy arcaico, con ribetes homéricos incluso- no parecía asimilable al monarca persa, sentado en su trono y con su largo cetro en la mano, pero sí tenía dos facetas netamente diferenciadas: era, en primer lugar, un líder guerrero, victorioso en los combates y brillante cazador, y, a la vez, era un héroe, un semidiós, descendiente de Heracles y partícipe de su sobrehumana naturaleza. Incluso es posible que se le pasase por las mientes a Filipo, en algún momento, su propia divinización, pero nunca se atrevió a exponerla a las claras. Ante tal mezcla de categorías, podían plantearse diversos tipos separados -rey-guerrero, rey-héroe, rey-cazador-, o intentar fundirlo todo en una mezcla de matices inextricable, capaz de introducir en la propaganda regia todo tipo de asociaciones inconscientes. En realidad, Filipo II, y después de él Alejandro Magno, aceptarán diversas variantes. Filipo, en particular, debió de plantearse, tras la batalla de Queronea, el encargo de retratos suyos que difundiesen su efigie de vencedor mítico. Sabemos, en efecto, que Eufránor, el escultor, pintor y tratadista de la escuela ática, representó a Filipo y a Alejandro en cuadrigas. Se ha pensado, creemos que con razón, en monumentos levantados como recuerdos de la gran batalla que el príncipe Alejandro, de dieciocho años de edad, decidió con una carga de su caballería, y se ha sugerido que el llamado Alejandro Rondanini, conservado en Munich, sería el resto de la copia de uno de estos grupos: así aparecería el macedón subiendo en un carro, desnudo como un héroe. También por entonces, al parecer, recibió Leócares un encargo de gran entidad: el de tallar, para la thólos que en su propio honor ordenó ejecutar Filipo en Olimpia -thólos en la que ya la columnata exterior es jónica, y que cierra el ciclo de las bellas thóloi del siglo IV- una serie de estatuas en oro y marfil. Eran retratos de los miembros de la familia real macedónica, Filipo y Alejandro incluidos, aunque ignoramos en qué postura y con qué vestimentas aparecían. Leócares tenía a su favor, como sabemos, el haber trabajado en esa gran creación de espíritu monárquico que fue el Mausoleo: había visto elaborar cacerías regias, había sentido con sus propios ojos la evocación dinástica de las series de retratos familiares (algo todavía poco desarrollado en Grecia), y sabía que, uniendo todos estos recursos iconográficos y superponiéndolos a los temas con que la tradición griega adornaba cualquier tumba o monumento conmemorativo (Amazonomaquias y otras luchas míticas, animales apotropaicos, etc.), podía conseguirse un efecto tan complejo como deslumbrante. Sus recuerdos, transmitidos a los artistas de la corte macedónica, servirían sin duda como fuente inagotable de inspiración.
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Desde el punto de vista ateniense, la paz de 371 tuvo un efecto similar al que pudo tener la paz de Calias en el siglo V. El final de la lucha contra Esparta representaba ahora, como entonces el final de la lucha contra Persia, la eliminación de los elementos justificadores de la alianza. De hecho, en 365, los de Ceos se rebelan por causa de las prácticas judiciales que obligaban, como antes, a dirigirse a Atenas para someterse a determinados juicios. La rebelión fue reprimida con dureza. Desde 366, Timoteo se dedica a establecer cleruquías en Samos, Sestos y Potidea. Las prácticas imperialistas se imponen de nuevo, sin que parezca haber justificación en la necesidad de luchar contra un enemigo común. Los comienzos del reinado de Filipo, coincidiendo con el declive de la hegemonía tebana, parecían favorables para la consolidación de la liga como paso hacia un nuevo imperio. En efecto, aprovechando el debilitamiento tebano, consiguió la alianza de las ciudades de Eubea, mientras que, por otra parte, preparaba la organización de las ciudades del Quersoneso como miembros estables de la confederación. Los de Anfípolis parecían hallarse en una situación dubitativa, ante el peligro representado por el expansionismo macedónico, pero Filipo parecía dispuesto a prescindir de ella e incluso, se dice, en un tratado secreto se había mostrado dispuesto a colaborar con Atenas para que pudiera recuperar su dominio. Sin embargo, lo que en el verano de 357 parecía estabilizado se rompió ese mismo año con la secesión de las islas de Quíos, Rodas y Cos, extendida luego a Bizancio y apoyada por Mausolo, sátrapa de Caria. Era el inicio de la guerra social, en la que nada pudieron hacer las tropas atenienses dirigidas por Ifícrates y Timoteo. El movimiento se ampliaba y Filipo aprovechaba la coyuntura para extenderse hacia Pidna e incumplir sus promesas referentes a Anfípolis. Las consecuencias siguieron manifestándose en los años sucesivos, en que Filipo expulsó a los clerucos atenienses de Potidea y se alió con los promacedonios de Olinto, que fueron los beneficiarlos del reparto de las tierras adquiridas. La fundación de Filipos, al otro lado de la zona minera del Pangreo, significó la consolidación del control total sobre su producción y se tradujo en la difusión de la estátera de oro macedónica, con lo que Filipo ya no acuñaba dentro de los sistema argénteos patrocinados por las ciudades, sino que imponía el sistema áureo representativo de la propia monarquía. En el año 355 acabó la guerra social y el segundo intento de imperio ateniense. Atenas tiene que reconocer la independencia de las ciudades y prescindir de la sìntaxis. Todo ingreso depende ahora de la eisphorá, lo que provoca el conflicto interno. Jenofonte, en los "Poroi", propone el establecimiento de un sistema financiero en que el estado se encarga de proporcionar esclavos para las minas y apoya los negocios de los metecos. Se trataba de una especie de alternativa utópica a la economía imperialista. Las circunstancias favorecen la difusión de actitudes pacifistas como la representada por Eubulo, donde se garanticen los mercados y las actividades del puerto y se ahorra el gasto en tropas mercenarias.
Personaje
Pintor
Trabaja en los primeros años del siglo XIV y parece ser que su formación discurre de la mano de Giotto en Asís. Hacia 1305 estuvo trabajando en la iglesia colegial de San Gimignano y el Palacio Público. En este último realizó una serie de pinturas de tema profano además de una reproducción de la Maestà de Simone Martini, que más tarde terminaría su hijo Lippo Memmi. Aunque su producción sobre tabla queda alguna muestra como "Virgen y Santos" o "Santa María de los siervos" que se encuentran en el Obispado de Oristano. Sus composiciones evidencian la influencia que recibió de Giotto y Duccio.
Personaje
Militar
Político
Fue elegido cónsul en el año 136 a.C. para un mandato de dos años, en sustitución de Cayo Hostilio Mancino. Junto a él fueron enviados 25000 soldados, así como a dos antiguos cónsules en Hispania: Quinto Cecilio Metelo y Quinto Pompeyo Aulo. Nada más llegar a Hispania le fue encomendado entregar a Mancino a los numantinos, tras haber sido ésta declarado culpable por sus los tratos de paz con Numancia. Además, también le fue ordenado atacar la ciudad. El ejército a las órdenes de Furio Filo estaba atemorizado ante la perspectiva de atacar Numancia. Por ello, Furio Filo decidió atacar Palantia en su lugar, considerándolo como un objetivo más fácil, a fin de lograr elevar la moral de sus tropas. De camino hacia Palantia, fueron las tropas de la misma ciudad quienes les derrotaron. Tras la derrota ante los palantinos, Furio Filo decidió retirarse al campamento de la Carpetania, donde permaneció hasta que, en el año 135 a.C., el Senado de Roma le reclamó para pedirle explicaciones sobre su actuación en Hispania, y le sustituyó en el cargo por Calpurnio Pisón.
Personaje
Militar
Político
Mientras que Amintas había sido aliado de Darío I debido a la expansión persa, su hijo Alejandro cambiará la política exterior al decantarse por Atenas durante las Guerras Médicas. Esta es la razón por la que se le conoce como Filoheleno. Su posición en este conflicto le permitió incrementar sus posesiones y asegurar la independencia macedonia. Le sucederá su hijo Pérdicas II.