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Mattia Preti se hace eco en este lienzo de las enseñanzas tenebristas de Caravaggio, combinadas con la grandiosidad del barroco más clasicista. Deshecha el marco ajustado para la escena, con figuras rotundas que se vienen encima del espectador, para volcarse en un espacio mucho más amplio y de figuras más proporcionadas. También elude el dramatismo salvaje de Caravaggio con símbolos sutiles: la criada que trae la bandeja a Salomé no lleva la cabeza de San Juan Bautista, sino su cruz de cañas, el atributo del mártir. Sin embargo, sí que recurre plenamente a los recursos de iluminación de Caravaggio, dejando toda la escena en una gran oscuridad para destacar con un foco artificial y sesgado el rostro de la princesa y su busto, adornado con hermosas joyas. A su lado, Herodes parece presentar el trofeo que la bella pidió por su baile.
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Jan Steen no abandona su habitual sentido del humor ni su interés por la sociedad de su época para retratar uno de los momentos más importantes en la vida de una familia flamenca del siglo XVII: el nacimiento del primogénito varón. La escena es una vorágine de personajes, objetos y acciones, en cuyo centro destaca la orgullosa figura del padre con el pequeño en brazos, al que exhibe ante familiares y amigos. La fiesta del bautizo era la más importante, también llamada fiesta de cristianar, puesto que al pequeño se le introducía en la comunidad religiosa y era admitido como un miembro más. La esposa recién parida está en un rincón, cansada y atendida por las criadas en su cama. Al lado se ha preparado la mesa para los invitados. Ya está instalada la cuna y una de las mujeres de la casa está también encinta, con un abultado vientre que indica que pronto saldrá de cuentas. De entre todo el movimiento destacan dos puntos de atención: la criada de espaldas, con justillo y medias rojas, que inmediatamente atraen la mirada del espectador y la conducen al siguiente punto rojo, el bebé. Por otro lado, tenemos el maravilloso bodegón del ángulo inferior derecho, donde las tres mujeres preparan el banquete. Hay pan en alusión a la riqueza que trae un hijo al hogar, pero también cáscaras de huevos rotos, un símbolo de mortalidad: la muerte está presente incluso en el momento del nacimiento.