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El carácter urbano de la civilización arabo-islámica es esencial en el período que tratamos. La madina, ciudad, es el espacio urbano por excelencia y, según el modelo clásico islámico, está rodeada por una muralla, provista de arrabal, alcazaba, mezquita mayor, zocos, baños y alhóndigas, acumulando no sólo la mayor densidad demográfica, sino también la sede del poder político, el centro de la vida religioso-cultural y el foco de la actividad artesano-mercantil. Grandes ciudades se convierten ahora en capitales de pequeños sistemas estatales que asumen las funciones de la antigua capital del califato, emulándola; perciben impuestos de sus distritos, acuñan moneda y se constituyen en auténticas cortes literarias. Las más importantes, tanto por extensión como por hábitat, son -según Torres Balbás- Sevilla, Córdoba, Toledo, Almería, Granada, Zaragoza, Mallorca, Málaga y Valencia, cuyos recintos superan, en algunos casos con creces, las 40 hectáreas y los 15.000 habitantes. Ciudades de segundo orden pero con significación política fueron Murcia, Badajoz, Ronda, Silves, Tortosa y Denia, especialmente aquellas que fueron cabezas de taifas. Córdoba, a pesar de que empezaba a reponerse de los avatares sufridos, era una ciudad arruinada que había perdido su protagonismo en favor de Sevilla, el centro urbano más sobresaliente de este siglo. Almería era un emporio mercantil gracias al intenso tráfico de su puerto, uno de los más activos del Mediterráneo. Toledo continuó manteniendo una primacía urbana como centro político e intelectual de la Marca Media hasta su pronta conquista. Zaragoza era la auténtica capital del norte, con una intensa vida cultural e industrial. Mallorca gozó de una gran actividad marítima, y Valencia y Denia, de una economía muy activa gracias a su riqueza agrícola. Granada y Málaga también conocieron una época de prosperidad aunque aún no les había llegado el momento de su verdadero protagonismo.Desde el punto de vista arquitectónico, el edificio más característico era el palacio, símbolo de legitimación del poder político de aquellos régulos. Pocos vestigios quedan de la arquitectura palaciega del siglo XI, puesto que hubo un cambio en las técnicas de construcción, sustituyéndose la piedra por el ladrillo y la argamasa de tierra caliza y el mármol por la madera, materiales más perecederos. Sin embargo, la literatura de la época deja constancia del esplendor y magnificencia de aquellas construcciones. Se conserva el palacio de La Aljafería de Zaragoza, obra del hudí al-Muqtadir; La Almudaina de Mallorca, debida a Mubassar; parte del Qasr al-Mubarak de los Abbadíes, en el actual Alcázar de Sevilla, y restos del palacio hammudí de la Alcazaba de Málaga, pero apenas queda nada de otros, como el de al-Sumadihiyya de Almería, ciudad a la que los eslavos Jayran y Zuhayr dotaron de excelentes edificios y obras civiles.Por motivos de seguridad se intensificaron, además, las construcciones de tipo defensivo y se reforzaron las ya existentes; prueba de ello son las alcazabas de Badajoz, Toledo, Málaga y Denia.
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Los sucesos del 10 de agosto dejaron a Francia sin gobierno. Jurídicamente la Monarquía seguía existiendo, pero no había rey. De hecho había una República, pero no tenía una Constitución. La Asamblea Legislativa nombró un Consejo Ejecutivo provisional compuesto por seis miembros, dominados por la personalidad de Danton. Georges Danton es una figura controvertida que ha dado lugar a valoraciones muy diversas por parte de los historiadores. Había nacido en Arcis-sur-Aube en 1759 en el seno de una familia perteneciente a la burguesía de toga. Se hizo abogado y desempeñó esa profesión sin particular brillantez. Cuando estalló la revolución comenzó a destacar por su talento oratorio y por su capacidad como agitador callejero a la cabeza de los cordeliers en el distrito de su barrio parisiense. A su alrededor fue surgiendo toda una leyenda como auténtica encarnación de la Revolución, que Albert Mathiez y otros historiadores se han encargado de matizar poniendo de manifiesto su tendencia a la venalidad y a la corrupción. Danton fue uno de los promotores de los sucesos del Campo de Marte y se destacó en los primeros momentos revolucionarios por su actitud extremista, que fue moderándose con el transcurso del tiempo.Detrás de Danton y del propio Consejo estaba la Comuna insurreccional de París, para la que había sido elegido Robespierre y que era la que en realidad mantenía el control del poder, de la misma forma que en las provincias lo mantenían sus comisarios. Las primeras medidas que se tomaron fueron las relativas a la defensa frente a la posible reacción de La Fayette y sus partidarios por la caída del rey. El 17 de agosto, la Asamblea, presionada por la Comuna, nombró un tribunal extraordinario para juzgar los crímenes del 10 de agosto, formado por jurados y jueces elegidos por las secciones. Pero lo más acuciante era la guerra en el exterior. Verdún cayó en manos del ejército austro-prusiano el 2 de septiembre, casi sin combate. El pánico cundió en la capital y el gobierno provisional hizo un llamamiento desesperado a los voluntarios para que marchasen al frente del Norte. Pero se temía de nuevo, como sucedió a raíz de la fuga de Varennes, un complot aristocrático y se creía que los sospechosos encerrados en las cárceles desde primeros de agosto podían aprovechar la ausencia de los patriotas y maniobrar para salir, cometer atrocidades y hacerse con el poder. Eso fue lo que provocó las masacres de septiembre. En las prisiones de París fueron ejecutados centenares de sospechosos por tribunales extraordinarios y sin juicio previo. En el resto del país se produjeron hechos similares y el 14 de agosto se decidió vender los bienes de los emigrados, que habían sido previamente confiscados. La amenaza no era, sin embargo, tan seria como se creía. Resulta significativo que el aristócrata liberal La Fayette, máximo representante del compromiso entre la Revolución y la Monarquía, buscase refugio entre los austriacos y desapareciese de la escena política por unos años. Por otra parte, la Comuna, que era la que llevaba la iniciativa en todas estas acciones, emprendió una política anticlerical consistente en la confiscación de los palacios episcopales, en la prohibición de los hábitos religiosos y de las manifestaciones públicas del culto y en la deportación de los curas refractarios. Se trataba de una ofensiva de descristianización por parte de los revolucionarios más radicales que creían que la Iglesia seguía ligada estrechamente a la Monarquía y de laicización del estado civil.En el frente, las cosas comenzaron a cambiar para el ejército de la Revolución. El 20 de septiembre, las tropas del general Dumouriez, reforzadas por las de Kellermann, consiguieron derrotar a los ejércitos prusianos en Valmy. "Desde ese día, desde ese lugar, se inició una nueva era en la historia del mundo", escribiría Goethe que asistió a la batalla. La eficacia del ejército francés respondía a los cambios que se habían producido en su organización y en su composición. En efecto, la incorporación a las filas francesas de numerosos voluntarios procedentes de los guardias nacionales en junio de 1791 (después de Varennes) y de los federados en julio y agosto de 1792, había rejuvenecido notablemente al ejército revolucionario. De otra parte, la huida de muchos oficiales aristócratas había sido compensada con el ascenso de los suboficiales o con el nombramiento de nuevos oficiales procedentes de la burguesía. Además, el ejército de campaña estaba reforzado por francotiradores que operaban a retaguardia del enemigo y que no estaban dispuestos a soportar el brutal restablecimiento del Antiguo Régimen que habían producido las tropas extranjeras de ocupación. Este factor y el hecho de que el rey de Prusia no deseaba implicarse excesivamente en Francia a causa de que quería tomar parte en el reparto de Polonia, que a la sazón había sido ocupada por las tropas de Catalina II de Rusia, explican la victoria de Valmy. Sin embargo, para los franceses había sido el Terror lo que había llevado a ella: el Terror aparecía como la condición de la victoria.El mismo día de Valmy se reunió la Convención Nacional. La campaña para elegir a los diputados de la nueva Asamblea Constituyente se había desarrollado entre el 10 de agosto y el 20 de septiembre de 1792. La Constitución de 1791 había quedado caduca y era necesario elaborar una nueva que satisficiese las aspiraciones de los revolucionarios más radicales que habían tomado el poder. Los diputados tenían que ser elegidos por sufragio universal a doble vuelta, de tal manera que las primeras elecciones se fijaron para el 26 de agosto y la segunda vuelta para el 2 de septiembre. Las elecciones se llevaron a cabo en París y de forma irregular, ya que la Comuna decidió que el voto se haría en alta voz por apelación nominal de los electores. En algunos departamentos se siguió el mismo procedimiento. Los más moderados se abstuvieron y el porcentaje de participación apenas llegó al 10 por 100, pero evidentemente se trataba del 10 por 100 más revolucionario. Sin embargo, la inmensa mayoría de los diputados elegidos para la nueva Asamblea procedía de la burguesía -sólo podían contarse dos auténticos obreros- y aunque eran partidarios de la implantación de una República no estaban dispuestos a permitir una revolución social que acabase con el principio de la propiedad.La Convención tomó su nombre de la revolución americana y designaba a un poder que tenía como objetivo la redacción de una nueva Constitución y el ejercicio provisional de todos los atributos de la soberanía. El ala derecha de la Convención estaba integrada por los girondinos. Eran republicanos, pero desconfiaban de París y de su radicalismo revolucionario, por eso querían reducir su influencia en proporción con el resto de los departamentos. La influencia de los girondinos procedía precisamente de las provincias en las que residían sus más importantes apoyos y su denominación les fue atribuida por Lamartine en 1840. Representaban al mundo de los negocios de los puertos franceses, a los manufactureros y también a la burguesía intelectual. Habían roto con los jacobinos en agosto de 1792 y solían reunirse desde entonces en el salón de Mme. Roland, por lo que adquirieron cierta fama de aristocratizantes. Sin embargo, por su pasado político y por su actitud en la Convención pueden ser considerados como auténticos revolucionarios. Contaban aproximadamente con 150 diputados de los 749 que componían la Asamblea y sus hombres más destacados eran Brissot, Vergniaud, Pétion y Roland.El ala izquierda de la nueva Asamblea estaba formada por La Montaña, cuyo nombre procedía del lugar, en los escaños más altos, que pasaron a ocupar. Su apoyo estaba en los clubs jacobinos y en la Comuna de París y de algunas otras ciudades. Socialmente procedían de una burguesía profesional de juristas y funcionarios. Estaban más cerca de las masas populares y eran acusados por los girondinos de querer implantar una dictadura radical. El número de sus diputados ascendía aproximadamente a 150 y sus principales jefes eran Robespierre, Marat, Danton, Saint Just y Couthon.Entre estas dos tendencias, en el centro, se encontraba el grueso de los diputados, los cuales, en su mayoría, fluctuaban a un lado y a otro según las circunstancias del momento. Eran conocidos por el nombre del pantano o la llanura y el ganarse el apoyo de estos diputados era una cuestión fundamental en la lucha por el poder de los otros partidos.Aunque no tenían ninguna representación en la Asamblea, seguían ejerciendo una gran influencia sobre ella los sans-culottes de París y de otras ciudades francesas. Sus aspiraciones podían parecer contradictorias, pues defendían la extensión y la consolidación de la propiedad privada y al mismo tiempo demandaban una reglamentación rigurosa sobre la tasación de los precios o la requisa de alimentos que, en definitiva, significaban una limitación de la propiedad. Pero es que la crisis económica coyuntural amenazaba su nivel de vida y temían que la gran burguesía utilizase los mecanismos revolucionarios en beneficio propio y exclusivo. Por eso A. Soboul califica a los sans-culottes de "retaguardia económica y vanguardia política".La Convención tomó como primera medida la abolición de la Monarquía y aunque de momento no hubo unanimidad en proclamar la República, ésta entró un tanto furtivamente al decretar la Asamblea el 22 de septiembre que sus actos serían fechados desde el año I de la República. Se aprobaba, pues, al mismo tiempo un nuevo calendario que se alejaba de toda referencia religiosa y los meses tomaban el nombre de las distintas estaciones del año o de sus correspondientes actividades agrícolas. Estuvo vigente hasta 1806, en que se volvió al calendario gregoriano. A la espera de la aprobación de una nueva Constitución, se mantuvieron las instituciones establecidas por la Constituyente y los jefes de la Gironda supieron maniobrar en estos primeros momentos para hacerse con el control de los principales comités de la Asamblea. Sin embargo, aunque algunos girondinos eran partidarios solamente de encarcelar al rey hasta que se restableciese la paz en el exterior, los republicanos más entusiastas, y entre ellos los jacobinos, querían que se le aplicase un castigo más severo que consolidase la República y que hiciese imposible una restauración de la Monarquía.El descubrimiento de un cofre en la Tullerías en el que aparecieron pruebas de la complicidad del rey en los contactos con el enemigo fueron determinantes a la hora del juicio. Luis XVI fue condenado a muerte y ejecutado el 21 de enero de 1793. Albert Sorel hizo esta valoración del monarca francés a la hora de su muerte: Luis "había reinado mediocremente... La guerra civil había hecho odiosa su memoria; la proscripción hubiera borrado su recuerdo; el cadalso le creó una aureola. Al quitarle el manto real y la corona que lo abrumaban, la Convención descubrió en él al hombre, que era de una mansedumbre sin igual, y que afrontó -en la separación de todo lo que había, amado, en el olvido de las injurias recibidas, en la muerte, en fin- ese sacrificio de sí mismo y esa confianza absoluta en la justicia eterna, que son fuente de las virtudes más consoladoras del género humano. La Convención lo excluyó de la lista de los soberanos políticos, en la que no tenía cabida; le situó en la categoría de las víctimas del destino y le confirió una dignidad superior y rara en la jerarquía de los reyes. Por vez primera desde que reinaba, Luis pareció a la altura de su misión. Y como ese día lo ofrecieron como espectáculo al mundo con una extraordinaria solemnidad, y ese día es uno de los que cuentan en la historia de las naciones, su nombre se asocia en el espíritu de los pueblos a la idea del mayor de los infortunios soportados con la más noble entereza."El bicentenario de la ejecución de Luis XVI ha dado lugar también a una revisión histórica de su papel y de las circunstancias que produjeron su condena. Historiadores como Pierre Chaunu han manifestado que su proceso fue un absurdo puesto que era inocente, estaba lleno de buenas intenciones y además estaba protegido por la Constitución. A juicio de este historiador, "murió víctima del envenenamiento ideológico de su época". En el mismo sentido han escrito François Furet y Mona Ozouf Sólo "estaban previstos tres casos de suspensión de esta garantía (de inviolabilidad constitucional): si el rey abandonaba el reino, si se ponía a la cabeza de un ejército extranjero o si rechazaba el juramento de fidelidad a la Constitución. En noviembre de 1792, con los elementos del informe, no era posible invocar ninguno de ellos."Así pues, a pesar del unánime reconocimiento de que Luis XVI no supo jugar en aquella ocasión el difícil papel que le tocó como rey, muchos historiadores se han preguntado recientemente si en verdad había sido necesario ejecutarlo para sacar adelante la Revolución.Los franceses, tanto los monárquicos como los republicanos, recibieron la noticia de la ejecución del rey sin grandes aspavientos. El cansancio prevaleció sobre la indignación entre los primeros y la atonía fue la actitud dominante entre los segundos. Este silencio de todo un pueblo ante la muerte de su rey -afirman Furet y Richet señala una ruptura profunda en la historia de los sentimientos populares.
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Desde 1945, la violencia neofascista ha sido menos frecuente y sistemática que en el período de entreguerras. Por lo general, los grupos incontrolados de extrema derecha han proliferado en dictaduras moribundas o en regímenes democráticos con insuficiente legitimación. En ocasiones, se han visto favorecidos e incluso alentados por sectores inmovilistas del propio Estado, que han urdido tramas represivas o desestabilizadoras donde convergían ciertos elementos policiales, grupos extremistas, mercenarios o simples delincuentes comunes. En Italia, la problemática inserción del Movimento Social Italiano (MSI) en el marco político democrático empujó a los extremistas misinos a procurar la desestabilización del régimen parlamentario, participando en las tentativas golpistas del general De Lorenzo en 1964 y del príncipe Valerio Borghese en 1970. Los principales grupos violentos de los 70 fueron Ordine Nuovo (ON), surgido en 1956 de una escisión del MSI, y Avanguardia Nazionale (AN), fruto a su vez de una división interna de ON en 1960, y que tras desaparecer en 1965 reapareció en 1970 de la mano del activista Stefano delle Chiaie como respuesta a la movilización estudiantil de izquierda. La colocación de un artefacto en la piazza Fontana de Milán a fines de 1969 fue el primero de una serie de oscuros actos violentos de carácter desestabilizador que fueron achacados a estas bandas negras. Durante el año siguiente, marcado por las incursiones neofascistas en las universidades y por la explosión de ira popular en Reggio Calabria, ON alcanzó los 1.500 miembros y AN el medio millar. Ambos grupos se comportaban como organizaciones paramilitares que utilizaban contra los estudiantes y obreros de izquierda métodos de intimidación similares a los empleados por las "squadre d'azione" fascistas en los años veinte. Su ideario no fue más allá de la exaltación de la violencia según la doctrina de Julius Evola y de una visión de la guerra total contra el comunismo heredada de la Guerra Fría. Estos grupos y otros de menor importancia gozaron de un cierto apoyo exterior (sobre todo de las dictaduras del sur de Europa) y de la benevolencia e incluso la protección de elementos policiales, interesados en alentar una estrategia de la tensión que forzara al Gobierno a incrementar la represión, preparando de ese modo al camino a un golpe de Estado blando. Tras la bomba colocada presuntamente por ON en el tren Italicus el 4 de agosto de 1974, el jefe del Servizio d'Informazione della Difesa (SID), el general Vito Miceli, fue destituido y detenido por su implicación en las tramas negras. Los terroristas neofascistas comenzaron a ser detenidos y procesados, y el propio Delle Chiaie tuvo que huir a la España franquista y luego a Sudamérica para escapar a la acción de la justicia. Tras esta breve pero brutal oleada de atentados, la amenaza involucionista desapareció y el terrorismo neofascista entró en un declive coyuntural. La segunda oleada de agitación social iniciada en 1977 dio origen a una nueva generación de grupos armados de extrema derecha que actuaron en la década de los ochenta. En 1979 nacieron Terza Posizione y los Nuclei Armati Rivoluzionari (NAR), vinculados a las organizaciones estudiantiles fascistas y que, coincidiendo con la gran oleada de violencia brigadista, protagonizaron frecuentes choques callejeros con los grupos de izquierda. En los primeros años ochenta se produjo una serie de grandes atentados indiscriminados que trataron de realimentar la estrategia de la tensión: una explosión en la estación de Bolonia (2 de agosto de 1980) causó 85 muertos y 200 heridos, y un atentado al expreso Roma-Milán (diciembre de 1984) provocó 16 víctimas. Tras varios meses de investigación sobre esta galaxia del terror se reveló que, de nuevo, el hilo de la violencia neofascista conducía hasta los servicios de inteligencia y llegaba a la puerta de una influyente logia masónica conspirativa y anticomunista: la Propaganda-2 fundada por Licio Gelli, un ex fascista condenado a ocho años de prisión por haber financiado el atentado contra el Italicus. Cuando los servicios secretos fueron reestructurados tras el asesinato de Aldo Moro, se supo que gran parte de los jefes destituidos pertenecían a la P-2 y estaban implicados en actividades cuyo objetivo era provocar una deriva autoritaria de la República. Para ello habían promovido desde los años sesenta acciones terroristas de carácter provocativo, a las cuales no habría sido ajena la Red Gladio, descubierta en otoño de 1990 tras cuatro décadas de turbias actividades. La crisis institucional italiana iniciada dos años después propició el recrudecimiento episódico de un terrorismo presuntamente de origen mafioso, que perpetró atentados con explosivos en el centro de Florencia (27 de mayo de 1992), Roma y Milán (27 de julio).En Alemania, la transición del extremismo ultranacionalista a la violencia se produjo a mediados de los setenta, cuando la desaparición del ultraderechista NPD radicalizó a la generación procedente de su organización juvenil y la lanzó hacia la constitución de grupos neonazis, en cuyo entorno parece haberse planeado el atentado que el 26 de septiembre de 1980 causó trece muertos y 200 heridos en la Fiesta de la Cerveza de Munich. Con el rebrote xenófobo de los ochenta, estos grupúsculos de no más de un millar de miembros en total lograron arrastrar a una población joven y sin formación política, reclutada entre los sectores marginales (parados, "skinheads", grupos "ultras" deportivos) a una violencia dirigida sobre sinagogas y cementerios judíos, residencias de trabajadores extranjeros e incluso instalaciones de la OTAN, y agresiones contra judíos, homosexuales, "squatters", turcos y soldados norteamericanos de color. La transición, en todos los casos problemática, de los países del sur de Europa hacia la democracia liberal en los años sesenta y primeros setenta facilitó la aparición de grupos violentos y terroristas de ultraderecha. En España, la violencia de este tipo brotó a inicios de los sesenta, cuando el comienzo de un tímido proceso de liberalización del régimen franquista decidió a los dirigentes sociales, económicos, religiosos y corporativos más inmovilistas a dar apoyo y cobertura a algunas formaciones violenta que pudieran dar réplica adecuada al movimiento de contestación que se desarrollaba en las universidades. Entre los primeros grupos juveniles de acción destaca Defensa Universitaria, cuya desaparición en 1969 abrió el camino a otros grupúsculos "ultras" como el Partido Español Nacional-Sindicalista (PENS) o el Movimiento Social Español (MSE), expertos en una violencia difusa (palizas, atentados a librerías, periódicos y centros culturales progresistas, represión parapolicial de manifestaciones de izquierda) que fue continuada en la transición por otra: organizaciones de vida igualmente efímera como la Alianza Apostólica Anticomunista (AAA), Grupos de Acción Sindicalista (GAS), Vanguardia Nacional Revolucionaria, Ejército Nacional Anticomunista, Grupos Armados Españoles, Milicia Antimarxista Española, y por las formaciones paramilitares de partidos constituidos de forma más estable, como la Primera Línea de Falange Española de las JONS y las organizaciones juveniles procedentes de Fuerza Nueva. La violencia ultraderechista tuvo su punto álgido en 1976-80, para decaer irremisiblemente tras el fracaso del golpe de Estado del año siguiente. Aunque los asesinatos cometidos por estas bandas fueron numerosos sólo en contadas ocasiones parecen ligados a motivaciones políticas de alcance, como las relacionadas con la "estrategia de la tensión" de carácter involucionista (asesinato de la calle Atocha de enero de 1977) o con actividades de acoso al entorno de ETA (atentado contra los dirigentes de HB José Muguruza e Iñaki Esnaola 20 de noviembre 1990). En definitiva, rara vez estas "bandas negras" han adoptado un carácter terrorista estable, salvo cuando aparecen en connivencia con ciertas instancias "sensibles" del Estado, como su aparato de seguridad. Este ha sido el caso dominante entre las organizaciones que afirmaban combatir por cuenta propia el terrorismo "etarra", como el Batallón Vasco Español y los Guerrilleros de Cristo Rey de inicios de los setenta, el ATl (organización creada en 1974) y sobre todo los GAL, que desde 1983 formaron parte esencial de la estrategia de "guerra sucia" contra ETA.
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La población celtíbera llamada Turba, conquistada por los romanos, se convierte durante la Reconquista en un enclave de indudable valor estratégico. En 1171 el rey Alfonso II entra en Teruel, finalizando la dominación musulmana de la ciudad, si bien la población islámica permaneció mayoritariamente en ella. Fruto de esta coexistencia fue un extraordinario arte mestizo, del que Teruel conserva numerosos ejemplos. Se trata del mudéjar, del que se conservan cinco torres, las mejores de las cuales son las llamadas de San Salvador y de San Martín, edificadas en el siglo XII.Es también digna de mención la catedral, de construcción posterior, cuya torre es uno de los mejores monumentos del arte aragonés. Contiene además un excelente artesonado, fechado en el primer cuarto del siglo XIV.La iglesia de San Pedro, de 1196, cuenta con un bonito ábside gótico-mudéjar, y junto a ella se puede ver el sarcófago que contiene los restos de los dos personajes más famosos de la ciudad, los "amantes de Teruel", Isabel de Segura y Diego Marcés de Marcilla.
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Tras recordar pocas líneas arriba la distribución de los productos más caracterizados de la toréutica, no sorprenderá que el tesoro más rico en joyas de oro se haya encontrado en Aliseda, Cáceres, como parte del ajuar de una tumba principal casualmente destruida. Su desusada riqueza queda patente con sólo comprobar que el juego ritual del jarro y la pátera son aquí, el primero, un caro y raro jarrito de vidrio tallado, con decoración grabada de signos jeroglíficos y cartuchos egipcios, en uno de los cuales se lee el nombre de la diosa Isis; la segunda, es un braserillo de plata. Las joyas de oro constituyen un precioso conjunto, finamente decorado con filigrana y granulado. Además de sellos de escarabeo, numerosos colgantes y piezas de collar, con formas muy propias de la joyería de producción fenicia, destacan en el conjunto la diadema, las arracadas, los brazaletes y el cinturón. La diadema responde a un prototipo que hará fortuna en la España antigua; consiste en una cinta ancha, de plaquitas articuladas, con un fleco por debajo de cadenillas terminadas en esférulas, y rematada en ambos extremos por dos placas de forma triangular. Las plaquitas del cuerpo central tienen su principal efecto ornamental en la combinación de rosetas, formadas por alambres enrollados a la manera de un muelle y embellecidos con gránulos, que llevan en el centro, y en los huecos que dejan entre ellas, cápsulas para cobijar piedras preciosas de color (se conserva una turquesa). Las arracadas son de extrema suntuosidad, grandes y tan pesadas que hubo que dotarlas de una cadenilla supletoria para pasarla por encima de la oreja; se configuran como pendientes del tipo normal entre los fenicios, amorcillado o en forma de sanguijuela, ribeteados por una exuberante cresta de flores estilizadas, pobladas de pájaros. Los brazaletes, de aro abierto, consisten en placas caladas sobre las que se han soldado alambres en forma de espirales enlazadas, con el remate de dos grandes y hermosas palmetas, que brillan sobre el fondo granulado. El cinturón es una pieza magnífica; la cinta, ancha según el uso frecuente, ofrece una banda lisa en el centro, flanqueada por escenas yuxtapuestas que representan la escena del hombre en lucha a cuerpo con un león y grifos pasantes, realizadas ambas mediante troquelado sobre fondo cubierto de gránulos; en la hebilla se repiten los mismos temas, junto a combinaciones de palmetas de cuenco. El tesoro de Aliseda responde a modelos propios del mundo fenicio, sirio o chipriota, y ha de ser producto, como tantos otros hallados en contextos tartésicos orientalizantes, de artesanos semitas occidentales, quizá gadeiritas. Su fecha de fabricación debe situarse en el último cuarto del siglo VII a. C., o los comienzos del siglo VI. Conviene, por último, reparar en un hecho: como parte de un ajuar funerario, no extrañará que sus temas decorativos más significativos, desde el punto de vista simbólico, sean una expresión de vida -como las palmetas y los temas florales y animalísticos en general- o de triunfo sobre la muerte -representado con singular propiedad por el héroe del león, equivalente, en nombres propios de la mitología, a Gilgamés o a Herakles-. Es una combinación temática repetida, punto por punto, en otras joyas funerarias, como en el pectoral de la tumba Regolini Galassi, de la ciudad etrusca de Cerveteri, por lo que no es aventurado pensar que las joyas de Aliseda fueran realizadas con destino exclusivamente funerario, para simbolizar el deseo de inmortalidad de que fue objeto la persona principal que con ellas fue adornada para su viaje al más allá.
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El tesoro sagrado estaba formado, en los tiempos medievales, por los objetos necesarios para la celebración del culto eucarístico: relicarios, casullas, capas, incensarios, candelabros, libros, cruces, etcétera, realizados, en su mayor parte, con materiales preciosos y admirados por su valor y belleza. Gozaron de un prestigio adicional cuando aparecían unidos a reliquias y recuerdos que ayudaban a encontrar el camino de la verdad cristiana y, en tiempos de dificultades, constituyeron una reserva monetaria para la comunidad eclesiástica a la que pertenecían. Por todo ello, el tesoro era un componente esencial de cualquier iglesia. Los tesoros eclesiásticos se formaron gracias al empeño de los señores feudales que temían a Dios y quisieron ganar sus favores. Con el propósito de estar mejor situados frente a la Corte celestial, ante la que habrían de comparecer el día del Juicio, prodigaron las limosnas a los pobres. Se trataba de una generosidad interesada que orientaron también hacia la Iglesia. Duques, condes y ciudadanos encontraron razonable, por este motivo, destinar una parte de sus activos a los poderes sobrenaturales. Las actas de consagración de los edificios religiosos, tanto los de las grandes abadías como los de las pequeñas iglesias, nos indican de qué manera la Iglesia se dotaba con los objetos necesarios para la celebración del culto. Y, siempre que se lo pudieron permitir, con las reliquias indispensables para que el templo adquiriese un cierto renombre. En otras ocasiones, el interés de los monarcas por dar realce a un determinado recinto -por ejemplo, Fernando I y doña Sancha en San Isidoro de León-, hicieron posible la acumulación de una riqueza extraordinaria. El célebre Crucifijo que lleva su nombre, ahora conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, hecho en marfil, en torno a 1063, de 52 centímetros de altura, decorado en exquisito relieve por ambos lados y con la impresionante figura de bulto redondo de Cristo trabajada aparte, encabeza el ajuar sacro que el rey donó al nuevo templo de San Isidoro, templo que, al mismo tiempo, estaba destinado a panteón real. El Arca de las Reliquias y la de las Bienaventuranzas también formaban parte de esa donación y son algunas de las piezas que han llegado hasta nosotros. Por lo demás, hay que señalar que este monasterio, tras la catedral de Santiago, es el más célebre lugar de peregrinación del Camino en España y su titular, san Isidoro, el gran taumaturgo para todo tipo de necesidades. No tuvieron menos importancia en la configuración de los tesoros sagrados las donaciones de los fieles en los santuarios de peregrinación. La peregrinación era, para los hombres y mujeres de los siglos medievales, otra manera de atenuar la amenaza del castigo eterno. Abandonar el grupo familiar, hacer frente a la inseguridad de los caminos y las aldeas hostiles, era una forma de penitencia, la ascesis más aceptada por los caballeros. Les esperaban las reliquias de los héroes de la fe: encerradas en cofres cubiertos de placas de oro y cabujones, proyectaban las fuerzas invisibles que curaban los cuerpos y hacían bien a las almas. Gracias a las ofrendas de los peregrinos, el poder de los santuarios que contenían las reliquias más solicitadas -San Marcial de Limoges, la Santa Fe de Conques, Santiago de Compostela...- no dejó de crecer. Todo esto acabó favoreciendo el desarrollo de las artes suntuarias y el interés por los artistas capaces de producir estas obras. No puede ser más revelador el ejemplo de la abadía de Santa Fe de Conques. Emplazada en el corazón de Francia, necesitó la llegada de las reliquias de santa Fe en el año 806 para que tuviera lugar su expansión extraordinaria hasta convertirse en uno de los grandes centros de peregrinación de la Edad Media. Allí acudían, sobre todo, borgoñones y teutones atraídos por las gracias que concedía la santa a prisioneros y ciegos. Allí acudían, también, algunos de los peregrinos que iban camino de Compostela. Traspasado el umbral de la iglesia, lo que más llamaba la atención de los penitentes en este templo singular era su magnífico tesoro presidido por la imagen dorada de la santa, laminada en oro y adornada con piedras preciosas e incluso con un tríptico que le sería adosado en el siglo XIII. Altares portátiles, frontales y cálices formaban el luminoso cortejo que flanqueaba la estatua principal a quien los fieles dirigían sus ruegos. Relicarios como el de Pepin, que presentaba la forma de una pequeña casa, o el denominado A de Carlomagno, hecho en madera de nogal y recubierto de plata dorada, convirtieron el taller de orfebrería de Conques en uno de los más destacados de toda Europa. Claro que muy pocos tesoros alcanzaron la importancia del de Conques. Las pequeñas iglesias de peregrinación apenas contaban con algún objeto donado por algún piadoso feligrés. Así hay que interpretar, en la colegiata de Roncesvalles, el relicario conocido con el nombre de Ajedrez de Carlomagno, que durante muchos años se creyó donación del emperador, aunque se trata de una obra gótica producida en los talleres de Montpellier. Lo mismo puede decirse del llamado Cáliz de doña Urraca, del tesoro de San Isidoro de León, regalado por la reina de Zamora. El tesoro de San Isidoro, aunque no dejó de aumentar, no logró jamás alcanzar las dimensiones del de Santiago, la gran meta de peregrinación. Baste citar, como ejemplo, que el geógrafo al-Idrisi cuantificó, a mediados del siglo XII, en más de trescientas las cruces de oro y plata que poseía la catedral, "adornadas con jacintos, esmeraldas y otras piedras de diversos colores". Los primeros regalos habían sido ofrecidos al naciente santuario por Alfonso II, cuando lo visitó a comienzos del siglo IX, para venerar las reliquias del apóstol Santiago. Más tarde, en el año 874, Alfonso III depositaría allí la bella cruz que, durante centurias, fue considerada una de las joyas más preciadas del tesoro. Y cuando volvió a fines de siglo, para consagrar la nueva iglesia, se colocaron junto a los altares urnas áureas para guardar las reliquias. Ordoño II, por su parte, con el cambio de centuria, había de incrementarlo sustancialmente con "cajas de oro muy puro con perlas y pedrería, otras de vidrio transmarino dispuesto en arcos, un cáliz, tres coronas, jarros de plata, flabelos, una cátedra episcopal de madera y hueso con remates de plata, velos y ornamentos variados". Con ser significativo el esfuerzo desplegado por Ordoño, es el gran arzobispo Gelmírez a quien se debe el mayor protagonismo en este terreno. Él realizó el primer inventario conocido de las alhajas del tesoro y la relación completa de cuanto él donó: un ambicioso programa de "amueblamiento" de la catedral que alcanzó su punto culminante con el frontal, ciborio y retablo que habían de embellecer la capilla mayor de la sede compostelana. De ello da buena cuenta Aymeric Picaud y, por lo que se refiere al frontal, comienza su descripción indicando que "está bellamente trabajado en oro y plata" y matiza que con "hermosas flores en derredor y muy bellas columnas separando a los apóstoles". Pero del programa de Gelmírez no queda más que una referencia casi exclusivamente literaria y, de la relación aportada por al-Idrisi, una cruz y las fotografías de otra ya desaparecida: la de Alfonso III, robada en 1906. Los metales preciosos de los que estaban hechos estos objetos las hicieron vulnerables al saqueo y al robo. Fue frecuente también venderlos en momentos de necesidad o fundirlos para adecuarlos al gusto cambiante de los tiempos. De ahí que sólo nos quede la pieza conocida como Cruz de Ordoño II, llamada así por error, pues su estilo no tiene ninguna relación con el que imperaba en la época del citado monarca y sí con la actividad hispánica del taller "otoniano" de León. Por eso se ha puesto en relación con el Crucifijo de Fernando I y doña Sancha e, incluso, con el propio rey, del que se sabe que estuvo varias veces en Compostela y del que se conocen sus contribuciones al tesoro de la catedral. Esta cruz es una de las más notables de la ruta del Románico. Los datos ofrecidos más arriba nos permiten, al menos, hacernos una idea de la relevancia que este tipo de trabajos alcanzó en Santiago en los primeros años del siglo XII. Gelmírez reunió allí a un grupo de orfebres cuyos ecos se extienden al Altar portátil de Celanova, ahora en el Museo de la Catedral de Orense. Este taller de Gelmírez se reunió pensando en la consagración del santuario en 1105, motivo por el que se encargó el frontal y el ciborio. A ellos se añadirían una lámpara regalada por Alfonso I de Aragón y, luego, un retablo de plata del que sólo quedan unos dibujos de Vega y Verdugo. En realidad, la producción de objetos suntuarios de carácter litúrgico se extendió a los siglos bajomedievales y permitió el desarrollo de importantes gremios, que se beneficiaron de la llegada de obras y de la circulación de artistas. Lo ilustra bien el Busto-relicario de Santiago Alfeo, el más famoso de los relicarios del tesoro compostelano, que dio acogida a la cabeza de Santiago el Menor, en 1322. Es un buen reflejo de la perfección técnica y del exquisito gusto artístico que habían alcanzado los orfebres compostelanos, a cuya cabeza se encontraba el platero de la catedral, Rodrigo Eans. El busto, afortunadamente, no haría sino enriquecerse con el tiempo. Así se explica, por ejemplo, que aparezca adornado con el brazalete de oro y una leyenda en francés del renombrado Suero de Quiñones, caballero leonés que peregrinó a Compostela en 1434, tras su sonada victoria en el lance del Paso Honroso. El traslado de la cabellera, barba y bigote de Santiago Alfeo demuestra que su autor conocía la imagen de Santiago peregrino ofrendada a la catedral por Geoffroy Cacatrix, tesorero de Felipe IV el Hermoso. Se trata de una obra maestra de la orfebrería gótica francesa, de hacia 1320, tanto por su delicado trabajo como por el carácter enérgico y bondadoso que transmite Santiago. Encabeza la serie de imágenes góticas que los peregrinos hicieron llegar al Apóstol y que hoy se conservan en la Capilla de las Reliquias. Por ejemplo, el Santiago Peregrino de Johannes de Roucel, adornado ya con los signos del penitente jacobita, dispuestos sobre elevada peana de cobre dorado salido también de los talleres parisinos. Ambos, afortunadamente, han llegado hasta nosotros, pero otras estatuillas se perdieron definitivamente. Por ejemplo, la ofrecida por Enguerrand VII de Caucy, que estuvo colocada ante el altar, o la donada por la duquesa Sforza en el siglo XV. Se ha conservado, también, el Retablo de John Goodyear, párroco de Chal, en la isla de Wight, diócesis de Winchester (Inglaterra), quien la ofrendó al término de su peregrinación, en el año jubilar de 1456. Había sido realizado en madera con paneles de alabastro esculpido, policromado en oro y azul y representaba la vida, martirio y traslación del Apóstol. Constituye un ejemplo excelente de la producción artística de los talleres ingleses de Nottingham, Londres y York, que se extendió a buena parte de Europa. A la vez que, como en este caso, respondía a la satisfacción individual de una necesidad artística en el ámbito religioso. El párroco inglés, sin embargo, precavido, condicionaba su donación a que el retablo "no fuese vendido, empeñado ni permutado ni dado a otro lugar o santuario alguno", poniendo como garante de su propósito la conciencia del Arzobispo y la de sus sucesores. Solicitó, además, que fuese colocado en el altar mayor o en el lugar donde los beneficiados de la sede advirtiesen que era un espacio digno. Y reiteraba que tenía que estar emplazado, en cualquier caso, "dentro del cuerpo de dicha iglesia y no fuera de ella". Estuvo colocado en el tesoro viejo y pasó, con las reliquias, a la nueva capilla; de ahí que se le considere incorporado al tesoro.
contexto
Las iglesias carolingias mostraban en su interior unas riquísimas colecciones de objetos destinados al culto, realizados con materiales nobles que hacían de ellos un verdadero tesoro sagrado. Cálices, relicarios, frontales e imágenes, refulgían con los brillos del oro y la pedrería. Las primeras manifestaciones de estas obras de orfebrería respondían a la tradición merovingia, pero pronto sus formas fueron cambiando para asimilar modelos antiguos de tradición paleocristiana.El altar dorado de San Ambrosio de Milán, realizado por el artista Volvino (Volvinus magister phaber) por encargo del arzobispo Angilberto (824-859), puede ser considerado como un claro ejemplo de la síntesis de las tradiciones del reino franco y de la Italia septentrional, ambas convergentes en la restauración del pasado romano. El frente del altar está centrado por una gran cruz, sobre la que se esculpe un Cristo triunfante y el tetramorfos, rellenándose el resto del frontal por dieciséis recuadros que reproducen un ciclo de escenas sobre la vida de Cristo. Por la parte de atrás, se disponen las figuras del comitente y el orfebre ante San Ambrosio. Los laterales aparecen cubiertos con visiones triunfales de la cruz entre ángeles, evangelistas y profetas. Parece una obra realizada por diferentes manos, seguramente coordinadas por Volvino. Sus figuras denuncian un volumen con cierto sentido de la monumentalidad propio de la plástica antigua que ya hemos apreciado en otro tipo de manifestación artística.Obra similar a ésta debió de ser el altar áureo que Carlos el Calvo ofreció a Saint-Denis, que conocemos a través de reproducciones pictóricas. El sentido de la plasticidad del ara milanesa aparece ya con ciertos recursos manieristas en las tapas del Codex Aureus de San Emerano de Ratisbona, en el que las figuras han sido repujadas con unas estilizadas formas. En relación con esta obra se debían incluir el Ciborio de Arnulfo y la segunda encuadernación del Evangelario Lindau.En el ya clásico corpus de marfiles medievales de Goldschmidt se recogen más de ciento ochenta que corresponden al periodo carolingio. Todos ellos han sido ordenados siguiendo los criterios del arte de la miniatura. Se puede apreciar la influencia del arte paleocristiano y ravenático en obras como las tapas de Salterio Dagulfo, obra ofrendada al papa Adriano I, o la encuadernación de los Evangelios de Lorsch, realizada hacia el 810. En la primera, apreciamos un fuerte volumen en la imagen del David salmodiando, siguiendo prototipos de los marfiles del siglo IV. Un modelado exquisito, elegante, algo más plano, se aprecia en las tapas de Lorsch, ahora el modelo es la Cátedra de Maximiano.Al arte estilizado de la época de Carlos el Calvo habrá que atribuir una obra tan curiosa como la célebre Cátedra de San Pedro, realizada en madera, metal y placas de marfil. Un extraño procedimiento de grabado y excavado con incrustaciones de lámina de oro y pastas de color fue utilizado en placas que representan los trabajos de Hércules. El trono se realizó para la coronación imperial de Carlos el Calvo, después de ésta sería donado por el monarca al pontífice.
obra
En su habitual estilo de dibujo a pluma, tinta y aguada, Poussin evoca en esta obra un tema poco usual, que luego llevará al lienzo, el del soldado de Corinto Eudamidas, un bello canto a la amistad sagrada, por encima de las condiciones sociales, reflejo no sólo de su propia concepción de la amistad sino de las propias penalidades pasadas, socorridas por amigos franceses de Roma. El testamento de Eudamidas se ve aquí preparado de forma bastante cercana a la obra definitiva, con pequeñas salvedades en cuanto a la orientación de las armas colgadas, o la ropa sujeta a la pared. Pero para poder iluminar la escena a su gusto, un tanto oscura, como en muchos de los cuadros de esta época, influidos por la serie de Los Sacramentos, introducirá en el óleo dos ventanas, una sobre el lecho del soldado, otra en la pared frontal, a la derecha. De esta forma, romperá la inserción de las figuras en un escenario cerrado y continuo, de cualidades teatrales, para dividir y abrir, en cierto modo, la composición.
obra
Fue pintado para Michel Passart, Maître des Comptes en París. Su asunto está tomado del autor clásico Luciano, de sus "Diálogos: Toxaris o de la Amistad", y es precisamente la amistad la que subyace en la representación de la historia. El tema, inusual en la pintura, se refiere a Eudámidas, un soldado de Corinto caído en la pobreza, dicta testamento en presencia del médico que le atiende en su agonía. En este testamento deja a su madre e hija al cuidado de sus amigos ricos Areteo y Charixeno, con el encargo especial de cuidar de ellas y de dotar a su hija para su boda. Este testamento provocará la burla de la ciudad, pero, de forma inesperada, será cumplido por los dos amigos. Es, por tanto, una pintura moral, sobre la amistad sagrada. Su composición rigurosa, de la que se conservan algunos dibujos preparatorios, ejercerá una gran influencia en los pintores neoclásicos franceses.