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La exposición de la sala Goupil, realizada en la primavera de 1870, supuso el momento de mayor esplendor en la carrera de Fortuny. Con muy pocas obras consiguió imponerse y triunfar en la capital que marcaba las pautas del gusto y la moda. París quedó embelesado ante la magia de su estilo, pero como en todo encantamiento sus efectos pasaron rápidamente. Unos meses después, con la caída del Segundo Imperio se iniciaba la decadencia y ocaso de la sociedad que había encumbrado y agasajado al pintor. En 1874, cuando vuelva a presentar sus últimas creaciones en la misma sala, la repercusión será más limitada, sin el carácter de acontecimiento que tuvo la presentación de La Vicaría. Ese mismo año, los impresionistas realizaban su primera exposición como grupo en el bulevar de los Capuchinos. Incomprendidos por el público y rechazados por los sectores académicos, los impresionistas vendrán a superar el eclecticismo de los realistas burgueses renovando el panorama artístico con una pintura de aire libre, técnica rápida y temas cotidianos. Sus obras, en las que irán dejando seleccionados los más gratos aspectos de la vida pequeño-burguesa, ocuparán pronto el lugar reservado hasta entonces a los llamados pompiers, los Gérome, Bougereau, Bonnat, Regnault, Meissonier o el propio Fortuny. Para preparar la exposición del 70, Fortuny estuvo viviendo varios meses en París con Cecilia y María Luisa -primera hija del matrimonio, nacida dos años antes en Roma- y a raíz del éxito obtenido consideró la posibilidad de trasladar su residencia a la capital francesa. Goupil -uno de los marchantes más prestigiosos del momento, con el que probablemente venía trabajando desde 1866- puso a su disposición una confortable y elegante vivienda en los Campos Elíseos y le abrió las puertas del taller de Leon Gérome (1824-1904), merecedor de todo el respeto y admiración de Fortuny. El ambiente era menos cerrado que el romano y disfrutaban de la compañía de los hermanos de Cecilia, los pintores Raimundo y Ricardo de Madrazo, y de algunos de sus mejores amigos, Martín Rico (1833-1908) y Eduardo Zamacois (1841-1871) que, especializados en pintura de paisaje y cuadritos de género, vivían en París. Durante esta temporada intimó con el que será su primer biógrafo, el barón Davillier, muy aficionado a las antigüedades, con el que Fortuny realizará algunos viajes. Meissonier se interesó por su obra e, incluso, quiso posar para La Vicaría y solían ser habituales invitados en las veladas ofrecidas por la aristocracia y alta burguesía parisina. Se relaciona con el grabador Gustave Doré, Alexandre Dumas, Théophile Gautier y el duque de Riánsares -esposo de María Cristina de Borbón, quien le prestó su apoyo en momentos difíciles-. Mimado y obsequiado por todos, siente no obstante el agobio de una vida social que le resta tiempo y a la que su carácter tímido y franco se plegaba con dificultad. Por otra parte, teme que el control y la presión ejercida por su marchante sean mayores al vivir en París. En junio de 1870, poco antes de estallar la guerra franco-prusiana, regresan a Madrid, donde su obra era suficientemente conocida y apreciada. En 1866, Francisco Sans Cabot había organizado la primera exposición de Fortuny en la capital española y en ella pudieron verse Fantasía árabe, El coleccionista de estampas, Árabe muerto y El camellero, junto a grabados y acuarelas que sorprendieron a un público de entendidos y aficionados. El año en que se celebró su boda con Cecilia, el estudio de su suegro, Federico de Madrazo, había servido para dar a conocer algunas de las últimas pinturas de Fortuny, haciéndose eco de las dos muestras la crítica y las revistas ilustradas. Por otra parte, en el Museo del Prado había estudiado con entusiasmo y detenimiento las pinturas de Goya, Velázquez, Tiziano, Tintoretto y El Greco, pero si algo le disgustaba del arte era encontrarse en un centro artístico. Libre de preocupaciones económicas, pues sus cuadros alcanzaban cotizaciones elevadísimas para la época, podía permitirse el lujo de trabajar al margen, buscar un lugar a su medida. Tras visitar Sevilla y Córdoba, lo encontrará en Granada. Diversos motivos -entre otros, la situación de crisis política que atravesaban Francia, Italia, después España- provocaron este distanciamiento de los centros artísticos a los que estaba vinculado, pero por encima de ellos su gesto no deja de ser el de un pintor moderno. En Granada y en la playa napolitana de Portici, el artista busca la luz, la pintura al aire libre e irá desentendiéndose de los temas y asuntos recreados en el estudio. En La Vicaría ha trabajado tres años para construir magistralmente un universo ficticio narrado a través de las pinturas de Goya y las comedias de Moratín. Intuye que no podrá superarla y tal vez empieza a estar cansado -moralmente, dirá el mismo- del tipo de cuadros impuestos por la moda y que no son "la expresión auténtica de mi talento". Por eso, frente a la artificiosidad de una pintura en tantos aspectos coincidente con la de tema histórico, su reacción será similar a la impuesta por las corrientes más renovadoras del siglo: volver al natural. Detrás del gesto de Fortuny se encuentran no sólo la Escuela de Barbizon, sino, sobre todo, el ejemplo del pintor Morelli, los paisajistas napolitanos y los macchiaioli florentinos. Todos ellos se alejaron de los temas convencionales, de los asuntos impuestos por el arte oficial, de su tratamiento enfático y falso, prefiriendo reflejar el paisaje, el presente, la vida contemporánea, salieron del estudio para pintar a "plein air".
obra
En sus años mozos Cézanne se interesó especialmente por la literatura, llegando a componer algunas poesías de cierta calidad. Curiosamente, su buen amigo Zola se volcaba hacia la pintura; posteriormente los jóvenes cambiarían su actividad. Fruto de ese interés literario, surgen en los primeros momentos pictóricos de Cézanne una serie de trabajos marcados por la poesía como esta obra que contemplamos en la que la musa de la Poesía inspira el sueño del joven poeta, sentado en una buhardilla y apoyando su codo en la mesa de trabajo, donde podemos observar un pequeño papel y un tintero. La musa con sus alas desplegadas ocupa buena parte de la composición, disponiendo su figura en escorzo al igual que el poeta, creando el maestro una serie de líneas circulares encadenadas. La disposición de la figura en profundidad y el ventanuco abierto al fondo indican el interés del joven artista por los planteamientos espaciales. Las tonalidades oscuras se adueñan del conjunto, creando contrastes con la túnica rosácea de la musa y sus alas blancas. De esta manera podemos observar la cercanía con la pintura romántica que en estos primeros momentos manifiesta Cézanne.
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Los dos primeros actos conocidos del reinado de Alfonso se complementan entre sí y son el mejor exponente de la situación del reino en 1252. Alfonso devaluó la moneda y como consecuencia "encarescieron todas las cosas en los regnos de Castilla e de León", lo que obligó a fijar, en las Cortes celebradas en Sevilla, los precios máximos de numerosos artículos, poner límite a los gastos suntuarios, intentar frenar la especulación, prohibir la exportación de animales y de productos alimenticios y tomar diversas medidas tendentes a restaurar la decaída economía castellana. La subida de salarios y precios y la tendencia al lujo termina por arruinar a cuantos dependen de ingresos fijos y en general a todo el reino excepto a los mercaderes, y son decisivas para explicar las continuas sublevaciones nobiliarias y el fracaso de la política exterior y de las reformas intentadas por Alfonso X. En los primeros años del reinado, la nobleza encontró una salida a sus problemas económicos en la intervención en el Algarve portugués, cedido por Sancho II a Alfonso en 1245 como recompensa por la ayuda castellana durante la guerra civil portuguesa y reclamado por Alfonso III en 1252; la guerra tuvo como principal escenario Extremadura y finalizó con un acuerdo por el que el Algarve y los castillos de Moura, Serpa, Aroche y Aracena eran atribuidos a Portugal pero quedarían en poder de Castilla hasta que el hijo de Alfonso III y de Beatriz de Castilla (matrimonio concertado al firmar la paz en 1253) llegara a la edad de siete años. El éxito portugués fue seguido de una intervención en Navarra, donde Alfonso pretendía ser reconocido como señor feudal por Teobaldo II; la intervención de Jaime de Aragón en apoyo de Navarra impidió la ocupación del reino por Alfonso X,cuya presencia en Navarra sirvió sin embargo para renovar los derechos castellanos sobre Gascuña, región incluida en la dote y nunca entregada a Leonor, esposa de Alfonso VIII, y ofrecida ahora al Rey Sabio por Gastón de Bearn, sublevado contra el monarca inglés. Ni Inglaterra ni Castilla tenían interés en iniciar una guerra por Gascuña, y tras algunas negociaciones que desembocaron en una alianza contra Navarra, los rebeldes gascones fueron perdonados y Alfonso entregó Gascuña en dote a su hermana Leonor, que casaría con Eduardo de Inglaterra. Los intereses peninsulares aparecen claramente vinculados a los europeos tras la muerte del emperador alemán-siciliano Federico II, cuya herencia se disputan, entre otros, los reyes de Castilla y de Aragón, que intervienen activamente en los enfrentamientos entre güelfos y gibelinos, partidarios los primeros de la hegemonía del pontífice y los segundos del predominio del emperador. Alfonso X, como hijo de Beatriz de Suabia, tenía unos derechos teóricos al trono imperial, derechos que le fueron ofrecidos en 1256 por la ciudad gibelina de Pisa. La elección imperial, celebrada en 1257, dio lugar al nombramiento de dos emperadores: Alfonso de Castilla y Ricardo de Cornualles, hermano del rey de Inglaterra. Ambos aceptaron el nombramiento y Alfonso X intentó movilizar las fuerzas económicas del reino para hacer efectivo el título imperial, pero su elección no fue aceptada por el Pontificado y Castilla se negó a financiar las campañas imperiales, a pesar de lo cual Alfonso mantuvo sus pretensiones hasta 1275 y orientó la política exterior del reino hacia la obtención de aliados que le permitieran convertir en realidad el sueño imperial. Las aspiraciones imperiales condicionan la política interior del reino y la situación económica de Castilla, unida al malestar de los nobles convierten, a su vez, en irrealizable el sueño de Alfonso. Las medidas tomadas por Alfonso X en 1252 fueron incapaces de contener el alza de precios y el desmedido lujo de la población castellana, y las Cortes de Segovia suprimieron, al parecer, las tasas puestas en 1252, ya que si antes los precios subían de un modo oficial, después de los acuerdos de Sevilla los mercaderes se negaron a vender a los precios fijados y los revendedores acapararon los productos, provocaron su escasez artificial y los vendieron a precios más elevados. Una nueva devaluación monetaria realizada por estos años agravó aun más la situación y contribuyó de nuevo a incrementar los precios y a dificultar cualquier aportación económica del reino al Imperio ofrecido en 1256. Dos años más tarde, las Cortes reunidas en Valladolid intentaron reorganizar la economía castellana mediante una serie de medidas tendentes a reducir el gasto privado y público. La penuria de la monarquía y de los súbditos fue la causa de la convocatoria de las Cortes de Jerez (1268), en cuyo preámbulo el rey afirma que reunió las Cortes porque "las gentes se me quejaban mucho de la gran carestía que había en mi tierra"; las medidas superaron con mucho a las acordadas anteriormente. Por primera vez nos hallamos ante un intento serio de organizar la economía castellana: por un lado se busca incrementar la producción y por otro se ordena que ésta no sea exportada, que esté al servicio del reino, del que sólo podrá salir en casos muy concretos y a cambio de artículos considerados de interés para Castilla, como el oro, la plata y los metales en general. Al prohibir la exportación se ponen las bases de una posible industria castellana e, indirectamente, se limitan las importaciones y el gasto consiguiente al impedir que se paguen los artículos del exterior con moneda o con materias primas castellanas. Se desanima la importación de productos de lujo asignándoles un precio fijo y creando puertos o aduanas en las que se obligará al pago de impuestos... Para cumplir los acuerdos de las Cortes era precisa la tranquilidad interior y el control de la situación por el monarca, pero en 1269 la autoridad del rey fue discutida por los nobles, que se sienten agraviados porque el monarca intenta sustituir el Fuero Viejo de Castilla, favorable a los privilegios nobiliarios, por un nuevo código en el que se fortalece la autoridad del monarca; al agravio jurídico se une el económico: los nobles se quejan del exceso de impuestos, de la extensión de la alcabala, impuesto del diez por ciento sobre las ventas, a los hidalgos, y de la creación de pueblos de realengo en León y Galicia, pueblos que atraen a los campesinos de las tierras nobiliarias. En todas sus reclamaciones y peticiones, nobles sublevados y fieles al monarca (sublevación y lealtad son dos formas de alcanzar el mismo objetivo) insisten en que su actuación tiene como finalidad el bien de la tierra y el restablecimiento de los buenos fueros de época anterior, a lo que responderá Alfonso, en carta dirigida en 1275 a su hijo Fernando, con las siguientes palabras: "Así como los reyes los criaron (a los nobles) así se esforzaron ellos por destruir a los reyes y quitarles los reinos... y así como los reyes les dieron heredades, así se esforzaron ellos por desheredarlos confabulándose con sus enemigos, robando la tierra, privando al rey poco a poco de sus bienes y negándoselos... Este es el fuero y el bien de la tierra que ellos siempre quisieron". Imposible explicar más claramente los problemas a los que tuvieron que hacer frente en el siglo XIII todos los reyes peninsulares. Pacificado el reino tras hacer concesiones a los nobles, Alfonso X abandonó Castilla para entrevistarse en la ciudad francesa de Beaucaire con Gregorio X y conseguir el reconocimiento de sus aspiraciones imperiales. El gobierno fue confiado al primogénito, Fernando, que murió en Andalucía al intentar contener los avances benimerines (1275). Teóricamente, la sucesión correspondía a los hijos de Fernando, a los infantes de la Cerda, a cuyo lado se situarán los Lara, mientras otra parte de la nobleza dirigida por los Haro aceptará como heredero al segundo de los hijos de Alfonso, a Sancho IV, alegando que, ausente Alfonso del reino y siendo menores de edad los infantes, Sancho es el único capaz de hacer frente a la amenaza de los benimerines. Los éxitos militares de Sancho fueron decisivos para que al regresar de Beaucaire, sin haber visto atendidas sus peticiones, Alfonso X aceptara como heredero a Sancho cuyo nombramiento interesaba, además, por razones de política exterior. La presencia entre los valedores de Sancho del señor de Vizcaya, Lope Díaz de Haro, exigía aceptar a Sancho si Alfonso quería intervenir en Navarra, donde desde la muerte de Enrique I (1274) existía un partido favorable a la vinculación a Castilla y otro que propugnaba la aproximación a Aragón o a Francia cuyo rey, Felipe III, había tomado partido por sus sobrinos los infantes de la Cerda: el problema sucesorio castellano se transformaba así en un conflicto internacional en el que el objetivo inconfesado era el reino de Navarra. Ante el indeciso resultado de los combates, Alfonso X intentó negociar con Felipe III, cuyo apoyo era necesario para que el pontífice reconociera los derechos de Alfonso al Imperio, y llevó el pleito sucesorio a las Cortes, cuyo beneplácito era previo a la concesión de ayuda económica. Las Cortes de Segovia (1278) ratificaron el nombramiento de Sancho y concedieron los subsidios pedidos, pero el cobro se retrasó y Alfonso tuvo que recurrir a los prestamistas judíos, que adelantaron el dinero y se encargaron, en nombre del rey, de efectuar el cobro de las ayudas votadas. El matrimonio de la heredera navarra con el primogénito del monarca francés puso fin a las pretensiones de Alfonso y con ellas desapareció el apoyo a Sancho: el rey castellano buscó una solución de compromiso que le permitiera repartir el reino entre Sancho y los infantes, refugiados en Aragón. Sancho se opuso a la división y encabezó una nueva revuelta en la que tuvo a su lado a gran parte de la nobleza, a los eclesiásticos y a numerosas ciudades, mientras Alfonso X sólo pudo contar con algunos nobles, con las ciudades de Sevilla y Murcia y, en el exterior, con el monarca francés, interesado en asegurarse a través de los infantes un cierto control sobre Castilla. El aliado natural de Sancho en el exterior sería el rey de Aragón, enfrentado al monarca francés desde la ocupación de Sicilia en 1282 y guardián de los infantes de la Cerda refugiados en sus dominios. En su último testamento, Alfonso X desheredó a su hijo y proclamó herederos a los infantes bajo la tutela de Felipe III de Francia, que heredaría Castilla sí los infantes murieran sin descendencia. Abandonado por todos, el Rey Sabio murió en Sevilla en 1284; su testamento no fue respetado.
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En un ranking cronológico, el primer país que consiguió el voto femenino fue Nueva Zelanda en 1893. En muchas ocasiones, el reconocimiento de la igualdad de hombres y mujeres en este punto, ha llegado precedido de una agitada reivindicación por parte de los movimientos sufragistas. Es el caso, por ejemplo, de Estados Unidos. Gráfico En nuestro país el sufragio universal, generalmente llamado voto femenino, se debatió en el Parlamento en 1931. Fue una victoria conseguida "de golpe, sin aparente esfuerzo" (1), gracias al tesón y la coherencia de principios de una diputada demócrata, feminista y pacifista Clara Campoamor" (2).
obra
Poussin, hombre de extremada cultura clásica, gustaba de representar en dibujos la visión que ciertas lecturas le producían, especialmente los pasajes de mayor impacto. En este caso se trata de un episodio de la historia de Roma narrado por Plutarco en sus "Vidas de los hombres ilustres", que se refiere a la muerte de Marco Porcio Catón. Éste, ante la victoria de Julio César en la batalla de Farsalia, prevé la conculcación de las libertades por parte del general, y una posible persecución de los pompeyanos. Tras leer el "Fedón", uno de los diálogos de Platón, se suicida con su propia espada. A su izquierda, puede verse el libro aún abierto. No era excepcional que Poussin, hombre profundamente estoico, admirara a este tipo de personajes históricos, que han pasado a la historia como modelos de virtud estoica, como es el caso de Catón el joven. La composición es perfecta en su sencillez, con el arco del cuerpo encuadrado en el triángulo de las cortinas del lecho.
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Durante la II Guerra Mundial muchos pilotos japoneses decidieron sacrificar sus vidas estrellando sus aviones contra barcos estadounidenses, lo que llamó poderosamente la atención de éstos. Hay algunas religiones, principalmente en Oriente, que contemplan el suicidio como un acto ritual de autoinmolación y sacrificio, como el caso de los bonzos o monjes budistas, que se quitan la vida voluntariamente. En Japón encontramos dos ejemplos; el harakiri, consiste en abrirse el vientre horizontalmente con una espada. Fue practicado por los samurai cuando eran condenados a muerte, viéndose obligados a practicar este tipo de suicidio o, en otras ocasiones, como acto voluntario, para seguir a otra persona amada en la muerte; el ejemplo es el del general Maresuka y su esposa tras el fallecimiento del emperador Mutsu-Hito en 1912; el segundo caso de suicidio voluntario es el ya citado anteriormente, es decir, el de los kamikaze, pilotos a los mandos de aviones cargados con explosivos que se lanzaban en picado contra las naves americanas con el objetivo de provocar el hundimiento de éstos. Los kamikaze eran pilotos que habían aceptado perder la vida con el fin de contribuir a la victoria japonesa en la guerra.
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La distribución de las tropas militares estables en campamentos/ciudades situados en el norte de Hispania y el hecho de que la enumeración de las tropas hispanas en la Notitia Dignitatum presente paralelos con la enumeración de otras tropas asentadas en la frontera romana ha servido para que varios autores (Blázquez, entre ellos) hayan sostenido la existencia de una frontera militar, limes, para defender al resto de la Península de la amenaza de los pueblos del Norte. La menor romanización de esos pueblos y noticias posteriores sobre sus aspiraciones de autonomía han contribuido a apoyar tal tesis. Si se considera, en cambio, que en época altoimperial, en pleno período de paz, también las tropas estaban situadas en el Norte, la reflexión sobre la distribución geográfica se debilita como argumento en favor de tal limes. El ejército había cumplido misiones de disuasión en los años iniciales del Imperio, pero después se había mantenido acantonado en los mismos campamentos en razón de su capacidad de servir de instrumento para la romanización y también para la defensa de los distritos mineros en los que una parte del ejército actuaba como personal técnico para asesorar sobre la explotación de las minas. Tampoco hay noticias que permitan pensar en una grave amenaza de los pueblos del norte durante el siglo IV. Hoy se considera que se ha exagerado la importancia de los efectos de las incursiones de los pueblos germánicos, los francos y alamanes, en los años 258 y 262. Ese acontecimiento se ha unido a las invasiones realmente importantes de comienzos del siglo V para explicar con dos hechos, extremos en el tiempo, toda la situación del tiempo intermedio. Para reforzar tal tesis, se ha acudido a la consideración de las potentes murallas que presentan algunas ciudades. Pero, en la revisión reciente de todos los datos hecha por Le Roux, se deja constancia de que las murallas que han servido de argumento de apoyo (las de Barcelona, Astorga, Lugo, León y otras semejantes) no serían anteriores al siglo V y que su aspecto actual bien puede tener un origen altomedieval. Estaríamos, por tanto, ante la constatación de que los peligros exteriores comienzan en Hispania a partir de las invasiones bárbaras de comienzos del siglo V y ante una Hispania del siglo IV disfrutando de una relativa tranquilidad interior. El otro argumento utilizado para elaborar la tesis sobre un limes hispano se encontró en un conjunto de materiales de las necrópolis del Duero dadas a conocer por Palol. El hallazgo de espadas, cuchillos, hachas y broches de cinturón semejantes a los usados por tropas germánicas de laeti, federados al servicio de Roma, creó una primera impresión de un mundo militarizado. Pero la atención detenida a la cronología segura de tales hallazgos permite también retrasar las fechas a los años posteriores a las invasiones bárbaras de comienzos del siglo V. Tales ajuares de las necrópolis del Duero serían exponentes de fenómenos ocurridos en Hispania a partir del momento en que comienza a tener lugar el asentamiento de los pueblos bárbaros en Hispania. Y el tercer argumento para rechazar la existencia de un limes interior en el norte de Hispania se basa en razones estratégicas, ya que la distribución de las tropas de Hispania no era en nada semejante a la que tenían las tropas asentadas en las fronteras romanas, las que constituían un auténtico limes. La tesis dominante en los estudios recientes se orienta a presentar el período que media entre Diocleciano y las incursiones bárbaras de comienzos del siglo V como de continuidad de la paz interior. El ejército hispano, alejado de las luchas dinásticas, estuvo siempre dispuesto a mantenerse fiel al emperador del momento y a no mezclarse en ninguno de los conflictos que se ocasionaron por las usurpaciones, destituciones o golpes de estado que fueron tan frecuentes durante el Bajo Imperio. Ese ejército tradicional y conservador ni siquiera se alteró cuando el usurpador Constantino III envió a su hijo Constante para adueñarse de Hispania. Se explica así bien que la defensa del emperador legítimo quedara en manos de particulares, los hermanos Dídimo y Veriniano, grandes propietarios de tierras en el ámbito de Palencia, los agri Palentini, al enfrentarse a las tropas del usurpador con la ayuda de sus criados y siervos, como dicen todos los autores. A partir del 409, el débil estado romano occidental se vería obligado a pedir ayuda a las tropas federadas de visigodos cada vez que debía defender la parte de Hispania que aún seguía bajo su control.