Busqueda de contenidos

contexto
En el resto de España, se puede seguir la traza de un grupo importante de artistas que se sienten influidos por la temática simbolista; es difícil establecer un balance equilibrado sobre ellos, ya que los estudios de los que disponemos son muy irregulares. Conocemos, por ejemplo, gracias a los trabajos de Teresa Sauret, los pintores malagueños Santiago Casilari, Pedro Sáenz, o Blanco Coris, siguiendo las trazas de Joaquín Martínez de la Vega (1846-1905), un artista que conocía a los pintores nazarenos y prerrafaelitas y que en los últimos años de su vida, entre 1900 y 1905, inmerso en un mundo de alcohol y droga, realiza una serie de pasteles entre idealistas y decadentistas que se integran de pleno en el lenguaje simbolista europeo. En la misma Andalucía podemos citar también las últimas obras, naturalezas muertas y desnudos femeninos, del granadino José María Rodríguez Acosta (1878-1941). Asimismo haremos referencia del madrileño Eduardo Chicharro (1873-1949), artista que se movería siempre dentro de la estela del simbolismo, del que destacaremos, en especial, el tríptico de Las tres esposas (1908) y La tentación de Buda (1922); los aragoneses Angel Díaz Domínguez (1879-?), autor de los lienzos que decoran el Casino Mercantil de Zaragoza (1914 y 1919) y Francisco Marín Bagüés (1879-1941) que enviaría, como pensionado en Roma por la Diputación de Zaragoza, un tríptico sobre Santa Isabel de Portugal, de clara resonancia prerrafaelita y muy próximo a Las Tres Esposas de Chicharro. También tienen estos visos decorativos las primeras obras del asturiano Evaristo Valle (1873-1951) entre muchísimos otros artistas que es imposible enumerar. Y finalmente en una línea mucho más abiertamente decadentista, señalaremos la obra del artista cubano, famosísimo en su tiempo, que residió mucho tiempo en España y se afincó definitivamente en París, Federico Beltrán-Masses (18851949). Hay que tratar con cierto detalle al cordobés Julio Romero de Torres (1874-1930), por ser uno de los pintores que mejor definen la ambigüedad que domina todas las manifestaciones simbolistas. La fama popular que gozó en los últimos años de su vida y, especialmente, en los que siguieron a su muerte, popularidad que le ha llevado a protagonizar una copla popular; el que recree los tópicos de una Andalucía doliente y, muy especialmente, por el erotismo de sus desnudos femeninos, ha llevado a perder la perspectiva suficiente para enjuiciar a un artista que encarna uno de los momentos más complejos del simbolismo. Ramón del Valle Inclán, por ejemplo, se fascinó por la pintura de Romero de Torres, por su tendencia al arcaismo y, sobre todo, porque transgredía los límites entre lo sublime y lo decadente; un riesgo que ejercía una fuerte atracción entre los intelectuales del fin de siglo. Romero de Torres fue, sin ninguna duda, un artista de sólida formación y dominio del oficio. Sus primeras obras, en los años del fin de siglo, trasladan al ambiente andaluz las conquistas luministas y técnicas del impresionismo con matices decorativos de gusto modernista, configurando una obra que sintetiza la pintura europea contemporánea. Destacamos los murales que proyecta para el Círculo de la Amistad de Córdoba (1905), en un estilo ya muy estilizado, dentro del modernismo o el Art Nouveau. Hacia 1907, se orienta ya definitivamente hacia el que será su estilo personal en una versión muy independiente del simbolismo, dominada por las alegorías femeninas. En este mismo año, emprende un viaje a través de Francia, Inglaterra e Italia, que será decisivo para su evolución plástica y durante el cual se apasiona por la obra de los pintores prerrafaelitas, los simbolistas franceses -Puvis de Chavannes de manera muy especial- y los pintores del primer Renacimiento italiano, los tres fundamentos que inspirarán sus composiciones. Desde este momento será un pintor consagrado, siempre acompañado de escándalos por el contenido erótico de sus obras, se instala en Madrid, y se convierte en el pintor oficial de una España-Andalucía popular y hermética al mismo tiempo. El acierto de Julio Romero de Torres fue vincular el movimiento simbolista con el casticismo que había estado siempre presente en la cultura española de siglo XIX, un casticismo que se relaciona con la temática regionalista y que, desde la época del romanticismo y hasta muy entrado el siglo XX, dominará la producción de muchos artistas.
contexto
Existía ya entre los jóvenes poetas simbolistas una fascinación por el arte sintético de Wagner, considerado como el gran creador de una nueva forma de arte. Siguiendo una línea que partiría de Baudelaire y pasaría a través de Rimbaud hasta Mallarmé los poetas buscan las analogías entre los estados de ánimo, las palabras y los sonidos. Para Valle-Inclán "la condición característica de todo el arte moderno (..) es una tendencia a refinar las sensaciones y acrecentarlas en el número y en la intensidad". Y todo ello tiene en Baudelaire su referencia obligada: aromas, sonidos y color, y sus equivalencias. Rimbaud definió el color de las vocales: "A-noir; E-bleu, I-rouge, O-jaune, U-vert". Había que aprovechar, como decía Valle-Inclán, "la evolución progresista de los sentidos (..). Hoy percibimos gradaciones de color, gradaciones de sonido y relaciones lejanas entre las cosas que hace algunos cientos de años no fueron seguramente percibidas por nuestros antepasados". La fusión entre verso y sonido querrá ser llevada al campo de la pintura y allí establecer las relaciones entre ritmo, línea, música y color. Había que hacer realidad, plásticamente, ese hechizo evocador que recomendaba Baudelaire en su teoría de las correspondencias. Sus perfumes verdes se darían a ver. Ya hemos visto la importancia que tendrán para Seurat las investigaciones de Charles Henry sobre la significación de los colores y las líneas, y en Van Gogh las cualidades simbólicas de los colores. Gauguin hablaba del "aspecto musical de su arte", por lo tanto, lo destacable es cómo los artistas, tanto poetas como pintores, quieren transmitirse a través de las analogías y no de la representación directa. De ahí que el concepto de analogías sea clave para la estética simbolista. La síntesis, al combinar elementos del mundo real con los tomados incluso de las otras artes, logrará crear una realidad diferente y autosuficiente. La sinestesia y el sincretismo me parecen fundamentales a la hora de valorar la emancipación de los significantes en pintura que será una de las características de buena parte del arte del siglo XX. Se debe valorar también la influencia de Schopenhauer en la estética francesa (no en vano Dujardin resume su Estética para la "Revue Wagnérienne" en 1885) y el pintor E. Bernard afirma llevar siempre en sus viajes por Bretaña un volumen de Schopenhauer. La fascinación radica en su oposición al positivismo, la insistencia en que el mundo visible es mera apariencia, un reflejo que sólo adquiere importancia cuando somos conscientes de que a través de él se expresa la verdad eterna. Contemplar y sumirse en "un recuerdo transfigurador que haga olvidar las relaciones reales, sumir en enigmas la realidad conocida". Y otra vez un recuerdo a Baudelaire: "...llegar a lo desconocido, mirar lo invisible, oír lo inaudito". No se trata tanto de encontrar una unidad en el lenguaje formal como una voluntad de reafirmarse en el contenido y en la idea. Se trata de exteriorizar la idea, analizar el yo, objetivar lo subjetivo, se intenta "hacer patente lo latente", les interesa la capacidad de sugerir, establecer correspondencias entre los objetos y las sensaciones que en la realidad se mantienen en planos diferentes. A estos artistas, etiquetados como simbolistas, denominados espiritualistas, les interesa el misterio, la ambigüedad, los sentimientos complejos e indecisos, crear traduciendo lo inexpresable, caminar por ese bosque de signos baudeleriano, "tal vez oscuro pero no por ello impreciso". En esa necesidad de expresar un orden de realidades distinto de las tangibles" (R. Gullón) hay una serie de temas que se hacen queridos, tanto a los escritores como a los pintores, y por ello aman las figuras que trascienden la realidad y aspiran a ser vistas como signos de mundos ideales y raros. El símbolo es así "un agente de comunicación con el misterio, revela intuiciones que no podría explicar quien las experimenta". De ahí el gusto por las referencias mitológicas, religiosas o legendarias, tamizadas por la imaginación, el mundo medieval a través del ensueño de los cuentos fantásticos, la incitación a explorar el misterio, la tendencia al ocultismo, al hermetismo, al submundo del satanismo, tan en boga en la época. Una inclinación hacia lo sobrenatural, hacia lo que no se ve, al mundo de las sombras. Todo quedaría perfectamente resumido en las palabras del crítico Roger Marx que un año antes del Manifiesto simbolista de J. Moréas ya escribe en la "Gazette des Beaux-Arts" acerca de "pintores y escultores que, más ávidos de sugerir que de copiar, sólo aspiran a dar forma al sueño". El amor a la belleza artificial lleva a los simbolistas a apasionarse por las mujeres como la Lilith de Schwob, "mujer que no fue creada de roja tierra como Eva, sino de materia sobrehumana; era semejante a la serpiente y ella fue quien tentó al animal", o Hadalay la muñeca electromagnética que el científico construirá para lord Ewald quien, desengañado de la mujer natural de carne y hueso, busca en ella la perfección (Villiers de l'Isle-Adam: "La Eva Futura", 1886). También mujeres masculinizadas, como en Burne-Jones, virgen heroica, walkiria, al lado del hombre delicado. Mujer virgen, infecunda; estéril ya desde Baudelaire. La mujer fatal que destroza cuando ama, lo femenino devorador. Manuel Machado definió a la mujer modernista como "rubia, quebradiza, viciosa y mística, virgen prerrafaelita y gata parisina". La mujer enigmática aflora del mundo del inconsciente y por ello, para huir más de la vulgar realidad, adoptará la forma de esfinge o de sirena, de araña o de genio alado. Inmóvil como la esfinge o incluso muerta, lejana, nada real, porque el hombre teme el encuentro con la mujer sexual que parece vivir en un universo aparte y el miedo de que sea su propio universo hace de ella un ser temido por distante. Por ello, no bastan las estatuas de carne fría y estática. La mujer, para Mallarmé, será "onda térmica, movilidad, biología ardiente". "Yo amo el horror de ser virgen -le hace decir a su Herodías- quiero vivir en el terror que me dan mis cabellos". Los seres que aparecen en ese mundo de quietud y de sueño serán incorpóreos. Se cultiva la ambigüedad, la efebización, un prototipo de belleza leonardesca de rasgos indefinidos. Se comenta incluso en "Le Décadent" la creación de este nuevo ideal de belleza hermafrodita resultado de la cual será esa fusión/confusión entre los cuerpos. Por ello, la proliferación visual del andróginos en el fin de siglo. El andrógino, más todavía que la mujer fatal, representa el misterio. El esteticismo y el refinamiento desvirilizará al hombre, de ahí el dandi: "El dandismo representa una tentativa de fusionar en un ser único, superior, los principios que dividen al hombre y al mundo, activo y pasivo, yang y ying, macho y hembra, ánimus y ánima, sadismo y masoquismo" (M. Lemaire). Entre los símbolos más queridos: los lirios y todas las flores de largo tallo y delicadeza enfermiza, el cisne, triste o altivo, símbolo de la pureza, del misterio y de la soledad, de la belleza y la melancolía; los pavos reales (los colores verde y azul serán los preferidos de muchos pintores), no sólo símbolo de belleza, y vanidad, sino, por tradición, un ave de un mundo de fábula; los parques solitarios y los laberintos, los jardines abandonados, los invernaderos... Un mundo creado por una elite, para una elite en el que no tenía cabida el bullicio de los bulevares ni los almuerzos en la hierba: "¡Por amor de Dios -decía Mallarmé- no les déis a las masas nuestra poesía como botín!". Puvis de Chavannes, Odilon Redon y Gustave Moreau serán los simbolistas más importantes.
contexto
El simbolismo es posiblemente la corriente estética que mejor describe los gustos del fin de siglo en todo el mundo occidental. El simbolismo, en Europa, se elabora lentamente desde la evolución de la estética romántica y culmina en pluralidad de opciones plásticas que se definen por la sobrevaloración de los significados de la obra de arte, por encima de sus resultados formales. Pero en España, las distintas tendencias simbolistas -prerrafaelismo, parnasianismo, esteticismo o decadentismo- que en Europa se desarrollan a lo largo de medio siglo, son asimiladas al mismo tiempo y de manera global, al margen de las muy diferentes connotaciones que pudieran tener en sus orígenes. En el ámbito de la pintura, el simbolismo responde a un planteamiento plástico que se sitúa en una posición antitética a los logros técnicos del impresionismo y del postimpresionismo. Los elementos que mejor definen el impresionismo pictórico son de tipo técnico: la pincelada de color puro y sus calidades lumínicas; en cambio el simbolismo, como reacción, propone una pintura conceptual en la que domine el tema sobre la representación: un arte de contenido. Esto sin embargo, no excluye que algunos artistas del postimpresionismo, como Gauguin, integren las aportaciones técnicas impresionistas a contenidos claramente ideológicos. Los artistas españoles, por su parte, no comprenden esta posible contradicción entre simbolismo y técnica impresionista, pues todo es novedoso en el panorama artístico del momento, y así pueden elaborar un programa simbólico sin renunciar a las aportaciones técnicas del impresionismo. Será, por otro lado, un movimiento desigual pero de singular fortuna, que se alargará en el tiempo hasta los años anteriores a la guerra civil, con artistas que elaborarán una manera muy especial y cosmopolita de definir lo español y que aseguraba un fiel mercado en Europa y América.
contexto
Los primeros asentamientos que darían lugar al desarrollo de una polis aparecen normalmente relacionados con sitios más antiguos, santuarios o palacios que habían quedado abandonados o poco utilizados y ahora vuelven a cobrar vida como lugar de desarrollo de las comunidades que tienden a asentarse. Los señores aprovechan los lugares y los vuelven a utilizar, a veces como tumbas donde identificarse con el pasado heroico. Los centros donde se manifiesta el prestigio de los príncipes se transforman, con el asentamiento mismo, en el centro de la vida pública, donde se imparte justicia y se regula la vida de la comunidad, donde la autoridad garantiza su protección y su arbitraje y recibe los dora de los miembros de la comunidad. El desarrollo económico que lleva al renacimiento, paralelamente al desarrollo cultural, provoca al mismo tiempo, sin embargo, el inicio de conflictos que afectan a las relaciones del oikos al agudizarse las formas de explotación junto con el crecimiento de los bienes de consumo que incitan a aumentar el excedente. Asentamiento del poder y acumulación de tierras, coincidentes con la consolidación de una colectividad asentada, tendente a la autoconciencia como comunidad, se convierten en foco de conflictos. Los gérmenes ya aparecen en "Los trabajos y los días" del poeta beocio Hesíodo, pero sus efectos se revelan en la búsqueda de nuevas solidaridades entre los miembros de la clase dominante. Da la impresión de que los diferentes oikoi tienden a juntarse bajo el rey sólo con motivo de acciones bélicas, de defensa o conquista. La capacidad de cohesión y de reparto, en sus tensiones, se reflejan en "La Ilíada". Aquiles puede apartarse del grupo como reacción al comportamiento de Agamenón, que actúa de modo despótico en el reparto del botín. La cohesión definitiva se produce cuando el conflicto procede de los antagonismos sociales. Ante la presión campesina, los oikoi se juntan en el sinecismo, syn-oik-ismós, unión de oikoi, para crear nuevos organismos de gobierno, de solidaridad aristocrática, para repartirse la arché. El basileus queda integrado en el sistema como archon-basileus, uno más de los arcontes, el encargado de los aspectos religiosos de la actividad común. Los phylobasilei pueden conservar su función militar a la cabeza de la tribu, phylé, pero el poder objetivo se reparte entre los arcontes, símbolo de la solidaridad aristocrática que acumula el poder al tiempo que impide que nadie lo monopolice. Tal es al menos lo que ocurre en muchas ciudades conocidas, aunque en otras, como Corinto, la aristocracia siguió significando el gobierno de una sola familia, los Baquíadas.
contexto
El sintoísmo es la religión autóctona del Japón. Esta creencia recibe el nombre de "Camino de los dioses (o espíritus)", expresado tanto mediante la frase vernácula Kami no Michi como por el sinónimo shinto, variación japonesa de las palabras chinas shen (espíritu) y dao (camino). Ambas expresiones se escriben con los caracteres chinos para shen y dao. La palabra shinto (sintoísmo) ha sido la expresión mas corriente desde el resurgimiento de esta religión en los siglos XVIII y XIX. Los orígenes de esta religión se remontan a la prehistoria japonesa, aunque no está claro si la cultura Jomón (entre 11000 y 300 a.C.) poseía un sistema de creencias basado en la reverencia hacia kami, al menos de forma parecida a la actual. Con la llegada de la cultura Yayoi (entre 300 a.C. y 300 d.C.) sí que aparecen ya elementos iconográficos claramente sintoístas. El concepto sintoísta más antiguo y fundamental es el de kami (espíritu, ser divino, dios o diosa). Antes de la llegada del budismo en el siglo VI, el sintoísmo carecía de representaciones artísticas o literarias de sus variados mitos y creencias, de modo que no contaba con un panteón definido. Los kami eran innumerables y ubicuos, ya que cualquier persona -viva o muerta-, lugar u objeto de cualidades numinosas o trascendentales podían llegar a ser considerados como tales. Distintas influencias irían contribuyendo al desarrollo de un panteón Shinto; el budismo Mahayana, por ejemplo, ofrecía con su ordenación del cosmos, un rico modelo de representación literaria y artística. La ideología política presente en los poemas épicos Kojiki y Nikonshoki sugiere una clasificación de los kami Shinto tendente a establecer un nexo directo entre la Diosa del Sol y los gobernantes Yamato. Por lo demás, la erección de santuarios por parte de la casa imperial y la nobleza también contribuiría al enriquecimiento del incipiente panteón. Según consta en el Kojiki, existían más de ocho millones de kami, lo que en japonés equivale a decir que su número es infinito. Éstos incluyen innumerables deidades tutelares vagamente definidas procedentes de clanes, aldeas y barrios (ujigami), "espíritus de lugar" (montañas, ríos, cascadas, etc.) y otros fenómenos naturales, como el kamikaze, el tifón que salvó a Japón de una invasión mongol por mar en el siglo XIIII. Algunos kami son oni, espíritus demoníacos y vengativos, mientras que otros son una mezcla de deidades benignas, importadas por el budismo y el taoísmo. Los espíritus de los ancestros son otra categoría importante de kami. Para los creyentes, tras la muerte el alma de las personas se convierte en kami, por lo que los espíritus de los antepasados es venerado en santuarios domésticos. Algunos kami ancestrales, como los espíritus del emperador Meiji y otros gobernantes, pueden convertirse en el foco de cultos más extendidos. Así, el santuario Meiji es el centro sintóista mas importante de Tokio. También los kami de todos los muertos de guerra de Japón desde 1872 son venerados en el santuario de Yasukuni de Tokio. Los kami más conocidos son dioses y diosas antropomórficos, como los kami celestiales (amatsukami), entre ellos la muy venerada diosa del Sol Amaterasu; y los kami terrenales (kunitsukami), entre los que destaca el popular Okuninushi, dios guardián del Japón y de sus emperadores. Éste es venerado en el santuario de Izumo Taisah, el segundo más importante del Japón después del de Amaterasu, en Ise. Otros kami destacados son Inari, dios del arroz, o los "siete dioses de la suerte", que encarnan distintas características deseables.
contexto
España, después de la pérdida de la América continental, seguía siendo una potencia colonial, más por la situación de sus territorios que por la extensión de éstos. La lejanía con respecto a la metrópoli era máxima en los dominios de la zona del Pacífico: el archipiélago de las Filipinas, así como los pequeños grupos de las islas Marianas, Palaos y Carolinas. En América poseía dos islas clave del área antillana, Cuba y Puerto Rico. La propia posición de la Península Ibérica, unida a las plazas de soberanía del Norte de África , permitía a España jugar una baza de potencia que era difícil de mantener por su debilidad en el concierto europeo. Algunos territorios más en zonas costeras: Río de Oro, Guinea y las islas de Fernando Poo y Annobón. La escasa capacidad financiera, diplomática y militar española para defender estos territorios hará que nuestro país intente, a toda costa el mantenimiento del statu quo por parte de las potencias europeas frente a la presión de Estados Unidos en América y el Pacífico y el equilibrio interno entre ellas en lo que respecta a los territorios africanos y, singularmente, el Estrecho. La política exterior española del período isabelino está más pendiente de los problemas de Ultramar que de los europeos en los que tiende a la neutralidad que, previsiblemente, le darían el apoyo de los principales Estados europeos en la política intercontinental. Además, España tenía que hacer frente a la administración y la resolución de los problemas internos de sus colonias. Para coordinar esta política había un alto organismo de Ultramar, con rango de Dirección General, que dependía directamente de la Presidencia del Consejo de Ministros. Tenía a su cargo todo lo relativo a las posesiones ultramarinas. Dependía de él el Consejo de Ultramar que debía emitir informe de algunos asuntos específicos. En todo caso, antes de aplicar una resolución que se refiriera a una posesión ultramarina concreta tenía que ser oído el Gobernador Capitán General de la misma. En 1858 se creó el Ministerio de Ultramar, que debido a problemas de presupuesto, independencia y continuidad de sus titulares resultó muy poco eficaz. A esta ineficacia se unió la falta de interés y conocimiento de los problemas coloniales por parte de los españoles en su conjunto, la escasa e incoherente atención que prestaron los partidos políticos mucho más preocupados por la política interna, la consideración de las colonias como una herencia que había que conservar por razones sentimentales y de prestigio como la familia que debe mantener una lejana casona de los antepasados. Salvo por individualidades que no lograron crear una auténtica opinión pública, no se percibió la importancia de estas colonias para abordar con fuerza el reparto del mundo que se estaba fraguando. Países más pequeños y con menos potencial económico, como Portugal, sí entendieron el momento. En todo caso, por los intereses económicos de algunos influyentes personajes de la burguesía de los negocios española y por tradición histórica, hay dos territorios en Las Antillas a los que se prestará mayor atención: Cuba y Puerto Rico. La esclavitud, un problema común, no sólo tenía vertientes morales, sociales y económicas sino que se convirtió en un problema internacional que complicó el panorama. Hasta la aparición de la corriente independentista, España tuvo que hacer frente a la presión norteamericana. Durante años, la situación se salvó por el equilibrio. Gran Bretaña y Francia sostuvieron la presencia española para evitar la expansión de Estados Unidos, país que aceptaba el dominio español ante el temor de que Cuba se convirtiera en una isla británica. A mediados de siglo, el azúcar cubano, de caña, encontró una competencia cada vez más fuerte en los mercados europeos por el auge del azúcar de remolacha, que se había introducido en Europa desde principios de siglo. Así, la producción cubana dependerá cada vez más del mercado norteamericano, al que se destina la mitad de las exportaciones. De este modo se explica que a mitad de la década de los cincuenta, empezara a perfilarse entre algunos criollos cubanos una tendencia anexionista a los Estados Unidos, donde todavía entonces se mantenía el régimen esclavista de los Estados del Sur. Por su parte, desde mucho antes en Estados Unidos se pensaba en la conveniencia estratégica de la posesión de Cuba y en la posibilidad de comprar la isla a España. En España no se tuvo en consideración las diversas propuestas de compra. En 1849 y 1851 tienen lugar los intentos secesionistas de Narciso López, fracasados por la falta de apoyo suficiente en el interior y el exterior de la isla, lo cual desacreditó temporalmente la idea del intento militar. Estados Unidos vio frenadas sus aspiraciones durante muchos años (la primera mitad del siglo) por Inglaterra. Vino luego el paréntesis forzoso impuesto por la guerra de Secesión. Una vez terminada ésta, Estados Unidos renueva su acción. Mientras tanto, en la zona oriental de la isla se empezaba a incubar un nacionalismo cubano, en el que se conjugaban dos elementos heterogéneos: Los criollos, blancos que aspiraban a la independencia, y los negros con el fin elemental de acabar con la esclavitud. El 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel Céspedes se alzó cerca de Yara (El grito de Yara), iniciando una guerra que no terminó hasta 1878. Por lo que respecta a Puerto Rico, desde 1822 hasta 1837, el Gobernador de la Isla, General Miguel de la Torre inició un período de poder casi omnímodo que coincidió con un progreso económico. La población aumentó hasta llegar a casi 360.000 habitantes en 1834. Aunque se produjo un aumento cuantitativo de los esclavos, siguió predominando el jornalero libre. Las explotaciones que generaron una mayor exportación, especialmente a Estados Unidos, fueron las de caña de azúcar. A este período corresponde la fundación del Seminario Conciliar (1832), primera institución educativa de la isla. En 1837, las Cortes españolas decidieron que las provincias de ultramar serían regidas por leyes especiales y no por la constitución. Los sucesores de La Torre afianzaron el régimen autoritario. El Régimen de las Libretas, instaurado en 1849, reglamentaba la vida de los jornaleros agrícolas y los convertía en una servidumbre. Por otra parte, el miedo al contagio revolucionario provocó la restricción de libertades públicas. Una nueva elite isleña empezó a organizarse a mediados del siglo. Este grupo reformista criollo se bifurcó entre los que deseaban la continuidad bajo bandera española y los que querían la República independiente. Coincidían en cambios como la supresión de la esclavitud. Precisamente los delegados de la isla, Acosta, Ruiz Belvis y Quiñones, que acudieron a Madrid en 1865 a una Junta de Información para estudiar posibles leyes especiales para Cuba y Puerto Rico, llevaban la abolición de la esclavitud como punto principal de su programa. La Junta no tuvo resultados inmediatos y los delegados volvieron decepcionados. La circunstancia anterior no fue ajena al primer intento de independentismo, el Grito de Lores (23 de septiembre de 1868). La mayor parte de la elite criolla acogió con frialdad la revuelta. La presencia en el Pacífico y en Asia era débil y poco rentable para España desde el punto de vista económico. El interés de Las Filipinas estaba más en el futuro, en cuanto que podría servir como base para su influencia en el mercado continental asiático. El problema se derivó de que ese interés era igualmente compartido por Estados Unidos y otros países europeos como Francia, Gran Bretaña, Prusia, Portugal y Holanda. Los enclaves de Las Carolinas, Marianas y Palaos de momento no eran tan codiciados como Las Filipinas, pero su posición los hacía especialmente interesantes como bases de aprovisionamiento para diversas rutas hacia Asia. En todo caso, para la administración y la mayor parte de la población española, los archipiélagos del Pacífico apenas contaron hasta los años cincuenta en que empezó a despertarse un cierto interés sobre Filipinas. Uno de los empeños mayores de los gobernadores españoles fue mejorar los servicios esenciales y las comunicaciones. Los correos mejoraron notablemente. Igualmente se fomentaron las obras públicas, de modo especial los caminos y puentes. Uno de los principales problemas de las Filipinas era la diversidad de etnias y su dispersión. El archipiélago, con una extensión aproximada de 300.000 Km2, está formado por más de siete mil islas de las que once ocupan el 95% de la superficie. Hasta los años treinta del siglo XIX, las autoridades españolas habían centrado su actuación en Manila y sus alrededores. La actividad de los gobernadores se amplió hasta lograr, en los años sesenta, implantar la soberanía española en casi todas las islas. Como ya había ocurrido en los siglos anteriores y hasta 1869, las autoridades civiles se sirvieron de las órdenes religiosas, especialmente dominicos, agustinos y jesuitas, que se convirtieron en la figura principal española (a veces única) en la mayoría de los pueblos y ciudades. En sus manos estaban prácticamente todos los medios de enseñanza y cultura. La historia del siglo XIX está marcada por los acontecimientos de la Península. La situación de la metrópoli en la guerra de la independencia y la emancipación de Nueva España, de la que dependía Filipinas, produjo una disminución de los lazos con España entre los indígenas. Desde entonces pasaron a depender directamente de la Península. Por otra parte, el conflicto entre liberales y absolutistas en el reinado de Fernando VII tuvo su correlato entre los militares de Filipinas. Las insurrecciones de los nativos fueron constantes desde 1812. La principal de ellas tuvo lugar a principios de los años cuarenta en la Isla de Luzón, promovida por una cofradía de indígenas que había fundado Apolinario de la Cruz. Aunque las tropas españolas, dirigidas con energía por el General Oraa, vencieron a los tagalos y su jefe murió fusilado, el espíritu de rebeldía permaneció vivo hasta 1898. La debilidad española fue aprovechada por los piratas malayos, especialmente en las islas de Borneo, Joló y Mindanao, que apresaron a más de 6.000 personas entre 1828 y 1836. La lucha de los españoles contra los piratas fue llevada a cabo por los gobernadores Narciso Clavería (1844-1849) y Antonio de Urbiztondo (1850-1853). Este último dirigió una campaña en la isla de Joló consiguiendo el reconocimiento de la soberanía española por los caciques locales. En la isla de Mindanao la insurrección se prolongó hasta el fin de la época española.
contexto
Los Estados comunistas de la Europa comunista tuvieron muchos elementos en común, aunque también manifestaran importantes diferencias, pues no en vano un rasgo histórico permanente de la Europa Central y Oriental fue y es el pluralismo. En realidad, los acuerdos justificativos de esta identidad fundamental resultaron ser bastante tardíos. Una organización militar multilateral sólo se creó en 1955, con el llamado Tratado de Varsovia, pero el hecho de que al frente del Ejército polaco hubiera un antiguo mariscal soviético que apenas hablaba el idioma nacional da idea de hasta qué punto la coordinación militar ya se había establecido previamente. El Tratado sirvió más que nada para poder justificar la presencia de tropas soviéticas en Hungría. Por su parte, el COMECON, organización de carácter económico de la Europa sovietizada, nació en 1949, pero tan sólo empezó a funcionar a mediados de los años cincuenta, cuando Kruschov trató de coordinar las economías de estos Estados. Desde el mismo momento del establecimiento de sus respectivos regímenes, todos ellos imitaron la política económica soviética, basada en la promoción de la industria pesada, la colectivización de la agricultura y la existencia de planes quinquenales destinados a conseguir un crecimiento muy rápido. Estos planes fueron ejecutados en todos estos países de forma muy similar: su redacción y dirección estuvieron sometidas al partido único y se basaron en la obtención de unos ambiciosos objetivos destinados a multiplicar la producción, aunque no hubiera mercado para ella. Así, por ejemplo, todos establecieron acerías, a pesar de no tener necesariamente ni materias primas ni energía; incluso en alguno de los casos se carecía de ambas. En el fondo, las razones que justificaban la existencia de estas industrias pesadas derivaban de planteamientos ideológicos, nacidos de la necesidad de contar con una clase obrera industrial capaz de convertirse en elemento básico de sostén del sistema político y social. En cuanto al régimen de trabajo, estuvo sometido a una estricta disciplina: la mayor parte de los conflictos de orden público se debió al deseo de las autoridades de multiplicar el rendimiento de los trabajadores. Basado el sistema, como en la URSS, en el sacrificio de las generaciones presentes de cara a conseguir un desarrollo muy rápido, pronto se pusieron de manifiesto problemas insolubles en la vida cotidiana, en lo relacionado con el aprovisionamiento y el nivel de consumo. Desde el punto de vista político, la organización de todos los Estados de Europa Central y Oriental siguió también una pauta común. La idea en la que se basaban las democracias populares era que se trataba de "dictaduras del proletariado sin la forma soviética" (Rajk). Se trataría -de acuerdo con las frases de Gottwald que hemos citado para el caso de Checoslovaquia- de un tipo de regímenes en los que existiría una hegemonía comunista, pero en los que el poder sería ejercido con la ayuda de otros partidos, integrados en un frente político amplio y siempre con el propósito final de llegar al socialismo. Con el paso del tiempo, estos regímenes tenían que convertirse en repúblicas populares o socialistas; de hecho, ya en los años setenta, los propios textos constitucionales comenzaron a dibujar esta tendencia. En realidad, sólo en Bulgaria y en Checoslovaquia los partidos gobernantes se declaraban comunistas; en el segundo de estos países, el comunismo tenía un pasado importante, pero no sucedía lo mismo en el caso del primero. Los demás Gobiernos de la zona eran de coalición, al menos desde un punto de vista teórico. En la mayor parte de estos países se consideraba que debían existir otros partidos, pero en realidad no servían más que para justificar la legitimidad del Estado y estaban de acuerdo con la hegemonía del Partido Comunista. Todos los partidos de esta significación se rigieron por el centralismo democrático y sus congresos, cada cinco años, siguieron siempre las tendencias marcadas previamente por los soviéticos en los suyos. El partido acostumbraba a ser dirigido por un politburó de unos diez a quince miembros, al que le correspondía la dirección política suprema pero, en realidad, era el secretario general quien desempeñaba esa tarea. En general, incrementaba su poder con el transcurso del tiempo, beneficiándose de un culto a la personalidad que, sin embargo, durante la primera parte de la historia de las democracias populares siempre estuvo muy por debajo del que se otorgaba a la figura de Stalin. En ocasiones, el poder del secretario general podía ser enorme, como sucedió en los casos del rumano Ceaucescu o del búlgaro Zhivkov. Al margen de la teoría constitucional o de los planteamientos ideológicos respecto a las democracias populares, estos sistemas políticos sólo pueden ser descritos como rígidas dictaduras totalitarias, por más que en lo que respecta a la absorción de la sociedad por el Estado no se llegara al grado alcanzado por la URSS estaliniana. Hubo también diferencias considerables entre unos y otros. Pero el examen de lo sucedido en cada uno de estos países testimonia que en líneas generales la situación fue idéntica en todos ellos. Si tomamos, por ejemplo, el caso del Partido Comunista descubriremos que siempre le fue otorgado el papel de vanguardia y el de dueño absoluto del poder político. En la mayor parte de los casos, obtuvo una afiliación media del 10% de la población, siendo muy selectiva la entrada en el mismo y estando sujeta la afiliación, además, a una sucesión de purgas. Con el paso del tiempo, la proporción de proletariado en los partidos llegó a situarse por debajo del 50%, excepto en Alemania, Hungría y Rumania, porque en la práctica quienes ingresaban en él eran quienes ambicionaban tener un papel como gestores en la política o en la Administración. Los miembros del partido siempre tuvieron privilegios especiales, en relación con los patrones definidores de la vida cotidiana de los ciudadanos en general, pues en todos los países existió lo que luego se denominó "nomenclatura". El periodista polaco Adam Michnik la describió como "el sindicato de los que mandan". Verdadero centro del poder, el Partido Comunista controlaba todas las organizaciones de masas. El Ejército pudo desempeñar un papel político relevante, pero habitualmente fue menor y, a partir del momento del establecimiento del régimen, siempre siguió iniciativas surgidas de la dirección política. Un ejemplo de este papel puede ser el caso del general Svoboda en la Checoslovaquia de 1948. Sin embargo, en algún momento en los años sesenta pudo haber intentos de golpes de Estado militares o de presión política realizada por generales, pero de cualquier modo, en ningún caso se produjo el triunfo de esta especie de conspiración. La cultura estuvo sometida no sólo a una estricta censura, sino también a unos patrones de ortodoxia fuera de los cuales no podía desenvolverse. Las democracias populares necesitaron siempre el apoyo de los intelectuales y su defección, como la de Kolakowski en Polonia, les pudo hacer mucho daño pero, de cualquier modo, este género de evolución no se produjo hasta los años sesenta. El campesinado fue aplastado por la colectivización, excepto en Yugoslavia y Polonia y, en menor grado, en Hungría. Sin embargo, fue la clase obrera industrial, en cuyo nombre se gobernaba, quien causó más dificultades de orden público no sólo en los momentos iniciales de estos regímenes sino también en los posteriores. La familia como institución tendió a sufrir problemas por la voluntad socializadora e intervencionista del Estado, deseoso de sustituirla en lo que respecta a la formación de las nuevas generaciones. La persecución religiosa, sobre todo de las iglesias como la católica, más reacias a someterse al poder político que la ortodoxa, fue temprana y decidida. La policía política creó un clima de terror hasta 1953, pero desde esta fecha se hizo más bien en reactiva ante los casos de disidencia política. La sovietóloga francesa Hélène Carrère d'Encausse estableció una comparación merecedora de atención entre la situación de Europa del Este y la del Imperio Otomano del pasado. Lo que quedó definido en 1948 en esta parte del mundo fue una práctica política de auténtica "soberanía limitada": en todos estos países, quedó definida la existencia de pactos defensivos bilaterales de carácter militar con la URSS. Sin embargo, también a partir de este momento funcionó un principio de "afinidad interior", relativo al sistema político y social, tal como se ha descrito más atrás. Incluso en los años setenta, las Constituciones aprobadas en toda la Europa del Este la presuponían y en dos países -Alemania Oriental y Bulgaria- el preámbulo de su texto hacía alusión a esta realidad. La mención, como término comparativo, al Imperio Otomano deriva del propósito de alcanzar una especie de cohesión imperial mediante la cooperación de al menos una parte de los administrados o subyugados. Si en el Imperio Otomano estos últimos eran los jenízaros, en el soviético de la posguerra ese papel les correspondió a las democracias populares. Eso, sin embargo, no implicó nunca una absoluta homogeneidad. Como ya se ha advertido, lo característico de esta zona del mundo había sido en el pasado la diversidad y ésta siguió definiendo la situación en el momento de la sovietización; además, con el transcurso del tiempo, lejos de disminuir, se fue haciendo cada vez mayor. Conviene señalar que la implantación de sistemas de democracia popular en Europa Central y del Este no puede desligarse del hecho de que se produjera un cambio sustancial en la política exterior de la URSS en relación con los Partidos Comunistas no sólo de esta región del Viejo Continente sino también de la occidental. Ya antes de la caída de la democracia checoslovaca, en un momento en que, por tanto, el proceso de sovietización no estaba aún concluido, por iniciativa del PCUS tuvo lugar, en septiembre de 1947, una reunión en Szklarska Poreba (Polonia) de los representantes de los Partidos Comunistas de nueve países europeos. Acudieron a la cita los siete partidos de la región central y oriental -faltó el partido albanés- y, además, los dos partidos más importantes de la occidental: el francés y el italiano. Se tomó la decisión, en esta reunión, de crear una oficina de información destinada a servir de órgano de enlace entre los diversos Partidos Comunistas (Kominform). Los países occidentales y democráticos interpretaron inmediatamente que se trataba de volver a la Komintern, la Internacional Comunista, que había sido disuelta en 1943, precisamente por las prevenciones que despertaba. También juzgaron que era un síntoma de endurecimiento y que se trataba de crear un instrumento al servicio de la política soviética. Era así y lo hubieran confirmado de saber lo que verdaderamente sucedió en la citada reunión. En su intervención, el representante soviético, Zdanov, explicó que el mundo estaba dividido en dos campos: uno, imperialista y capitalista, dirigido por los Estados Unidos, y otro, antiimperialista y anticapitalista, capitaneado por la Unión Soviética. Por un lado, Zdanov, cuyo papel en la determinación de la ortodoxia cultural del estalinismo ya conocemos, invitó a las democracias populares a seguir el ejemplo marcado por el modelo soviético. Por otro lado, los dirigentes de los partidos occidentales, en especial el francés, se vieron acusados de "cretinismo parlamentario" y, tras haber pasado por una severa autocrítica, tuvieron que aceptar las tesis de la dirección soviética. En realidad, nunca se habían separado de ella, de modo que lo sucedido no fue más que la imposición de una nueva línea estratégica atendiendo a los deseos de Stalin. Como es lógico, este cambio estuvo en el origen de la política de agitación seguida por los comunistas en toda Europa occidental.
contexto
El mismo manejo de los datos reunidos pacientemente por el abate Breuil tenía que abrir nuevas vías al conocimiento. Las dataciones de C14 y los adelantos conseguidos con nuevos métodos de excavación, hicieron que en los primeros años sesenta el sistema de Breuil fuera cuestionado por la mayoría de los investigadores. Le vino a sustituir el sistema cronológico-evolutivo de André Leroi-Gourhan que, contra lo que pudiera parecer, no está tan lejos del de Breuil, aunque los caminos para establecerlo fueron diferentes. La principal novedad es el haber fijado una secuencia evolutiva única, principalmente con la ayuda del arte mueble. El sistema de Leroi-Gourhan presenta una serie de períodos en los que se encadenan cuatro estilos básicos, según se sintetiza a continuación con una cierta amplitud, pues se trata del sistema actualmente de uso generalizado. Período prefigurativo. Aunque es posible que hubiera existido -pero hay indicios como se ha dicho- no se conoce actividad artística en el Musteriense (hacia 50.000 años), acaso por haber sido realizada preferentemente sobre materiales perecederos. En el Chatelperroniense (hacia 35.000 años) se encuentran objetos de adorno, placas y huesos con líneas grabadas y abundante utilización del ocre, pero no existen, hasta el momento, representaciones identificables. Estilo 1. Comprende las obras de arte pertenecientes al Auriñaciense (30.000 a 27.000), con imágenes sexuales realistas y animales de un estilo tosco. Hasta ahora se han encontrado sólo en Abri Cellier, Abri Castanet, Abri de Belcayre y La Ferrassie. Por este motivo los documentos son demasiado escasos para deducir unas constantes estilísticas. La técnica de incisión profunda contribuye al aspecto rudo de los grabados. Pero el realismo de las figuras sexuales no debe disimular su carácter simbólico muy elaborado. En realidad aquellas atribuciones están hechas sobre pruebas estratigráficas más que estilísticas. Estilo II. Más abundantes que en el período anterior, las obras de arte todavía no son suficientes para establecer una precisa evolución cronológica. Este estilo se desarrolla durante el Gravetiense, el llamado ínter-graveto-solutrense y los comienzos del Solutrense (25.000 a 18.000). Constituye un momento de máxima expansión del arte paleolítico: desde El Parpalló en España hasta el río Don en Rusia. Al mismo tiempo es la época más rica en estatuillas humanas y animales y en arte mueble, y la de las primeras obras parietales de atribución segura. En ambos tipos hay una tendencia naturalista y otra de estilización. En las cuevas, pinturas y grabados se limitan a las zonas de penumbra o primeras regiones oscuras, como en los casos de Pair-non-Pair, Gargas, La Croze á Gontran, La Grèze y Hornos de la Peña (santuario exterior). Probablemente pertenecen al Estilo II las cuevas de las cuencas del Ardéche y el Gard, concretamente las de Chabot, Le Figuier y la parte posterior de la cueva de Oulen. Obras de arte mueble con caracteres del Estilo Il, se encuentran en los yacimientos de Isturitz y del Abri Labattut, entre otros, que proceden de finales del Perigordiense. También responden a las tendencias del Estilo II algunas representaciones femeninas como las estatuillas de Lespugue o los bajorrelieves de Laussel. "Las representaciones femeninas están centradas sobre los detalles caracteríticos de su sexo, caderas, vientre y senos, de forma que las estatuillas presentan, para estas partes, unos relieves muy abundantes, mientras que la parte alta del cuerpo y las piernas disminuyen o son incluso completamente descuidadas" (A. Leroi-Gourhan). A pesar de la larga perduración del período -7.000 años- y a su enorme extensión geográfica, sus obras de arte corresponden a una clara unidad estilística. Las figuras están construidas sobre una línea fuertemente sinuosa que representa el cuello y el dorso del animal -llamada curva cérvico-dorsal- y a ella se añaden los detalles específicos para caracterizar cada especie animal. Las astas y cornamentas se representan de perfil absoluto o de frente (perspectiva torcida). Hacia la parte baja de las imágenes los detalles desaparecen, de forma que las patas faltan o se representan con trazos simples. Estilo III. El conjunto de obras de arte mueble de los Estilos I, II y III constituye sólo el 19 por 100 de las 600 piezas que Leroi-Gourhan admite que tienen una atribución cronológica segura. El 81 por 100 restante es propio del Estilo IV. Las del Estilo III son unas 30 piezas, o sea menos de un 6 por 100. En el Estilo III subsisten normalmente los caracteres del II servidos por una técnica mucho más perfeccionada. Se siguen construyendo las figuras a partir de la curva cérvico-dorsal. Los caballos tienen un cuerpo alargado. En los bisontes, toros y cápridos se acentúa el volumen de la parte delantera. Las extremidades están detalladas hasta los cascos y las pezuñas, pero generalmente son cortas y hacen que los animales parezcan de poca altura. A causa de esto los cuerpos parecen de gran volumen, lo que ha hecho que, en ocasiones, se haya hablado de animales grávidos, cosa a veces difícil cuando éstos son evidentemente machos. Los detalles se unen a la imagen de una forma un poco artificial (que desaparecerá en el Estilo IV). Astas, cornamentas y pezuñas se presentan en diferentes perspectivas, desde la frontal y al perfil absoluto, pero la más frecuente es la perspectiva biangular oblicua, o sea la que el abate Breuil llamaba "perspective semitordue", o semi-torcida. En este período se alcanza una extrema calidad técnica y estética. Dos buenos ejemplos del Estilo III los tenemos en los bajorrelieves de Roc de Sers y de Bourdeilles, que son del Solutrense, de hacia el 17.000. Otro ejemplo es Lascaux. En números redondos la fecha de Lascaux es el 15.000, o sea del Magdaleniense antiguo, pero la cueva fue frecuentada durante algunos siglos. En esta cueva, los animales del Estilo III van acompañados de signos cuadrangulares y claviformes. Estos se encuentran también en Gabillou con animales del Estilo III, pero con tendencia, en este caso, al Estilo IV antiguo. Lo propio ocurre en Villars, Pech-Merle, El Castillo, La Pasiega (primer santuario), Las Chimeneas, Altamira y La Peña de Candamo. Por tanto, dichos signos, y los animales asociados corresponden a las etapas que se desarrollan entre los Estilos III y IV. Como veremos, el Estilo IV antiguo está bien fechado por el arte mueble del Magdaleniense medio. O sea que el Estilo III cubre el Solutrense y el Magdaleniense antiguo (I y II), con fechas entre el 17.000 y el 13.000 de conformidad con las dataciones de C14. Estilo IV. Un 78 por 100 de las obras de arte parietales paleolíticas pertenecen a este estilo y lo mismo ocurre con el arte mueble. Pero también hay que recordar que es muy difícil establecer la transición ente los Estilos III y IV. En síntesis, las características de las representaciones animales en este período son las siguientes: tienen un contorno más próximo a la realidad fotográfica, pero con convenciones particulares, como las crines de los bisontes; astas, cornamentas y pezuñas están representadas por lo común en una perspectiva normal; y se van fijando las convenciones o codificaciones del modelado mediante líneas; raspados y manchas de color, por ejemplo en la M ventral de los caballos. Los signos van tomando un aire más regional. En el Périgord hay signos cuadrangulares muy evolucionados que llegan a verdaderos tectiformes y a las heridas con dos trazos convergentes en V. En el Pirineo se pueden identificar varias etapas de claviformes (Marsoulas, Niaux, Trois-Fréres). En Niaux aparecen los signos con heridas (que en El Castillo son del Estilo III) y en Trois-Fréres los signos ovales. En España se pasa de los claviformes de Altamira a los del Pindal, para terminar en formas ovales. Las cuevas cantábricas tienen una cierta relación con el conjunto pirenaico, produciéndose un sincronismo aproximado. El paso del Estilo IV antiguo al Estilo IV reciente (en fechas, hacia el 11.000/10.000) se establece con dificultad, aunque podría fijarse en la forma natural de la línea dorsal. Con ello, lo que proponemos se llame realismo fotográfico sería propio del Estilo IV reciente. Aunque con ciertas dudas, Leroi-Gourhan propone la identidad del Estilo IV antiguo con los Magdalenienses III y IV, y la del Estilo IV reciente con los Magdalenienses V y VI. Al Estilo IV antiguo pertenecen los bajorrelieves de Angles-sur-I'Anglin y de Cap Blanc y el arte parietal de Les Combarelles, Rouffignac, Niaux, Le Portel, Tito Bustillo, El Pindal y La Pasiega (del período de los claviformes), todo del Magdaleniense III. Los grabados de Teyjat y las pinturas de la cueva de Las Monedas son del Estilo IV reciente, Magdaleniense V y VI. En una parte de la literatura especializada, esta clasificación de Leroi-Gourhan, que hemos expuesto, aparece combinada con las siguientes denominaciones o períodos: primitivo que abarca los Estilos I y III; arcaico que comprende el Estilo IV; clásico referido al Estilo IV antiguo; y tardío al Estilo IV reciente. Hacia el 9.000 a. C., al final del Paleolítico superior, el arte típico del Paleolítico desaparece de la Europa occidental con la emigración de los artistas-cazadores que le dieron esplendor.
contexto
Durante cincuenta años, el abate Henri Breuil se esforzó en elaborar un sistema cronológico-evolutivo para el arte paleolítico. Su punto de partida era la idea de una larga secuencia -40.000 a 10.000 años, aproximadamente- que queda reflejada en el título de su obra "Quatre cents siécles d'art pariétal" (1952). Dicho sistema se basaba en argumentos técnicos y estilísticos, concediendo particular importancia a la perspectiva y las superposiciones. Estableció, así, unas coordenadas estilísticas que iban de lo más simple a lo más complejo y que, a medida que avanzaba en su investigación, ordenó en sentido cronológico. El sistema se concretaba en dos ciclos, cuyo desarrollo, sintéticamente resumido, es el siguiente: a) El ciclo auriñaco-perigordiense empezaría con los dibujos laberínticos hechos con los dedos sobre la arcilla (macaronis), entre los que se identifican las primeras representaciones animales. Las manos, por lo general, pertenecerían a un momento antiguo de este ciclo, antes que toda otra manifestación pictórica. Casi al mismo tiempo surgieron las pinturas y los grabados que, en una larga evolución, primero de una manera tímida, alcanzando luego una gran calidad técnica, culminarán en el arte de la cueva de Lascaux. b) El ciclo solútreo-magdaleniense, de menor duración, se iniciaría con la escultura, siguiéndole grabados y pinturas muy sencillos, dibujos lineales muy simples, que se irían haciendo cada vez más complejos, adoptando luego ciertas convenciones hasta llegar a su culminación en los modelados de arcilla y los polícromos de Altamira y en lo que, posteriormente, hemos designado como realismo fotográfico. La escultura solutrense en bajorrelieve correspondería a los comienzos de este ciclo. A causa de haber sido poco divulgado nos parece conveniente insistir en las características técnicas de este proceso evolutivo, en él que, dejando de lado su paralelismo de las dos series, hay una gran cantidad de datos positivos. Empezaremos por los grabados para luego ocuparnos de las pinturas. I. Auriñaciense y Perigordiense. 1, macaronis y figuras primitivas; 2, dibujos lineales de animales sobre arcilla, en ocasiones grabados primitivos de estilo arcaico; 3, grabados incisos más elaborados, en algún caso asociados con pintura roja; 4, bajorrelieves arcaicos o grabados profundamente incisos, excelentes figuras de perfil. En las cuatro fases siguen las imágenes hechas con los dedos. II. Solutrense. 5, grabados de tradición del período anterior; 6, esculturas en alto o bajorrelieve. III. Solutrense final y Magdaleniense III. 7, grabados con la superficie generalmente estriada. IV. Magdaleniense III-IV. 8, continúan las esculturas en alto o bajorrelieve; 9, grabados profundos. V. Magdaleniense V. 10, avanzado estilo sin relación con la pintura. VI. Magdaleniense VI. 11, grabados asociados con policromías; y 12, grabados superpuestos a las policromías. Estos datos y los que siguen fueron recopilados por H. L. Movius a partir de las publicaciones y las notas personales del abate Breuil. Para las pinturas son las siguientes: 1. Auriñaciense y Perigordiense. La sucesión es: líneas negras primitivas y rudimentarias; manos negativas en rojo; manos negativas en negro; manos positivas negras y rojas; siluetas rudimentarias en rojo o amarillo; bellos contornos lineales en rojo y algunos en negro; dibujos en líneas rojas gruesas o delgadas de bordes babosos o punteados; pinturas en siena quemada de técnica similar; pinturas en anchas bandas rojas y negras de estilo arcaico; pinturas bicolores (generalmente rojo y negro), de estilo arcaico. II. Magdaleniense III y IV. Tintas planas en bandas negras más o menos anchas, todavía en estilo primitivo. III. Magdaleniense IV. Simples siluetas en negro, ligeramente sombreadas; bellas figuras en negro sombreadas con rayado. IV. Magdaleniense IV y V. Figuras negras sombreadas con esfumado; imágenes cubiertas con manchas o en tinta plana, en negro o en pardo, de avanzado estilo monocromo. V. Magdaleniense VI. Policromía. VI. Magdaleniense final. Siluetas rojas; muchos signos pintados. VII. Aziliense. Fajas dentadas. Cada una de estas fases se apoyaba en casos concretos de superposición o de hallazgo estratigráfico en los yacimientos. Seguramente no se apuraron los paralelos estilísticos y se utilizó insuficientemente el arte mueble. Las coincidencias que hacían difícil la aplicación del sistema Breuil fueron sintetizadas por A. Laming-Emperaire. Como se ve, para el origen del arte, el abate Breuil no se remontaba a períodos anteriores al Paleolítico superior. Aunque el autor de las presentes páginas se formó en ellas, cree que la teoría del maestro era demasiado simplista y que concedió una parte excesiva a la casualidad, al mismo tiempo que se acomodaba mal a la sucesión lineal de las culturas paleolíticas. Veáse, por ejemplo, este texto suyo: "El arte figurado de dos dimensiones...se desarrolló probablemente a partir de algunas otras categorías de huellas hechas también con la mano, no ya la impresión regular de esta extremidad, sino más bien por la interpretación de las líneas dejadas por los dedos, ya fuera sobre la arcilla, al tomarla para algún uso, ya fuera sobre una superficie rocosa en la que los dedos manchados de arcilla o de color hubieran, primero de forma accidental, luego voluntariamente, trazado unas líneas; su juego, accidental primero, después dirigido, realizó unas siluetas de dos dimensiones, reconocidas primero de forma accidental, después reiteradas con la voluntad de realizar una imagen parecida, ya fuera con la ayuda de un accidente natural preexistente, ya creándola en todas sus partes. Fue éste el camino que tomó nuestro arte de las cavernas; primero huellas positivas o negativas de manos, meandros y arabescos macarónicos, trazados sobre arcilla o sobre roca (con los dedos), en medio de los cuales nacen las más antiguas figuras del arte lineal libre".
contexto
El Estado se propuso implementar vigorosamente la industria privada como medio de estimular el desarrollo de las manufacturas nacionales. El desarrollo de la industria del XVII no dependió en exclusiva, sin embargo, de la difusión de la manufactura rural a domicilio. El proteccionismo industrial de los gobiernos representó otro importante factor. La generalización de la política económica mercantilista significó el despliegue de estrategias orientadas a conseguir balanzas comerciales favorables. Para ello resultaba fundamental impedir la importación masiva de manufacturas, al tiempo que fomentar la producción nacional. El fin propuesto pasaba también por obstaculizar las exportaciones y por favorecer las importaciones de materia prima. El éxito de las "new draperies" (telas ligeras) inglesas no dependió sólo del bajo costo del trabajo rural empleado en su fabricación, sino también de la baratura de la lana inglesa e irlandesa, que saturó el mercado al ser prohibida su exportación. El intervencionismo estatal también tomó otros rumbos. El Estado se implicó directamente en la producción industrial a través de iniciativas oficiales. En el caso de los grandes astilleros y arsenales navales el interés gubernativo derivaba básicamente de las necesidades de equipamiento bélico. Pero, en otros casos, el Estado se propuso implementar vigorosamente la industria privada como medio de estimular el desarrollo de las manufacturas nacionales. Francia apostó abiertamente por este modelo en tiempos de Colbert, ministro de finanzas de Luis XIV. La preocupación por la manufactura tenía antecedentes en este país, que se remontaban incluso al siglo XVI. En el XVII se promulgaron diversas ordenanzas para restringir mediante derechos proteccionistas la importación de textiles e impulsar de este modo la producción nacional. El propio cardenal Richelieu mostró una gran preocupación por la industria textil francesa. Sin embargo, correspondió a Colbert el papel de máximo impulsor de iniciativas industriales. Su acción no se limitó solamente a proseguir levantando las barreras proteccionistas clásicas en el mercantilismo de la época (aranceles de 1666; restricciones al comercio del azúcar antillano para favorecer el refinado nacional), sino que tomó también otras direcciones. Una de ellas fue la creación de industrias estatales, cuya explotación y administración puso en manos de mentes oficiales. Otra consistió en favorecer mediante privilegios, exenciones, monopolios y pedidos estatales a un amplio conjunto de empresas correspondientes a la iniciativa privada, a las que se distinguió con el título de manufacturas reales. Las fábricas estatales y las empresas privilegiadas abarcaron diversos campos: fundiciones, arsenales, vidrio, espejos, porcelana, muebles, tapices, encajes, medias, paños y sombreros, principalmente. En tercer lugar, Colbert se entregó a una incansable actividad ordenancista, con el objetivo de reglamentar y controlar oficialmente calidades y sistemas de fabricación, que tuvo su máximo exponente en la ordenanza de 1673. Finalmente, impulsó la creación de escuelas para adiestrar mano de obra, sobre todo femenina, en técnicas de elaboración de textiles. El modelo colbertista fue incluso objeto de exportación a otros países. Aunque ya avanzado el siglo XVIII, la política de reales fábricas de la España de Fernando VI lo recuerda notablemente. No obstante, hay que atribuirle un fracaso al menos parcial. Lo único que Colbert aportó a su país con todo esto -sostiene J. de Vries- fue un conjunto de industrias costosas y no competitivas, muchas de las cuales no le sobrevivieron. Con el tiempo, sin embargo, la práctica resultó ser el mejor maestro para la conversión de algunas de estas industrias de invernadero -especialmente la del refinado de azúcar, la fábrica de espejos de Saint Gobain y las fábricas de tapices- en empresas eficientes y rentables.