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A diferencia de Irlanda del Norte, la acción de ETA se desarrolla en una región libre de conflictos intracomunitarios de orden religioso. El nacimiento de ETA, en julio de 1959, representó la reacción de un sector juvenil del PNV a la política represiva del régimen de Franco, pero también a la aceleración del proceso modernizador que ponía en peligro la identidad de la propia comunidad vasca. En un principio, ETA se definió como un movimiento de liberación nacional que dirigía la lucha antiimperialista contra un Estado español que explotaba y ocupaba el País Vasco como si fuera una colonia. Los activistas etarras de primera hora se autorrepresentaban como vanguardia de una revolución que aunaba la lucha nacional y de clases. Si bien en 1959-60 la acción de ETA se limitó a la propaganda callejera, a partir de 1962 fue situando la lucha armada en el eje central de sus teorizaciones. A imagen de otros movimientos de liberación nacional en países del Tercer Mundo, ETA se estructuró en frentes o ramas que incluían una sección militar, y elaboró en 1964 un ambicioso pero inviable plan guerrillero que debería conducir a la independencia del País Vasco. La IV Asamblea de ETA (1965) adoptó una nueva teoría subversiva: la espiral de acción-represión-consciencia-acción (ARCA), según la cual la represión gubernamental aumentaría el número de víctimas inocentes, provocaría un mayor grado de solidaridad entre la población y los revolucionarios, y desembocaría en una escalada violenta cuyo final sería la insurrección armada y la revolución general. El principio del uso de la violencia terrorista diferenció a ETA de otros movimientos de oposición antifranquista. La V Asamblea, convocada entre fines de 1966 e inicios de 1967, excluyó a los marxistas y españolistas hostiles a la lucha armada y confirmó la articulación de ETA en cuatro frentes (militar, cultural, político y económico) subordinados a un proyecto más amplio de frente de liberación nacional vasco con voluntad interclasista. Desde esa fecha, el brazo militar fue adquiriendo la estructura interna y la organización logística imprescindibles para iniciar su primera gran campaña terrorista contra instituciones y emblemas franquistas de alto valor simbólico: sindicatos, repetidores de televisión, periódicos, etcétera. La muerte, el 2 de agosto de 1968, de Melitón Manzanas, el odiado jefe de la policía de San Sebastián, representó el punto de no retorno de la violencia etarra. El recrudecimiento de la represión policial, con su secuela de torturas y procesos sumarios, acrecentó el apoyo popular a ETA, que a fines de los años sesenta sufrió los primeros embates de una controversia interna que dividiría la organización en los años siguientes: ante la evidencia de que el movimiento obrero no secundaba su estrategia subversiva, un sector de ETA -la VI Asamblea- comprendió que las posibilidades de una revolución armada de masas y una victoria militar eran pura ilusión, y que el concepto de guerra nacional de liberación no era el más apropiado a la situación vasca. Este sector, partidario de un acercamiento al movimiento obrero para lanzar la lucha de clases en el contexto español, se fue separando de los patriotas nacionalistas a ultranza (ETA V), que defendían las tesis de la primacía de la acción militar, y abandonó las armas en 1971, disolviéndose al año siguiente.Tras un año de tregua, la violencia reapareció en el verano de 1970 con atracos, robos y secuestros. Para ese entonces, ETA se había convertido en la referencia fundamental de la lucha contra la opresión franquista dentro y fuera del País Vasco. El Proceso de Burgos y el rapto del cónsul alemán en San Sebastián a fines de 1970 otorgaron al movimiento notoriedad internacional. Pero en octubre de 1972, la tensión renació entre los frentes obrero y militar. Eduardo Moreno Bergareche, "Pertur", trató de conciliar ambas posturas proponiendo la subordinación del aparato militar a las decisiones de la dirección política. Sin embargo, esta salida hacia la acción política sustanciada en la constitución de un partido "abertzale" de vanguardia y un frente obrero iba a ser rechazada por el sector más militante de ETA. La ruptura estratégica se consumó en 1974. Los polis-milis, de ideología marxista-leninista, deseaban dar prioridad a la acción legal política sobre las masas trabajadoras, sin abandonar la violencia como elemento subsidiario de su labor reivindicativa. Los milis, nacionalistas y partidarios de la acción ilegal, insistían en la autonomía política de la lucha armada. Tras una serie de conflictos, los milis salieron triunfantes, haciendo prevalecer su ideario nacionalista revolucionario sin abandonar el principio de lucha de clases.Tras el sangriento atentado en la calle de Correo, de Madrid (13 de septiembre de 1974), ETA(p-m) fue virtualmente desmantelada por la policía. Persuadidos de la imposibilidad de derrotar militarmente a la dictadura, los polis-milis archivaron definitivamente el argumento tercermundista de la guerra de guerrillas y comenzaron a utilizar la violencia de sus comandos "especiales" ("bereziak") como palanca de negociación política con el Gobierno de Madrid. El secuestre de Angel Berazadi y su ulterior asesinato, e 8 de abril de 1976, endurecieron las relaciones entre los políticos y los "berezis" en el seno de ETA(p-m). "Pertur" fue asesinado en misteriosas circunstancias el 20 de julio de 1976, y un mes después, ETA(p-m) VI Asamblea resolvió aceptar sus tesis sobre la disociación de la acción militar y la acción política y la creación de un partido de los trabajadores vascos que asegurase la dirección de las luchas y controlase el brazo armado. Los "berezis" acabaron organizando su propio grupo terrorista -los Comandos Autónomos Anticapitalistas- o se pasaron a ETA(m). Durante los años siguientes, ETA(p-m) seguiría simultaneando la acción política con la lucha armada. Tras el golpe de Estado del 23-F, ETA(p-m) aceleró su desmilitarización, propuso un alto el fuego al Gobierno y a fines de año renunció formalmente a la lucha armada, autodisolviéndose el 30 de septiembre de 1981.Como ha sucedido en todas sus escisiones, el sector minoritario de ETA partidario de la priorización de la lucha armada ha terminado por erigirse en actor central de la escena independentista. El paso a un régimen democrático de participación política plena, con una Constitución votada positivamente en el País Vasco a pesar de la alta tasa de abstención, y un régimen de autogobierno aceptado en octubre de 1979 por la mayoría del cuerpo electoral, no indujo a ETA(m) a variar sustancialmente su estrategia política y militar. El razonamiento básico de los "milis" es que, a pesar de la evolución de España hacia un modelo de democracia burguesa, los poderes fácticos siguen manteniendo el control real del Estado. Esta tesis "continuista" sirvió para reforzar la voluntad de lucha de los "milis" y sus seguidores, a pesar de las concesiones políticas sustanciales contempladas en el Estatuto de Guernica y los efectos perversos que la espiral de violencia "etarra" podía provocar, tal como mostró la intentona involucionista de febrero de 1981. Ese mismo año, ETA(m) puso a punto su propio frente político, el Herriko Alderdi Socialista Iraultzaila (Partido Socialista Revolucionario del Pueblo), hegemónico dentro de Herri Batasuna (Unidad Popular), coalición de pequeños partidos revolucionarios e independentistas creada el 28 de abril de 1978, cuya actividad política se subordina a las decisiones del aparato militar de la organización. La campaña terrorista aumentó de intensidad y alcanzó cobertura nacional en los primeros años de la transición, hasta alcanzar su punto culminante en 1978-80. Pero a esas alturas, ETA(m) ya no buscaba una victoria militar, sino una desestabilización del poder estatal que permitiera aplicar una estrategia negociadora en dos etapas: la primera consistiría en obligar al Gobierno a hacer concesiones políticas sustantivas que se pueden resumir en los puntos de la Alternativa KAS: amnistía general para los prisioneros de ETA y retorno de los exiliados; legalización incondicional de todos los partidos políticos independentistas; salida del País Vasco de todas las fuerzas militares y policiales del Estado; mejora de las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera vasca y promulgación de un auténtico Estatuto de Autonomía que reconozca el derecho de autodeterminación y prevea la inclusión de Navarra en un País Vasco independiente a corto plazo. Una vez logrado un amplio autogobierno para Euskadi, en la segunda etapa ETA(m) no renunciaría a la lucha armada, sino que preveía la utilización de la violencia contra la burguesía vasca en el poder, hasta lograr su aspiración de constituir un régimen popular de corte socialista.Desde 1984 se evidenciaron nuevos conatos de división entre la "línea dura" de ETA(m) partidaria de una salida negociada, representada por Francisco Múgica Garmendia, "Paquito", y los "blandos" que tenían como portavoz a Domingo Iturbe Abasolo, "Txomin" (muerto en extrañas circunstancias en Argel el 25 de febrero de 1987), favorables a un alto el fuego incondicionado y a las negociaciones directas y discretas con el Gobierno de Madrid. A inicios de los ochenta, ETA(m) comenzó a debilitarse por varios factores: el lento reflujo del apoyo popular, para quien ETA ya no representaba un escudo contra la represión franquista ni una garantía para mantener una baza negociadora de fuerza ante el Gobierno central, sino un elemento perturbador para la normalización política, económica y social del territorio. En segundo lugar, la mayor eficacia policial, entorpecida más que favorecida por las acciones de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). En tercer lugar, el cambio de actitud de los Gobiernos franceses que, a partir de 1983, comenzaron a cuestionar seriamente las motivaciones política de las actividades de ETA e impulsaron una política de mayor colaboración en materia ,antiterrorista, ejemplificada en la detención del colectivo "Artapalo" en Bidart el 29 de marzo de 1992. Otros factores hicieron en su momento decrecer la capacidad de coerción violenta de ETA: el lento declive electoral de HB desde inicios de los noventa, la dispersión de los presos etarras, la implicación de la Ertzantza-policía autónoma vasca- en la lucha antiterrorista y la coordinación de la lucha política a través de los Pactos de Ajuria Enea de enero de 1988 y su homónimo de Madrid. En paralelo al conflicto de Euskadi Sur, en el Laburdi (País Vasco francés) ha aparecido desde 1973 un peculiar grupo terrorista de carácter separatista inspirado por el éxito de ETA: Iparretarrak (los del Norte), que aún hoy mantiene un cierto activismo violento. Además del terrorismo vasco, el Estado galo se ha enfrentado a dos desafíos nacionalistas violentos: en Bretaña actúa desde 1968 el Front de Libération de la Bretagne/Armée Républicaine Bretonne (FLBARB), y en Córcega el FLNC, surgido en enero de 1976 de la unión de dos movimientos clandestinos: Ghuistizia Paolina y Fronte Paesanu Corsu di Liberazione. Otras acciones violentas de tono independentista han tenido lugar en el Alto Adigio anexionado por Italia en 1919, donde la minoría surtirolesa de habla alemana ha apoyado la constitución de grupos irredentistas nacional-alemanes, implicados en las oleadas de atentados de 1959-61 y 1964-67.En territorio español, el modelo etarra ha inspirado a otras organizaciones separatistas, como el Movimiento para la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), creado en Argel por el abogado Antonio Cubillo en 1964 y que dirigió una campaña de atentados en Canarias de 1977 a 1979; el grupo catalán Terra Lliure, fundado en 1979 y que ha colaborado ocasionalmente con ETA, y el Ejército Guerrilleiro do Pobo Galego Ceibe, que inició sus actividades en febrero de 1987 para ser desarticulado poco después.
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En 1981, coincidiendo con el inicio de la ofensiva neoconservadora que la llamada Nueva Derecha impulsó en el Occidente desarrollado durante más de una década, se detectó primero en Estados Unidos y poco después en diversos países europeos, un nuevo fenómeno patológico que en el lenguaje médico especializado se conoce hoy como Infección por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida o, simplemente, SIDA. Por sus peculiares características -alta contagiosidad, transmisión sexual y sanguínea, rápida difusión, manifestaciones clínicas muy variadas y severas, carácter incurable y elevada tasa de letalidad-, el SIDA ha resucitado miedos que parecían definitivamente enterrados en Occidente cuando menos desde la pandemia gripal de 1917-18, y mantiene en jaque, desde hace dos décadas, a las organizaciones sanitarias internacionales y a los servicios de salud de todo el mundo. El 31 de diciembre de 1994, la Organización Mundial de la Salud (OMS) registraba a nivel mundial, desde el inicio de la pandemia, un total de 1.025.000 casos de SIDA declarados (con un incremento de un 20% respecto a la misma fecha del año anterior), 4,5 millones de casos estimados y unos 19,5 millones de infectados estimados, de los que 1,5 millones son niños y 18 millones adultos (13-15 millones vivos). Para España, según datos acumulativos hasta el 31 de marzo de 1995, proporcionados por el Registro Nacional de SIDA, el número de casos declarados era de 31.221, de los que un 64,5% corresponde a usuarios de drogas intravenosas; un 14,6%, a varones con prácticas homosexuales y bisexuales y un 8,8%, a personas con prácticas heterosexuales. Más de la mitad de los enfermos declarados ha fallecido. El SIDA se ha convertido en la primera causa de muerte en los españoles de edades entre comprendidas entre los 25 y 34 años, superando a los accidentes de tráfico en cifras de mortalidad. Se expone aquí, a grandes rasgos, el proceso de caracterización del SIDA en el seno de la medicina occidental contemporánea a lo largo de los catorce años transcurridos desde 1981 hasta hoy. En la presentación de cada uno de los cuatro principales paradigmas en que la conceptualización de este nuevo fenómeno patológico ha cristalizado hasta la fecha (síndrome, entidad específica, pandemia mundial y enfermedad crónica), se ha procurado destacar la estrecha imbricación existente entre los factores biológicos y los sociales de los afectados. Previamente, se facilitan algunas coordenadas socioculturales relativas al contexto general de la pandemia, al objeto de ayudar al lector a situar más adecuadamente esta enfermedad.El SIDA es una enfermedad nueva y específica del mundo en las postrimerías del siglo XX. Ello no sólo en razón de las específicas condiciones biológicas y sociales que han posibilitado su irrupción, sino también porque su descripción y clasificación es inimaginable fuera del marco de la medicina occidental de nuestros días. M. D. Grmek, por una parte, no considera factible una pandemia de las características del SIDA "antes de la mezcla actual de poblaciones, antes de la liberalización de las costumbres y sobre todo antes de que los avances de la medicina moderna permitieran controlar la mayor parte de las enfermedades infecciosas graves e introdujeran las técnicas de inyección intravenosa y de transfusión de sangre". Para explicar su irrupción, este investigador torna a su viejo concepto de "patocenosis" (pathocénose). Según éste, la erradicación de una o varias de las enfermedades infecciosas que definen el perfil epidemiológico de una población determinada conlleva la ruptura del equilibrio ecológico establecido entre los gérmenes presentes en dicha población. Proceso que abre, a continuación, el camino al surgimiento de nuevas enfermedades, al "promocionar" la patogenicidad de otros gérmenes hasta entonces silentes en el ecosistema.Por otra parte, el mismo autor sostiene que tal estado patológico tampoco podía siquiera concebirse como enfermedad específica antes de la elaboración de instrumentos conceptuales y tecnológicos de cosecha muy reciente en las ciencias de la salud y de la vida. En efecto, desde 1983 se sabe que el SIDA está causado por el VIH, un virus perteneciente a un grupo cuyo papel patógeno en la especie humana sólo pudo demostrarse a partir de 1978. La contaminación por el VIH es usualmente seguida de una fase silente de la infección que dura un periodo medio de diez años. Sólo a partir de entonces comienzan a aparecer, como muestra del deterioro progresivo del sistema inmunitario, los signos biológicos y clínicos propios de la enfermedad.Los segundos pueden incluir cerca de una treintena de enfermedades específicas, en su mayoría cánceres infrecuentes e infecciones "oportunistas", es decir, infecciones provocadas por microbios habitualmente bien tolerados por el organismo y que sólo se vuelven patógenos cuando se deprimen las defensas de éste. Este tipo de infecciones era la única realidad susceptible de ser observada y conceptualizada por los especialistas hace solamente veinte años. No es necesario insistir en la distancia conceptual existente entre este modelo de enfermedad y el modelo de "especie morbosa" que se configuró en el seno de la medicina occidental a lo largo del siglo XIX y principios del XX: "tipo de enfermar caracterizado por unas lesiones, unas disfunciones, unas causas, un mecanismo patogénico y un cursus morbi específicos, es decir, peculiares y de aparición constante en todos los enfermos que la padecen", en palabras de López Piñero y García Ballester. De ahí que se haya definido el SIDA como una enfermedad "enmascarada", es decir, que se hace aparente a través de otras enfermedades, como una "meta-enfermedad" de muy laboriosa "decodificación" e, incluso, como "la primera de las plagas postmodernas". Pero aún cabe señalar dos elementos adicionales de novedad en el SIDA. Por una parte, debe subrayarse que es la primera pandemia que golpea con fuerza al Primer Mundo, es decir, a la población de los Estados Unidos y Europa, desde la gripe de 1917-1918. Sólo teniendo en cuenta este hecho puede comprenderse plenamente la contundente respuesta que, con todas las contradicciones que se quiera, han dado al problema los Gobiernos y movimientos ciudadanos de los países desarrollados, así como las organizaciones sanitarias internacionales. El caso de la malaria constituye un espléndido contra-ejemplo del doble rasero que rige el orden de las prioridades sanitarias mundiales. Con sus más de cinco millones de casos declarados, que en realidad pueden multiplicarse hasta por 4-5 veces (lo que supondría entre 21 y 26 millones de casos reales), y sus 1,5-2,7 millones de fallecidos por año (la mayor parte en Africa y un millón acaparado por niños menores de cinco años) dentro de un total de población sometida a riesgo de casi 2.300 millones (42% de la población humana), la malaria sigue siendo uno de los primeros problemas socio-sanitarios de la humanidad. El hecho de que esta plaga se restrinja a los países del Tercer Mundo constituye la razón más plausible para explicar la cuantía desproporcionadamente baja de recursos humanos y materiales que la OMS dedica anualmente a los programas de lucha contra la malaria, en comparación con sus inversiones en otros problemas sanitarios de mucha menor entidad. El abandono es particularmente grave en el Africa tropical, donde se acumula una población sometida al riesgo de contraer la malaria, de 500 millones -el 9% del total de la población mundial- y donde prácticamente todo está por hacer a este respecto. Una mera constatación, al fin y al cabo, de que el valor de cambio "en el mercado" de la piel de los desposeídos del Tercer Mundo -particularmente del Africa Negra-, es infinitamente menor que el de los habitantes del Primer Mundo, con el agravante adicional de que este valor viene experimentando una devaluación galopante en la economía mundial desde finales de la década de los setenta. Por otra parte, debe también destacarse que el inesperado y espectacular estallido del SIDA tuvo lugar en el ambiente de exultante optimismo sanitario que hace veinte años irradiaba la comunidad internacional, sobre la que cayó como un jarro de agua helada. En 1977, la OMS declaraba. oficialmente extinguida la viruela en el mundo. En 1978, en su Declaración de Alma Ata, la OMS proclamaba la atención primaria de salud como el camino para el logro de la Salud para todos en el año 2000. Ese mismo año, con la identificación y aislamiento del primer retrovirus humano patógeno se abría un prometedor futuro para las investigaciones relativas al cáncer, las llamadas "infecciones por virus lentos" y una serie de enigmáticas enfermedades, por ejemplo, la esclerosis múltiple y el conjunto de las clasificadas dentro de ese cajón de sastre que son en conjunto las llamadas "enfermedades autoinmunes". Por un momento, la Humanidad parecía tener al alcance de la mano la utopía de lograr una victoria definitiva sobre las enfermedades infecciosas. No deja de resultar irónico que fuera precisamente un retrovirus el responsable de la pandemia que poco después rompió esta euforia sanitaria. El SIDA, por lo demás, ha puesto de manifiesto de forma dramática que hay algo esencialmente incorrecto en el modo de proceder de la supertecnificada medicina occidental frente a las grandes plagas epidémicas. Sin duda, la ecología médica apunta ya muchas de las claves para la solución de los nuevos retos, y conceptos como el de la citada "patocenosis" pueden arrojar luz sobre la génesis del SIDA y de otras nuevas enfermedades infecciosas que sin duda seguirán golpeando a la Humanidad.De acuerdo con la definición europea vigente de un caso de SIDA (1993) -que revisa la dada en 1992 por los servicios federales norteamericanos de vigilancia epidemiológica, los Centers for Disease Control (CDCJ de Atlanta)- un individuo está infectado por el VIH cuando, además de ser seropositivo, padece una o varias de las veintiocho enfermedades consideradas como indicativas de SIDA. Estas enfermedades son, en su práctica totalidad, infecciones oportunistas y cánceres infrecuentes, siendo la tuberculosis, la neumonía bacteriana recurrente y el cáncer invasivo de cuello de útero las tres más recientemente incluidas en la lista. El carácter formalmente científico de esta definición no puede llevarnos a ignorar la existencia tras ella de un proceso de negociación social del SIDA, que dista mucho de estar cerrado. En este complejo y dinámico proceso que, en mayor o menor grado, es aplicable a cualquier otra enfermedad humana confluyen, junto a argumentos derivados de la racionalidad científica, numerosos intereses de carácter múltiple (económicos, políticos, religiosos y científicos, entre otros), propios de los distintos agentes sociales implicados en el problema. Estos son los responsables sanitarios de los Gobiernos y de la OMS, las compañías farmacéuticas multinacionales, los grupos de investigación, las instituciones privadas o públicas -confesionales o laicas- de asistencia a los enfermos y sus allegados, los movimientos ciudadanos de sensibilización social y apoyo a los enfermos, las organizaciones no gubernamentales, etcétera.De ningún modo pueden, por tanto, sorprender las profundas transformaciones que el concepto de SIDA ha experimentado desde las primeras voces de alarma dadas en torno a esta enfermedad, en junio de 1981, hasta la actualidad. Se examinan a continuación estas transformaciones, al hilo de los cuatro principales paradigmas -síndrome, entidad específica, pandemia mundial y enfermedad crónica- que compendian la conceptualización del SIDA.
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La atracción hacia los temas de la vida moderna llevó a Manet a tomar como protagonista de este lienzo a la estación de Saint-Lazare, anticipándose en algunos años a la obra de Monet. El ferrocarril tenía el suficiente atractivo como para hacer pensar a Manet que los maquinistas estaban dotados de una excepcional sangre fría. Las modelos empleadas fueron Victorine Meurent - de regreso en París tras una romántica escapada a América - y Suzanne, la hija del pintor Alphonse Hirsch, en cuyo jardín fue realizada la obra, a excepción de los detalles, que se ejecutaron en el estudio; por lo tanto, se puede considerar esta escena como casi plenairista, siguiendo los dictados del Impresionismo. Bien es cierto que la estación se podía contemplar desde el estudio de Manet, en la rue Saint Petersbourg. Las dos figuras aparecen en primer plano y sus siluetas se recortan sobre el humo blanco del tren y los barrotes. Victorine abandona la lectura para mirar al espectador, mientras la pequeña continúa observando la entrada del tren en la estación, mostrándose de espaldas. El interés por los contrastes de colores claros y oscuros sigue presente en la producción del artista, acentuados por la eliminación de las tonalidades intermedias. Su alta calidad como dibujante le permite mostrar las dos excelentes figuras, empleando una pincelada algo más suelta que de costumbre, aunque continúa interesándose por los detalles: el libro, el perrito, las flores del sombrero o los pendientes de ambas. Tras la verja aparecen las vías, las señales y los edificios a través del vapor, creándose así un interesante efecto atmosférico. La obra fue presentada en el Salón de 1874, junto a otras dos que fueron rechazadas - Baile de máscaras en la ópera era una de ellas - obteniendo numerosas críticas negativas, entre otras cosas por no saber a qué género artístico pertenecía. Aun así, recibió comentarios que alababan su especial interés por la luz.
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Desde 1829 hubo gestiones para introducir el ferrocarril en España. Entre 1829 y 1838, se concedieron tres licencias para construir y explotar ferrocarriles en Andalucía y Cataluña, pero no se llevaron a cabo. Tres nuevas concesiones fueron las primeras realidades. En 1843 se dio licencia a José M? Roca para la línea Barcelona-Mataró que se inauguró en 1848, en 1844 a Pedro de Lara -que se asocia al financiero José de Salamanca- para el trayecto Madrid-Aranjuez, inaugurado en 1851, y en 1845 se concede la construcción del ferrocarril Gijón-Sama de Langreo que comenzó a funcionar en 1855. La fiebre de construcciones se producirá a partir de 1855. Una nueva ley daba todo tipo de facilidades a las compañías con objeto de atraer inversiones. Así comienza a impulsarse la construcción del ferrocarril, basado en el capital extranjero y la buena coyuntura. En 1857 había poco más de 400 Kms., en 1859 eran casi 1.000 Kms. en explotación (5.645 construidos) y en 1874 había ya 6.000 Kms. en explotación. La configuración de la red imitó el modelo radial de carreteras implantado en el siglo XVIII con Madrid como centro. El sistema radial se iría completando con una serie de ramales para permitir el acercamiento de las provincias entre sí. En realidad, hasta 1864 no hubo un plan coherente del trazado que se estableció oficialmente en 1877, cuando ya se había construido lo esencial de la red. Efectivamente, para entonces Madrid ya estaba unido a los puntos estratégicos. El Norte y Castilla la Vieja, con las líneas Madrid-Zaragoza (1864) y Madrid-Irún (1856/ 1863), que tenía dos ramales que llegaban a Bilbao (1857) y Santander (1866). Levante, con la línea Madrid-Almansa-Alicante (1858) y Cartagena (1865). El sur, con el enlace de Alcázar de San Juan que conectaba con Sevilla (1859), Cádiz (1861) y Málaga (1865). Las dificultades orográficas y el escaso desarrollo de la economía española hacían costosa la construcción de los ferrocarriles e inciertos los beneficios. Si el país quería contar con un sistema ferroviario que abarcara la mayor parte de su extensión, habría que buscar fórmulas que atrajeran las inversiones. Los resultados financieros de las primeras experiencias no eran halagüeños. En el año 1860, según los datos del Anuario Estadístico analizados por Artola, tres de las 17 líneas en explotación sufrían pérdidas, mientras que la más rentable (Martorell a Barcelona) tenía sólo un 3, 5% de ganancias sobre el capital invertido y la de Sama de Langreo a Gijón no pasaba del 2, 2%. En estas condiciones, la atracción de capitales sólo podría realizarse asumiendo el Estado y las entidades públicas el compromiso de elevar la tasa de interés, con la esperanza de que el desarrollo económico permitiese compensar por vía fiscal las ayudas financieras otorgadas a las empresas concesionarias del ferrocarril. Las sucesivas leyes de ferrocarriles fueron paulatinamente asegurando beneficios financieros a los inversores. La ley de 20 de febrero de 1850 será la que propicie el lanzamiento a las construcciones. Esta ley garantizaba a las empresas concesionarias un 6% de interés y un 1% de amortización, pago que se realizaría sobre el capital invertido y sin esperar a la terminación de la obra. Las ganancias financieras que realizarán las compañías de crédito, las industriales de las empresas proveedoras de materiales y las de las compañías concesionarias con ocasión de la construcción, serán, sin duda, las más importantes fuentes de beneficio. En 1856, aparecieron los grandes establecimientos de crédito, con importante capital extranjero, sobre todo francés, que dieron lugar a las grandes compañías ferroviarias que se estructuraron entre este año y 1860: - C.M.Z.A. (Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante): Extiende su poder por todo el sur del país, se funda en 1856 de la fusión de varias empresas en las que participa José de Salamanca y otros capitalistas españoles y franceses (sobre todo los Rotschild) a través de la Sociedad Española Mercantil e Industrial. - Cía. del Norte (Compañía de los Caminos de Hierro del Norte). Nacida en 1858 con el capital francés de los Pereire, a través de la Sociedad del Crédito Mobiliario Español como principal accionista. Según Artola, a finales de 1864 había 23 sociedades concesionarias que habían movilizado unos 1.500 millones de pesetas, un 43,7% de las obligaciones que emitieron las compañías. El 40, 2% del capital aportado por los accionistas y el restante 16,1% de subvenciones estatales. El ferrocarril fue decisivo para la integración del mercado y el desarrollo económico a medio plazo, pero la fase de construcción del ferrocarril en España impulsó escasamente la industria nacional en comparación con lo que benefició a la industria francesa y otros países europeos. Por sí sola no hubiera producido lo suficiente para las necesidades de las compañías que simultáneamente llevaban a cabo el tendido de la red. Por el contrario, los capitalistas franceses no tenían ningún interés en crear esa industria en España, en competencia con sus propias industrias y buscaron desarrollar su producción mediante el uso abusivo que se hizo del artículo de la Ley de 1855, que permitía la importación, sin aranceles, de material ferroviario o necesario para su construcción. Aunque en esta época el ferrocarril no influyó decisivamente en la industria española, quizás por el contrario frenó la siderurgia española durante unos años, sin embargo determinó un cambio revolucionario en muy diversos campos. Como consideración global hay que aceptar los resultados del trabajo de Antonio Gómez Mendoza (1989). De no haber existido ferrocarril en España en 1878, la renta española hubiera sido un 11% menor de la que realmente fue y el empobrecimiento hubiera crecido paulatinamente hasta el 20% en 1912. La importancia del ferrocarril residió en el ahorro considerable de recursos que permitió su puesta en funcionamiento. Aun cuando la red de ferrocarriles no estaba desarrollada plenamente, los servicios que ésta prestaba en 1878 hubieran equivalido al transporte constante de casi 520.000 caballos. Sólo para alimentarlos se hubiera requerido dedicarles un tercio del área sembrada de trigo. Quizás equivocada en el ritmo y en la falta de previsión para impulsar al mismo tiempo nuestra industria siderúrgica, la decisión del gobierno español en 1855 de primar la inversión ferroviaria fue acertada. El transporte de bienes experimentó un cambio profundo, sin comparación posible con la situación conocida hasta entonces. El ferrocarril generó la posibilidad de movilizar a muchos puntos del país o del extranjero algunas mercancías que tanto por ser productos de gran peso, como minerales de las zonas del interior, o por ser corruptibles (derivados de la leche, pescado o fruta) hasta entonces se habían explotado muy poco. En definitiva, creó nuevos mercados y dio un paso decisivo en la integración del mercado nacional y la exportación. El fulminante incremento del volumen de mercancías transportadas por ferrocarril refleja la expansión e integración, fenómeno cuyas consecuencias económicas no repercutieron, sino parcialmente, en las cuentas de explotación del ferrocarril, pero cuya incidencia en el desarrollo del país no puede ser ignorada. La importancia económica de la llamada infraestructura fue enorme, pues permite pasar de una economía local y compartimentada a la integración nacional e internacional. La especialización regional de los cultivos estuvo unida en todo el mundo a la extensión del ferrocarril. En España, cabe pensar que ocurrió lo mismo a la vista del mapa de densidades de tráfico. El resultado inmediato fue la formación de un mercado nacional unificado en el que los precios tendieron a la nivelación, al tiempo que se producía una especialización regional.
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Desde su inauguración en 1848, con la línea Barcelona-Mataró, a principios del siglo XX el ferrocarril ha realizado un largo recorrido. Hacia 1868, ya se ha completado buena parte de la red ferroviaria prevista, con un claro desarrollo radial que parte de Madrid. Las zonas mineras e industriales de la cornisa cantábrica, el Levante y el sur aparecen ya comunicadas con el resto de España. La promulgación en 1855, bajo el gobierno de Espartero, de la primera Ley General de Ferrocarriles, facilitaba la entrada de capital extranjero. Muy pronto surgieron grandes compañías ferroviarias que impulsarían definitivamente el ferrocarril. La C.M.Z.A. (Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante), participada por José de Salamanca, logra extenderse hasta comunicar ciudades como Sevilla, Mérida, Valladolid, Barcelona o Cartagena. La Compañía de los Caminos de Hierro del Norte se extiende por el norte y buena parte del Levante. Comunica a ciudades como La Coruña, Gijón, Santander, Bilbao, Lérida o Valencia. También llega hasta Madrid, tocando puntos como Palencia, Valladolid, Avila o Segovia. Los Ferrocarriles del Oeste se extienden por el tercio occidental de España. En varios tramos, enlazan poblaciones como Santiago, Vigo y Orense; Astorga, Salamanca y Cáceres; o Huelva con Mérida. Las principales ciudades del sur se hallan comunicadas gracias a la Compañía de Ferrocarriles Andaluces.. Por último, otras empresas explotan las líneas Murcia-Alicante; Valencia-Soria-Burgos, y los ferrocarriles de la isla de Mallorca.
obra
La obra, realizada hacia 1635, recoge un episodio de la historia de Baltasar, rey de Babilonia. Durante el sitio de la ciudad por el general persa Ciro, Baltasar reunió a todos sus nobles y sirvió el vino en la vajilla procedente del saqueo de Jerusalén. Durante el banquete apareció una mano misteriosa que escribió un texto indescifrable en la pared referente a la división de su reino. Esa noche murió Baltasar. De nuevo resulta sorprendente cómo Rembrandt ha captado las expresiones de las figuras, en este caso de sorpresa y temor ante la inscripción misteriosa, sobre todo Baltasar, que se retrae al contemplar la aparición. La luz clara es la otra gran protagonista, creando fuertes contrastes de luz y sombra característicos del tenebrismo. La pincelada del pintor se ha hecho un poco más suelta como se puede apreciar en la capa del rey, aunque a pesar de dicha soltura aún se distinguen claramente los detalles como el bodegón de frutas sobre la mesa, las joyas de las mujeres o el turbante. El colorido es oscuro aunque tiene notas claras como el precioso vestido rojo de la mujer de la derecha, la capa del rey o el turbante blanco. Sin duda es una obra maestra.
contexto
Yamaguchi cree haber puesto fuera de combate dos portaaviones y que sólo tiene enfrente a un tercero. Ordena un nuevo ataque a las 16.30 con los medios disponibles, cinco bombarderos y cuatro torpederos, pero lo pospone hasta las 18 horas al ver a sus hombres agotados, en ayunas y somnolientos. Piensa que sus expertos pilotos tendrán más posibilidades de éxito al anochecer, pues será menos eficaz la caza enemiga y más impreciso el fuego antiaéreo. Pero nunca podrá comprobarlo. El corneta del Hiryu comienza a tocar zafarrancho de combate a las 17.30. Sobre el último buque de Nagumo van a desplomarse las bombas lanzadas por 25 aviones del Enterprise, 16 del Hornet, una escuadrilla procedente de Midway y otra que llega de Hawai para reforzar la isla... Cuatro bombas destrozarán la última esperanza japonesa. Durante la noche, Yamaguchi ordenará evacuar el buque y, con él a bordo, que un destructor lo torpedee. Mientras, Yamamoto, muy lejos del escenario de la batalla, traza planes en el aire. Conoce la pérdida de sus tres primeros portaaviones, pero cree que la aviación enemiga está basada en la isla y en un solo portaaviones, del que se está ocupando el Hiryu. La flota de Kondo está en camino. Piensa en una batalla al viejo estilo. Poco después del mediodía se entera de la existencia de tres portaaviones y de que uno ha sido incendiado por el Hiryu. En esta tesitura ordena suspender los previstos desembarcos en Midway y las Aleutianas y que la fuerza de portaaviones ligeros que atacó estás últimas se dirija hacia Midway, en la creencia de reunir así tres portaaviones contra dos norteamericanos. A las 18 horas se entera de la destrucción del Hiryu, pero aún mantiene planes agresivos. No puede contar con Nagumo, postrado por el desastre, y eleva a Kondo al mando de todas las fuerzas próximas a Midway. Kondo debe realizar un ataque nocturno con cuatro acorazados, nueve cruceros y 19 destructores. Pero el mando norteamericano, consciente de su debilidad en una batalla nocturna, se retira al este durante la noche. En la madrugada del día 5 Yamamoto valora plenamente la situación y a las 2.05 ordena la retirada. En ella aún habrá de soportar otra pérdida: dos cruceros colisionan al virar, uno de ellos se hunde y el otro deberá aguardar casi un año para volver a entrar en combate. Esa madrugada, un submarino solitario dispara varias andanadas contra Midway, en simbólica venganza por la tragedia de su flota. Será el canto del cisne y no el preludio de una invasión (4). Sólo el fiasco de los norteamericanos, que persiguieron a los japoneses inútilmente durante los días 5 y 6, podrá servir de relativo consuelo a Yamamoto.
contexto
Conforme, pues, se engrosaban las cifras aliadas de destructores, de aviones de largo radio de acción, de portaaviones de escolta, y conforme mejoraban los medios de detección y ataque, la actividad submarina se hizo más difícil, ineficaz y peligrosa para los tiburones de Doenitz, que en la segunda mitad de 1943 hundió 1.080.000 toneladas a las flotas aliadas, perdiendo ¡124 submarinos! Definitivamente, Alemania había perdido la guerra en el mar. En todo el año, había destruido 597 buques aliados, con un total de 3.220.137 toneladas brutas; en el mismo lapso de tiempo los angloamericanos habían botado más de 13 millones de toneladas brutas de buques. En ese año, el Eje perdió un total de 237 submarinos. Durante el resto del conflicto, el mar tendrá su enorme importancia como vía de comunicación entre América y Europa. Desde los Estados Unidos llegarán millones de hombres y de toneladas de material bélico, con los que se abrirá el frente de Francia y desde el que se concluirá la guerra, pero ya no será un escenario bélico. Los submarinos de Doenitz aún hundirían varios centenares de buques aliados (29) y mantendrán en jaque a más de 3.000 buques y más de 5.000 aviones, pero su papel será ya poco mayor que el de meros salteadores en los caminos de la mar. Se vieron obligados a operar en solitario, a permanecer sumergidos durante semanas enteras, a guardar permanente silencio, a ignorarlo todo sobre la marcha de la guerra. Las animosas tripulaciones de los primeros años dieron paso a equipos de hombres taciturnos, tensos, conscientes de su desesperada situación nacional y personal -de 40.000 hombres que formaron las tripulaciones de combate, perecieron 28.000-, que incluso llegaron a presentar reivindicaciones, como la de no permanecer más de 66 días consecutivos en el mar por cada misión de combate. Los programas de construcción de sumergibles, por otro lado, no se cumplieron durante 1943, y en marzo de 1944 contaba Doenitz con sólo 54 submarinos en el Atlántico, 29 de los cuales -el 54 por ciento- fueron hundidos por los aliados en abril. Los restos de la Marina alemana continuaron distrayendo fuerzas británicas y constituyendo uno de los blancos predilectos de sus misiones de bombardeo. Unos tras otro se hundieron los grandes buques y lo poco que tenía Alemania en la primavera de 1945 jugó un buen papel en el Báltico, retirando tropas y poblaciones civiles de Prusia y Curlandia, pera ya sólo eso: como gran antagonista, como fuerza combativa de primera línea, la Marina de Hitler desapareció en 1943, apabullada por la inmensa producción y la más avanzada tecnología de los angloamericanos.