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El 5 de agosto, el general LeMay, jefe de la aviación norteamericana en el Pacífico, recibe de sus mandos superiores un mensaje cifrado que rezaba: "El 20 Escuadrón atacará los objetivos de Japón el 6 de agosto de 1945. Objetivo principal, hora 9.30, zona urbana e industrial de Hiroshima". Inmediatamente, envió la contraseña convenida de antemano a la base de North Field, establecida en la isla de Tinian, en el archipiélago de las Marianas. A las 2.07 de la madrugada del siguiente día despega del aeródromo un aparato B-29 bautizado con el nombre de Enola Gay en honor de la madre de su comandante, el coronel Paul W. Tibbets. Los miembros de la tripulación desconocían la verdadera naturaleza de la operación que iban a desarrollar, aunque las actividades de los científicos trasladados a la base y las fuertes medidas de vigilancia impuestas sobre el aparato les habían hecho comprender que se trataba de una acción de carácter diferente a las hasta entonces realizadas. La superfortaleza volante, cargada con el artefacto atómico, se elevó en el aire acompañada por otros dos aparatos iguales, dotados de cámaras e instrumentos de observación, y portadores de un grupo de observadores llegados desde Estados Unidos con este fin. Hacía ya varias horas que otros aviones sobrevolaban los tres objetivos considerados posibles: Hiroshima, Kokura y Nagasaki. Comprobaban las condiciones meteorológicas reinantes sobre ellos, lo que en definitiva decidiría el lugar elegido para efectuar la mortífera descarga. La primera de estas ciudades era la que presentaba unos cielos más despejados, por lo que fue elegida como blanco de lanzamiento y primera victoria de la aplicación de la energía nuclear como arma bélica. Hiroshima era una activa ciudad de 365.000 habitantes, sede de industrias bélicas y cuartel general del II Ejército japonés encargado de la defensa de la parte sur del archipiélago. Pocos minutos después de las 8 de la mañana, los tres aparatos se sitúan sobre la vertical del centro urbano y el Enola Gay lanzó su carga, la bomba que había sido bautizada por la tripulación como Little Boy - Muchachito. El avión se encontraba a 9.630 metros de altura y llevaba una velocidad de menos de 500 km por hora. Inmediatamente, el comandante Ferebee y el sargento Stiborik toman los mandos y dan un rápido viraje para alejarse de la zona. Cuando la bomba estalla, los tres aparatos se encuentran ya a unos veinticinco kilómetros de distancia de su objetivo. Ahora los hombres que habían participado en la acción tomaban conciencia de la magnitud de la misma y de su tremendo significado. El historiador Raymond Carr ha reconstruido de este modo el momento decisivo: "La bomba deja el avión exactamente a las 8 h. 15' 17''. Aligerado de las 10.000 libras de peso, el Enola Gay da un salto hacia el cielo. La tripulación sabe que deben transcurrir cuarenta y cinco segundos antes de la explosión y que en ese momento el aparato se encontrará a dieciocho kilómetros del punto cero. Todos cuentan: 42..., 43..., 44... Como en Alamo Gordo, un prodigioso resplandor brota del corazón de la materia, cegando a los aviadores aun yendo protegidos por gafas metálicas y herméticas. Luego, un inmenso hongo llameante se eleva y ensancha en el cielo..." Este hongo alcanzaría una altura superior a los veinte mil metros, y su volumen sería visible desde una distancia superior a los setecientos cincuenta kilómetros. La ciudad queda envuelta en un horrible fulgor y en un torbellino generador de oleadas de viento que alcanzan una velocidad media de más de 1.200 km por hora y derriba todos los edificios que encuentra a su paso en un radio de más de doce kilómetros. Viviendas, hospitales, escuelas, centros oficiales, cuarteles... todo es desintegrado por la explosión, que provoca un ciclón que se prolonga por más de seis horas. La fuerza de la explosión, equivalente a 10.000 toneladas de TNT, elevó la temperatura de la ciudad hasta 150.000.000 de grados centígrados, esto es, un nivel superior en siete veces a la del corazón del sol. Las cifras aportadas con respecto al número total de víctimas ofrecen sensibles variaciones en función de las fuentes de donde procedan, pero pueden situarse alrededor de los ochenta mil muertos, otros tantos heridos de diversa consideración y varios millares más de desaparecidos. Por otra parte, en el caso de los bombardeos atómicos las secuelas posteriores producidas por la misma naturaleza del arma afectarían fatalmente a innumerables supervivientes de la catástrofe, generando en ellos una amplia serie de enfermedades, desde cánceres de diverso tipo hasta irreversibles mutaciones genéticas. A las pocas horas, la radio oficial japonesa trataba de ocultar la realidad de los hechos, mientras que el propio emperador Hiro Hito inquiría de sus ministros y generales una información veraz de lo ocurrido en Hiroshima. Para agravar todavía más la situación, dos días más tarde, en la noche del 8 de agosto, se recibe en Tokio la noticia de la declaración de guerra de la hasta entonces aliada Unión Soviética. Esta verdadera puñalada por la espalda, cuando algunos responsables del Gobierno japonés pensaban en utilizar a Moscú como vía de acceso a un acuerdo con los occidentales, señaló el definitivo principio del fin. En aquella madrugada, al tiempo que los bombarderos norteamericanos destruyen los restos de las castigadas ciudades del archipiélago, el Ejército Rojo atraviesa las fronteras de Manchuria. Al alba del día 9, otro aparato B-29, apodado Bock's Car y comandado por el mayor Sweeney, despega de la misma base de Tinian con destino alternativo hacia las ciudades de Kokura o Nagasaki. La elección de una u otra para lanzar un nuevo artefacto atómico dependía también en esta ocasión de las condiciones meteorológicas dominantes. Estas eran más favorables en la segunda, por lo que su destino quedó sellado. A las 12 h. 1' una bomba de mayor tamaño que la anterior, denominada Fat Man -Hombre gordo- en homenaje a Winston Churchill, fue arrojada sobre Nagasaki. En número total de víctimas fue sensiblemente menor que en Hiroshima, debido ante todo a la naturaleza más accidentada de su suelo, que mitigó en cierta medida los efectos expansivos de la explosión. Ahora la tripulación del aparato sí sabía la índole de su carga, que produjo la muerte de unas cuarenta mil personas y dejó heridas a un número similar. Era el fin para Japón. Ahora ya solamente le quedaba la posibilidad de rendirse sin condiciones; los señores de la guerra habían estado a punto de conseguir la absoluta destrucción de su país. Y, por otra parte, la fuerza atómica había probado en vidas humanas todas las inmensas posibilidades de destrucción que quienes la habían ingeniado esperaban conseguir con ella.
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El día tres de agosto, las dos fuerzas en presencia ya han establecido sus objetivos de forma concreta; la ventaja numérica se sitúa del lado de Alemania, que ha pasado de contar con 587 aparatos de caza el día 30 de junio a disponer de 708. El número de pilotos germanos se ha incrementado durante el mismo tiempo desde 1.253 a un total de 1.434. Sin embargo, la escasa actividad de los bombarderos que se manifiesta durante los siguientes días ha producido un descenso en la tensión reinante entre la población británica, a pesar de que la radio de Berlín anuncia una inminente ofensiva. En la mañana del día ocho, un convoy británico es atacado en aguas del Canal por una escuadrilla alemana, siendo respondida a su vez por la aviación procedente de la isla. Llegada la noche, pueden contabilizarse los efectos del enfrentamiento: cuatro barcos hundidos, y diecinueve aviones ingleses y treinta y uno alemanes derribados. Este había sido el combate más duro hasta el momento, y serviría como inmediato prólogo a la ofensiva conocía como Día del Aguila, Esta operación -Adlertag, en lengua alemana- estaba dirigida a doblegar de forma definitiva la tenaz resistencia inglesa. En ella habían sido puestas muchas esperanzas por parte del mariscal Göring y los demás altos jefes de la Luftwaffe, que imaginaban poder terminar rápidamente con el problema planteado por medio de una acción de gran envergadura. De la importancia de la misión habla por sí misma la cifra de aparatos empleados, que suponía un setenta y cinco por ciento del total de los efectivos dispuestos desde Cherburgo hasta Noruega. Hasta aquel momento, la aviación alemana no había empleado en sus ataques más que un diez por ciento de sus efectivos. Ahora, contaba con este espacio con un total de 3.358 aviones, de los cuales 2.250 se hallan en perfecto estado y dispuestos para su utilización. La superioridad alemana en cuanto al número de aparatos no había impedido sin embargo que, hasta aquel momento, la cifra de bajas británicas hubiera sido solamente de 96 frente a las 277 sufridas por su adversario. Esta desventaja no disminuía de hecho la amenaza que se cernía sobre Inglaterra aquel día diez de agosto, fecha elegida para lanzar el ataque. Sin embargo, las condiciones climatológicas aconsejarían aquel día un aplazamiento del ataque. A lo largo de la siguiente jornada, los aviones alemanes lanzaron repetidos ataques sobre la zona de Doda en la ocupada isla británica de Guernesey. A lo largo de esa jornada, en la que los daños materiales sufridos por el territorio bombardeado son especialmente graves, se batirá el récord de salidas por ambas partes. Así, mientras la RAF efectúa un total de setecientas cincuenta y ocho, la Luftwaffe realiza cuatrocientas cuarenta. Poblaciones y convoyes marítimos sufren las consecuencias de esta acción. Por vez primera, las instalaciones de radar situadas en la costa son objeto de los ataques alemanes, ya que se ha comprendido la importancia que tiene en la lucha iniciada. Los resultados del enfrentamiento son conocidos esa misma noche, y aportan cifras que sitúan en veintidós los aviones perdidos por la RAF frente a los treinta y dos de la Luftwaffe. En este punto, la batalla de Inglaterra adquiere rasgos de gran dureza, y ya nadie es capaz de imaginar una marcha atrás en el camino emprendido. Sin embargo, la población inglesa todavía no conoce de forma clara los efectos de la batalla emprendida. En la misma mañana del día trece de agosto, elegido definitivamente para la realización del plan, los partes meteorológicos referentes al sur de Inglaterra muestran la presencia de acumulaciones de nubes y nieblas. Con todo, Göring decide que la fecha del ataque no debe ser aplazada más y lo fija para las catorce horas, a pesar de que el tiempo lluvioso no ayuda en absoluto a una óptima realización del mismo. Dado que la víspera han sido destruidas importantes estaciones de radar, los alemanes confían en poder penetrar impunemente en el cielo británico, encabezados por los Messerschmitt 110 procedentes de la base de Caen. Los ingleses, sin embargo, han puesto en funcionamiento otras instalaciones y este ariete es detectado de forma inmediata. Este primer enfrentamiento costará a los atacantes un total de cinco aparatos derribados, además de ver acribillados por las balas de ametralladora a gran número de los que han podido regresar. El balance final del Día del Aguila se establece, llegada la noche, de la siguiente forma: tres mil cuatrocientos ochenta incursiones, los alemanes han perdido cuarenta aparatos, mientras que los ingleses han visto derribar a trece de sus aviones a lo largo de sus setecientas salidas. La Luftwaffe, a pesar de todo, ha inflingido fuertes daños sobre varios aeródromos y centros de población de tamaño reducido. Aquella noche, aviones alemanes lanzan sobre las regiones del centro de Inglaterra y sur de Escocia materiales que pretenden hacer pensar en un desembarco de paracaidistas sobre las mismas. A la misma hora, una autotitulada "nueva estación británica de radiodifusión" situada en Berlín lanza una serie de fuertes amenazas dirigidas contra la población de la isla, asegurando este desembarco de soldados provistos de armas de fulminante efectividad. El día siguiente, catorce de agosto, la Luftwaffe presenta evidentes signos de agotamiento debido al esfuerzo realizado durante las cuarenta y ocho horas precedentes. Debido a ello, realiza solamente un total de cuatrocientas ochenta y nueve salidas, atacando aeródromos y poblaciones de la costa. Mientras la zona del Canal sigue cubierta por las nubes, los comandantes de los cuarteles generales alemanes, Kesselring y Sperrle, son convocados por el mariscal del Reich. A pesar de los informes que recibe del general Halder, Göring sabe que el Día del Aguila no ha obtenido siquiera mínimamente los resultados perseguidos mediante su puesta en práctica. El mal tiempo reinante se había unido a las deficiencias sufridas por la realización de la operación. Por tanto, decide la continuación de los ataques, centrándose ahora sobre dos objetivos bien definidos en exclusiva: las fuerzas aéreas enemigas y las factorías aeronáuticas situadas en suelo inglés. Al mismo tiempo, decide suspender todo ataque sobre las instalaciones de radar, dado que ninguna de las afectadas había sido puesta fuera de servicio a pesar de los desperfectos sufridos. El jueves, día quince de agosto, la totalidad de las bases situadas sobre las costas de la Europa ocupada se encuentran en estado de alerta. Incluso las localizadas en Noruega van a entrar en funcionamiento por vez primera. Las fuentes informativas de la Luftwaffe han asegurado que Gran Bretaña cuenta solamente con un total de trescientos cazas, aunque en realidad el número de estos aviones de que dispone el país es de prácticamente el doble. El territorio de la isla ha quedado dividido en tres zonas, dependientes del Mando de la Aviación de Caza. Todas ellas van a recibir en esta ocasión, en grado diferente, los efectos del ataque nazi, que en este caso pretendía hacerse presente sobre la totalidad del espacio británico. La primera oleada de aviones produce un enfrentamiento a las diez de la mañana, del que resultan derribados tres aparatos británicos y dos alemanes. En esta jornada, junto a los duros ataques realizados en el aire, varias ciudades e instalaciones industriales, y sobre todo el aeropuerto londinense de Croydon, sufren importantes destrozos. Alrededor de ochenta personas resultan ese día muertas o heridas por las bombas. Durante la noche, los bombarderos alemanes actúan eficazmente sobre Birmingham, Southampton, Bristol y otras poblaciones. En conjunto, durante el día quince la Luftwaffe ha realizado un total de mil setecientas ochenta y seis salidas, frente a las novecientas sesenta y cuatro de la RAF. Dentro de este balance, debe citarse el desastre sufrido por la Quinta Flota Aérea alemana situada en Noruega, que pierde la octava parte de sus bombarderos y un quinto de sus efectivos de caza. Los aviadores alemanes llamarán a este día schwarze Donnerstag, es decir, jueves sombrío. En Inglaterra se respira un ambiente de victoria, a pesar de que durante el día 16 los alemanes realizan varias incursiones sobre los condados de Kent, Hampshire y Surrey. Estaciones de radar, aeródromos e instalaciones industriales, además de viviendas de poblaciones civiles, son destruidas en gran cantidad. La noche siguiente observará asimismo los efectos del ataque en multitud de puntos de la costa sur de la isla. El 17, cuando ya han amainado los bombardeos de forma manifiesta, el ministro de Información anuncia a través de la BBC la definitiva derrota de la Luftwaffe. Sin embargo, al día siguiente varios oleadas de Dornier se lanzan sobre Inglaterra con ánimo de proceder ante todo a la destrucción de sus sistemas de radar. Esta rápida e inesperada incursión consigue dañar algunas instalaciones, pero muy pronto los atacantes deben volver a sus bases francesas, regresando en esta caso tan sólo cinco aparatos. Más adelante, los alemanes volverán a la carga, pero se enfrentarán con una decidida RAF, ahora estimulada por el triunfo obtenido horas antes. En ese día 18, el balance es el siguiente: las fuerzas británicas han perdido siete aviones, mientras que la Luftwaffe ha visto derribar a un total de setenta y uno de sus aparatos. Una desproporción que no se había visto hasta entonces a lo largo de la guerra. Considerando que se había llegado al punto final de este episodio de la lucha, el Ministerio del Aire británico estableció un recuento de las pérdidas sufridas entre los días que mediaron entre el ocho y el dieciocho de agosto. Durante este lapso de tiempo, habían muerto o desaparecido noventa y cuatro pilotos; de forma paralela, doscientos cuarenta aparatos habían sido irremisiblemente dañados en el aire y otros treinta sobre sus propios campos de aterrizaje. A partir de entonces, el mando de la RAF impondrá la consigna general que trata de conseguir una economía de pilotos, imprescindibles para proseguir la lucha. De hecho, el destino de decenas de millones de personas se encontraba en manos de un reducido número de hombres. Winston Churchill formuló su agradecimiento de forma bien expresiva: "La gratitud de todos los hogares, en nuestra isla, en nuestro Imperio, y hasta en el mundo -con excepción de los culpables-, va a los pilotos británicos que, intrépidos por la desproporción de las fuerzas en acción e infatigables en sus incesantes combates en lo peor del peligro, están en vías de ganar la guerra a cuenta de proezas y de abnegación. Jamás, en la historia de los conflictos humanos, una deuda tan grande ha sido contraída por tan gran número de hombres hacia tan pocos". Lo que por parte de los agresores se había pretendido que constituyese un rápido y definitivo triunfo habría de volverse en su contra de la forma más absoluta. Las instalaciones de radar, fundamentales para la supervivencia de Inglaterra, se mantenían prácticamente intactas. Y, algo mucho más importante, se elevó la moral de la población, y no disminuyó ya durante los próximos años de la guerra.
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Mientras los alemanes discutían o tomaban permisos, para los Aliados había llegado el gran día. A mediados de mayor Eisenhower había fijado el 5 de junio como posible Día-D, y el 1 del mismo mes como punto de partida de la Operación, que debía desarrollarse sin más en las fechas previstas. Un retraso de sólo dos semanas sería muy grave: ¿cómo volver atrás cuando comenzasen a superponerse las oleadas de asaltantes, una vez en camino? Todo parecía pender de un hilo, el meteorológico. Había que aprovechar las mareas cuando estuviesen relativamente bajas, para remover los obstáculos, pero no del todo bajas, pues entonces faltaría calado. Era bueno que no hubiese luna, pero ésta era necesaria para los ataques aéreos; hacían falta 40 minutos de luz solar para completar los bombardeos aéreos y artilleros. Y era necesario suficiente buen tiempo. Por ello, la operación tuvo que posponerse hasta el día siguiente, día 6 de junio de 1944. Los estadounidenses de la Fuerza U (Utah) deberían penetrar en la península de Cotentin, en la zona de Carentan, al norte del río Vire. Los de la Fuerza O (Omaha), cuyo sector se dividiría en varios subsectores, deberían tender hacia Saint-Lô, para reforzar a los británicos del II Ejército. Durante el asalto serían mandados por el general Bradley; más adelante llegaría el general Patton con el III Ejército. La Fuerza G (Gold), británica, desembarcaría en la zona de Le-Hamel-Asnelles, y se dirigiría hacia Arromanches. La Fuerza J (Juno), canadiense desembarcaría a ambos lados del río Seulles, y luego se dirigiría hacia Caen. La Fuerza S (Sword), británica, llegaría a la playa de Douvres y Quistreham y luego se movería hacia Caen. A las 2 de la madrugada del 6 de junio de 1944 se dio la orden de partida. Entre las 4 y las 6 horas fue partiendo la flota de invasión desde el sur de Inglaterra: a los cuatro años de Dunquerke. Había comenzado la Operación Overlord. Mientras iban acercándose a la costa, los dragaminas despejaban las vías de acceso (diez en total), globos remolcados y láminas metálicas lanzadas sobre la superficie del mar parecían, en los radares alemanes, barcos de un convoy. Interceptados los radares de Cherburgo y El Havre, se hizo creer, una vez más, a los alemanes que la flota se dirigía hacia Calais. Oleadas de aviones y barcos machacaban las defensas de artillería costera de los alemanes. Estos mostraban gran pasividad, y los navíos aliados destruidos o dañados lo fueron casi más por el viento y el mar que por los cañones enemigos. Los alemanes fueron cegados por los bombardeos, muchos de sus radares quedaron obstruidos y no pudieron interceptar a las tropas aerotransportadas, y la flota sólo fue detectada cuando ya estaba muy próxima a las playas. Pero la primera oleada fue la de las tropas aerotransportadas. Como dice Thompson, no se ha conseguido reconstruir un modelo coherente de cómo se llevó a cabo la acción de los grupos aislados de las divisiones aerotransportadas durante aquel día, tan complejo fue el aterrizaje de los planeadores, el descenso de los paracaidistas, el reagrupamiento de las tropas y los dispersos combates. A las 00,20 horas tocaban Francia los planeadores y los paracaidistas británicos y canadienses, con gran precisión, cerca de Bénouville, con la misión, los primeros de destruir los puentes del Orne y despejar la zona al norte de Ranville, para permitir nuevos aterrizajes de planeadores cargados con cañones, vehículos y otro equipo pesado, y los segundos, con la de destruir los puentes del Dives y las baterías de Merville y bloquear las carreteras hacia el interior. Los puentes fueron capturados intactos. La lucha sobre las orillas del Orne terminó cuando los alemanes cedieron los bajos de Ranville. Estos se hallaban en un estado de gran confusión, sin saber cuántos enemigos se les venían encima, y pensaban que era parte del desembarco de Calais. Por la mañana los alemanes se retiraban y a media tarde los británicos habían alcanzado sus objetivos y establecido una cabeza de puente en el Orne. Los canadienses, que habían caído muy dispersos, consiguieron al fin ocupar el bosque de Bavent, volar los puentes y la batería artillera de la zona. En el oeste, hacia la península de Cotentin, descendían la 101.? y la 82.? norteamericana, cerca de Sainte-Mère-Eglise, de forma demasiado dispersa y confusa, sufriendo gran número de bajas por la reacción alemana, y perdiendo casi toda la artillería aerotransportada y gran parte del equipo, pero obligando al enemigo a mantenerse a la defensiva y creando en él, asimismo, gran confusión. La 101.? debía capturar las salidas de los diques en la playa Utah, lo hizo y ocupó algunos pueblos, pero su desperdigamiento no le permitió reagruparse eficazmente, y pudo avanzar muy poco. La 82.? debía limpiar la zona al oeste del río Merderet y el vértice del Douve, y aunque cayó menos disperso, sólo un regimiento pudo entrar en combate, mientras otro ocupaba Sainte-Mére-Eglise. Su situación era precaria, por haber caído cerca de la 91.? División alemana -a cuyo jefe tuvieron la suerte de matar-. Pero la defensa alemana se había desmoronado en esta parte del frente y en el de la 101.?, lo que repercutirá positivamente en el desembarco norteamericano en Utah. La sorpresa alemana había sido total y el mando se mantuvo dudoso hasta el final, sin hacer entrar en combate a las reservas, mientras Rommel estaba lejos... y Hitler durmiendo. Fue casi una derrota alemana, y se produjeron algunas rendiciones sin lucha y conatos de desbandada.
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EL DIÁLOGO DE FLOR Y CANTO Tecayehutzin Invitación a los poetas. ¿Dónde andabas, oh poeta? Apréstese ya el florido tambor, ceñido con plumas de quetzal, entrelazadas con flores doradas. Tú darás deleite a los nobles, a los caballeros águilas y tigres. Invitación y alabanza de los príncipe poetas. Por un breve momento, por el tiempo que sea, he tomado en préstamo a los príncipes: ajorcas, piedras preciosas. Sólo con flores circundo a los nobles. Con mis cantos los reúno en el lugar de los atabales. Aquí en Huexotzinco he convocado [esta reunión. Yo el señor Tecayehuatzin, he reunido a los príncipes: piedras preciosas, plumajes de quet-[zal. Sólo con flores circundo a los nobles Respuesta de Ayocuan. El origen de la "flor y el canto". Elogio de Tecayehuatzin y de la amistad. Ayocuan Del interior del cielo vienen las bellas flores, los bellos cantos. Los afea nuestro anhelo, nuestra inventiva los echa a perder, a no ser los del príncipe chichimeca Te- [cayehuatzin. ¡Con los de él, alegraos! La amistad es lluvia de flores preciosas. Blancas vedijas de plumas de garza, se entrelazan con preciosas flores rojas: en las ramas de los árboles, bajo ellas andan y liban los señores y los nobles. Las flores y los cantos de los príncipes, ¿hablan acaso al Dador de la vida? Vuestro hermoso canto: un dorado pájaro cascabel, lo eleváis muy hermoso. Estáis en un cercado de flores. Sobre las ramas floridas cantáis. ¿Eres tú, acaso, un ave preciosa del [Dador de la vida? ¿Acaso tú al dios has hablado? Habéis visto la aurora, y os habéis puesto a cantar. Anhelo de hallar flores y cantos. Esfuércese, quiera las flores del escudo, las flores del Dador de la vida. ¿Qué podrá hacer mi corazón? En vano hemos llegado, en vano hemos brotado en la tierra. Su llegada al lugar de la música Bajó sin duda al lugar de los atabales, allí anda el poeta, despliega sus cantos preciosos, uno a uno los entrega al Dador de la [vida. "Flor y canto": el don del pájaro cascabel. Le responde el pájaro cascabel. Anda cantando, ofrece flores. Nuestras flores ofrece. Allá escucho sus voces, en verdad al Dador de la vida responde, responde el pájaro cascabel, anda cantando, ofrece flores. Nuestras flores ofrece. La poesía del príncipe Ayocuan. Como esmeraldas y plumas finas, llueven tus palabras. Así habla también Ayocuan Cuetzpaltzin, que ciertamente conoce al Dador de la [vida. Así vino a hacerlo también aquel famoso señor que con ajorcas de quetzal y con per- [fumes, deleitaba al único Dios. "Flor y canto": ¿lo único verdadero? ¿Allá lo aprueba tal vez el Dador de la [vida? ¿Es esto quizás lo único verdadero en [la tierra? "Flor y canto": recuerdo del hombre en la tierra. ¿Sólo así he de irme como las flores que perecieron? ¿Nada quedará en mi nombre? ¿Nada de mi fama aquí en la tierra? ¡Al menos flores, al menos cantos! ¿Qué podrá hacer mi corazón? En vano hemos llegado, en vano hemos brotado en la tierra. Las "flores y cantos" perduran también con el Dador de la vida. Gocemos, oh amigos, haya abrazos aquí. Ahora andamos sobre la tierra florida. Nadie hará terminar aquí las flores y los cantos, ellos perduran en la casa del Dador de [la vida. Expresión de duda: aquí es la "región del momento fugaz", ¿cómo es en el más allá? Aquí en la tierra es la región del mo- [mento fugaz. ¿También es así en el lugar donde de algún modo se vive? ¿Allá se alegra uno? ¿Hay allá amistad? ¿O sólo aquí en la tierra hemos venido a conocer nuestros ros- [tros? La respuesta de Aquiauhtzin. Aquiauhtzin Por allá he oído un canto, lo estoy escuchando, toca su flauta, sartal de flores, el Rey Ayocuan. Ya te responde, ya te contesta, desde el interior de las flores Aquiauhtzin, señor del Ayapanco La búsqueda del Dador de la vida. ¿Dónde vives, oh mi dios, Dador de la vida? Yo a ti te busco. Algunas veces, yo poeta por ti estoy triste, aunque sólo procuro alegrarte. Desde la región de las flores y las pinturas se busca al Dador de la vida. Aquí donde llueven las blancas flores, las blancas flores preciosas, en medio de la primavera, en la casa de las pinturas, yo sólo procuro alegrarte. Todos aguardan la palabra del Dador de la vida. ¡Oh, vosotros que de allá de Tlaxcala, habéis venido a cantar, al son de bri- [llantes timbales, en el lugar de los atabales! Flores fragantes: el señor Xicoténcatl de Tizatlan, Camazochitzin, quienes se alegran con [cantos y flores, aguardan la palabra del dios. Invocación insistente al Dador de la vida. En todas partes está tu casa, Dador de la vida. La estera de flores, tejida con flores por mí. Sobre ella te invocan los príncipes El pájaro cascabel, símbolo del Dador de la vida, aparece cantando. Con su venida llueven las flores. Los variados árboles floridos se yerguen en el lugar de los atabales. Tú estás allí: Con plumas finas entreveradas, hermosas flores se esparcen. Sobre la estera de la serpiente preciosa, anda el pájaro cascabel, anda cantando, sólo le responde al señor, alegra a águilas y tigres. Ya llovieron las flores, ¡comience el baile, oh amigos nues- [tros, en el lugar de los atabales! Nueva pregunta. ¿A quién se espera aquí? Se aflige nuestro corazón. El Dador de la vida se hace presente en las flores y los cantos. Sólo el dios, escucha ya aquí, ha bajado del interior del cielo, viene cantando. Ya le responden los príncipes, que llegaron a tañer sus flautas. Cuauhtecoztil Yo Cuauhténcoz, aquí estoy sufriendo. Con tristeza he adornado mi florido tambor. Las preguntas sobre la verdad de los hombres y los cantos. ¿Son acaso verdaderos los hombres? ¿Mañana será aún verdadero nuestro [canto? ¿Qué está por ventura en pie? ¿Qué es lo que viene a salir bien? Aquí vivimos, aquí estamos, pero somos indigentes, oh amigo. Si te llevara allá, allí sí estarían en pie. Motenehuatzin toma la palabra. Motenehuatzin Sólo he venido a cantar. ¿Que decís, oh amigos? ¿De qué habláis aquí? Aquí está el patio florido, a él viene, oh príncipes, el hacedor de cascabeles, con llanto, viene a cantar, en medio de la primavera. Flores desiguales, cantos desiguales, en mi casa todo es padecer Flores y cantos: lo que ahuyenta la tristeza. En verdad apenas vivimos, amargados por la tristeza. Con mis cantos, como plumas de quetzal entretejo a la [nobleza, a los señores, a los que mandan, yo, [Motenehuatzin. Oh Telpolóhuatl, oh príncipe Telpo- [lóhuatl, todos vivimos, todos andamos en medio de la prima- [vera. Flores desiguales, cantos desiguales, en mi casa todo es padecer También él, Motenehuatzin, ha oído un canto inspirado. He escuchado un canto, he visto en las aguas floridas al que anda allí en la primavera, al que dialoga con la aurora, al ave de fuego, al pájaro de las semen- [teras, al pájaro rojo: al príncipe Monencauht- [zin. De nuevo, Tecayehuatzin exhorta a todos a alegrarse. Tecayehuatzin Amigos míos, los que estáis allí, los que estáis dentro de la casa florida, del pájaro de fuego, enviado por el [dios. Venid a tomar el penacho de quetzal, que vea yo a quienes hacen reír a las flautas pre- [ciosas a quienes están dialogando con tam- [boriles floridos: Los príncipes, los señores, que hacen sonar, que resuenan los tamboriles con incrustaciones de [turquesa, en el interior de la casa de las flores. Escuchad, canta, parla en las ramas del árbol con flores, oíd cómo sacude su florido cascabel [dorado, el ave preciosa de las sonajas: el príncipe Monencauhtzin. Con su abanico dorado anda abriendo sus alas, y revolotea entre los atabales floridos. Flor y canto: riqueza y alegría de los príncipes. Monencauhtzin Brotan, brotan las flores, abren sus corolas las flores, ante el rostro del Dador de la vida. Él te responde. El ave preciosa del dios, al que tú buscaste. Cuántos se han enriquecido con tus [cantos, tú los has alegrado. ¡Las flores se mueven! Por todas partes ando, por doquiera converso yo poeta. Han llovido olorosas flores preciosas en el patio enflorado, dentro de la casa de las mariposas. Flor y canto: modo de embriagar corazones Xayacaámach Todos de allá han venido, de donde están en pie las flores. Las flores que trastornan a la gente, las flores que hacen girar los corazo- [nes, han venido a esparcirse, han venido a hacer llover guirnaldas de flores, flores que embriagan. ¿Quién está sobre la estera de flores? Ciertamente aquí es tu casa, en medio de las pinturas, habla Xayacámach. Se embriaga con el corazón de la flor [del cacao. Resuena un hermoso canto, eleva su canto Tlapalteuccitzin. Hermosas son sus flores. Se estremecen las flores, las flores del cacao. Salutación del recién llegado. Tlaplateuccitzin Oh amigos, a vosotros os ando bus- [cando. Recorro los campos floridos y al fin aquí estáis. ¡Alegraos, narrad vuestras historias! Oh amigos, ha llegado vuestro amigo. También quiere hablar acerca de las flores. ¿Acaso entre flores vengo a introducir la flor del cadillo y del muicle, las flores menos bellas? ¿Acaso soy también invitado, yo menesteroso, oh amigos? Descripción de sí mismo: "cantor de flores". ¿Yo quién soy? Volando me vivo, compongo un himno, canto las flores: mariposas de canto. Surjan de mi interior, saboréelas mi corazón. Llego junto a la gente, he bajado yo, ave de la primavera sobre la tierra extiendo mis alas, en el lugar de los atabales floridos. Sobre la tierra se levanta, brota mi can- [to. Su origen y su vida: flores y cantos. Aquí, oh amigos, repito mis cantos. Yo entre cantos he brotado. Aún se componen cantos. Con cuerdas de oro ato mi ánfora preciosa. Yo que soy vuestro pobre amigo. Sólo atisbo las flores, yo amigo vuestro, el brotar de las flores matizadas. Con flores de colores he techado mi [cabaña. Con eso me alegro, muchas son las sementeras del dios Invitación a alegrarse. ¡Haya alegría! Si de veras te alegraras en el lugar de las flores, tú, ataviado con collares, señor Teca- [yehuatzin. La vida: experiencia única. ¿Acaso de nuevo volveremos a la vida? Así lo sabe tu corazón: Sólo una vez hemos venido a vivir. Respuesta: flores y cantos deleitan al hombre y acercan al Dador de la vida. He llegado a los brazos del árbol florido, yo florido colibrí, con aroma de flores me deleito, con ellas mis labios endulzo. Oh, Dador de la vida, con flores eres invocado. Nos humillamos aquí, te damos deleite en el lugar de los floridos atabales, ¡señor Atecpanécatl! Allí guarda el tamboril, lo guarda en la casa de la primavera, allí te esperan tus amigos, Yaomanatzin, Micohuatzin, Ayocuatzin. Ya con flores suspiran los príncipes. Alabanza de Huexotzinco: no es una ciudad guerrera. Ayocuan Asediada, odiada sería la ciudad de Huexotzinco, si estuviera rodeada de dardos, Huexotzinco circundada de espinosas [flechas. Huexotzinco, casa de timbales y cantos, casa del Dador de la vida. El tímbalo, la concha de tortuga repercuten en tu casa, permanecen en Huexotzinco. Allí vigila Tecayehuatzin, el señor Quecéhuatl, allí tañe la flauta, canta, en su casa de Huexotzinco. Escuchad: hacia acá baja nuestro padre el dios. Aquí está su casa, donde se encuentra el tamboril de los [tigres. Donde han quedado prendidos los [cantos al son de los timbales. Las casas de pinturas donde mora el Dador de la vida. Como si fueran flores, allí se despliegan los mantos de quet- [zal en la casa de las pinturas. Así se venera en la tierra y el monte, así se venera al único dios. Como dardos floridos e ígneos se levantan tus casas preciosas. Mi casa dorada de las pinturas, ¡también es tu casa, único dios! La primavera llega y se va. "El sueño de una palabra ilumina: son verdaderos nuestros amigos" Tecayehuatzin Y ahora, oh amigos, oíd el sueño de una palabra: Cada primavera nos hace vivir, la dorada mazorca nos refrigera, la mazorca rojiza se nos torna un collar. ¡Sabemos que son verdaderos los corazones de nuestros amigos!38
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El Diario de a bordo El texto original del Diario de a bordo escrito por Colón se ha perdido. Lo que conocemos hoy de este documento trascendental se debe a un extracto amplio, alternando con muchos párrafos textuales, hecho por Bartolomé de Las Casas. No se sabe si el original colombino quedó en poder del descubridor o fue a parar a los Reyes. Consta, sin embargo, que los Monarcas dispusieron de un ejemplar, que probablemente les sería entregado por el Almirante cuando fue recibido por ellos en Barcelona. Lo que sí está claro es que del original se hicieron varias copias, una de las cuales fue la que sirvió a Hernando Colón para historiar el primer viaje de su padre; otra, o acaso la misma, fue la utilizada más tarde por Bartolomé de Las Casas, que tuvo acceso a la documentación de la Biblioteca colombina. El clérigo sevillano tiene ganada fama de transmisor fiable de documentos. Sus resúmenes o copias, cuando han sido contrastados con originales descubiertos posteriormente, han demostrado la honestidad con que ejerció su trabajo. Ante el manuscrito del Diario podemos lamentar que no nos transmitiera una copia textual del original colombino, pero de ninguna manera se debe pensar en ningún tipo de la falsificación o. mutilación atribuible a Las Casas. Tiene algunos errores comunes de poca monta; se percibe con claridad alguna interpolación del clérigo sevillano; pero es falsa la acusación de que Las Casas u otro cualquiera mutilaran el Diario, dice Morison, uno de los mejores conocedores del mismo. Añade más aún: Afirmamos que nadie que no sea un marino, y ningún marino que no haya seguido la ruta de Colón, puede haber forjado este documento, tan exactos son los rumbos, los cursos y las observaciones90. Ha servido de texto base para esta edición el realizado por Carlos Sanz, historiador distinguido de esta pieza colombina. Como él, hemos optado por diferenciar con letra distinta lo que consideraremos extracto lascasiano de lo que puede ser original de Colón. Se han hecho algunas modificaciones, más de puntuación que de léxico. Respecto al contenido del Diario de a bordo, no sólo es pieza insustituible para reconstruir la más grande navegación de la Historia, sino que es retrato insuperable de su protagonista, don Cristóbal Colón. Sus conocimientos y noticias, sus observaciones y deducciones personales, sus creencias, sus proyectos, sus temores, miedos y angustias, sus obsesiones, esto y mucho más está reflejado en estas páginas escritas día a día y sin retocar después. Es más, mucho más que un diario marino común. En él no podían faltar rutas, singladuras, distancias recorridas, registro meticuloso de lo observado en el mar, de tierras descubiertas y costas recorridas. Todo lo que le sorprendía, que era mucho (fauna, flora, población indígena, etc.), ha quedado reflejado magistralmente en las imperecederas páginas del Diario de a bordo.
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Al comienzo de su mandato el general Miguel Primo de Rivera describió a Benito Mussolini como el "apóstol de la campaña dirigida contra la corrupción y la anarquía". Luego, según fueron variando las circunstancias, también se produjeron cambios en su aprecio del fascismo: el aumento de las dificultades y la propia consolidación del régimen dictatorial le llevaron a aproximarse algo más al fascismo, pero siempre con indecisión, de manera tímida. En un principio se consideró que la Dictadura era un régimen temporal. Primo de Rivera dijo que duraría "dos días, tres semanas o noventa días" y que trabajando diez horas durante noventa días eran 900 horas en las que sería posible llevar a cabo esa labor de regenerar el país. La popularidad de Primo de Rivera en esos momentos iniciales viene explicada por haber sido el máximo definidor y representante de un espíritu regeneracionista que había tenido su origen en 1898 y que, a partir de aquella fecha, se había ido extendiendo hasta llegar a convertirse en un tópico. Con ello, el dictador elevaba a principio de gobierno lo que los españoles de su tiempo hablaban en las charlas de café. Primo de Rivera siempre rechazó la calificación de dictatorial atribuida a su régimen pues, según él, no había existido nunca un poder personal propiamente dicho; incluso llegó a denominarlo como una dictadura democrática. Él mismo, a pesar de ser dictador, procuraba mantener un contacto periódico con las masas populares y publicaba unas notas oficiosas sobre los más variados temas. Su gestión gubernamental fue arbitraria y en ello recordaba a la España del siglo XVIII. En su actuación mezclaba de manera confusa la moral con la política y, finalmente, acababa por no solucionar de manera efectiva casi nada. Primo de Rivera consideraba que era suficiente la bondad, la sinceridad, la laboriosidad y la propia experiencia de la vida para poder enfrentarse con éxito a los problemas del país. El dictador era completamente impermeable a toda idea jurídica y, además, pensaba que como los españoles, en el fondo, eran buenos, todo lo malo que existiera en España desaparecería en muy poco tiempo mediante sencillas soluciones. El general Primo de Rivera preconizaba una regeneración de la vida política española, algo que no era ajeno al propio sistema de la Restauración sino que, por el contrario, toda la sociedad española de su tiempo la propugnaba, tanto los políticos como los intelectuales e incluso los mismos conspiradores militares que habían tomado parte en el golpe de Estado del 13 de septiembre.
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El problema de los partidos socialistas europeos fue otro: optar o por la participación electoral dentro de los sistemas parlamentarios o por una política abiertamente revolucionaria. Las posibilidades de la vía revolucionaria, de la insurrección popular, eran muy dudosas (si no, nulas), como habían probado, primero, el fracaso de la Comuna parisina de marzo de 1871 y luego, en 1874 y 1877, el desastre de los intentos insurreccionales de los anarquistas italianos en Bolonia y Benevento. La vía terrorista, "la propaganda por el hecho",-que los anarquistas intentaron en las décadas de 1880 y 1890 con atentados como los "magnicidios" de Sadi-Carnot, al jefe del gobierno español Cánovas del Castillo, a la emperatriz austríaca Isabel, al rey de Italia Humberto I o McKinley o como los que se produjeron en Chicago (1886), en la Bolsa de París (1886), en la Cámara de Diputados francesa (1893), en la estación de Saint-Lazare de París (1894), en el teatro Liceo de Barcelona (1893), en la procesión del Corpus Christi de esta última ciudad (1896)- sólo trajo, además de muertes inútiles, una durísima represión y nuevos fracasos. Los socialistas optaron por la participación electoral y el gradualismo reformista, y por el abandono de posiciones estrictamente revolucionarias. La contradicción estuvo en que la mayoría de los partidos siguió manteniendo en sus programas y manifiestos oficiales términos, conceptos y objetivos radicales y maximalistas. El Partido Obrero de Francia, de Jules Guesde, por ejemplo, se aferró a una rígida interpretación del marxismo, que subrayaba la acción política independiente de los trabajadores como vía hacia la conquista del poder político y rechazaba en la práctica toda posible colaboración con otros partidos de la izquierda. El SPD alemán incorporó a su programa oficial -aprobado en el congreso de Erfurt de 1891 y no modificado en muchísimos años- como objetivos esenciales la "dictadura del proletariado y la socialización de los medios de producción". La doctrina fundacional del Partido Socialista Italiano, inspirada por el filósofo napolitano Antonio Labriola, buen conocedor del pensamiento de Hegel y Marx y admirador del SPD, era también ortodoxamente marxista. La excepción evidente fue, como enseguida veremos, el laborismo británico. Pero incluso en el continente, en la práctica, las cosas fueron distintas. En Francia, la intransigencia doctrinal de Guesde hizo del POF un partido minoritario y sectario, centralizado y muy disciplinado, pero encerrado en su pequeño bastión de las regiones textiles del Norte. En 1881 ya se produjo una escisión "posibilista" dentro del partido -liderada por Paul Brousse que creó la Federación de Trabajadores Sociales- de la que, a su vez, se escindiría en 1890 un ala sindicalista, dirigida por Jean Allemane, que crearía el Partido Socialista Obrero Revolucionario, más proclive a primar la acción sindical y la lucha económica que la vía electoral y política. La insistencia de Guesde en subordinar la política sindical a la acción política, tan contraria a la vieja tradición proudhoniana francesa de apoliticismo y localismo -que, en cambio, entendieron muy bien Pelloutier o Allemane-, hizo que los guesdistas tuvieran muy escasa fuerza en las "bourses du travail" y en la CGT. Al margen del POF, aparecieron, además, otras corrientes socialistas. Los blanquistas, continuadores del patriotismo popular revolucionario y del asambleísmo socialista y democrático de Louis Auguste Blanqui (1805-1881) -protagonista de todas las revoluciones francesas desde 1839 a 1871- crearon en 1898 el Partido Revolucionario Francés, dirigido por Edouard Vaillant (1840-1915), con relativa fuerza en París y en la región del Cher. Algunos intelectuales de izquierdas como Lucien Herr, el bibliotecario de la Escuela Normal parisina, o como Benoit Malon, un obrero autodidacta y masón, evolucionaron al socialismo y, desde las numerosas revistas y periódicos que se autodefinían como socialistas (como La Revue Socialiste, de Malon), fueron incorporando a la vida intelectual francesa las ideas, debates y planteamientos del pensamiento socialista europeo, y desarrollando, así, un cuerpo doctrinal más abierto e integrador que el socialismo de Guesde. Más aún, algunos políticos republicanos, como Alexandre Millerand o como René Viviani, que en 1893 creó la Federación Republicano-Socialista del Sena, o como Jean Jaurès, se proclamaron igualmente socialistas, por lo que fue apareciendo un socialismo que era, sencillamente, una ampliación del republicanismo y de la democracia, un ideal republicano de reformas sociales. El socialismo francés era, como vemos, un rompecabezas de grupúsculos, partidos y tendencias que sólo tenían en común haber optado por la vida electoral y parlamentaria. El affaire Dreyfus les planteó, además, la cuestión de su posible participación en un gobierno de coalición de la izquierda, cuando al formarse en junio de 1899 un gobierno de defensa de la República -tras la amenaza de un golpe de Estado de la derecha-, el jefe del Gobierno, René Waldeck-Rousseau, ofreció a Millerand la cartera de Comercio e Industria. Aunque a corto plazo la mayoría de los socialistas desautorizaron el "ministerialismo" -en el congreso que, para dilucidar la cuestión, reunieron en París en octubre de 1899- hubieron ya de admitir que cabría aceptar la participación socialista en el poder en circunstancias excepcionales. Era el primer paso para superar aquella contradicción entre teoría y práctica en que se movían todos los partidos socialistas en toda Europa, y de forma más flagrante, los más radicalmente obreristas. Y primer paso, también, hacia lo que era la conclusión lógica de la opción electoral del socialismo: su transformación en un movimiento democrático de reformas sociales. En Francia, se requirió primero la unificación de los socialistas, proceso difícil y complicado que dejaría fuera a personalidades significativas (como Millerand, Viviani y Aristide Briand). En 1901, blanquistas y guesdistas se fusionaron en el Partido Socialista de Francia. En 1902, independientes, allemanistas y posibilistas crearon el Partido Socialista Francés, dirigido por Jaurès. Ambos partidos se fusionaron en abril de 1905, como ya quedó dicho, en la SFIO que, como también se indicó, bajo la influencia de Jaurès, se transformó en los años posteriores en un verdadero partido socialista de masas de ámbito nacional, y se configuró como una auténtica opción gubernamental de izquierda. Jaurès se significó ante todo por su oposición radical al nacionalismo francés y por su voluntad de asegurar la paz en Europa mediante la aproximación entre los obreros franceses y alemanes: por eso fue asesinado el 31 de julio de 1914 por un patriota francés en un café de París. Pero antes de esa fecha, el liderazgo de Jaurès había transformado la SFIO. Nacido en Castres en 1859, de familia de clase media, profesor, primero de enseñanza media y luego de universidad (en Toulouse); historiador de la Revolución francesa; republicano convertido al socialismo por influencia de Lucien Herr y "dreyfusard" apasionado, parlamentario excepcional, Jaurès concebía el socialismo como un humanismo radical y democrático, como un proyecto de justicia social y libertad individual, como un ideal de fraternidad y de defensa de los derechos del individuo, es decir, como la materialización de los ideales democráticos de la Revolución francesa. Y en eso se transformó la SFIO, que fue, así, mucho más que un partido de la clase obrera francesa (aunque Jaurès entendió muy bien las razones del obrerismo francés, incluso apoyó la teoría sindicalista de la huelga general y propició una clara aproximación entre su partido y la CGT que daría sus frutos desde 1910). Con Jaurès, por tanto, el socialismo francés se hizo liberal y democrático. Parecida resultó la labor que en el socialismo italiano vino a desempeñar Filippo Turati (1857-1932), el intelectual milanés fundador en 1891 de la Liga Socialista de Milán y de la revista Critica Sociale, núcleos de los que saldría en 1892 el Partido Socialista Italiano. Porque Turati, procedente del radicalismo republicano, marxista ecléctico y positivista, era ante todo un realista que, si bien siempre creyó que la emancipación de los trabajadores requería la creación de un partido político obrero, concebía que el paso a una sociedad socialista sería resultado de una evolución lenta (y no, el fruto de una revolución violenta). Por eso que, tras una primera etapa (1892-94) de gran intransigencia doctrinal e intensas polémicas con otras fuerzas de la izquierda -con el objetivo de definir el espacio político e ideológico del PSI-, Turati y sus colaboradores más cercanos (Anna Kulischov, Leonida Bissolati, Claudio Treves y otros) abrieron el PSI a la colaboración con otras fuerzas liberales y democráticas. La ocasión la propició la durísima represión que, primero, en 1894 y luego, en 1898 desencadenaron los gobiernos -Crispi, en el primer caso; Di Rudini y Pelloux, en el segundo- como respuesta respectivamente a los fasci sicilianos (una amplia revuelta agraria que se extendió por Sicilia en 1894) y a los hechos de Milán de mayo de 1898 (por los que el mismo Turati fue condenado a 12 años de cárcel). Pero la verdadera razón era la concepción gradualista y democrática que Turati y quienes luego formarían con él el sector reformista del PSI tenían del socialismo. Turati valoró por ello muy positivamente la apertura democrática que en la política italiana se inició con la llegada al poder en febrero de 1901 del gobierno Zanardelli-Giolitti y que se prolongó durante toda la edad giolittiana (1901-1914). Y en efecto, el PSI vino a ser un partido democrático y parlamentario, basado en fuertes sindicatos moderados -la CGIL estuvo dirigida por el reformista Rigola y se opuso a la estrategia sindicalista de la huelga general- y favorable a apoyar en el Parlamento la política reformista de Giolitti (aunque la dirección socialista rechazó las ofertas ministeriales que éste hizo al partido en más de una ocasión). El problema fue que los reformistas no tuvieron nunca el pleno control del partido. En 1904-06, perdieron la mayoría en la ejecutiva en favor de los sectores maximalistas entonces encabezados por Enrico Ferri. En 1907, se escindió, como ya se dijo, el ala sindicalista del partido (y de la CGIL). El mismo núcleo reformista no era homogéneo. Desde la izquierda, el historiador Gaetano Salvemini (1873-1957) criticó el abandono por el PSI del problema meridional -lo que era cierto: Turati siempre desconfió del Sur-, y reclamó el sufragio universal como primer paso hacia la conquista de los ayuntamientos por los socialistas, pieza clave, en su opinión, para la transformación social de Italia (Turati, en cambio, temía que la extensión del sufragio favoreciese al voto conservador). Desde la derecha, Bissolati y Bonomi -partidarios de transformar el PSI en un partido laborista- querían una más intensa colaboración con Giolitti. En 1909, expresaron su deseo de votar a favor del aumento de los gastos militares propuesto por el Gobierno; en diciembre de 1911, cuando el Ejército italiano desembarcó en Libia, Bissolati y Bonomi y otros socialistas apoyaron públicamente la empresa (como también lo hicieron los nacionalistas, algunos sindicalistas revolucionarios y buena parte del mundo católico y de la opinión pública general; Turati, que siempre fue internacionalista y pacifista, se opuso; la CGIL declaró la huelga general pero, salvo excepciones locales, sin éxito). Más todavía, la guerra de Libia y la radicalización obrera de los años 1911-14 erosionaron irreversiblemente la hegemonía turatiana. La corriente revolucionaria, encabezada por Costantino Lazzari y Benito Mussolini, uno de los dirigentes de la provincia de Romagna, se hizo con la dirección del PSI en el congreso del partido de julio de 1912. Los bissolitianos fueron expulsados, Mussolini se encargó de la dirección de Avanti, el órgano del partido, y el PSI, pese a la oposición de Turati y los reformistas, pasó a encabezar con sindicalistas revolucionarios y otros grupos radicales la agitación social y antigubernamental de aquellos años, que culminó, como vimos, en la settimana rossa de junio de 1914. Había, pues, dos almas en el socialismo italiano, como se vería en los años 1919-22. El alma maximalista se había traducido en el charlatanismo revolucionario de Ferri en 1904 y en el voluntarismo populista de Mussolini en 1912-14, y se manifestaría en el aislamiento e impotencia revolucionarios en que el PSI naufragaría en la postguerra bajo la dirección de Giacinto Menotti Serrati. El alma reformista -Turati, sobre todo- le dio en cambio su definición y estrategia más coherentes: vía parlamentaria, programa gradualista de reformas democráticas, apoyo a los sectores liberales y progresivos de la sociedad y de la política italianas. El dilema era el mismo en todo el socialismo europeo, y se materializó políticamente en torno al caso Millerand, e intelectualmente, tras la publicación en 1898 de unos artículos del dirigente social-demócrata alemán Eduard Bernstein (1850-1932), recogidos como libro bajo el título de Las premisas del socialismo en 1899, que provocaron la crisis del revisionismo, la mayor tormenta intelectual que el socialismo europeo iba a conocer antes de 1914 (y decisiva para toda su historia). Y es que Bernstein no era simplemente un reformista como pudieron serlo Turati, Jaurès o tantos otros socialistas europeos, sino que sus tesis proponían una revisión crítica en profundidad del marxismo como teoría revolucionaria (además de que Bernstein, hombre de origen modestísimo, miembro de una familia obrera judía de quince hermanos, era, por su honestidad personal, falta de ambiciones políticas, limpieza intelectual y hasta por su amistad con Engels, una de las personas más respetadas y estimadas en el SPD). En efecto, Bernstein revisaba en sus artículos algunos de los principales argumentos del marxismo: Contra lo que la ortodoxia doctrinal socialista había venido manteniendo, afirmaba que ni el campesinado se hundía, ni la clase media se proletarizaba, ni las crisis del capitalismo eran cada vez mayores, ni el empobrecimiento social iba en aumento. Lo que en su opinión cabía deducir de la evolución económica y social de los últimos años era todo lo contrario: que la vida colectiva había mejorado sensiblemente, que el capitalismo se había desarrollado espectacularmente y mostraba una gran capacidad para resolver sus crisis, y que aumentaba el volumen e influencia de las clases medias en la sociedad. Las conclusiones políticas que Bernstein pensaba había que deducir de sus análisis eran obvias: el socialismo debía ser un ideal moral, no el fruto de un análisis científico de la vida económica; y debía entenderse como un proceso gradualista y reformista que, a partir del propio capitalismo, transformase la sociedad por vía democrática. El SPD, y el socialismo europeo, renunciando a lenguajes y procedimientos apocalípticos, debían transformarse en partidos democráticos y reformistas. El debate en torno al revisionismo teórico fue muy intenso y se saldó con un resultado paradójico: porque, al tiempo que las ideas revisionistas eran refutadas por los principales ideólogos del SPD -Bebel, Kautsky, la joven polaca Rosa Luxemburgo- y condenadas en los congresos del partido de Hanover (1899), Lübeck (1901) y Dresde (1903), en la práctica, el SPD y sobre todo los grandes sindicatos socialistas actuaban de hecho como partido y sindicatos gradualistas, moderados y reformistas. Por una primera razón: porque el movimiento socialista y sindical alemán se había convertido en una formidable organización -380.000 afiliados al partido y 1.690.000 a los sindicatos en 1906, unos 4.000 funcionarios, 94 periódicos (en 1914), 81 diputados (en 1903), centenares de concejales y diputados regionales, y un formidable entramado financiero, cultural, patrimonial y asistencial-; y porque, en consecuencia, los aparatos burocráticos de partido y sindicatos tenían ya mucho que perder en caso de una confrontación con el Estado y la sociedad alemanas (y así, los sindicatos alemanes repudiaron desde 1905-06 la tesis de la huelga general, y sobre todo, la huelga general política, explícitamente rechazada en el congreso de Magdeburgo de 1910). Pero, sobre todo, porque la mayoría de la clase obrera, lejos de ser revolucionaria asumía muchos de los valores, creencias y prejuicios dominantes en la sociedad alemana y participaba del espíritu de orgullo y autosatisfacción nacionales que la unidad, primero, y la industrialización y la expansión colonial, luego, habían generado. Ello se manifestó en el interior del SPD en las discusiones suscitadas por la cuestión nacional y el militarismo, y ante la hipótesis de una posible guerra europea. De hecho, sólo una minoría de extrema izquierda -cuyos portavoces eran Karl Liebknecht, G. Ledebour, Rosa Luxemburgo, Kurt Eisner, Hugo Haase, Franz Mehring y otros- era radicalmente antimilitarista y anticolonialista. En escritos como Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) y Acumulación de capital (1912), Rosa Luxemburgo había defendido las huelgas espontáneas de masas como forma de acción revolucionaria, y denunciado el imperialismo y la guerra como consecuencias lógicas de la evolución del capitalismo. Pero la mayoría del SPD pensaba de otra forma. Todavía en 1907, en su folleto Patriotismo y socialdemocracia, Karl Kautsky, el campeón del centrismo ortodoxo del partido, insistía en que el patriotismo era un valor de la burguesía ajeno por completo a las preocupaciones del proletariado, y, bajo su influencia y la de Bebel, el SPD pareció reafirmarse en el prudente antimilitarismo e internacionalismo tradicionales en el partido, ratificados, por ejemplo, en el congreso de 1912. Pero desde 1907, la derechización de un sector del partido fue evidente. Incluso, fue tomando cuerpo una corriente socialista-imperialista, partidaria de la política internacional alemana y hasta de apoyar el esfuerzo militar si el país se veía finalmente provocado -como se temía- a la guerra por Francia y su aliado, Rusia. Los acuerdos pacifistas del congreso de 1912 fueron en parte engañosos. En efecto, en el congreso siguiente, celebrado en Jena en septiembre de 1913, los delegados aprobaron por mayoría la actuación de los parlamentarios que, meses antes, habían votado los créditos militares solicitados en el Reichstag por el gobierno (so pretexto de que se financiarían a través de una reforma fiscal progresiva). El dilema que dividió al socialismo continental no existió para el laborismo británico. Éste nació como un movimiento reformista, pragmático y parlamentario, y careció por ello de grandes preocupaciones teóricas e intelectuales. Ya fue revelador que la razón que llevó a los sindicatos británicos, al TUC, a crear un partido político propio fuera, no la influencia de teorías socialistas, sino la aspiración a repeler en el Parlamento ciertas medidas legales antihuelguísticas aprobadas en 1896 y 1901, que limitaban la acción de los piquetes y preveían multas a los sindicatos en caso de huelgas ilegales. También lo fue que el socialismo de Keir Hardie, el líder del Partido Laborista Independiente y alma del laborismo, se derivara más de su estricto puritanismo evangélico que del marxismo o de algún otro corpus ideológico elaborado y coherente (Hardie era un trabajador escocés de origen modestísimo y sin estudios). De hecho, el Partido Laborista no tuvo un verdadero programa político hasta 1918. Antes de esa fecha, bajo el liderazgo del propio Hardie, de Ramsay MacDonald (1866-1937), secretario del partido y su portavoz parlamentario, Philip Snowden y Arthur Henderson, el laborismo fue, en términos ideológicos, simplemente un amplio ideal socializante, basado en una ética igualitaria, que reclamaba un activo papel del Estado en la regulación de la sociedad. MacDonald, escocés como Hardie y de origen también humilde y oscuro, era, por ejemplo, hostil a toda concepción materialista de la historia y a toda visión utópica del socialismo. Como escribió en folletos como Socialismo y sociedad (1905) y El movimiento socialista (1911), concebía la sociedad como un organismo en evolución gradual hacia formas cada vez más democráticas e igualitarias de funcionamiento; y entendía que el camino hacia el socialismo era el parlamento, la municipalización y nacionalización de servicios, y la igualdad de oportunidades a través de la extensión y reforma de la educación.
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Para el judaísmo Dios es una entidad trascendente y creadora, origen de todo lo conocido y lejos de la capacidad de entendimiento humana. Dios, presente (Shekhinah) en el mundo por Él creado, se manifiesta a los hombres a través de medios diversos, dotando a la existencia terrenal de un sentido moral. Dios, cuya esencia es la bondad, renuncia voluntariamente a su control sobre el mundo para dejar a los hombres seguir su libre albedrío, a fin de que ésta pueda demostrar su grado de madurez. Así, según la tradición cabalística conocida como tzimtzum (autolimitación), Dios, creador del bien y del mal, deja a los hombres inclinarse hacia uno u otro lado, aunque corresponde a la naturaleza humana acercarse más bien a lo segundo. El judaísmo reconoce la imposibilidad humana para definir y caracterizar a Dios, por lo que recurre a un complejo lenguaje metafórico y simbólico. Se recurre entonces a enumerar sus atributos, que sirven de ejemplo y guía moral. Los dos más importantes son la justicia y la misericordia. Sin embargo, Dios sí tiene un nombre, usado comúnmente en los tiempos bíblicos. El nombre usado es el llamado tetragrámaton, las cuatro letras que comprenden el nombre de Dios y que en hebreo corresponde a las consonantes YHWH. Con el tiempo se consideró que este nombre no debía ser pronunciado, siendo usados otros sustitutivos como Adonai (mi señor). Para algunos judíos también Adonai adquirió sacralidad, lo que hizo que se emplearan fórmulas como Hashem (el Nombre). Otra forma de referirse a Dios es mediante la utilización de alguno de sus atributos, como el Sagrado o el Misericordioso. La alianza (brit) de Dios con lo creado es de diversos tipos. Por una lado, personal, entre un individuo y Dios, sellada con la circuncisión (brit milah). Por otro, entre Dios y un pueblo, que se simboliza por el compromiso adquirido en el Sinaí. Esta alianza entre Dios e Israel recuerda una relación de vasallaje, como la que establecían en Oriente Próximo ciertos jefes supremos. La alianza de Dios con Israel fijaba que, a cambio de su liberación como pueblo, los judíos debían reconocer la soberanía de Dios mediante la observancia de los mandamientos. Se trata de una especie de contrato o pacto, en el cual se estipula que Dios debe velar por el pueblo hebreo a cambio del cumplimiento de éste de la ley judía. Esta relación íntima y exclusiva entre Dios e Israel queda expresada en la oración del Shema, es decir, la profesión de fe judía. Llamada así por la primera palabra del Deuteronomio, 6, 4, dice: "Oye (Shema), Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová, uno solo es".