En los siglos XIV y XV aumentó muchísimo el dominio de los mercaderes latinos -venecianos, genoveses, catalanes, algunos provenzales- en las rutas navales y puertos del Próximo Oriente y norte de África, y su control del comercio llevado a cabo en ellas. Tanto los griegos como los musulmanes quedaron reducidos a funciones de escasa importancia o complementaria: algún comercio de cabotaje, actividad como factores de los occidentales, etc. Es cierto que en el siglo XV aún había algunos comerciantes griegos que traficaban directamente con Alejandría, Ragusa o Venecia, pero eran la excepción. Igualmente, en el Egipto mameluco, los poderosos mercaderes karimi, intermediarios en el trafico de especias, habían quedado sujetos a la condición de agentes del poder político desde la tercera década de aquel siglo, y con ellos desapareció la última manifestación de alta burguesía mercantil que aun permanecía en el país. Los barcos de los occidentales dominan el Mediterráneo, y los musulmanes y griegos los utilizan para sus viajes y negocios: cocas o barcos redondos que alcanzan a fines de la Edad Media las 360 a 480 toneladas de desplazamiento, grandes carracas genovesas, mayores aún, galeras de hasta 200 o 250 toneladas. La moneda de oro utilizada en todas partes como patrón de los intercambios es el ducado o florín: ni los bizantinos acuñan oro desde el hundimiento del "hyperpere" en el siglo XIII, salvo para imitar al ducado a veces, ni tampoco los otomanos; los mamelucos, en cambio, mantienen el dinar de oro y en el Magreb y Granada corren doblas, de tipo almohade, de muy buena calidad. Los mercaderes occidentales superaron paulatinamente los antiguos procedimientos de comercio llevados a cabo por barcos o comerciantes particulares, añadiendo a ellos itinerarios más complejos, con diversas escalas, que enlazaban, además, las rutas del Mediterráneo con las del Atlántico. Aquella actividad llegó a su plenitud en el siglo XV, aunque conservando los antiguos marcos legales creados desde el XII y el XIII: tratados comerciales, barrios o "funduks" propios y cónsules en las principales plazas, ventajas aduaneras, etc. Es preciso estudiar conjuntamente o, al menos, en relación, el comercio que desarrollaron en ámbitos sujetos a poderes políticos diversos y en condiciones fluctuantes, a las que se añadía la rivalidad entre las diversas naciones de mercaderes occidentales. Así ocurría, por ejemplo, entre Venecia y Génova, enfrentadas por el dominio de los mercados griegos y balcánicos. Los genoveses alcanzaron sus mejores posiciones entre 1261 y 1270, tanto en el Egeo como en el Mar Negro, gracias a la ayuda prestada a Miguel VIII, las consolidaron en la misma Constantinopla entre 1294 y 1299 y, de nuevo, entre 1345 y 1349, o entre 1375 y 1381, cuando Venecia pretendió hacer efectivo el dominio sobre la isla de Tenedos, junto a la entrada de los Dardanelos. En 1431, los genoveses defendían sus posiciones en Chipre y Quíos contra amenazas venecianas. Por entonces, sin embargo, el mayor peligro para ambos contendientes era la expansión turca. La organización del comercio veneciano fue más sólida, al estar coordinada y respaldada directamente por el poder político de la ciudad, que organizaba las flotas (muda), con barcos de propiedad estatal, en los que debían viajar y cargar sus productos los mercaderes. Había flotas regulares hacia Bizancio, Siria, Egipto, norte de África y Atlántico. Además, Venecia llegó a construir un pequeño imperio colonial, para asegurar el tráfico y sus escalas en la Romania, verdadera prolongación del golfo de Venecia y de su dominio en el Adriático, según señala F. Thiriet, a la que se accedía a partir de Durazzo y Corfu, conquistadas en 1390-1392. Los enclaves continuaban en el Peloponeso (Corón, Modón), Creta o Candía, que era la posesión principal, la isla de Eubea o Negroponto y el "arcipélago" de islas del Egeo. El conjunto recibía el nombre de "Romania Bassa", por contraposición a la Alta, de la que formaban parte las costas de Macedonia y Tracia y los estrechos hacia el Mar Negro, de modo que Constantinopla era el limite extremo de la Romania. Los genoveses actuaban mediante compañías privadas, o bajo el amparo de la banca o "Cassa di San Giorgio" en el siglo XV, pero la "signoria" de la ciudad sólo intervenía en el piano diplomático. Contaban también con escalas y dominios importantes, pero dotados casi siempre de mucha mayor autonomía, más dispersos y difíciles de defender. El principal fue la isla de Quíos, donde se mantuvieron hasta 1566, centro del comercio de alumbre; contaron también con enclaves en Samos, Focea y Lesbos, con un barrio en Constantinopla, el de Pera o Gálata que era, de hecho, una ciudad aparte, en la otra orilla del Cuerno de Oro. Mantuvieron colonias en el Mar Negro, donde su dominio era mayor desde que el Tratado de Ninfea con el Imperio les abrió aquel espacio (año 1261): Sinope, Amástris, Trebisonda, Soldaia y Caffa, que era su terminal de las rutas hacia Rusia, del mismo modo que Tana lo fue para los venecianos. Conquistaron, además, Famagusta en Chipre (1373), lo que les facilitó un punto de apoyo excelente para el comercio con Cilicia, Siria y Egipto, semejante al que los mercaderes catalanes encontraban en la isla de Rodas, dominio de la Orden de San Juan del Hospital. Mientras que Venecia se pudo mantener en muchos de sus enclaves de la Romania y concentró cada vez mayor volumen de comercio con el Egipto mameluco, para los genoveses eran dominantes los intereses mercantiles en el Mar Negro, costa oeste de Asia Menor y Anatolia, por lo que procuraron mantener la convivencia con los otomanos, pero las dificultades aumentaron mucho desde los anos 1460 y, coincidiendo con ellas, Génova intensificó el desplazamiento de sus actividades hacia el Mediterráneo occidental, que venía siendo otro de los escenarios habituales de su comercio desde el siglo XII. Los tráficos hacia el Levante mediterráneo movían gran cantidad y variedad de productos. Venecia y Dubrovnic (Ragusa) adquirían plata, plomo y cantidades menores de oro y cobre de Bosnia y Serbia, así como sal de toda la costa dálmata. Grecia y Creta proporcionaban cereales, uva pasa, seda en gran cantidad y vinos de Morea muy apreciados (malvasías) y pronto imitados por los productores occidentales. En Creta concentraban los venecianos productos con destino a Cilicia, las islas del Egeo y Alejandría: cereales, sal, resinas, madera, caballos, esclavos procedentes de los mercados del Mar Negro. Algo semejante hacían los genoveses en Quíos, centro de almacenamiento y reexportación hacia el oeste del alumbre extraído de las minas de Focea, el trigo del Mar Negro, sedería y especias, azúcar, vinos y algodón de Chipre. A partir de Constantinopla y Pera los genoveses dominaban buena parte del comercio del Mar Negro desde 1261. En 1275, el kan tártaro de la Horda de Oro les autorizó para construir la colonia de Caffa, y en los decenios siguientes controlaron también las bocas del Danubio. Bizancio había perdido así el monopolio del comercio en el Mar Negro que, hasta 1204, había sido la "pieza maestra de su sistema comercial" (M. Balard), a manos de venecianos y, sobre todo, de genoveses, que se beneficiaron de la "pax mongolica" para desarrollar un activo comercio de cereales -de los que la misma Constantinopla se abastecía-, pescado salado, pieles y cueros, madera, cera, esclavos, seda persa y también especias venidas por las rutas terrestres. La decadencia griega era, sin embargo, compatible con la continuidad y auge de su influjo cultural, campo en el que los mercaderes italianos no competían. De todos modos, las destrucciones provocadas por Tamerlán y las dificultades cada vez mayores para mantener abiertas las rutas terrestres al norte y este del Mar Negro produjeron un declive en la importancia de aquellos mercados durante el siglo XV, en contraste con lo que sucedía en el Levante mediterráneo. En él, un ámbito importante era la Pequeña Armenia o Cilicia, en el sur de Anatolia, en torno a Lajazzo, donde desembocaban las rutas terrestres procedentes de Mesopotamia, norte de Persia y Mar Caspio, especialmente transitadas durante la época de dominio del iljanato: por ellas llegaban al Mediterráneo especial, azafrán, cera y miel, lanas y cueros, manufacturas de las ciudades musulmanas del interior y esclavos. Pero la dificultad creciente para mantener aquellos enlaces terrestres o a través del Mar Negro provocó el auge de Alejandría y de algunos otros puertos, como Beirut, bajo dominio mameluco, en especial desde finales del siglo XIV. En el comercio que los latinos realizaban allí se resume a la perfección todos los intereses y mercancías que confluyeron en aquellos tráficos. El llevado a cabo con Alejandría había ido creciendo desde mediados del siglo XII y alcanzó un momento de plenitud cien años después, aprovechado, entre otros, por los mercaderes catalanes, que tuvieron cónsul en la plaza desde 1262. Pero la caída de San Juan de Acre y el desarrollo de las rutas terrestres controladas por el iljanato y de las que terminaban en el Mar Negro produjeron un tiempo de eclipse relativo del que comenzó a salir el comercio alejandrino después de la desintegración del poder de los iljanes y de los primeros choques violentos con los tártaros de la Horda de Oro, que saquearon Tana en 1343 causando daños muy cuantiosos a venecianos y genoveses. El asalto a Alejandría realizado por el rey Pedro I de Chipre en 1365 fue un revés fuerte por las pérdidas y represalias que provocó, pero pasajero, pues las rutas alternativas estaban decayendo, en especial durante la época de Tamerlán. Los venecianos eran los principales interesados en el mercado alejandrino, donde adquirían muchos productos que redistribuían desde Venecia misma, mientras que, por el contrario, los genoveses viajaban directamente desde Alejandría hasta las plazas atlánticas, en especial Brujas y Londres. A fines del siglo XIV se incrementó la presencia de mercaderes de otras procedencias, en especial catalanes, florentinos, napolitanos y algunos sicilianos. En aquel momento, las principales partidas de las exportaciones occidentales eran paños, sobre todo, lienzos de lino o sargas, cobre, estaño y plomo, algunos productos agrícolas y los esclavos, madera y material primes traídas del área del Mar Negro. Las compras o importaciones se referían a las especias de procedencia india -la pimienta representaba el 60 al 80 por 100 y el jengibre el 10 al 15-, el algodón egipcio y sirio, muy utilizado ya por las manufacturas de Milán y diversas ciudades de Europa central, el azúcar y algunos otros productos (piedras preciosas, tintes). En los años normales, los occidentales compraban por valor de más de 1 millón de dinares; venecianos, genoveses y catalanes adquirían por valor de 200.000 a 250.000 cada cual, pero la tendencia al alza de Venecia era evidente -casi 500.000 dinares en los primeros años del siglo XV-, mientras que la política más agresiva de genoveses y catalanes provocaba represalias y una decadencia de su actividad que afectó antes a éstos -desde los años 1430- que a aquéllos pues el declive del comercio genovés en Alejandría no sucedió hasta el último cuarto del siglo XV cuando todavía importaba por valor de 130.000 a 150.000 ducados, mientras que Venecia -en el apogeo de su comercio alejandrino-lo hacía por importe de 600.000 cada ano, como promedio. Hacia 1500, aquel trafico movía de 1.100.000 a 1.500.000 ducados anuales, y los beneficios eran, sin duda, muy apreciables: entre 20 y 25 por 100 de ganancia neta en las especias, hasta 40 a 50 por 100 en el algodón. La competencia y agresividad comercial de los occidentales influyeron mucho en la decadencia que desde principios del siglo XV padecieron las manufacturas egipcias y sirias (paños, papel, astilleros...); a ello se añadieron algunos retrasos tecnológicos, por ejemplo en la obtención del azúcar de caña, más caro por no emplear los nuevos trapiches y por convertirse en monopolio estatal, y la sustitución de los mercaderes de especias (karimi) por funcionarios del sultán, ordenada por Barsbay: ambos hechos sucedieron entre 1423 y 1427; al año siguiente el sultán reglamentaba estrictamente el comercio de algodón. Todo aquello suponía más trabas burocráticas, abusos e impuestos pero, en definitiva, los mercaderes occidentales lo compensaban aumentando el precio de las mercancías que traían al Imperio mameluco, con las que obtenían frecuentemente beneficios de entre 50 y 100 por 100, y los sultanes no podían evitar fenómenos de fondo, como lo fue la mayor oferta y descenso de precios de las especial desde mediados de siglo. El comercio con el Magreb y Granada se desarrollaba en circunstancias algo distintas pues la gama de mercancías ofrecidas era diferente, y los poderes políticos tenían menos fuerza para intervenir -nunca pudieron, por ejemplo, establecer monopolios propios-, aunque practicaron los mismos tipos de control sobre la presencia de mercaderes extranjeros y sobre los lugares de almacenamiento y venta de algunos productos más valiosos -la seda de Granada, por ejemplo- que se encuentran también en el Próximo Oriente, tanto bizantino como musulmán. En las escalas portuarias de Berbería, recorridas a menudo en viajes de cabotaje o "per costeriam", nombre con el que se conocen en Génova, los mercaderes de esta ciudad, los de Venecia, a través de sus "mudae" oficiales, los catalanes y valencianos, los castellanos y andaluces, desde sus bases en Sevilla y sus antepuertos atlánticos, traficaban con los diversos productos ofrecidos por los musulmanes: oro y esclavos del África subsahariana, caballos de raza, cereales de Ifriqiya y el Magreb atlántico, cera y miel, cueros, frutos secos, uva pasa de Málaga, pimienta de Guinea o malagueta, orchilla y grana, índigo, goma arábiga, fibras textiles (lana, lino, seda de Granada), alfombras, etc. La oferta occidental incluía también alimentos, en periodos de escasez -trigo, frutos- o habitualmente -sal, pescado-, a veces productos estratégicos -armas, pólvora, caballos- y manufacturas diversas, pero, sobre todo, pañería inglesa, en el siglo XV, y, en menor cantidad, la de otras procedencias más antiguas (flamenca, italiana, catalana). A veces, compañías de mercaderes occidentales conseguían concesiones en monopolio para la compra y exportación de determinados productos, como sucedió con el coral de Túnez o las uvas pasas, higos y almendras de Granada a mediados del siglo XV: así aumentaba la dependencia de unas economías ricas en determinadas materias primas pero mal defendidas políticamente, tanto en la Berbería mediterránea o de Levante como en la atlántica o de Poniente y en la Granada nasrí, donde se sucedían las escalas de mercaderes: entre las principales, de Este a Oeste, Trípoli, Sfax, Túnez, Constantina, Bugía, Argel, Orán, Honein, Almería, Málaga, Ceuta, Arcila, Larache, Salé, Mazagán, Safi, Agadir...
Busqueda de contenidos
video
Contra lo que puede parecer lógico, tanto el Dos de Mayo como su compañero El Tres de Mayo, no se pintaron al iniciarse la Guerra de la Independencia, sino al finalizar ésta en 1814. Goya se dirige al Consejo de Regencia, presidido por el cardenal D. Luis de Borbón, solicitando ayuda económica para pintar las hazañas del pueblo español, el gran protagonista de la contienda, en su lucha contra Napoleón. Goya ha querido representar aquí un episodio de ira popular: el ataque del pueblo madrileño, mal armado, contra la más poderosa máquina militar del momento, el ejército francés. En el centro de la composición, un mameluco, soldado egipcio bajo órdenes francesas, cae muerto del caballo mientras un madrileño continúa apuñalándole y otro hiere mortalmente al caballo, recogiéndose así la destrucción por sistema, lo ilógico de la guerra. Al fondo, las figuras de los madrileños, con los ojos desorbitados por la rabia, la ira y la indignación acuchillan con sus armas blancas a jinetes y caballos mientras los franceses rechazan el ataque e intentan huir. Es significativo el valor expresivo de sus rostros y de los caballos, cuyo deseo de abandonar el lugar se pone tan de manifiesto como el miedo de sus ojos. En suma, Goya recoge con sus pinceles cómo pudo ser el episodio que encendió la guerra con toda su violencia y su crueldad, para manifestar su posición contraria a esos hechos y dar una lección contra la irracionalidad del ser humano, como correspondía a su espíritu ilustrado. La ejecución es totalmente violenta, con rápidas pinceladas y grandes manchas, como si la propia violencia de la acción hubiera invadido al pintor. El colorido es vibrante y permite libertades como la cabeza de un caballo pintada de verde por efecto de la sombra. Pero lo más destacable del cuadro es el movimiento y la expresividad de las figuras, que consiguen un conjunto impactante para el espectador. Otra guerra, en este caso la Civil española de 1936, provocó serios daños en el lienzo. Al ser transportado el cuadro y su compañero desde Valencia a Barcelona, por orden del gobierno de la República para evitar que las tropas del general Franco tomaran el tesoro pictórico que constituía el Museo del Prado, la camioneta que los llevaba sufrió un accidente, rompiéndose la caja que los protegía y rasgando el lienzo en la parte izquierda. Tras la restauración de las obras, se dejaron en esa zona sendos espacios pintados en marrón, de nuevo para recordarnos la sinrazón de la guerra.
contexto
EL DOZENO LIBRO Tracta de cómo los españoles conquistaron a la ciudad de México Al lector Aunque muchos han escrito en romance la conquista de esta Nueva España, según la relación de los que la conquistaron, quísela yo escrevir en lengua mexicana, no tanto por sacar algunas verdades de la relación de los mismos indios que se hallaron en la conquista, cuanto por poner el lenguaje de las cosas de la guerra, y de las armas que en ella usan los naturales, para que de allí se puedan sacar vocablos y maneras de dezir proprias para hablar en lengua mexicana. Cerca de esta materia allégase también a esto que los que fueron conquistados supieron y dieron relación de muchas cosas que passaron entre ellos durante la guerra, las cuales ignoraron los que los conquistaron, por las cuales razones me parece que no ha sido trabajo superfluo el haver escrito esta hestoria, la cual se escrivió en tiempo que eran vivos los que se hallaron en la misma conquista, y ellos dieron esta relación, personas principales y de buen juizio, y que se tiene por cierto que dixeron toda verdad.
contexto
Durante los dos días en que los poderes públicos del Estado permanecieron dispersos por varios castillos del valle del oira, Churchill había tratado de decidir a su aliado a proseguir la lucha, pero de hecho se daba cuenta de la imposibilidad de hacerlo en territorio metropolitano. Así, el acuerdo firmado en abril, según el cual ninguna de las dos partes firmaría con Alemania la paz por separado, se vería gradualmente sustituido de forma tácita por la aceptación de la situación. Pero se mantenía la fundamental cuestión de la potente flota de guerra francesa, que se conservaba intacta y que en caso de caer en poder de los alemanes desequilibraría el balance de fuerzas en el Mediterráneo, en el que Inglaterra ostentaba la supremacía. Mientras tanto, se ha hecho pública la declaración de ciudades abiertas para todas las aglomeraciones mayores de veinte mil habitantes, para evitarles una suerte similar a la sufrida por la destruida Rotterdam. Edouard Herriot, presidente de la Cámara de Diputados y alcalde de Lyon, había impulsado esta medida tras el ataque que había sufrido su ciudad por parte italiana. En una Burdeos convertida en sede provisional de los poderes de la República, el clima se torna agobiante alrededor de los personajes que en esa hora van a decidir el destino de Francia como principales actores del drama que se está representando. Allí se van a enfrentar de forma definitiva dos posturas opuestas e irreconciliables. Por una parte, la sostenida por los partidarios de la continuación de la lucha a toda costa, y por otra, la de quienes apoyan la solicitud de armisticio al agresor, actitud ésta que progresivamente va ganando más partidarios con el paso de las horas. Ya para entonces el general De Gaulle había hecho la propuesta del traslado del Gobierno a Quimper, en Bretaña, con la finalidad de organizar desde allí la resistencia mientras el presidente y las cámaras marchaban a Ultramar. Pero a pesar del apoyo que esta opinión recibe por parte de Paul Reynaud, los generales del Estado Mayor no la aceptan y es rechazada. Uno de los más expresivos testimonios acerca de la atmósfera reinante en el Burdeos de aquellos momentos es el ofrecido por el historiador Emmanuel d'Astier. En él habla de una ciudad llena de rumores, en la cual cada edificio público abrigase un proyecto o un complot, mientras en la calle se arrastraban multitudes de refugiados carentes de alimentos y alojamiento. Las actitudes derrotistas encuentran aquí de esta forma un idóneo campo abonado para su rápida expansión. De Gaulle habla en sus memorias de la desidia y el abandono con que la clase política y la militar aceptaban los hechos consumados sin tratar de hacer nada para evitar el desastre. Con su personal estilo literario termina afirmando: "A la luz del rayo sobre la nación, el régimen aparecía en su terrible invalidez, en total desproporción y en total desconexión con la defensa, el honor y la independencia de Francia". Durante la jornada del 16 de junio, mientras los blindados de Rommel avanzan cerca de trescientos kilómetros por territorio francés sin hallar resistencia alguna, en el puerto de Burdeos se lleva a efecto una importante operación. Las reservas de oro y otros metales preciosos de los Bancos nacionales de Francia, Suiza, Bélgica y Polonia son embarcadas para ser trasladadas, vía Casablanca y Dakar, hasta los depósitos estatales de Canadá y los Estados Unidos.
contexto
Frente a esta evolución de la miniatura y de la pintura en Francia durante los siglos XIII y primera mitad del XIV que acabamos de ver, en Italia las cosas se desarrollaron de forma diferente. El seguimiento de la pintura gótica italiana durante el Duecento y el Trecento se centra en varias ciudades, relevantes igualmente en el campo de la plástica escultórica, y en monumentos o lugares muy específicos que, sin haber contribuido a la gestación de las nuevas corrientes, fueron receptoras de las novedades. En el primer caso hay que referirse a Roma, Siena y Florencia, en el segundo a la basílica de Asís, cuya decoración concentró a maestros de muy distinta procedencia y que por lo tanto contribuyó a interrelacionar corrientes, y a Nápoles. Esta última ciudad, centro del reino de los Anjou en la Italia meridional, aunque no poseyó una escuela propia, fue lugar de paso de grandes personalidades. Cavallini, Giotto, Simone Martíni..., son algunas de ellas. Es evidente que su situación es parangonable a la de Asís.Durante el Duecento, Italia se desmarca de otros países en lo que al lenguaje formal pictórico se refiere. Si lo que denominamos estilo 1200 se rastrea aquí y allá en Francia, Inglaterra, Península Ibérica..., en Italia es difícil hablar de bizantinismos en idénticos términos a los utilizados para estas zonas. No se detectan bizantinismos, porque su pintura es bizantina, no existe una recreación porque obras muy paradigmáticas se deben a artistas de esa procedencia (mosaicos de San Marcos de Venecia, o los de Sicilia por ejemplo) y otras menos espectaculares llegan a Italia directamente desde Oriente.Es precisamente el peso del mundo bizantino, la denominada "maniera greca" que se trasluce fuertemente aún en la obra de maestros como Cavallini o Cimabue, lo que caracteriza el Duecento en Italia. En Siena y Florencia otros pintores como Copo di Marcobaldo o Guido da Siena encarnan esta misma línea.Paralelamente a la pintura mural o sobre tabla, una de las peculiaridades del mundo italiano de este período lo constituye el mosaico. Se trata de una tradición que para explicar sus orígenes obliga a recurrir a Bizancio. Los mosaicos de Venecia o los de Cefalú y Palermo se deben a mosaistas orientales, pero sientan las bases para el desarrollo de este arte como carácter ya autóctono a lo largo de la segunda mitad del Duecento y del Trecento. Talleres surgidos en la Península ejecutan brillantemente composiciones creadas por maestros de la talla de Cimabue. Los mosaicos de la cúpula del Baptisterio de la catedral de Florencia, concluidos hacia 1325, que desarrollan un ciclo muy amplio con escenas del Antiguo y Nuevo Testamento se cuentan entre los más significativos. También lo son, a pesar de su excesiva restauración, los de la catedral de Pisa, o los que Pietro Cavallini y Jacopo Toriti realizan en los últimos años del siglo XIII en distintos puntos de Roma.Entre las personalidades artísticas que harán avanzar la pintura italiana, desde los presupuestos de la "maniera greca" hacia un lenguaje que sin abandonar el bizantinismo conlleva novedades, están Duccio en Siena y Pietro Cavallini en Roma. Este último, pintor y mosaísta, es el artífice que colabora más estrechamente con la corte papal en un período de crisis del Papado (la época de Nicolás III, de la familia de los Orsini) , que por lo mismo hace del arte un vehículo eficaz para mostrar una preponderancia que no existe, pero que se pretende recuperar o reivindicar a través de las formas externas. No es casual que sea entonces cuando se emprenda la restauración de la basílica de San Pedro, se inicie la construcción de un palacio en el Vaticano o se remodelen las iglesias más importantes de la ciudad.Pietro Cavallini colaboró estrechamente en este proyecto. Trabajó en San Pablo Extramuros (hacia 1287-1297), realizó los mosaicos de Santa María in Trastevere (hacia 1290) y pintó los frescos de Santa Cecilia in Trastevere (hacia 1290). En esta última destaca su magnífico Juicio Final, todavía de fuerte gusto bizantinizante, pero magnífico en su ejecución.
obra
En 1628 pintaba Terbbrughen este dúo musical, equiparable a los Dos muchachos cantando de Frans Hals, pintado tan sólo dos años antes. El tema de la música está muy relacionado con los sentidos y por tanto con el placer de la carne. La música se considera el instrumento de la lujuria y el símbolo de los amantes. La pareja que protagoniza el cuadro remite tanto a la idea de la música, como del sentido del oído y cómo no, del placer amoroso. Él es un soldado alegre y algo borracho, con la nariz colorada y cantando a grandes voces. Ella es una prostituta de carnes generosas y escote prometedor, muy parecida a las mujeres pintadas por Hals. La mujer acompaña cantando y dando palmas al soldado, llevando el ritmo. El ambiente es alegre, desbocado casi, lo que podría parecer una escena de género tal y como se usaba en la pintura holandesa del Barroco, aunque como hemos visto, es una ilustración de otros muchos conceptos.
obra
La afición de Fortuny por la música le llevará a utilizarla como protagonista de algunas composiciones como Fantasía sobre Fausto o esta imagen que contemplamos. Un hombre acodado al piano interpreta una canción mientras el que está de espaldas le acompaña tocando un instrumento; un tercero parece leer atentamente las partituras. La escena se desarrolla en un oscuro interior donde observamos un mueble con numerosos libros, papeles y objetos, colgando de él una mandolina en la zona izquierda. Este mueble es la parte más detallada del conjunto ya que para las figuras Fortuny emplea rápidos y empastados toques de óleo que apenas reparan en detalles. La estancia está bañada por una potente luz que penetra por la ventana izquierda, impactando en el cantante, quedando el fondo en penumbra. El empleo de tonalidades oscuras recuerda a la Escuela española del Barroco, siendo muy interesantes para el pintor catalán las frecuentes visitas que realizó al Museo del Prado ya que descubrió a los grandes maestros españoles: Ribera, Velázquez, El Greco y Goya.
obra
En este retrato aparece únicamente el perfil, de la misma forma que aparece en una obra de Piero della Francesca. Se piensa que no se dejaba retratar el lado derecho de la cara porque había perdido un ojo en la guerra. El Duque viste una armadura y a sus pies nos encontramos con el casco de guerra, y que informa de que el Duque había sido un gran general, y que había estado muy solicitado por otras ciudades italianas. Además de ser una personalidad de una gran talla militar, fue hombre de gran cultura y que estaba muy interesado por la literatura y el arte. Esto se percibe en esta obra, en donde el Duque sostiene un códice entre sus manos mientras lee con gran concentración. El niño sujeta al mismo tiempo un rico cetro de orfebrería. Sobre el atril y cubierta de pedrería hay una tiara oriental muy bella, que el sha de Persia había regalado al Duque unos años antes de que se pintara el cuadro. Esta obra la pintó Pedro Berruguete en Urbino después de hacer 28 retratos de hombres ilustres para este mismo Duque en el palacio que Laurana le había construido.