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El contenido del libro II Aunque algo más breve que el primero, el segundo es también una miscelánea de temas muy variados, unos más interesantes, otros menos. Son muy atractivas, por ejemplo, las páginas en las que aborda los conocimientos médicos de los antiguos mexicanos. En ellas hace una serie de críticas al ejercicio de la medicina y rechaza el uso de remedios vehementísimos y venenosísimos, calientes y fríos. Los médicos nahuas, titici, son para él meros empíricos y a ellos les falta método y estudio. En el fondo de tales críticas podemos ver un apego a las corrientes médicas del Renacimiento, particularmente a la teoría de los humores y a la ciencia vesaliana, de intenso estudio de la anatomía basado en la disección. En varios capítulos nos presenta Hernández el mundo de Moctezuma, un mundo rodeado de lujo y refinamiento. Es indudable que a él, como a otros cronistas de su época, la corte azteca le produjo gran admiración, quizá por el contraste que ofrecía con la austeridad de la corte de los Austrias. Se asombra ante la comida que servían a Moctezuma sus mujeres; pondera la vajilla, la mantelería y la música con que acompañaban a esta ceremonia, revestida de un ambiente de veneración casi sagrado. También se deleita nuestro protomédico describiendo el palacio del tlahtoani azteca, sus jardines, estanques, aviarios y la hermosísima casa de fieras, única en el mundo. Aunque el clima de la ciudad de México propiciaba la belleza de la vida vegetal y animal, es evidente que en este paraíso privado de Moctezuma estaba presente el gusto y refinamiento de los emperadores aztecas. Todo esto se mantenía gracias a un sistema de tributos muy bien organizado, que generaba grandes ingresos al erario de Moctezuma. Las riquezas de los reyes mexicanos eran infinitas y el gasto cotidiano inmenso y admirable38, dice Hernández. Tres capítulos dedica a las cosas sagradas. En ellos sobresale la descripción que hace del Templo Mayor de la ciudad de México, con sus muchos adoratorios anexos y desde el cual se divisaban los pueblos y bosques rodeados de agua y nada más hermoso podía verse a la vista39. Parte importante de lo sagrado la constituía el mundo de los augurios. Destaca Hernández la gran cantidad que tenían --en relación con animales, hierbas y árboles-- al grado que casi no había momento de la vida que no estuviera condicionado por un augurio. De gran interés son las páginas en las que aporta datos históricos acerca de los reinos de México-Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlatelolco, con el título Del origen de la Nueva España. Comienza con la llegada de los chichimecas y la fusión de ellos con gentes nahuas toltecas. Tal mestizaje fue origen de pueblos muy cultos como el tetzcocano, el cual tuvo su momento de esplendor bajo el gobierno del sabio rey Nezahualcóyotl. Después de los chichimecas, otros grupos de habla nahuatl hicieron su aparición en el valle de México, los acolhuas. A la llegada de los españoles, éstos habían logrado crear florecientes reinos, como el muy conocido de los mexicas o aztecas, el tlaxcalteca y el cholulteca. Interesa aquí hacer una precisión, y es la de que Hernández, al hablar de estos pueblos, recoge la opinión de que todos ellos provenían de las tribus perdidas de Israel. En realidad no la acepta totalmente, pero tampoco la rechaza e incluso ofrece algunos argumentos en pro, como el de la lengua, la semejanza de algunos ritos y la naturaleza prolífica de los habitantes de la Nueva España. Tal postura no debe parecernos rara, ya que en el Renacimiento aún estaba muy en boga la tesis hebraísta, la cual postulaba que el origen universal de pueblos y lenguas había que encontrarlo en los semitas. Quizá durante su estancia en Tetzcoco, Hernández se encariñó con esta ciudad. Al menos así se traduce en las últimas páginas del libro segundo. Alaba su cielo y su temperatura, menos húmeda y más saludable que la de México. La disposición de las casas, cada una rodeada de un pequeño huerto, le hace recordar la visión idealizada de su patria en la literatura del mundo clásico: De modo que no creerías ver ciudades sino los huertos de las Hespérides y campos amenísimos40. Parecidos elogios expresa de los tezcocanos, a los cuales pone casi como forjadores de la grandeza del imperio azteca. Es evidente que Hernández supo captar y admirar el pasado y el presente de Tezcoco, ciudad a la que se llamó la Atenas de México. Resalta en este segundo libro el capítulo final, en que nos ha dejado juicios muy valiosos acerca de la lengua nahuatl o mexicana. En ellos se refleja una gran percepción de la frasis y la esencia de esta lengua. En palabras de Hernández, el nahuatl tiene: Composición feliz y fecunda de las dicciones y en esto no cede a la lengua griega... Parece admirable que entre gentes tan incultas y bárbaras apenas se encuentre una palabra impuesta inconsideradamente al significado y sin ethimo, sino que casi todas fueron adaptadas a las cosas con tanto tino y prudencia que, oído sólo el nombre, suelen llegar a las naturalezas que eran de saberse o investigarse de las cosas significadas41. Tales apreciaciones nos hacen recordar las expresadas por otros humanistas del siglo XVI como Molina, Sahagún y Juan Bautista. Fray Alonso de Molina encontraba al nahuatl tan copiosa, tan elegante y de tanto artificio y primor en sus metaphoras y maneras de decir cuanto conocerán los que en ella se exercitaren42. Fray Bernardino de Sahagún habla de los primores de la lengua mexicana y fray Juan Bautista la califica de elegante, copiosa y abundante43. El párrafo citado de Hernández nos deja ver una penetración admirable de un hombre que, sin ser propiamente un lingüista, supo captar la estructura y la composición de las palabras en cuya raíz está ciertamente la esencia, el ethimo, como él dice. Es más que probable que Hernández llegara a esta comprensión a través de la botánica. En la lengua nahuatl, el vocabulario de plantas y animales, en muchos casos, responde a una idea de grupos, de conjuntos de familias, de tal manera que se puede hablar de una taxonomía espontánea que mucho atrajo a los naturalistas del XIX44 y que es seguro Hernández supo calibrar y admirar.
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Nos resulta imposible señalar en el arte pictórico una caracterización de ruptura con la tradición. Los principales centros de producciones miniadas, durante el siglo X, siguen repitiendo los modelos del inmediato pasado carolingio con una calidad que bien pudiéramos denominar rusticitas. Sólo a partir del 1000, se inicia una recuperación de la calidad de factura, pero no hay grandes variaciones de los modelos icónicos. La renovación técnica muchas veces corre paralela a la presencia en los talleres de miniaturistas de origen inglés. Limoges se convierte en uno de los centros más importantes del sudoeste francés. Se ilustran aquí numerosos libros de la cultura antigua: la "Psicomaquia" de Prudencio, el "Catálogo de las constelaciones" de Aratus, o las "Fábulas" de Esopo. De los contactos con obras hispanas surgió el célebre "Comentario del Apocalipsis de Saint-Sever". Se trata de una interpretación plástica a la carolingia de la conocida obra de Beato de Liébana. Fue un encargo del abad Gregorio Muntaner de Saint-Sever (1028-1072), realizado por un pintor llamado Esteban García. El esplendor del monasterio de Fleu bajo el abadiato de Gauzlin (1004-1030) alcanza también a la miniatura. En un escritorio, donde habían trabajado iluminadores ingleses en la segunda mitad del X, aparecerá un pintor italiano, Nivardus, que compondrá un rico evangeliario para el monasterio por encargo de Roberto el Piadoso. Es una obra lujosísima, compuesta sobre un pergamino púrpura, con escritura en oro y plata, que bien se puede situar en la continuidad de las obras otonianas de Reichenau. Otros centros francos denotan la misma dependencia formal e icónica de modelos carolingios, aunque acusa su proximidad a lo sajón. En Saint-Bertin se produce un florecimiento del taller con el abad Odberto (986-1007), que hace traer pintores ingleses. Otros talleres con estas características serán Saint-Vaast, en Arras, Saint-Amand (Nord) y el monasterio de Germain-des-Prés. La miniatura hispana sintió la influencia de algunas formas del mundo carolingio, en la segunda mitad del X, pero en líneas generales siguió dentro de sus propias tradiciones. Durante la primera mitad del siglo siguiente, en los condados catalanes, la "Biblia de Roda" y la "Biblia de Ripoll" representan la total ruptura con el pasado y la adopción de una manera de hacer inspirada en la plástica e iconografía de origen carolingio. En los reinos hispanos occidentales, donde la arquitectura todavía seguía apegada a las tradiciones locales, se iniciará, en el arte de la miniatura, la aproximación a las formas europeas, tal como vemos en la producción del taller real que trabaja para Fernando I: "Beato de Fernando I", hacia 1047, y, de poco después, el "Diurnal de Fernando I". De las artes suntuarias es muy poco lo conservado y de mala calidad, lo que no permite el planteamiento de una teoría general, aunque todo indica que, tanto en territorio francés como italiano, existe una marcada pervivencia del pasado. Las obras de mayor empeño están muy relacionadas con el arte del Imperio o de Bizancio.
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Perdida la iniciativa, con graves daños materiales y humanos y prácticamente agotados los suministros, Rommel decidió mantener las posiciones en lugar de retirarse, lo que es considerado un error estratégico. Las razones de esta decisión parecen estar en la falta de combustible y vehículos (Fuller), aunque el Alto Mando alemán era partidario de la resistencia a ultranza. Paralelamente, continuaba el sangrante goteo de pérdidas en los convoyes que deberían haberle hecho llegar refuerzos materiales por el Mediterráneo, mientras que, en el lado contrario, el 3 de septiembre eran desembarcados en Alejandría los 300 Sherman prometidos por Roosevelt a Churchill y otras 100.000 toneladas de material para el Octavo Ejército. Rommel preveía un ataque británico en cuanto hubiese luna llena, por lo que ideó basar su defensa en el cinturón de minas que le separaba de los británicos -más de 500.000- y en el fuego artillero, obligando a los aliados a luchar en los campos minados. Dispuso a la 164 y a la 90 Divisiones ligeras alemanas alineadas en el sector norte; la 15 Panzer y la Littorio italiana ocuparían el sector central, mientras que la 21 Panzer y la Ariete defenderían un posible ataque por el sur. Sus mermadas fuerzas incluían 300 tanques italianos de escasa operatividad, 180 Panzer III con cañones de 50 mm. y 30 Panzer IV con cañones de 74 mm. Por si fuera poco, el general alemán se encontraba enfermo, por lo que viajó el 22 de septiembre a Alemania -donde le fue entregado el bastón de Mariscal como premio por la toma de Tobruk-, dejando al general Stumme en su puesto. Por su parte, los británicos, conscientes de su situación privilegiada, anticipaban ya la posibilidad de expulsar a las fuerzas del Eje del norte de África. Preparado el plan de ataque de la "Operación Torch", desembarco aliado en las costas norteafricanas, la única duda consistía en saber si las tropas de la Francia de Vichy en Marruecos y Argelia opondrían o no resistencia. Por ello, para asegurar una posición dominante, Churchill pensó que previamente a producirse el desembarco era preciso acabar con las tropas del Eje en Egipto y Libia, lo que dejaría el norte de África prácticamente en manos aliadas. Así pues, el éxito de la ofensiva final británica en El Alemein era un factor clave para el desarrollo de la "Operación Torch", por lo que debía ser cuidadosamente preparada. Era necesario un periodo de adaptación y entrenamiento de las dotaciones de los tanques Sherman prometidos por Roosevelt; también había que esperar a la luna llena, que se produciría en la noche del 23 de octubre. Otra consideración importante era dilucidar cuál era la mejor dirección para el ataque. Si se hacía por el sur, se tenía la ventaja de chocar con unos campos de minas más débiles, pero, puesto que el objetivo final era exterminar al enemigo, el ataque desde esta dirección empujaría a los italo-alemanes en dirección norte, justo a la carretera de la costa, lo que facilitaría su retirada. En consecuencia, se decidió atacar por el norte, lo que daría a los aliados el control sobre la carretera costera y aislaría a las tropas italo-alemanas establecidas en el sur. Planeada la dirección del ataque, el problema radicaba en cómo sobrepasar los campos de minas, que podían tener entre 5 y 9 kilómetros de anchura. Como solución, se halló que la artillería y los bombarderos podrían proteger el avance de la infantería y los tanques sobre un frente de entre 10 y 12 kilómetros. Dirigido por el teniente general Leese, del XXX Cuerpo de Ejército, el avance por los campos minados se desarrollaría mediante dos grupos que abrirían sendos corredores, uno al norte, al sur de Tel el Aisa, y otro al sur, cercano a las colinas de Miteiriya. Abiertos los pasillos, la 1? y 10 Divisiones blindadas del X Cuerpo, a cargo del general Lumsden, entrarían por ellos, al tiempo que, por el sur y de manera independiente, el XIII Cuerpo de Ejército, al mando de Horrocks, y la 7? División blindada atacarían frontalmente, con el fin de sujetar en su posición a la 21 División Panzer y evitar su desplazamiento hacia el norte. Por último, se consideraba esencial engañar al enemigo, tanto con respecto al volumen de las fuerzas propias como de las carencias e intenciones. Por ello, se camuflaron los movimientos de fuerzas y se construyeron instalaciones y armamento ficticios. El ataque comenzó con un intenso fuego artillero (1.000 cañones) a las 21,40 del 23 de octubre, tal como estaba planeado. Tan solo veinte después, comenzó el doble avance de la infantería, que resultó más fácil de lo previsto: en las primeras horas del día 24, se habían tomado las posiciones más adelantadas de la defensa alemana. Sin embargo, a medida que la vanguardia de infantería avanzaba, la resistencia alemana se iba haciendo más tenaz. La 51 División, por el centro, fue fuertemente repelida, así como la 1? División africana, por el sur, cuyo avance resultó frenado. Mejor suerte tuvieron los australianos de la 9? División y los neozelandeses de la 2?, quienes llegaron a sus objetivos en el tiempo previsto. Los campos minados, sin embargo, dificultaron enormemente el avance aliado, de manera que se retrasó la apertura del corredor sur, por el que hasta la madrugada del 24 no pudieron entrar la 9? Brigada blindada y la 10 División blindada. Esta última se posicionó al este de las colinas de Miteiriya, pero quedó allí estancada al recibir un fuerte castigo de la artillería alemana. Por el corredor norte, la situación no era más favorable. Los campos minados y la artillería enemiga retrasaron la apertura del pasillo hasta primeras horas de la tarde, requiriendo de un gran esfuerzo artillero y de la acción conjunta de la 51 División y de la 1? División blindada. Por el sur, el XIII Cuerpo de Horrocks encontró tantas dificultades en su ataque frontal que Montgomery ordenó su retirada y el mantenimiento de la 7? División blindada en reserva. A partir de entonces, los hombres de Horrocks se dedicarán a realizar acciones esporádicas de desgaste y fijación del enemigo en sus posiciones. Por su parte, las tropas del Eje, a pesar del aguante de las posiciones de vanguardia, se encontraban poco a poco más debilitadas. El inmenso castigo artillero acabó por romper el sistema de comunicaciones, lo que descoordinó las acciones de las diferentes unidades. Para agravar más la situación, el general Stumme falleció de un ataque al corazón, lo que hizo que Von Thoma, jefe del Afrika Korps, tomara el mando. El ataque británico sorprendió a Rommel, enfermo, hospitalizado en Semmering. Rápidamente, tras hablar con Keitel, emprendió viaja a África. Haciendo escala en Roma, conoció por el general von Rintelen que sólo quedaban sobre el terreno tres suministros de combustible, lo que provocó que Stumme restringiera las incursiones de la aviación y los grandes movimientos de blindados y camiones. En consecuencia, únicamente se había podido producir un ataque por parte de la 15 División Panzer, que resultó desastroso y redujo a 31 el número de tanques operativos. Sin embargo, a pesar del paulatino debilitamiento, las fuerzas de Rommel estaban plantando cara a los británicos, por lo que Montgomery apostó por abandonar la táctica de "desmoronamiento" y volcar el ataque por el sector norte. Para ello, ordenó al XXX Cuerpo de Ejército que lanzara a la 9? División australiana en dirección a la costa, para cercar al enemigo al norte del sistema de Tel el Aisa, lo que resultó un éxito. También, la 1? División blindada debía desplazarse hacia el este, en dirección a la cadena Kidney, un avance sumamente dificultoso debido a que Rommel había situado justo enfrente a la 90 División ligera, algunas unidades de la 15 Panzer y la Littorio, y un batallón de bersaglieri. En consecuencia se produjeron violentísimos combates, que dejaron cientos de bajas en ambos bandos. Sólo al anochecer, la 1? División sudafricana y la 2? neozelandesa consiguieron ganar apenas un kilómetro en las estribaciones de Miteiriya, mientras que la 1? División blindada pudo tomar posiciones en las colinas Kidney. Los pobres resultados de la ofensiva británica forzaron a Montgomery, a partir del 26 de octubre, a desplegar una estrategia defensiva, con la finalidad de reorganizar sus efectivos de cara a la realización posterior de un gran ataque por el norte. Así, realizó el envío de la 2? División neozelandesa a posiciones de reserva y su sustitución por la 1? División sudafricana, al tiempo que el lugar de ésta era tomado por la 4? División india, ahora integrada en el XIII Cuerpo de Ejército. Por otra parte, ordenó al XIII Cuerpo que lanzara a la 7? División blindada en dirección norte, acompañada de tres brigadas de infantería. En la noche del 26 de octubre, Rommel realizó también nuevos movimientos de sus efectivos. La 21 División Panzer fue enviada al norte, al tiempo que lanzó un fuerte ataque el 27 contra las posiciones inglesas en la cadena Kidney. La ofensiva, sin embargo, resultó detenida, lo que permitió a Montgomery enviar a posiciones de reserva a la 1? División blindada y la 24 Brigada blindada. Simultáneamente, hizo que en la noche del 29 se produjera una ofensiva en el sector costero, a cargo de la 9? División australiana. Este ataque, no obstante, se encontró con una fuerte oposición alemana, pues Rommel había reforzado este sector con efectivos provenientes del frente sur, a los que sustituyó con parte de la división Ariete. La llegada de refuerzos -armas pesadas y unidades alemanas- hizo que la oposición a la ofensiva de la 9? División australiana fuera extremadamente poderosa. Los combates se produjeron a lo largo de seis horas, en las que el cielo se iluminaba mediante bengalas arrojadas en paracaídas, lo que otorgaba a los bombarderos ingleses una gran ventaja en sus acciones sobre las tropas alemanas. El desarrollo de los acontecimientos forzó a Rommel a considerar la posibilidad de iniciar la retirada. A las graves pérdidas que estaban sufriendo sus tropas, se unía el hecho de que el combustible, siempre escaso, comenzaba a agotarse, así como los alimentos y munición. Conocido por Montgomery el envío de Rommel a la zona de Sidi Abdel Rahman de la 21 División Panzer, lo que podría poner en serias dificultades la ofensiva británica sobre el sector costero, decidió dar un giro radical a los planes de ataque, ordenando un avance en dirección sur, defendido por los italianos. Para ello, en el seno de una operación denominada en clave "Supercharge", encomendó a la 9? División australiana la realización de un ataque en la noche del 30 de octubre, al tiempo que la 2? División neozelandesa debería irrumpir en el frente enemigo en el sector norte abriendo un corredor que, posteriormente, permitiría la entrada de las divisiones blindadas 1?, 7? y 10, del X Cuerpo de Ejército. La misma noche del 30 Rommel mandó reconocer la posición de Fuka, entre la costa, a 80 kilómetros al oeste de El Alemein, y la depresión de Qattara, anticipando una más que probable retirada. El problema, no de orden menor, era la carencia de transportes que pudieran permitir un retroceso bien defendido y organizado, sin dejar de combatir ni romper el frente, lo que permitiría una ofensiva en masa de los británicos. El ataque australiano hacia la costa, en la noche del 30, resultó un éxito inicial. Tras tomar posiciones, se dirigieron hacia el este, rodeando a los granaderos Panzer de la 164 División. Sin embargo, la fuerte defensa alemana, con ayuda de la 21 División Panzer y la 9? ligera, consiguió retrasar la maniobra envolvente, lo que permitió la huída de la mayoría de los rodeados. La evolución de los acontecimientos, no obstante, hizo que Montgomery se viese obligado a retrasar el comienzo de Supercharge hasta la madrugada del 2 de noviembre. Precedido por un intenso fuego artillero y la acción de los bombarderos, dos brigadas de la 2? División neozelandesa, reforzadas con la 23 Brigada acorazada, avanzaron sobre un frente de cuatro kilómetros, con la finalidad de limpiar un amplio pasillo de minas y permitir el acceso de la 9? División blindada. Esta, antes de las primeras luces del día, habría de ganar dos kilómetros de terreno en dirección al sur de Sidi Abdel Rahman, lo que permitiría establecer una cabeza de puente hacia el desierto desde la que operaran las Divisiones blindadas 1?, 7? y 10. Aunque cumplieron con su objetivo de limpiar el corredor de minas, la incursión por el mismo de la 9? División blindada se vio frenada por un intenso fuego de los antitanque alemanes, lo que provocó la destrucción de 87 carros británicos. Al mismo tiempo, la 1? División blindada se encontró de frente con el Afrika Korps, lo que provocó una violentísima lucha de carros en Tel el Aqqaqir. La superioridad de los Grant y Sherman puestos por los norteamericanos a disposición de los británicos no logró, sin embargo, asegurar el éxito de la penetración, pues los blindados de Rommel expusieron una fuerte defensa.
obra
No es muy habitual en la obra de Degas el empleo de composiciones horizontales, teniendo éstas el denominador común de tratarse siempre de asuntos de danza. El título de esta obra viene por el enorme contrabajo que contemplamos en la zona izquierda del lienzo, ocupando la mayor parte del espacio. A su lado encontramos una bailarina en un tremendo escorzo mientras que al fondo se observan otras figuras en variadas posturas iluminadas por la potente luz que penetra por los amplios ventanales del estudio, tamizada dicha luz por visillos blancos para crear un efecto más atractivo. La zona de primer plano queda en penumbra al apenas recibir la iluminación posterior. La vaporosidad de los tules siempre nos llama la atención, obtenidos con una pincelada vibrante que olvida los detalles pero están ahí presentes como ocurre en las obras de Goya. Tonalidades blancas luchan por resaltar en un conjunto dominado por marrones y ocres mezclados con verdes.
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Desde el punto de vista del control de las provincias, aparte de Mérida, que a pesar de la desobediencia terminó sometida hacia el año 834, destacan sobre todo los disturbios en Toledo entre 829 y 837. Una guerrilla ciudadana contra los beréberes de la región de Santaver degeneró en una nueva disidencia de la ciudad, que hubo que asediar de nuevo y donde se reedificó la antigua ciudadela construida por Amrus que los toledanos habían derribado. En la Marca Superior, el predominio de la aristocracia muladí se consideró un hecho consumado, a pesar de lo cual las buenas relaciones entre los jefes locales y el poder central parecen mantenerse. Incluso en estas regiones fronterizas, el carácter arabo-islámico de la organización político social parece bien implantado desde mediados del siglo IX. Un texto cristiano conservado en la catedral de Huesca habla del martirio sufrido en el 851 por dos jóvenes mozárabes, Nunilo y Alodia quienes, educadas en el cristianismo por su madre tras la muerte de su padre musulmán, fueron decapitadas por haberse negado a volver al Islam, religión del padre. El desarrollo de los hechos, contado someramente, muestra que, originarias de Alquézar, comparecieron primero ante el emir local de la Barbitaniya Jalaf b. Rashid, que debía residir en Barbastro. Más adelante, a raíz de una especie de apelación, compareció ante el wali de Huesca un cierto Zumel Ismail. Este acontecimiento prueba, en primer lugar, que existía una jerarquía judicial y administrativa regularizada en esta provincia lejana. Por otra parte, hay que resaltar la unidad de la civilización de al-Andalus: en una región que no podía ser más periférica, se produjeron hechos contemporáneos del movimiento de los mártires de Córdoba sobre el que se volverá más adelante y que, evidentemente, habrá que poner en relación con el endurecimiento general y recíproco entre cristianismo e Islam. Sea como fuere la naturaleza exacta de su poder, estas autoridades locales se consideraban, realmente, representantes del poder central que, durante todo el reinado de Abd al-Rahman II, mantuvo en Zaragoza a un gobernador. La relativa tranquilidad de la frontera permitió al emir o a sus generales lanzar desde la Marca expediciones militares contra los países cristianos vecinos, en las que participaron los señores muladíes locales. Si su fidelidad era dudosa con frecuencia, el poder de estos últimos era periférico: los Banu Qasi en Arnedo y Tudela, los Banu Shabrit en la zona de Huesca, los Banu Rashid en Barbitania, ocupaban los límites del territorio islámico y no parecen haber ejercido siempre su autoridad sobre las ciudades más importantes como Huesca y Tudela que, en muchas ocasiones, se han visto depender directamente del wali de Zaragoza. Las relaciones entre el poder omeya y el jefe de los Banu Qasi, Musa b. Musa, apoyado por los jefes cristianos de la zona pirenaica, particularmente los vascos de Pamplona, empezaron a ponerse tensas en el último decenio del reinado de Abd al-Rahman II. Globalmente, sin embargo, el poder omeya logró conservar el control sobre el conjunto de al-Andalus hasta la muerte de Abd al-Rahman II en el 852, no sólo en el sur, donde se plantearon pocos problemas sino también en las regiones alejadas como las de Tudmir, Valencia o Lisboa. En la región llamada Tudmir, los conflictos entre yemeníes y qaysíes llevaron al gobierno a fundar una nueva capital provincial en Murcia en el 831, hecho que tiene su importancia a nivel local ya que manifiesta el control creciente del poder central omeya sobre las regiones hasta entonces mal controladas donde por falta de acción del poder central los factores tribales seguían estando operantes políticamente a comienzos del IX. La agitación tribal árabe en Murcia fue, sin embargo, el último acontecimiento de esta naturaleza segmentaria antes del surgimiento de una agitación étnica cuando se desencadenó la fitna (revuelta) del final de siglo. En Valencia, región donde vivían unas tribus beréberes (qaba'il al-barbar) que al-Yaqubi, el geógrafo oriental del IX describe como tribus disidentes, parecen haber tenido cierto papel, Abd Allah al-Balansí había muerto poco después del acceso de Abd al-Rahman II al poder. Se habla después de unos gobernadores omeyas en la ciudad, pero de forma muy episódica, con escasas informaciones en las fuentes sobre estas regiones periféricas. Al otro extremo del territorio, en el Gharb, donde las poblaciones de origen beréber parecían haber sido relativamente numerosas, un gobernador de Lisboa es también mencionado en el 844: informa a Córdoba de la llegada de una flota normanda a la desembocadura del Tajo. Estos normandos atacaron Lisboa, luego Sevilla, que fue saqueada, antes de que las fuerzas omeyas por fin movilizadas pudieran llegar a infligirles fuertes pérdidas y obligarles a embarcarse nuevamente. Las medidas tomadas a raíz de esta alerta para asegurar una mejor protección del litoral contra nuevas incursiones (se señala otra en el 859) sirvieron para reforzar el control del poder central sobre el territorio de al-Andalus. De esta forma se instaló un grupo de árabes yemeníes en una especie de concesión militar en Pechina, pequeño centro de origen romano cercano a la actual Almería, en una región poco urbanizada que no aparece en las fuentes hasta esta época, y sobre cuyo desarrollo rápido volveremos más adelante.
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La Revolución Francesa pretendió abolir todos los rasgos de la vida cotidiana del Antiguo Régimen, en la medida en que estos suponían un anclaje con el pasado que podría poner en peligro el mismo movimiento revolucionario. La nueva sociedad propuesta habría de basarse en nuevas formas no sólo políticas sino también económicas, sociales, religiosas y culturales. El Estado revolucionario, consciente de la importancia de los símbolos en la vida y mentalidad de los individuos, intentó penetrar incluso en los resquicios más recónditos de la cultura francesa. Así, propuso nuevas maneras de concebir el tiempo, con lo que se lograría a su vez una forma distinta, revolucionaria, de conocer e identificar la realidad cotidiana.La cronología revolucionaria, consciente del inicio de una nueva era no sólo para Francia sino para la Humanidad entera, instauró un nuevo calendario que regularía de manera diferente las vidas de los individuos. Con ello expresaba, además, su importancia y pretensión de ser un hecho fundamental en la Historia. El gobierno revolucionario francés instauraba así su propia forma de controlar los ritmos de lo cotidiano, como expresa Harry Pross en su libro "La violencia de los símbolos sociales".El nuevo calendario comenzaba el 22 de septiembre de 1792, con un primer mes llamado La Vendimia, en alusión a la actividad predominante en el campo francés, y terminaba en el mes de Fructidor. En medio se situaban los meses Brumario, Frimario, Nivoso, Pluvioso,Ventoso, Germinal, Floreal, Pradial, Mesidor y Termidor. Los nombres fueron propuestos por Fabre d'Eglantine. Instauró también cinco fiestas ideológicas, que se convertían en seis en los años bisiestos. Estas se llamaban "Fête de la vertu", Fête du gene", "Fête du travail, "Fête de l´opinion", "Fête de la recompense" y "Fête de la Révolution".El cambio en la cronología no fue sólo nominal, sino que los meses se compartimentaron en semanas de diez días, aboliendo la semana religiosa y rindiendo tributo al sistema métrico decimal, que consideraban más clarificador y racional. Al mismo tiempo, la compartimentación del tiempo se hacía teniendo como punto de partida las necesidades sociales, esto es, el hombre, sin atender a los ciclos astronómicos. Así, al desaparecer la semana cristiana, se eliminó el domingo, el "día del Señor", con lo que los festivos al mes pasaron a ser sólo tres.Los cambios instaurados apenas sobrevivieron a la Revolución. La llegada al poder de Napoleón restauró la semana cristiana al restablecer el calendario gregoriano, lo que ocurrió a partir del 1 de enero de 1806.
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La Inquisición, que había funcionado como un aparato represivo al servicio del Estado en el ámbito del pensamiento, había ido sufriendo una traslación en sus objetivos, desplazando su campo de acción desde la persecución de la herejía y de las minorías religiosas hasta la injerencia en materia de costumbres y en cuestiones ideológicas que sólo de un modo indirecto y aun a veces tangencial estaban relacionadas con la fe. De este modo, si el Santo Oficio había sido un instrumento precioso en la defensa de la unanimidad espiritual en el interior de las fronteras cuando los intereses del catolicismo se confundían con los intereses del imperialismo español, ahora la Corona encontraba en su actuación un obstáculo a su política de modernización del país. La posibilidad de actualizar la cultura española y de adaptarla al ritmo europeo dependía del arrinconamiento de la Inquisición y de su inhabilitación para ocuparse de aquellos temas para los que el proceso de secularización reclamaba radical autonomía respecto de los dogmas teológicos. Así pues, en este terreno existió en los equipos dirigentes de la Monarquía una clara voluntad dirigista que, sin embargo, como en otros casos, no dejó de presentar una manifiesta timidez y aun una notable ambigüedad. En la primera mitad de siglo, la acción de la Corona se limitó a proteger a algunos autores de los posibles ataques de las autoridades inquisitoriales, pero sin una toma de posición frente al poderoso Tribunal. Fue Carlos III quien asentó de modo simbólico la subordinación del Santo Oficio a la Corona con ocasión del asunto del catecismo de Mésenguy, que aceptado por el rey fue condenado por el Inquisidor General, quien hubo de soportar su destierro de Madrid y su confinamiento en un monasterio hasta obtener el perdón del soberano. Con este motivo, el gobierno resucitó el viejo privilegio del exequatur, que exigía la autorización previa para la publicación en España de los documentos pontificios y que tras algunas vacilaciones sería definitivamente puesto en vigor a partir de 1768. En este mismo año se dictaba una nueva disposición sobre el procedimiento que debía seguir la Inquisición en materia de censura de libros, a fin de salvaguardar a los autores de una condena arbitraria o injusta, y que consistía en imponer una audiencia previa del autor, en persona o representado, antes de emitir el edicto condenatorio, que en todo caso exigía también la autorización gubernamental para su promulgación. Dos años más tarde se recordaba al Santo Oficio los límites de su acción represiva, que debía ceñirse a los delitos de herejía y apostasía, al tiempo que se ponían cortapisas al encarcelamiento preventivo anterior a la demostración de la culpabilidad del implicado. Incluso parece que los procesos que implicasen a los Grandes o a los funcionarios reales debían ser sometidos a revisión gubernamental. Toda esta ofensiva legislativa se combinó con una política de nombramientos para los tribunales inquisitoriales que privilegiaba a los eclesiásticos más cultos, tolerantes e ilustrados, frente al personal anterior, compuesto a menudo de religiosos de espíritu cerrado y de preparación cultural deficiente, que ignoraban incluso en muchos casos las lenguas extranjeras en las que estaban escritas las obras que condenaban. No conviene, sin embargo, exagerar el alcance de esta serie de medidas. El Santo Oficio mantuvo intacto su aparato de vigilancia, que preveía la presencia de comisarios en los puertos marítimos y en las fronteras terrestres, así como la visita sistemática a las librerías del reino, que estaban obligadas a presentar un ejemplar del Índice de libros prohibidos, así como un inventario anual de sus existencias. Este Índice, versión española del romano, era todavía en 1790, en pleno esplendor de las Luces, un grueso volumen de más de trescientas páginas de letra apretada a doble columna, que incluía no sólo las obras de los filósofos y científicos extranjeros de mayor prestigio, sino también muchos de los libros que exaltaban los comportamientos naturales, se ocupaban con perspectiva crítica de la historia de la Iglesia o incluso empezaban a plantearse la problemática de España en términos juzgados incompatibles con las interpretaciones ortodoxas. La evidencia más espectacular del poder de la Inquisición fue ofrecida por algunos de los procesos más sonados del siglo. La primera víctima fue el peruano Pablo de Olavide, el famoso asistente de Sevilla y superintendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, que, sospechoso de heterodoxia y convicto de la lectura de libros prohibidos, sería encarcelado preventivamente durante dos años y condenado finalmente en auto de fe a una reclusión de ocho años más; su traslado a Cataluña propició su evasión a Francia, quizás con la connivencia del propio inquisidor general, el ilustrado Felipe Bertrán, disconforme con la sentencia condenatoria. Aunque el proceso de Olavide fue el que más ecos despertó en la opinión pública, no sólo española, sino también europea, otros conocidos ilustrados sufrieron persecución inquisitorial, como fue el caso de Bernardo de Iriarte, condenado en 1779 por sus proclamaciones deístas y volterianas, de su hermano Tomás de Iriarte, el conocido fabulista, obligado a la abjuración de sus errores en 1786, o de Luis García Cañuelo, editor del periódico El Censor, que siguió la suerte de este último sólo dos años más tarde. De todo ello puede concluirse, por tanto, que la Corona y los gobiernos reformistas supieron mantener a la Inquisición bajo un cierto control y evitar que se convirtiera en un elemento perturbador de su política de modernización, permitiendo sin embargo su actuación, cuando el movimiento de opinión parecía hacerse demasiado radical o deslizarse hacia posiciones juzgadas peligrosas, y buscando abiertamente su colaboración, cuando el posible contagio revolucionario a partir de los años noventa hizo planear su amenaza al mismo tiempo sobre los cimientos del Trono y el Altar. Si la Corona no utilizó a la Inquisición como una agencia de la censura gubernamental, también es cierto que buscó la dirección de la opinión pública a través de otro aparato de intervención como fue el ejercicio de la censura previa. Desde el reinado de Fernando VI se ponen las bases del sistema, que exige la autorización oficial para la difusión de cualquier tipo de impreso (libro, folleto o periódico), así como una licencia para la importación de libros extranjeros. La legislación se detiene en los requisitos que deben cumplirse (indicación en cada ejemplar del nombre del autor y del editor, de la fecha y del lugar de la edición) y en las penas que pueden arrostrarse (confiscación de bienes, exilio perpetuo e incluso pena de muerte en caso de grave injuria a la fe católica). Diversas autoridades se declaraban competentes a la hora de la concesión de licencias para la edición de libros o del ejercicio de la censura previa para cada uno de los números de las publicaciones periódicas: el Consejo de Castilla, la Secretaría de Estado (para la edición oficial) y el Juez de Imprentas (que se reserva desde 1785 la licencia y censura de todos los impresos de menos de seis pliegos), mientras que los periódicos provinciales caían progresivamente bajo el control de las autoridades locales. Al mismo tiempo, las tradicionales aduanas inquisitoriales se ven dobladas en su cometido por la instalación en las fronteras de inspectores civiles que completan a nivel territorial el aparato centralizado establecido en Madrid. No se trata, por supuesto, de una represión universal o indiscriminada, sino en última instancia de una campaña al servicio de la Ilustración, pues la censura puede actuar contra los enemigos de las Luces y salvaguardar la literatura reformista, aunque el dirigismo suponga siempre una restricción a la libertad, que incluso en el decenio de su máximo apogeo, los años ochenta, fue siempre, en palabras de Lucienne Domergue, uno libertad muy vigilada. Difusión de las Luces, pero bajo el control del Estado es la consigna que tiene siempre presente el gobierno reformista. El dirigismo cultural se propone así una difusión selectiva de los valores de acuerdo con los intereses definidos por el equipo gubernamental. El resultado es, por un lado, un concepto restringido de la libertad intelectual y una atenta vigilancia de la iniciativa particular, como acabamos de exponer, pero también una potenciación de las empresas culturales que sintonizan con el proyecto general del absolutismo ilustrado. Este es el sentido de la intervención en la reforma universitaria, del impulso a la enseñanza extrauniversitaria, de la creación de academias y centros de investigación, y también de la financiación oficial de proyectos considerados de interés general, como pueden ser la apertura de expedientes sobre temas vitales de la economía (la Unica Contribución o la Ley Agraria), la realización de grandes esfuerzos estadísticos (los censos de población ordenados por Aranda, Floridablanca y Godoy o el Censo de frutos y manufacturas de 1799 editado en 1803), la edición de repertorios documentales (como los encargados a Miguel Casiri, Francisco Pérez Bayer o Juan de Iriarte), la cartografía del territorio español (mediante los atlas de Vicente Tofiño y de Tomás López), el inventario de las riquezas materiales, documentales o artísticas del país y la organización de las grandes expediciones científicas que devolvieron a España su papel protagonista en la historia de los descubrimientos.
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La fundación del convento de Santa Clara en 1621 fue todo un acontecimiento en la ciudad de Manila. Fue el empeño particular de algunos vecinos que pusieron todos los medios a su alcance en medio de la oposición del gobierno superior, temeroso de que la clausura atrajera a mujeres casaderas en una ciudad donde tanto faltaban. Fue el maese de campo y alcalde ordinario de Manila, Pedro de Chaves, el que marchó a España a pedirle a la Madre Jerónima de la Asunción que viajara con él a Manila para fundar un convento de clarisas. La Madre Jerónima vivía en el convento de clarisas en Toledo desde hacía cincuenta años y gozaba de fama de santidad. Se conserva un retrato suyo que le hizo Velázquez en Sevilla, donde estuvo unos días para embarcarse rumbo a Filipinas. El viaje fue arduo y largo y cuando la fundadora llegó con sus monjas a la capital del archipiélago, su benefactor había muerto. Fue su viuda, Ana de Vera, quien tomó como propia la empresa que había iniciado su marido. Buscó alojamiento a las clarisas hasta que acabaran las obras del convento y se ocupó de que estuvieran bien cuidadas. Gráfico En octubre de 1621 pudieron entrar en el convento y comenzaron a llevar una exigente vida de oración y penitencia bajo la dirección de la Madre Jerónima. Se había fundado el primer convento de clausura femenino en Asia. El convento irradió una gran influencia en el archipiélago. No sólo las españolas pedían ingresar en el convento, sino que desde muy pronto se encontraron con solicitudes de mestizas e indias que deseaban entrar en clausura. La madre Jerónima era partidaria de aceptarlas, pero en aquel momento las leyes eclesiásticas lo impedían porque se pensaba que las mujeres filipinas no soportarían los rigores de la clausura al estar aún poco arraigada la fe cristiana en aquellas tierras. La priora propuso como una posible solución, la construcción de un convento separado para ellas en Pandacan, pero no fue aceptado. En 1630, tras la muerte de la Madre Jerónima, la nueva priora admitió a la primera filipina, Marta de San Bernardo, conmovida por el gran número de filipinos que quisieron testimoniar en la apertura de la causa de beatificación de la fundadora. Sin embargo, el arzobispo se negó a ratificar la decisión de la priora y Marta tuvo que marcharse al nuevo convento abierto en Macao donde no regía esa prohibición por ser una colonia portuguesa. En 1636 fue admitida la primera novicia filipina con autorización del arzobispado, Madalena de la Concepción (1610-1685), una india procedente de la nobleza pampanga. Al contrario que Marta de San Bernardo no tuvo problemas para recibir el hábito y en 1637 hizo la profesión de sus votos de pobreza, castidad y obediencia. Destacó por su vida santa y fiel observancia de la Regla. Quiso cargar con las tareas más humildes y rehuyó siempre cualquier puesto de honor. Murió en el convento el 5 de abril de 1685. Tal vez este precedente pudo facilitar que la Madre Ignacia del Espíritu Santo fundara el primer beaterio para mujeres filipinas en 1684.
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El Corán (del árabe al-Quràn, la "recitación") es para los musulmanes la fuente básica de las leyes del Islam y la última revelación de Dios. Según la tradición fue revelado por Dios a Muhammad, a través del ángel Gabriel, en lengua árabe, razón por la cual el árabe se convirtió en una lengua de culto. Los versículos fueron, a su vez, recitados por Muhammad a sus seguidores, lo que alude al significado mismo de la palabra Corán, es decir, recitación. Al ser el Corán la palabra directa de Dios, se considera que es una extensión de la divinidad en el reino terrenal, la encarnación en la Tierra de la misericordia, el poder y el misterio de Dios. El Corán es también la culminación de la Revelación divina, de la que el Islam considera que los judíos y los cristianos recibieron sólo una parte. De igual forma, para los musulmanes Muhammad es también el último profeta, pues piensan que después de él ya no habrá ningún otro. Dios eligió la lengua árabe para expresarse a Muhammad, por lo que los musulmanes piensan que el Corán no puede ser traducido, sino sólo sus ideas. Así, una de las grandes diferencias con respecto a las otras dos grandes religiones monoteístas -judaísmo y cristianismo- es que para los musulmanes su libro sagrado, el Corán, no ha sido inspirado por Dios, sino que es su palabra directa. Por tanto, es parte de Dios y como tal es increado y, como su Autor, es Eterno, Inmutable e Inimitable. Como palabra de Dios, el Corán representa los fundamentos del credo, la moralidad, la historia de la humanidad, el culto, el ritual y las relaciones entre los hombres. Es, por tanto, la fuente de toda la cultura islámica, sentando las bases de todos los sistemas legales y políticos, las relaciones económicas, el derecho, la jurisprudencia y hasta las relaciones internacionales. El Corán está presente en las vidas de todos los musulmanes, aprendiendo desde los primeros años de vida a escribir y leer sus versículos, incluso a memorizarlos. A pesar del avance de la educación laica, son muy numerosos los individuos hoy en día que aprenden de memoria el texto sagrado, una práctica impulsada por sus progenitores. Incluso, la recitación del Corán es una forma de arte muy apreciada. El Corán posee también para los musulmanes una cualidad milagrosa, una santidad de carácter físico. Para los fieles, debe ser tocado sólo desde un estado de pureza ritual, pudiendo conceder a los hombres el poder y la gracia de Dios (baraka) y siendo utilizado como medio de sanación. El Corán lo integran ciento catorce capítulos o suras. Todos las suras empiezan con la invocación conocida como basmala o bismillah, una frase que también es muy pronunciada en la vida cotidiana y al principio de cada acto de devoción: "En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso" (Bismillahi al-Rahman al-Rahim). Cada sura está formada por versículos individuales (ayat). Las suras aparecen numeradas y representadas por un título, generalmente una de las palabras o frases que aparecen al comienzo. También aparecen ordenadas según su longitud, hallándose las más largas al principio del Corán y las más cortas al final, excepto la Sura I, al-Fatiha (La Apertura), compuesta por siete versículos. Otra forma de distinguir las suras es en función del momento en el que fueron reveladas al Profeta, antes o después de la Hégira. Los versículos mequíes, es decir, pertenecientes a la época de La Meca, hablan de manera concisa y metafórica de la majestad y la unidad de Dios y de la próxima llegada de un juicio divino que recaerá sobre la humanidad. Los versículos medineses, más largos y complejos, inciden en aspectos de orden religioso, moral y social, explicitando los deberes centrales del Islam, así como cuestiones relativas a aspectos de la vida cotidiana, como el matrimonio, la guerra, el divorcio o el juego. La interpretación del Corán que, según la tradición adquirió su forma escrita actual durante el califato de Utman (644-656), ha sido una labor a la que los eruditos han dedicado enormes esfuerzos.