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Don Gaspar de Guzmán y Pimentel era el hombre más importante del reinado de Felipe IV. Desde su cargo de valido manejaba las riendas de la monarquía en un intento de imponer cierto orden a la situación política en la que se encontraba España. Los primeros años de su mandato fueron muy prósperos para el país, obteniendo una serie de victorias importantes en el conflicto con los Países Bajos, destacando la toma de Breda que Velázquez captaría en su cuadro de Las Lanzas. En los años en los que fue pintado este excelente retrato, el Conde-Duque de Olivares está en el momento más álgido de su poder, al poco tiempo de cambiar de orden militar: abandonó la de Calatrava para ingresar en la de Alcántara, por lo que lleva una cruz en color verde bordada en el pecho y en la capa. Este hecho ocurrió en 1624 por lo que el retrato estaría fechado alrededor de ese año, pudiendo ser conmemorativo de ese cambio. En su mano derecha porta la fusta de Caballerizo Mayor en posición casi vertical - simbolizando su absoluta autoridad - mientras que de su cinturón sobresale una nota de color dorado, tratándose de la llave de Mayordomo Mayor. El valido se sitúa en tres cuartos, tendiendo a colocarse de perfil. Esta postura vendría motivada por la enorme talla de Don Gaspar, tanto de altura como de anchura, intentando Velázquez disimularlo lo más posible. Tras él contemplamos una mesa cubierta con un tapete rojo, muy habitual en los retratos oficiales, dando la impresión de que el Conde-Duque apoya su mano derecha sobre dicha mesa. Los detalles del bordado de la cruz, la cadena de oro que cruza su pecho o el prendedor dorado con el que se sujeta la capa demuestran la altísima calidad del maestro a la hora de realizar retratos. Pero lo más interesante sería la manera de captar la personalidad del modelo, fijándose en esa mirada inteligente y penetrante a la vez que altiva y dominante con la que el Conde-Duque maneja y dirige los asuntos de Estado. La postura de las manos, especialmente la izquierda agarrando la empuñadura de la espada, son signos inequívocos del poder del personaje. El Conde-Duque visitó en numerosas ocasiones Sevilla - no en balde sus posesiones estaban en el cercano pueblo de Olivares - frecuentando la tertulia de Francisco Pacheco, donde conocería el genio del joven Velázquez. Gracias a Don Gaspar el artista se trasladó a Madrid y obtuvo el cargo de Pintor del Rey, iniciando su despegue.
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China durante este período no sólo pasó por graves turbulencias internas sino también en sus relaciones exteriores. El fundamento de las mismas habían sido, hasta el momento, los acuerdos políticos y económicos suscritos con la URSS en 1950, pero la colaboración entre los dos países perduró a la muerte de Stalin. Poco después de ella y luego, en 1954, se firmaron unos nuevos acuerdos que incluían declaraciones de principio pero también cesiones materiales por parte soviética. En la primavera de 1956 nuevos tratados preveían la construcción de ferrocarriles y de cincuenta fábricas por cuenta de la URSS y en 1957 se llegó a aceptar, por parte de la URSS, la ayuda para la fabricación de armas atómicas. Este último acuerdo no fue revelado hasta 1963 cuando ya el conflicto parecía grave e irreversible. En realidad los desacuerdos nacieron de la crítica de Kruschev al estalinismo en 1956: los dirigentes chinos siempre se esforzaron en salvaguardar el mito de Stalin y, por ejemplo, cuando se decidió retirar sus restos del lugar en que reposaban en la muralla del Kremlin junto a los de Lenin, depositaron flores ante ellos. La propia evolución de la política china contribuyó a multiplicar las discrepancias. A fines de 1957, una conferencia de los partidos comunistas en Moscú, dedicada a la unidad del campo socialista, tuvo tan escaso efecto sobre los dirigentes que se lanzaron al "Gran Salto Adelante" y, a partir de este momento, el camino seguido por los respectivos comunismos fue manifiestamente divergente con los soviéticos, insistiendo en la crítica a Stalin y los chinos lanzados a experimentos de movilización popular y productivismo desmesurado. La política exterior también hizo su contribución a la confrontación. Ya en 1958 Kruschev debió hacer un viaje a China para explicar a sus dirigentes su papel en la crisis del Líbano. Los soviéticos, además, se negaron de manera rotunda a ayudar a China a la reconquista de las islas Quemoy y Matsu. En el XXI congreso del PCUS celebrado a comienzos de 1959 Kruschev criticó la experiencia de las comunas populares chinas: además, en ese mismo año, denunció el tratado sobre materias nucleares con China y apoyó a India en su conflicto con China. Mientras tanto, las relaciones exteriores de China no sólo eran malas con los soviéticos sino también con los indios, pues ese año se produjeron choques en la frontera con el Tíbet. La URSS optó definitivamente por considerar a China como un país aventurero que ponía en peligro la estabilidad mundial. A partir de 1960 la confrontación ya fue directa y con expresa mención del adversario, aunque resultara todavía moderada en la forma. Antes la URSS había atacado a Albania mientras que China hacía lo propio con Yugoslavia; esta interposición pareció moderar el conflicto. A partir de este momento, no sólo cesó cualquier posible ayuda soviética a China en materia nuclear, sino también cualquier apoyo en otro terreno. En julio los soviéticos pretendieron la sumisión de China a la mayoría de los Partidos Comunistas. Los temas abordados en la disputa ideológica se referían a la posibilidad de la coexistencia pacífica y de un tránsito que también lo fuera en el camino hacia el socialismo. En el fondo se trataba de dos actitudes muy divergentes que se podían ejemplificar en esos dos terrenos o en muchos otros. Chinos y soviéticos no se enfrentaban por esas razones sino debido a muchas más: por ejemplo, tenían una idea antagónica acerca de la correlación de fuerzas existente y los chinos hacían una defensa a ultranza de las luchas de liberación mientras despreciaban el papel del arma nuclear en la estrategia mundial. Aun así hubo esfuerzos por conservar la unidad. En noviembre de 1960, una conferencia de ochenta Partidos Comunistas en Moscú todavía consiguió guardar las apariencias aunque fuese al precio de yuxtaponer puntos de vista contradictorios. Italianos y vietnamitas fueron los más interesados en mantener esa unidad. En 1961 hubo todavía tres tratados entre la URSS y China. Pero, a fines de 1962, se produjo el conflicto bélico entre India y China y la URSS no apoyó a la segunda. Además, China tuvo la sensación de que Kruschev había sido incapaz de enfrentarse a los norteamericanos en Cuba, lo que explica el definitivo empeoramiento de las relaciones. En 1963 los albaneses quisieron ya crear una nueva Internacional que agrupara a los seguidores de Mao. La firma del tratado de no realización de pruebas nucleares pareció probar, a los ojos de los chinos, la sumisión soviética a los Estados Unidos. A fines de 1962 y comienzos de 1963, los soviéticos dirigieron un ataque concertado en contra de los comunistas chinos por parte de los restantes partidos de Europa del Este y occidentales. En junio respondió el PCC con un ataque al PCUS al que acusó de imperialista y neocolonialista. De los partidos asiáticos China consiguió el apoyo de los indonesios y los coreanos. El mundo comunista había quedado definitivamente dividido en dos. Mientras tanto, en el terreno de las relaciones exteriores, el antagonista teórico fundamental para China seguía siendo Norteamérica pero en este campo empezaba a reinar un creciente realismo por ambas partes. Con Estados Unidos, China mantuvo una vía de contacto en Varsovia que dio lugar a unas treinta reuniones. Los Estados Unidos, por su parte, a pesar de todas las dificultades de la China continental, nunca estuvieron dispuestos a realizar un desembarco en ella que, por su parte, apoyó a Japón en sus pretensiones territoriales respecto a la URSS. Si en 1962 las tropas chinas penetraron en India, al mismo tiempo sus dirigentes firmaron una serie de pactos con países como Birmania, Nepal, Pakistán y Afganistán que pretendían demostrar que no existía una pretensión imperialista. El acuerdo más particular fue el suscrito con Pakistán, una potencia prooccidental (1963). A partir de 1963, una preocupación fundamental de China fue Vietnam, a la vez por temor a la penetración norteamericana y la soviética. En cambio, mantuvo una cercanía a Indonesia que celebró en su territorio reuniones en las que los soviéticos fueron vilipendiados. El régimen de Sukarno, que se autodefinía como una "democracia dirigida", tuvo una influencia china indudable. En Medio Oriente, y sobre todo en África, China empezaba también a tener una cierta influencia. Mao afirmó en 1964 que allí existía una "excelente situación revolucionaria". Pero toda la política exterior se vio profundamente afectada por la "revolución cultural".
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La experiencia del progreso material en la vida de cada día derivó en una crisis de la autoridad del cristianismo, que vio puestas en entredicho algunas convicciones fuertemente arraigadas en la sociedad. Los trabajos del fisiólogo holandés Jakob Moleschott (Doctrina de la alimentación, 1850), o los del francés Claude Bernard, afectaron profundamente a la idea del carácter espiritual del hombre (existencia del alma), y pusieron en duda los límites entre pensamiento y materia.En ese sentido, la publicación en 1859 de la obra de Charles Darwin, El origen de las especies, marcó un hito fundamental porque sirvió para poner en duda la narración bíblica del origen de la creación y, muy especialmente, el carácter único del origen del hombre. La crítica racionalista a la religión, que contaba con una larga tradición (Strauss, Vida crítica de Jesús, de 1835), se continuará en los años siguientes hasta llegar a la obra de E. Renan (Vida de Jesús, 1863).Aunque el propio Darwin fue relativamente cauto en el uso de sus expresiones, no pudo evitarse que se generalizara el convencimiento de que la ciencia podía brindar una explicación sistemática del universo, al margen de la que habían proporcionado hasta entonces las religiones. Los avances de William Thomson, al presentar las dos primeras leyes de la termodinámica, o los descubrimientos de Dmitri Mendeleiev, al confeccionar la tabla de elementos periódicos, contribuyeron al fortalecimiento de esa idea, y al rechazo de las especulaciones filosóficas que caracterizaban las épocas anteriores. El historiador T. B. Macaulay escribió por entonces (1837) que la ciencia era, en sí misma, una filosofía que no conocía el descanso, que nunca se consideraba satisfecha, que nunca llegaba a la perfección; porque su ley permanente era el progreso.En esa línea de pensamiento se había movido, algunos años antes Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon que, a través de sus obras (De la Industria, 1817; Catecismo de los industriales, 1823; El nuevo cristianismo, 1824) se había situado en una posición intermedia entre el liberalismo y el socialismo, construyendo una teoría sobre el papel del Estado en la organización de las clases productoras. La ciencia tendría que ser, para Saint-Simon, la base de la organización de una nueva sociedad.Casi tanta importancia como el fundador tuvieron los discípulos (O. Rodrigues, P. Enfantin, M. Chevalier, Ph. Buchez) que, a comienzos de los años treinta, trataron de desarrollar las propuestas religiosas contenidas en los últimos escritos de Saint-Simon. El sansimonismo religioso, sin embargo, no prosperó porque algunos de sus aspectos más estrafalarios condujeron pronto al enfrentamiento con los gobernantes de la Monarquía de julio francesa.Muchos sansimonianos se dedicaron entonces a la propagación de teorías socialistas (S.-A. Bazard y H. Carnot, L´Exposition de la Doctrine de Saint-Simon, 1830) en las que abogaban por el rechazo de la propiedad privada y la abolición de cualquier privilegio hereditario. Estos seguidores tuvieron sus órganos de expresión en los periódicos Le Producteur (1825-1826) y Le Globe (1830).Hubo, finalmente, quienes insistieron en la necesidad de acometer grandes empresas capitalistas que se realizarían durante la época del segundo Imperio. Michel Chevalier, profesor de Economía Política del Colegio de Francia, está en ese grupo, junto con los hermanos Péreire o P. Talabot.
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Aunque, como tendremos la ocasión de comprobar, una buena parte de los conflictos del Oriente Medio se debieron a la peculiar combinación de religión y política en el mundo islámico, la conflictividad en la zona tenía un largo pasado que permitía que las crisis estallaran sin necesidad de este factor. Además, en el Mediterráneo oriental esta potencial situación explosiva se vio multiplicada a comienzos de los setenta por el hecho de que la situación estratégica había cambiado merced a dos factores: la existencia de una mayor paridad en el peso relativo de las dos superpotencias después de establecida la presencia de la flota soviética y la actitud de algunas potencias árabes revolucionarias. La persistencia de una conflictividad venida de antiguo se aprecia en el caso de Chipre. Dada su composición étnica y cultural la muy compleja Constitución de este país contenía una serie de apartados que no eran revisables y otros que lo podían ser tan sólo con una mayoría muy cualificada. La presidencia del arzobispo Makarios permitía un delicado equilibrio constitucional pero en el verano de 1974, cuando éste propuso a los dirigentes del Gobierno dictatorial militar griego que los oficiales de esta nacionalidad que encuadraban a las fuerzas militares chipriotas dejaran de hacerlo, tuvo lugar un golpe de Estado. Makarios debió refugiarse en una base británica y Turquía respondió con un inmediato desembarco en la isla ante la perplejidad de los grecochipriotas y del Gobierno helénico que había provocado la operación y que tuvo que acabar por abandonar el poder. Cuando, al final de 1974, Makarios recuperó el poder fue ya imposible restablecer la peculiar situación constitucional existente. Grecia y Turquía, dos miembros de la OTAN, habían estado a punto de enfrentarse en un conflicto armado y la primera abandonó durante unos años la organización militar de la OTAN a la que no se reintegraría sino en 1980. Por su parte, Turquía acabó reconociendo una República turca del Norte de Chipre en 1983; aunque fue el único país que lo hizo, en la práctica la unidad política de la isla no volvería a reconstruirse. También en el Mediterráneo Libia pareció contribuir a debilitar la tradicional hegemonía del mundo occidental. Convertida en una potencia poderosa por sus recursos petrolíferos y durante algún tiempo cercana a la URSS, durante estos años parece también haber auspiciado la actividad de movimientos terroristas. En abril de 1986 los norteamericanos bombardearon Libia en una operación que estuvo a punto de acabar con la vida de su dirigente El Gadafi. De todos modos, el centro de gravedad de la tensión internacional en Oriente Medio era otro. Aunque el conflicto entre Israel y los países árabes estuvo lejos de solucionarse, la evolución en Medio Oriente propiamente dicha resultó, en un primer momento, más favorable para el mundo occidental, aunque sólo fuera por la marginación que la URSS sufrió en Egipto. En realidad, esta región del mundo desde 1956 había sido lugar preeminente de la confrontación entre las grandes potencias que prodigaron su apoyo militar y diplomático a sus aliados regionales. Pero no siempre las superpotencias obtenían los resultados previstos y, sobre todo, la evolución de las circunstancias fue siempre impredecible y a menudo paradójica. La guerra, por ejemplo, supuso la elevación de los precios del petróleo y el alineamiento de todos los países árabes contra Israel (Egipto y Siria consideraron a partir de 1974 a la OLP como única y legítima representante de la población palestina). Pero ya sabemos que la presión a través de los productos energéticos duró poco; en realidad, el gran cambio producido en la panorámica internacional de la región fue el desplazamiento de Egipto desde una actitud de cerrada oposición al Estado de Israel y a los norteamericanos hasta convertirse en colaborador de los segundos y firmar la paz con los primeros. A este resultado se llegó como consecuencia de dos realidades coincidentes. Kissinger, el secretario de Estado norteamericano, fue un hábil negociador de conflictos en caliente mediante una diplomacia de pequeños pasos que evitaba que un momento de grave tensión local se convirtiera en guerra universal. De este modo consiguió detener la guerra en un momento en que la situación de las fuerzas egipcias era muy complicada. Pero un papel más importante le correspondió al presidente egipcio Sadat, capaz de darse cuenta, como una parte de la clase dirigente de su país, de que no le interesaba a su país mantener una situación sin solución ni futuro previsibles. Tras el último período bélico Sadat había probado que era capaz de iniciar la guerra contra el adversario secular utilizando a los soviéticos e indirectamente el arma del precio del petróleo. En años sucesivos, en cambio, utilizó a Washington para obtener un acuerdo satisfactorio para su país con los israelíes. También se debe tener en cuenta que si la diplomacia de Carter pudo pecar de incoherente y confusa en otros aspectos, al mismo tiempo supo también ser paciente en la búsqueda de la paz convirtiéndose en esto en paradójico heredero de Kissinger, su antítesis en lo que respecta a los principios determinantes de la acción exterior. Carter, por ejemplo, inició la aproximación a una solución por el procedimiento de pedir que Israel tuviera fronteras defendibles pero se retirara de una parte de los territorios ocupados y reconociera que la OLP representaba por lo menos a una parte considerable de los palestinos. La decisión más crucial, que demostró la valentía de Sadat, fue su viaje a Jerusalén en noviembre de 1977. Ante el propio Arafat la había anunciado en el Parlamento egipcio y le costó no sólo la dimisión de sus responsables de política exterior propia sino también unos inicios de los contactos que resultaron muy decepcionantes. Ante el Parlamento israelí afirmó Sadat que los antiguos antagonistas estaban de acuerdo en dos cosas: la necesidad de garantías recíprocas y la evidencia de que la guerra anterior debía ser la última. De hecho, las minucias de la negociación le interesaban muy poco y estaba dispuesto a librarse de la hipoteca palestina que pesaba sobre la política exterior árabe y mediatizaba cualquier posibilidad de desarrollo económico estable. Occidentalista, impaciente y anticomunista, su interés primordial radicaba en recuperar el Sinaí pero chocó con una fuerte oposición interna a la hora de seguir este rumbo. Tras trece días de encuentro en Camp David entre Beguin, el primer ministro israelí, y Sadat en septiembre de 1978 se llegó a un acuerdo que fue suscrito en marzo de 1979 en Washington. Gracias a él Israel, tras treinta años de guerra, firmó la paz con el más poderoso de sus vecinos árabes y Egipto logró la restitución de los territorios que había perdido en 1967 tras un plazo de tiempo que dilató el proceso hasta 1982. Para entonces Sadat había sido ya asesinado en octubre de 1981, víctima de los integristas que desde mediados de los años setenta venían constituyendo un peligro creciente para el Estado egipcio. Desde antes, sin embargo, el aislamiento de éste del conjunto de los países árabes se había hecho casi total alineándose contra él no sólo los países más próximos a la Unión Soviética sino también los conservadores como Arabia Saudita y Jordania. Egipto fue excluido de la Liga Árabe cuya capitalidad se trasladó en adelante a Túnez y sólo dos países árabes -Sudán y Omán- mantuvieron sus relaciones diplomáticas con él. La paz entre Egipto e Israel no sólo no liquidó el conflicto iniciado en 1948 sino que en cierto sentido lo agravó. De la cuestión palestina no se había tratado más que en un intercambio de cartas que pronto se demostró incapaz de resolver nada. Fue el testimonio de la desgana de Sadat por seguir haciendo depender los intereses propios de las reivindicaciones palestinas. Pero los israelíes no hicieron nada por avanzar en solucionar el problema. En 1977 por vez primera ganó las elecciones el Partido religioso Likud, en gran parte por la corrupción laborista ligada a su larga permanencia en el poder pero también por la creciente inmigración de judíos procedentes del mundo árabe y más confrontados con él. El líder del Likud, Menahem Beguin, que había participado en atentados terroristas contra los británicos, pronto dejó claro su propósito de, en la práctica, incorporar Gaza y Cisjordania al Estado de Israel. Por otro lado, fue aumentando la distancia entre los dirigentes políticos israelíes y el contexto internacional. A fines de 1974, Arafat intervino por vez primera en la ONU en defensa de la instauración del Estado palestino; ya no se hablaba, por tanto, tan sólo de la cuestión de los refugiados. Los Estados Unidos se decían ya partidarios de una patria palestina que incluyera Cisjordania y Jordania. La Comunidad Europea llegó a más pidiendo que al proceso de paz se incorporara la OLP; en 1980 Austria e Italia la reconocieron desde el punto de vista diplomático. Mientras tanto, perduraba el terrorismo propiciado por esta organización y Menahem Beguin, tras firmar la paz con Egipto, como para compensar cesiones anteriores, trasladó la capital de Israel a Jerusalén (1980), se anexionó el Golán (1981) y fomentó la colonización judía en los territorios ocupados, en parte por razones estratégicas pero también con un propósito de ampliación de la tierra reclamada de forma permanente. En esta tarea jugó un protagonismo muy importante su ministro de Agricultura Ariel Sharon. Pero lo más grave desde el punto de vista del derramamiento de sangre durante este período fue, sin duda, el estallido de una auténtica guerra civil en el Líbano. Éste había sido en el pasado un modelo de convivencia intercultural gracias a un sistema complicado de equilibrios político-constitucionales. La presidencia, por ejemplo, quedaba reservada a un cristiano maronita mientras que el primer ministro debía ser un musulmán sunita. De esta manera, se podía mantener una apariencia de Estado democrático occidentalizado cuando la población musulmana, sin duda, hubiera preferido la vinculación con Siria que, por otra parte, estaba justificada desde el punto de vista histórico pues ya se había producido durante la colonización francesa. Pero dos cambios decisivos hicieron inviable este Estado, considerado antes como un oasis de paz en una región del mundo frecuentemente convulsa. En primer lugar, el peso demográfico creciente de la población musulmana parecía quitar justificación al predominio o, al menos, al poder compartido con los cristianos. Pero, sobre todo, en 1968-1969 y más aún en 1970, cuando los palestinos fueron expulsados de Jordania, su implantación en el Líbano supuso la creación de un Estado dentro del Estado con los campos de refugiados convertidos a menudo en fortalezas desde las que actuaban las guerrillas de castigo a los israelíes. Éstos llegaron a decir que los palestinos disponían de 80 tanques en el Sur del Líbano y otros tantos lanzadores de misiles. En abril de 1975, tras un desfile de las fuerzas palestinas por las calles de Beirut dotadas incluso de armas pesadas, tuvo lugar el asesinato de un líder musulmán por parte de las "Falanges" cristianas y desde este momento ya resultó inviable un Estado que acabó por disolverse en una serie de comunidades autónomas que combatían entre sí. A partir de 1976 las potencias vecinas intervinieron mediante actos de fuerza para defender sus intereses o para intentar una paz precaria. Lo hizo Siria a partir de 1976 para ejercer un papel de árbitro pero también para testimoniar su pretensión hegemónica en el seno del mundo musulmán. La ambigüedad de esta actuación se aprecia también en que si, por un lado, una misión de esta intervención era procurar moderar el entusiasmo revolucionario de los palestinos, también los sirios contribuyeron a facilitar la expansión de la influencia integrista iraní. Por su parte, Israel, que había llevado a cabo operaciones de castigo en el Sur del Líbano en junio de 1982, realizó una operación militar -"Paz en Galilea"- que afirmó querer desalojar al adversario palestino. Pero aunque ésos eran los objetivos declarados, pronto se ampliaron pretendiendo establecer un poder fuerte en Líbano. Hasta 80.000 israelíes intervinieron con unos 1.300 tanques; sufrieron más de un centenar de muertos y consiguieron un éxito espectacular pero a cambio de no pocos inconvenientes. Después de prometer que la operación no tendría más que un carácter limitado, llegaron hasta Beirut y se enfrentaron con la aviación siria, a la que redujeron a la impotencia. Pronto la operación provocó la profunda desunión en la propia opinión pública israelí. Israel logró el abandono del Líbano por la OLP pero no la reconstrucción de este Estado: a los pocos meses fue asesinado Bechir Gemayel, el dirigente de las milicias cristianas, que debía cumplir esta misión. En septiembre de 1982 los "falangistas" libaneses asaltaron dos campos de refugiados palestinos cercanos a Beirut en Shabra y Shatila produciendo una auténtica carnecería. Un informe independiente de origen israelí culpó a su propio Ejército -Sharon incluido- de, al menos, no haber tomado más medidas oportunas para evitar que un suceso así, previsible, tuviera lugar. 400.000 israelíes -más del 10% de la población de este país- se habían manifestado en protesta por lo sucedido. Finalmente, las tropas israelíes se retiraron aun conservando una franja de protección en el Sur del Líbano; en el ínterin sus relaciones con el aliado norteamericano habían empeorado mucho. Tampoco la intervención de una fuerza internacional resolvió la cuestión. Formada por contingentes de cuatro países occidentales acabó siendo víctima de atentados por parte de grupos terroristas -como el de octubre de 1983 que costó casi trescientos muertos entre norteamericanos y franceses- mientras que la presencia siria, que los apoyaba o al menos tenía alguna conexión con ellos, seguía siendo predominante en el interior. En definitiva, la irresolución del conflicto palestino había tenido como consecuencia el traslado de la crisis a un país vecino que había sido ejemplo de convivencia. Líbano no se recuperaría de esa situación sino mucho tiempo después cuando empezó a encauzarse la situación en el conjunto de Oriente Medio.
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Aunque, como tendremos la ocasión de comprobar, una buena parte de los conflictos del Oriente Medio se debieron a la peculiar combinación de religión y política en el mundo islámico, la conflictividad en la zona tenía un largo pasado que permitía que las crisis estallaran sin necesidad de este factor. Además, en el Mediterráneo oriental esta potencial situación explosiva se vio multiplicada a comienzos de los setenta por el hecho de que la situación estratégica había cambiado merced a dos factores: la existencia de una mayor paridad en el peso relativo de las dos superpotencias después de establecida la presencia de la flota soviética y la actitud de algunas potencias árabes revolucionarias. La persistencia de una conflictividad venida de antiguo se aprecia en el caso de Chipre. Dada su composición étnica y cultural la muy compleja Constitución de este país contenía una serie de apartados que no eran revisables y otros que lo podían ser tan sólo con una mayoría muy cualificada. La presidencia del arzobispo Makarios permitía un delicado equilibrio constitucional pero en el verano de 1974, cuando éste propuso a los dirigentes del Gobierno dictatorial militar griego que los oficiales de esta nacionalidad que encuadraban a las fuerzas militares chipriotas dejaran de hacerlo, tuvo lugar un golpe de Estado. Makarios debió refugiarse en una base británica y Turquía respondió con un inmediato desembarco en la isla ante la perplejidad de los greco-chipriotas y del Gobierno helénico que había provocado la operación y que tuvo que acabar por abandonar el poder. Cuando, al final de 1974, Makarios recuperó el poder fue ya imposible restablecer la peculiar situación constitucional existente. Grecia y Turquía, dos miembros de la OTAN, habían estado a punto de enfrentarse en un conflicto armado y la primera abandonó durante unos años la organización militar de la OTAN a la que no se reintegraría sino en 1980. Por su parte, Turquía acabó reconociendo una República turca del Norte de Chipre en 1983; aunque fue el único país que lo hizo, en la práctica la unidad política de la isla no volvería a reconstruirse. También en el Mediterráneo Libia pareció contribuir a debilitar la tradicional hegemonía del mundo occidental. Convertida en una potencia poderosa por sus recursos petrolíferos y durante algún tiempo cercana a la URSS, durante estos años parece también haber auspiciado la actividad de movimientos terroristas. En abril de 1986 los norteamericanos bombardearon Libia en una operación que estuvo a punto de acabar con la vida de su dirigente El Gadafi. De todos modos, el centro de gravedad de la tensión internacional en Oriente Medio era otro. Aunque el conflicto entre Israel y los países árabes estuvo lejos de solucionarse, la evolución en Medio Oriente propiamente dicha resultó, en un primer momento, más favorable para el mundo occidental, aunque sólo fuera por la marginación que la URSS sufrió en Egipto. En realidad, esta región del mundo desde 1956 había sido lugar preeminente de la confrontación entre las grandes potencias que prodigaron su apoyo militar y diplomático a sus aliados regionales. Pero no siempre las superpotencias obtenían los resultados previstos y, sobre todo, la evolución de las circunstancias fue siempre impredecible y a menudo paradójica. La guerra, por ejemplo, supuso la elevación de los precios del petróleo y el alineamiento de todos los países árabes contra Israel (Egipto y Siria consideraron a partir de 1974 a la OLP como única y legítima representante de la población palestina). Pero ya sabemos que la presión a través de los productos energéticos duró poco; en realidad, el gran cambio producido en la panorámica internacional de la región fue el desplazamiento de Egipto desde una actitud de cerrada oposición al Estado de Israel y a los norteamericanos hasta convertirse en colaborador de los segundos y firmar la paz con los primeros. A este resultado se llegó como consecuencia de dos realidades coincidentes. Kissinger, el secretario de Estado norteamericano, fue un hábil negociador de conflictos en caliente mediante una diplomacia de pequeños pasos que evitaba que un momento de grave tensión local se convirtiera en guerra universal. De este modo consiguió detener la guerra en un momento en que la situación de las fuerzas egipcias era muy complicada. Pero un papel más importante le correspondió al presidente egipcio Sadat, capaz de darse cuenta, como una parte de la clase dirigente de su país, de que no le interesaba a su país mantener una situación sin solución ni futuro previsibles. Tras el último período bélico Sadat había probado que era capaz de iniciar la guerra contra el adversario secular utilizando a los soviéticos e indirectamente el arma del precio del petróleo. En años sucesivos, en cambio, utilizó a Washington para obtener un acuerdo satisfactorio para su país con los israelíes. También se debe tener en cuenta que si la diplomacia de Carter pudo pecar de incoherente y confusa en otros aspectos, al mismo tiempo supo también ser paciente en la búsqueda de la paz convirtiéndose en esto en paradójico heredero de Kissinger, su antítesis en lo que respecta a los principios determinantes de la acción exterior. Carter, por ejemplo, inició la aproximación a una solución por el procedimiento de pedir que Israel tuviera fronteras defendibles pero se retirara de una parte de los territorios ocupados y reconociera que la OLP representaba por lo menos a una parte considerable de los palestinos.
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Para Dahrendorf, que se había referido en profundidad al conflicto social en su ya clásico ensayo "Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial", de lo que ahora se trata es de comprender y explicar el conflicto después de las clases, una vez que se situó en los espacios de Occidente la estanflación -la plaga de los años setenta-, cuyo saldo y recuperación no ha logrado en los ochenta dar solución al fenómeno más desconcertante del desempleo: "El elevado porcentaje de paro en pleno crecimiento económico plantea cuestiones de desarrollo económico, de historia del trabajo y de ciudadanía (..). Por debajo de los futuros, y de las opciones y de otros elementos del gran juego económico está, por supuesto, la economía real. El crash de una Bolsa no anuncia necesariamente una recesión. Sin embargo, pone de manifiesto que la economía real está muy baja de carburante. La ética hedonista ha alcanzado el summum. Dudas ocultas acompañan a la riqueza recién adquirida de muchos".Ha habido crecimiento económico en los años ochenta, pero se ha hecho poco por el empleo. Es más, el crecimiento, como confirma el propio Dahrendorf, se ha construido sobre el desempleo, precisamente porque no se ha producido más con el mismo número de hombres. Al contrario, se ha producido lo mismo empleando menos manos. Se ha reducido la mano de obra al mínimo indispensable, las empresas pequeñas han producido tanto o más que las grandes, y ha crecido el Producto Interior Bruto en las sociedades avanzadas muy por encima de la cantidad de trabajo per capita.El problema es muy grave, precisamente porque las profecías o las soluciones esperadas de un desarrollo tecnológico que terminaría convirtiendo en superfluo el trabajo humano no parece hoy probado y ha generado, por el contrario y con vistas al más inmediato futuro, un dilema de muy complicada solución: "En la actualidad -sigue argumentando Dahrendorf-, el trabajo ya no es la solución obvia a los problemas sociales, sino parte del problema mismo".¿Vivimos, acaso, en una sociedad trabajadora? Porque de hecho las sociedades modernas, basadas en el trabajo y en la ética de la ocupación y productividad crecientes, han logrado generar un mundo que incrementa la producción en función de los mercados pero cada vez con menos trabajo. Y sin embargo los empleos, como sigue señalando Dahrendorf, "son los billetes de entrada que permiten acceder al mundo de las provisiones", determinando así, conforme a los ingresos de la gente, su posición social, su autoestima y la manera de organizar sus propias vidas individuales y familiares.Cuando la sociedad es trabajadora, la vida de la gente se ordena en función del trabajo: la preparación para el mismo en la primera fase de la vida mediante el aprendizaje de un oficio; la organización de los descansos, diario, semanal y anual, como descansos del trabajo y para el trabajo, y la fase crepuscular de la vida, la jubilación, siempre corta porque la media vital era más baja, que se consideraba como una recompensa a una vida de trabajo.Ahora, sin embargo, se impone por una parte el tiempo libre, el tiempo de ocio, con todos sus efectos económicos, sociales, políticos, y tanto la primera fase, dominada por la educación como lema y esperanza, como la jubilación, que se alarga por veinte o más años, reducen las posibilidades y las cargas sociales a los cada vez menos empleados que soportan cargas por encima de sus posibilidades y sin esperanzas de recompensa ajenas a su capacidad de ahorro añadido: "De hecho, el trabajo se ha convertido en un privilegio, en lugar de en una carga. Pocos describirían hoy a los grupos de estatus más elevado como una clase ociosa; al contrario, constituyen una clase de "adictos al trabajo". Una buena parte de sus miembros se está siempre quejando de no conocer la diferencia entre los días laborables y los festivos, y de no haberse tomado unas vacaciones en varios años; pero, de hecho, tales quejas son otra forma de consumo manifiesto, de mostrar la nueva riqueza del trabajo" (R. Dahrendorf, El conflicto social moderno, página 173).Los economistas coinciden en líneas generales en que los países desarrollados, y más concretamente los de la OCDE, entre 1870 y 1970 han multiplicado por diez la productividad total, en tanto el porcentaje de horas trabajadas por año y persona se ha reducido a la mitad.El hecho de producir más con menos trabajo o menor esfuerzo significa también que el trabajo ha llegado a ser escaso, y consiguientemente muchos pueden quedar fuera de este mercado sin que su desempleo afecte a las funciones fundamentales de la economía.Se logró hace mucho tiempo mantener una alta productividad en la agricultura con un bajo nivel de ocupación; se ha realizado recientemente en la industria la misma tendencia y resultados a la par que la renta industrial continúa aumentando, y se ha incrementado un sector terciario de actividades y servicios, todavía capaz de aumentar en tanto queden sin satisfacer gustos nuevos y demandas diferentes.Pero se ha renunciado definitivamente al pleno empleo, y se considera natural una tasa de paro en torno al 10 por 100. Para reducir el paro, o para luchar por el pleno empleo, hay, en estos países ricos, que recurrir a crear, o seguir creando, puestos de trabajo "periféricos o superfluos"; sin que nadie pueda en definitiva llegar a definir hasta qué punto un trabajo es o deja de ser necesario. Porque, cuando se reducen las ocupaciones en el servicio personal, esto es, el servicio doméstico, aparecen los mismos empleos en forma de empresas de servicios organizados, bien sean empresas de limpieza, comidas preparadas y servidas a domicilio, etcétera.Lo más grave, sin embargo, hoy es el problema irresoluble que viene planteando en estas sociedades avanzadas el "desempleo duradero y resistente", y la "subclase social" que de esta manera se recrea y desarrolla: "Desde el momento en que el acceso a los mercados y, por tanto, a las provisiones, depende del empleo, el desempleo significa que se niega el acceso a los mismos, y esto es cierto incluso en el caso de que la gente pueda vivir del subsidio de paro" (R. Dahrendorf, Ibídem, página 178).Finalmente, lo que ha sucedido en estas naciones avanzadas es que la sociedad de la información ha generado más información de la que nadie puede utilizar pese a su creciente especialización. Puestos de trabajo superfluos en los servicios públicos, empresas de consultoría y gestión, etcétera, según sigue comentando el sociólogo alemán, "añaden mucho a la gestión y mucho menos a la producción".Y ésta es la razón por la que en épocas de "vacas gordas" contribuyen a la prosperidad de los que disfrutan estos puestos de trabajo. Pero cuando llegan los momentos bajos, las "vacas flacas", cuando la competitividad se halla afectada, son los primeros en suprimirse sin menoscabo alguno de la productividad y de los objetivos a realizar.El resultado de esta ya larga descripción crece en pesimismo, y lo más grave, cuando se mira inevitablemente al futuro, es ese coste mayor, que se produce en términos de oportunidades vitales y de progreso hacia una sociedad civil mundial: "Las sociedades humanas ganan en calidad gracias a la capacidad que tienen de conseguir más oportunidades vitales para más seres humanos. El camino que tenemos por delante requiere una nueva definición, al mismo tiempo que una afirmación, de la ciudadanía, las oportunidades vitales y la libertad".
contexto
Confucio, una de las personalidades más singulares de la historia de China en particular y en la de la filosofía en general, vivió entre los años 551 a 479 a.C., durante el período de Primavera y Otoño, dentro de la dinastía Zhou. Su nombre, Kong Qiu -K'ung Tzu-, que significa maestro Kong, de la versión latina de K'ung Fu Tzu, fue transformado en Confucio. Sin embargo, su nombre real fue K'ung Ch'iu, pero como llamar a un maestro por su nombre sería descortés, se le llamaría maestro K`ung -Kong. En el primer libro de historia de China escrito por Ssu-ma T'an y su hijo Ssuman Ch'ien -Sima Qian- durante el reinado del emperador Han Wu Di en la dinastía Han, están dedicados unos capítulos a narrar la biografía del filósofo. Según el "Shi-Ji", el libro de historia citado, Confucio nació en el seno de una familia noble pero empobrecida, y pronto se inició en la carrera de funcionario civil. Llegó a obtener un alto cargo administrativo pero, desilusionado ante las licenciosas formas de vida de la clase dirigente, dimitió de su cargo en el año 497 a.C. y, acompañado de sus discípulos, comenzó sus viajes, que durarían unos trece años, visitando varios Estados feudales. Confucio fue el primer hombre en la historia de China que se dedicó a la enseñanza, instruyendo a sus alumnos según un sistema igualmente adaptable a nobles y a plebeyos. Además, viajó de corte en corte discutiendo los asuntos de Estado con los gobernantes y aceptando su protección. La obra más significativa llevada a cabo por él fue la edición recopilada de los libros clásicos considerados como más importantes de entre los escritos en la Edad Antigua. Son "Shu Ching" -Shu jing-, libro de historia; "Shih Ching" -Shijing-, libro de Canciones o de Odas; "I ching" -Yijing-, libro de cambios o de mutaciones; "Li Ching" -Lijing-, libro de ritos; y "Ch'un Ch'iu" -Chunqui-, Anales de Primavera y Verano. Los dos primeros y el cuarto fueron recopilaciones hechas por Confucio, mientras que los Anales de Primavera y Verano contienen glosas propias. Además de los libros clásicos recopilados por el autor, son los "Cuatro Libros" los que a través de los siglos fueron leídos, estudiados y seguidos por el pueblo chino: "Tai Hio", el "Libro del Gran Estudio"; "Chung Yung", la "Doctrina del Medio"; "Lun Yu, Analectas"; y, por último, "Meng Tzu, Obras de Mencio". Las "Analectas" de Confucio es una obra recopilada por sus discípulos, una selección de anécdotas que presenta al filósofo-maestro en varias situaciones, y describe sus actos y relaciones. Aunque el libro no se pareciera en nada al tratamiento sistemático utilizado por Confucio, es la fuente de la que procede su filosofía. Según estas doctrinas, Confucio consideró al primer período de la dinastía Zhou, entre los años 1122 a 771 a.C., como la edad dorada, y para restaurarla pensaba que era necesario que los gobernantes, señores feudales de su época, respetaran Li, traducido como "Ritos o Ceremonias", y practicaran Ren, la benevolencia. Tras la muerte de Confucio, su escuela de pensamiento fue seguida por filósofos como Hsun Tzu -Xun Zi- y Meng Zhu -Mencio-, siendo una de las influencias dominantes en el período de los Reinos Combatientes. En este tiempo hubo más diversidad que nunca en la historia de China en el campo de la filosofía, pero la unificación del territorio por Qinshi Huangdi, eliminando a los otros Estados, significó la victoria para los legalistas. Fue debido a ello por lo que el imperio Qin estuvo organizado según principios totalitarios. Después de quince años, con el establecimiento de la dinastía Han, los confucionistas pudieron tomar su revancha, al adoptarse oficialmente su pensamiento hasta comienzos del siglo XX, aun contando con algunos momentos de interrupción. El confucionismo se definió especialmente acerca de las relaciones entre el príncipe, el ministro y el súbdito, entre el hombre y la esposa, entre el padre y el hijo, entre el hermano mayor y el menor, y entre los amigos. El maestro rechazó discutir sobre el mundo espiritual, aconsejando únicamente sacrificarse y venerar a los espíritus. Desde que la tradición confucionista señaló la necesidad del hombre de tener un hijo para venerar su tumba, la práctica del celibato fue desaprobada. Confucio fue, como educador, un gran maestro, respetado y venerado no solamente por sus discípulos sino por toda la sociedad en la que vivía. Sus enseñanzas perduraron durante más de 1.000 años, considerado por el pueblo chino como una persona singular, sin parangón alguno en la historia de la humanidad. Confucio tuvo muchos discípulos letrados, que llegaron a ser unos tres millares, siendo unos setenta de ellos discípulos directos a los que enseñaba los libros clásicos. Confucio comentaba las cualidades de sus discípulos calificándoles según cuatro capacidades: la práctica de la moral, de la lengua, de los asuntos políticos y de la literatura, en su libro "Lun Yu", las "Analectas". Confucio tenía mucha fama como educador de jóvenes valerosos en la sociedad de aquel entonces, y se cuenta la anécdota de un rey que quiso que el maestro ocupara un alto puesto administrativo, y hubo de desistir de su intención cuando escuchó las opiniones de un súbdito receloso que dijo: "Si un rey otorga un alto cargo a Confucio, si él adquiere poderes y si sus discípulos sabios te ayudaran, no traería ningún bien a su majestad...".
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A finales del siglo VIII Carlomagno deseaba construir una Segunda Roma al norte de los Alpes. El lugar elegido fue Aquisgrán, donde se levantó el más suntuoso de los conjuntos palatinos carolingios, ocupando un rectángulo de 20 hectáreas. La ciudad palatina tenía dos calles principales, siguiendo el esquema de los campamentos romanos. En el centro se situaba un edificio rectangular con dos plantas que se utilizaba como puerta mayor y cuerpo de guardia. A través de un corredor de madera se comunicaba con el aula regia y la capilla palatina, dispuestos en los flancos norte y sur del cuadrado. A través de un pórtico se accedía al aula regia, un edificio de 47 metros de largo por 20 de ancho y 21 de alto, con un ábside semicircular en el extremo occidental y sendos absidiolos en los muros laterales. La capilla palatina fue construida por Eudes de Metz entre los años 790 y 800, siendo consagrada en el 805 por León III. Un atrio rectangular y rodeado de pórticos se abría sobre la fachada principal, concebida como un gran arco triunfal. Al norte y al sur de la capilla se levantaban dos pequeñas capillas anexas. El templo fue dedicado a Santa María y sirvió para contener las numerosas reliquias que poseía el emperador. El edificio adopta una planta central constituida por un octógono, rodeado por un deambulatorio sobre el que corre una tribuna cubierta de bóveda de cañón, abierta a la sala octogonal gracias a grandes vanos divididos por una doble serie de columnas. En esta tribuna se encontraba el trono imperial, concretamente sobre el pórtico de entrada. El cuerpo central emergía sobre el deambulatorio y las tribunas, cubriéndose con una bóveda de paños. En el tambor se abrían ocho ventanas que iluminan la cúpula. El edificio recibió en su interior una riquísima decoración de mosaicos.